El coloso brasileño está en
problemas. Con motivo de la celebración el año pasado de la Copa
Confederaciones de Fútbol, el pueblo salió masivamente a la calle a protestar
contra ese evento. Ahora se reanudan las protestas, ante la expectativa del
Mundial de Fútbol del próximo verano. Las imágenes que pueden ver en este link, de
ayer mismo, no están tomadas en Kiev, ni en El Cairo. Son imágenes de Sao
Paulo.
Estamos en un mundo convulso, con
varios focos de revuelta violenta: Egipto, Ucrania, Tailandia. En Turquía el
conflicto duerme de momento, pero fue también duro y crispado. Sin olvidarnos
de Gamonal. En este blog se han analizado en profundidad algunos de estos
conflictos, sobre todo, los de Egipto y Ucrania. Sorprende que en el gigante
brasileño, epicentro de la pasión por el futebol, u país du rei
Pelé e du jogo bunito, surja una contestación precisamente contra la
organización de unos campeonatos que normalmente colmarían los mejores anhelos
del pueblo llano y proverbialmente inculto.
Brasil es hoy en día la séptima
potencia mundial, si atendemos al PIB nominal bruto, es decir, total. Sólo la
superan Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Francia y el Reino Unido. Sin
embargo, Brasil procede de la colonización portuguesa, prima hermana de la
española, ambas desarrolladas desde los comienzos del siglo XVI. ¿Se han parado
ustedes a pensar alguna vez por qué la extensa colonia española se disgregó en
19 países y en cambio la parte portuguesa permaneció unida? Es una diferencia
que no se debe a la casualidad, sino a causas concretas, tras las que hay
también personas concretas. La rebelión contra las potencias coloniales tuvo
como protagonistas a los líderes de los propios colonos, españoles y
portugueses en cada caso. Los indígenas bastante tenían con luchar para
sobrevivir. Pero en la parte española surgieron mil caudillos que alzaron sus
armas para crear un enjambre de reinos de taifas, mientras en la parte
portuguesa hubo alguien que lo impidió.
Al final, todos los temas de este
blog acaban estando relacionados. En la gran colonia española, parte primordial
del viejo imperio donde nunca se ponía el sol, surgió un puñado de arturmases
(o arturmenos, como yo les
suelo llamar), que crearon 19 estados, muchos de ellos pequeñitos, de esos
que dice el unurabla que también han de tener un lugar bajo el Sol y,
por supuesto, en la ONU. A pesar de los esfuerzos unificadores de ciertos
caudillos clarividentes, como el gran Simón Bolívar, el resultado fue este:
Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador,
Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico,
República Dominicana, Uruguay y Venezuela (¿Se imaginan el potencial que
tendría ese conglomerado si formase un solo país? ¡¡Los Estados Unidos de
Latinoamérica!!). En cambio, la parte
portuguesa sólo generó un nuevo Estado. Un gigante cuyo PIB nominal bruto está
hoy por delante de los diecinueve que les he recitado.
¿Acaso creen que no hubo en la
parte portuguesa fuerzas disgregadoras? Pues sí, las hubo y muy poderosas. Si
esas pulsiones hubieran triunfado, hoy tendríamos un ramillete de estados postportugueses,
que se llamarían Bahía, Pernambuco, Rio Grande do Norte, Rio Grande do Sul, Río
de Janeiro, Paraná o Mato Grosso. Y, por supuesto, u gran ‘stado das Minas
Gerais, a terra du rei Pelé. No fue eso lo que sucedió. ¿Por qué? Alguien
lo impidió, como les digo. Exactamente el caballero cuya imagen pueden ver aquí
abajo. El gran Pedro II, segundo y último Emperador del Brasil (el primero fue
Pedro I, como podrían deducir ustedes mismos de la simple observación
secuencial terminológica).
Todo comenzó con la invasión
napoleónica de la Península Ibérica, allá por los inicios del XIX. La entrada
de las tropas francesas sorprendió a Portugal con una reina, María I, que
padecía Alzheimer, por lo que su hijo, el príncipe Juan, ejercía de regente. Este
futuro rey Juan VI, tenía varios hijos, pero el mayor murió de niño, por lo que
la línea dinástica pasó al segundo, Pedro. En 1807, toda la familia se va a
Brasil, para huir de las tropas de Napoleón. El traslado de la Corte a Río de
Janeiro fue algo extraordinario, emigró un 10% de la población de Portugal, se
llevaron 60.000 libros de la Biblioteca Real de Lisboa y construyeron allí un
edificio idéntico, piedra a piedra, para guardarlos todos.
Estos y otros excesos se relatan
en la divertida novela histórica El Imperio eres tú, con la que el
madrileño Javier Moro ganó el Premio Planeta de 2011, un texto que les
recomiendo vivamente. En 1820, expulsadas ya las tropas de Napoleón, Juan VI y
su corte regresan a Portugal, pero Pedro se queda en Brasil como regente (el
heredero del trono portugués, tenía en ese tiempo el título de Príncipe de
Brasil, como en España tiene el de Príncipe de Asturias). Están empezando ya a
surgir los movimientos independentistas y, desde Lisboa, su padre le ordena a
Pedro que regrese. Éste, por entonces ya casado en Brasil, se niega y entonces
es cesado como regente. Con un cabreo monumental, Pedro desenvaina su espada y
grita “¡¡INDEPENDENCIA O MUERTE!!" Es lo que se conoce como El Grito de
Ipiranga. Pedro se pone al frente de los insurgentes y es proclamado
Emperador de Brasil el 12 de octubre de 1822.
Pedro I tuvo un reinado breve y agitado,
marcado por luchas internas y externas. En 1826, el rey Juan VI de Portugal
muere, y Pedro decide regresar a la madre patria, a reivindicar sus derechos,
con la idea de volver a unir los dos tronos, proyecto al que se opone su
hermano Miguel, con el que iniciará una cruenta guerra sucesoria. Deja en
Brasil al cargo del país a su hijo menor, el futuro Pedro II, que tiene
entonces sólo seis años y está cuidado e instruido por varios tutores. Durante la regencia, las fuerzas vivas procuran no
inmiscuirse en la guerra portuguesa y mantienen un precario equilibrio en torno
al “rey niño”. La figura de su padre Pedro I no había tenido un apoyo unánime,
por eso de que era nacido en Portugal, y ya saben qué tontos se ponen con estas
cosas los independentistas, nacionalistas y similares. En cambio, aquel chaval
de 6 años, es ya nacido en Brasil, y su figura concita un extraño consenso.
Cuando alcanza la mayoría de edad, es coronado Emperador y empieza a dirigir el país con mano hábil. Su
Imperio durará hasta 1889. Toda una vida al servicio de su pueblo,
durante la que se ganó largamente el sobrenombre de El Magnánimo.
El Estado que recibió Pedro II
era un territorio en riesgo grave de desintegración, con fuertes tensiones
secesionistas de las diferentes regiones. Pero el Emperador fue capaz de
pacificar el país y convertirlo en una gran potencia. Era un tipo culto,
preparado desde muy niño para ser un estadista, que viajaba mucho por todo el
mundo, donde era recibido por los líderes de los principales países, que lo
trataban como a uno de ellos. El Emperador era un defensor de los derechos
civiles, un ilustrado que creía en la libertad y la cultura. Decretó la
libertad de prensa en todo su territorio. Impuso por la fuerza la abolición de
la esclavitud contra la opinión mayoritaria de las grandes fortunas y los
poderes locales. Gano varias guerras con sus vecinos. Y dejó a Brasil
convertido en una potencia emergente.
En 1889, ya anciano, fue
destituido por un golpe militar que instauró la república, un régimen no
demasiado popular en el país, cuyos habitantes adoraban al Emperador. Sus
partidarios le instaron a luchar, a defenderse, seguros de que el
pueblo les apoyaría masivamente. Pero el Emperador estaba cansado y no quería
un baño de sangre. Se marchó a Europa, en donde vivió modestamente un par de
años más hasta su muerte. Años después, sus restos fueron llevados a Brasil en
donde se le dispensaron grandes honores y ceremonias. Su gran creación, los
Estados Unidos de Brasil, sigue perviviendo en un mundo difícil y convulso. Todo esto que les he contado, tiene poco que ver con la problemática actual del Brasil, pero conviene conocerlo. En
el próximo post, nos centraremos en el momento presente.
Una luminosa lección de historia. Pedro II perdió el imperio precisamente porque creyó en la libertad. Prefirió ser amado a ser temido por su pueblo.
ResponderEliminarEra, sin duda, un estadista de los que ya no quedan, quitando tal vez al presidente de Uruguay. Y un gran desconocido entre nosotros, los españoles.
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