Hace hoy
diez años del mayor atentado sufrido en España desde la Guerra Civil, y parece
que todo el mundo se siente obligado a contar cómo lo vivió. A ese respecto
tengo la ventaja de tenerlo escrito. Ese día estaba yo cerrando el último de
mis libros de viajes sobre Sri Lanka y no tuve más remedio que añadir unos
comentarios sobre el atentado, que ahora me son útiles. Tal vez sea la única
utilidad de esos libros que me esforzaba en escribir a mano en folios
interminables, que después me pasaba a máquina alguna secretaria amiga, a la
que pagaba unos dinerillos, y que luego repartía en ejemplares fotocopiados a
los pocos seguidores que conseguían tragárselos.
Mucho ha
cambiado el mundo en estos diez años. El mundo en general y también mi mundo
particular. Ahora escribo a toda velocidad directamente en el teclado de mi
ordenador portátil y mis textos, en cuanto superan apenas dos folios, los subo
en este blog. En 2004 yo tenía una familia con dos niños pequeños y no vivía
como ahora en el centro urbano, sino a 30 kilómetros de Madrid, por lo que
venía al trabajo en tren, después de dejar el coche en un aparcamiento
disuasorio ligado a una estación, donde me cobraban un euro por la estancia de
todo el día. En mi mente no había ni la más ligera sospecha de las vicisitudes
que me esperaban en estos diez años, finalmente los más vertiginosos de mi
vida.
El 11 de
marzo de 2004, tenía yo clase de inglés de 8 a 9 de la mañana en mi oficina,
así que me levanté a las 6:30, y a las 7:00 estaba en uno de los asientos de un
abarrotado tren de cercanías de la línea C-8, la misma en la que estallaron
parte de las bombas, pero en sentido contrario. Debía bajarme en Nuevos
Ministerios, para empalmar allí con el Metro a Colombia, como todos los días.
Llegados a Chamartín, mi penúltima estación, a las 7:45, el tren se paró. Un
rato después empezaron a sonar los móviles de la gente. Una chica al borde de
la histeria dijo: “están estallando bombas en las estaciones” y se bajó
corriendo. Algunos nerviosos la imitaron, pero la mayoría seguimos sentados en
el tren. Pensábamos en falsas alarmas o, en el peor de los casos, en bombas con
aviso de colocación. Estábamos en la vieja Europa y otro tipo de sucesos sólo
era concebible en lugares como Filipinas, la India o Bangla Desh.
Instantes
después sonó la megafonía: “Por favor, abandonen ordenadamente las unidades,
hay una amenaza de bomba”. Ahora sí que nos bajamos todos, despacio,
refunfuñando por tener que dar una vuelta más larga en el Metro, o caminar un trayecto
inesperado. En el Metro oí a alguien hablar de cinco muertos, pero me sonó a la
típica intoxicación informativa. Al salir de clase de inglés ya se hablaba de
40 muertos. El número no cesó de crecer en todo el día. A media mañana,
escuchamos por la radio a un atribulado Arnaldo Otegui declarando que era
imposible que ETA fuera la autora del atentado. El hecho de que Otegui se
horrorizase daba la verdadera magnitud de la tragedia. Un tipo como él no se
horroriza por cuatro o cinco víctimas de nada. Pero si traigo aquí esta
anécdota es porque, en ese momento, yo supe que había sido Al Qaeda. Aquí
abajo, una recreación de las reflexiones que escribí en mi libro, en las que he adaptado el tiempo verbal al pasado y corregido algunas inexactitudes.
1.- Los
atentados me habían impresionado menos que los del 11 de septiembre. Yo me
siento ciudadano del mundo, y el que estos atentados fueran al lado de mi casa
no me influía mucho. Antes del 11-S, yo no me sentía amenazado. Yo vivía en un
mundo feliz, bajo una cúpula de cristal. Era ciertamente un mundo injusto y
desigual, pero pensaba que, con la acción de los movimientos antiglobalización
y la influencia de las ONGs, conseguiríamos poco a poco hacerlo más justo. Así
de ingenuo era yo antes del 11-S, y por eso mi impresión fue brutal. Desde ese
día supe que estábamos en riesgo. Por el mero hecho de ser urbanos y
occidentales. Ese modo de vida nuestro es lo que indigna a los fanáticos de Al
Qaeda. Que se lo pregunten sino a los usuarios de la discoteca de Bali que
saltó por los aires unos años antes. Los fundamentalistas dicen que nosotros
vivimos en el pecado y el desenfreno. Ellos querrían ponerles un burkha a
nuestras mujeres. Tras el 11-S, yo aprendí a vivir con ese miedo. El 11-M fue
algo cercano y doloroso, pero no me sorprendió como el 11-S.
2.- Tras el
11-S había tenido grandes discusiones con algunos amigos que, maravillados por
la precisión de los aviones suicidas y lo grandioso de la acción, primaban un
supuesto componente estético sobre lo horrible de esa historia. Sin embargo,
tras el 11-M, todos los que habían dicho “qué demasiao” o “los americanos, que
se jodan” reaccionaron con el mismo horror que yo y alguno hasta me pidió
disculpas por su anterior actitud diletante. Se ve que no es lo mismo decir
“que viene el lobo”, que verlo de
venir, refrán manchego que viene al pelo. A mí me dan la misma pena las
víctimas del Pozo del Tío Raimundo, que los oficinistas y limpiacristales de
las Twin Towers, los australianos que bailaban en Bali, los pasajeros de
autobuses israelíes volados por suicidas palestinos, o los palestinos de la
franja de Gaza acribillados por el ejército judío.
3.- Cuando
estuve íntimamente convencido de que no había sido ETA, sentí una clara
sensación de alivio. Esto no se debía a la eventual incidencia electoral del
tema, ni a la satisfacción de ver que mi primera intuición al escuchar a Otegui
era certera. Creo más bien que, con Al Qaeda, yo ya contaba. No he dejado de
tenerlos presentes desde el 11-S y me he acostumbrado a vivir con ese miedo. Si
hubiera sido ETA, tendría que haberme acostumbrado a vivir con dos enemigos de
idéntico nivel de brutalidad (el hecho de que las prácticas habituales de ETA
fueran menos brutales, no hace que sean moralmente menos condenables).
4.- Estoy
convencido de que el gobierno, en los primeros momentos, creyó honradamente que
había sido ETA. Al principio todos lo creímos, hasta el lendakari Ibarreche. En
mi caso, esa fue mi interpretación de los hechos hasta que escuché a Otegui. Lo
imperdonable fue el contraste entre el entusiasmo con que Aznar y los suyos se
entregaron a esa primera hipótesis que les favorecía electoralmente, y la
resistencia a reconocer las evidencias posteriores, que les perjudicaban ante
la gente. Cuando, por la tarde, en toda Europa se daba por hecho que había sido
Al Qaeda, los voceros del gobierno de Aznar seguían en sus trece, haciendo el
ridículo. Todo el mundo escuchaba la radio y seguía las entonces incipientes
informaciones de Internet (aun no había redes sociales), donde nadie tenía ya
dudas sobre la autoría de aquel horror.
Hasta aquí lo escrito ese día. Al día
siguiente participé en una manifestación unitaria de repulsa del atentado. Allí
se juntaba el rojerío, indignado por
la mentira planetaria de Acebes y compañía y dispuesto a ir a Génova a
llamarles mentirosos, fachas y cabrones, con los jóvenes peperos, melenita de
onda y jersey de Loewe al hombro, que iniciaban su típica cantinela: “vajcos
sí, ETA no” y eran rápidamente acallados por la mayoría que ya se inclinaba por
creer que los vajcos no tenían nada que ver en el asunto. Dos días
después se celebraron las Elecciones Generales, con la victoria de Zapatero y
sería estúpido negar que los atentados influyeron en el resultado.
Yo creo que
sí influyeron, pero no de la forma en que se siguen empecinando en creer Aznar
y los suyos. La gente menos informada se explicó el atentado como una respuesta
a la participación de España en el ataque ilegal a Irak, algo que no es
demasiado justo. Desde luego que España no tendría nunca que haberse embarcado
en esa aventura absurda. Pero aunque no la hubiera apoyado, estos atentados
eran posibles. Somos objetivo de Al Qaeda por el mero hecho de ser
occidentales, con el agravante de haber formado parte de Al-Andalus. Los
últimos sondéos antes de los atentados ya daban un resultado muy apretado, prácticamente de empate técnico. Creo
que lo que desequilibró ese empate fue la nefasta gestión de la información
sobre el atentado. Me explico.
En
circunstancias normales, un horror como este provoca un movimiento de
solidaridad hacia el gobierno que lo sufre y sus líderes. Es lo que sucedió en
Nueva York con Rudolph Giuliani, alcalde republicano desde 1993. Antes del
11-S, Giuliani había mostrado su intención de retirarse, padecía un cáncer, se
estaba separando de su segunda esposa y las encuestas le daban pocas
posibilidades de ser reelegido. Los demócratas se relamían ante la perspectiva
de su inminente victoria. Pero llegó el 11-S y Giuliani se convirtió en el
Alcalde de América. Sus apariciones y sus discursos en los días posteriores
reflejaban la conmoción, la tristeza, la rabia, la voluntad de luchar para
reconstruir anímicamente la ciudad. Las encuestas se invirtieron y, en enero
siguiente, volvieron a ganar los republicanos, con Michael Bloomberg al frente,
ya que Giuliani, convertido en un héroe nacional, insistió en retirarse.
Hubiera ganado si no.
¿Actuó así
Aznar? Es obvio que no. Cuando ya se daba por cierto que ETA no tenía nada que
ver, su gobierno siguió dando órdenes a sus voceros de que proclamaran que lo
blanco (y en botella) era negro. En España no apreciamos mucho a los
mentirosos, pero además es que estos señores mostraron, por encima de los
sentimientos de consternación y tristeza, un interés en aprovechar
electoralmente el asunto, un cálculo frío, unos despiadados objetivos de
conveniencia. Eso es bastante feo. Los votantes indecisos les castigaron por
ello. Esta es mi interpretación del asunto. Estoy convencido de que, si llegan
a afrontar el atentado como lo hizo Rudolph Giuliani en Nueva York, Zapatero no
les hubiera ganado.
Luego se han
tirado diez años dando el coñazo con la mochila en El inMundo, Telemadrid, la
COPE y otros medios, para no dar su brazo a torcer. A Pedrojota le encantan
este tipo de historias conspiranoicas y se sumó con gusto a la teoría. Ahora le
han pagado los servicios prestados con una patada en el culo y nadie siente
pena por él. Es el destino de este tipo de personajes.
No puedo estar más de acuerdo con usted con respecto a Pedrojota. Un personaje que cuandl habla se cree subido a un altar de superioridad moral y periodística, y no es más que la representación máxima de la mediocridad de muchos periodistas que trabajan a sueldo de la derecha mediatica.
ResponderEliminarPedrojota es un tipo al que mueven el rencor y otros sentimientos poco presentables. Encontró el filón del GAL y desde entonces lleva buscando teorías conspiranoicas para ver si vende más periódicos. Al final, se ha convertido en un esclavo de su propio personaje: en sus últimas colaboraciones en el inMundo, ya cesado como director, en las que fantasea con que la Jota de su nombre es de Jonás y afirma escribir desde el vientre de la ballena, no puede dejar de sugerir que se le ha cesado porque se estaba metiendo mucho con Rajoy. Partidarios de esta teoría dicen que estaba sentenciado desde que publicó los papeles originales de Bárcenas, que el grupo del que depende el inMundo es italiano y que Rajoy viajó no hace mucho a ese país con el único propósito de forzar su cese. Como si nuestro ínclito presidente no tuviera otras preocupaciones más urgentes. En fin, que cada uno se crea lo que quiera.
EliminarDesde la caverna mediática se ha sostenido que el atentado no está del todo claro que fuera obra de Al Qaeda, que había mucho interés en descartar la participación de ETA, una participación que tendría el objetivo de forzar la victoria de Zapatero. Esto es algo que ofende a la inteligencia, pero ha hecho que el inMundo siguiera dando el coñazo con la mochila de los cojones durante diez años. Además de una pesadez ha sido una felonía y un tormento para los familiares de las víctimas, como muy bien dice Jorge Martínez Reverte, en el comentario cuyo link les transcribo aquí abajo. Ya saben que el formato de estas respuestas no admite hipervínculos, así que tienen que seleccionarlo entero y darle a "copiar". Y luego poner el cursor en la regleta de las direcciones de Internet y darle a "pegar". Joder, que todo se lo tengo que explicar. Léanlo. Merece la pena. Los párrafos finales son demoledores (y totalmente merecidos)
http://elpais.com/elpais/2014/03/11/opinion/1394536215_578779.html
En medio de impresiones personales, sentimientos y apreciaciones diversas, introduce usted un matiz que no he visto en ninguno de los cientos de artículos publicados sobre el 11-M.
ResponderEliminarA ver. Según Losantos, Pedrojota y otros especímenes, Rajoy perdió aquellas elecciones frente a Zapatero porque en su camino se interpuso el atentado. ETA estaba detrás, pero urdió una conspiración para que todo el mundo creyera erróneamente que había sido Al Qaeda y los españoles pensaran que era una respuesta a la participación de Aznar en Irak y votaran contra el PP.
Según usted, Rajoy hubiera ganado si el gobierno de Aznar gestiona bien la información del atentado, incluso hubiera aumentado sus porcentajes como consecuencia de ese suceso. Pues la verdad es que no se me había ocurrido pensar eso. Lo único que puedo decir es ¡manda carallo!
Creo que lo ha sintetizado usted perfectamente. La teoría de la conspiración ofende a la inteligencia, como le he dicho al comentarista anterior. El número de votantes de PP y PSOE suele ser bastante estable y parejo. Lo desequilibran las abstenciones. El 14-M una parte de los votantes del PP entendió que el gobierno les había mentido y que a sus dirigentes los habían pillado en un renuncio bastante repulsivo. Eso hizo que muchos de ellos se abstuvieran. Eso es lo que yo creo.
EliminarEste tipo de teorías conspirativas suelen germinar entre las personas crédulas. Alguien a quien yo quería mucho estaba convencido de que los americanos se tiraron las Torres Gemelas ellos mismos, y se ponía muy nervioso cuando le mirábamos mal. Decía que lo había leído en no se qué libro. Otros creen que Bin Laden llevaba ya muerto muchos años; que las fotos de su cadáver eran de un maniquí.
Yo, de todas estas historias, la única de la que estoy convencido que es cierta es la de que al Papa Juan Pablo I le dieron chicharrón. Los detalles se cuentan en "El Padrino III" y no tengo noticia de que la iglesia haya pedido la excomunión de Coppola.
Buenas noches, amigo.