sábado, 22 de octubre de 2022

1.178. Preparándome para hacer las Europas

Pues ha sido esta una semana algo más tranquila, en la que he podido cumplir con mis rutinas (running, yoga, inglés, guitarra) sin muchos compromisos que sobrecargaran mis programas cotidianos. Pero he estado igualmente ocupadísimo con la preparación de mi próximo viaje, que me va a llevar, según frase precisa de mi compañera M., a hacer las Europas, de la misma forma en que otros hacen las Américas. Es una preparación compleja, porque mi intención es visitar a mis hijos y a algunos amigos franceses, y se da la circunstancia de que el 1 de noviembre es en Francia un pedazo de fiesta nacional, que genera uno de los puentes más codiciados por los currantes locales, que tienen preparados viajes con mucho tiempo de antelación, más o menos como el nuestro de diciembre. He hablado con todos ellos y me encuentro con que mis hijos se van de puente para encontrarse con sus respectivas parejas, de acuerdo con su nuevo estatus en modo better be lonely. Que mi amiga Barbara Chabbal, me dice que no va a volver a su casa de Tours hasta el 4 de noviembre. Y que Alain Sinou no regresa a París hasta el 9, lo que, si tenemos en cuenta que mi vuelo de vuelta de Bruselas es el 12, me deja muy pocas alternativas.  

Tenía un primer borrador de programa cerrado, pero lo he tenido que adaptar para poder ver a todos. O casi todos, porque mi nueva amiga Inés R., a quien me gustaría visitar para conocer Le Havre, no va a estar en esa ciudad y ya se me va a quedar para el siguiente viaje. Y mi querida amiga indonesia Tantri va a estar en casa de sus suegros en Alemania prácticamente todo este tiempo, así que no voy a poder encontrarme con ella tampoco. Mi nuevo programa es un poco en zigzag, pero me permitirá visitar a los demás. Me he guiado también por una directriz clave: no voy a estar más de tres días con cada uno. Poniéndome en la piel de todas y cada una de las personas que voy a visitar, creo que una estancia de cuatro o más días, se convierte ya en algo muy pesado para ellos (incluidos mis hijos). Si vas tres días, luego te dirán que qué pena que te vayas tan pronto, etc., pero en el fondo respirarán aliviados.

Y, aparte de todo eso: es que encima voy a ver un concierto de Samantha Fish, el tercero de este año. Hip-hip-hip HURRAH, Hip-hip-hip HURRAH, Hip-hip-hip HURRAH. Les he hablado más arriba de mi nueva amiga Inés R. Ya les conté que, tras la visita a Madrid Río, ella y yo nos fuimos a comer a un restaurante de la calle Virgen del Puerto. Compartimos allí unas raciones generosas de ensaladilla y rabo de toro, acompañadas por unas birras bien tiradas. Y hablamos, entre otras cosas, de mi inminente viaje y de la posibilidad de vernos en Le Havre. Le conté que mi viaje empezaba por un concierto de rock en Bruselas. Con un gesto entre curioso y travieso, me preguntó: ¿Y a quién vas a ver? No creo que la conozcas ꟷle dijeꟷ, a Samantha Fish. Su respuesta alborozada: ꟷ¡Claro que la conozco, es fabulosa, jo, qué envidia! No la invité a venir conmigo, porque a esas alturas ya me había contado que tiene pareja y que lleva una vida bastante aperreada con sus clases en Grenoble y en Le Havre.

Pero, a lo que voy: Samantha Fish es muy poco conocida todavía. Que Inés R. sepa simplemente quién es, y encima le encante, es un indicativo más de que los humanos nos movemos en planos paralelos, independientes y aislados unos de otros, en cuyo interior compartimos muchas cosas, vivencias, opiniones y referencias comunes. Yo pertenezco a un estrato digamos heterodoxo, alternativo y un poco dandy y, con los años, he aprendido a reconocer a mis compañeros de estrato. Desde la primera conversación telefónica con Inés, ya supe con toda seguridad que era de los míos, así que el hecho de que conozca a Sam no fue para mí una sorpresa absoluta. Algunos nuevos seguidores del blog me han dicho que ahora dedican algunas tardes al samanthing, y que muchas gracias por descubrirles a esta singular artista. Otros en cambio se siguen preguntando por qué me gusta tanto y hablo de ella todo el rato.

Para ambos grupos, voy a repetir un vídeo que me parece clave para entender a esta mujer. Es 14 de noviembre de 2021, en Nueva Orleans, y la Sociedad del Blues y del Jazz ha organizado un concierto de homenaje al bluesman local Earl King, fallecido en 2003 cuando estaba a punto de cumplir 70 años. El concierto tiene lugar en el mítico Tipitina’s y el formato acordado es que hay una big band fija, para acompañar a los solistas que hayan pedido intervenir y que han de tocar una o dos canciones escritas por el homenajeado. Y allí se presenta Samantha. Como saben, el blues era y en parte sigue siendo un coto cerrado de UNO hombres, DOS mayores, TRES negros y CUATRO cabreados o malencarados. Pero allí aparece Sam, con dos ovarios, dispuesta a interpretar dos canciones que ella misma ha elegido. Es la niña sabidilla que se cuela en la fiesta de los mayores, pero resulta que al final se erige en la triunfadora de la noche, sus dos canciones fueron lo mejor de la velada.

Fíjense en el hecho de que Sam toca con una banda veterana que no es la suya y con la que seguramente no ha podido ni ensayar (porque no habrán podido hacerlo con todos y cada uno de los que intervienen). Además, se trata de dos canciones que no forman parte de su repertorio habitual. Pero a ella le da igual; ella se planta en el viejo escenario del Tipitina's, bajo la imagen del Professor Longhair, y entra mandando. Que le sigan si pueden. Aquí está todo Samantha: su determinación, su perfeccionismo, su obsesión por los botoncitos del pedal board, que pisotea hasta que consigue el sonido que busca en cada momento. Su soltura, su talento con la guitarra y cómo maneja la voz. Y lo contenta que se pone al final cuando ve lo bien que le ha salido. En el centro de las canciones, Sam deja un turno para que se luzcan respectivamente el organista y el saxo barítono. El primero lo hace con evidente desgana. El segundo trata de seguirla pero acaba con la lengua fuera. Los asistentes no dan crédito a lo que están viendo y gritan alucinados. Es un vídeo maravilloso que han de ver en pantalla grande.

Pero quiero aprovecharlo también para explicarles con un doble ejemplo en qué consisten las anacrusas. Se trata de unas notas preliminares que el solista da antes de que el resto del grupo entre en el momento previsto para ello. Aquí se puede ver en ambas canciones. En la primera, tras un adornillo suelto del piano para dar ambiente, Sam entra a cantar It was a weary silent NIGHT. La palabra unisílaba NIGHT es la señal que esperan los demás músicos para iniciar su acompañamiento (pueden ver que el batería está quieto esperando esa señal). En la segunda canción, las anacrusas son las notas que Sam toca con su guitarra antes de que el grupo marque su UN-DOS-UNDOSTRES, para iniciar el típico ritmo de Nueva Orleans. Las letras son también significativas del mundo del blues. La primera habla de una noche cansada y silenciosa, mi chica se ha ido y yo trato de dormir, pero no puedo, apoyo la cabeza en la almohada, pero no me puedo quitar de la mente mi desesperanza y no paro de llorar. La segunda, con la marcha de la zona, cuenta que todo el mundo acaba arrastrado a donde no quiere. Disfrútenlo.

Pues a esta artista de tanto talento voy a ver yo al inicio de mi viaje por las Europas, en la sala AB de Bruselas, siempre que todo lo programado me salga bien. Además de asistir a su concierto, me gustaría también saludarla, como hice en Jerez, pero esto lo veo más difícil. El concierto empieza a las 20.00, acabará en torno a las 21.30 y el grupo toca al día siguiente en Helsinki a las 17.30, así que es posible que se vayan rápido a descansar y no firmen discos ni camisetas. Encima, los conciertos de Bruselas y Helsinki seguirán a la larga gira que Sam está desarrollando por el UK. Su programa inicial incluía otra extensa gira por las mayores ciudades de Alemania, donde tiene muchos seguidores, y terminaba precisamente en Bruselas, Helsinki, Zurich y París. La gira alemana se traslada a marzo y los demás conciertos los ha dividido.

Según su página Web, el mes de noviembre lo tiene limpio de bolos y creo saber el motivo de esta reestructuración de su programa. En diciembre va a dar una serie de conciertos por USA con Jesse Dayton, el chico malo del country, con la idea de grabar en ellos un disco en directo que será presentado a comienzos de año y sus canciones incorporadas a los conciertos sucesivos. Sam es incansable, está en plena forma y no acostumbra a parar un mes, así que yo creo que noviembre lo va a dedicar a ensayar con su nuevo compañero y el grupo. Ella es muy profesional y quiere que todo encaje a la perfección. En cuanto a Jesse Dayton es un auténtico pieza, que ha formado parte de grupos de country, de punk y de rockabilly. Lo mejor es que vean cómo se las gasta, en esta versión de un tema de AC/DC con su formación clásica de rockabilly, que arranca usando una botella de cerveza a guisa de bottleneck. Viendo esto, yo creo que Sam y este elemento van a formar un dúo totalmente explosivo. 

Vaya, que van a saltar chispas en la reunión de dos guitarristas tan buenos, porque Sam es muy mandona y este sujeto parece bastante rebelde y no muy bien mandado. Veremos. Pero voy a cambiar ahora de tercio, porque he empezado contándoles que esta semana había sido tranquila. Desde luego, comparada con la que viene, esto ha sido una especie de calma chicha. Pero he hecho algunas cosas. El lunes me cogí el coche al APOT donde recogí seis libros más del Bosque Metropolitano, con sus correspondientes kits (bolsa ecológica, folleto, bolígrafo, mascarilla anticovid y dos insignias de solapa). Necesitaba esta nueva remesa, porque quiero viajar con cuatro de ellos, aunque voy a ir muy cargado.

Lo cierto es que voy a visitar a cuatro amigos que me han ofrecido dormir en sus casas: Barbara Chabbal en Tours, Tangi Saout y Joris Fromet en Nantes y Alain Sinou en París, donde ya he dormido algunas noches. Finalmente, aprovecharé sólo la amabilidad de Barbara y Tangi, porque en Nantes necesito un solo alojamiento y en París iré a casa de mi hijo Kike. Pero la intención es lo que vale y creo que los cuatro se merecen que les lleve un regalo. A mis hijos no les llevo nada, porque no lo iban a leer y sólo servirían para ocuparles estantería. En mi antigua oficina me dan todos los que quiera, porque les viene bien que el libro se distribuya lo más posible y, además, figuro en los créditos como coautor. Así que me volví a casa con los seis. La semana anterior le di los dos últimos que me quedaban a Inés R. y a Sonia, mi colega de la ETSAM. Por eso necesitaba reponer existencias.

El martes tuve la segunda sesión de Billar de Letras, de la que les hablo abajo más en extenso. Ayer viernes repetí el programa de hace una semana: comida en el bar de mis amigos al lado del APOT y tarde con mi amiga y asesora financiera M., a la que tenía que ver de nuevo para firmar los movimientos que habíamos negociado el viernes anterior. Desde hace dos o tres días está lloviendo bastante, pero a mí, como buen coruñés, me encanta. Y les anuncio también que esta noche iré a ver la actuación de Osi y los Osidados, que finalmente podrán presentar en directo el disco que grabaron antes de la pandemia y en el cual participa mi maestro Henry Guitar tocando el trombón como parte de la sección de vientos. Este Osi es un histórico del blues de Entrevías y ya me tocó verle en formato dúo, con un guitarrista muy joven, bajo el nombre Osi Martínez and Guille the Kid, según se contó en el blog.

Pero vamos con la sesión de Billar de Letras del martes, que tiene un aspecto que les quiero comentar. El libro sobre el que íbamos a debatir se llama El año en que murió John Wayne, y es una colección de relatos que lleva la firma de Juan Gracia Armendáriz, escritor y periodista navarro de unos cincuenta y tantos. En la sesión participaban el autor y el editor Manuel Borrás, jefe y fundador de la editorial Pre-Textos. El caso es que, a lo largo del último mes, yo me fui leyendo el libro y encontré en el texto una serie de errores, que me saltaron a los ojos. Veamos. Una cosa son las erratas y otra los errores. Errata es cuando el dedo se te resbala y te comes una letra, por ejemplo. Un problema tipográfico, por así decirlo. Los errores son otra cosa y verán de lo que hablo cuando se los detalle.

He de precisar con carácter previo, que yo he trabajado mucho como corrector de textos, he ayudado a diversos amigos escritores depurando sus originales y durante mi larga carrera en el Ayuntamiento solía encargarme de revisar todos los textos para eliminar los errores y erratas. Soy un puñetero del tema y tengo deformación profesional. En mis primeros años de funcionario, tuve un jefe que rápidamente me cazó esta habilidad y me puso el mote de Azorín. Cuando había que presentar algún documento para que fuera aprobado, el tipo decía: Esto que lo revise Azorín. Con lo cual consiguió que todos mis compañeros me odiaran.

En fechas más recientes, mi amigo Mauro Gil-Fournier, arquitecto heterodoxo, porque es medio filósofo, acababa de escribir un libro que se llama Las casas que me habitan, en su línea de pensamiento que él llama arquitecturas afectivas. Y yo le ofrecí hacerle una corrección. Me pasó un ejemplar en folios y en unos días estaba revisado. Me preguntó por teléfono cuántos errores había encontrado y le dije que en torno a doscientos. No se lo podía creer. Quedamos una tarde en el Café Central (era justo antes de la pandemia) y repasamos mis anotaciones una a una. Y al final me reconoció que tenía la razón en todas. Con mis correcciones, el texto quedó niquelao y así lo envió a la editorial. En estos momentos, se vende en las librerías especializadas en arquitectura y yo tengo un ejemplar con una dedicatoria muy cariñosa del autor. En realidad sólo conozco a una persona que haga este trabajo mejor que yo: mi querida amiga África.

Pero volvamos a John Wayne. No hace falta que diga que los cuentos del libro son muy buenos, el autor tiene oficio y sabe crear unos ambientes angustiosos que te agarran por la garganta. Pero yo empiezo a leer y me encuentro que un tipo que sale huyendo de un atentado que acaba de ocurrir, lleva un canguilón de sangre pegado a la cara. La palabra canguilón no existe en el castellano. El autor quiere decir un cangilón. Y para mí esto no es una errata, sino un error que delata la falta de un corrector como yo. Unas páginas más adelante, el protagonista de otro relato, un cachas que va presumiendo de musculatura, se jacta de hacer doscientas nominadas. Todo el mundo sabe que las flexiones que se hacen con una barra sujeta entre dos paredes son flexiones dominadas. No nominadas. Esto tampoco es una errata. Es un error.

Mi problema con estas cosas es que, si yo pillo un fallo de este tipo, puedo pensar: vale, qué putada, esto se le ha escapado a todo el mundo, le puede pasar al mejor libro. Pero cuando me sigo encontrando estos errores, el asunto me empieza a sugerir un patrón. Un patrón de descuido editorial. Y condiciona mi forma de leer, porque ya estoy pendiente de pillar más fallos y eso me distrae de la propia obra que estoy leyendo. Poco más adelante, hay un relato que se titula Edmond. Pero el protagonista del cuento se llama Edgar. Esto tiene una explicación muy clara y yo, que he escrito muchos cuentos, sé dónde está el origen. Tú terminas tu relato y se te mete entre ceja y ceja que no te acaba de gustar el nombre que le has puesto al protagonista. Y de pronto, se te aparece en la mente la solución: se va a llamar Edgar. Entonces, coges el texto y el programa Word te permite seleccionar todas las veces en que aparece el nombre Edmond en el texto. Y los vas corrigiendo pacientemente uno a uno. El texto queda perfecto. Pero se te pasa cambiar también el título. Y nadie se da cuenta.

El problema con un texto con errores como esos es que hay cosas que ya no sabes si son errores o no. Y eso, a mí me pone muy nervioso. Encontré muchos casos a lo largo del libro y no se los voy a contar todos, pero sí uno a título de ejemplo. Hay un cuento en que un chaval, al que un viejo pederasta le acaba de intentar tocar el culo en unos aseos, está esperando con toda su panda detrás de unos arbustos, por donde todos creen que el viejo pedófilo suele volver caminando, con objeto de darle una paliza, para lo que van provistos de barras de hierro. Y ya lo ven venir por el fondo de la calle. Lo que pasa es que el único que lo ha visto antes es el chaval protagonista y todos esperan que confirme que se trata del viejo cabrón para atizarle. Pero el chaval se ha fumado unos canutos y se ha tomado un speed, por lo que ve bastante poco claro.

La escena es muy angustiosa. El chaval ve dos rostros que se confunden en uno: el que él ha visto antes a pocos centímetros de su cara y el rostro del señor que viene por el camino. Los colegas le presionan, se creen que se está rajando y él también piensa que debe decir que lo ha reconocido, aunque sea mentira, para no parecer menos macho. Y el relato describe lo que ve el chico: un rostro que se desdoblaba, dos personajes en uno “que se cercaban”. Y aquí me surge la duda. ¿Realmente los dos personajes en uno se cercaban? ¿Uno cercaba al otro y el otro cercaba al uno? ¿Tal vez es una metáfora cuyo significado no alcanzo a entender en mi inutilidad manifiesta para la poesía? ¿O bien es otro de esos errores groseros y lo que quiere decir el autor es que se acercaban?

Hice una lista con todos los errores encontrados (y alguna errata también). Y me entró la duda. ¿Lo digo o no lo digo en la sesión del club? Estando presentes el autor y el editor, me daba un poco de apuro. Además, cuando tengo una cosa muy clara, a veces me pongo un poco borrico (ya lo han advertido ustedes con el tema de Ucrania) y corría el riesgo de que toda la discusión se centrara en este tema, en el fondo, colateral. No quería boicotearle la sesión a mi buen amigo Ronaldo Menéndez (que por cierto, tiene ya en librerías su última novela, de la que ya les hablaré). Así que decidí escribirle pidiéndole consejo. Le mandé la lista y le dije: si tú me pides que no diga nada, no lo menciono. Si me indicas lo contrario, por favor elige tú cuando me das entrada, para que no te fastidie la sesión.

Me contestó dándome las gracias por mi preocupación y enfatizando que, por favor, hiciera lo que me pareciera más oportuno, que él no fomenta la censura en su club y mucho menos la autocensura. Luego añadió que Manuel Borrás es un histórico, aproximadamente de mi edad, que había empezado en la edición casi siendo un crío. Que era un pionero de la edición de calidad en todo el mundo de habla hispana y que tenía la medalla de oro de Bellas Artes. Ante esto, le volví a escribir a Ronaldo anunciándole que había decidido no mencionar ese tema y centrar mi intervención en cuestiones más de fondo. Y entonces me respondió dándome otra vez las gracias y diciéndome que, no obstante, él mismo sacaría el tema en la sesión cuando resultara oportuno, porque si una cosa está mal hay que decirlo.

Llegó el día de autos, el editor era de mi edad pero estaba bastante más cascado que yo y me alegré de mi decisión. Cuando pedí la palabra, me centré en otros temas. Pero al final de mi intervención, Ronaldo intervino para decir: ꟷTengo que añadir que Emilio ha detectado una serie de errores en el texto, que me ha remitido y lo que pasa es que ya veis que ha tenido la delicadeza de no mencionarlo, porque le da el lógico apuro. Ambos aludidos se deshicieron en elogios, le pidieron la lista de errores a Ronaldo y prometieron corregirlos en una hipotética segunda edición. Finalmente creo que salí de la situación suscitada de la mejor manera posible. Colorín colorado.

Esta mañana he salido a correr por un Retiro bastante encharcado y, por primera vez en este otoño, he sacado la equipación de entretiempo, con mallas y sudadera. Va a ser mi última carrera por una temporada: el miércoles tengo un sarao matutino que ya les contaré, el sábado estaré volando a Bruselas y las dos semanas siguientes andaré por las Europas y no me voy a llevar el equipo de corredor, que ya voy bastante cargado con mis libros de regalo. Pero, como hemos hablado más arriba de Osi y los Osidados, les voy a dejar de propina uno de los vídeos que grabaron de los temas del disco que se presenta esta noche. Es blues en español y, como suele suceder, la voz solista no es muy afortunada. Osi es un figura con la armónica, el acompañamiento está bien, pero la voz es la que es y eso no tiene vuelta de hoja. Les pido que sean indulgentes. En realidad, si se lo traigo al blog, es para que vean a mi amigo Henry Guitar dándole duro al trombón y chupando cámara con su presencia arrolladora. El arreglo de la canción es también suyo. Sean buenos.

2 comentarios:

  1. Pues por mucho que el editor sea un histórico y una persona de referencia en su mundo, errores como los que nos detalla no se pueden consentir. No sé si es un sintoma de una cierta decadencia profesional o un indicativo de la crisis, que obliga a prescindir de personal de corrección. Pero, como usted dice, saltan a los ojos del lector y cualquiera podría haberlos visto.

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    1. Las erratas son una desgracia, que pasa en las mejores editoriales, pero los errores suelen revelar un cierto descuido. No sé cuál de las dos razones que usted aventura está detrás de los errores que aparecen en este libo pero, en cualquier caso, es una pena. Son como encontrarse una mosca en la sopa o un pelo en la ensaladilla rusa.

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