Después de unas semanas agitadas,
por fin tengo una tarde para tumbarme a la bartola y echar un vistazo un poco
más tranquilo a los diarios digitales. La verdad es que desde que volví de
Birmania, no he parado. Por primera vez en más de un año, he logrado trabajar
normalmente dos meses seguidos. Entre accidentes, baja prolongada, congresos y
viajes asiáticos no había podido hacerlo desde que volé a Londres, a mediados
de febrero de 2015. Esta semana empezó más o menos como siempre. El lunes por
la tarde tuve mi sesión mensual ordinaria del club Billar de Letras, en la que
analizamos el libro Del color de la leche,
del que ya les contaré. El martes tuvimos la Mesa de Urbanismo de Villaverde, que cerraba la
primera ronda que hemos hecho por todos los distritos para difundir las ideas y
los proyectos de la nueva corporación. Terminamos la sesión cerca de las nueve.
Y ayer me pasé la mañana en una
larga visita a Madrid Río con un curso de la Copenhaguen School
of Design and Technology. Porque en estos meses he seguido con mis actividades
de receptor de delegaciones extranjeras (la semana pasada me tocó hablar
durante una hora a otro curso, en este caso de la rama de Transportations
Science, una especie de ingenieros de tráfico, de la Universidad flamenca
de Hasselt. Yo les expliqué un poco el marco urbanístico de Madrid y la
historia más reciente de la ciudad, y después un compañero les habló de los
aspectos de tráfico y movilidad). Ayer, tras la paliza de Madrid Río, comí un
sándwich y me fui a la oficina porque tenía que terminar unas cosas. Y por la
tarde/noche tuve mi hora y media de taller de conversación inglesa. A la
salida, consulté cómo iba el partido Dépor-Real Madrid (1-2 al descanso).
Convencido de que nos iba a caer la del pulpo (como así fue) y acosado por el
aire helado que entró justo mientras estaba en clase, de pronto se me vino
encima todo el cansancio acumulado y me fui a casa a leer.
Hoy, al salir del curre, he
recuperado las buenas costumbres, me he tomado unas alubias con almejas en La Pitarra y me he subido a
echarme una siesta de las de pijama. Bien es cierto que, después me he vestido
y he subido andando hasta el FNAC de Callao, donde me he comprado los últimos
libros recién editados de Haruki Murakami y Andrea Camilleri. El de Murakami se
llama De qué hablamos cuando hablamos de
escribir, y me huele que debe de ser un poco pestiño, pero hay que mantener
la fidelidad a las figuras literarias de culto. Todavía tengo pendiente de leer
el penúltimo de Murakami, la colección de cuentos Hombres sin mujeres. Ya he comentado en alguna ocasión que los
cuentos no son lo que más me gusta de Murakami, pero también he dicho que es mi
ídolo y que cuando me jubile intentaré amoldar mis ritmos al programa de vida
que sigue este señor.
El caso es que he podido ver la
prensa digital, cómodamente tumbado en mi cama y enfundado en mi pijama de
cuadros azules y rojos. Y me he encontrado con la información más divertida del
día. El señor Trump ha habilitado un teléfono para que los ciudadanos se quejen
de la presencia de inmigrantes ilegales, o denuncien sus ataques o sus
diferentes tropelías. Y el primer día, las líneas se han bloqueado por la
profusión de denuncias sobre apariciones de extraterrestres. El humor es una
excelente forma de defenderse de la presión de los políticos reaccionarios,
pero es que en este caso, se lo han puesto a huevo, porque en Estados Unidos se
llama aliens tanto a los
extraterrestres como a los extranjeros que viven en el país, a su vez divididos
en legal aliens e ilegal aliens.
Lo explica muy bien un lector de El Mundo en un comentario a pie de la
noticia. Hay diferentes palabras inglesas para cada tipo de situación. En
primer lugar, foreigner, que designa
a todos los extranjeros, vengan o no vengan a USA. Luego están los immigrants, que son los que tienen un
visado de inmigrante que da derecho a residir en el territorio yanqui de forma
permanente. Y por último, los aliens,
que están en el país de forma transitoria. Estos pueden ser non-resident aliens (NRA), que son
turistas o visitantes esporádicos, o bien resident
aliens, que están amparados por un visado, por ejemplo profesores
invitados, o artistas con una beca, o músicos que vienen a grabar discos. Estos
últimos se conocen también como legal
aliens, por contraposición con los illegal
aliens, que han entrado de forma clandestina.
El caso es que no hay otra
palabra para designar a los que Trump ha demonizado y quiere expulsar del país,
y eso propicia un divertido juego de palabras, que ha sido aprovechado para trolear el teléfono de la esperanza
fascista/racista habilitado por el gobierno. Un gobierno al que, por cierto, no
le ha hecho puta gracia el asunto. Un portavoz de aire enfurruñado ha
proclamado que esa línea era un servicio público, que su inutilización es un
acto de vandalismo y que puede impedir proteger a alguien a quien roben o
ataquen. A mí, en cambio, me ha hecho mucha gracia. Vamos, que me descojono. Y
ya que estamos, les traigo un vídeo delicioso de Sting paseando por Nueva York
nevada. El estribillo es fácil de entender: I’m
an alien, I’m an legal alien, I’m an Englishman in New York. Pónganselo en
pantalla grande y disfruten.
Treinta años tiene esta maravillosa canción, que es de 1987. Tiene cojones. Cuatro años antes yo escuché a Sting en directo, con su grupo Police en el campo del Moscardó, en Usera, y pocas veces he visto dar a un cantante tantos brincos (llevaba unas mallas de colores muy ajustadas). Pero no le abramos la puerta a la nostalgia, que luego no hay forma de echarla. Los tiempos actuales también son apasionantes. Y esto me lleva a la segunda noticia más graciosa del día: la foto de Maduro con los independentistas catalanes. Por cierto, nos reímos por no llorar: la situación en Venezuela es explosiva, se teme la declaración de estado de sitio y le gente está acumulando alimentos en sus casas, con cuidado de que no les disparen los francotiradores del régimen (información que me envía una amiga venezolana). Veamos la foto.
Treinta años tiene esta maravillosa canción, que es de 1987. Tiene cojones. Cuatro años antes yo escuché a Sting en directo, con su grupo Police en el campo del Moscardó, en Usera, y pocas veces he visto dar a un cantante tantos brincos (llevaba unas mallas de colores muy ajustadas). Pero no le abramos la puerta a la nostalgia, que luego no hay forma de echarla. Los tiempos actuales también son apasionantes. Y esto me lleva a la segunda noticia más graciosa del día: la foto de Maduro con los independentistas catalanes. Por cierto, nos reímos por no llorar: la situación en Venezuela es explosiva, se teme la declaración de estado de sitio y le gente está acumulando alimentos en sus casas, con cuidado de que no les disparen los francotiradores del régimen (información que me envía una amiga venezolana). Veamos la foto.
Para mí
no es nada inesperado. Si acaso me sorprende la ingenuidad, la bisoñez de unos
señores que posan ufanos, sin imaginar que con esa foto están perjudicando a su
movimiento. Toda su gestualidad traduce una satisfacción realmente increíble,
como si estuvieran haciendo algo prodigioso. Ya por ese camino, les queda ir a
ver a Kim Jong-un. Seguro que apoya la independencia de Catalonia (esa que is not
Spain). El fondo del tema no me sorprende, porque llevo más de cuatro años
difundiendo mi opinión de que el independentismo catalán está del mismo lado
que los movimientos que lideran Trump, Farage, Le Pen, Wilders y otros
protofascistas. Aclararé que nunca les he emparentado con Maduro, son ellos
solos los que se han metido en esa camisa de once varas. Tampoco los he
homologado con el régimen de Corea del Norte, Dios me libre. Pero yo
empecé a decir que el independentismo no era de izquierdas, cuando poca gente
lo percibía así. Ahora mis opiniones ya están bastante extendidas, así que no
conviene insistir, es un tema que huele ya.
La foto con Maduro es coherente
con los últimos movimientos internacionales de los secesionistas. Mortadelo y
Puigdemont (como ya se les conoce) viajaron a los USA, donde aterrizaron como
auténticos aliens, en el doble sentido de la palabra. Fueron recibidos con
indiferencia y no consiguieron grandes apoyos. Alguno sí. Por ejemplo, el
congresista republicano por California Dana Rohrabacher, que lleva años
apoyando su movimiento. A este caballero le cayeron tan bien los chicos de
Cataluña que se acercó a su tierra poco después, para apoyar in situ su
movimiento. Este conspicuo senador, fue invitado a cenar con Puigdemont,
imagino que mungetas amb butifarra o
similar, porque al día siguiente tuvo que cancelar su agenda en medio de una
resaca importante.
Y ya que estaba por estas
tierras, pues se acercó al país vecino para apoyar explícitamente a la señora
Le Pen. Le acompañaba en estos avatares el congresista por Iowa Steve King, que
ya aprovechó para mostrar su apoyo abierto, nada menos que a Frauke Petry
(Alternativa por Alemania), el arriba citado Wilders y el líder de Libertad
para Austria Heinz-Christian Strache. Todo encaja. Ante ello, no sólo me
descojono, sino que además me esmendrello, que diría un asturiano.
Por si piensan que me estoy
inventando todo esto, pues AQUÍ
pueden ver un perfil completo del congresista por California. Algunos dirán:
¡Hombre, un diario que se llama El Español, no es muy de fiar! Bien la
información sobre el apoyo de este señor a Le Pen y demás fascistas europeos no
es de El Español. Pueden verla en el blog Human
Rights First, una página americana que, según especifica su perfil, lleva
más de treinta años defendiendo los derechos humanos y la libertad en todo el
mundo. AQUÍ
tienen la información. Créanme, que yo no les miento. Y sean buenos.