miércoles, 31 de agosto de 2022

1.163. Sam y los boomers

Muy bien, aquí sigo trayéndoles los sucesivos vídeos que va publicando Jóse Peinado sobre el fabuloso concierto de Samantha Fish en Jerez de la Frontera hace ya algo más de un mes, para que vayan ustedes viendo cómo va subiendo el nivel musical y emocional de una performance perfectamente diseñada por nuestra Sam para cautivar a una audiencia cada vez más rendida. Hemos visto y escuchado ya cuatro vídeos con las cinco primeras canciones y vamos con el siguiente. Algunos lectores me dicen que les encantan las explicaciones que escribo sobre los vídeos musicales que voy subiendo al blog, que con esas explicaciones entienden mucho mejor todo lo que han de ver a continuación. Existe incluso un caso extremo, una amiga que dice que le encantan mis explicaciones, pero luego ni siquiera abre el vídeo, porque ya le da igual. En fin, este es un blog democrático, para que cada uno haga lo que le pete. Diría incluso que esto es una democracia orgánica, como la franquista, en la que cada uno de ustedes está legitimado para hacer lo que le salga de los órganos.

Bueno, el siguiente vídeo cuenta también con dos canciones. La primera Highway's holding me now, la carretera me tiene atrapada ahora. Es tal vez una de las mejores canciones de toda la carrera de Sam. Es como un grito desgarrado escrito a media gira, en el que proclama cuánto echa de menos a su amante de ese momento, cuyo contacto anhela con todos sus poros pero, tal como dice el estribillo, la carretera la tiene atrapada por ahora. Incluye uno de sus versos más explícitos: si tú fueras mi medicación, ahora necesitaría un chute en vena (a straight shot). Mi amigo Dani tiene claro que esta es su canción preferida de Samantha y echó de menos que la tocara en Cazorla, así que en Jerez, digamos que entró en combustión al escuchar los primeros sones y estuvo a punto de empezar a levitar.

Samantha empieza diciendo: ¿quieren ustedes un poco más de rock’n roll? Pues se lo vamos a dar. La energía y la entrega con la que canta y toca en esta canción iba ya elevando la temperatura del lugar y vemos cómo Sam está sudando, le brilla la piel de la cara, pero no por eso se arredra, ella es como un corredor de maratones, que ha de seguir corriendo en cualquier condición atmosférica. Y, sin solución de continuidad, la banda aborda una segunda canción que se llama Hypnotic, es del último disco y cualquiera que sepa un poco de rock puede ver enseguida que es un homenaje a Prince, con ese inicio en falsete característico del genio de Minneapolis. La banda está perfectamente engrasada, los cuatro tocan bien conjuntados, cada uno hace su papel y las cosas parecen rodar con facilidad. Escuchen esta maravilla doble.

Como han podido observar en este y en los anteriores vídeos, aquí todo el mundo hace coros, los tres integrantes de la banda de Sam arropan sus frases con segundas y terceras voces bastante bien ajustadas. Respecto a estos músicos, he comprobado que algunos de mis lectores se están fijando especialmente en la chica de la batería, Sarah Tomek, el Coronel Groucho aparenta estar bastante fascinado con ella, yo la sigo en Facebook y he podido averiguar algunas cosas sobre esta chica. Se trata de la hija de un conocido batería de rock de los 70, que en cierta forma es como un alter ego de Samantha, ya que es igual de cabezota que ella. Así que, cuando tenía cuatro o cinco años ya decidió y proclamó a los cuatro vientos que ella sería baterista como su papá y nadie la pudo hacer bajar del burro. Su padre sabía lo dura que es la vida de los músicos, pero respetó la voluntad de su querida hija.

Aquí las tienen a las dos, posando para una foto reciente. Sam y Sarah representan una nueva generación de músicos del rock, grandes instrumentistas, a menudo niños prodigio que se han hecho mayores y que se cuidan bastante y hacen deporte, porque lo que les llena es la música y especialmente tocar en directo. Ya les he contado que el mercado del disco está en una cierta crisis, yo no tengo ni idea de cuántos discos venderá Beyoncé a pesar de las campañas de promoción millonarias que le hacen. Los buenos músicos, es decir, la gente que compone, escribe sus letras y hace sus arreglos, parecen vivir más de las giras veraniegas que puedan contratar, que de la venta de discos. Esas giras son muchas veces interminables por lo que han de estar en forma. Cuando empezó el fenómeno del rock, un componente casi inevitable del tema eran las drogas, artistas tan respetados como Ray Charles necesitaban su dosis para poder salir a tocar. Hace tiempo que esto ha cambiado.

En este sentido hubo primero un movimiento pendular que hizo surgir a los straight edge, una gente que basaba su vida en un lema: cero drogas. Es que no se tomaban ni una caña. Ya les he contado que en el grupo Memories, de la línea hardcore, en el que mi hijo Kike tocó el bajo durante cinco años, tres de sus cinco miembros eran straight edge y los únicos que se permitían tomarse unas birras después de los conciertos eran mi hijo y el batería. Este fue un movimiento con muchos seguidores en el mundo del hardcore. Samantha y Sarah están ya del otro lado y son básicamente buenas chicas. Es significativo el detalle que ya se ha comentado en el blog, de que Sam no se haya hecho ningún tatuaje. De Sarah no puedo asegurarlo, pero no me extrañaría que tampoco lleve ninguno. Ambas son mujeres que aman su propio cuerpo y por eso se las ve tan guapas.

Porque, discúlpenme ustedes, pero esto del tatuaje es como una especie de pandemia (yo no puedo hablar mucho al respecto, porque mis dos hijos tienen tatuajes en sus cuerpos, menos mal que siguieron mi consejo y no se los estamparon en lugares demasiado visibles, en donde pudieran afectar a sus búsquedas de trabajo). Es muy extraño encontrar ahora mismo un chaval o chavala de treinta para abajo que no se haya tatuado el cuerpo, en zonas que luego se ve obligado a enseñar todo el rato, porque para eso se lo ha hecho. Hay gente que se hace auténticas averías, tanto con los tatuajes como con los piercings. A mí me irritan especialmente las chicas que se hacen ese tipo de masacres en las piernas. Qué necesidad hay de estropear una cosa tan bonita como las piernas de una mujer. Y entre los piercings hay también un tipo que no soporto, lo que yo llamo los mocos, esa gente que se perfora el tabique internasal para ponerse una pieza metálica que cuelga a ambos lados de dicho tabique.

Samantha no tiene en su cuerpo otros agujeros artificiales que los dos de las orejas que seguramente le hicieron sus padres al nacer, en esto es bastante clásica. Y volviendo al tema de las drogas, ella se confiesa adicta al café, como yo. Come de todo, no le hace ascos a una hamburguesa o cualquier tipo de comida preparada que le saquen, pero procura comer a base de ensaladas, a ser posible con salmón ahumado, que son sus preferidas. Y le gusta bastante la cerveza y el vino tinto, suele tomarse al menos una copa para relajarse después de los conciertos y las largas sesiones de meets&greets donde firma discos y camisetas a colas interminables de seguidores. Y se hace selfies con quien se lo pida, no le regatea ese privilegio a nadie.

Siento decepcionar a todos los que se cayeron de culo por el asombro al ver LA FOTO pero, si entran ustedes en cualquiera de las redes sociales de seguidores de Samantha, encontrarán cientos (no exagero) de fotos de la chica con abuelos como yo. Y en todas muestra su sonrisa radiante, como si estuviera encantada de la compañía. ¿Cómo se explica esto? Pues es muy sencillo. La música que compone, toca y canta Samantha es la que nos gusta a nuestra generación, la de los boomers, como nos define mi hijo Kike. La gente joven de ahora es más de rap, de trap y de hip-hop; el rock y el blues les parecen de viejos. Ya les he contado lo que dice al respecto el gran Keith Richards, el maestro de Sam: yo respeto el rap y el hip-hop, pienso que son cultura, pero que no me digan que eso es música.

Esto de las generaciones es como siempre una generalización; para los que creemos en el indivíduo una bobada, pero hay artículos y tratados sobre ello que aportan informaciones que no son en absoluto a desdeñar. Por ejemplo, en La Vanguardia publicaron un artículo al respecto, que iba acompañado de un gráfico bastante interesante, que he extraído para que lo consulten en el blog. Una precisión. Las fechas que se indican en la segunda columna de la izquierda son simplemente años de nacimiento, no sé porque la titulan como “marco temporal en España”, a lo mejor es que se dice así en catalán. Y las cifras de población que se indican en la tercera columna corresponden a 2015. Vean el gráfico y lo comentamos.

En primer lugar, la llamada Generación Silenciosa, la de los nacidos hasta 1948, es la que corresponde a mis hermanos y a algunos de los más ilustres seguidores de este blog, compuesta por gente influida por las guerras de la primera mitad de siglo, en especial la española y la Segunda Mundial. Esta gente vivió la escasez, la miseria, el racionamiento, el estraperlo y el miedo subyacente que deja cualquier guerra. Para mí, lo que define culturalmente la irrupción de la siguiente generación, la mía, la de los boomers, es sin duda el rock and roll y todo lo que lleva aparejado: las melenas, el desaliño, los vaqueros, las drogas, los hippies, el vivir aceleradamente. Esto no se produce por casualidad, sino que viene inducido por el crecimiento económico de los USA, a caballo de las políticas del presidente Roosevelt para salir de la crisis del 29. Este señor mezcló inteligentemente medidas de derechas y de izquierdas, logrando un progreso de la Humanidad sin precedentes.

Y esta generación, que no ha vivido guerras y piensa que ya no van a volver, decide que lo que quiere es divertirse y aprovechar esa onda de progreso. Cierto que los americanos van siempre por delante en dicho progreso, pero los demás países les siguen y así se generalizan inventos como la nevera, la lavadora, el aspirador, el lavavajillas, que alivian la tarea de las amas de casa. Pero a todo esto se le ha de sumar el súper invento, el elemento clave: la píldora, la famosa píldora anticonceptiva que cambió radicalmente las relaciones entre los sexos. Yo, la verdad, estoy encantado de haber sido un boomer y de seguir siéndolo, el otro día con motivo del 65 cumpleaños de una amiga, nos pegamos un fiestorro de los que hacen época, porque todavía seguimos teniendo ese impulso que nos llevó a guiar nuestras vidas por el sex&drugs&rock’n roll, aunque yo rápidamente cambié a sex&sports&rock’n roll.

En cuanto a la siguiente generación, la llamada Generación X, con los debidos respetos, a mí son los que me caen peor y los vi venir muy pronto. En la Escuela de Arquitectura, en mis tiempos, todos éramos de izquierdas, rockeros o alternativos de alguna manera. En mi memoria está el recuerdo de que no había nadie de derechas ni casi nadie del PSOE, y a los del PC los veíamos como una especie de carcas. Bien, pues muchos de estos compañeros de ese tiempo acabaron de profesores en la propia escuela y a mí me tocó más de una vez ver a un colega profesor con sus barbas y sus melenas, dando clases a unos chavales con pinta de ser del Opus Dei, que casi iban a clase con corbata, que no tenían ningún tipo de inquietud cultural o artística y sólo querían acabar rápido la carrera para empezar a forrarse y comprarse un adosado con piscina. Sí, estoy exagerando, lo sé, pero este blog es un lugar donde se consignan sentimientos, como ya he dicho mil veces. Vaaaaaale, como siempre, hay excepciones y yo aprecio a algunos elementos de esta generación, como varios de mis sobrinos.

Pero lo cierto es que yo me reconcilié con la juventud a partir de la generación siguiente, los llamados Millenials, a la que pertenecen mis hijos. Tal vez por el simple movimiento pendular cíclico, la generación de mis hijos está muy preparada y han recuperado unos valores solidarios que sus antecesores despreciaban. Yo me llevo muy bien con la gente de esta generación, en donde están los nuevos músicos que tanto me gustan, y puedo hablar de muchísimas cosas con estos chavales ya treintañeros que han rescatado la curiosidad por todos los temas que nos interesaban a nosotros. Y me da mucha rabia que tengan una perspectiva económica peor que la de sus antecesores. Por último, de la Generación Z no puedo hablar mucho. No les conozco, si bien no me gustan ni el exceso de tatuajes ni la obsesión por los constantes selfies, para los que inevitablemente han de posar haciendo el memo. Joder ¿es que no se pueden hacer una foto sin hacer la uve de la victoria, poner morritos las chicas y otras estupideces? Tal vez es que estos ya me quedan demasiado lejos.

Pero, como les digo, esto de las generalizaciones es muy relativo y hay también gente que se adelanta a su tiempo. Por ejemplo, el gran Rory Gallagher, del que hablamos el otro día, nació en 1948, así que debería haber sido un silencioso y sin embargo, vaya ruido que metía. Por cierto, escribí que había nacido en Cork (Irlanda) y es mentira, sus padres lo llevaron allí con cinco años, pero había nacido en otro pueblo irlandés. En los primeros años de vida de este blog tenía yo un seguidor que me corregía estas cosas y me hacía un control de calidad impagable. Pero ahora nadie les garantiza que no les esté metiendo alguna bola de buen calibre.

En ese mismo post les decía que los dos inventores de la guitarra eléctrica fueron Leo Fender, un mecánico y Les Paul, un cantante de country. Falso también, Les Paul fue un afamado guitarrista de jazz, y Fender, un mecánico, cierto, que además era un entusiasta del country, por eso me lié yo con los datos. Y es cierto que ambos llegaron a odiar el rock'n roll, disgustados por la deriva que habían tomado sus inventos respectivos, a pesar de que fueron los grandes negocios de sus vidas y pasarían a la Historia por ellos. Les cuento esto para que, por favor, no se crean todo lo que escribo. Yo no soy un científico, soy un comunicador y a veces he de correr para poder mantener mi ritmo de publicaciones y no me da tiempo a contrastar los datos. Rory Gallagher nació en el pequeño pueblo de Ballyshannon y tiene allí una estatua, la que pueden ver aquí abajo. 

Desde esa condición de boomer orgulloso de serlo, me encanta la música que hace Samantha Fish en este momento, así como su personalidad. Antes de conocerla como la conozco ahora, escribí una serie de cuatro posts en los que resumía lo que había sido la vida de esta mujer (en este blog no se han dedicado cuatro posts a nadie más). Como siempre, fabulaba un poco, pero no me desvié demasiado en lo fundamental, por lo que sé ahora. Recientemente le han hecho hasta cuatro entrevistas, de las que he sacado nuevos datos, porque ya saben que Sam lo canta todo, como yo, y tiene un relato elaborado de sí misma, también como yo. Por ejemplo, ahora sé que ella se crió en una familia en donde había dos tendencias fuertes contrapuestas: el padre, un carpintero fan del rock, que tocaba la guitarra con sus primos y amigos los fines de semana en sesiones bien regadas de cerveza y su madre, directora del coro femenino de la iglesia a la que pertenecían y mucho más severa y estricta.

Sam empezó en la música escuchando la radio y pidiendo una batería que había por casa de las sesiones de su padre. Pero era una chica larguirucha y muy tímida, a la que no le gustaba tocar para nadie, era más bien solitaria, aunque ya empezaba a soñar con tocar y componer. A los 15 años se pasó a la guitarra, para no tener que tocar en el sótano, pero se iba a la parte de atrás de su casa a tocar sin que la viera nadie. Su madre se llevó a Sam y a su hermana mayor Amanda a la iglesia y las inscribió en el coro femenino. Y dice Sam que era mucho más rígida con ellas que con las demás chicas del coro. Allí aprendieron ambas a cantar. Y, el hecho de que se cambiara a la guitarra y desde el primer momento se viera que superaba ampliamente a su hermana que llevaba años aprendiendo el instrumento y yendo al conservatorio, introdujo una grieta en la familia, que tendría consecuencias.

Yo conocía el dato de que sus padres están ahora separados, si bien pensaba que el divorcio había sido posterior al comienzo de la carrera de Sam. Pero ella misma lo ha contado de otra manera. Su hermana estaba ya en la universidad estudiando música y progresando con varios instrumentos, cuando Sam anunció a sus padres que se iba a dedicar a la música, pero a base de empezar a tocar por los bares con sus amigos (ya había vencido su timidez desde el día en que la empujaron al centro de un corro con su guitarra y se vio obligada a improvisar). Y los padres se opusieron a este plan todo lo que pudieron, porque Sam era muy lista y había sacado los cursos del bachiller sin esforzarse, al contrario que su hermana, que era bastante más limitada. A sus padres les parecía un desperdicio que no hiciera una carrera en la prestigiosa universidad de Kansas City a la que podía acudir andando.

El caso es que esa batalla se cruzó de pronto con una guerra mayor, la de las peleas entre sus padres, que tenían ya diferencias importantes, a las que se vino a sumar una menor oposición por parte del padre a los planes de Sam. Sobrevino la separación y Sam aprovechó el momento para salir de naja. Tenía 17 años. Ella misma lo describe de forma muy brillante: mis padres iniciaron la separación y, en medio de esa bronca, yo aproveché para largarme; digamos que salí en vuelo rasante y pasé por debajo del radar. A partir de aquí, la familia se escindió claramente en dos partes irreconciliables. El padre, Bill Fish, se convirtió en el principal apoyo de Sam, para la que hacía de chofer cuando tenía que tocar en otra ciudad, y para la que llevaba y sigue llevando la gestión de sus redes sociales.

El padre de Sam tuvo después de esto y durante bastante tiempo una novia, que contrajo cáncer y luchó contra ello con todas sus fuerzas hasta su muerte hace unos pocos años. Y Sam aparecía siempre con ellos dos en sus publicaciones, en las que iban dando cuenta del progreso de la enfermedad. Y también fue Sam la única que acompañó a su padre en el entierro. Amanda y su madre no aparecían nunca en estos avatares. Al mismo tiempo, Amanda engordaba y engordaba, somatizando la frustración inherente al hecho de tener una hermana pequeña tan brillante como Sam, que ya empezaba a ser famosa, mientras ella no acababa de arrancar. Así que, a la vista de todo esto, Samantha decidió que se tenía que ir aun más lejos y se trasladó a Nueva Orleans (no me extrañaría que esto hubiera coincidido con una ruptura sentimental con algún noviete, es algo muy típico, pero Sam, igual que yo, no habla nunca de estas cosas).

Pero una persona tan sensible como ella quiso hacer una fiesta de despedida en el Knuckleheads Saloon, el lugar donde ella empezó sirviendo pizzas para quedarse luego a escuchar a los músicos y aprender cosas nuevas. Y, para esa fiesta, reunió por única vez a su familia rota. Eso explica las caras de circunstancias de todos los presentes (salvo Sam, que está radiante como siempre) en las fotos que les puse y que les vuelvo a poner, para que las entiendan ahora completamente. Y la emoción de Sam cuando su hermana la abraza con todo su cariño fraterno. Por completar la historia, les diré que, desde esa fecha (finales de 2016), Amanda se ha casado y tiene ya dos niños, cuya crianza la ha alejado de momento de la música. Y que la presencia de esos nietos ha hecho que por primera vez Amanda aparezca con ellos en el Facebook de su padre. La condición de abuelo disuelve las tiranteces y los hielos más resistentes. Vean las fotos que les digo. 


Bien, este post va siendo ya largo, incluso para lo habitual en el blog, pero yo les había prometido dos vídeos del concierto de Jerez en cada entrada. El siguiente tiene una canción sola, No angels, que Sam presenta diciendo que va a pasar a una línea más bluesy. Y aclara: Este festival se llama Isla de Blues (lo dice en español), después de todo. Luego contesta a un piropo que le lanzan y brinda con agua diciendo que está sedienta y no tiene otra cosa para hidratarse. Y empieza. Un buen vídeo para cerrar el post. Es una canción maravillosa y muy bien interpretada, no necesitan que les explique mucho más al respecto. El solo de Sam a la guitarra es espectacular. Véanlo. Y sean buenos.

domingo, 28 de agosto de 2022

1.162. Un mundo de tramposos

                                                                                          Existen dos medios de refugiarse de las                                                                                           miserias de la vida: la música y los gatos

La frase no es mía, sino del caballero que tienen aquí a la izquierda, el gran Albert Schweitzer, médico, fundador de un hospital en el actual Gabón, en donde ya se quedó a vivir, músico y concertista talentoso de órgano, filósofo y galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1952. Y con un bigote que deja el mío en una simple pretensión. Estoy de acuerdo con esa frase genial y me gustaría seguir su directriz en lo que me quede de vida, y también en el blog por supuesto. En cuanto a la música, hoy continuaré con los dos vídeos siguientes del concierto de Samantha Fish en Jerez de la Frontera, dos canciones más, esta vez cortitas, para empezar y terminar mi post. Empezamos con Love Letters, cartas de amor. 

Sabemos que Sam gusta de aprenderse algunas palabras en los idiomas de los lugares por donde va tocando. En el anterior post la escuchamos decir con bastante dificultad yo soy Samantha Fish. En esta canción dice gracias al principio y al final. También trata de decir otra cosa, pero no se le entiende: no quiero… Yo no he logrado saber qué es lo que no quiere. También podemos ver que utiliza el cilindro metálico del bottleneck y, como de costumbre, tiene un pincho en el mastil del micro donde dejarlo cuando no lo usa, lo que pasa es que esta vez le han puesto el pincho demasiado abajo y le cuesta atinar. Pero sabemos que nuestra musa no se arredra ante las dificultades técnicas, la hemos visto seguir tocando con una cuerda rota y hasta tirarse al suelo a arreglar las conexiones estropeadas. La forma de cantar y tocar aquí seguía revelando que estaba muy implicada y en buena forma. Pantalla grande, please y que lo disfruten.

El sonido que hace Sam con el bottleneck recuerda en parte al maullido de un gato, algo que ella subraya con algunos gemidos también un tanto felinos. Respecto a los gatos he de decirles que tengo intención de hacerme con uno, son unos animales con los que me entiendo muy bien y hacen mucha compañía. Lo que pasa es que previamente he de hacer un retoque en la casa, para que podamos el gato y yo estar cómodos. Se informará a su tiempo. De momento, lo que tengo es un nuevo vecino felino, en alguna de las casas frente a mi terraza. Los primeros días chillaba todo el rato aterrorizado, desolado, desconsolado, como si lo estuvieran torturando. Era terrible. Estuve a punto de llamar a alguna unidad de prevención del maltrato animal, pero alguien me dijo que podía tratarse de una gata en celo.

El caso es que con el paso de los días, el gato, o gata, no ha dejado de chillar de manera intermitente, pero ha modulado su maullido: ahora ya no parece estar aterrorizado, sino indignado. Es decir, se queja de algo con mucho énfasis y muy cargado de razón. Yo estoy convencido de que tiene toda la razón en su reivindicación y he tratado de llamarlo con distintas artimañas, para expresarle mi total solidaridad y apoyo. Y creo que ya tengo localizada la casa en la que está. Supongo que saben que el amplio y variado surtido de maullidos que emiten los gatos, constituye un lenguaje exclusivamente dirigido a los humanos, entre ellos se entienden con otros sonidos. Ya ven qué listos son estos animalitos, se asocian libremente con el humano y se inventan un código para relacionarse con él.

No sé cuál será el motivo de la reivindicación airada de mi nuevo vecino felino, pero seguro que le sobran motivos, porque los humanos somos unos tramposos, como reza el título de este post y me dispongo a explicarles. Es increíble, pero en cuanto un tipo tiene algo de poder y la oportunidad de sacar ventaja de ello, aún por encima de las normas, pues lo hace. Dicen que el poder corrompe (la segunda parte del dicho, sobre el poder absoluto, no me interesa para lo que quiero exponer) y yo creo que debe de ser verdad. Por ejemplo, la cantidad de ex-presidentes de países y regiones procesados y condenados por corrupción es infinita, he buscado una lista en algún archivo de Internet, pero no la he encontrado. Veamos algunos casos recientes. Les pido que vean un par de fotos.

El caballero bien vestido y atildado que ven arriba es Najib Razak, 69 años, presidente de Malasia desde 2009 hasta 2018. En 2020 se inició su proceso por corrupción. Najib resultó condenado por siete delitos, entre ellos abuso de poder, lavado de dinero y obstrucción a la justicia. Este verano, agotados todos los recursos judiciales, Najib aceptó ingresar en prisión, para una condena de 12 años. La foto, de hace unos días, recoge el momento en que saluda a sus partidarios congregados para apoyarle, antes de subir al coche que lo llevará a la prisión estatal. Pero veamos otra foto.


Otro importante sujeto. Se llama Imran Khan, pakistaní, 69 años también. Durante años se desempeñó como ídolo nacional del cricket y reputado play boy, hasta que se metió en política convirtiéndose en presidente del Pakistán en 2018. En el pasado mes de abril, una serie de acusaciones de corrupción acabaron con su presidencia a través de una moción de censura (les suena algo parecido por aquí, ¿verdad?). Pero este señor, en lugar de seguir el ejemplo de M.Rajoy, ponerse unos pantalones cortos y volver a su vida anterior de play boy, siguió otro ejemplo mucho peor, el de Donald Trump, reuniendo a sus partidarios y lanzándoles un discurso incendiario para que marcharan y tomaran el palacio presidencial.

La policía impidió la intentona y ese discurso ha servido para cargarle con una acusación adicional, basada en la ley antiterrorista del país, lo que implica su detención inmediata. El tipo ha recurrido a un tribunal, que le ha concedido la cautelar hasta el 1 de septiembre, en tres días. Después se quedará desprotegido. Veremos qué pasa. Dirán ustedes que por qué me busco ejemplos tan lejanos. Bueno, porque los de por aquí salen en la prensa todos los días y en este blog yo procuro contarles cosas de las que normalmente no saben ustedes nada. Pero por supuesto que en nuestra piel de toro tenemos toda clase de ejemplos a cual peor. Sin entrar todavía en nuestro país, recuerden al señor Sarkozy, condenado a tres años de cárcel en marzo del año pasado por corrupción y tráfico de influencias. No me consta que haya entrado en la cárcel, imagino que andará todavía con recursos.

En Latinoamérica la cuestión de la corrupción es ya un auténtico aquelarre. En Perú hay ahora mismo seis ex-presidentes encarcelados o procesados por delitos de este tipo. Pero no tienen el record: en Guatemala son nueve los ex-presidentes condenados o en procesos por corrupción. Y casi todos los países tienen casos. En el norte no pueden presumir mucho, ya saben que el FBI entró hace unos días en la mansión de Donald Trump y recuperó nada menos que 300 documentos que se había llevado el tipo así entre los albornoces y las toallas, cuando por fin admitió su derrota a regañadientes y accedió a dejar la Casa Blanca. En España no somos una excepción, desde los casos de Bárcenas o Rodrigo Rato al escándalo repugnante de los EREs de Andalucía, pasando por la millonada hurtada por Jordi Pujol a los ilusos independentistas. No voy a ser exhaustivo, porque estos casos son de todos conocidos (por no hablar del emérito).

Pero es que este tema no se circunscribe a los presidentes, altos cargos y capitostes de la sociedad. Veamos otro asunto. ¿Ustedes entienden por qué es tan complicado hacer la declaración de la renta? ¿No sería mucho más sencillo que nos descontaran ya de cualquier ganancia lo que corresponda a impuestos y nos den el sueldo o el pago correspondiente en neto? Pues no, cada año uno ha de ponerse a hacer logaritmos neperianos para llegar a definir lo que te devuelven o lo que has de pagar. Esto tiene una explicación. Aparte de crear una tarea para que aparezcan los especialistas y te cobren su comisión, es que este tipo de procedimientos abstrusos son perfectos para los corruptos y los enteradillos, que no dejan de ser una subfamilia de los primeros. Yo, casi todos los años, después de haber presentado la declaración me suelo encontrar a algún conocido que me dice: Por supuesto, te habrás desgravado las reparaciones del tirulirulí tirulirulá, o los débitos bancarios del frufrú trastrás. Pues no, resulta que nunca me desgravo ese tipo de cosas, con lo cual, el tipo me mira como a un pringado que no se entera de nada.

La picaresca local es infinita, desde los que se consiguen un grado de minusvalía por cualquier lesión mínima, hasta los que se aprovechan de ofertas o ventajas de las que yo nunca me entero. Es el mundo de los enteradillos, subespecie de los corruptos que, simplemente, se aprovechan de las ventajas sin llegar a contravenir las normas. Luego están los que se pasan las normas por la entrepierna y, entre estos, la minoría de aquellos a los que pillan, por mala suerte, o por haberse excedido en su afán de rapiña. Recuerden lo que decía Urdangarín con aire compungido: yo me he limitado a hacer lo que hace todo el mundo. Siempre me pareció una confesión sincera. Por cierto, el otro día lo pillaron a Urdangarín, parado al volante de su coche, con una llorera inconsolable, casi como la de mi vecino el gato en los primeros días en su nueva casa. ¿No han visto la foto? Claro, es que ustedes, igual que yo, no se enteran de nada. Aquí se la traigo.

A este señor, tal vez le vendría bien hacerse con un gato, ya que la parte musical no se la veo yo muy desarrollada. Pero dejemos a este desolado caballero. Sobre este tema podríamos estar escribiendo un año, pero yo quiero céntrarme en dos noticias recientes, que tal vez se les hayan pasado por alto. La prensa carroñera está tan encelada cagándose en Pedro Sánchez, que a estas cosas no se les da apenas relevancia. En primer lugar, saben ustedes que yo me integré en el equipo técnico que acababa de desarrollar el proyecto M-30, para continuar con el ajardinamiento de superficie que dio lugar al parque Madrid Río. Yo me ocupaba de la participación ciudadana, por lo que debí estudiarme y aprenderme muy bien los proyectos para no meter la pata. Bien, pues los 32 kms de la autovía M-30 se habían dividido en doce sectores y las obras de cada uno se adjudicaron por un concurso específico: doce concursos con sus baremos, su estudio concienzudo de todas las ofertas sin conocer a sus promotores y su resolución final con el acto de apertura de plicas para ver quién era el ganador de cada uno.

Finalizado ese complicado (con-plica-do) proceso, cada uno de los doce sectores se adjudicó a una empresa. Y a mí, que soy gallego, siempre me resultó llamativo que todas las grandes empresas inmobiliarias pillaran cada una un sector. Que ninguna se quedara fuera o se llevara dos porciones del pastel. Qué casualidad, hombre pensaba yo. Era sólo una intuición, pero resulta que se trataba de una intuición certera. Ahora se ha publicado la noticia de la multa millonaria que se les ha puesto a las mayores constructoras nacionales por utilizar durante los últimos 25 años un sistema para amañar las adjudicaciones de todos los concursos patrios. No sé cómo lo hacían, ni lo quiero saber (porque tal vez implicase a ex-compañeros míos) pero la cosa era así de descarada. Lo mejor es que lean la noticia, donde se indican los nombres de las empresas. Por cierto, la multa que les ponen es como una picadura de mosquito a un elefante. Han de pinchar AQUÍ.

En fin, una vergüenza. Pero hay otra noticia que quiero que lean. Yo creo que esto de la corrupción es una pelea continua entre los partidarios de hacer las cosas bien y los mangantes. Algo similar a la lucha contra el doping en el deporte. Se detecta que los deportistas utilizan un producto dopante, se prohíbe, pero enseguida encuentran otro que les funciona hasta que también se descubre y se proscribe. En el mundo financiero, esta lucha ha generado un sector de trabajo nuevo que son las llamadas auditorías. Las empresas especializadas en hacer auditorías han de ser totalmente honestas, aunque el sistema falla por la base: si tú contratas a una de estas empresas para que audite tus cuentas y le vas a pagar por sus servicios, no parece lógico que te saquen los colores, van a decir que está todo muy bien, o sacar algunos defectillos corregibles para salvar la cara.

Lo más parecido a una auditoría que yo he vivido fue cuando una concejala loca se empeñó en que le dieran a nuestra Área de Urbanismo un sello europeo de calidad. Los de la empresa contratada avisaban: ¡eh! que vamos a ir de inspección pasado mañana, tened preparados unos cuantos expedientes inmaculados sin un solo fallo, para que los revisemos a fondo. Venían, acababan tomando un café con nosotros, cobraban y nos hacían el informe favorable que necesitábamos para obtener el sello de calidad. Al frente del tinglado interno pusieron a una funcionaria ligeramente histérica, a la que los delineantes bautizaron como Doña Calidad y que nos traía medio locos. Esta señora, con la que yo me llevaba muy bien, porque era buena gente, solía decirme que, cuando fueran a venir los inspectores, mejor que me escondiera por ahí, que no me vieran mucho, a ver si iba a hablar de más.

Bien, este tinglado de las auditorías ha generado un montón de empresas, entre las que hay cuatro que destacan, las llamadas Big Four: Ernst&Young, KPMG, Deloitte y Price Waterhouse Coopers, pero hay otras menores como Accentur. Entre todas tienen una especie de imperio mundial en el que trabaja mucha gente recién salida de las escuelas de Económicas. Pues muy recientemente se ha destapado un escándalo que las afecta. Resulta que, para entrar en esas empresas una de las pruebas más decisivas era el examen de Ética, que garantizaba la honradez del candidato a auditor. Y se ha descubierto que los chavales copiaban ese examen desde hace años, que había una especie de chuletas que se pasaban unos a otros de un año para otro. Pueden leer la noticia pinchando AQUÍ.

La noticia habla de la multa que le acaban de poner a Ernst&Young, pero dentro se refieren a otra multa que le pusieron a KPMG por lo mismo en 2019. A mí me ha tocado contactar a algunas de estas empresas para tratar de implicarlas en la difusión de Reinventing Cities y les puedo asegurar que ocupan oficinas muy lujosas en lugares como las Torres del Real Madrid y que la gente que me recibía en esos lugares iba perfectamente trajeada, afeitada y peinada. Es el mundo que nos ha tocado vivir. Una puta mierda (si bien yo estoy encantado de no vivir en Rusia, en China ni en otros muchos lugares, no perdamos esto de vista). Estas son las miserias de la vida de las que hablaba Schweitzer. Por cosas como esta, yo estoy encantado de haberme jubilado y poderme dedicar al blues y, si consigo adaptar mi casa, a los gatos. Y por supuesto, a Samantha Fish.

Cerraremos este post con el vídeo siguiente. Las cuatro canciones que hemos escuchado hasta ahora son composiciones de Sam, letra y música. O sea que esta señorita se enfrenta a un folio en blanco y un pentagrama virgen y es capaz de sacar cosas como las que hemos visto y oído. En este caso la canción no es suya, sino que se trata de un olvidado tema de los tiempos gloriosos del soul, que pasó sin pena ni gloria y que ella ha readaptado después de hacerse con los derechos, para convertirla en uno de sus temas más conocidos: Chills and Fever. La canción ironiza sobre los escalofríos y fiebre que le produce la cercanía de su amado y Sam se pone muy sexy para cantarla. El día de Jerez pidió al público que coreáramos el estribillo, después de hacer un solo de guitarra espectacular. Y entramos todos al trapo en uno de los momentos álgidos del concierto. Pantalla grande de nuevo y sean buenos. Y no hagan trampas, coño, que luego si te pillan se pasa un rato muy malo. A ver si les va a dar la llorera como al Urdangarín.

jueves, 25 de agosto de 2022

1.161. El amante de las hipotenusas

Ese soy yo: el amante de las hipotenusas. ¿Quieren saber por qué? Pues sigan leyendo, que más abajo se lo explico. Hace ya un mes que asistí al concierto de Samantha Fish en Jerez de la Frontera y todavía sigo bajo el influjo de ese evento extraordinario. He de decirles que Jóse Peinado, el organizador del festival La Isla del Blues filmó el concierto entero con varias cámaras y lo va colgando en Youtube canción por canción. Es algo que merece la pena ir viendo y se lo voy a ir incorporando a mis sucesivos posts para que quien quiera lo pueda ver y comprenda por qué estoy yo tan entusiasmado con esta chica. Les recuerdo que yo estuve con ella un par de minutos mientras esperaba para subir al escenario. Y que luego corrí a buscar un hueco en la primera fila, mientras mi amigo Dani se demoraba saludando a un conocido tras otro. Bien, pues esto fue lo primero que vi. El arranque de este concierto fabuloso. Sam empieza a todo trapo con su cigar box guitar de cuatro cuerdas y sonido más tosco que el de la guitarra normal. Pantalla grande y sonido al máximo please.

Abajo continuaremos con el segundo corte. Como ven, la filmación es muy buena, la imagen, el sonido, los encuadres y el montaje. Un lujazo. No es lo mismo que verlo en directo desde la primera fila, pero les puede servir para hacerse una idea de lo que yo viví ese día. Y ya ven cuál es la deriva de mi vida: cuando todo el mundo esperaría que me recluyera en casa y me dedicara a leer, ver la tele, tomar sopitas con ondas y salir a ver alguna exposición, de pronto encuentro un motivo adicional para seguir viviendo deprisa y me transmuto en fan rendido de Samantha Fish y, como el más genuino de los groupies, me pongo a seguirla de concierto en concierto cual quinceañero enamorado. Me viene al pelo la reflexión de Victor Hugo, cuando le dijeron que le veían amargado y solitario y le preguntaron si se estaba volviendo viejo. Es una reflexión muy larga, pero les voy a entresacar los dos trozos que me parecen más esenciales.

No respondí, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo sabio.

He dejado de ser lo que a otros agrada para convertirme en lo que a mí me agrada ser, he dejado de buscar la aceptación de los demás para aceptarme a mí mismo, he dejado tras de mí los espejos mentirosos que engañan sin piedad.

No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo asertivo, selectivo de lugares, personas, costumbres e ideologías.

He dejado ir apegos, dolores innecesarios, personas, almas y corazones, no es por amargura, es simplemente por salud.

Cambié las copas de vino por tazas de café, me olvidé de idealizar la vida y comencé a vivirla.

No, no me estoy volviendo viejo. Llevo en el alma lozanía y en el corazón la inocencia de quien a diario se descubre.

Impresionante, ¿verdad? Me siento bastante identificado con las reflexiones del maestro. Cada día que pasa me siento más alejado de estereotipos, siguiendo mi propio camino, sin importarme lo que piensen o digan de mí los demás (tal vez sea el único urbanita madrileño que, pudiendo hacerlo, no ha salido a la playa o a la montaña en el verano más caluroso de la historia). Hay en ello un poco también de cabezonería, de llevar la contraria, de amor por la disidencia en sí misma. Es este un sesgo bastante familiar, que comparto con mis hermanos y que pienso que tal vez tiene su origen más por el lado materno, mi madre era también muy cabezota. Por ejemplo, mi hermano mayor Antonio, fue durante un tiempo miembro del grupo de senderistas al que yo pertenezco y que él abandonó hace ya bastantes años. En ese grupo, mi hermano desarrollaba a tope su inclinación por la disidencia.

Cada vez que los jefes del grupo marcaban un camino a seguir para la caminata del día, no pasaba mucho tiempo sin que mi hermano se internara por su cuenta por alguna senda alternativa, por pensar que era más recta o más interesante. El problema es que hacía esto sin brújula ni ayuda técnica de ningún tipo, ni el menor conocimiento de la zona porque, cuando los jefes mostraban los mapas explicando el recorrido, solía abstraerse o estaba distraído con algún otro tema. Resultado: a menudo se perdía y al llegar al punto de encuentro se le echaba de menos. Varias veces hubo que llamar a la Guardia Civil y alertar de que habíamos perdido a un senderista. Y todos recuerdan todavía el día en que los guardias lo trajeron ya bien entrada la noche, abrigado con una manta como El Lute, en medio de una ventisca de frío y nieve. Su mujer, mi querida cuñada, salió al frente del grupo, miró al jefe de la partida y le dijo solamente gracias. Inmediatamente le señaló a su marido la puerta del refugio y no volvió a hablarle en toda la excursión.

De mi hermano Pepe tengo una anécdota más reciente. En pleno encierro radical por la llegada de la pandemia, cuando estaba prohibido salir a la calle salvo para recados imprescindibles, Pepe bajó a comprar el pan. Dobló la esquina y se dirigió a la panadería. Pero, a las puertas del establecimiento, miró al frente y vio el cielo limpio sobre la bahía de Riazor. Recordó entonces que conocía otra panadería al final del paseo y, ni corto ni perezoso, se encaminó a esa dirección. Estaba el paseo marítimo completamente vacío, en una hermosa mañana de abril. Ayudándose del bastoncito que usa para paliar sus dolencias motoras, caminó hasta la otra tahona, compró el pan y volvió por el mismo camino. Pero se encontraba tan bien, casi como levitando, que decidió sentarse en un banco del paseo a disfrutar de ese momento de epifanía.

Medio adormecido al sol, por entre los ojos semicerrados vio acercarse un coche de la policía a baja velocidad. Los agentes se bajaron, le preguntaron si estaba bien, le pidieron el DNI y le preguntaron si no sabía que no se podía estar en la calle por el virus. Mi hermano les dijo que estaba al corriente, pero que había bajado un momento a comprar el pan y les mostró la bolsa con el anagrama de la panadería. Uno de ellos sacó su móvil, abrió el Google Maps y buscó panaderías cercanas al domicilio que figuraba en el DNI que todavía le retenían. Y le mostró a mi hermano el resultado: había al menos tres panaderías en un radio de pocos metros. Le devolvieron el DNI, le conminaron a volver a casa enseguida y le dijeron que no se le ocurriera hacer esa travesura de nuevo, porque la próxima vez podían multarle.

Mi hermano Viti, de quien me acuerdo todos los días y a quien tengo presente a todas horas, era quizá el menos disidente de los cuatro, aunque a veces también te sorprendía con alguna salida imprevista. Yo, por mi parte, creo tener el tema bastante controlado, aunque he de reconocer que comparto el ramalazo familiar del amor por la disidencia y el simple llevar la contraria. Porque he de decirles que con esas travesuras (así las llamó el policía) disfrutamos como enanos, nos da el subidón cuando salimos finalmente bien parados y luego tenemos un tema para contar a los demás y hacer que se rían las tripas. De mí ya les he contado, por ejemplo, que cada día intentan encasquetarme la tarjeta de cliente del Alcampo y me dicen que me ahorraría 5€ en la compra ese mismo día. Y yo les repito que no, que no quiero ahorrarme 5€.

Y, cada vez que renuevo los toldos de mi terraza, me toca explicarle al instalador de turno que los quiero así, siete toldos de un metro de ancho a subir y bajar con cuerdas. Y todas las veces me insisten: ¿y no ha pensado en lo cómodo que le resultaría un solo toldo que se subiera y bajara pulsando un botoncito? Pues no, los quiero exactamente así, así los diseñé y ese diseño me permite cubrir alternativamente distintas zonas de la terraza en función de las necesidades de luz y calor de cada época del año. Soy un cabezota, pero les diré que esos sistemas automáticos del botoncito tienen una tendencia bastante acusada a estropearse o quedarse encasquillados, que yo no tengo por qué sufrir. Y aquí viene el asunto de las hipotenusas del título, que no es sino una variante de ese amor familiar por la disidencia, que ahora les explico.

En este asunto se entrecruza también la protesta por la predominancia del automóvil sobre el peatón en nuestras ciudades. Las ciudades fueron diseñadas para ser habitables hasta que hizo su aparición el automóvil, un artilugio que fue ganando terreno hasta acorralar a los peatones en aceras minúsculas en donde encima tenían que respirar los malos humos (hasta hace nada se seguían usando gasolinas con plomo). Yo recuerdo que mi padre a veces volvía muy cabreado de la calle y proclamaba: esto va a terminar con la desaparición del peatón, yo no lo veré, pero vosotros sí y os acordaréis de mí cuando se prohíba caminar por la calle y se supriman las aceras. Mi padre siempre tuvo un punto visionario. Ese acorralamiento del peatón se empezó a paliar cuando aparecieron los movimientos ecologistas y se evidenció que la calidad del aire urbano era muy mala. Se empezó entonces a recuperar espacio para peatones y bicicletas.

Sin embargo, en el Madrid de Almeida, el predominio del automóvil sigue siendo escandaloso. Y una muestra de ello es la cantidad de recovecos que le hacen dar a un peatón para cruzar la calzada por determinados puntos. Normalmente sucede cuando has de cruzar una de las avenidas principales. Tú llegas por tu calle secundaria, desembocas ante la gran arteria y ves enfrente la calle por la que quieres seguir. Pero no puedes cruzar directamente. Tienes que irte a un lado, por ejemplo a la izquierda, a tomar por culo de lejos, para cruzar correctamente por el paso de peatones. Es decir, te ves obligado a seguir un trayecto de dos tramos en ángulo recto para llegar a donde quieres. Pero hace mucho tiempo que Pitágoras demostró que el trayecto más corto para llegar a tu destino en ese tipo de ocasiones no es recorriendo los dos catetos, sino por la hipotenusa.

Les pongo algunos ejemplos. Yo voy mucho a la zona de Malasaña-Chueca-Fuencarral. Para ello atravieso mi barrio hasta pillar la calle Jesús. Llego por esa calle a la Carrera de San Jerónimo bordeando el hotel Palace. En ese punto, para hacer las cosas correctamente, tendría que subir por el lateral de la Carrera hasta la altura de las Cortes, donde está el paso de cebra. Y luego rectificar hasta enfocar la calle Marqués de Cubas por la que pretendo seguir. Pues, en vez de eso, yo tiro por la hipotenusa. Como todas, esta disidencia ha de hacerse con siete ojos, porque en este punto te salen coches que suben desde Neptuno, coches que bajan de Sol, más los que vienen de atrás de Jesús, los que entran al parking de las Cortes y los que quieren salir a la izquierda a la calle del Prado. Hay que estar muy atento, pero al final hay un momento mágico en el que se puede cruzar. A veces hay que dar una carrerita porque se te echa encima un coche más rápido de lo esperado.

Un poco más adelante, al final de Marqués de Cubas, el mismo problema. Te hacen girar a la izquierda, rebasar el Círculo de Bellas Artes, cruzar Alcalá por el semáforo y luego la Gran Vía por un segundo semáforo, que no está coordinado con el primero en esta ciudad de preferencia para el coche. Pues yo salgo desde Marqués de Cubas, pillo la correspondiente hipotenusa y me cruzo de una vez Alcalá y Gran Vía para llegar a la calle Libertad, que está justo enfrente y tiene el nombre oportuno para expresar cómo me siento yo cuando continúo mi camino en dirección a Chueca. Durante un tiempo tuve una pareja a la que le ponía muy nerviosa esta querencia mía por las hipotenusas. Ella representaba el estereotipo contrario, el de las personas que se van al semáforo, esperan la luz verde y entonces pasan sin mirar, porque tienen el derecho de hacerlo. Es algo muy típico de las parejas el posicionarse en los planteamientos opuestos más extremos en relación con cualquier tema que se suscite. Porque entre ambos extremos hay todo un abanico de posiciones intermedias, en las que se mueve la mayor parte de la gente.

Yo, aunque me toque pasar por un semáforo en verde, no dejo de mirar a ambos lados, porque puede venir un conductor que no te vea, o se haya puesto a mirar el móvil, o se esté peleando con el copiloto o le acabe de dar un infarto. Ya saben que nunca hay que perderle la vista al peligro, un dicho muy taurino: el famoso Yiyo mató a su último toro y se distrajo un instante pensando que ya había terminado su trabajo, instante que aprovechó el toro para atravesarle el corazón con su último impulso vital. Entonces los taurinos dijeron eso: nunca hay que perderle la cara a la muerte. En fin, esta manía mía de utilizar las hipotenusas urbanas me ha deparado algunas situaciones gozosas y otras de cierto terror. Paso a relatarles una de cada.

La primera ya se contó en el blog, pero la repito por si la han olvidado. Regresaba yo de un largo viaje de esos con los que solía obsequiarme antes de la pandemia y, como les he dicho más de una vez, una de mis fobias más acreditadas es hacia los taxistas, reconozco que soy un poco exagerado e injusto con ellos pero, para mí, el prototipo del taxista es un tipo bastante borde, no demasiado limpio, antes frecuente fumador, que va escuchando la COPE y simpatiza con Vox. Así que me vine del aeropuerto en el transporte público aunque arrastraba una maleta de tamaño medio con su trolley y estaba previsiblemente cansado. Llegué finalmente a la estación de Atocha y atravesé la zona del invernadero, para salir a la glorieta. En ese punto, uno se ve obligado a doblar todo a la izquierda hasta encontrar una escalera que te sube a la plaza muy cerca del punto por donde desemboca Méndez Álvaro.

La glorieta de Atocha tiene en el centro una rotonda alargada, por lo que los peatones han de cruzarla en dos tramos. Al final de la escalera, constaté que no venía nada de tráfico por mi izquierda, así que inicié mi media hipotenusa para llegar al centro de la rotonda. En esas andaba cuando oí un alboroto enorme, e inmediatamente vi venir hacia mí por la misma hipotenusa a una banda de unos siete u ocho negros enloquecidos portando al hombro sendos sacos enormes de arpillera barata y corriendo a todo lo que podían. Estos negros suelen extender sus puestos-manta de venta ilegal en la zona cercana al comienzo de la calle Atocha y tienen siempre alguien al loro para dar el agua. Cuando el encargado de vigilar ve llegar a la madera, grita ¡agua! y provoca que todos a una tiren de las cuerdas de las cuatro esquinas del expositor, convertido instantáneamente en fardo, y echen a correr como almas que lleva el diablo.

En casos como ese de necesidad extrema, la hipotenusa es el camino más adecuado, de modo que aquella turba cruzó una primera diagonal hasta el centro de la rotonda y siguió a toda velocidad por la segunda diagonal, donde lo que menos esperaban era encontrarse a un tipo con bigote blanco arrastrando una maleta con ruedas. Viendo venir aquella marabunta hice lo que debe hacerse en tales casos: quedarme inmóvil. Si te intentas mover a un lado o a otro, te arrollan seguro. Si te quedas quieto, hacen por evitarte. El caso es que la turba me rebasó y, todavía medio en shock, miré al suelo y vi un sombrero, un falso panamá que se le había caído del bolsón a uno de los negros. Mi impulso fue cogerlo y correr tras ellos con el brazo levantado para que vieran el sombrero y volvieran a recuperarlo.

La escena es parecida a la de Chaplin en Tiempos Modernos, cuando observa que se le cae a un camión el trapo rojo que lleva al final de una carga que rebasa el tamaño de la caja. Chaplin coge el trapo rojo y corre tras el camión agitándolo para llamar la atención del chofer. Entonces, de una bocacalle desemboca una manifestación de obreros iracundos y Chaplin se ve en la cabeza de dicha marcha enarbolando el trapo rojo en alto. Yo corrí unas zancadas, pero vi que no podría alcanzarlos y me paré en una postura también muy cinematográfica, con un brazo adelantado con el sombrero en alto, las piernas abiertas en una zancada inmóvil y la maleta detrás. En esa posición, se me ocurrió mirar de reojo hacia mi izquierda.

Todo el grueso de peatones que estaban cruzando el paso de cebra al haberse puesto la luz en verde, estaban pendientes de mí, mirándome con curiosidad. Desde el centro del grupo, un tipo de aire compadre me grito: ¡Déjelos usted, jefe! ¡Quédese con el sombrero! Mire, pruébeselo y verá qué bien que le queda. Sin cambiar de postura, me coloqué el sombrero en la cabeza (me quedaba como un guante). Entonces recibí una ovación cerrada de todo el grupo de peatones, que ya tenían algo que contar en sus casas ese día. La ovación fue tan estentórea, que no tuve más remedio que hacer una reverencia sombrero en mano, tras de lo cual, me lo puse otra vez y completé la hipotenusa que tenía a medias. Uso ese sombrero desde entonces, cuando no me pongo el pañuelo de bluesman.

Bien, la peripecia terrorífica es muy reciente. En mi trayecto hacia la academia de yoga, que está en la plaza del Conde de Barajas, tengo por costumbre abreviar el recorrido a pié con unas cuantas de estas hipotenusas mías. Una de ellas es el punto en el que la calle Toledo recibe de un lado el final de la calle Segovia y del otro la calle Colegiata, que viene de Tirso de Molina, por la que yo llego al lugar. Cuando el tráfico de Colegiata me lo permite, ya me cruzo previamente a la acera derecha, de modo que, al llegar, me salgo fuera de las vallas y cruzo Toledo por un lugar indebido, hasta la rotondilla triangular que divide las direcciones de subida y bajada de la cuesta de Segovia. Para hacerlo correctamente, tendría que llegar por la acera izquierda, caminar un poco hacia la izquierda por Toledo, hasta el paso de peatones frente a la iglesia de San Isidro, cruzar por allí y luego volver para esperar un segundo semáforo para cruzar la calle Segovia.

A la ida esta maniobra no es para nada peligrosa. Desde el lado norte no viene casi nadie, sólo alguien que salga del parking bajo la plaza Mayor. Y por la izquierda, la mayor parte del tráfico dobla hacia Colegiata y se atasca a menudo, con lo que yo cruzo cómodamente, tanto si está abierto el tráfico en la calle Segovia, como si no. El problema, que pude comprobar el otro día, es que también hago esa misma maniobra en el camino de vuelta y eso ya no está tan claro. El otro día, desde la rotondilla triangular, debería de haber tomado los dos pasos de cebra sucesivos (Segovia y Toledo), pero decidí trazar una diagonal. Había como tres autobuses atascados formando un círculo desde la iglesia de San Isidro hasta la parada de Colegiata que está enseguida. Inicié mi hipotenusa y esperé en el centro de la calzada contraria a que se movieran los autobuses y me dejaran completar la diagonal.

Entonces, del parking de la plaza Mayor emergió una moto a toda velocidad, directa a mi posición. Avancé unos pasos para dejarle paso por detrás y me puse muy cerca del autobús atascado. Y, en ese momento, desde detrás de la cola de los autobuses surgió otra moto bastante acelerada que pretendía saltarse el atasco por fuera. Ya no podía echarme más encima del autobús ni tampoco retroceder, porque entonces me arrollaría la primera moto. Así que decidí quedarme quieto, con los hombros encogidos esperando el impacto. Entonces, de forma milagrosa, las dos motos se cruzaron sin frenar por detrás de mí. Un instante después, los autobuses circularon y yo alcancé la acera aún bastante asustado.

Los dioses traviesos que juegan a los dados con nuestro destino, me acababan de enviar otro mensaje: vale, haz las hipotenusas que quieras, pero no fuerces la suerte, que la suerte es algo muy volátil y puede cambiar de signo en cualquier momento. Lección recibida, una vez más. Pero ya les digo que, con 71 años cumplidos yo ya no voy a cambiar y, si me descolgué desde la azotea hasta la terraza de mi casa, pues no tengo que explicarles nada más. Y que conste que yo me considero una persona prudente, que no soy un insensato ni un suicida. Pero me tira mucho el tema de la disidencia cuando tiene una finalidad práctica: yo no haría diagonales si eso me supusiera que el camino se me hiciera más largo.

Pero hemos empezado hablando de Samantha Fish y les he prometido que les subiría el segundo corte del reportaje que se filmó en su concierto de Jerez. De verdad, merece la pena que lo vean. Esta vez son dos canciones: All Ice No Whiskey y Twisted Ambition. El punteo que desgrana Sam en la segunda de ellas empezaba ya a dar señales de que esa noche se encontraba muy a gusto en el escenario y que estábamos asistiendo a un concierto realmente especial. Verán que empieza por cambiar de guitarra para pasarse a la Gibson SG, que es un cañón. Y reta al público: ¿quieren ustedes un poco de rock'n roll? Pues se lo vamos a dar. Por cierto, yo he visto a Samantha dos veces este verano, lo que podemos considerar como dos puntos que forman un cateto. El 11 de noviembre la veré en París, completando el segundo cateto. Pero ya saben que a mí lo que me gusta es ir por la hipotenusa. Es un acertijo sobre algo que no puedo anunciar todavía, porque no es seguro. Sean pacientes. Y disfruten del vídeo que les dejo de cierre. Con la pantalla grande y buen volumen por supuesto.

lunes, 22 de agosto de 2022

1.160. Rory Gallagher y otros guitarristas fabulosos

En el reciente festival de blues de Cazorla al que asistí y del que les hice una crónica detallada, el honor de abrir el programa, justo antes de la actuación de Samantha Fish, correspondió a un grupo llamado Los Amigos de Rory Gallagher. Este tipo de grupos suelen estar formados por admiradores y discípulos de algún rockero ilustre, que se dedican a hacer versiones de sus éxitos más conocidos. En este caso, resultaba un poco raro, si tenemos en cuenta que el gran Rory murió prematuramente hace casi 30 años. Tal vez recuerden que escribí que el grupo había estado muy bien, e incluí un pequeño clip que grabé con mi móvil y que les repito aquí para que se fijen en la cara del tipo que está en el centro, tocando el bajo y dirigiendo la banda. Véanlo.

Bueno, pues este señor, con pinta de cargador del muelle de Dublin, es nada menos que Gerry McAvoy, el bajo que acompañó a Rory Gallagher durante más de 20 años de carrera. Y el batería, al que apenas se ve detrás, es Ted McKenna, el músico que durante un tiempo completó el grupo de Rory en el formato power trío, en el que desarrolló la mayor parte de su carrera, si bien al final incorporó a un teclista. Es decir que no son unos amigos cualquiera tratando de sacarse unos duros haciendo versiones de un músico de otro tiempo. Son sus colegas de grupo ganándose la vida, desde luego, pero manteniendo vivo el legado de su jefe y amigo durante los años dorados, el inigualable Rory Gallagher. Y ahora les voy a poner un vídeo de 1979 (ya ha llovido) en el que aparecen los tres. El bajo luce un pelucón a la moda del momento, pero ven que es la misma persona, cuarenta años antes.

Rory murió en 1995, en un hospital de Londres, en el que se le había practicado un trasplante de hígado, operación aparentemente exitosa que requirió varias semanas en cuidados intensivos, porque esta no es una intervención cualquiera. Se estaban ya planteando trasladarlo a una clínica para que hiciera reposo y continuara su recuperación, cuando hizo su aparición el maldito estafilococo que se lo llevó por delante y nos privó de seguir disfrutando de su arte. Un caso de mala suerte. Sólo tenía 47 años. Rory Gallagher es ciertamente uno de los guitarristas electrificados mejores de la historia, un portento técnico y un prodigio de energía en directo. Realmente es una vergüenza que este blog no le haya dedicado ya un post en exclusiva, cuando ya llevamos más de 1.100 entradas publicadas.

Este caballero de aire angelical que tienen a la izquierda era irlandés, hijo de un militar amante de la música y desde pequeño fue una especie de niño prodigio, primero con las guitarras acústicas, las únicas que existían en Irlanda en los 50, con las que aprendió a tocar y se reveló ya como un virtuoso. Aquí tengo que hacer un inciso histórico. La electrificación de las guitarras es un invento que surge al final de la Segunda Guerra Mundial y tiene una incidencia directa en la posterior explosión del rock and roll. Yo recuerdo todavía cuando a las guitarras españolas se les adaptaba una pastilla, que se enchufaba y amplificaba un poco el sonido, pero con una calidad bastante mala. Recuerdo incluso haber tocado en las fiestas anuales del Colegio Mayor en el que viví mis primeros años en Madrid, con uno de estos artilugios.

En realidad, el paso de esos tiempos arcaicos a las guitarras eléctricas, como las que usaban los Shadows o los Beatles, se debe a dos personas concretas: Les Paul y Leo Fender. Ambos en paralelo llegaron a la invención de las primeras guitarras eléctricas con sus amplificadores, fundando las primeras compañías fabricantes: la Gibson y la Fender. Les Paul era al menos músico, se trataba de un cantante de country que llegó a ser bastante famoso. Pero Leo Fender era un simple mecánico aficionado y autodidacta, que se ganaba la vida como contable y en sus ratos libres arreglaba radios a los vecinos y empezó a idear sistemas de amplificación de sonido para las fiestas que se organizaban en su pueblo. El crecimiento del invento fue exponencial y ese tipo de sistemas se usaba ya, por ejemplo, en las verbenas que se organizaban en El Seijal, en La Coruña, en los años 60.

Pero volvamos a nuestro héroe irlandés. Desde muy joven, Rory se interesó de manera obsesiva por dos temas: el blues que venía de América y el mundo de la electrificación. A los 12 años ya había ganado un concurso local de jóvenes talentos en Cork, donde vivió toda su vida y donde está enterrado. A los 15 se compró su primera guitarra eléctrica, una Fender Stratocaster. Y pasó a pertenecer al universo Fender, al contrario de los que integraron el universo Gibson, como John Lennon y Paul McCartney. Poco después entró como miembro de un grupo que hacía versiones de temas exitosos, pero lo dejó pronto para formar su propio grupo, un trío que se llamó Taste.

Todas estas cosas y muchos más detalles, las pueden encontrar en las Wikipedias y similares, si tienen interés en saber algo más del personaje. Pero yo quiero contarles algunos datos más personales y anécdotas menos conocidas, que revelan el respeto y el cariño que le tenían a Rory los demás guitarristas. Porque Rory, además de un artista estratosférico, era un buen tipo. En realidad, Rory descubrió de niño la guitarra y se dedicó a ella en cuerpo y alma. La guitarra era su vida y toda su vida siguió siendo un niño que disfrutaba como un enano tocando y cantando en directo y grabando sus discos. No se le conocieron novias ni relación de ningún tipo, no tuvo esposa ni hijos, no tenía tiempo para ello, la música absorbía todas sus energías y llenaba todas sus aspiraciones. Tampoco se sabe que usara ninguna droga, salvo el alcohol, que utilizaba a mansalva como buen irlandés. Realmente un tipo muy peculiar.

Fijémonos ahora en otro portento musical: el gran Jimmy Hendrix. Jimmy era el reverso de Rory, se dedicaba en cuerpo y alma a la música, pero era un ligón, solía tener varias novias a la vez y se apuntaba a cualquier exceso en ese terreno. Y de las drogas, qué quieren que les diga. Jimmy era negro, como saben, y los negros tienen un especial sentido del humor (por algo se cantaba aquello de ya viene el negro zumbón). El sentido del humor de Jimmy explica la anécdota que les voy a contar. En los últimos 60, la opinión unánime de los críticos era que existían tres grupos en formato power trío, liderados por guitarristas fabulosos, que estaban varios cuerpos por delante de todos los demás. Estos grupos eran Cream (con Eric Clapton), Taste (con Rory) y la Jimmy Hendrix Experience, cuya imagen tienen aquí al lado.

Jimmy, después de muchos años de operar de músico de sesión, al que contrataban personajes como Wilson Picket, decidió irse a Inglaterra, donde estaba la innovación, y unirse a dos músicos británicos, con los que formó su Experience que dejó a todo el mundo boquiabierto. Lo que hacía Jimmy estaba al alcance de muy pocos y empezó a ser un personaje súper famoso, al que todo el mundo agasajaba. Un día, un par de esos periodistas pedorros que circulan alrededor de los músicos del rock, le hicieron una entrevista. Y la primera pregunta fue: Jimmy, qué se siente siendo el mejor guitarrista de rock del mundo. Respuesta de Jimmy, con su proverbial sonrisa de oreja a oreja: ¡Ah! Ni puta idea, eso pregúntenselo a Rory Gallagher. La anécdota es auténtica.

Eric Clapton era por entonces un músico súper valorado, hasta el punto que sus seguidores llevaban chapitas en la solapa que rezaban Clapton is God. Pues a pesar de ello, en 1970 la revista Melody Maker eligió a Rory Gallagher como músico internacional del año. Estas distinciones no molestaban a nadie, porque Rory era un buenazo, no era nada competitivo, él hacía sus giras, disfrutaba como un niño y lo que hicieran los demás le importaba un rábano. Aunque estaba siempre de gira, vivió toda su vida en Cork, muy unido a su único hermano, casado y con hijos, que siempre lo apoyó y que ahora es el albacea de su legado. En Youtube hay varios documentales recientes en los que hablan su hermano, Gerry McAvoy y otros músicos. Quizá sea momento de ver otro vídeo. También del año 79 y también con los dos músicos que yo vi en Cazorla. Es un poco largo, no están obligados a verlo entero, pero da una idea de la energía que este señor desarrollaba en directo. Por cierto, se trata de la misma canción del clip que les puse al principio del post.

Shadow play, canción compuesta, arreglada e interpretada por Rory Gallagher, como todas las que tocaba en público, él no hacía versiones. Pero pasemos ahora a hablar de otro músico insigne: el gran Rosendo. Realmente yo creo que nadie en España ha igualado como él el sonido de Gallagher, de Keith Richards o de Malcolm Young de AC/DC, los grandes popes del guitarreo eléctrico. Rosendo es de Carabanchel, donde ha vivido siempre hasta que, ya retirado de las giras, se ha ido a la sierra. En Carabanchel era muy normal encontrártelo por los bares, siempre con su pantalón y chamarra vaqueros. Rosendo empezó a estudiar una ingeniería por presión de su padre, pero dejó la carrera en el primer año, para dedicarse a su pasión: el rock. Cuando se le pregunta al respecto, suele decir que un tipo con una nariz como la suya no podría haber sido nunca ingeniero.

Rosendo empezó a tocar la guitarra en el grupo Ñu en los 70, momento en que surgieron una serie de grupos de rock duro por los barrios madrileños, bastante antes de que apareciera la llamada Movida, de músicos menos cañeros, de buena familia, aunque para nada desdeñables. Tuvo que hacer la mili porque, al no estar ya en la universidad, no le daban más prórrogas. Y allí empezó a componer algunas cosas. Después de terminar la mili y participar en la grabación del siguiente disco de Ñu, fue a ver al líder de la banda y le mostró sus composiciones, para ver si las podía incluir en el siguiente disco. Y cuenta la leyenda que el tipo las escuchó con evidente desagrado y le dijo: dónde vas con eso, tío, esas canciones son un leño. Y Rosendo dejó la banda, montó un grupo en formato power trío, que llamó Leño, y llegó a ser mucho más famoso que Ñu, de quienes ya nadie se acuerda.

En 1975, poca gente conocía a Rory Gallagher en España, pero para Rosendo era una de sus referencias musicales. Y, en eso, echándole un vistazo al periódico, se enteró de que Rory había incluido en su gira una actuación en Madrid. Era el 7 de marzo en el Monumental. El periódico anunciaba que las entradas se pondrían a la venta unos días antes, por la mañana. La víspera de la fecha indicada, Rosendo se plantó en la puerta del Monumental, aquí al lado de mi casa en Antón Martín, y pasó toda la noche sentado en el suelo bien abrigado al lado de la taquilla. Por la mañana, cuando abrieron, había ya una pequeña cola, pero Rosendo adquirió la primera entrada que se vendió, y me imagino que la sigue conservando (no sé si es tan mitómano como Paco Couto, que las guarda todas). Y luego entró pronto al concierto, para estar en la primera fila, como hago yo con Samantha Fish.

Rory Gallagher tuvo una vida vertiginosa y acelerada como sus actuaciones en vivo, pero se cuidaba, hacía deporte y podría haber vivido muchos años si no se le cruza la mala suerte. Bebía mucho, como cualquier irlandés, y era feliz con lo que hacía. Pero, a fines de los 80, desarrolló esa patología mental que los médicos llaman aerofobia y las personas normales miedo a volar. Era una dolencia fatal para una persona que vivía de gira permanente. La cosa se fue agravando, hasta el punto que acudió a un doctor. Y ese matasanos le recetó un sedante potentísimo, como única solución a su problema. Aquí hay varias versiones. UNO, el matasanos no le avisó de que el medicamento no se podía mezclar con alcohol. DOS, se lo dijo, pero con la boca pequeña. TRES, le avisó del peligro, pero Rory no se lo tomó muy en serio, o el alcohol era algo que formaba parte de su personalidad y no lo pudo dejar. Elijan ustedes la que quieran. Yo no descarto ninguna.

Yo pienso, por ejemplo, que si ahora mismo los médicos me prohibieran continuar utilizando el ordenador, porque me voy a hacer polvo la vista, probablemente no seguiría su consejo. Por hache o por be, Rory tuvo que tomarse ese sedante para seguir trabajando y no dejó de beber. Y la mezcla le hizo polvo el hígado. Cuando acudió al hospital de Londres, la cirrosis estaba tan avanzada que la única solución era el trasplante. Estuvo esperando al donante, que finalmente llegó, fue operado de forma exitosa, estuvo unas semanas en la UCI. Y allí apareció el estafilococo asesino. Rory Gallagher será siempre unos de los mejores guitarristas de la historia. Su tumba es lugar de peregrinaje y en su tierra menudean los monumentos en su memoria y las calles con su nombre. Creo que, para terminar este post, nada mejor que escuchar una de sus composiciones más tranquilas, directamente de uno de sus discos y con el fondo de una imagen suya. Cuídense.  

miércoles, 17 de agosto de 2022

1.159. Cerrar el Retiro por el calor

En fin, ya saben que este es un tema que me afecta directamente, porque muchos días, cuando bajo a correr al Retiro, me lo encuentro cerrado, algo que podría entender si hubiera amenaza de vientos fuertes, pero les puedo jurar que a mí me ha sucedido en momentos de plena calma chicha, sin una mínima ráfaga de aire soplando. En esas situaciones y con el calor que hemos pasado, los madrileños se van tempranito al parque para estar un rato frescos, pasear a los niños o al perro, correr, patinar o circular en bici. Y se lo encuentran cerrado y se cagan en todo, yo el primero. Porque, una vez que has ido hasta allí, pues o te vuelves a casa o haces lo que tenías pensado hacer rodeando el parque por fuera, de modo que la estrecha acera exterior a la verja histórica se convierte en un corredor de apenas metro y medio, atestado de gente con niños, perros, bicicletas, etc. Es peligroso correr por ahí, puedes tropezarte con un perro, arrollar a un niño o, frente a un atasco de personal, salirte al primer carril de tráfico rodado, por no parar de correr, con riesgo de que cualquier coche o moto te afeite el bigote en seco y te lo deje rasurado para siempre.

He vivido esa situación varias veces y les puedo asegurar que la gente se irrita mucho con este despropósito, porque el Ayuntamiento no explica por qué cierra determinados parques cuando hay ola de calor. Es algo muy absurdo. Supongo que han oído ustedes hablar del llamado efecto isla de calor, que describe el hecho cierto de que en las zonas asfaltadas y sin arbolado hay como tres o cuatro grados más de temperatura que en las zonas ajardinadas contiguas. Cuando yo salgo a correr, es algo que se nota físicamente. En este verano, yo venía a salir de casa a unos 24/25 grados. En cinco minutos, cruzaba la Castellana y llegaba al exterior del Jardín Botánico. Y nada más empezar a contornear la valla de ese jardín histórico, el fresquito que sale de allí se siente de forma notoria y se agradece. Y lo mismo con el Retiro. Cerrar los parques por el calor cuando el viento es cero, es de tontos, y ya he dicho que en un futuro existirá el dicho eres más tonto que Almeida, que cerraba los parques por el calor. El Ateo Piadoso ya lo tiene registrado, aunque el copyright es mío.

Mi hijo Kike vive en París, como saben, y me ha contado que en las recientes olas de calor de este verano, lo que hacía el Ayuntamiento era precisamente lo contrario: prolongar las horas de apertura de los parques (en Paris todos los parques tienen verjas perimetrales y se cierran a unas horas, en función de la estación del año de que se trate). Pues aquí, al revés. Vale, puedo entender que haya unas normas que haya que cumplir, pero creo que las normas deben de estar en permanente seguimiento y revisión y se han de explicar a la ciudadanía. Ejemplos: ponerse el cinturón de seguridad en el coche es un coñazo y una incomodidad. Pero cuando te explican cómo se reducen las lesiones en un accidente, pues te lo pones y en paz. Especialmente en los pequeños choques que son los más frecuentes, porque en los mayores ni el cinturón te salva. En esos pequeños choques, el cinturón te evita roturas de dientes o de gafas, moratones y chichones, lesiones oculares y pequeñas fracturas y esguinces. También es incómodo vacunarse del Covid. Y hacerse colonoscopias. Pero las cosas se explican y las gentes las entendemos y las aceptamos.

En el caso de los parques, las explicaciones de Almeida son indicativas de su talla política. Porque lo único que ha dicho es que la medida se debe a un protocolo aprobado y que lo aprobó la señora Carmena. Le falta añadir algo así como a mí que me registren, o esa expresión que siempre me ha parecido estúpida y he comprobado que la gente la dice sin saber por qué, esa de: aaaah, se siente. ¿Qué coño se siente? ¿Quién siente qué? ¿Se siente de sentir, o se siente de sentarse? Cuando alguien me suelta esa memez y le pregunto por qué dice eso, no me lo sabe explicar y suelen responderme: es que lo dice todo el mundo (que conceptualmente es lo mismo que lo aprobó Carmena). Si alguno de mis lectores sabe cuál es el origen de esa frase estúpida (que por fortuna cada vez se escucha menos) pues le agradeceré que me la explique. En cualquier caso, es normal que diga algo así un empleado, generalmente el último mono, que suele pedirte que le preguntes a los de más arriba. Pero, obviamente, un alcalde no puede contestar a un tema que preocupa a los ciudadanos diciendo a mí que me registren.

Por puntualizar, la medida se aprobó en junio de 2019, en el último Pleno antes de la toma de posesión de Almeida, cuando la señora Carmena estaba ya en funciones después de haber perdido las elecciones. Y entiendo que el objetivo de ese protocolo no era dejar el tema en manos de un algoritmo, sino aplicarlo con cabeza y con un seguimiento adecuado. Es obvio también que Almeida no sabe por qué se cierra el Retiro y los demás parques, ya que a continuación de su respuesta anterior, dice que se lo pregunten al concejal del Área, el inefable Borja Carabante, a quien en este blog se ha motado de Borja Carburante por su reconocido amor por los vehículos de combustión interna, a los que cuida y da siempre preferencia sobre bicicletas, patinetes y peatones. Pues Carburante dice lo mismo que su jefe y le pasa la patata a un pobre Director General (que equivale a lo que antes era un Jefe de Departamento) que sale a la palestra, hace el papelón y demuestra que tampoco sabe por qué se cierran los parques históricos. Vean el vídeo a ver si entienden algo.

La medida molesta por igual a gentes de derechas y de izquierdas, es más yo creo que en el Retiro hay bastante porcentaje de fachas y partidarios de la libertad-libertad-libertad de Ayuso, una línea ideológica que se contradice con esta medida. Es que, por la misma regla de tres, se deberían cerrar las carreteras para que no hubiera accidentes y cortar las calles por si se cae alguna cornisa o algún tiesto de alguna repisa. Y no deberíamos cocinar, para no quemarnos. Desde el Ayuntamiento se argumenta que en tiempos recientes se han muerto dos ciudadanos por caída de ramas en el Retiro. Uno de ellos en 2014, tiempos de la señora Botella, que era gafe y le pasaban todas las putadas del mundo (a ningún otro alcalde se le han muerto cinco chicas por aplastamiento durante una fiesta de Halloween). El otro en 2018, un niño que paseaba con su padre, en tiempos de Carmena, suceso terrible que está en el origen de la elaboración del protocolo de los cojones, con perdón. Pero ninguno de esos sucesos ocurrió durante olas o episodios de calor extremo.

Pero es que, absurdo sobre absurdo, resulta que el Jardín Botánico, que tiene árboles tan antiguos como el Retiro, no está incluido en el protocolo, de modo que abre todos los días a su hora y se puede visitar cuando el Retiro está clausurado. Sin embargo, se cierra el Juan Carlos I y otros que tienen unos veinte años de antigüedad. Y, otro absurdo más a sumar: a veces el Retiro se cierra por la noche y luego, en medio de una mañana soleada y sin viento, no se reabre hasta que los de la comisión que ha acordado el cierre se levantan, se reúnen y deciden abrir. Justo se disponen a abrirlo cuando arrecia el calor. Como le explico cada vez al vigilante que está detrás de la Puerta frente a la Cuesta de Moyano, yo necesito correr, es una especie de seguro de vida y salud mental para mí y, a mi edad, no es prudente que corra después de las diez con este calor. El tipo ya me conoce y soporta mis filípicas con paciencia profesional (bien es cierto que le hablo siempre con educación y sin responsabilizarle a él del despropósito).

Por cierto, en cuanto a la práctica del running, me voy a encontrar con un problema a corto plazo. Recuerden que yo empecé a hacer un entrenamiento regular a partir del primer encierro por la pandemia, porque descubrí que podía correr en círculos por dentro de mi casa. Después ya empecé a salir al Retiro cuando abrieron los parques, si bien repetía la modalidad indoor cuando había tormentas o llovía mucho. Ahora, con el parqué recién acuchillado y barnizado, que lo tengo como los chorros del oro, sería de tontos que hiciera carreras dentro de casa. Así que, cuando haya tormenta, tendré que salir al parque (como he hecho toda la vida), con una sudadera con capucha o uno de los llamados cortavientos. Pero, no se preocupen, Almeida no cerrará el Retiro cuando estén cayendo chuzos de punta: sólo lo hace por el calor.

En fin, yo creo que este es un tema que ha empezado a dar la verdadera talla del señor Almeida, un personaje cuyo único interés parece ser que se hagan muchas obras en la calle y en los edificios municipales. Hay que reconocer que le da igual que esas obras hayan sido proyectadas en tiempos de Gallardón, de Botella o de Carmena (como la Plaza de España, que, en mi opinión ha quedado muy mejorada). Lo único que le interesa es que se hagan muchas, porque en cada obra hay una empresa que factura y eso da de comer a mucha gente, que luego le vota. Mi amigo Boni ha dado en llamarlo El Topillo, porque es pequeño, tiene cara de roedor y tiene toda la ciudad levantada, como cuando te ataca el topillo en un jardín o una parcela. Pero, con esto del Retiro, se le han empezado a ver las costuras al personaje, que está claro que no tiene la talla para ser el alcalde de una ciudad tan compleja como esta.

Y la confirmación de esto ha sido la broma que le gastaron dos humoristas rusos antes de la cumbre de la OTAN, haciéndose pasar por el alcalde de Kiev. Hombre, honestamente, esto se lo pueden hacer a cualquiera, los humoristas son muy buenos y lo van liando. Pero, por ejemplo, Fidel Castro tardó menos de cinco minutos en descubrir una broma similar y empezó a llamarle mariconsón al falso entrevistador, tal vez lo recuerden. Almeida, en cambio, aguanta 17 minutos escuchando sin inmutarse cuestiones tan surrealistas como el anuncio de que unos activistas ucranianos van a irrumpir en la cumbre de la OTAN desnudos y cubiertos de heces para mostrar cómo se siente el pueblo ucraniano. El falso alcalde de Kiev le dice casi al final que la última vez que visitó Madrid, el propio Almeida le comió la polla, que no entiende cómo no se acuerda. Y, después de semejantes barbaridades, todavía Almeida se despide educadamente diciendo que hablará con el embajador para ver qué se puede hacer, aún convencido de que acaba de hablar con el alcalde de Kiev. ¿No lo han visto? Aquí lo tienen entero, son 17 minutos que no tienen desperdicio, los rusos lo emitieron en su canal de televisión y lo han colgado en Youtube.

Después de esto, creo que podemos todos saber quién es de verdad este pazguato. En cualquier lugar del mundo, un político que sufriera semejante bochorno, normalmente perdería las siguientes elecciones. Sin embargo, este tolili (en terminología de Florentino) tiene todas las papeletas para ser reelegido dentro de menos de un año. Por qué. Bueno, desde los medios de la izquierda se empieza a anunciar esto con un cierto fatalismo y con una idea que no se dice claramente, pero se tiene en mente por detrás: los ciudadanos nos vamos a equivocar, porque somos tontos o masoquistas. Es una idea simétrica de la que proclamó Vargas Llosa tras las últimas elecciones en su país: que los peruanos habían votado erróneamente. Así votaron los americanos a Trump. Y los alemanes a Hitler. Es una idea que no comparto, la diga quien la diga. Pero vean un ejemplo de esa forma de ver el tema. Les transcribo una entrada que publica en Facebook un amigo mío, al que se puede catalogar de izquierdista de manual.

Ando últimamente muy preocupado por las dificultades de expresión que muestran los gobernantes y dirigentes políticos del pepé madrileño. Nada de lo que dicen o escriben escapa de la categoría del infralenguaje. De hecho, están a punto de comenzar a emitir sonidos guturales. La cosa no tendrá consecuencias políticas porque, aunque rebuznen, los seguirán votando, pero me preocupa igualmente.

Desconozco si se trata de un virus ayuser altamente contagioso, o si están asistiendo a cursos intensivos de ayusificación… O, lo que sería peor, si por llevarle la contraria al gobierno, hayan bajado la temperatura de sus aires acondicionados a -10ºC y se les estén congelando las neuronas.

En cualquier caso, es preocupante, porque, como ya he dicho arriba, los van a seguir votando (allá cada cual con sus razones y su nivel de responsabilidad), y la devastación en la cosa pública puede ser (ya lo está siendo) irreversible. Y eso nos acabará afectando a todos, los hayamos votado o no, nos hayan hecho más o menos gracia sus tonterías, hayamos actuado con mayor o menor responsabilidad. Todos saldremos perdiendo y la culpa no será de Sánchez ni de los comunistas ni de quien ellos señalen. Será de quienes votan a esta banda de semianalfabetos aprovechados pensando que se hacen un favor. Queda dicho.

Que conste que está bien escrito, que es ingenioso, que es cierto lo de la degradación del lenguaje y que en muchas de las cosas que dice estoy de acuerdo. Pero me molesta el fatalismo, el convencimiento de que el pueblo se va a equivocar votando a la derecha y también el típico rollo agorero de: que vienen los fachas y esto va a ser el llanto y el crujir de dientes. Los políticos tienen que proponer en positivo; lo de que vienen los fachas es tan nefasto como lo de que vienen los rojos o los comunistas. Pero, sobre todo, yo creo firmemente en la democracia y estoy convencido de que el pueblo no se equivoca. A partir de esta afirmación, ¿cómo se explica que un tipo tan poquita cosa como Almeida vaya a ganar de nuevo? Pues muy fácil: porque los demás son todavía peores. Porque la izquierda capitalina es nefasta. Es tan mala como para perder con un personaje de la talla de Almeida.

Para empezar, el lamentable PSOE del inexistente Pepu, caballero bienintencionado al que se le suponen determinadas cualidades, que no mostró, porque no dijo nada mientras estuvo al frente del Grupo Socialista. Ahora, ni siquiera sé quién está al mando. Y luego está la fraCasada Rita Maestre, cuya política ha consistido en decir que todo lo que hace el equipo de gobierno está mal, antes siquiera de leerlo, al más puro estilo del fraCasado. Y se ha desempeñado con unos tintes autoritarios que han dejado fuera a sus cuatro concejales más carmenistas, que se vieron obligados a escindirse y montar el grupo Recupera Madrid. Por aquel entonces, yo pronostiqué que estos, a su vez, seguirían ese impulso de seguirse dividiendo como las amebas y formarían dos grupos nuevos: Recu y Pera.

¡Pues ha sucedido! Uno de los cuatro, Felipe Llamas abandonó el Ayuntamiento y la política, asqueado por el espectáculo que estaban dando. En realidad, Felipe nunca había sido político, lo fichó Carmena para que fuera su Jefe de Gabinete y le convenció cuatro años después de que entrara en las listas. Así que, en el Grupo Mixto ya sólo hay tres. Y entre esos tres, la señora Marta Higuera acaba de manifestar que ella votará por libre, que no se siente vinculada a votar las propuestas de los otros dos. Así que ahora sólo falta que estos dos últimos (Cueto y Calvo) se peleen entre ellos para la disgregación total.

Más que a la dinámica de las amebas, se empiezan a parecer al cuento infantil de los deditos: este compró un huevo, este lo coció, este lo cascó, este lo peló y este pequeñito (el pulgar) se lo comió, se lo comió, se lo comió, momento en que se le mataba a cosquillas al bebé. Al otro lado de este sindiós, la fraCasada Rita se ha quedado embarazada, así que, ante su previsible fracaso electoral, seguramente se retire de la política y se convierta en una madre de familia estupenda, objetivo vital para el que parece más dotada que para los avatares de la gestión municipal.

Volviendo al ínclito Almeida, amigos frecuentemente bien informados me cuentan que en el PP están valorando la posibilidad de dejarlo caer, total van a ganar las elecciones con cualquiera que pongan al frente. Realmente Feijoo es consciente de que este señor es una medianía que no mejora la imagen del partido para nada. Y Ayuso no le perdona que organizara el espionaje a los negocios de su hermano, a través del inefable John Le Carromero, amigo de la infancia de Almeida que se lució en la tarea, como en casi todas las que ha emprendido. En el congreso regional, ya Ayuso deslizó que hay que castigar determinados comportamientos y que no era bastante con la cabeza de este caballerete. Veremos a ver qué nos depara el futuro.

Con unos políticos locales tan pedorros, la ciudad sobrevive como puede, la cultura va en picado (por ejemplo, las grandes figuras del rock empiezan a venir sólo a Barcelona y a Sevilla), la ciudad está sucia de cojones y el avance de la gentrificación y los apartamentos turísticos en el centro es imparable. Y la desigualdad social va en aumento. Las estadísticas comparativas de los distritos del norte y del sur son terroríficas. Es que hay varios años de diferencia en esperanza de vida, por ejemplo. Pero no se preocupen: Almeida tiene la solución mágica para todos estos problemas y cualquier otro que aparezca. ¿Saben cuál es? No sé cómo lo dudan: cerrar el Retiro. Sean buenos, que ya se va pasando el calor. Ciao, ciao.