Sí, yo creo que, con esto de la pandemia, mucha gente ha salido tocada y los psiquiatras van a tener trabajo a saco. No es mi caso, aquí disfrutando del único mes del año en que Madrid no está congestionado de tráfico, gente, ruidos, malos humos. En este agosto, sin el agobio térmico del año pasado, la verdad es que se está por aquí fenomenal. Desde el miércoles 9 en que dediqué la tarde a escribir el post anterior, pues lo cierto es que no me puedo quejar de la variedad y riqueza de mis actividades. El jueves tuve mi clase de inglés on line, la única de mis citas cotidianas que continúa en agosto, y por la tarde caminé por la sombra hasta llegar a la plaza de Olavide. Había quedado allí con mi amiga Elisa, colega de proyectos de reinventing cities, que me había llamado para ver si nos veíamos. Estuvimos en la terraza de un lugar llamado Mamá Campo que sirve productos naturales y ecológicos, y donde nos tomamos unos Aperol Spritz y, cuando el sol iba bajando, unos dobles de cerveza con un surtido de humus deliciosos.
Elisa se va en unos días de vacaciones a Estados Unidos y me gustó mucho que me llamara. Pero esa noche me esperaba una historia ciertamente especial, que me impidió dormir a mis horas, para gran extrañeza de Tarik Marcelino Martínez. Porque a las tres de la mañana se jugaba el partido de cuartos de final del Mundial de Fútbol femenino, entre España y Países Bajos. Supongo que no habrán dudado ustedes de que estaba dispuesto a pasar la noche en blanco para verlo. Fue algo ciertamente espectacular, apoteósico, emocionante, la verdad es que las chicas lo están haciendo muy bien y ya están entre las cuatro mejores selecciones del campeonato, listas para la semifinal contra Suecia. Con la prórroga incluida, me acosté como a las seis de la mañana, pero mereció la pena ver en directo este evento tan singular. Supongo que todos han visto las imágenes del gol español decisivo al final de la prórroga.
Este Mundial ha supuesto un salto cualitativo en el fútbol femenino, sus partidos están siendo seguidos por millones de espectadores de todo el mundo. Además, todavía es gratis ver estos partidos; en cuanto los buitres habituales descubran que pueden cobrar por verlos, se acabará el chollo, es otra muestra de que el mundo está loco. A mí lo de pagar por ver futbol en la tele es algo que no me encaja, es un tema cultural, yo pago lo que me pidan por ver partidos en el estadio, pero por la tele no. Si quiero ver un partido concreto, me voy a un bar. Pero, volviendo a las chicas, el Mundial está dejando imágenes inolvidables, porque al final de cada eliminatoria, las chicas lloran de alegría o de pena y es algo muy emocionante. Al día siguiente, Australia, la anfitriona, eliminó a Francia, una de las favoritas. La Federación Australiana subió a Twitter la imagen de las Matildas corriendo a abrazar a la que había marcado el último penalti, con un letrero que decía: Cuelguen esta imagen en el Louvre.
El viernes, lógicamente, me levanté bastante tarde. Tenía programada una sesión de yoga en casa, ejercicio que suelo hacer en ayunas. Así que, tras un café bebido, hice mi rutina completa y llamé a mis amigos del Ricla para que me reservaran una mesita (me habían avisado de que abrían el día anterior). Me tomé unas tapas de bacalao en aceite y pollo escabechado, seguidas de un plato de callos, acompañado todo ello con dos vasitos de vino blanco helado y un tercero de tinto. Y pasé la tarde en casa como un pachá. Pero, si la noche anterior apenas dormí, el viernes en cambio me acosté tempranito porque tenía que madrugar. Ghalia Volt me anunció desde Atlanta que estaba subiendo a un avión para volar toda la noche y llegar a Madrid a las 8.10. Así que ayer sábado madrugué, cargué sus pesados pertrechos en el coche y me fui al parking de la Terminal 1 de Barajas.
Llegó con ojos de besugo de puro agotamiento, cargando con otra maleta enorme y con su perro a cuestas, un bulldog francés que se llama Little Richard y ya se hizo muy amigo mío en Baeza. Llevamos su equipaje al coche y conduje hasta la zona industrial junto al Barrio del Aeropuerto. Allí está la sucursal de la empresa de alquiler de coches Centauro, en la que ella había reservado una furgoneta para trasladarse con sus músicos a Torreperogil, donde debían actuar por la noche. Cuando hizo todos los papeleos, pasamos los bultos a la furgoneta y la guié con mi coche otra vez a la T1, para tomarnos un café mientras esperábamos que llegaran los músicos, que volaban desde Toulouse en un vuelo diferente. Cuando ya estábamos en el bar del aeropuerto, descubrimos que los otros llegaban a la T4, porque era un vuelo de Iberia. Así que volví a guiarla con mi coche hasta el parking de la T4, que está como a 5 kms del otro. Allí me despedí de ella deseándole buena suerte con el concierto. Mientras tomábamos café, nos hicimos un par de selfies.
Siguiendo la rutina que me he impuesto, esta mañana me tocaba bajar al Retiro a hacer mis 6,5 kms, actividad que he desarrollado tempranito para que no me pillara el calor. He dedicado la mañana a diversas obligaciones pendientes, he comido, me he echado una siestecita y me he puesto a escribirles a ustedes. ¿Cómo dicen? ¿Que yo también estoy loco? Desde luego, pero lo mío es una locura controlada. A lo que me refería en el título es, por ejemplo, al caso del tal Daniel Sancho, un tipo que hace unos días mató en Tailandia a un colombiano con el que se entendía, luego hizo picadillo el cadáver, lo metió en bolsas y tiró parte de ellas en alta mar y otra parte en un vertedero cercano, donde las encontraron enseguida los rebuscadores de vertederos, que avisaron a la policía. Es un caso truculento, con matices bastante extraños.
Para empezar, la prensa del corazón le está dando un tratamiento, como si se tratara de un joven de buena familia al que le ha pasado una faena, digamos un erasmus que ha perdido la cartera con todo el dinero y documentos. Y no es eso, se trata de un tipo que ha matado a un amigo y luego le ha aplicado las técnicas de Jack el Destripador. El tal Sancho es ahora la estrella de los programas de la telebasura, en donde incluso le han llegado a entrevistar. La policía tailandesa parece muy interesada en mostrar su imagen, para que se vea lo buenos policías que son. En la investigación han encontrado un vídeo de la tienda en donde compró los cuchillos, guantes y bolsas para perpetrar su carnicería, varios días antes de que el colombiano llegara en avión. Parece claro que lo tenía premeditado.
Pero aquí hay cosas raras, discúlpenme, es que he leído mucha novela policiaca de la buena. Para empezar, la reconstrucción de los hechos indica que el tipo mató, descuartizó, metió en bolsas, limpió minuciosamente el lugar de los hechos y fue a tirar los resultados en dos sitios diferentes, todo ello en tres horas. Ya les digo yo que es imposible hacer eso en tres horas, al menos sin la ayuda de uno o varios cómplices. Los que le hicieron lo mismo al periodista Khashoggi en Estambul, pueden dar fe de que se tarda bastante más. Y, si quieren saber cómo es eso de descuartizar un cadáver, les aconsejo leer la novela El Inocente (Ian McEwan, 1995), interesante como todas las de McEwan, donde se describe al detalle el proceso de trocear un cadáver y limpiar las huellas. No sé, al tal Sancho no lo veo yo así como muy brillante, como para hacer eso en tres horas, batiendo el record mundial de descuartizamiento contra reloj.
Además, es muy rara la prisa que se dio en reconocer su autoría, parecía interesado en que el caso se cerrara enseguida. ¿Estaba encubriendo al cómplice para dejarlo fuera del tema? ¿Y cómo es que lleva una parte de los restos a alta mar en una barca que alquiló deprisa y corriendo en plena noche y el resto lo tira de cualquier manera en un vertedero infestado de buscadores que seguramente no descansan ni por la noche. La policía está buscando las bolsas arrojadas al mar, pero ha reconocido que va a ser muy difícil encontrarlas. ¿Por qué no lo tiró todo al mar? Son preguntas que podrían encontrar respuesta en el hecho constatable de que el tipo es muy tonto, algo que corroboran desde sus compañeros de colegio hasta los amigos del padre. Dicen los primeros que están flipando, pero no sorprendidos del todo, que el tipo era así de quinceañero, que se le iba la pinza, hacía cosas muy raras y con mucha violencia y luego pedía encarecidamente perdón mostrándose muy contrito. Aseguran los segundos que su padre estaba hasta los huevos de él (sic).
En cualquier caso es un hecho penoso y dramático, que la prensa y la tele deberían tratar en su justa medida y no como cuando sacan las miserias de Paquirrín, otro sujeto lamentable, pero que no ha matado a nadie. Para mí lo crucial aquí es que un tipo que hace eso con premeditación, revela una falta absoluta de empatía con los demás, propia de una personalidad psicopática. Pero nadie está insistiendo en este aspecto. En fin, sin perder de vista esa perspectiva de hecho dramático, pues lo cierto es que en el asunto aparecen unos nombres que parecen sacados de una pesquisa de Mortadelo y Filemón. Por ejemplo, el abogado que le han asignado a Sancho en Tailandia es el prestigioso Anan Chuayprabat, conocido por aquellas tierras como El Khun Anan (como el Khun Agüero, pero en tailandés). Para ayudarle en su trabajo, los padres del asesino confeso han contratado a un prestigioso bufete de abogados, que tienen el despacho en la mismísima calle Velázquez. ¿Saben el nombre del bufete? Se lo digo yo: Balfagón y Chippirrás, abogados. No me digan que no parece de coña.
No sé ustedes, pero yo, si me llamará Paco o Pepe Chippirrás y quisiera ser abogado, lo primero que haría sería cambiarme de nombre. Chippirrás suena más bien a artista del hip-hop, o a humorista mexicano. Hace años, una tonadillera que alcanzaría mucha fama (ya se ha muerto), era la simpar Otilia Pulgarín. Y ¿qué fue lo primero que hizo? Pues cambiarse de nombre. Con el nombre artístico de Rosa Morena, llegó a lo más alto. Pero hay gente que triunfa a pesar del nombre, como el genio de las criptomonedas del que ya se ha hablado en el blog: Sam Bankman-Fried, es decir, banquero-frito. Este sujeto, que lo que en realidad hacía era una estafa piramidal de libro, estuvo detenido y salió en libertad condicional hasta el juicio hace unos pocos meses, tras pagar una fianza de 250 millones de dólares. Se recluyó entonces en casa de sus padres, pero parece que no puede estarse quieto. Así que, con un ordenador de la casa (el suyo se lo han requisado) se ha dedicado a lanzar falsas informaciones contra su ex, que parece que es la que le denunció (cherchez la femme). Y el juez ha llamado al banquero-frito para decirle que revoca la fianza y lo mete otra vez al trullo. Información de anteayer.
Pero, sin duda, la noticia más divertida de estos días es la del maquinista de RENFE que accede a su puesto de trabajo en la locomotora de un tren a punto de salir de Tortosa y se encuentra allí al interventor del tren con una señora, ambos minuciosamente dedicados a darle alegría a sus cuerpos macarenos. Si no conocen la noticia, pueden leerla AQUÍ. Hombre, se conoce que a los tipos les dio el apretón y no pudieron esperar a buscar un lugar más adecuado. Pero lo más sorprendente es la actitud del maquinista, que dijo que él no pilotaba ya esa locomotora, que la desinfectaran debidamente o le trajeran otra. Tuvieron que ir a por otra máquina y eso provocó un retraso de media hora para todo el pasaje. Si llega a ser en Bélgica, se colapsa el sistema ferroviario entero toda la tarde.
Se dice que la empresa le ha abierto expediente al citado interventor en base, imagino, a alguna norma que especifique que no se puede practicar sexo en el tren. Pero yo creo que a quien habría que abrirle expediente es al conductor. Por estrecho y por intolerante. Yo me imagino encontrarme a una pareja follando en mi mesa de trabajo y, desde luego, los echaría, pero de ahí a decir que me cambien de despacho hay un trecho. Como mucho, no sé, si han manchado algo, se pasa un trapito y ya está. Me temo que la actitud del interventor no responde tanto a factores higiénicos, como morales. Tal vez sea un reprimido que no se come una rosca hace tiempo. O un tipo que odia el sexo en todas sus formas. O a lo mejor es del Opus, o testigo de Jehová. Pero aun en ese caso, debería haber discernido primero si la prójima era la esposa del interventor, en cuyo caso tiene derecho a la penetración. Pero el tipo ha dado por hecho que no era una relación sancionada por documento religioso alguno y en consecuencia: ¡pecado contra el Espíritu Santo!
Dentro de la marea retrógrada que nos inunda, el Opus Dei está cobrando un papel clave, a pesar de que el Papa Bergoglio le ha quitado la mayor parte de sus prerrogativas. En el Ayuntamiento de Madrid, desde el Alcalde a varios concejales dan un tufillo a Opus que echa para atrás. Y en Vox, la obra se ha hecho con el poder, dirigidos por el tal Buxadé, que tiene todo el aire de ser supernumerario de los gordos. No me extraña que se vayan de ahí Espinosa y los de la facción menos meapilas. Con papel destacado de la ínclita Macarena Olona, ex candidata a presidenta de Andalucía. Esta señora no se ha limitado sólo a abandonar el partido, sino que encima se ha liado con un rockero antifascista, medio hippie y lleno de tatuajes, las vueltas que da la vida. Y encima, gallego, de Vigo ¿Que no se lo creen? Pues pinchen AQUÍ.
En agosto, a falta de otras noticias, uno ha de entretenerse con este tipo de temas, que en su día se llamaban serpientes de verano. Pero, examinando las serpientes de este verano, yo llego a la conclusión de que estamos locos y que hemos salido tocados de la pandemia. Y otro síntoma de esta locura es la profusión de tatuajes, como los que ostenta el novio de Macarena. Es que sale uno a la calle y todo el mundo va enseñando sus tatuajes, debe de ser un negocio acojonante, casi mayor que el de los dentistas. La gente se hace unas averías irreversibles que no son sino un indicativo de esta locura que nos atenaza en el siglo XXI. Además, el que se hace un tatuaje, ya tiene que irlo enseñando todo el rato, lo que exige comprarse ropa ad hoc. Vean por ejemplo, lo que se había hecho en la espalda una señora que caminaba el otro día por mi barrio.
Lo dicho. Que estamos todos locos. Y que no decaiga. Y, por supuesto, sean buenos.
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