Resulta que mi digresión sobre
los pedos del señor Draghi ha sido muy valorada, es la entrada que ha
registrado más visitas, me han llegado correos de felicitación, y llevo unos
días que, en cuanto me asomo al pasillo a hacer una fotocopia, es verme la
gente y darles la risa floja, antes de llenarme de abrazos, besos,
enhorabuenas, carcajadas y entusiasmos desatados. Uno no es de piedra, los
halagos siempre gustan y, qué quieren que les diga, me he venido arriba, me he inflado
como un pavo y me he puesto un poco tonto. Soy humano y, además, mi autoestima
andaba falta de una mano de barniz laudatorio, que reparase los desconchones
del orgullo.
El caso es que en medio de esa
marea de halagos, encontré una mirada disidente, un pequeño sesgo escéptico, un
matiz incluso de una cierta melancolía. Todo eso traducían los ojos de mi
querido ordenanza digital con pinta de banderillero. Me felicitó también, como
los demás, pero yo lo conozco muy bien y sé adivinar en su mirada mucho más de
lo que expresan sus palabras. Así que le pregunté: “Qué pasa, Lisardo”. “Nada”,
me decía. No me lo quería contar. Al final, a base de provocarle, conseguí que
estallara: “¿Sabe qué le digo, jefe? Pues que escribe usted muy bien, pero lo
que no tiene es ni puta idea de economía”. La acusación era grave, así que me
lo agarré al Lisardo, lo invité a un café y le apliqué el tercer grado. Me lo
tuvo que repetir varias veces, porque en estas cuestiones soy un poco bolo,
y necesito que me expliquen hasta los más mínimos detalles, hasta considerar
que ya he entendido un asunto. Y, sólo en ese momento, soy capaz de
escribir sobre ello. La teoría del Lisardo es como sigue.
La declaración de Draghi sobre la
que yo hablaba, hay que situarla en contexto: como pieza de una serie de
declaraciones sucesivas. A primeros de agosto Draghi sale y dice: haremos lo
que hay que hacer. BAJA LA PRIMA DE RIESGO. Unos días después añade: el hecho
de que vayamos a hacer lo que hay que hacer, no implica que España no tenga que
pagar por ello y hacer unos ajustes de la hostia. SUBE LA PRIMA DE RIESGO.
Siguiente declaración: bueno, España tendrá que hacer ajustes, pero los
negociaremos con su gobierno y no será para tanto. BAJA LA PRIMA DE RIESGO. De
nuevo sale Draghi y ahora dice: Sí, pero quizá haya que tocar las pensiones.
SUBE LA PRIMA DE RIESGO. Lo van pillando. Es como el ritmo del reggaeton: un
pasito pa’ delante, morena, un pasito para atrás.
Nada de esto es casual, dice mi
avispado ordenanza y amigo. No sólo nada de esto es casual, sino que, cada vez
que sube la prima, hay unos cientos de especuladores y usureros que se forran
instantáneamente, porque habían apostado a eso. Y cada vez que baja, se forran
otros tantos ciudadanos, o tal vez los mismos. Es más, es que la verdadera
razón de que se haya creado la famosa Prima de Riesgo es precisamente esa:
disponer de una variable que cambie con rapidez, para poder apostar contra ella
en los mercados. Antes había el fútbol, pero las quinielas se han quedado
obsoletas y ya no son negocio.
Más aun. Una vez creado un
mercado de apuestas, lo cojonudo es hacerle trampas. En las quinielas, la forma
de hacer un negocio redondo, era comprar a un árbitro para que anulara goles
legales, un portero para que se le hicieran las manos vaselina, o un delantero
para que le entrase un lumbago súbito en el momento de rematar. Pues esto es
igual. El señor Draghi es un tipo al que han puesto ahí para que haga
precisamente esas manifestaciones. Aquí Lisardo admite dos
posibilidades: o bien Draghi es un miembro del grupo de tahúres, al que han
elegido porque habla bien, da la imagen y resulta convincente, o bien es un
pringaillo (así lo llama él), un empleado al que pagan por su trabajo y al que
pueden echar si un día sale, dice haremos lo que hay que hacer y no pasa
nada.
Rebobinando, el proceso es el
siguiente. El grupo de desalmados que nos está esquilmando, cruza sus apuestas
sobre si la prima va a bajar, o va a subir. El crupier planetario, que
seguramente tienen, dice la frase mágica: NO VA MÁS. Y es entonces cuando le
dan la orden a Draghi: Anda, pringao, sal ahí y di lo que tienes que decir, que
para eso te pagamos. Y hazlo bien, a ver si la vas a cagar. El hombre hace su
trabajo, sus amigos o jefes se forran otra vez y vuelta a empezar.
En fin, esto es lo que me explicó
el bueno de Lisardo, el ordenanza más listo de la Comunidad de Madrid. En ese
momento pensé: si todo eso es cierto, entonces los optimistas y confiados como
yo, somos unos auténticos gilipollas, capaces de creernos que la prima se mueve
al compás de los windschens de la señora Merkel. Me resisto a creerlo,
no puede ser cierto, es inaudito, es terrible, esto sólo puede ser fruto de una
imaginación paranoide.
Como no podía vivir con esa
angustia, corrí a buscar a Sagrario Pérez, mi asesora para temas económicos y
financieros. La abordé en plena calle y se lo conté todo a gritos, de manera
torrencial, echándome casi encima de ella, como un acosador callejero o un
cobrador del frac. Tenía la esperanza de que mi amiga me tranquilizara, me
confirmara que todo eso era falso, que se trataba de la típica muestra de la
mentalidad conspiranoica de algunos ciudadanos. Pero Sagrario Pérez no hizo
eso, sino que, después de escucharme con atención, dio un paso atrás para poder
mirarme de arriba abajo y dijo sólo: “¿Y tú lo dudas?”.
Ahora ya no sé qué pensar. Estoy
aterrorizado, esta noche tendré otra vez pesadillas. Soñaré con el señor Draghi
en primer plano, con un chaleco de rayas verdes y un habano en la comisura,
riendo sardónicamente mientras baraja sus naipes ante una timba de adolescentes
fumando como cosacos, mientras se juegan la paga semanal en la ruleta del
futuro casino del señor Addelson.
Me quedaba sólo un remedio: irme
a correr al Retiro. Y eso es lo que he hecho. He salido como alma que lleva el
diablo, a una velocidad muy superior a la que acostumbro, volando hasta casi
echar el bofe, saltándome semáforos en rojo, apartando a codazos a los demás
corredores, brincando sobre parterres, adelantando ciclistas, empujando
abuelas, asustando niños. No he parado hasta mi casa, en donde he recuperado el
resuello y me he bebido un litro de agua.
Mañana tendré unas agujetas de
caballo. Pero no importa. A pesar de las agujetas, iré a la manifestación que
toque, me pondré en la cabecera, levantaré el puño al cielo y gritaré hasta
quedarme ronco: NO ES UNA CRISIS, ES UNA ESTAFA, NO ES UNA CRISIS, ES UNA
ESTAFA, NO ES UNA CRISIS, ES UNA ESTAFA.
Desde Coruña se ven con cierta envidia esos paseos que te das por el barrio, aunque me parece que a las ferreterías con sabor les quedan dos telediarios. Aquí por ejemplo La Traida ya ha cerrado que yo sepa (Aunque no era una ferretería también tenía doe hermanas)
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