martes, 23 de marzo de 2021

1.034. El portal del jubilado y otras miserias

Bueno, no me gusta quejarme, como saben, pero es que, con esto de la pandemia, el ciudadano de a pie ya no tiene forma de dirigirse a la administración y que le atienda una persona de carne y hueso. Tiene uno que enfrentarse a una máquina de esas que te dicen que pulses almohadilla y otras incorrecciones sintácticas. Es este un universo bastante demencial, que recuerda las peores pesadillas de Philip K. Dick, y trae aromas de los sufrimientos y desvelos de Joseph K, el inolvidable personaje central de El Proceso de Kafka. Las máquinas que te atienden son eso: máquinas y no les puedes mirar a los ojos, ni te dejan enrollarte en explicaciones, porque en una de esas te bloquean y tienes que salirte y volver a entrar. Fíjense si son tontas estas máquinas que suceden cosas como la siguiente. Yo me despierto de la siesta, veo que tengo una llamada no contestada de mi amigo Mariano de hace unos diez minutos, doy un tic en una pestañita que dice devolver llamada, y me contesta un loro automático que dice: el número que usted ha marcado no existe.  

Una ventaja sí tienen las máquinas: las puedes insultar impunemente, te puedes cagar en su padre y más en su madre, que no les hace mella ni las desanima. Yo, cuando me pasó eso del número de Mariano, me desahogué a gusto: cómo que el número no existe, gilipollas, los que no existen son tus muertos ni la puta madre que te trujo, mira que te doy medio soplamocos asín del revés que te mando p’alla pa’ la Puerta Toledo, payaso… No me salió la vena gallega y no le dije eso de cajo na cona que che botou. Es curioso eso de utilizar el adjetivo payaso cuando uno se ve poseído por la ira. Si ven ustedes una riña callejera, mientras no se use la palabra payaso no hay peligro de que se peguen. En el Diccionario de la RAE no se describe ninguna acepción de payaso en ese sentido. Hay que recurrir al Gran Libro de los Insultos (Pancracio Celdrán 2008), para encontrar la explicación: dícese de la persona que irrita por no tomarse en serio un asunto. Y precisa: en España, hoy, tildar a alguien de payaso, cuando no se inscribe en un ámbito familiar o de amistad, puede ser un insulto grave.

Volvamos a lo nuestro. Si tú quieres por ejemplo obtener una información o hacer una consulta en el Ayuntamiento, en todas las oficinas de Línea Madrid tienes un cancerbero en la entrada que te informa de que sólo se atiende con cita previa. Te vuelves a casa, intentas pedir esa cita previa y, suponiendo que no te atasques en el procedimiento, te la dan para dentro de unos meses. La pandemia ha pillado a las administraciones en bragas, con unos sistemas informáticos que no están suficientemente chequeados y comprobados y eso está generando una bolsa de gente que se encuentra frente a un muro como el de Berlín y está sufriendo graves retrasos en temas básicos.

Yo no soy un ignorante informático, llevo lustros sacando billetes de avión o entradas para el cine por Internet, además de todas las gestiones bancarias. Pero no he conseguido entrar en el Portal del Jubilado (anda que menudo nombrecito). Lo que yo quiero de ese portal no es urgente ni vital, pero todos los procedimientos que he intentado hasta ahora, me llevan a una pantalla que dice que la página que busco no existe. ¿Será que la ha suprimido Almeida? ¿Tal vez es una imposición de Vox en los pactos de la ciudad? Como no sé si me creen, he hecho lo que se llama un pantallazo de esa imagen para mostrársela. Ya ven que no les engaño.  

En ese contexto, resulta que yo me he jubilado, como saben, y ya no voy a seguir cobrando mi nómina del Ayuntamiento por lo que tengo que gestionar que me paguen la correspondiente pensión. Para ello, los de Personal me mandaron hace bastante tiempo un correo con instrucciones precisas. Tenía que imprimir un documento que me mandaban, rellenarlo y presentarlo en una oficina de la Seguridad Social, en compañía del Libro de Familia y otra serie de documentos. Mi compañero M.M. que se jubiló como tres meses antes que yo, iba por delante y yo le llamé para preguntarle. Me contó que, después de jubilarse, rellenó el impreso, reunió todos los documentos y, entonces, intentó pedir la cita. Respuesta de la máquina: de momento no se dan citas en Madrid. Le daban la posibilidad de ampliar el ámbito geográfico de búsqueda. M.M. lo hizo y consiguió una cita en Úbeda (Jaén). Y pensó: qué bien, así me hago un viajecito y le doy un vistazo al excelente barroco de la ciudad. Ya tenía buscado un hotelito y todo pero, la noche antes, se desveló, se le ocurrió entrar en la página a las 4 de la mañana y consiguió una cita más cercana, en Piedralaves, Sierra de Gredos. Acudió puntual, entregó los papeles y se volvió a Madrid tan contento.

Con ese antecedente, pensé que el fallo de M.M. era haber esperado a tener todos los papeles para pedir la cita. Así que intenté pedirla con meses de antelación, pero la respuesta era la misma: no hay citas en Madrid hasta nuevo aviso. Entonces di con el enteradillo de siempre, que me dijo que el tema se podía resolver telemáticamente, desde casa, siempre que tuviera firma electrónica. No la tenía, pero la pedí y la conseguí con relativa facilidad, como ya conté en el blog. Y el enteradillo me contó también que eso que decía el Ayuntamiento que tenía que entregar a la Seguridad Social era un procedimiento anticuado, que ya no les hace falta porque en el Estado ya tienen toda la información sobre ti y basta con que entres en la aplicación correspondiente para solicitar la pensión, cuya cuantía te calcula un algoritmo y te empiezan a pagar enseguida. Antes que yo, se jubilaba una compañera, allá por Navidad. Esta señora siguió el consejo del enteradillo y le funcionó. Lo único es que eso sólo se podía hacer una vez jubilado, no antes.

Así que, unos días después del evento, cuando se terminó el ruido de los fastos, los homenajes y las emociones desatadas, abrí la aplicación correspondiente con mi certificado que acredita que tengo firma electrónica. Se me abrió una página con mis datos, efectivamente tienen toda la información. Pero esa información puede tener errores, por lo que te dan la opción de corregir lo que veas incorrecto. Muy bien. Decía que no había hecho el servicio militar. Mentira, sí lo hice, año y medio en Infantería de Marina. Lo corregí y continué. Más abajo decía que era soltero. Mentira, casado y separado. Sin hijos. Mentira, dos hijos ya mayorcitos. Entonces me pidió los datos de ambos, así como los de su madre: nombres, apellidos, fechas de nacimiento y DNI de todos. Una vez que había corregido todos los datos equivocados, le di a continuar.

Y aquí se me abrió una pantalla nueva, que decía que, para poder disfrutar del complemento de paternidad en mi pensión, tenía que aportar una serie de documentos: Libro de Familia, patatín y patatán y, sobre todo, un escrito de la madre de las criaturas mostrando su conformidad con que cobre yo ese complemento, y no ella. Y una advertencia en mayúsculas: hasta que no aporte usted la documentación requerida, el procedimiento queda interrumpido. Llamé por teléfono a la aludida, quien me confirmó que ella está ya cobrando ese complemento de maternidad. Que creía vagamente que eso era sólo para las madres pero que, si yo averiguaba lo contrario, podíamos poner cada uno a un hijo. De todas maneras, el complemento por hijo son 27€ al mes, que tiene cojones.

En la maldita aplicación, hay una pestaña de ayuda para cualquier problema que te surja. Yo conté lo que me pasaba. Que en ningún momento había pedido ese complemento, entre otras cosas porque desconocía su existencia. Pero que no podía seguir con la tramitación de mi pensión hasta que aportara los documentos que me pedían, por lo que les pedía información al respecto. Me contestaron con relativa rapidez, un par de días, e imaginé detrás de dicha carta la pluma de una mujer, que habría disfrutado como una enana con un balón gigante diciéndome lo que me decía: que ese complemento es preferente para la madre, como medio de lucha contra la brecha de género. Que, aun en el improbable caso de que yo consiguiera un escrito de la susodicha autorizándome a cobrarla en su lugar, sólo tendría derecho a ella si cumplía una serie de requisitos, entre ellos haber disfrutado de bajas de paternidad con motivo de los nacimientos, tener alguna incapacidad severa y no sé qué más cosas.

Ya estaba claro el fondo del tema. Pero en la pantalla de la aplicación seguía diciendo que el procedimiento estaba interrumpido hasta que yo aportara la autorización requerida, el Libro de Familia y dos documentos más. Así que volví a recurrir a la página de ayuda. Ya me empecé a poner un poco borde. Les vine a decir que, para pagarme la pensión, me estaban pidiendo unos documentos que apoyaran una petición que yo nunca había hecho (yo sólo di los datos de mis hijos a título informativo, para que tuvieran bien la información sobre mí) y a la que tampoco tenía derecho, según me acababan de aclarar ellos mismos. ¿Qué debía hacer?

También me contestaron rápido, pero esta vez no fue una doña, sino un algoritmo o similar. Aparte de una retahíla de normativas que me eran de aplicación, me recomendaba que renunciara a la tramitación iniciada. Con el diccionario de la RAE (que no el de Insultos que me hubiera gustado utilizar aquí) yo sólo había iniciado una tramitación: la de pedir mi pensión. Pero aquí empecé a ser consciente de que estaba peleando con una máquina y las máquinas son muy tontas: su mentalidad es binaria, se compone de unos y ceros. Así que me hice el loco. Yo nunca había pedido el complemento de paternidad, pero podía interpretar que la recomendación de la máquina se refería a ese trámite nunca iniciado. Así que redacté en Word un escrito que les voy a citar textualmente, porque lo tengo guardado.

Estimados señores: por la presente declaro que renuncio a la aplicación del beneficio por cuidado de mis hijos. Yo no he solicitado en ningún momento ese beneficio; me limité a indicar que tengo dos hijos (que es cierto) únicamente a efectos informativos, para que ustedes corrijan debidamente los datos que obran en su poder. Asimismo se me ha informado que en ningún caso tengo derecho a dicho beneficio por no concurrir las circunstancias requeridas para ello. Consecuentemente les ruego procedan a continuar con la tramitación de mi solicitud de jubilación, o alternativamente me indiquen qué debo hacer para que se reanude.

Atentamente, fecha y firma. No me digan que no es kafkiano. En fin, no he estado yo más de 38 años en la administración como para no manejar el lenguaje administrativo. Lo escaneé y lo metí en una de las cuatro casillas que debía cumplimentar. Volví a recordar que estaba tratando con una máquina y se me ocurrió meter el mismo escrito en las cuatro casillas. Le di a continuar y pareció funcionar.  Pero al día siguiente, volví a entrar y la cosa seguía como antes: los cuatro escritos pendientes y el gran letrero informándome de que el procedimiento estaba parado hasta que los aportara. Tenía yo un Plan B: una amiga me había hablado del hijo de otra que es una especie de hacker, que entra en el programa de la Seguridad Social y te consigue una de las citas que reservan siempre, imagino que para urgencias y también para los amiguetes. Me daba un poco de rabia recurrir al chaval. Es este un buen chico, que hace eso de manera esporádica por ayudar a los amigos de su madre en su lucha contra el monstruo. Pero, si eso es posible, no sería de extrañar que haya empresas que se dediquen al invento cobrando una pasta, empresas montadas por informáticos que han trabajado para la misma administración, porque así funciona el mundo de los hackers.

Mientras me decidía, me dediqué a repetir mi jugada unas cuantas veces: cuando tenía un rato libre y ganas, entraba, metía el escrito en los cuatro lugares y le daba a continuar. Y al día siguiente estaba igual. Pero un día se produjo un cambio: en vez de cuatro documentos pendientes, ya sólo había tres. El cuarto había roto la barrera, como el espermatozoide más listo que consigue llegar al óvulo. No quise hacerme muchas ilusiones, seguí intentando meter el mismo escrito en los tres lugares que quedaban libres, sin mayores resultados. Estas cosas pasan, una aplicación que te niega el pan y la sal, de pronto tiene un descuido y ya se la has colado. Imaginé que, a partir de ese descuido, mi escrito había llegado a las manos de una persona de carne y hueso, que me respondería de alguna manera. Pero la cosa seguía paralizada, así que finalmente llamé al hacker y le di mis datos.

Al día siguiente me llegó un SMS de la Seguridad Social: tenía cita en Alcobendas para dentro de un mes. Pero no fue necesario. Unos días después me llegó la comunicación oficial: el procedimiento de petición de jubilación seguía su curso, al ser aceptada la documentación por mí aportada (la cartita de marras). Me adjuntaban una liquidación provisional, que aún no he cobrado, pero parece que ya he roto el dique que me tenía atrapado. Llamé al hacker para darle las gracias y pedirle que me anulara la cita. Menos mal, porque, para la cita presencial, tendría que haber aportado la documentación que me indicaban los de Personal del Ayuntamiento y, entre ustedes y yo, ahora que no nos oye nadie, no tengo ni puta idea de donde está el jodido Libro de Familia, un documento cuya simple denominación huele a franquismo y a caspa cincuentera.

Y digo yo: ¿les parece normal que un ciudadano del siglo XXI haya de pasar por estas penurias, en la era de la inteligencia artificial y la ingeniería genética? No hace falta ni que me contesten. Esto sucede porque la pandemia ha pillado a muchos organismos con unas aplicaciones mal calibradas. Y, frente a casos como este, no es de extrañar que algunos salgan al balcón con la bandera del pollo a gritar ¡Libertad, Libertad, Libertad! En fin, esta historia la voy a englobar en la etiqueta Relatos, que reúne los textos imaginarios, no vaya a ser el demonio que me busque un lío. Ya lo saben: todo lo contado en este post es fruto exclusivo de la imaginación del autor y cualquier parecido con sucedidos reales es pura coincidencia, o pura mierda.

Vaya, como les he castigado con un relato kafkiano, les dejo para compensar un vídeo delicioso de Larkin Poe, que tengo un tanto descuidadas a estas chicas. Las hermanas Lovell han encontrado un procedimiento para grabar versiones de canciones famosas (en este caso, una del negrazo Seal) sin salir de su casa. La pequeña, Rebecca, deja fluir su vozarrón y su excelente técnica de guitarrista, pero ya saben que a mí la que me pone es la otra, Megan, siempre atenta a las segundas voces y a apoyar a su hermana con la slide guitar horizontal. Esta chica muestra una capacidad de cariño en su mirada y en su gimnasia gestual que no puede dejar indiferente a nadie. Hala, que sean buenos.

4 comentarios:

  1. Me parto de risa. Has puesto de actualidad el "Vuelva usted mañana" del melancólico Mariano José de Larra (o Fígaro, si lo prefieres). Pero él estaba instalado en el siglo XIX. Se ve que tú también. Y yo, y toda España. Hoy es siempre todavía, dijo otro poeta meláncolico y soñador. No te preocupes por el Portal del Jubilado, cualquier día te abre sus puertas de par en par.

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    1. Gracias, querida. A este paso y para lo que me vale, el día que me abran el Portal del Jubilado, puede que les diga: gracias, preferiría no entrar, como Bartleby. Un fuerte abrazo.

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  2. El portal del jubilado son los padres...������

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    1. Ni lo dude usted. Por cierto, esa ristra de interrogantes imagino que se debe a que ha intentado usted poner unos e-mojis, supongo de caritas sonrientes. Es otra de las gracias de este programa blogger, que no admite caritas.

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