martes, 14 de marzo de 2023

1.213. Patitos y percebes

Zona de calma chicha después de la presión de la semana franchute: no me traen al gato por ahora y los de Brazzaville no dan señales de vida ni nos cogen el teléfono. El gato ya iré yo a por él, si no queda otra alternativa, pero lo de los africanos tiene una pinta bastante negra, y perdón por el chiste malo. El asunto franchute salió redondo, el viernes, tras el vino que nos tomamos por la tarde en la Plaza de Santa Ana, varios de los chicos insistieron en hacerse selfies conmigo y en los días siguientes me llegaron sus peticiones de conexión en Linkedin, que acepté todas. Esa noche, como les conté, cené con Alain y Pauline en las Bodegas Rosell. El sábado quedamos los profesores en el mercadillo que se conoce como Mercado de Motores, en la antigua estación de FFCC de Delicias. Llegué a la cita como a la una, tras mi sesión de recuperación de yoga y mi torrija reglamentaria con vinito dulce en La Casa de las Torrijas.

La antigua estación de Delicias está muy próxima a la de Atocha (como están la Gare du Nord y la Gare de l’Est en París), y funcionaron ambas a la par, dedicada la de Atocha principalmente a viajeros y la de Delicias a mercancías. Pero la estación de Delicias se cerró a finales de los años setenta y, en 1984, reabrió como Museo del Ferrocarril. Es este un museo muy interesante donde se pueden ver las viejas unidades de tren de carbón y similares, pero no tiene una gran afluencia de público. Hace unos diez años, a alguien se le ocurrió organizar una vez al mes el llamado Mercado de Motores. Se celebra en el segundo fin de semana de cada mes y reúne a un buen porcentaje de los artesanos de la comarca, junto con numerosos puestos de comidas regionales también más o menos artesanas y un grupo que toca rock en un escenario al aire libre. Está animadísimo. Vean unas imágenes del sitio.



Los chicos no se sumaron a la cita; le habían dicho a Alain que se irían de compras y ya se acercarían por sus propios medios al aeropuerto, donde tenían un vuelo a diferente hora que el de los profesores. Ellos se lo perdieron porque el lugar estaba animadísimo y hacía una mañana casi veraniega. Nosotros estuvimos un buen rato por el mercadillo, yo le compré a mi hijo Kike un plato con fondo rugoso, que sirve para rayar tomate, ajo o lo que se tercie y que ya le llevaré en el próximo viaje. Caminamos hacia Atocha para una última comida y nos despedimos. Antes de dejar el mercadillo nos hicimos un par de selfies para la posteridad, que les muestro abajo.

La verdad es que afronté lo que quedaba de fin de semana bastante cansado, dispuesto a tirarme en mi sofá y dedicarme al samanthing con esmero. El domingo no tuve un buen día. Empecé llevando a Barajas a una amiga que se iba fuera y que al ratito me llamó para informarme de que había perdido el avión. Por suerte, consiguió otro vuelo para más tarde y decidió quedarse por el aeropuerto hasta entonces. Según he visto en la prensa, parece que hay escasez de agentes de policía, por lo que el trámite de atravesar los controles de seguridad se convierte en algo larguísimo y en la última semana cientos de pasajeros han perdido sus vuelos sin que las compañías tengan que indemnizarles, al ser culpa del Ministerio del Interior.

Dediqué la tarde a seguir a mis equipos de futbol más queridos, el Dépor, el Dépor femenino y el Real Madrid femenino, porque en él juega mi admirada Athenea del Castillo. Todos jugaban por la tarde y ninguno de los tres consiguió ganar. En realidad, seguí el partido del Dépor por la tele, de los otros dos me informaba de vez en cuando de cómo iban. El partido del Dépor fue un calco de cualquier otro de los suyos: salen en tromba, le pasan por encima al equipo contrario y, en cuanto los otros tienen una ocasión peligrosa, les entra la cagalera. En el minuto 30 de partido el resultado podría ser ya 3-0, pero era 1-0. Y, después de la larga cagalera, acabó en empate a uno. Por este tipo de partidos hay una peña que se llama Cuanto sufrimos, Martín. De momento, el equipo va de segundo a dos puntos del líder que será el que suba directamente. Veremos si mejoramos de alguna forma.

Para acabar de redondear un domingo nefasto, por la noche le dieron el Oscar a la película, o lo que sea, más nefasta de la historia del cine. No se crean que es una manía mía: es que al menos dos críticos han escrito que hubieron de parar de verla porque no la soportaban y luego la han terminado de ver en tres trozos, por estricto deber de periodistas. Uno de ellos, Carlos Boyero, ni siquiera la considera una película y se refiere a ello como cosa. En general estoy bastante de acuerdo con el crítico de La Voz de Galicia, cuya opinión pueden leer AQUÍ. La cinta es una astracanada-patochada estridente, demencial y sin gracia ninguna, a un ritmo trepidante difícil de soportar. Mal vamos si el cine del futuro es esa mierda.

Ayer lunes ya reanudé mi rutina con el yoga y la comida en Ricla. Hoy martes no hay mucho que reseñar, he tenido mi clase de inglés y luego han venido los floristas a reordenarme las plantas de la terraza, cita que parecía que nunca iba a llegar. A mediodía he comido con cuatro compañeras de trabajo a las que por diferentes motivos no veía desde antes del verano. La cita ha sido en un restaurante del Mercado de Antón Martín, un poco del estilo de La Llorería, aunque yo prefiero el de mi amigo José por motivos obvios. Hemos hecho bastantes risas, incluso una de ellas que ya es abuela nos ha contado que su nieto, que tiene bastante oído musical, canta todo el rato la canción de Shakira con la letra ligeramente modificada: Uh-uhú-uhú-patitos como tú-uhú-uhú. Me parece genial. Es una variación similar a la del coro navideño infantil que montaban los vecinos en una casa en la que yo viví, y que con toda convicción entonaba el Adeste-Cibeles.

Y aquí sigo con mi rutina. Mañana comienza la gira europea de Samantha Fish con el concierto en el Melkweg de Ámsterdam. Ya les he dicho que esta versión de Sam con su colega Jess Dayton no es muy de mi agrado y además ya la veré en París a finales de mayo. Si viniera con su grupo titular no me importaría viajar para verla alguna vez más y aprovechar para recorrer mundo, pero no es el caso. Por cierto, en junio el gran Buddy Gay, el último gran bluesman que queda vivo, el de la camisa de topitos, tocará un concierto fastuoso en un escenario al aire libre en el Central Park de Nueva York. Y ha invitado al evento a nuestra Sam y al gordo Christone Kingfish Ingram. A este concierto sí que me encantaría asistir. Vean el cartel.

Buddy Guy es, a sus ochenta y seis años, una leyenda viviente. Desde su estudio en Chicago, llevó el blues hasta sus límites actuales y fue el que abrió el camino compositivo y armónico a Jimmy Hendrix, Eric Clapton o Stevie Ray Vaughan. Este hombre ha hecho dúos con todo el mundo y, buscando por los archivos de Youtube, he encontrado este de una actuación en la Casa Blanca, ante Barack Obama, en compañía de Mick Jagger, Jeff Beck y Gary Clark jr. De este último vimos no hace mucho un dúo con Samantha realmente fabuloso. En esta ocasión, Buddy, que se ha vestido de gala, se los come a todos, qué manera de improvisar con la guitarra y hasta con la voz. Bueno, a todos, menos a Jeff Beck. A este no se lo comía nadie, con su forma de tocar con el pulgar mientras sujetaba la palanca del vibrato con los demás dedos. Disfruten de esta breve maravilla.

Jeff Beck nos dejó hace pocos días, a pesar de que estaba fenomenal de salud y debía darle duro al gimnasio para mantener esos músculos que mostraba siempre. Jeff fue siempre un tipo genial, a cuya carrera no le favoreció el hecho de que no quisiera cantar. A él le daba igual, tenía el suficiente dinero para vivir y lo único que le interesaba era investigar con la guitarra. En los años 60, Jeff formó parte del mítico grupo Yardbirds, donde también comenzaron Eric Clapton y Jimmy Page, que más tarde fundaría Led Zeppelin. A un miembro de este grupo, que coincidió con los tres, le pidieron años más tarde que hiciera una valoración de ellos. Y dijo lo siguiente. Clapton era la ortodoxia, el hombre de blues que aseguraba la estructura musical clásica para improvisar sobre ella. Page era la energía, necesitaba la guitarra para canalizar ese sobrante de energía que tenía. Y Jeff, qué se puede decir de él: era imprevisible, nunca sabías por dónde te iba a salir, era un puto genio.

Eric Clapton, de quien he leído que está viejo y medio sordo (en aquello tiempos los músicos de rock no usaban tapones para los oídos), ha organizado un concierto de homenaje a su amigo que se celebrará en Londres este mes de mayo. Numerosos artistas han confirmado su participación y ya se van a poner a la venta las entradas. Abajo pueden ver el cartel. La verdad es que hay un montón de motivos para salir de viaje por el mundo adelante. Pero yo he empezado el año con diversas ocupaciones lectivas y lúdicas en cadena que me han llevado hasta el punto en el que estoy. Y no puedo pensar más allá de los de Brazzaville y mi futuro gato Tarik Marcelino Martínez. En cuanto tenga estos asuntos controlados, veré qué se me ocurre para entretener mi tiempo de jubilado activo.

Mientras tanto, el mundo evoluciona a toda velocidad, a veces en el sentido equivocado, como en el caso de la memez que se ha llevado todos los Óscar este año. Otras en la dirección correcta. Pero hay cosas que permanecen. Anoche vi de nuevo la película La playa de los ahogados, después de descubrir que estaba en Netflix. Y me vino a la memoria Domingo Villar, el escritor de Vigo que también nos dejó hace poco, a los 51 años, por un ACVA, accidente cerebro vascular agudo. Tuve el privilegio de conocerlo en la Feria del Libro de 2009, un día en que ambos estábamos firmando nuestros libros respectivos. Me acerqué a comprar el que él promocionaba, precisamente La playa de los ahogados, y me hizo una dedicatoria muy cariñosa. Y, desde luego, nos identificamos como seguidores cerrados del Celta y del Dépor.

En realidad Domingo Villar es un hombre que alcanzó la fama con sólo dos libros: el primero Ojos de agua, que yo había leído. Le conté que me encantaba el contraste entre los dos policías, uno gallego y el otro maño; que yo tenía una rama familiar maña y me parecía que los caracteres de los dos policías estaban perfectamente dibujados, como estereotipos regionales. Le hizo mucha gracia y me reveló que él también tenía una familia política maña en cuya matriarca se inspiraba para los diálogos de su personaje aragonés. La playa de los ahogados fue un éxito rotundo y poco después se convirtió en película, para la que el propio Domingo escribió el guión. Pero no volvió a publicar más novelas en diez años, hasta 2019. Ese año salió a la venta El último barco, un tocho de más de 700 páginas que no he leído, aunque me dicen que es también muy bueno. No tuvo tiempo de escribir más.

Viendo la película, recuperé un poco el espíritu de las cosas auténticas, las que permanecen por muy enloquecido que esté el mundo. Como en sus libros, en el film se huele el mar y se siente su presencia benefactora. En estos días de calma me invade un poco la nostalgia de las tierras y las gentes gallegas. Leo por ahí que la asociación de percebeiros de La Coruña está preparando la propuesta de que el percebe gallego sea considerado como Patrimonio de la Humanidad. Yo creo que es una idea muy justificada. Por aquí nos preparamos a asistir a otra astracanada-patochada, la de Ramón Tamames haciendo el ridículo delante de todo el país, con su mal genio y su voz debilitada de octogenario. Ya les he dicho que lo único que me preocupa de ese circo lamentable es la posibilidad de que le dé un perreque. Mientras esto se cocina, un niño le canta a los patitos como tú y a alguien se le ocurre proponer que el percebe sea patrimonio de la UNESCO. Lo auténtico frente a lo impostado. Lo eterno frente a lo intrascendente. Sean buenos como de costumbre.

2 comentarios:

  1. Pero, ¿cómo le vas a poner al gato "Tarik Marcelino", un nombre entre árabe y españocateto? Ese gato tiene clase, debería llamarse "Lord Byron", como mínimo.

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    1. Ya lo he explicado en un post anterior que seguramente no has leído, así que no voy a insistir.

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