Bien, el sábado cambiaron la hora y ya estamos en el ritmo cochinero veraniego que tanto me gusta, con esas tardes interminables que van oscureciéndose desde mi terraza. A mí nunca me ha gustado esto de que cambien el horario, me parece una gilipollez, pensada más para explotar al personal que para procurarle un mayor bienestar. Además, el cambio afecta a los seres más sensibles, por ejemplo los ancianos, o los bebés, que se ponen irritables, y algunas mujeres especialmente proclives a sufrir por estas alteraciones. Yo tuve un gato que se pasaba varios días enfurruñado hasta que se acostumbraba al nuevo horario, y estoy seguro que a mi buganvilla (que, por cierto, va como un tiro) tampoco le gusta lo más mínimo. Yo dejaría el mismo horario todo el año y parece que los gobiernos europeos ya están en esa idea, lo que pasa es que no saben si quedarse con el de verano o con el de invierno.
Desde luego que para mí es mucho mejor el de verano, o lo era cuando era funcionario activo: no tenía el menor problema en atravesar la ciudad de noche por las mañanas; lo que me molestaba era salir algunos días del curre a las seis y que ya estuviera oscuro. Los que quieren imponer el horario de invierno, pretenden que nuestras tardes se acaben pronto para que nos entre la murria de la oscuridad y no salgamos tanto a la calle, que es precisamente lo que me gusta a mí. En muchos países de Europa, a las cuatro ya es de noche y por eso son tan siesos, aunque luego, cuando vienen a España se desmadran. Por mí, que dejen el horario de verano o, si no, el de invierno, pero que acaben con estos cambios. Total, yo no uso ya el despertador.
Eso no quiere decir que me dedique a vaguear. Ya les conté que el viernes a las 10.00 había quedado con un grupo de chavales en Príncipe Pío, al pie de la gran bandera europea, para dirigir una visita guiada de tres horas por el Madrid Río. Llegué, como suele ser habitual, el primero, salí del Metro y me dirigí al punto de cita. Pero no se podía pasar, porque había como seis ambulancias del Samur y otras tantas lecheras de la pasma rodeando un autobús estacionado en la parada. La bandera me quedaba al otro lado. Pregunté a un poli qué tenía que hacer para llegar y me dijo que diera toda la vuelta a la glorieta. Me quedé por allí remoloneando. En ese momento vi como sacaban a una mujer joven del bus, en una camilla medicalizada, toda envuelta en esas mantas plateadas y doradas que le ponen a los heridos para que no se enfríen. Me dirigí a un policía municipal y le pregunté si me permitía pasar bordeando el exterior del mogollón por el centro de la glorieta, para no dar toda la vuelta. Me dijo que vale, pero que fuera muy despacio y, si alguien me decía algo, obedeciera las órdenes.
Al otro lado había un grupo de indigentes, la mayoría extranjeros, bastante jóvenes. Otras veces que he quedado en ese sitio por la mañana ya he advertido la presencia de vagabundos en el lugar, pero no sabía a qué se debía. Mientras esperaba a los chavales, me infiltré entre los sin techo y les pregunté qué había pasado. Y me enteré de que, desde que desplazaron el albergue municipal para indigentes al PAU de Carabanchel, allá por el final de la ciudad, se estableció un servicio de bus gratuito que los trae cada mañana al centro urbano y los deja en Príncipe Pío. En ese bus y casi llegando a término, se había producido un apuñalamiento. Un chino había apuñalado tres veces en el pecho a una checa. El conductor del bus había llamado al 091 antes de aparcar. Parece ser que el bus les deja en Príncipe Pío cada día y desde allí se distribuyen por los semáforos o lugares de mendicidad que tienen asignados. Ese día no se podían ir todavía porque les estaban tomando declaración, lo que los tenía fastidiados, además de un poco sobrecogidos por lo que acababan de ver.
Una rumana dijo que seguramente la chica checa había muerto, a lo que un polaco arguyó que a los muertos no se los llevan enseguida, hay que esperar a que venga el juez. Esta gente apaleada por la vida que son los desterrados del progreso, parecen ya curados de espanto, de tanto como han visto. Leí en la prensa luego que el chino tiene 30 años y un montón de antecedentes violentos. La chica checa tiene 49 y fue ingresada en un hospital en estado grave. No se conocían de nada. Sus compañeros aventuraban que el tipo lo había hecho adrede, para que lo metieran en la cárcel, porque estaba amenazado de expulsión del albergue por su comportamiento violento. Si es cierto, pienso que podría haberse apuñalado a sí mismo y no joderle la vida a nadie.
Esta historia me trae a la cabeza dos reflexiones. El chino debe de ser un pieza de cuidado, porque la comunidad china de Madrid cuida de sus miembros y los arropa. Es muy raro que un chino joven tenga que ir a dormir a un albergue municipal. La otra es que suele decirse que los chinos son gente normalmente tranquila, que aguantan siempre las situaciones difíciles con mucha paciencia, hasta que llegan al límite. Pero que, el día que eso sucede, van con todo. Recuerdo un relato de Dashiel Hammet en el que el detective protagonista deduce que quien ha matado al tipo cuyo cuerpo aparece al principio es un chino, por el hecho de que había descargado completamente su revólver. Los chinos no disparan nunca pero, si llegan a hacerlo, descargan el revólver entero. También la novela El chino (Henning Mankell 2007) narra la investigación de un crimen en Finlandia en la que la policía llega a la misma conclusión a la vista de la brutalidad de las heridas del cuerpo, orientando sus pesquisas a la comunidad china.
Por lo demás, en mi visita al parque comprobé lo que ha cambiado el río con la política de renaturalización que empezó la señora Carmena y que el equipo actual mantiene (se decidió en Pleno por unanimidad, desde Más Madrid hasta Vox). Todas las presas intermedias están abiertas, el río corre libre, han aparecido numerosas islas intermedias y en ellas brota la vida, incluyendo toda clase de patos y peces y unos árboles espontáneos que están alcanzando alturas que superan la de los que se plantaron encima de los túneles. Merece la pena visitarlo. Los chicos se lo pasaron muy bien conmigo (mayoría de chicas, of course) y acabamos en la terraza del Matadero con unas cervezas. Allí pudimos comprobar que coincidíamos en nuestras preferencias políticas y que todos vamos a votar lo mismo, o eso al menos me dijeron. No hice ninguna foto del río renaturalizado, pero he encontrado un vídeo que les pido que vean para que capten el tema en todo su esplendor.
Si consideramos la visita a Madrid Río como mi sarao número 7 de este año, les diré que esta mañana he cumplido con el número 8, tal vez el de más compromiso hasta ahora. Mi amiga Eva Gil, profesora en un curso de arquitectura de la Escuela de Lausanne, me invitaba a conectarme a la una para una clase de una hora sobre la historia de Madrid y su relación con el agua. Es la misma que di hace poco en formato presencial en la ETSAM, pero era la primera vez que la contaba en inglés. Además, normalmente, esa charla termina de manera natural en Madrid Río, mientras que en este caso debía céntrarme en el Distrito Centro, puesto que el objeto del curso es una actuación sobre un edificio cercano a Sol. Total, que me he pasado el fin de semana preparando esta clase y al final ha salido aceptablemente. Como una demostración viviente del principio de Peter, a poco de empezar mi charla ha empezado a sonar insistentemente el timbre de mi casa, al que nunca llama nadie. Era el portero con un curreta que estaba instalando videoporteros en las casas. He tenido que interrumpir mi parlamento en inglés para decir a voces CARLOS, ABRE TÚ CON TU LLAVE Y ENTRA. Y POR FAVOR, NO HABLÉIS ALTO. A pesar de la distracción, he salido del apuro con dignidad. Como suele decirse, son los inconvenientes del directo.
Como ven, estoy ocupadísimo, porque además sigo revisando proyectos de Reinventing para mi jefa y saliendo por ahí moderadamente, aprovechando el oasis de la señora Ayuso, antes de que pierda las elecciones (ojalá), llegue el comunismo y nos vuelvan a encerrar a todos para que no nos sigamos contagiando. Y también continúo progresando con la guitarra, como van a comprobar en el vídeo que les pongo abajo, con mis nuevos adminículos recién comprados. Todavía no he llamado a ninguno de los profesores de guitarra que me sugirió mi amigo Guitar Man Juanmi, es algo que dejaré para la vuelta de la Semana Santa. Con quien sí he conectado es con el bueno de Ed, el mejor profesor de inglés de Madrid, con quien empezaré en una semana. Respecto a la guitarra, para mí cantar una canción compuesta por Samantha Fish, aunque sea más de la vena country, es como cerrar un círculo temático. La canción se llama Need you more. Vean, vean, cómo me las apaño. Pantalla grande, porfa.
Samantha Fish cerró el otro día su gira texana en Houston con notable éxito. Su programa para abril incluye nada menos que 18 conciertos por todo Estados Unidos, los seis primeros con Tab Benoit. A este ritmo es posible hasta que recupere su figura de antes de la pandemia. Ahora es una gordita feliz, que se mantiene ágil y conserva su espectacular toque de guitarra y su forma especial de cantar, arropada sólo por los dos negros de su trío con los que está cada vez más compenetrada. Vean un par de fotos de hace unas semanas.
Joder, y ahora leo en la prensa que a los de 70 nos dejan para el final en la vacunación, que después de los de 80 van a empezar por los más jóvenes. La generación sándwich, nos llaman. Para empezar, sándwich será su puta madre, hombre, que ya le cabrean a uno. Si hay un orden, se sigue y punto. Vale, ya está dicho. De todas formas, los septuagenarios tenemos una cantidad de entretenimientos muy amplia, entre ellos por supuesto el rock y el blues. Esta es una música que alumbró nuestra generación y sigue vigente. Lo único es que nos hemos hecho mayores. Pero conservamos la misma marcha que entonces.
Les voy a poner un vídeo que lo demuestra. Esta es una pareja americana que se han abierto un canal de Youtube y todo. Tocan en su casa, con una guitarra y una percusión formada por una tabla de lavar y unas escobillas de las del wáter. Su aspecto es como el de cualquier vecindonga de las que salen en bata al rellano de cualquier bloque de Usera o Villaverde. Pero, así sin darse más importancia, se marcan una fabulosa versión del Walking Blues de Robert Johnson. Ya saben: me levanto por la mañana y me pongo a buscar mis zapatos, tengo que encontrarlos, si no, no podré practicar el walking blues. Disfruten de ello.
Vaya, son bastante mejores que yo, a mí aun me falta mucho para poder montarme un canal de Youtube. De momento ya tengo bastante con el blog y lo demás. A la espera de llegar a la vacunación, desde mi casa contemplo el mundo y me sorprendo de asuntos como el del buque varado en pleno canal de Suez, por fin felizmente desatascado. Ya se ha escrito todo respecto a este asunto y no merece mucho la pena insistir. El accidente les ha revelado a algunos el absurdo del montaje comercial del mundo globalizado, que nos permite entrar en una Web, comprar cualquier cosa (yo, por ejemplo, mi rodillera aerodinámica) y que nos la traigan desde China en pocos días. Pues no sé cómo pensaban que venían esas compras, ¿por arte de magia? Otros se hacen cruces con la fragilidad del mundo en que vivimos. Yo descubrí esa fragilidad el día del 11S, hace casi veinte años ya, y he aprendido a convivir con ella, disfrutando de cada día en el que no pase una putada cósmica. En vez de estas interpretaciones tremendistas y autocompasivas, yo prefiero los memes humorísticos, como este que sugería una solución vasca al problema del barco.
De todas formas, yo tuve claro desde el primer día que lo de la tormenta de arena era un cuento chino. En Egipto las tormentas de arena son continuas y estos mastodontes deben de tener instrumentos de navegación que permiten avanzar sin visibilidad. La cosa parece apuntar a un fallo humano, un técnico que se queda dormido o está borracho. Por el Canal de Suez los barcos pasan despacio y en hilera. Y el trayecto es perfectamente recto. No como el que te ponen para hacer el psicotécnico para renovar el carné de conducir. Ahí tienes que llevar dos barcos a la vez por unos canales que cambian todo el rato de forma. Primero te dejan hacer un intento de prueba. Después ya viene el de verdad. Yo toqué en los lados apenas dos o tres veces. Y le dije al chico que, si me dejaba hacer un tercer intento, era capaz de hacerlo sin ningún fallo. Me contestó que no era necesario, que ya había superado con mucho la media.
Vamos acabando. Ya sé lo que están esperando: la versión de Sam de la canción que yo les he regalado, para comparar. Les dejo de propina un vídeo en el que la canta, en el que pueden ver cómo esta mujer camaleónica es capaz de portarse como una señora: quedarse sentadita, no dar todo el rato voces diciendo ¡EH! ni hacer gestos exagerados. Y al final sonreír educadamente, como si le sorprendieran los aplausos que recibe. Pero esa contención no le quita pasión a su interpretación. Que pasen una estupenda Semana Santa.