Aquí me tienen terminando una semana difícil, en la que he perdido a un amigo y seguidor fiel de este blog, el gran Mariano, que falleció finalmente en la noche del martes al miércoles. Una historia triste, aunque se tratase de una muerte anunciada, porque mi amigo estaba bastante malito. En el fin de semana lo ingresaron en una unidad de paliativos, el martes por la mañana decidieron sedarlo y por la tarde acudí al hospital para darle un último beso. El miércoles estuve en el tanatorio por la mañana y por la tarde y el jueves me tocó pronunciar el speech de despedida en el crematorio, a petición de varios de los amigos comunes, compromiso con el que cumplí a duras penas, porque estaba muy emocionado. Mis tablas de orador en público me salvaron, permitiéndome mantener apenas la compostura. Mariano se merece un post específico en este blog, que algún día tal vez escriba, cuando el tema no esté tan en caliente. De momento digamos sólo que descansa en paz.
Es lo que nos toca cuando llegamos a cierto rango de edad, el otro día se murió también el gran Robbie Robertson, un músico superlativo, que en su día lideró The Band, el grupo de cabecera de Bob Dylan, y más adelante siguió con una carrera en solitario, compaginada con su tarea de asesor musical de Martin Scorsese, cuyas películas desde hace mucho tiempo llevaban el sello musical de Robbie. Yo miro a mi alrededor y no veo más que casos de todo tipo que nos van acercando a esa meta que nos iguala a todos. Lo de estos últimos meses es una auténtica escabechina y cada nueva pérdida me reafirma aún más en mis ideas: hay que seguir luchando y disfrutando de la vida mientras podamos y cada día que uno se levanta sin que le duela nada es un triunfo y una invitación a seguir. Nunca se es demasiado viejo para nada, aquí me tienen a mí avanzando en la disciplina del yoga tras haberme apuntado con los 70 ya cumplidos y sin haberlo practicado en mi vida. Y lo mismo sucede con el rock’n roll, donde los casi octogenarios Stones siguen dando unos conciertos magníficos. Véanlos en esta foto de hace unos días.
Con estas malas noticias estamos ya terminando el tórrido verano, que ha sido duro pero, en mi opinión, menos que el de 2022. Con mis trajines arriba y abajo, hace tiempo que no les doy noticias de mis hijos. Y las han tenido. Por ejemplo, Lucas se fue definitivamente de Lille y ha empezado a trabajar en una empresa de Londres el 31 de julio, donde parece que le va bien. Le he dicho que me mande un selfie de su nueva vida, pero no consigo que se lo haga; debe de ser el único millenial que no sabe hacer selfies. Así que no puedo ilustrarles esta noticia, que va a tener incidencia importante en el blog, porque es posible que no vuelva en mucho tiempo a Lille, salvo que me convoque mi amiga Ana Ruiz-Bowen, profesora de las Grandes Écoles de Francia. Y, en cambio, ya estoy empezando a pensar en ir a Londres a visitar a Lucas, y también a mi sobrina Elena y su familia, mis amigos londinenses y seguidores del blog Ian y Louise, y mi querida colega del C40 Clare Haley. Y, por supuesto, ir a comer al restaurante Rayuela para saludar a su dueño Pedro Cubino y llevarle los recuerdos de su hermana Susana, la chica que regenta el bar El Nido de Susi, junto a la plaza de toros de Béjar, la más vieja de España.
Kike también ha hecho algo importante. Como saben, anduvo por aquí a finales de julio y me pudo acompañar a mi viaje a La Coruña para un festejo familiar del que ya se hizo la reseña en el blog. Pues, a continuación, en compañía de su amigo Manu Sheriff y provistos ambos de sendas bicicletas metidas en cajas de cartón, tomaron un vuelo directo a Bari, e iniciaron una excursión en bici por la Puglia, el tacón de la bota italiana. La aventura duró quince días y visitaron lugares tan interesantes como Brindisi, Lecce y, sobre todo Matera. Esta ciudad es una preciosidad y, por cierto, en ella se desarrolla una serie muy buena que está dando La 1 y que se llama Imma Tataranni. Es una serie policiaca italiana que sigue la vía abierta por la de Montalbano, inspirada en las obras de Camilleri. Y los episodios ya emitidos se pueden ver gratis en RTVE Play. Desde Matera, mi hijo envió estas fotos y otras muchas.
Matera está apenas a 40 kms de Bari, a donde volvieron ambos en la última etapa de su tour. Allí, Manu se cogió un vuelo de vuelta a Madrid y Kike montó su bicicleta en un tren que le subió a la zona de Pescara donde le esperaba su chica para pasar unos días en la playa. Completado el mes de vacaciones que le daban en el curre, Kike se las ha arreglado para hacer su primera semana de trabajo en Madrid, para lo que llegó el domingo por la tarde a la T4 de Barajas. Allí nos ocurrió una historia totalmente bloguera, que no tengo más remedio que contarles. Kike llegó con el envoltorio gigante de su bici, caminamos hasta el parking, y fuimos hasta el coche. Hubimos de romper el envoltorio para que la bici cupiera en mi pequeño Toyota Corolla recién estrenado, lo que nos llevó un buen rato. Y salimos al exterior del parking, conduciendo yo
Si conocen el parking de la T4, sabrán que está compuesto por diferentes edificios, de los que se sale a una carretera, al final de la cual están las ocho o diez barreras que se abren mostrando el ticket que demuestra que has pagado. Afronté la batería de barreras, que estaba bastante llena. Y, como suelo hacer, busqué la cola más corta. En este caso era la de más a la derecha, al lado de la caseta desde la que unos seguratas uniformados controlan todo el cotarro. En esa fila había un solo vehículo, un taxi, y yo me situé detrás, a una distancia prudencial. Y pasó un buen rato. Parecía que el taxista no conseguía que se le abriera la barrera. Empecé a pensar lo típico: que qué mala suerte, que me había ido a situar detrás del conductor más lerdo porque, mientras tanto, las otras filas iban desaguando normalmente. Los de la caseta parecían estar intentando algo, pero la barrera no subía.
Y, en un momento dado, se desató una especie de locura. La puerta trasera del taxi se abrió y se bajó el único pasajero, un joven grandote muy nervioso y agitado. Enseguida tiró de un maletón grandísimo y echó a correr campo a través, como en dirección a la terminal. Los de la caseta salieron y lo atajaron prudencialmente, pidiéndole que se calmara. Entonces, el taxista metió la marcha atrás girando todo el volante a su derecha para quitar el coche de la fila y apartarlo a un lado, pero lo hizo con tal brusquedad que le arreó un golpe fuerte a mi coche y no tuve los reflejos de quitarme porque, entre otras cosas, yo creía que me estaba viendo, no imaginaba que estaba tan nervioso y ofuscado como su pasajero. El tipo se bajó desolado y yo también, igual que Kike, para revisar los daños, un bollo enorme en mi parte delantera derecha y uno algo menor en su parte trasera izquierda.
Al ver el desastre, el pasajero empezó a chillar histérico pidiendo que lo soltaran y le dejaran irse a la terminal porque iba a perder su avión. Y el taxista, que era un marroquí joven, de esos que deben afeitarse dos veces al día porque les crece una barba cerrada irreductible, pues también empezó a chillar histérico, proclamando que el cliente no le había pagado. Yo estaba tranquilo, aunque un tanto perplejo de verme en medio de una situación de película española de Alfredo Landa o similar. Pero el grupo de seguratas estaba comandado por una chica delgada muy seria, que enseguida tomó el mando demostrando criterio, experiencia y sentido común. En primer lugar, les mandó callar a ambos. Luego conminó al cliente histérico a que, por favor, le pagara al taxista su servicio. Y después le dijo que se podía ir. El tipo echó a correr por el descampado que le separaba de la terminal, acarreando su maletón como alma que lleva el diablo. A continuación, nos pidió a los dos conductores que saliéramos del parking (para lo que nos levantó la barrera) y nos parásemos un poco más allá, para no estorbar la fila que se fuera montando.
Como ven, la chica resolvió la situación con sabiduría y un punto salomónico, por el procedimiento más adecuado en estas situaciones esperpénticas: deslindar los problemas diferentes y resolverlos uno a uno. Nos apartamos a un lado y allí siguieron las cosas prodigiosas. El taxista marroquí apenas hablaba castellano. No tenía ni idea de dónde llevaba la póliza del seguro, sólo decía que ese era un “taxi de empresa” y que él era un mandado y no sabía nada. Lo único que sabía es que, en la empresa, él reportaba sus actividades a una tal Patricia y que ella era la que lo sabía todo. Pero era domingo por la tarde y no se la podía llamar hasta el día siguiente. En fin, nos quedamos con la matrícula, su nombre (Ahmed), su número de móvil y el fijo de la tal Patricia. Yo sí le di mi número de póliza y mis datos. Y, entre medias, nos contó lo que había pasado.
Según su versión, él recogió un pasajero en el centro, que de entrada le dijo que iba muy apurado para no perder su vuelo. Y, a partir de ahí, todo fue una vorágine creciente de gritos y nervios, porque el tipo empezó a ver que el taxista no tenía ni idea de circular por Madrid, se paraba todo el rato a ver el gps y cada vez se volvía más improbable que él llegara al embarque a tiempo. A su vez, sus gritos le ponían cada vez más nervioso al pobre taxista, seguramente de una subcontrata de una subcontrata. Llegaron a la T4 y el conductor, completamente ofuscado, se equivocó y se dirigió a la zona de llegadas, en vez de a la de salidas. Allí, sólo tenía una solución, salir por el otro lado y volver a buscar un acceso a la zona de salidas, pero estaba ya tan bloqueado, que no conseguía abrir la barrera y fue cuando el pasajero decidió largarse y se desató la locura que les he contado.
Ya saben que mi vida es un blog y, como tal, me suceden todo el rato cosas increíbles, que sólo tengo que narrar para que ustedes se diviertan con ellas. El lunes por la mañana, Kike se fue con el coche, porque, a pesar del bollo, circula perfectamente. Y yo dediqué la mañana a hacer el parte del accidente por teléfono, tarea también ardua, por no haberme quedado con la póliza de mi seguro, que se llevó Kike en el coche, y estar en el mes de agosto, con la gente de las oficinas de seguros en la playa. Pero lo conseguí finalmente y también tengo hora para llevar el coche al taller este próximo lunes y dejarlo allí a que lo examinen los peritos. Y ese lunes fue cuando me llegaron las malas noticias de mi querido Mariano. Pero, ya que este post lo estoy contando cronológicamente al revés, pues seguiré de esta manera.
El domingo por la tarde me sucedió el episodio con el taxista, pero esa mañana me había llevado una alegría inmensa al ver el partido final del Mundial Femenino de Futbol de Australia. Nuestras chicas de oro ganaron con su coraje y con un gol que es un monumento táctico que muestra todo el talento que atesoran estas chicas. La página RTVE Play ha publicado un vídeo de ese gol que les voy a pedir que vean, para entenderlo completamente. Como yo les conté, la selección llegó a la final gracias a un gol de Olga Carmona, en el último minuto del partido de semifinales contra Suecia, rematando con toda su alma el córner que le sacó en corto su amiga la pontevedresa Tere Abelleira, para mí, la mejor jugadora del equipo y la mejor del mundial para la Web Sofascore, que suma los pases acertados, las entradas a las contrarias y los cortes de sus pases. Si tienen curiosidad por leer un informe al respecto, pueden pinchar AQUÍ, o al menos echarle un vistazo si no se lo quieren leer entero.
Olga Carmona, ya les dije que estaba convencido de que es gitana, sólo hace falta ver su apellido y su nariz, pero no tenía constancia oficial de ello. Hasta que, un día antes de la final, una denominada Fundación de Apoyo al Pueblo Gitano, me lo confirmó en una entrada de Facebook. En su texto se decía: una gitana ha llevado a España a la final del Mundial Femenino, lo que constituye un orgullo enorme para nuestro pueblo. Así que, para la final de mañana, te mandamos toda nuestra fuerza: Ánimo, prima. El día de la final, Olga ejerció de capitana durante los himnos y luego fue también clave. Un inciso. A mí me parece cojonudo que nuestro himno no tenga letra, condición que sólo compartimos con San Marino, Kosovo y Bosnia Herzegovina. Como no tenemos letra, no hace falta que nuestros deportistas finjan sabérsela (¿habría que decir deportistas y deportistos?) Así lo más que podemos hacer es tararear el himno: lala-larala-larala-lará-lalalalá-la-la lará-lalá-la-la.
Los intentos de dotar a nuestro himno de una letra, como el que ha perpetrado la idiota de Marta Sánchez, están abocados al fracaso. Nuestro himno está bien así y punto. Y además favorece la aparición de letras apócrifas chuscas que son divertidísimas. Cuando yo era niño, en pleno franquismo, teníamos una muy graciosa que empezaba: Franco, Franco, que tiene el culo blanco, porque su mujer, lo lava con Ariel. El resto se me ha olvidado; tal vez alguno de ustedes, queridos lectores, me lo puede completar. Pero volvamos a nuestras chicas de oro. Les voy a pedir que vean un vídeo de un minuto sobre el único gol de la final, pero que se centren sobre todo en la repetición, que empieza con una cámara cenital y muestra la jugada completa. Para ello han de pinchar AQUÍ.
Ven primero el final de la jugada, el pase de Mariona a Olga y el tiro preciso de esta. Luego la celebración emocionada de la gitana, mostrando una camiseta en la que es difícil leer su dedicatoria, los abrazos, etc. A continuación, el cabreo sordo de la portera inglesa, colorada como un tomate por la ira, explicándoles a sus defensas con un gesto enérgico de las dos manos que, cuando una defensa se suma al ataque, alguien debe cubrir su hueco. Porque ese fue el origen de la jugada, como se ve en la repetición posterior, que tal vez deban ver más de una vez. La jugada se inicia cuando Lucy Bronze, jugadora del Barça que ocupa el lateral derecho de Inglaterra, corta un ataque español y sale hacia adelante conduciendo la pelota. Salva a varias contrarias y, creyéndose Maradona, sigue avanzando hasta llegar al círculo central.
En el vídeo se la ve llegando al centro geométrico del campo. Allí, las dos jugadoras con más sentido táctico de España, Tere Abelleira y Aitana Bonmatí la esperan para cruzarse con ella en dos diagonales. Aitana mete el culo como ella sabe hacerlo y le hace perder la pelota, que le cae a Tere. Inmediatamente, Aitana se abre para que Tere se la devuelva, pero nuestra pontevedresa de oro ha puesto las luces largas y tiene otros planes. Ella sabe que el lateral derecho de las inglesas está desguarnecido por la aventura absurda de Lucy, así que mira hacia allí, descubre a Mariona bastante desmarcada y le manda un pase perfecto, con tiralíneas. Y Mariona, recibe el pase con calidad y empieza a avanzar con la pelota, mirando con el rabillo del ojo izquierdo a la espera de la subida de Olga, que ella intuye que viene con la moto. El resto es talento, furia, precisión y suerte. Olga Carmona sabe cómo tirar a puerta y dirigir la pelota al hueco donde no llega la portera. Lo hizo en la semifinal y lo hizo en la final.
La selección española femenina juega al fútbol como los ángeles y así ha ganado a Holanda, Suecia e Inglaterra, tres selecciones de gigantas con aires de lanzadoras de peso. La selección holandesa parecía brindar un segundo significado a la genial respuesta de un alumno recogida en el libro Antología del Disparate, de la que ya les he hablado: Holanda es un país en el que, de cada cuatro habitantes uno es vaca. Con perdón. Cuando salieron al campo los dos equipos de la final, la capitana inglesa le pasaba la cabeza a Olga Carmona. Es que Olga mide 1,60, como Athenea del Castillo; Aitana, 1,62; Mariona, 1,64 y Tere, que es la más pequeña, exactamente 1,59. El futbol femenino ha estado dominado estos últimos años por selecciones con jugadoras mucho más altas. Pero de esta misma forma ganamos el hasta ahora único mundial masculino: con Xavi, Iniesta, Villa, Cesc Fábregas y otros divinos bajitos. No les extrañara saber que el lunes salí a Cibeles a ver pasar el autobús de las chicas y luego me vi entera por la tele la fiesta que les prepararon en Madrid Río.
En este punto, seguramente ustedes querrían que les hablara de Rubiales y el escándalo posterior, el tema del día ahora mismo. Pero, lo siento mucho, este post va al revés en el sentido cronológico y lo que correspondería es que les contara mi cita del sábado con Henry Guitar. Resulta que mi profesor de guitarra había venido con su mujer a ver el Museo Sorolla. Caminando de vuelta a Atocha, donde debían coger el autobús sustitutorio del Metro a Vallecas, quedaron conmigo a la puerta del Caixaforum y citamos también allí a Críspulo para tomarnos unas cervezas con algo de picar. Además, le hice entrega a Henry de un queso de tetilla que le había traído de La Coruña y no se lo había podido dar porque estaba en Asturias. Nos sentamos en una terraza de la glorieta y estuvimos un buen rato maquinando planes para la próxima temporada.
Bueeeeeno. Vaaaaaale. Que quieren que diga algo del escándalo Rubiales. Tal vez le dedique parte de algún texto posterior. De momento baste decir que este señor es un animal de pezuña, pero eso yo ya lo sabía, como cualquiera que siga el fútbol patrio, así que no me he llevado ninguna sorpresa con él. Para mí el gesto que más le define es su forma de agarrarse los huevos en la tribuna, al lado de la reina. Es que, oigan, yo no he hecho ese gesto tan zafio en mi vida y tengo 72 años. Y a ninguno de mis amigos ni a las personas con las que suelo tratar, me las puedo imaginar haciendo semejante gesto. Dejemos este feo asunto para ver cómo evoluciona. También habría que hablar del líder de Wagner, al que le han dado su propia medicina, algo que tampoco es ninguna sorpresa. Y de la dilación de la investidura: ¿conseguirá sacar Feijoo un conejo de la chistera? Hace falta mucho de lo que él llamaba sanchismo, para un prodigio de tal envergadura. Miren, hombre, cuando estaba escribiendo esto, me ha llegado un meme sobre Rubiales, perfecto para cerrar el post. Resulta que el tipo no era más que un neandertal. Con perdón de los neandertales. Sean buenos.
Me encanta su forma de deletrear el himno sin letra, se nota que es usted músico.
ResponderEliminarGracias, me alegro de que le guste.
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