Tras unas semanas un poco
aceleradas, me tomo un pequeño descanso para disfrutar de la Semana Santa, lo
que los anglos llaman el Easter, que
todo el mundo aprovecha para salir pitando a las playas a ponerse al sol cual
lagartos, de modo que la ciudad se queda tranquila, sin la presión de ese
exceso de población que la asfixia a veces. Ya saben que a mí me gusta ir a la
contra y que disfruto de la tranquilidad de la ciudad en vacaciones, lo mismo
que me gusta salir de viaje cuando nadie lo hace. Mis vacaciones y mis viajes
son una especie de contraprogramación en busca de soledad, de intimidad, de la posibilidad de
ver lugares y monumentos en silencio, sin la molesta presencia de esas hordas
del turismo invasivo que todo lo estropea.
No quiere esto decir que no me encuentre
a gusto en medio de una masa que se mueve al unísono en pos de un objetivo.
Jamás me he sentido mal en el centro de una manifestación, un concierto de rock
o un partido de fútbol, por ejemplo. Y he sido partícipe de esa exaltación
colectiva que se suscita ante un discurso enardecido, un acorde de guitarra
excepcional o un gol como los que hace tiempo no mete mi Depor, otra vez
deprimido tras el efímero efecto Pepemel, fugaz como botella de champán recién
abierta. Estos días tal vez me infiltre entre el público de algunas
procesiones, más que nada por pulsar el ambientillo. Siguiendo la línea de las
principales ciudades europeas, parece que se prohibirá la entrada al centro de
los grandes camiones, para evitar lo que todos tenemos en mente. Da igual, si
se activa uno de los llamados lobos solitarios, no le será muy difícil secuestrar
un autobús de la EMT, y no quiero dar ideas.
La seguridad absoluta es
imposible y todos lo sabemos. La calle Drottninggatan de Estocolmo es como si
decimos en Madrid la calle Preciados, o lo que fue en su día la calle Real de
La Coruña. Yo estuve por allí una semana, hace unos 8 años. Me alojaba en la
última planta del hotel Freys, un cómodo establecimiento sito en la calle
Bryggargatan, bastante cerca de la estación central del ferrocarril, donde te
deja el tren rápido que te trae desde el aeropuerto de Arlanda. Desde el hotel,
caminando menos de 200 metros, uno llega a Drottninggatan, más o menos en el
cruce donde el uzbeko asesino estrelló el camión. Tras su fechoría, el tipo corrió
seguramente por la calle del hotel, llegó a la estación y pilló el primer tren
que encontró. Se bajó en una pequeña estación a 40 kilómetros, en donde la
gente advirtió que estaba medio requemado y con manchas de sangre en la ropa y
dio la alerta a la policía. En el tramo que recorrió el camión de la muerte,
hay un Zara y un H&M, que yo recuerde, entre otras de las franquicias
habituales de estos ejes comerciales.
Es el terrorismo del siglo XXI.
Tan diferente del del siglo XX. A los etarras nunca se les ocurrió arrasar la
Barrencalle de Bilbao con un camión de reparto de Kas naranja/limón. Lo que más
me llamó la atención de la solemne entrega de armas de ETA del otro día, fue la
cutrez del gesto central. Y mira que lo habían preparado todo para enfatizar la
solemnidad del acto. Veamos. Unos señores sentados en torno a una mesa de
juntas de empresa. Entre ellos, al menos un cura, con el gesto grave de las
grandes ocasiones. Se acerca al grupo un tipo calvo, con aires de capataz de un
negocio de reparto de correspondencia, y le hace entrega al cura de una
carpeta. Una carpeta arcaica con forro barato de plástico negro, de las que
llevaban no hace mucho las niñas, con pegatinas de cantantes adolescentes, esas
que en un año se arrugaban de modo irreversible. El cura parece dudar si darle al calvo unas moneditas para sus gastos, pero finalmente coge la carpeta y la
sostiene en alto, como valorando cuánto pesa.
Entonces el calvo, con aire
solícito, se la abre para mostrar el interior: un rimero de aquellas subcarpertas
de cartulina azul añil, o amarillas descoloridas, que todos hemos usado. Una
por zulo, se supone. Joder, cuando yo era importante, allá por la prehistoria
de mi vida, solían pasarme una carpeta de firmas con un envoltorio sólido con
el logo municipal, y unos separadores de cartulina roja muy elegantes, con un
semicírculo recortado para pasar más cómodamente las páginas. En la era
digital, ¿qué menos que enviar la información de los zulos por email? O llevarla
en un pen drive, con el logo etarra
de la serpiente y el hacha. O al menos que el artesano de la
paz (vale que venga sin chaqueta) se sentara enfrente e hiciera entrega de la
carpeta con las dos manos, y no medio desde atrás con ese gesto servil. La
escenificación del acto no sólo entierra la violencia paleta y cerril de este
grupo absurdo y tan dañino para todos; también representa el entierro del siglo
XX al completo, con sus glorias y sus miserias.
En el momento actual, hemos de
estar muy atentos, sin caer en teorías conspiranoicas, para diferenciar la
verdad de la mierda que nos venden los medios. La presencia de un tipo tan
imprevisible como Trump al frente de la nación más poderosa, introduce un punto
aleatorio súper interesante en el ajedrez mundial. Podemos imaginar a Putin, el
rey de negras, diciéndole a su peón Al
Assad: –Anda hombre, échate una bombita química en un pueblo y a ver qué hace
el pelo-zanahoria. Y Trump, que hizo toda la campaña electoral prometiendo que
estas cosas le iban a importar un rábano, que él iba a mirar sólo hacia
adentro, se indigna y manda los tomahawks,
como hubiera hecho Mrs. Clinton en su lugar. Y Putin, que es un gran actor al
que no se le nota la sobreactuación, le dice ahora a Al Assad: –Muy bien, tío,
ahora nos vamos a enfadar mucho. Son las reglas de este ajedrez macabro.
Los que tenemos una cierta edad
ya sabemos mucho de estas cosas. Y, en nuestras generaciones, a veces
es la gente del mundo del cine la que tiene una mayor lucidez. Ya sé que la
audiencia de este blog cae en picado en los períodos de vacaciones (lo que
viene a sugerir que el personal sigue mis posts en horas de trabajo, matiz que
me abstendré de comentar). Ello no obstante, les voy a poner unos deberes: la
lectura de un par de entrevistas recientes con gente del cine, que destacan precisamente
por eso: su lucidez. La primera es con el director finlandés Aki Kaurismaki,
que anda por Vigo presentando su última película, llamada El otro lado de la esperanza, estrenada
en la reciente Berlinale. La anterior película de Kaurismaki, El Havre, creo que es de lo mejor que he
visto en los últimos años, intenten verla si pueden. Este hombre, de una claridad
mental cegadora, huye del duro invierno finlandés y pasa gran parte del año en
Viana do Castelo. Por eso se ha acercado hasta Vigo a promocionar su film.
Además, es un birrero notorio, como
puede comprobarse en la foto de la entrevista que pueden leer AQUÍ.
Ya que estamos en Vigo, supongo
que se han enterado de la noticia: el Celta se va de la ciudad. Era algo
imposible de prever, una muestra más del carácter aleatorio e imprevisible del
mundo en que vivimos. ¡Adónde vamos a ir a parar! ¿A que ninguno de ustedes se esperaba semejante despelote? Tampoco creo que previeran que Bustamante se iba a separar de
su pareja. Yo no, desde luego. Incluso les confieso que casi no sé ni quién es ese
señor tan famoso. Me suena que canta, pero no podría nombrar uno solo de sus
éxitos y no creo que lo descubriera en una rueda de identificación de la
policía. Pero sigamos con gente más interesante. Una auténtica institución en
el mundo del cine es el actor Michael
Caine, octogenario súper inteligente, que dice exactamente lo que piensa. Por
cierto, he de decir que Caine, un londinense auténtico, es desde siempre el
ídolo de mi amigo X, que tiene un punto británico innegable. AQUÍ
pueden leer la entrevista que ha concedido, con motivo del estreno de su
película Un golpe con estilo.
Esta película relata
un atraco perpetrado por tres jubilados agobiados por su mala situación
económica, una idea que ya se desarrolló en el cine español en la
extraordinaria Los dinamiteros (Juan
García Atienza-1964), con el gran Pepe Isbert en el papel del veterano jefe de
ese gang delirante. De ese film ya se habló aquí en un texto muy celebrado, el
Post #334,
“Ancianos Dinamiteros”. Algunos de los personajes que salían en aquel texto ya
se han muerto, como el entrañable cura Paco. También ha fallecido un tipo que
podría haber figurado en ese elenco con todo merecimiento, el gran Jurgen
Kawan, el decano de los rockeros y bohemios de la República Checa. El rock es
una cultura global y este buen hombre, que nunca salió de Liberec, su ciudad
natal, se manejaba entre los tres compases del blues con la misma suficiencia
que un negro de New Orleans. Y siguió haciendo lo que más le gustaba hasta sus
últimos días. Un ejemplo de vida. Les dejaré de postre el vídeo de una de sus
últimas actuaciones. Casi sin voz, este hombre interpretaba así la legendaria
Hey Joe. En checo, por supuesto. Les deseo unas buenas vacaciones.
Algo le pasa hoy a tu blog. Sólo se puede entrar por el móvil.
ResponderEliminarCreo que ya está arreglado. Ayer estuvo el programa toda la mañana tontorrón. Incluso algunos comentarios de seguidores anónimos los convertía en internos, como si me los hubiera hecho yo a mí mismo.
EliminarUn matiz. No sé si el checo ese gordo se puede considerar un ejemplo de vida. En las imágenes se le ve soplando las velas del 70 cumpleaños, cuatro más que tú. Sin embargo, se le ve fatal, no me extraña que se muriera al poco. Como médico te diré que esa voz es la típica de los enfermos de cirrosis en estado terminal. Por desgracia he atendido a muchos. Al tío se le ve en todo momento con una pinta de cerveza al alcance. Pero hacen falta toneladas de cerveza para llegar a ese estado.
ResponderEliminarYo diría más bien un ejemplo de cabezonería. Particularmente prefiero la postura de Michael Caine, que no bebe y come cosas acordes con su edad. Por eso está tan bien de la almendra.
Escribiendo esto, ha entrado el otro comentario. A mi se me abre el blog perfectamente, como todos los días.
Supongo que tienes parte de razón. Pero cada uno hace lo que mejor le parece con su vida. A Carme Chacón le dijeron cuando tenía 10 años que tendría que llevar una vida tranquila, si no quería correr riesgos. Hizo caso omiso, y vivió 46 años intensos.
EliminarYo no me atrevo a decir qué es mejor, si pasar por la vida de puntillas sin hacer lo que te gusta para no quemarte, o vivir con intensidad y disfrutar mientras puedas. Pero desde luego empancinarse a cerveza hasta destrozarse el hígado no parece una conducta muy recomendable.
Sobre el Celta, se dice que a partir de ahora va a llamarse Real Club Cerca de Vigo
ResponderEliminarEse es uno de los nombres humorísticos que idean los "seareiros" del Dépor. Le digo otros: CSKA de Mos, Esteagua de Mondariz y Villarriba Fairy CF. Cosas de los hinchas.
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