Iba yo ayer por El Retiro, en esta época incierta en la que todavía hace calor, pero ya los castaños de Indias muestran sus tonos dorados que anticipan la llegada del otoño. La única hora buena para correr en estos días (salvo madrugón) es a las 8 de la tarde, pero es entonces cuando sale todo el mundo y hay que pelear por el espacio a codazo limpio con las auténticas hordas de corredores, ciclistas, patinadores, paseantes de perros, etcétera, que abarrotan los caminos. Los etcétera son los peores.
Aun así hay margen para pensar, y la cabeza se le va a uno a la economía, bajo el diluvio de datos que nos abruman. Yo no entiendo nada de eso, pero está claro que todo lo ha revolucionado la tecnología. La posibilidad de estar conectado en tiempo real ha cambiado las pautas de negocio. Hace unas décadas bajaba la Bolsa en Frankfurt, y uno no podía teletransportarse a Nueva York y ponerse a vender como un loco, anticipándose a los brokers locales. La crisis del petróleo de 1973 tardó cuatro años en llegar a nuestro país. Ahora las crisis son instantáneas. Un tipo estornuda en Hong Kong y al instante otro en Londres dice: ¡Bless you!, que es como dicen ¡Jesús! los ingleses.
En los “parqués” (con los recortes acabarán poniéndoles tarima flotante) hay cientos de tipos apostando a futuro: cien mil a que el precio del trigo de Arizona se derrumba, cincuenta a que sube la soja. En el trapicheo del zoco universal, sucede que algunos países se ven atrapados en deudas monstruosas, después de comprar cosas absurdas (a saber para qué les van a valer a los griegos los aviones de guerra que les han vendido los alemanes).
Para medir la salud de los países en problemas, se ha inventado un concepto nuevo: la Prima de Riesgo. Es como un termómetro que mide la fiebre. Francia se ha levantado hoy con unas decimillas. Italia y España tienen fiebre alta, y Grecia rompe el termómetro. Es un medidor de una finura asombrosa, que va cambiando cada minuto. En mi trabajo, el ordenanza de planta tiene un teléfono con whatsapp, que le va enviando datos al minuto. Y, cada vez que entra con unos sobres, aprovecha para informarnos: Italia acaba de bajar dos puntos, España no se ha movido desde las 12. Son las ventajas de tener un ordenanza digitalizado. El anterior, que era analógico, sólo nos daba la previsión del tiempo, en función de lo que le indicaba la reúma.
Es un indicador supersensible, digo. En agosto, la prima española bajó apreciablemente ante la declaración del señor Draghi, presidente del BCE, que dijo lo siguiente: “No tengan duda de que el BCE hará lo que tenga que hacer para salvar al euro”. Inmediatamente, la prima bajó cincuenta puntos. Convendrán conmigo en que ese efecto mágico no se debe al significado de la frase, que podemos catalogar de afirmación de Pero Grullo, o más bien (perdonen el cultismo) de tautología. Sin ir más lejos, es lo mismo que va diciendo todo el rato el señor Rajoy, el rey de la tautología. El tipo, en cuanto alguien le pregunta, carraspea, se perfila y suelta “Haremosh lo que hay que hacer”. Y la prima ni se inmuta.
Si la cosa no se debe al significado, sólo puede deberse al significante, como nos enseñó Ferdinand de Saussure. Es decir que el tal Draghi, podría haber dicho cualquier otra cosa, con los mismos efectos. Podría, por ejemplo, haber gritado: ¡Me cago en diez! O bien: ¡Au!, como los indios de nuestros tebeos. O incluso: ¡Ugh! como los malvados mambas de El último mohicano. Hubiera bastado un simple eructo. O un pedo. De ahí la entradilla.
Se imaginan el titular: “Draghi se tira un pedo y baja la prima de riesgo”. No sé de qué se ríen, está demostrado que la destrucción de la capa de ozono no se debía, como se creyó inicialmente, a los sprays de clorofluorocarbonatos, sino a los pedos de las vacas de Holanda, un país en el que, como escribió un niño en un examen y quedó recogido en la primera Antología del Disparate, de cada cuatro habitantes, uno es vaca.
Ese es el problema, que las ventosidades del señor Draghi tienen un efecto instantáneo que nunca conseguirán los educados carraspeos de nuestro Presidente. Rajoy dice “ejem, ejem” y no pasa nada. No hablemos ya de los regüeldos de Arias Cañete, que como es sabido los tiene de tostadas con crema, de manteca colorá, de boquerones en vinagre, o de pan con tomate, según lo que haya desayunado. Sin embargo, no es difícil seguir imaginando titulares: “El Nasdaq se desploma después de que a la señora Merkel se le escape un windschen”.
Tal vez sea este el mejor indicador de que estamos intervenidos, pienso, mientras sigo corriendo por el parque.
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