viernes, 4 de agosto de 2023

1.239. Bruno y el tadalafilo

Hay que ver la cantidad de gente que se ha ido de Madrid en esta semana, aquí no queda ni el apuntador. Pedro Sánchez se ha ido a Marruecos y dicen los de la lluvia fina que menudo escándalo. Lo mismo dirían si se hubiera ido a la Conchinchina. En el barrio esta todo cerrado, se han ido los floristas, el Matilda ha cerrado mes y medio, La Pitarra y los demás bares tienen el cierre echado. El único que queda es el pobre Jurgen, el peluquero, que está cada vez más gordo y me mira pasar con pesadumbre, porque apenas tiene clientes. Las señales de que el mundo se ha parado son clamorosas, El Roto ya no publica sus chistes diarios, ha cerrado el Ricla y ya les dije que la academia de yoga The Mysore Shala ha puesto el cartel de cerrado por primera vez desde que les conozco. Eso me ha obligado a seguir con el yoga en mi casa.

Para hacer yoga hay que vestirse adecuadamente y extender una esterilla en el suelo con espacio circundante suficiente para todas las posturas a desarrollar. Así que yo busqué mi esterilla, le quité la goma que la sujeta y la extendí en el suelo, observado atentamente por Tarik, que tiene una curiosidad invencible por cualquier cosa nueva. En cuanto la tuve puesta, Tarik se acercó y se tendió tranquilamente en el centro. Tuve que amenazarle: ¡¡¡Te kiri ya d’aquí capullo!!! Realmente es un tío grande el bueno de Tarik. El miércoles asistí al extraordinario concierto de Rick Estrin and the Nightcats. Quedé con mi amigo Críspulo en Atocha, adonde él llegó en uno de los autobuses gratuitos de sustitución que ha dispuesto la compañía de Metro durante las obras de la Línea 1. Desde allí subimos caminando hasta la zona de Callao, haciendo algunas paradas intermedias para obsequiarnos con cervezas y algo de picar y llegar contentos al concierto. La última nos la tomamos en el Varela, lugar de reunión de los gallegos de Madrid, de donde es la imagen que ven abajo.

A Rick Estrin lo vimos Henry y yo el año pasado en Cazorla y ya nos impresionó esta banda que dirige un septuagenario de aire entre José Sazatornil y Martínez el Facha, al que acompañan tres músicos muy buenos, con mención especial para Kid Andersen, un armario de cerca de dos metros que toca la guitarra como los grandes. De hecho, en 2022 fue elegido como el mejor guitarrista de blues del año. Suele salir a escena con pantalones de tela fina y una camisa por fuera, ambos de tonos claros, lo que hizo que Henry dijera que parecía que había salido en pijama. No es así, pero ya se quedó bautizado como El del Pijama. Además hay un batería negro medio acróbata y malabarista, que se lanza a tocar con sus baquetas por los focos y demás pertrechos del escenario. Un showman acreditado que se lo pasa pipa en escena. Y hay también un teclista muy bueno, que hace el bajo con uno de sus teclados. Pero el alma del grupo es el gran Rick, 73 años y toda una vida de músico a sus espaldas.

El concierto fue espectacular y estaba lleno, porque hay mucho turista yanqui por aquí y Rick es muy conocido y valorado en su tierra. Durante más de hora y media tocaron a toda velocidad, jaleados por un público entregado, y yo quiero mostrarles dos grabaciones que les hicimos. La primera es mía y corresponde a una de las propinas que dieron al final, un rock’n roll totalmente enloquecido con el que cerraron por fin su actuación. La gente les seguía pidiendo otra, pero ya no había tiempo de más. 

El segundo de los vídeos que les pido ver, lo grabó Críspulo, que se las arregló para colocarse en una esquina del escenario. Corresponde al momento intermedio en que Rick se va un rato a descansar, que al fin y al cabo tiene 73 tacos, y deja un hueco para el lucimiento de sus músicos. En este vídeo pueden ver el sensacional punteo de Kid Andersen (El del Pijama), con un pequeño guiño al Hey Macarena incluido. Después le deja el turno al batería, del que Críspulo grabó la primera parte de su show.

Estos músicos tan buenos, luego son gente sencilla, como todos los genios, y se quedaron por allí, firmando discos, en el caso de Rick y recogiendo sus platillos el batería, que venía con ellos desde USA, aunque el resto de la batería se lo facilitaba el local. Compartimos un rato con ellos, charlando de cosas musicales y de todo tipo. De ese momento son los selfies que nos hicimos, nuevas imágenes para la colección, que pueden ver abajo. De vuelta a Atocha, paramos a tomar la última en el Café Central, en donde acababa de terminar otra actuación de las que se disfrutan allí a diario.


Pero les estaba diciendo que de Madrid se ha ido todo el mundo. Incluso me he ido yo, puesto que este post lo empecé a escribir ayer por la tarde en casa, lo continué en el aeropuerto y durante el vuelo a Bruselas y lo estoy acabando aquí en mi habitación de una gite de Louvain la Neuve, ciudad universitaria belga donde la amiga misteriosa de la que les hablé está desarrollando una actividad lectiva de varios meses. A menos que todo esto sea una bola que me he inventado para darle un poco de vidilla al blog. A lo mejor, sale alguno de ustedes a la calle y me encuentra callejeando solo por la Plaza de Santa Ana, como aquel personaje de Montalbán que decía haberse ido a los mares del sur y estaba escondido a pocos kilómetros de Barcelona, en una chabola del degradado barrio de San Magín. Ya les he dicho muchas veces que soy gallego y que el propósito de este blog es esencialmente literario. Uniendo ambas circunstancias, la historia de mi viaje relámpago a Ámsterdam, lo mismo es cierta, que lo mismo es inventada, así que no se confíen.

Si admitimos que es cierta, pues entonces estoy efectivamente en una gite, literalmente madriguera, que es como los franceses denominan a esta especie de albergues baratos donde pasar una noche sin demasiadas pretensiones. Pero esta historia, de ser cierta, afectaría a dos personas y, aunque sé que muchos de ustedes están deseando que cuente alguna intimidad, saben que eso excede de los requerimientos éticos de base de un dandy coruñés como yo. Cotillas, que son unos cotillas. Pero sí les voy a contar algunas historias que se agolpan en mis recuerdos y que pienso que tienen relación con todo esto. Hace mucho tiempo, creo que pudo ser en el año 2008, yo desarrollé una amistad muy intensa con una chica extranjera que vino a Madrid de Erasmus y se hospedaba en mi mismo portal, en otra escalera. Era corredora como yo y nos encontrábamos en el portal o corriendo por el Retiro. Nos dimos los números y empezamos a salir juntos a correr.

Por aquellos tiempos, yo estaba hecho un mulo, no como ahora que me caigo a pedazos. Y llevaba a la chica con la lengua fuera, hasta suplicarme que parásemos a estrechar (así lo decía con su español incipiente). Con el tiempo, empezamos a quedar a cenar después de la carrera, y también a salir al cine o a conciertos de rock de los que era gran fan. Nos inscribimos juntos a varias carreras populares y llegamos a estar bastante unidos: a mí me bastaba una ojeada para saber si estaba contenta o tenía algún problema. Terminado el Erasmus, la chica volvió a su país y entiendo que sintió el mismo vacío que yo sentía, porque al poco me informó de una carrera que se corría en su tierra y a la que iba a apuntarse. Y me propuso viajar para correr la carrera con ella, propuesta que acepté enseguida.

Yo estaba entonces trabajando y se lo comenté a mis colegas, lo que suscitó una expectación inusitada. Mi amiga me había dicho que vivía en una casa pequeña, de un único espacio, pero que había un sófa (lo decía así, con el acento cambiado). Y todo el mundo estaba interesadísimo en saber si yo dormiría en el sófa o con ella en la cama principal. Naturalmente, nunca les aclaré este extremo (ni lo voy a hacer ahora) a pesar de que me acosaron por todos los frentes para que les dijera la verdad. Esas cosas no las cuenta un dandy como yo y no hay más que hablar. Me viene a la memoria la anécdota, al parecer cierta, de cuando Luis Miguel Dominguín se acostó con Ava Gardner. Terminada la faena, el torero saltó de la cama y se apresuró a vestirse. La dama le preguntó a dónde iba y el tipo contestó: a contárselo a todo el mundo. Ese es un estereotipo totalmente opuesto a mí, el del torero, macho alfa de libro, que, de haber vivido en esta época, seguramente sería un votante fiel de Vox.

Mi caso es distinto y más bien han de considerarme como al proverbial Clodomiro de la canción de los de Palacagüina: Clodomiro, Clodomiro, para dónde vas tan serio, voy a dar una vueltita allá por el cementerio, y en asunto de mujeres, cómo te trata la vida, me defiendo me defiendo, como gato panza arriba. Con más de 70, uno está más cerca, obviamente, de Clodomiro, que de Dominguín. Pero, siguiendo con la ficción, pues si no me encuentran esta noche en la Plaza de Santa Ana, a lo mejor es verdad que estoy en Louvain y que mañana voy a coger un tren a Ámsterdam para visitar la ciudad en buena compañía. Y por la noche tenemos reservado un hotel en el que, desde luego, no les voy a revelar cómo vamos a dormir, como no lo hice nunca en el caso de mi amiga corredora. En realidad no tengo ni idea de lo que vaya a pasar; en estas cosas, uno no puede nunca dar nada por sentado, porque las mujeres se guardan la posibilidad de decir que sí o que no hasta el último momento, es la dinámica de la seducción desde la Edad de la Piedra.

Recordando mis años de quinceañero, me viene a la memoria una escena tipo. Uno estaba con una chica, bailando y achuchándose muy acaramelados, hasta que llegaba el momento de decir la frase clave: ¿nos vamos a echar un polvo? Inevitablemente, la chica respondía en gallego, con otra pregunta: ¿tienes gomas? No, yo nunca tenía gomas y en tal caso, naranjas de la China. No sé si ahora los chicos las llaman de otra manera, en mis tiempos las gomas eran gomas. Y esto me lleva a otra historia, la de los motes que van evolucionando hasta no parecerse nada a los primeros. En mi colegio mayor, llegó un alumno nuevo de una ingeniería. Se llamaba Paco Pérez Escandón y acabamos apodándole Bruno. Les explico por qué. Al principio, lo veíamos muy serio (como Clodomiro) y todos lo llamábamos Escandon, ¿has visto a Escandon?

Pero, a medida que íbamos descubriendo que era un cachondo, pasamos a llamarle Escondón, he subido a Argüelles con Escondón. De ahí pasó a Esgomón, y de Esgomón a El Gomas. Aquí viene la transición decisiva, porque de El Gomas pasó a ser Bruno Gomas, y de ahí a Bruno a secas. Hace poco, mi hijo Kike me confesó que lee algunos de mis posts y que le había chocado que no supiera por qué se llama así el bar La Casa de los Minutejos. Yo escribí que no sabía si el relleno de los minutejos era oreja o morro. Mi hijo, que siempre ha sido del Atleti, conoce el bar, donde solía quedar con sus colegas para ir a los partidos del Calderón. Y dice sin dudarlo que lo que llevan esta especie de minisandwiches exquisitos es oreja. Por eso se llaman así: de la hora, el minuto y de la oreja, el minutejo.

Me estoy liando, pero es que, ante la perspectiva de que estas noches de Ámsterdam acaben como se están ustedes imaginando, recordé todo aquello de las gomas y pensé que un dandy como yo ha de viajar siempre provisto de todos los adminículos requeridos para cada eventualidad que se presente. Yo no tenía gomas en mi casa, el último paquete hace tiempo que se me caducó y lo tuve que llevar al punto SIGE. Así que bajé a una farmacia, un poco alejada de mi casa, no sin cierta vergüenza. La señora al otro lado del vidrio, me escrutó con su cara de comadreja. Necesito preservativos ꟷle dije. Su respuesta:  ꟷ¿Normales o sensitivos? Hay que tener mala uva. Me acordé del tipo medio subnormal, que sólo sabe decir UNVERMÚ (un chiste de cuando yo era joven). Así que va a los bares, pide UNVERMÚ tras otro y está todo el día borracho. Un amigo se apiada de él y le enseña a decir UNCAFÉ. Contentísimo, va a su bar preferido, se perfila y suelta: UNCAFË. El camarero le pregunta  ꟷ¿Solo o con leche?, a lo que el tonto responde finalmente UNVERMÚ.

Estos eran chistes crueles, de tontos y gangosos, que ahora no se pueden contar en según qué ambientes. Pero la señora de la farmacia reprodujo la crueldad del camarero del chiste. Lo que pasa es que yo ya iba preparado y tenía una respuesta ad hoc: ꟷAh, no sé, son para mi hijo, que le voy a dejar la casa unos días y quiero que no le falte de nada. Ante eso, me dio los que ella quiso. Pero no fue este el único incidente preparatorio que tuve que sufrir. Porque, pensando sobre el tema, me entró la duda de si, a mis años, voy a estar a la altura y cumplir con el objetivo. Hace tiempo desde la última vez que me vi en tales apreturas y, aunque entonces no tuve problema, los sesentaytantos no son igual que los setentaypico. Me vino a la mente la palabra viagra, algo que no he probado en mi vida. Y decidí consultárselo a mi médico.

El tipo se mostró sorprendido de que no hubiera necesitado algo como eso hasta los 72, y me reveló que la mayoría lo pide mucho antes. También me dijo que eso de la viagra es algo anticuado, que ahora hay una cosa mejor y con menos riesgos: el tadalafilo. No se acuesta uno sin saber una cosa nueva. Me lo puso en la tarjeta sanitaria y me fui, esta vez sí, a mi farmacia habitual, donde todos me conocen, dependientes y clientes. Estaba la farmacia llena y yo, discretamente, le pasé la tarjeta al chaval y le dije que quería lo que tenía recetado. El mancebo consultó la pantalla y dijo que allí no había nada pendiente. Le pedí que mirase mejor, que el médico me había incluido un medicamento nuevo. Entonces encontró el tadalafilo, pero no le sonaba de nada. A voces, pidió aclaración a su jefa, que estaba al fondo del local: ꟷ¿Tú sabes qué es eso del tadalafilo? También a voces respondió la doña desde la trastienda: ꟷSí, hombre, sí; es una cosa igual que la viagra pero más moderna.

No saben el bochorno que pasé. En un instante las miradas de todos los clientes se focalizaron en mi cara, observándome con cara de desagrado absoluto y expresando un pensamiento nítido: ꟷHay que ver, este abuelo, tan viejo y tan marrano, el tío sátiro. Salí como pude del apuro y aquí me tienen, provisto de todos los pertrechos necesarios para un par de noches de fábula. Ambas anécdotas de farmacia, son historias genuinamente blogueras, por eso se las he contado. Hace unos años tal vez las hubiera guardado para incorporarlas como gags a una eventual novela. Pero hace tiempo que he dejado de pensar en ser escritor y me he resignado a ser un simple blogger, que tampoco está mal. Para el blog eran perfectas, pero de lo demás, no esperen que les dé muchos más detalles. En los siguientes posts cambiaré elegantemente de tema y les dejaré con la duda de si todo esto es real o es una ensoñación y, en el primer caso, cuál fue el desenlace. Sean buenos en cualquier caso.

4 comentarios:

  1. Buenas anécdotas, al estilo Berlanga/Azcona. Gracias por compartirlas.

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  2. Joder con el del Pijama y su compañero el batería. Me había dejado sin ver los vídeos, para disfrutarlos tranquilamente más adelante. Pero no me imaginaba que fueran tan buenos. Menudos músicos y menudo concierto, qué pena habérmelo perdido.

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