Ayer por la mañana fui al mercado. La verdad es que mi intención inicial al crear este Blog era escribir una entrada a la semana, a lo sumo dos. Para qué nos vamos a herniar, pensaba yo, total para mantener viva una página que no va a leer casi nadie. Pero el caso es que estoy escribiendo tantas cosas que las tengo que dosificar. Se ve que tenía un atasco creativo considerable. Como he visto que en el fin de semana el número de visitantes baja, pues me he propuesto ajustarme a un calendario. Colgaré mis entradas antes de acostarme, domingos, martes y jueves. Así la gente podrá entrar los lunes, miércoles y viernes, al llegar por la mañana a sus trabajos, después de ver los periódicos. ¡Ya ven qué ordenadito soy!
Ayer por la mañana fui al mercado. Me gustan estos sábados de otoño, en los que la calle Atocha bulle de gente que deambula arriba y abajo por las aceras, mirando escaparates y haciendo compras sin prisa. La calle Atocha comparte con otras, como Bravo Murillo o Marcelo Usera, el honor de ser antiguos ejes urbanos obreros, en donde los carpinteros, los fontaneros y los mecánicos venían a reponer el suministro menudo. Han desaparecido las dos ferreterías que había en la acera de los pares, en las que uno podía encontrar toda clase de clavos, clavitos, tachuelas, tornillos, escarpias, herrajes de puerta y pequeñas herramientas.
Pero permanecen otros comercios históricos. Se puede empezar por comprar un decimito en La Suerte Loca. No nos vendría mal al menos un reintegro, con la que está cayendo. Siguiendo cuesta arriba, está La Casa de la Miel, donde, además de todos los productos derivados de su nombre, se encuentran las mejores lentejas, judías de todos los tonos, garbanzos y especias naturales a granel. Y la sede de la Sociedad Cervantina, y un par de hoteles nuevos, grandes y lujosos, y el teatro Monumental, sede ahora de la Orquesta de la Rtve. En Antón Martín, nos espera el monumento homenaje a los cuatro abogados asesinados a comienzos de 1974. Es una recreación volumétrica del famoso cuadro de Genovés, “El Abrazo”. A mí me gustaba más el cuadro, en el que, detrás del grupo de gente que se abrazaba, se adivinaba un horizonte de gran profundidad, un horizonte de esperanza y de fraternidad. Al convertirlo en volumen, la escena se vuelve chata y achaparrada, y como que pierde dramatismo. Pero está bien que se homenajee a estos mártires de la transición.
Siguiendo por la acera impar, llegamos a un curioso comercio súper antiguo. Es una ferretería con fachada de madera bastante estropeada. Es tan modesta que no tiene ni nombre, se llama sólo Ferretería. El Ayuntamiento la ha incluido en el Catálogo de Establecimientos Comerciales Protegidos. Las dos señoras mayores que la atienden, que son hermanas, se merecen también una catalogación como monumentos a proteger. Deberían declararlas Bien de Interés Cultural. La mayor tiene un alzheimer incipiente y está en la gloria, siempre está de buen humor. La primera vez que entré en la tienda me saludó y me dijo que me encontraba más gordito, que se notaba que estaba comiendo mejor últimamente. La hermana menor está al quite y, en cuanto puede, te señala disimuladamente hacia la otra, como diciendo “ésta está p’allá”. Suele estar también de buen humor, sin dramatizar a cuenta de la situación de su hermana. No tienen mucho género, pero lo que ofrecen es de confianza y se les puede pedir consejo sobre todo ello (a la pequeña, por supuesto). Hoy está cerrada, tal vez cierra los sábados
Sigo mi camino hasta la panadería Peter Pan, en la que venden un candeal de primera. Algo más arriba está la iglesia parroquial de San Sebastián, donde está enterrado Lope de Vega, y de la que hablaré otro día porque ahora doy la vuelta para acceder al Mercado Municipal de Antón Martín. Es un buen mercado, hace años lo reformaron como a todos, le pusieron aire acondicionado, suelo de mármol y puertas automáticas. Ocupa dos plantas del edificio. La tercera está dedicada a escuelas taller, aulas de usos inciertos y una academia de baile flamenco. La academia está justo encima de una estupenda tienda de variantes (cómo me gusta esta denominación). Allí venden unas aceitunas de Campo Real para chuparse los dedos. El dueño aguanta el estruendo de los zapateados sobre su cogote con estoicismo resignado.
En la entrada del mercado, un tipo con la barba dividida en dos trenzas, y unos cuantos piercings en orejas y cejas, repartía papelitos a los visitantes. Le he cogido uno y me he enterado de que, a partir del próximo sábado, se inaugura un programa de actividades paralelas para dinamizar el mercado y completar el uso puramente comercial con una serie de actividades culturales y lúdicas: degustaciones gratuitas, animadores, música en directo, bailes y actividades infantiles. Me parece una idea muy buena, los mercados tienen que ser algo más que el lugar donde se compran las lechugas, y competir con los grandes centros comerciales del extrarradio, a donde van las familias de la periferia a pasar el día. El primer día habrá un guitarrista flamenco y un concierto de folk, entre otras actividades.
Entraba yo tan contento, pero me he llevado un disgusto. Félix, mi pescadero, ha cerrado el puesto sin avisar (o sin saberlo yo, al menos). El sábado pasado estaba abierto y ahora tiene unos discretos carteles que dicen “se traspasa”. Félix era un hombre joven aun, menudo, que llevaba el negocio con su mujer, encargada de cobrar, meter los paquetes en bolsas y otras tareas accesorias. Félix manejaba los cuchillos con precisión, sacaba rodajas de bonito idénticas, limpiaba las colas de salmón para prepararlo al horno o al microondas, y usaba el pulgar derecho para limpiar sus pequeños salmonetes sin mirar, a velocidad de vértigo, mientras charlaba contigo sobre la sequía, el calor, la subida del IVA y otros asuntos. Era joven, digo, y estoy seguro que se habrá ido a montar otro negocio en algún lugar mejor. Pero su desaparición me ha dejado el cuerpo regular. La crisis nos está dejando en cuadro.
De vuelta por el lado de los pares, compro lo último que necesito en el supermercado de la china Ana. Es mayor y se ha puesto ese nombre para integrarse mejor entre los españoles. No he conseguido que me diga cuál era su nombre chino. Toda su familia trabaja en la tienda. Termino mi periplo tomándome un vermú en La Vinícola Mentridana, un antiguo bar recuperado por un grupo de gente tirando a libertaria. Allí puede uno enterarse de los eventos que se preparan en el barrio, y sentarse tranquilamente a leer cualquiera de los periódicos que tienen encajados en bastidores de madera, a la manera antigua, para que no se los lleven.
La crisis viene pegando y estamos lejos de haber tocado fondo. Este es un país en vías de subdesarrollo. Pero tenemos que resistir. Como rezaban pequeños azulejos en las puertas de algunas casas cuando visité La Habana: AQUÍ NO SE RINDE NADIE.
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