Domingo por la tarde. Escribo en mi terraza,
aprovechando este delicioso veranillo retrasado de San Miguel que nos está
deparando unas tardes maravillosas, a la temperatura perfecta para estar en
camiseta escribiendo bajo los toldos y con la música a volumen bajo para no
molestar a los vecinos. Hay que aprovechar también que al Hijo de Putin aun no
se le ha ido la olla hasta el punto de ponerse a lanzar bombazos nucleares.
Occidente hace bien en decir que se toma muy en serio sus bravatas. Este tipo
es un enano físico y moral y por tanto un acomplejado. Y con los acomplejados lo
peor es tomarse sus amenazas como si fueran de farol. A ese desprecio pueden
responder con la famosa frase sujétame el
cubata, que voy donde el botón rojo. Esperemos que la locura no llegue a
ese grado.
Vuelan mariposas y abejorros por mis plantas, felices
de que se haya terminado el calor extremo (durante el mes y medio de asfixia a
partir del 15 de julio, no hubo insectos por aquí, ni mosquitos, ni moscas ni
nada). Escribo hoy para publicarlo mañana temprano, porque este lunes entraré
en otro grumo del sinvivir que les vengo relatando. Mañana a las 10.30 he de dar
una clase de hora y media sobre el realojo del barrio de Palomeras en la ETSAM,
al grupo de mi amiga Sonia de Gregorio, que año tras año me sigue llamando para
contar esta historia. Tenía esta cita reservada hace tiempo, pero resulta que
se me ha juntado con el viaje de mi nueva amiga Inés R., profesora de la
Escuela de Arquitectura de Le Havre, que mañana desembarca en Madrid con 40 de
sus alumnos.
Para el lunes, esta chica ha organizado una visita a
las oficinas de Madrid Nuevo Norte, antigua Operación Chamartín, y, a modo de
contrapunto, un encuentro con Félix Arias, el líder de la contestación contra
ese proyecto. El martes comentaré con ellos mi postura al respecto, más
pragmática y menos dogmática que la de Félix, aunque no menos crítica. Porque
el martes por la mañana me reuniré con este grupo a las 9.30 al pie del
depósito de agua del Matadero para iniciar allí una visita guiada a Madrid Río.
Durante cuatro horas he de explicarles el proyecto en francés. El plan es terminar
en el kiosco del parque, al final de la Avenida de Portugal, donde espero que
puedan darnos de comer a un grupo tan grande. Por la tarde, voy a acompañarles
a su encuentro con el grupo de arquitectos Zuloark, que organizaron el solar de
la plaza de La Cebada, resultante de la demolición del viejo polideportivo en
tiempos del alcalde Gallardón. Tengo algo que aportar aquí también, sobre el
proceso que dio lugar a ese solar.
El miércoles este grupo de alumnos franceses
continuará por Madrid y no descarto sumarme a alguna de sus actividades, en
función del feeling que establezca con su profesora, a la que por ahora sólo conozco por teléfono y en fotos. Todo esto no es más que
la continuación de mi frenético día a día que les voy contando en el
blog. El jueves pasado, como les comenté, estuve en la concentración frente a la
Embajada de Irán. Fue una cosa bonita, intensa, dramática, apenas 200 personas
a ojo de buen cubero. En un momento dado, muchas de las asistentes se quitaron
los pañuelos de la cabeza y los cortaron con tijeras para echar los pedacitos
en una bandeja que se entregaría en la embajada. Yo había acudido con mi
pañuelo de bluesman y de pronto todo el mundo me miraba como
animándome a sumarme a la protesta, así que opté por quitármelo y guardarlo en
un bolsillo: yo llevo el pañuelo para presumir, no porque me lo ordene ningún ayatollah. Y
no lo quiero perder.
El viernes inauguré la temporada de teatro con
Finlandia, una obra de 80 minutos sobre una pelea de pareja en una habitación
de hotel de Helsinki. A mí me gustó, pero algunos colegas del grupo resaltaron
el hecho de que la historia empieza ya en pleno clímax y no hay un crescendo o
una gradación de tempos anímicos: empiezan a hostia limpia y acaban igual. El
trabajo de los dos actores es agotador, se chillan todo el rato con parrafadas vociferadas
a toda velocidad. Al final, nos tomamos unas cervezas por la zona, que es uno
de los objetivos del grupo, el teatro es sólo la excusa. Con motivo de esto, me
acosté tarde y ligeramente achispado pero, a pesar de ello, el sábado salí
tempranito a correr mis reglamentarios 6,5 kms por el Retiro. Y no hice mala
marca.
Una reflexión al respecto. Tanto en la concentración
iraní, como en el teatro, el personal que había acudido a estos eventos era de
edad. Abundaban las calvas, las barbas canosas, las señoras con teñidos de
peluquería, los trajes chaqueta, los rostros veteranos, prototipos del dicho la
arruga es bella. La gente mayor, de mi quinta, se divierte, es culta y tiene
preocupaciones sociales y políticas. Somos los boomers y a mucha honra. Pero ¿dónde
están los más jóvenes? Pues ustedes me dirán. Tal vez mandándose
compulsivamente mensajes de guasap escritos a velocidad de vértigo con ambos
pulgares o haciéndose selfies poniendo caras de memos. Ya saben que yo tengo
debilidad por los millenials, como mis hijos, esos treintañeros que pronto
habrán de acceder a los puestos directivos de la sociedad y que son una
generación preparada y capaz. ¿Sabrán ellos como motivar a los más jóvenes? Está
por ver.
En los conciertos de Samantha Fish también el público
es veterano. Esta chica hace la música que nos gusta a los boomers. Los jóvenes
se decantan más por el rap, el hip hop y similares, de los que ya saben que
Keith Richards dice que puede admitir que eso sea cultura pero que, por favor,
no le digan que es música. Samantha está a-puntito-a-puntito de iniciar su gira
por el Reino Unido, que en principio debe terminar en París, en el Bataclan,
concierto para el que tengo seis entradas para verla con mis hijos. Pero este
concierto sigue sin estar confirmado del todo y, por si acaso, me he sacado una
entrada para mí, para otro que sí está totalmente confirmado, el que dará en la
sala AB de Bruselas el próximo 29 de octubre. Mi plan es hacerme un viajecito
por esa parte de Europa visitando amigos y amigas, entre uno y otro concierto. Samantha
tocó hace unos días en el Telluride Blues and Brews Festival que se celebra
cada año en esa estación de esquí del estado de Colorado. Sam es la reina de
ese festival y les voy a pedir que vean una de las canciones que tocó, para que
disfruten de la conexión que tiene con su baterista Sarah Tomek. Merece la
pena.
Sam y Sarah comparten la energía, la determinación, el
talento, la profesionalidad. También los vestidos que se ponen, pero en este
caso imagino que Samantha ha creado una línea de ropa con la que se visten
ambas y de la que seguramente saca también beneficios, porque ya les he dicho
que esta mujer es una auténtica fenicia. En sus últimos vídeos la veo con el pelo más
largo y en una mujer que cuida tanto su apariencia física esto no puede ser
casualidad, es posible que se esté dejando otra vez la melena de sus primeros
tiempos. Por otro lado, la letra de esta canción es compleja y lúgubre como las
que solía escribir al principio de su carrera (ahora son más alegres y
desenfadadas). Nena de ojos verdes, reina difunta, afrodita pasada de
anfetaminas, llenas el depósito con Tanqueray, y miras cómo se desvanece tu
dulzura, porque no hay ángeles por aquí alrededor, no, no hay ángeles.
Las letras del rock empezaron siendo muy ñoñas, chico
busca chica, necesito tu amor, dame la mano, etc. Es que los boomers rompimos
con una época muy puritana, de educación primaria segregada y mucho beaterío. Hasta
que llegó Bob Dylan con sus poemas magníficos, justos merecedores del premio
Nobel aunque fuera con un par de décadas de retraso, el rock se centraba
básicamente en letras bastante moñas.
Recuerden por ejemplo que los Stones pretendían escandalizar con una canción
cuyo estribillo decía pasemos la noche
juntos, Let’s spend the night
togheter. ¡Qué escándalo! En una aparición en TV les hicieron cambiar la
letra para decir pasemos un rato juntos.
Ya ven en qué tiempos surgimos con el rock. Los Beatles también tuvieron un
éxito importante con una canción que decía I
wanna hold your hand, quiero coger tu
mano. Habrá cosas más inocentes que hacer manitas, o pasar la noche haciendo las cucharillas, por ejemplo.
Contrasta esto, por ejemplo con el despelote que
fueron los años 20 del siglo pasado, en donde Josephine Baker salía a escena cubierta
con un cinturón de plátanos como único atuendo. Las letras de los pasodobles y las
zarzuelas eran mucho más pícaras que los rocks del principio, recuerden las
Noches de Faraón, el maldito Putifar y aquella estrofa de Ay Ba, Ay Ba, Ay Babilonio, qué mareo. Supongo que todos ustedes la
conocen. Sin embargo, es posible que desconozcan piezas como el Chotis de
Cipriano, de los años 20, una cumbre de las letras picantes con su impagable estribillo: Ay Cipriano, no bajes más la mano, no seas
exagerao. Vale, por si creen que me lo he inventado, aquí está la versión de la simpar Olga Ramos, tal como la cantaba en el antro de la calle
de la Palma 51, en donde algunas noches me tocó disfrutar de su arte.
La gran Olga Ramos rescató este tema publicado en 1916 en la voz de Úrsula López y que me imagino que a mi padre le tocó bailar más de una vez cuando vino a Madrid años después. De aquellos años solía contarme lo que hacía los sábados con una peseta, que le llegaba para el tranvía de ida y vuelta al centro, un vermú con aperitivo, cena y copa en algún café cantante. Eran otros tiempos pero, en cuestiones morales, más adelantados que muchas épocas posteriores. Otro ejemplo destacado es esta grabación que todavía se conserva de la gran artista conocida como Bella Dorita, la reina del Molino Rojo de Barcelona. La acompaña la orquestina Crazy Boys, está grabado en 1933 y el título no puede ser más sugerente: La vaselina.
Ay, qué calores que me están entrando entre el
veranillo y la Bella Dorita, me he tenido que quitar la camiseta y todo y aquí
estoy hecho un cachas de terraza. Pero mientras escribía estas cosas, me ha
llegado una noticia acerca de Samantha. Como cada año, la revista de blues Making A Scene ha publicado los premios anuales a los mejores artistas independientes del blues. Hace dos años Sam se
llevó nada menos que diez premios por su penúltimo disco Kill or be kind, entre
ellos el de mejor artista de blues, hombre o mujer. Pues este año, su disco
Faster se ha llevado seis premios, como pueden ver en la imagen de abajo.
Entre ellos, el de mejor artista femenina de blues. El
premio más importante se lo ha llevado esta vez el mejor artista masculino: el gordo
Christone Kingfish Ingram, otro motivo de alegría para mí, que llevo meses
hablándoles de este singular guitarrista de 22 años y 180 kilos de peso. Kingfish se ha
llevado también seis galardones en un certamen que se convoca en mayo y en el que
votan todos los seguidores del blues que desean hacerlo. También ha habido
premios (dos) para Larkin Poe. El premio Road Warrior a la mejor gira esta
vez no se lo ha llevado Sam sino Ally Venable, una chica que toca muy bien la
guitarra y tiene 23 añitos, diez menos que Sam. Así que cerraré este post con
un tema del gordo, que lleva este año muchos premios, porque también ganó
el Grammy como les conté. Es mucho este gordo, que toca la música que le conecta con sus abuelos y no quería saber nada del rap que le gustaba a sus compañeros de cole. La de perrerías que le habrán hecho. El vídeo que les traigo ya ha aparecido en el blog, pero es que es el
tema que más me gusta de todos los suyos. Sean buenos.
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