lunes, 31 de marzo de 2014

241. El Metro

El Metro de Madrid es un lugar lleno de recuerdos y referencias para mí, lo he visto crecer y modernizarse, he podido compararlo con otros como los de Nueva York, Londres o París, y creo que ahora mismo, para los madrileños nacidos por todo el mundo (como yo), constituye un entorno grato, eficaz y seguro, en el que es fácil orientarse y desplazarse con agilidad en condiciones de comodidad incomparables (como me lean los de la compañía, me fichan de propagandista).

La primera línea de Metro la inauguró Alfonso XIII en 1919 y lleva en funcionamiento desde entonces. Se trata del tramo de la Línea 1 entre Sol y Cuatro Caminos. En su primera configuración, contaba con las estaciones (de norte a sur) de Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Martínez Campos, Chamberí, Glorieta de Bilbao, Hospicio, Red de San Luis y Puerta del Sol. El billete sencillo costaba inicialmente 15 céntimos (de peseta, no de euro). Mi padre contaba que, cuando él llegó a Madrid pocos años después, una peseta le llegaba para salir de farra al centro en la noche del sábado. Eso incluía transporte de ida (10 cts. el tranvía), cena con café, copa y puro (40 cts.), entrada a un café cantante con consumición (25 cts.), copa de medianoche (10 cts.), tranvía de vuelta al barrio (10 cts.) y propina al sereno (5 cts.).

Las estaciones de Puerta del Sol y Red de San Luis tenían los andenes a mucha profundidad, por lo que, en una y otra, se decidió habilitar sendos ascensores. Para proteger la entrada de esos ascensores, se pensó en construir unos templetes, a la manera del Metro de París, cuyos proyectos se encargaron a Antonio Palacios, el autor del Palacio de Correos en Cibeles, Círculo de Bellas Artes y Hospital de Maudes, entre otros. El templete de la Puerta del Sol, que pueden ver en la primera imagen, fue demolido en 1934, en plena República (Bienio Negro), pretextando necesidades del orden público y el tráfico (en ese momento confluían allí la mayor parte de las líneas de tranvía, más manifestantes, vendedores, buhoneros, descuideros, carros y carretas y los primeros automóviles).

El de la Red de San Luis sobrevivió hasta 1970, yo llegué a conocerlo. La magnífica marquesina de hierro y cristal, sobre el muro de sillares de granito, daba acceso al ascensor, y a una escalera de caracol que lo rodeaba, por la que bajaban los apresurados y subían los afectados de claustrofobia. En 1970 se desmontó pieza a pieza y fue llevada a Porriño (Pontevedra), localidad natal del arquitecto. Allí se reconstruyó en un jardincillo tranquilo, desde el que esta preciosa construcción tal vez recuerda los años pasados en una ciudad ruidosa y enloquecida, en la que le tocó presenciar, entre otras barbaridades del ser humano, como se desarrollaba una guerra fratricida de tres años. No tengan ninguna duda de que los edificios, como las estatuas, tienen recuerdos. Otra cosa es que no sepamos entender su lenguaje silente.

Entre 1920 y 1925, la red se cuadruplica. La Línea 1 se prolonga hacia el sur, con las nuevas estaciones de Progreso, Antón Martín, Atocha, Menéndez Pelayo, Pacífico y el Puente de Vallecas. Algunas de sus estaciones cambian de nombre: Martínez Campos pasa a ser Iglesia, Hospicio a Tribunal y la Red de San Luis a Gran Vía, mientras que Sol y Bilbao ven reducida su denominación. Además se construye la línea 2, desde la Plaza de las Ventas hasta Quevedo. E inmediatamente el Ramal Ópera-Norte, la tercera línea más antigua. Cuando llega la guerra, la Línea 1 se ha prolongado por el norte hasta Tetuán, la línea 2 se ha conectado con Cuatro Caminos y se ha construido un ramal Goya-Diego de León, cuyo servicio se interrumpirá para dedicar sus andenes a refugio antiaéreo.

Durante el franquismo la red de Metro creció continuamente, extensión que no paró hasta la llegada de la actual crisis económica (2007). Cuando yo llegué a Madrid en 1968, había sólo cuatro líneas: la 1 Plaza de Castilla-Portazgo, la 2 Cuatro Caminos-Ciudad Lineal, la 3 Moncloa-Legazpi y la 4 Argüelles-Diego de León. Además estaba el Ramal Ópera-Norte y el Suburbano que se cogía en Plaza de España, salía a superficie en la Casa de Campo y te llevaba hasta Aluche y Carabanchel. El precio del billete era de 6 pesetas. Guardo en mi memoria la excitación de las primeras veces en que me monté, el estruendo, el gentío, las aglomeraciones. Me gustaba especialmente sentarme detrás del conductor, para ver la perspectiva de las vías. Y los vigilantes de puertas, que sacaban un pie fuera, miraban que ya no entrase nadie más y giraban la palanca que las cerraba todas. Recuerdo que se fumaba en los vagones, pero creo que ya no estaba permitido escupir (en los bares sí, en las correspondientes escupideras de latón).

Algunas estaciones conservaban la decoración original de azulejos, como esta que ven en las imágenes. Se aprovechaba hasta la contrahuella de las escaleras para anunciar el bicarbonato Torres Muñoz. La Estación de Chamberí había sido cerrada y, cuando pasaba el convoy por sus andenes vacíos en penumbra, uno sentía un escalofrío imaginando historias de fantasmas que vagaban por el subterráneo. Alguien me contó una vez que allí había vivido una colonia de vagabundos que se cobijaban de la intemperie, pero supongo que era una leyenda: en aquellos años los grises los hubieran sacado a porrazos. En los vagones de entonces no había pintadas ni grafitis, pero en todas las unidades se repetían los pequeños carteles oficiales con advertencias como esta: “Tengan cuidado de no introducir el pié entre coche y anden”. Querían decir andén, pero lo escribían así, sin acento, lo que llevaba a un significado cuando menos equívoco.


El más extraordinario caso entre estos cartelitos dorados, sujetos a la pared del vagón con dos tornillos, era uno que rezaba: “En beneficio de todos, entren y salgan rápidamente. No obstruyan las puertas”. Cuando yo llegué a Madrid, TODOS los carteles (había uno en cada puerta de cada vagón, es decir, eran miles) habían sido manipulados con una cuchillita, de forma que la leyenda se convertía en “El pene de todos entre y salga rápidamente. No uyan las putas”. Era algo asombroso, miles de carteles habían sido sometidos a esa cirugía minuciosa para alterar su mensaje. En un tiempo en que la férrea censura impedía la aparición de frases como esa en ningún medio o lugar. Estoy convencido de que ese fue un trabajo perpetrado por una sola persona (un hombre). Es imposible que fuera de otra manera. Si hubieran sido varios, los letreros presentarían diferencias, y (quizá mis lectores lo recuerden) la manipulación era idéntica.  

Muchas veces he fantaseado con la idea de encontrar al autor de esa tropelía legendaria, de ese acto de vandalismo minimalista, auténtico precursor del grafiti, el street art, el arte povera y las performances al estilo Yoko Ono. Supongo que ya se habrá muerto y agradecería cualquier información al respecto. En una España todavía no recuperada del miedo de la posguerra, imagino a este señor como alguien pequeñito, con vista de lince y pulso de arquero, tal vez vengándose de algún viejo agravio sufrido por su familia. Lo imagino también culto (nadie de estratos modestos usaría la palabra pene, que muchos ni siquiera conocían). Puede haber sido alguien con un cierto trastorno obsesivo-compulsivo. Y desde luego, un hombre muy tenaz: no dejó un solo cartel sano. Muchos años después, los miembros del grupo de rock vigués Siniestro Total, homenajearon a este señor incluyendo en su merchandising unas camisetas con el lema en cuestión. Aquí tienen la foto de una de ellas.


En 1995, cuando Gallardón llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid, la red de Metro tenía 120 kilómetros. Al final de su segundo mandato, ocho años después, totalizaba 235. La ampliación incluía el llamado Metrosur, que une las localidades obreras del sur de la comunidad, con una línea circular. Esta línea se construyó contra la opinión de los directores de la compañía, que argüían que el servicio iba a ser muchos años deficitario. Desde el punto de vista empresarial, es preferible que los barrios se edifiquen sin Metro, que luego sus habitantes salgan a la calle con pancartas reclamándolo y construirlo sólo entonces. La obra es mucho más cara, pero el servicio es rentable desde el momento cero.

Frente a esto, Gallardón entendía que era una oportunidad única de coser el territorio sur del área metropolitana, que nada da más cohesión a los barrios que el Metro y que, si el servicio era deficitario al principio, a él se la sudaba. Y ya saben que este señor es cabezota, tenaz y minucioso, como el autor del cartelito manipulado del que les hablaba antes. Ahora que lo pienso: ¡No habrá sido el propio Gallardón el autor de la gran tropelía!

Que pasen una buena noche, a pesar del horario a contrapié.

sábado, 29 de marzo de 2014

240. Juicios y apellidos vascos

El otro día le preguntaron en la radio a Paco Jémez, el mítico defensa del Depor que ahora entrena al Rayo Vallecano, si se sentía anímicamente preparado para afrontar el partido de este fin de semana frente al Real Madrid en el Bernabeu. Respuesta del tipo: −Claro que sí. Ya me he comprado un traje y todo. Yo voy al Bernabeu y estreno traje. Algo así hice yo ayer: para acudir al juicio contra el Ayuntamiento por impago de mi premio de treinta años de servicio, me puse mi mejor terno y me presenté en la sala hecho un pincel. Dice mi amigo Paco Couto, veterano de unos cuantos juicios, que la apariencia es fundamental en estas lides, que al tipo que se presenta, por ejemplo, con un pendiente en la oreja, lo declaran culpable seguro.

En este caso, yo actuaba de denunciante, pero lo mismo da. Por consejo de mi abogado, estaba previsto que no abriera la boca en el juicio. Me parece un consejo muy acertado. Todos tenemos en mente al típico acusado que toma la palabra, se pone estupendo, y echa a perder la estrategia de la defensa. Por la mañana, mi hijo me transmitió su escepticismo acerca de que fuera capaz de estarme callado durante todo el juicio. Me debe de considerar un palizas. Pero yo soy un tipo bastante respetuoso con los profesionales de cada ramo. En una cosa como ésta hay que dejar el duelo al fiscal y al defensor, permitirles que desarrollen su esgrima y jueguen sus bazas y confiar en que el resultado sea el pretendido. Ellos dominan el escenario y saben en qué condiciones pueden ponerse estupendos y con qué resultados.

Ayer, por ejemplo, mi abogado se vino arriba en un momento de su alegato y en tono apasionado dijo que qué pasaría si el recurrente (o sea, yo mismo) contrajera una enfermedad grave y entrara en estado terminal. ¿Quién cobraría entonces mi premio de los 30 años? Era una pregunta retórica, pero tuvo la virtud inmediata de que la señora juez dirigiera su mirada hacia mi persona y me midiera de arriba a abajo, como si me viera por primera vez. Aquí entró en juego mi terno oscuro inmaculado, la corbata azul marino con motitas claras y la planta de corredor veterano. Tal vez mi galanura sea una de las pocas bazas con las que cuento para un resultado favorable (ya saben que a Suárez le votaban masivamente todas las mujeres).

Porque lo cierto es que mi sensación íntima es que he perdido el juicio, en el doble sentido de la frase. Mi demanda es nimia y los jueces tienen sólidos argumentos para desestimarla. Pero en todo momento pensé que era mi obligación defenderme del atropello, aun con todas las de perder. Por mí y por todos mis compañeros, como se decía en el juego del escondite. Y en todo caso, ya veremos. La justicia española se basa en rutinas y entresijos difíciles de entender desde fuera y sus resultados son bastante impredecibles. Es una justicia acorde con nuestro nivel de desarrollo democrático y nuestro lugar en el ranking de las naciones más civilizadas.

Por descontado que yo prefiero tener una justicia como ésta que no la que tienen ahora mismo en Egipto, por ejemplo. Allí, como seguramente saben, acaban de condenar a muerte a 528 manifestantes pro-Morsi. Si no lo remedia el veto del gran muftí Alam, podemos estar ante la mayor ejecución masiva de ciudadanos desde Stalin. El gran muftí tiene en su mano rechazar la sentencia y yo he firmado esta mañana una petición colectiva de change.org para que ese importante personaje sea clemente y anule la pena. Al lado de este tremendo asunto, mi problema judicial es irrelevante y ridículo, pero ya saben que en este blog se entremezclan las cosas importantes con las nimias, como sucede en la vida cotidiana de cualquiera.

La otra noche fui a ver la película Ocho apellidos vascos, el gran éxito del cine español en estos días, y pasé un buen rato. Mi doble tocayo el director lleva más de 40 años haciendo cine, pero éste es su film número 15, así que tampoco es un tipo demasiado prolífico. Al revés que yo en el blog, prima la calidad sobre la cantidad. En esta ocasión, ha partido de la idea ya explotada por los franceses en la excelente Bienvenidos al Norte: llevar al límite de la caricatura los tópicos regionales y contraponer esos estereotipos mezclando dos pueblos tan diferentes como el andaluz y el  vasco. Tengo que decir que a mí me hacen mucha gracia tanto los vascos como los andaluces.

Sobre este tema de las peculiaridades de cada pueblo, que hacen que haya una manera de ser de los vascos, otra de los gallegos y otra de los franceses o los alemanes, tengo yo un viejo post que ha sido uno de los más leídos del blog: el #64 “De escoceses y otros estereotipos”, en el que se incluye un curioso chiste final acerca de la forma en que Dios repartió esas cualidades diferenciales entre los pueblos. Emilio Martínez Lázaro ha recurrido a unos estupendos expertos para reírse de vascos y andaluces. Para los primeros, utiliza a Borja Cobeaga y Diego San José, firmantes del guión, que son los creadores del programa de la televisión vasca Vaya Semanita. Desde esa tribuna semanal llevan años descojonándose de la situación vasca sin dejar títere con cabeza. Ellos arrancaron en un momento histórico crispado, en el que reírse de ciertos temas era una especie de herejía y han contribuido con su programa a que esa crispación desaparezca. El éxito de esta película en los cines vascos es demostrativo de que en Euskadi ya se puede uno reír prácticamente de todo.

En cuanto a la parte andaluza, Lázaro se apoya en dos personajes singulares, que responden a nombres tan corrientes como Alfonso Sánchez y Alberto López. Estos dos elementos se dieron a conocer hace dos años con una película desternillante llamada El mundo es nuestro. En ella interpretaban a un par de raterillos sevillanos que perpetran un atraco vestidos de nazarenos, atraco que se complica y propicia un montón de situaciones en la línea del mejor surrealismo. Es una película que les recomiendo vivamente y que se puede comprar ya en el FNAC y en cualquier tienda similar. Yo me la voy a comprar, porque es de esas cintas que deben verse varias veces para completar los diálogos que se te escapan en la primera visualización por las carcajadas propias y de los demás espectadores.

En El mundo es nuestro, los personajes centrales responden a los alias de El Cabeza y El Culebra. Alfonso Sánchez, que interpreta al Cabeza, es el responsable del guión y la dirección de esta película extraordinaria, una de las mejores que he visto sobre la crisis actual en España y cómo ayudan el humor y la imaginación a sobrellevarla. Sánchez y su socio recurrieron al crowdfunding para financiarla, porque tenían tan poco dinero como sus personajes. Y todos sus colegas aportaron lo que pudieron. Otro motivo más para que se la compren. Anímense, hombre, les juro que merece la pena. Aquí tienen el tráiler que circuló por los cines en 2012.


Bueno, pues Sánchez y López son precisamente los que interpretan en Ocho apellidos vascos a los dos amigos del protagonista, y estoy seguro de que se han hecho ellos mismos sus diálogos, los más hilarantes de todo el film. Porque esta película no es tan de reírse como la que les he recomendado que se compren. Es divertida pero tiene más de comedia sentimental en la que priman la ternura y los lazos afectivos y sale a flote algo que me parece fundamental: que las conexiones entre las personas (el amor, la amistad, los lazos de familia) están por encima de las diferencias entre los pueblos. Ya saben que Hanna Arendt decía no amar a ningún pueblo, ni siquiera al judío al que pertenecía. Ella amaba a su marido, a sus amigos, a sus colegas de la universidad, a sus alumnos.

Es importante que por fin nos podamos reír de los vascos y de los andaluces, y que ambos pueblos acojan la película sin complejos, hagan cola para verla y se rían las tripas con sus escenas más celebradas. La pena es que, justo ahora, ya no nos podemos reír de los catalanes. El último que lo intentó fue Boadella, con obras como Ubú president, que en este momento no le dejarían ni estrenar en Barcelona. Parece mentira que todo un pueblo se deje comer el tarro con lemas como España nos roba, y no vean la segunda parte del mensaje: Indepèndencia y així només vos robarem nosaltres. Estos también han perdido el juicio.

lunes, 24 de marzo de 2014

239. Intemperies

Ayer participé con mi grupo senderista en la anunciada excursión a las Cárcavas de Burujón, una zona de meandros del Tajo situada en el entorno de La Puebla de Montalbán, villa de buen tamaño situada aguas abajo del río, tras su paso por Toledo. Es zona de paisaje castellano, cuajada de historia, que se extiende hasta el piedemonte de la sierra conocida como los Montes de Toledo. Antes de llegar al embalse de Castrejón, el río traza unas curvas amplias, en las que poco a poco va horadando la montaña exterior, hacia la que tiende a extenderse como movido por una especie de fuerza centrífuga. Esa fuerza del río es la que produce estas cárcavas, que los lugareños llaman barrancas. En la parte interior de cada meandro sucede en cambio el fenómeno inverso: el río se retira y la tierra avanza formando islotes fluviales.



Los derrumbes del lado externo de los meandros han producido este paisaje característico, del que les pongo aquí alguna imagen. Es como una especie de Cañón del Colorado en pequeñito. Según los geólogos del grupo, el paisaje es el resultado de varias circunstancias, una de ellas la existencia en la zona de “un sustrato fácilmente deleznable”. Me encanta el lenguaje geológico y su transposición a otros universos (ya les hablé de los modelos de comportamiento endorreico). Después de escuchar estas explicaciones, he cambiado la versión de mi reciente historia laboral: ahora ya no creo que me cesaran por ser “escoria disidente” a la manera norcoreana, sino porque mi perfil presentaba estratos fácilmente deleznables, por el lado del parentesco con gente importante. Cuando vienen mal dadas y los jefes han de recortar puestos, es mucho más sencillo y práctico prescindir de los que carecen de apoyos en las alturas, elementos mucho más fácilmente deleznables que los otros.

Las excursiones de un solo día suelen hacerse en sábado, lo que pasa es que ésta se trasladó al domingo por la voluntad de la gran mayoría de miembros del grupo de apoyar sobre el terreno a los integrantes de las marchas de la dignidad del día anterior. No olviden que el grupo responde al nombre de Izquierda Senderista. Ya les he indicado en alguna ocasión la dirección de su Web, pero se la repito: http://izquierdasenderista.blogspot.com.es. El fundador y alma del grupo nos ha dejado hace poco y en la Web le dedican unas hermosas líneas muy sentidas, que desde aquí les agradezco por la cuenta que me trae.

Pero la vida sigue y en este foro ya hemos recuperado el sentido positivo, como a él le hubiera gustado. Con ese ánimo, ayer continuamos nuestro camino y, tras dejar las Cárcavas, hicimos unos cuantos kilómetros de marcha hasta llegar a los restos del puente romano de La Canasta, obra de ingeniería primigenia que permitía a una calzada romana secundaria dar el salto sobre el profundo cañón del río Torcón, afluente del Tajo. Parece que la calzada unía Toledo con algunos asentamientos cercanos a la provincia de Cáceres, uno de los cuales podría ser el que siglos más tarde albergaría la legendaria ciudad islámica de Vascos, cuyas ruinas pueden visitarse junto al pueblo de Navalmoralejo. Sorprende comprobar que los romanos ya utilizaban el ladrillo con gran maestría, para completar el basamento de sillares de granito. Aquí algunas imágenes de este puente singular, cuya estructura básica se conserva intacta.




Caminamos luego hasta San Martín de Montalbán en donde estaba previsto el almuerzo. En el restaurante Los Olivos, caímos los cuarenta y cinco de la excursión y dimos cuenta de los guisos de la cocina local que nos preparó la familia que lo regenta, como migas toledanas, alubias blancas con liebre, caldereta de cordero y otras exquisiteces. Luego el autobús nos recogió para llevarnos de vuelta, no sin antes visitar la iglesia de Santa María de Melque, un curioso ejemplo de templo visigodo reconstruido, del que les dejo algunas imágenes también. Teniendo en cuenta que la construcción está datada en el siglo VI, este singular edificio podría ser demostrativo de que el arco de herradura es un invento de la cultura visigoda, y por tanto puramente español, que los árabes incorporaron luego a sus cánones estéticos.




No hubo tiempo para más, pero la zona alberga algunos otros tesoros, como el palacio de La Ventosilla, conjunto versallesco actualmente de propiedad privada; las ruinas del castillo cristiano de Gálvez, que los vecinos llaman las tres torres, y un verraco de piedra de siete metros de largo, vestigio de la cultura de los vettones, pueblo ibero que se implantó en esta zona. Un bicho que deja en mantillas a los Toros de Guisando y otras esculturas de su tiempo. Yo creo que la posibilidad de darse de bruces con un verraco de siete metros justifica la promesa de hacer una excursión más larga por esta zona, proyecto en el que todos nos juramentamos.

Ha sido éste un año de muchas lluvias y los campos estaban muy verdes en tonalidades diferentes: más claro el trigo, más azulada la cebada cervecera, que se cultiva por aquí. A los lados de los caminos hay esparragueras salvajes, que producen unos espárragos similares a los trigueros, sólo que más negros, que los lugareños llaman espárragos de la piedra. Para cocinarlos han de partirse a mano, hasta la altura en que ya no se puede, y desechar el resto. Luego darles un pequeño hervor para eliminar el amargor, precaución no necesaria en los que se compran en el mercado. Bien secos con un trapo, se hacen a la sartén, revueltos con un huevo o salteados con jamón. Es como comerse un trozo del paisaje. Luego, al orinar, uno completa esta sinfonía olfativa de comunión con la naturaleza.

De cosas como ésta se habla en la excelente novela de Jesús Carrasco Intemperie (Seix Barral 2013) uno de los libros españoles más vendidos actualmente en Alemania y los países nórdicos. La historia es bastante terrorífica. Un niño que se escapa campo a través, un pastor anciano que le ayuda a esconderse y un alguacil malvado que les persigue, son prácticamente sus únicos personajes (es una novela bastante corta). Y el paisaje. El llano omnipresente, abrasado por un sol inmisericorde, donde uno ha de luchar, extremar su imaginación y su instinto y conocer muy bien el terreno para sobrevivir. Yo no lo sabía, pero Carrasco, extremeño de nacimiento, vivió su infancia en estos parajes toledanos, en los que se inspira para elaborar las minuciosas descripciones del medio donde transcurre la acción de su novela.

Tuve la suerte de leerla antes de Navidad y se la recomiendo vivamente, aunque no es para todos los estómagos. Es el duro relato de una peripecia dolorosa, que termina de la mejor manera que permiten las circunstancias. En el suplemento El Viajero, de El País del pasado 12 de diciembre, el escritor acompaña como guía a una periodista que recorre la zona. Los que organizaron mi excursión conocían el reportaje, cuyo link les pongo abajo. Incluso seleccionaron el restaurante siguiendo la recomendación del periódico. El dueño nos confesó que su negocio había experimentado un auge espectacular a partir de dicho reportaje. Les aconsejo que le echen un vistazo. Incluye mapa y unas fotos mejores que las mías.

No viene mal huir de la metrópoli de vez en cuando y aspirar un poco de aire puro. Sobre todo para salir de otras intemperies. Como aquella en la que nos está dejando el señor Rajoy. Una intemperie social, moral y política. Ya volveremos a ponerlo verde pronto. De momento reparen en el contraste con el fallecido Suárez. Un verdadero héroe de la democracia. Podía prometer y prometía. Y luego cumplía lo prometido. Rajoy, en cambio, reproduce el famoso refrán machista: prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido. Suárez fue un estadista de otro tiempo. De los que, para nuestra desgracia, ya no quedan. Y encima era seguidor del Depor, en el que jugó de juvenil y del que era socio y Presidente de Honor. Aquí tienen el link a la Web del club, para que vean que es cierto. Yo no miento sobre ciertas cosas. Que pasen un buen día.   
http://www.canaldeportivo.es/servlet/es.iris.servlets.Noticias?accion=4&ver=1&nid=27661&mid=14

viernes, 21 de marzo de 2014

238. Este muerto está muy vivo

¿Y ahora qué pasa, coño? Todos dándome la murga: que por qué no publico más posts, que llevo una semana callado, que si me pasa algo, que me ven desanimado, que están muy preocupados por mí, que mi último texto les dejó un amargo sabor a derrota, que venga, que arriba ese ánimo, que to’er mundo e’ güeno, etcétera. Pero vamos a ver. ¿No habíamos quedado en que yo estaba muerto? ¿En que salía del cuarto de baño y me encontraba entre los ascensores con el anuncio de mi propio funeral? De esa forma terminaba mi último post, ese que les ha gustado tanto. Aparte la referencia a un caso similar, ocurrido en Nueva York, cuya verosimilitud nadie ha cuestionado. Cuando un muerto sueña que está vivo, normalmente el hecho de encontrar una evidencia de que está muerto de verdad le hace despertar de su sueño y ser consciente de que ya no puede seguir escribiendo más.

¿Cómo? ¿Qué esa historia era fantástica, irreal, ilusoria? ¿Qué no era cierta? ¡Ángela María! Así que era un relato inscribible en el género de la literatura de terror. Un cuento inventado, tan falso como el de Évole y el 23-F. ¡Vaya por Dios! No había caído yo en ese matiz. ¡Qué putada! Yo que me había montado un funeral ateo en la iglesia de Vicálvaro y resulta que no se lo han creído. Pero entonces, si han interpretado que ese texto era fruto de mi imaginación calenturienta, ¿por qué están tan preocupados? Digo yo que toda esa historia del despido interior y la incomunicación con los compañeros será una parte más del delirio con que les obsequié la semana pasada. ¿No? ¡¡Ah!! Que esa parte es cierta. ¿En qué quedamos?

¡Joder! Ustedes mismos hacen su interpretación y ya la dan por buena. Se montan su película y se la creen. Según su teoría, yo estoy jodido, no hablo con nadie y por eso escribo ese texto, que es cierto hasta donde ustedes deciden que lo sea. El resto es un sesgo final irreal y falso porque así lo han decidido. Yo estoy jodido, pero no muerto. Y como estoy vivo, pero jodido, por eso no escribo en una semana. En estos días se me han acercado algunos colegas a darme la enhorabuena por el texto de marras. Se sienten identificados y me dicen: “macho, es que lo has clavao, tío, las cosas son exactamente como tu las describes”. Tal vez debía haber seguido la sugerencia de uno de mis followers, que me dijo que por qué no cambiaba el final, que en realidad los muertos son los otros. Algo así se decía en A puerta cerrada de Sartre: “L’enfer c’est les autres”.

Vale, ya no les vacilo más. Ya les tengo donde quería. Esto es literatura, nada es cierto ni falso. Parece mentira que se fíen de un gallego. Lo cierto es que en esta semana no he podido escribir en el blog a causa de mis ocupaciones diversas. Así sin ser exhaustivo, he tenido que ir a dar mi conferencia sobre el Avance de Plan General en tres Consejos Territoriales (Arganzuela el martes, Chamartín el miércoles y Moncloa el jueves). Cada una de esa intervenciones me supone repasar por la mañana los asuntos candentes de cada distrito, que no me sé de memoria y sobre los que es seguro que me van a preguntar.

Además he debido acudir a la Escuela de Caminos a dar una clase de hora y media en inglés a 25 estudiantes de un programa Athens, a los que he hablado sobre la importancia de la participación ciudadana en el urbanismo, las ventajas y los riesgos, una reflexión que nunca había contado, ni siquiera en español y con una presentación en power point que he tenido que preparar también a toda prisa. A continuación nos fuimos a hacer una visita en bicicleta a Madrid Río, que recorrimos entero, con paradas explicativas, seguida de una comida en el Matadero, todo ello también en inglés, tras la que me tuve que ir corriendo a casa a recoger el ordenador portátil, ponerme traje y corbata y llegar a tiempo a la Junta de Moncloa.

Más una larga entrevista con mi abogado para preparar nuestra estrategia en el juicio de la semana que viene por mi denuncia al Ayuntamiento por haberme birlado el premio de 30 años de servicios cuando sólo me faltaban seis meses, juicio en el que me arriesgo a perder y que me condenen a pagar las costas, porque soy el primero que ha hecho la denuncia y voy de ariete. Si todo va bien, será un servicio que haré a mis compañeros, que aguardan expectantes la sentencia. Más correr por el Retiro, más participar en la marcha de la dignidad del sábado, más atender a mi hijo, lo que supone comprar toneladas de comida y poner lavadoras a porrillo, que no es lo mismo estar solo que tener a un veinteañero hambriento que ha de cambiarse de ropa a mediodía para ponerse traje y corbata todos los días de la semana.

Y el domingo, el único día que podría no madrugar, resulta que tengo que estar a las 8.30 en la Estación de Chamartín, para subir a un autobús con mi grupo senderista para afrontar una excursión de un día a las Cárcavas de Burujón, un paisaje privilegiado de la provincia de Toledo. Ya me dirán de dónde saco tiempo para mantener mi blog. En fin, que otra vez les he engañado, que este muerto está muy vivo y que si no cuido tanto el blog como querría, es por falta de tiempo y no de ánimos. Pero no se preocupen. Los funcionarios como yo, aun en su fase menguante, somos una gente cojonuda y así lo ha revelado el Informe PIACC, también conocido como Informe Pisa de Adultos, según el link que les pongo aquí abajo

Cierto que hace mucho que no les hablo de algunos de sus temas favoritos, como las carreras de fondo, los catalanes o los brotes verdes que sólo ve el señor Rajoy. Como una imagen vale más que mil palabras, vean cómo interpreta los brotes verdes el dibujante de La Voz de Galicia. Les dejo, que tengo una prisa de la hostia.


P.D. Otro tema que tengo un poco abandonado es el asunto de los pedos. Hablando de muertos que están muy vivos, recuerden que una de las películas más valoradas de los Martes y Trece se llamaba precisamente: “Aquí huele a muerto… pues yo no he sido”. Si una imagen vale más que mil palabras, un vídeo no les quiero ni contar. Que pasen un buen finde.



viernes, 14 de marzo de 2014

237. Espectros en el Campo de las Naciones

Como saben, hace aproximadamente un año todo el personal del área municipal para la que trabajo fuimos deportados a un nuevo edificio en el Campo de las Naciones, a las afueras de la ciudad. La operación presentaba un doble beneficio para el Ayuntamiento. Por un lado, el edificio de la sede antigua se vendía a unos constructores privados para que lo tiraran y construyesen allí una promoción de pisos de lujo, un nicho de mercado que no se ha visto afectado por la crisis (y si tienen algún problema, se lo pasan al Banco Malo y santas pascuas).

Por otro lado, la operación permite dotar al edificio de la nueva sede de un “bicho”, en la persona de los 1000 funcionarios deportados, lo que facilita la venta de este segundo edificio, bajo la fórmula llamada sale and lease back: el nuevo propietario se convierte en nuestro casero, y el Ayuntamiento firma un contrato por el que se compromete a quedarse de inquilino durante diez años. Si sumamos el alquiler que se va a pagar a ese señor a lo largo de los diez años, tal vez salga una cantidad mayor que la que recibe ahora el Ayuntamiento. Pero ¿a quién le importa? El Ayuntamiento recibe cash, algo que necesita como el respirar, entre otras cosas para pagar los sueldos de los funcionarios (y más los de la amplia nómina de carromerillos que pululan entre nosotros). Luego, el que venga detrás, que arree.

Además, esto se hace después de varios intentos infructuosos de vender el engendro “sin bicho”. El edificio es una mierda (arquitectónica) firmada por el portentoso señor Bofill, que tampoco ha tenido un mantenimiento muy cuidadoso, por lo que nadie lo compraría ahora, excepto si le aseguran un “bicho” estable. En suma, somos una especie de rehenes que garantizamos con nuestra presencia aquí que el Ayuntamiento consiga dinero suficiente como para pagarnos a fin de mes. ¿Cómo? ¿Que no les parece bien? Desde luego, ustedes-vosotros, queridos lectores, sólo sabéis que venga de quejarse y venga de quejarse: siempre negatifos-nunca positifos. De todo tenéis ustedes que renegar. Me recuerdan al inicuo Bruno G.G. que, desde El País, le saca punta a todo lo que hace el equipo de gobierno. Si en vez de ser del PP fueran del PSOE o de la UPyD, seguro que no les ponía tantas pegas.

Pero vayamos a lo nuestro. Como ya les conté, después de 30 años de tener despacho propio, me he visto en la tesitura de integrarme en una open office, también conocida como oficina-paisaje. Es algo nuevo que, a mis años, ya me cuesta asimilar, aunque, para un observador de la realidad como yo, puede ser un valioso vivero de nuevas conductas y reflexiones al respecto. Como les conté también, mi viejo coche de matrícula de Barcelona se negó a hacer el recorrido al nuevo edificio y, el primer día que lo traje aquí, me dejó tirado y enfiló la ruta al desguace.

No hice yo lo mismo, a pesar de que tenía la vaga intuición de que la pérdida de despacho era un escalón más en mi descenso hacia el estatus de espectro del pasado, de funcionario amortizado, en línea con el rasgo más penoso de mi perfil de blogger. Al fin y al cabo, el protagonista de El Apartamento, genialmente interpretado por Jack Lemmon, recorre un camino inverso en el que pasa de la oficina paisaje a un pequeño despacho individual y luego a sucesivos despachos cada vez más grandes a medida que va subiendo en el escalafón. Pero, como digo, no seguí la ruta al infierno que me marcaba mi viejo y querido SEAT Toledo y procuré sobreponerme. Podía ser curioso eso de que yo le echara una bronca por teléfono a un administrado recalcitrante y, nada más colgar, escuchase a un delineante que me decía desde el fondo: “Ahí has estado muy bien, Emilio”. Aquello prometía ser divertido.

Un año después, he constatado que la cosa es al revés. Que estás en medio de la gente pero no te relacionas con ella. Que miras a los compañeros sin verlos, que enfocas la vista a los territorios neutros que nadie ocupa, hurtando las miradas directas a los ojos, igual que se hace en el Metro o el autobús. Que, cuando yo tenía un despacho y podía cerrar la puerta, tenía más relación con mis colegas, a los que visitaba a menudo para temas concretos. Que los ocupantes de esta pradera laboral nos pasamos el tiempo mirando hacia dentro, protegidos por la nube de invisibilidad que extendemos a nuestro alrededor cuando llegamos por la mañana, espectros todos de un pasado diferente, dedicados con esmero a la ardua tarea de pasar de puntillas por la jornada laboral.

Los funcionarios en proceso de amortización somos proclives a caer en lo que se ha dado en denominar el síndrome del despido interior. Pero ya saben que yo me rebelo frente a estas llamadas a dejarse ir, que no pienso venirme abajo, que estoy dispuesto a pelear, a defenderme con uñas y dientes de este mar de indiferencia que me rodea por las mañanas. Con ese propósito, ayer decidí hacer un experimento. Si nadie me dice nada, yo les devolveré la moneda. Hoy llegaría a mi mesa sin saludar a nadie, me sentaría y no le dirigiría la palabra a ningún compañero. Si alguien quiere algo de mí, que me lo diga. Si no, yo tranquilo, aquí fijándome como el búho. Lo había intentado otro día, pero acabé por ceder a la presión y le dije algo a la chica que tengo enfrente. Hoy me he levantado con el firme propósito de conseguirlo.

Esta mañana el tráfico estaba más fluido que de costumbre. En concreto, tengo que pasar junto a la entrada de un colegio en donde cada día se ponen las mamás y los papás en doble fila, y se monta un atasco considerable. Hoy era como si fuera Santo Tomás de Aquino, apenas había tráfico. Llegando frente al engendro de Bofill, observé otro hecho inusual. En la puerta principal no estaba el habitual grupo de fumadores que ocupan el porche exterior en invierno y en verano. Pasé de largo, entré en el garaje, aparqué, me bajé del coche y me dirigí al torno de entrada. Coloqué la tarjeta de fichar sobre el lector electrónico. El visor me mostró un letrero que decía “tarjeta no almacenada”. Es algo que pasa de vez en cuando, mi tarjeta pierde su código y tengo que pedir una nueva. Como en ocasiones anteriores, me subí en el soporte del torno y pasé las piernas por encima, ensordecido por el estruendo de la alarma, disconforme con esa maniobra. Es un tema sin importancia, después se habla con los de personal y se soluciona.

Arriba, entré por la esquina habitual y mantuve mi plan: no dije ni buenos días a las personas que estaban ya en sus mesas, consultando sus ordenadores o dedicados a vagas tareas indescifrables para mí. Esto es lo que hago todos los días: yo llego a mi mesa por el camino más corto y ese camino pasa por entre las mesas de trabajo de compañeros que no tienen la culpa de que les hayan colocado en un sitio de paso y no tienen por qué aguantar el coñazo de que todo el mundo les salude. Me senté, encendí el ordenador y revisé mis diversos buzones de mail. La aplicación PLATEA que organiza y clasifica toda la información que llega a mi oficina desde el exterior estaba bloqueada, pero tenía otra serie de tareas pendientes, suficientes como para concentrarme en mi trabajo y no hablar con nadie.

A media mañana hice un receso. Es el momento en que la gente sale fuera a tomar un café, pero yo suelo quedarme en mi mesa. En la zona de nuestro destierro no hay mucha vida urbana y yo prefiero comerme algo de fruta, que traigo cada mañana, y unas pipas de girasol peladas, de un paquete que tengo en un cajón. Nadie se había dirigido a mí, todavía. Los colegas parecían atareados, había el habitual runrún de conversaciones difusas en las que yo apenas suelo participar. En los tiempos en que tenía un puesto alto en el organigrama, debía manifestar una disposición más activa, muchas personas esperaban mis órdenes para ponerse a trabajar en una línea determinada y no hubiera podido hacer este experimento. Pero a medida que uno se acerca a la condición de funcionario amortizado, cada vez se tienen menos intercambios con los compañeros, que parecen siempre ocupados. A veces me he llegado a plantear si no me estaré convirtiendo en un pesado, un trasunto del abuelo Cebolleta al que todos rehúyen.

Al final de la mañana, la presión era insufrible. Ya no podía más. La condición de invisibilidad es algo que agota al más tenaz. Tenía que cortar, ya había demostrado lo que quería (que uno puede estar toda la mañana en el trabajo y no dirigirle la palabra a ningún compañero, sin que a nadie le importe una mierda). Ahora tenía que hablar con alguien. Aquello era insoportable. Escogí como primer interlocutor del día a la chica cuya mesa está frente a la mía, a unos cinco metros de mi silla. Tenía la mirada perdida y parecía abstraída en profundas reflexiones. Le hice un gesto con la mano pero no se dio por aludida. Me levanté y caminé hacia ella, interponiéndome en su campo visual con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando ya estaba llegando a su mesa bajó los ojos, como si de pronto hubiera encontrado el razonamiento que buscaba, y se puso a teclear en el ordenador a toda velocidad.

Qué borde es esta mujer –pensé, siguiendo de largo. ¿A quién podía buscar? La verdad es que últimamente ya no hablo con casi nadie. Me acordé entonces de mi amigo Enrique Ubillos, compañero de antiguas y largas fatigas, a quien hace un año dieron una mesa en la pared del fondo, en posición opuesta a la mía. Me acerqué esperanzado a saludarlo pero, cuando estaba ya cerca de su mesa, levantó la vista y dijo: “ponme con Carlos Cristóbal”. Detrás de mí, su secretaria, María, contestó: “ahora mismo”. Ambas frases parecían haber atravesado mi persona, como si de pronto me hubiera vuelto incorpóreo y no fuera más que una especie de  ectoplasma que vagara por los espacios intersticiales como un fantasma atribulado.

Aterrorizado, corrí al cuarto de baño de la esquina. Entré y me miré al espejo. Parecía tener el mismo aspecto de siempre. Quizá un poco más delgado. Me lavé las manos y la cara con agua muy fría y me esforcé en tranquilizarme. No había que sacar las cosas de quicio. Aquello no era algo muy diferente de lo que me sucedía todos los días. A medida que descendía por la pendiente del despido interior, me iba acercando a la insignificancia. Era normal que la gente, ocupada en sus diversas tareas, no me viera pasar. Respiré hondo varias veces, rehíce mi compostura y salí. Entonces, en el lienzo de pared que hay entre los dos ascensores descubrí un cartel fijado con cello, en el que no había reparado antes. Decía lo siguiente:

El funeral por nuestro compañero Emilio Martínez Vidal tendrá lugar en la Iglesia de Nuestra Señora la Antigua de Vicálvaro a las 19.30 de hoy, 14 de marzo de 2014. Se ruega puntualidad.

Para los que suelen decirme que exagero y tienden a no creerse lo que cuento, aquí les dejo la referencia de una noticia cierta, aparecida en el Nueva York Times hace unos diez años. Como ya sé que presumen de saber inglés pero luego no entienden ni torta, se la traduzco debajo. Que pasen un buen finde, ustedes que todavía no han alcanzado la insignificancia.


Trabajador muerto en su escritorio cinco días
Jefes de una empresa editorial están intentando averiguar por qué nadie se dio cuenta de que uno de sus empleados estuvo sentado muerto en su escritorio durante cinco días antes de que alguien le preguntase si se sentía bien. George Turklebaum, 51 años, que trabajaba como corrector desde hace 30 años en una empresa de Nueva York, tuvo un ataque cardíaco en la oficina abierta que compartía con otros 23 trabajadores.
Falleció tranquilamente el lunes, pero nadie se dio cuenta hasta el sábado por la mañana, cuando una limpiadora de la oficina le preguntó por qué estaba trabajando durante el fin de semana.
Su jefe, Elliot Wachiasky, ha declarado: “George era siempre el primero en llegar por las mañanas y el último en irse por la noche, así que nadie encontró raro que estuviera en la misma postura todo ese tiempo, y nadie dijo nada. Siempre estaba muy absorto en su trabajo y metido en sí mismo”.
Un examen post mortem reveló que llevaba muerto cinco días después de sufrir un infarto. George estaba corrigiendo manuscritos de libros de texto médicos cuando murió.
Moralejas de la historia. 1.- No viene mal que le des a tus compañeros un codazo de vez en cuando. 2.- No trabajes demasiado. De todas formas, nadie lo va a notar.

martes, 11 de marzo de 2014

236. 11-M

Hace hoy diez años del mayor atentado sufrido en España desde la Guerra Civil, y parece que todo el mundo se siente obligado a contar cómo lo vivió. A ese respecto tengo la ventaja de tenerlo escrito. Ese día estaba yo cerrando el último de mis libros de viajes sobre Sri Lanka y no tuve más remedio que añadir unos comentarios sobre el atentado, que ahora me son útiles. Tal vez sea la única utilidad de esos libros que me esforzaba en escribir a mano en folios interminables, que después me pasaba a máquina alguna secretaria amiga, a la que pagaba unos dinerillos, y que luego repartía en ejemplares fotocopiados a los pocos seguidores que conseguían tragárselos.
Mucho ha cambiado el mundo en estos diez años. El mundo en general y también mi mundo particular. Ahora escribo a toda velocidad directamente en el teclado de mi ordenador portátil y mis textos, en cuanto superan apenas dos folios, los subo en este blog. En 2004 yo tenía una familia con dos niños pequeños y no vivía como ahora en el centro urbano, sino a 30 kilómetros de Madrid, por lo que venía al trabajo en tren, después de dejar el coche en un aparcamiento disuasorio ligado a una estación, donde me cobraban un euro por la estancia de todo el día. En mi mente no había ni la más ligera sospecha de las vicisitudes que me esperaban en estos diez años, finalmente los más vertiginosos de mi vida.
El 11 de marzo de 2004, tenía yo clase de inglés de 8 a 9 de la mañana en mi oficina, así que me levanté a las 6:30, y a las 7:00 estaba en uno de los asientos de un abarrotado tren de cercanías de la línea C-8, la misma en la que estallaron parte de las bombas, pero en sentido contrario. Debía bajarme en Nuevos Ministerios, para empalmar allí con el Metro a Colombia, como todos los días. Llegados a Chamartín, mi penúltima estación, a las 7:45, el tren se paró. Un rato después empezaron a sonar los móviles de la gente. Una chica al borde de la histeria dijo: “están estallando bombas en las estaciones” y se bajó corriendo. Algunos nerviosos la imitaron, pero la mayoría seguimos sentados en el tren. Pensábamos en falsas alarmas o, en el peor de los casos, en bombas con aviso de colocación. Estábamos en la vieja Europa y otro tipo de sucesos sólo era concebible en lugares como Filipinas, la India o Bangla Desh.
Instantes después sonó la megafonía: “Por favor, abandonen ordenadamente las unidades, hay una amenaza de bomba”. Ahora sí que nos bajamos todos, despacio, refunfuñando por tener que dar una vuelta más larga en el Metro, o caminar un trayecto inesperado. En el Metro oí a alguien hablar de cinco muertos, pero me sonó a la típica intoxicación informativa. Al salir de clase de inglés ya se hablaba de 40 muertos. El número no cesó de crecer en todo el día. A media mañana, escuchamos por la radio a un atribulado Arnaldo Otegui declarando que era imposible que ETA fuera la autora del atentado. El hecho de que Otegui se horrorizase daba la verdadera magnitud de la tragedia. Un tipo como él no se horroriza por cuatro o cinco víctimas de nada. Pero si traigo aquí esta anécdota es porque, en ese momento, yo supe que había sido Al Qaeda. Aquí abajo, una recreación de las reflexiones que escribí en mi libro, en las que he adaptado el tiempo verbal al pasado y corregido algunas inexactitudes.
1.- Los atentados me habían impresionado menos que los del 11 de septiembre. Yo me siento ciudadano del mundo, y el que estos atentados fueran al lado de mi casa no me influía mucho. Antes del 11-S, yo no me sentía amenazado. Yo vivía en un mundo feliz, bajo una cúpula de cristal. Era ciertamente un mundo injusto y desigual, pero pensaba que, con la acción de los movimientos antiglobalización y la influencia de las ONGs, conseguiríamos poco a poco hacerlo más justo. Así de ingenuo era yo antes del 11-S, y por eso mi impresión fue brutal. Desde ese día supe que estábamos en riesgo. Por el mero hecho de ser urbanos y occidentales. Ese modo de vida nuestro es lo que indigna a los fanáticos de Al Qaeda. Que se lo pregunten sino a los usuarios de la discoteca de Bali que saltó por los aires unos años antes. Los fundamentalistas dicen que nosotros vivimos en el pecado y el desenfreno. Ellos querrían ponerles un burkha a nuestras mujeres. Tras el 11-S, yo aprendí a vivir con ese miedo. El 11-M fue algo cercano y doloroso, pero no me sorprendió como el 11-S.
2.- Tras el 11-S había tenido grandes discusiones con algunos amigos que, maravillados por la precisión de los aviones suicidas y lo grandioso de la acción, primaban un supuesto componente estético sobre lo horrible de esa historia. Sin embargo, tras el 11-M, todos los que habían dicho “qué demasiao” o “los americanos, que se jodan” reaccionaron con el mismo horror que yo y alguno hasta me pidió disculpas por su anterior actitud diletante. Se ve que no es lo mismo decir “que viene el lobo”, que verlo de venir, refrán manchego que viene al pelo. A mí me dan la misma pena las víctimas del Pozo del Tío Raimundo, que los oficinistas y limpiacristales de las Twin Towers, los australianos que bailaban en Bali, los pasajeros de autobuses israelíes volados por suicidas palestinos, o los palestinos de la franja de Gaza acribillados por el ejército judío.
3.- Cuando estuve íntimamente convencido de que no había sido ETA, sentí una clara sensación de alivio. Esto no se debía a la eventual incidencia electoral del tema, ni a la satisfacción de ver que mi primera intuición al escuchar a Otegui era certera. Creo más bien que, con Al Qaeda, yo ya contaba. No he dejado de tenerlos presentes desde el 11-S y me he acostumbrado a vivir con ese miedo. Si hubiera sido ETA, tendría que haberme acostumbrado a vivir con dos enemigos de idéntico nivel de brutalidad (el hecho de que las prácticas habituales de ETA fueran menos brutales, no hace que sean moralmente menos condenables).
4.- Estoy convencido de que el gobierno, en los primeros momentos, creyó honradamente que había sido ETA. Al principio todos lo creímos, hasta el lendakari Ibarreche. En mi caso, esa fue mi interpretación de los hechos hasta que escuché a Otegui. Lo imperdonable fue el contraste entre el entusiasmo con que Aznar y los suyos se entregaron a esa primera hipótesis que les favorecía electoralmente, y la resistencia a reconocer las evidencias posteriores, que les perjudicaban ante la gente. Cuando, por la tarde, en toda Europa se daba por hecho que había sido Al Qaeda, los voceros del gobierno de Aznar seguían en sus trece, haciendo el ridículo. Todo el mundo escuchaba la radio y seguía las entonces incipientes informaciones de Internet (aun no había redes sociales), donde nadie tenía ya dudas sobre la autoría de aquel horror.
Hasta aquí lo escrito ese día. Al día siguiente participé en una manifestación unitaria de repulsa del atentado. Allí se juntaba el rojerío, indignado por la mentira planetaria de Acebes y compañía y dispuesto a ir a Génova a llamarles mentirosos, fachas y cabrones, con los jóvenes peperos, melenita de onda y jersey de Loewe al hombro, que iniciaban su típica cantinela: “vajcos sí, ETA no” y eran rápidamente acallados por la mayoría que ya se inclinaba por creer que los vajcos no tenían nada que ver en el asunto. Dos días después se celebraron las Elecciones Generales, con la victoria de Zapatero y sería estúpido negar que los atentados influyeron en el resultado.
Yo creo que sí influyeron, pero no de la forma en que se siguen empecinando en creer Aznar y los suyos. La gente menos informada se explicó el atentado como una respuesta a la participación de España en el ataque ilegal a Irak, algo que no es demasiado justo. Desde luego que España no tendría nunca que haberse embarcado en esa aventura absurda. Pero aunque no la hubiera apoyado, estos atentados eran posibles. Somos objetivo de Al Qaeda por el mero hecho de ser occidentales, con el agravante de haber formado parte de Al-Andalus. Los últimos sondéos antes de los atentados ya daban un resultado muy apretado, prácticamente de empate técnico. Creo que lo que desequilibró ese empate fue la nefasta gestión de la información sobre el atentado. Me explico.
En circunstancias normales, un horror como este provoca un movimiento de solidaridad hacia el gobierno que lo sufre y sus líderes. Es lo que sucedió en Nueva York con Rudolph Giuliani, alcalde republicano desde 1993. Antes del 11-S, Giuliani había mostrado su intención de retirarse, padecía un cáncer, se estaba separando de su segunda esposa y las encuestas le daban pocas posibilidades de ser reelegido. Los demócratas se relamían ante la perspectiva de su inminente victoria. Pero llegó el 11-S y Giuliani se convirtió en el Alcalde de América. Sus apariciones y sus discursos en los días posteriores reflejaban la conmoción, la tristeza, la rabia, la voluntad de luchar para reconstruir anímicamente la ciudad. Las encuestas se invirtieron y, en enero siguiente, volvieron a ganar los republicanos, con Michael Bloomberg al frente, ya que Giuliani, convertido en un héroe nacional, insistió en retirarse. Hubiera ganado si no.
¿Actuó así Aznar? Es obvio que no. Cuando ya se daba por cierto que ETA no tenía nada que ver, su gobierno siguió dando órdenes a sus voceros de que proclamaran que lo blanco (y en botella) era negro. En España no apreciamos mucho a los mentirosos, pero además es que estos señores mostraron, por encima de los sentimientos de consternación y tristeza, un interés en aprovechar electoralmente el asunto, un cálculo frío, unos despiadados objetivos de conveniencia. Eso es bastante feo. Los votantes indecisos les castigaron por ello. Esta es mi interpretación del asunto. Estoy convencido de que, si llegan a afrontar el atentado como lo hizo Rudolph Giuliani en Nueva York, Zapatero no les hubiera ganado.
Luego se han tirado diez años dando el coñazo con la mochila en El inMundo, Telemadrid, la COPE y otros medios, para no dar su brazo a torcer. A Pedrojota le encantan este tipo de historias conspiranoicas y se sumó con gusto a la teoría. Ahora le han pagado los servicios prestados con una patada en el culo y nadie siente pena por él. Es el destino de este tipo de personajes.

jueves, 6 de marzo de 2014

235. Upeydeiros

En este blog se han inventado ya unos cuantos palabros que tal vez debería patentar por si se popularizan: el tontol’audi, las medidas adoptadas con navideñidad y alevosía, el liberal-esperancismo, el prepostfranquismo, y otros que no recuerdo. A veces el lenguaje oficial del DRAE no es suficiente para describir lo que se quiere contar y hay que recurrir a estos vocablos no regularizados. Hoy me voy a referir a una nueva especie que ha irrumpido entre la fauna que pulula por mi entorno ecológico, y a la que no he encontrado descrita en ningún lado.

Como saben, estoy interviniendo en foros vecinales en los que suelen darme la réplica los vocales designados para esos foros por los diferentes partidos políticos del arco local. El discurso de la izquierda ya me lo conozco de largo y los veo venir a distancia. Lo mismo me pasa con los peperos. Pero hete aquí que, en medio de esta fauna ocupante tradicional del nicho medioambiental en el que yo me desempeño, ha aparecido una nueva especie, que busca su propio espacio en la jungla de asfalto: el upeydeiro.

Para los que no sean gallegos, he de aclarar que, en mi tierra, se llama peideiros a los pedorros, motivo por el cual, la industria papelera que se instaló cerca de Pontevedra, justo en los tiempos del prepostfranquismo, fue bautizada popularmente como A Peideira. Ya sé que generalizar es de tontos, y tengo que admitir que he encontrado asesores y vocales del partido ese en el que están pensando, que eran educados, tranquilos y propiciaban un debate de altura. Confieso incluso que tengo varios amigos y conocidos que pertenecen a ese colectivo y a los que para nada quiero ofender. Sin embargo, he observado ya a unos cuantos que presentan una caracterización similar y es a esos a los que he puesto el mote que titula este post. Primero ves a uno y dices: qué raro es este tío, qué discurso tan demencial y tan alejado de los parámetros habituales. Pero luego te salen otros dos o tres y llegas a la conclusión de que se trata de un estereotipo que puede definirse con precisión.

El upeydeiro es un personaje que te mira desde una altura ética inabordable, una altura que él solo se ha otorgado y sobre la que no admite la menor duda. A su lado, los demás somos como hormigas. Desde su estatura moral, el upeydeiro enhebra un discurso trufado de pequeños guiños, que vienen a dejar claro que ellos no forman parte del tinglado y tú sí. Que ellos no están contaminados por ninguna corruptela o interés venal. Que no han tenido que pactar para sobrevivir. Que provienen de una especie de limbo inmaculado. Estos tipos mean colonia, como suele decirse, y seguro que hasta piensan que sus pedos son de olor agradable, como el chico del chiste del sulfhídrico. Es como si se acabaran de bajar de un platillo volante.

Cada vez que intervengo en uno de estos foros, dejo claro al principio que yo soy un técnico, un funcionario, que no tengo nada que ver con ningún partido. Que a mí me paga el municipio y, en consecuencia, me dejo los cuernos por la ciudad de Madrid y por la marca Madrid. Los de los demás grupos respetan ese papel y me hablan con un discurso lógico, desde la perspectiva de sus diferentes posiciones ideológicas. El upeydeiro no. El upeydeiro empieza por poner en cuestión los datos que yo cito. Siempre parece tener mejor información. Te trata como si fueras un gilipollas, un ingenuo al que han engañado. Ellos saben que hay un tinglado pactado entre los dos grandes partidos, que a la Izquierda Desunida la tienen callada a cambio de las migajas del banquete y que los funcionarios somos todos cómplices del asunto, en algunos casos a cambio de favores y en otros por omisión o por ignorancia.

El upeydeiro te perdona la vida todo el rato. Parece estarte haciendo un favor, descendiendo de su Olimpo para explicarte las verdades del barquero. Te trata con la condescendencia que se merece un tipo capaz de creerse que el Ayuntamiento intenta hacer las cosas correctamente y trabaja para el bien común. ¡Se lo van a decir a ellos! Su actitud es muy irritante. Toman notas todo el rato y exigen datos minuciosos y precisos sobre los temas más pintorescos. Quieren saber cuántos metros cúbicos de granito o cuantos metros lineales de bordillo se instalaron en un proyecto determinado. Piden todos los papeles de cada tema para estudiárselos en busca de pufos y cohechos. Revisan obsesivamente hasta el foliado de los documentos.

Desde su atalaya impoluta, opinan con suficiencia y arrogancia. Su ademán es soberbio, ufano, engreído, irónico hasta el sarcasmo, propio de alguien que se sabe en posesión de la verdad. Ellos están en lo cierto y tú no te enteras. Tú vives en un mundo de Yupi. O bien estás pillado por el sistema (del que ellos no forman parte). Su discurso subraya también el hecho incontestable de que el rollo que tú sueltas puede ser suficiente para el vecino medio, proverbialmente inculto y dispuesto a creerse todo lo que le cuenten, pero no para ellos. ¡Por favor! El upeydeiro es más listo que la media y lo deja claro en cada frase que pronuncia. A ellos no les vale cualquier cosa. Necesitan un producto súper.

Ya he dicho en alguna parte que en el mundo del urbanismo no hay renovación. Que los que estamos en ese mundo nos conocemos de antiguo. Que siempre he tenido la sensación de ser el más joven de estas reuniones y que, con más de sesenta, muchas veces tengo la misma sensación. El upeydeiro es una excepción a esta regla. Lo que pasa es que uno ya es veterano, tiene los cojones negros de cien combates y le crecen percebes en las axilas. A estos tipos los tengo yo bien calados. El partido que les paga se encontró a principio de legislatura con cierto número de concejales, lo que le daba derecho a contratar a una serie de asesores. Como no tenían cuadros (problema típico de los partidos que empiezan, o amplían sus horizontes), abrieron la puerta a que entrase quien quisiera ayudar. Y por ahí se colaron los de siempre. Los arribistas. Los que hace 50 años se apuntaban al Movimiento Nacional, hace 35 al PSOE y hace 20 al PP.

¿Cuál es el futuro que viene? Pues yo lo tengo muy claro. La gente está hasta los huevos de los dos machos dominantes del bipartidismo. En las próximas elecciones sucesivas, la Upeydé, igual que la Izquierda Desunida, van a subir sus porcentajes de voto como la espuma. Y eso propiciará dos grandes alianzas. La izquierda y la derecha. A los dirigentes de la Upeydé les llegarán cantos de sirena del bloque de la izquierda para formar gobiernos de progreso, pero no los escucharán. La señora con cara de comadreja que tienen al frente se encargará de que no los escuchen. A esta señora no la valoraron en el PSOE y no lo va a olvidar nunca. Se dejará querer y luego se inclinará a su derecha. Así que me temo que el PP va a seguir mandando en todas partes, mediante acuerdos puntuales de gobierno en función de las circunstancias. Y, desde luego, siempre será mejor que no tengan mayoría absoluta. Algo se moderarán, digo yo.

¿Y, cuando la Upeydé establezca pactos de gobierno con el PP, qué será de la pléyade de upeydeiros arribistas que han contratado como asesores? Pues que ellos también tendrán que pactar con la realidad. Que ya no serán más esos diletantes insufribles de ahora. Pillarán poder y el poder corrompe, como dejó claro Maquiavelo. En cuanto tengan que tomar decisiones concretas, sabrán lo difícil que es gobernar, la de sapos que hay que tragarse y cómo los poderes reales acaban por devorarte. Algunos quizá se vuelvan asqueados a sus cubiles. Pero la mayoría aceptarán rebajar sus planteamientos, a cambio de los oropeles y la vida muelle que ahora tanto critican. Las dietas, el coche oficial y todo lo demás. Es lo que pasó con sus antecesores de hace 50, 35 y 20 años. Ya está todo inventado.

Ese es mi pronóstico y supongo que a mí me tocará verlo desde la barrera. Con 63 cumplidos, estoy ya en las posiciones de salida. Esta legislatura la he dado por perdida hace tiempo. Y tras las elecciones locales me quedará un año, en el que no creo que vuelva a pillar puestos de mucho interés. Por si acaso, aquí me tienen haciendo amigos para el futuro inmediato: llevo año y medio poniendo verde a Rajoy prácticamente a diario, el otro día dejé clara mi opinión sobre Lissavetzky (sólo tres personas creían que nos iban a dar la Olimpiada: Lissavetzky, Blanco y en Botella), y ahora me da por meterme con los upeydeiros. Definitivamente soy un caso perdido.

lunes, 3 de marzo de 2014

234. Un camelo

Eso es lo que es el mundo en que vivimos. Un puto camelo. Habitamos un universo virtual en el que nos acribillan con una lluvia de información, la mayor parte de las veces manipulada. Veamos unos ejemplos. En el weekend he recuperado una película que se me pasó cuando la estrenaron y que me interesa. Aun no la he visto, así que no tengo una opinión fundamentada, pero me la compré en la FNAC, en donde estaba de oferta. Me refiero a La vida de Pi, un film de hace un par de años. La historia parte del naufragio de una familia india, propietaria de un circo con animales, de viaje a Canadá donde esperan mejorar su negocio. Una tormenta hunde el barco en que viajan y se mueren todos, menos un adolescente y un tigre, que se verán obligados a pasar 277 días en una balsa minúscula, hasta que consiguen llegar a tierra firme.

La película obtuvo varios premios internacionales, pero sufrió la inevitable denuncia de las sociedades protectoras de animales. En USA, estas sociedades tienen un poder creciente y revisan minuciosamente cualquier cinta en la que participen animales. Aquí, ante las putadas que le pasan al tigre y también a algunos otros animales, sobre todo en la parte del naufragio, plantearon la típica denuncia de maltrato físico y psicológico continuado. El director, Ang Lee, se vio obligado a desvelar que no habían utilizado tigre alguno para el rodaje de la mayor parte de las escenas. Era una recreación digital. Un tigre virtual. Mucho más manejable e inofensivo que uno de verdad. Incluso añadió que, en algunas escenas en que sólo salía el tigre, probaron a filmar con uno de verdad, prestado por un zoológico, pero el pobre estaba acojonado (a los felinos no les gusta el agua, como sabrán), resultaba mucho menos creíble que el de mentira y encima casi se les ahoga de puro acojone. Abajo un link a un video sobre el rodaje de esta película, para los que tienden a creer que me invento la mitad de las cosas que cuento.

La película que se ha llevado la mayor parte de los Oscar de este año, Gravity, que por cierto es buenísima (no dejen de verla si no lo han hecho ya), es un muestrario de trucos de rodaje que logra unas imágenes bellísimas, soporte de un guión excelente, capaz de hacer creíble la historia que cuenta. Es obvio que no se ha rodado en la estratosfera donde transcurre. Desde que Matrix empezó a utilizar ciertos efectos especiales, todo el cine está lleno de este tipo de trucos. No sólo eso, sino que las actrices protagonistas suelen tener lo que se llama una “doble de cuerpo”, para lo que se cuenta con profesionales especializadas: dobles de tetas, dobles de piernas, dobles de culo, etcétera. No recuerdo en cuál de las últimas novelas de Murakami que he leído, uno de los personajes femeninos principales es precisamente una actriz que se gana la vida como doble de orejas. Las tiene preciosas.

El mundo del cine es capaz de hacer maravillas pero, si se pueden hacer tales cosas en una película, ¿por qué no utilizar esos trucos de rodaje en la vida real? Es una tentación a la que seguramente ha sucumbido más de un facineroso. Algo así era lo que planteaba Jordi Évole en su comentado programa de la semana pasada. En el propio cine se han contado historias de este tipo: personajes muy malos que involucran a expertos en efectos especiales para cometer algún crimen. Les recomiendo dos películas muy divertidas con historias basadas en esa idea: FX, efectos mortales, de 1986,  y Doble cuerpo, de 1984, dirigida por Bryan de Palma y con una Melanie Griffith jovencísima y guapísima.

Hasta aquí hablábamos de cine, un medio en el que el engaño es algo admitido y consustancial desde los hermanos Lumière. Pero es que la mayor parte de la información gráfica que nos llega está también trucada. Más de la mitad de las imágenes que se difundieron del huracán que arrasó Nueva York hace año y medio, se ha demostrado que correspondían a otras catástrofes. De hecho, las redacciones de los periódicos tienen un extenso archivo digital de imágenes. En cuanto se produce una marea negra, tiran de archivo de patos cubiertos de chapapote y publican la foto más vistosa. Y si llegan noticias de alguna hambruna en África, ya tienen preparada su colección de niños llorando con moscas en los ojos.

Otra cosa son las escenas preparadas. Ya hemos hablado en este blog de algunos casos muy claros. Por ejemplo, los premiados con el Gordo de Navidad. A lo mejor ustedes son tan ingenuos que se creen que los tipos salen a la calle con el champán y se ponen a hacer el mono espontáneamente y sólo entonces llega allí el equipo de TV. Pues no. El equipo llega primero, preparan el escenario, ajustan las cámaras, pasan los ayudantes con los medidores de luz y sonido y entonces dan la salida: venga, todos a hacer el gilipollas y a ponerse perdidos con las botellas de champán convenientemente agitadas.

Las chicas de FEMEN tampoco sacan las tetas al viento hasta que están listas las cámaras. En el futbol, el defensa que hace una entrada violenta debe enseguida levantar las manos abiertas y mirar a todos lados con gesto de “yo no he hecho nada”. Y el otro, en cuanto siente el mínimo contacto, se tira al suelo como si le hubieran matado.  Quizá piensen que soy desconfiado, como buen gallego, pero estoy convencido de que toda la información gráfica que nos llega es un puro camelo. Aquí tienen una imagen de hace unos días. Corresponde a una manifestación en Grecia. Véanla y les cuento cómo se tomó, según mi idea de cómo se generan estas cosas.


Bueno, pues yo lo veo como sigue. El fotógrafo tiene primero la idea. Tengo que conseguir una imagen que exprese con rotundidad el poder de la razón sobre la fuerza bruta, el diálogo frente a la violencia y la imposición. Algo que me garantice que me lo compran los periódicos, que yo tengo que comer, joder. Como buen artista, visualiza la imagen primero y se va con un socio (a lo mejor es su cuñado) al lugar en donde se está montando la mani. Hablan con los policías para que les permitan hacer la performance: a ver, a mí me dejáis ponerme detrás de vosotros, mi cuñado se pone a razonar frente a vuestros cascos y yo tomo la foto ¿de acuerdo? Esperad, esperad, que antes tengo que comprobar la luz y el encuadre. Vale, empieza ya a gesticular. ¡Joder! ¿No puedes poner una cara más expresiva? Que no le estás felicitando las pascuas, un poco más de énfasis, hombre. Esta no me vale, hay que repetir la toma.

Un puro camelo. ¿Qué es entonces lo real? Respuesta: el señor Putin. Dice John Kerry que este señor está utilizando estrategias del siglo XIX. Yo me quedaría en el XX. El señor Putin es analógico. Su actuación es hermana del aplastamiento de la revolución de Hungría en 1956, o la Primavera de Praga en 1968. Su matonismo le ha dado buen resultado, por ejemplo, en Siria, en donde occidente no se atrevió a intervenir finalmente. Ya les dije en algún post que la Unión Soviética había caído tras perder la carrera de la tecnología. La industria centralizada e intervenida por el Estado era incapaz de competir con las empresas del primer mundo. Ahora, Putin trata de reconstruir su zona de influencia de los tiempos soviéticos. Ya les conté hace unos tres meses lo que se estaba jugando en Ucrania y los riesgos que comportaba. Por una vez he sido certero y bien que lo siento. La cosa pinta mal para los ucranianos, que se creían que ya estaba todo hecho con su resistencia numantina en el Maidan y su centenar de mártires.

¿Qué hará ahora el mandiles de Obama? ¿Enfadarse mucho? No parece que pueda hacer mucho más. Por cierto, ¿han visto la foto en la Casa Blanca hablando por teléfono con Putin? Otro ejemplo claro de camelo. ¿Creen que una conversación tan delicada y trascendental se puede desarrollar con los fotógrafos pululando por allí? Para nada. Lo que pasa es que había que sacar una imagen adecuada a la dramática situación. Vamos, que venga un fotógrafo, yo pillo el teléfono y pongo cara de preocupación. Look informal, camisa oscura, mano en el bolsillo. Vale, ahora que salga todo el mundo, que voy a telefonear de verdad.

El ciudadano medio es crédulo por naturaleza. Llevamos siglos creyéndonos que existe el infierno, un lugar donde uno se cuece a fuego lento durante una eternidad (¿Alguno de ustedes ha sufrido una quemadura leve, digamos de un segundo? No se lo deseo). Y que la madre de Jesús lo parió sin dejar de ser virgen. Y que a San Isidro le hacían el trabajo los angelitos. Y que Mao batía records de natación. Los efectos especiales sólo han venido a cubrir la necesidad de la gente de que la engañen. Que duerman bien. Y tengan cuidado no vayan a acostarse en una cama digital y se peguen un batacazo.