El viernes, como les dije estuve
comiendo con mi amigo Alain, en el Café
de l’Industrie, un lugar que ya conocía, por la zona de Bastille. Hablamos
de un montón de cosas y me enteré de algo que no sabía, o al menos, no con esos
detalles. Parece que el pueblo de París ha sido siempre muy follonero, es famosa
la Revolución de 1789, pero ha habido otras varias igual de sangrientas, como
la que sofocó la famosa Comuna de París. Por eso, cuando se aprobó la
organización del Estado francés, en 1871, se determinó que todas las ciudades y
pueblos tendrían un alcalde elegido por el pueblo. ¿Todas? No. Todas menos
París. Como los parisienses estaban todo el tiempo dando la bronca, se decidió
que no tuvieran alcalde, sino un prefecto nombrado directamente por el gobierno
del Estado. En realidad no era uno, sino dos, los prefectos, uno encargado de
vigilar específicamente el orden público y otro para el resto de las funciones
urbanas.
Y esa situación se mantuvo, nada
menos que hasta 1976. Ese año los parisienses consiguieron una aspiración por
la que llevaban décadas clamando: elegir a su alcalde y ser por fin autónomos.
En 1976 pudieron celebrar elecciones locales y ¿saben a quién eligieron? Pues a
Jacques Chirac, un político de derechas puro. Contradicciones urbanas: después
de tanto luchar por tener elecciones parecería que elegirían a un alcalde de
izquierdas. Pues no. Y resulta que París sólo ha tenido cuatro alcaldes:
Chirac, Tiberi, Delanoe y la señora Hidalgo. Los períodos legislativos en las
ciudades francesas son de seis años (y los de París se quejan, como nosotros, de
que es poco, que en seis años no se puede hacer nada).
Jacques Chirac estuvo tres
mandatos, era muy popular y hubiera ganado todas las veces que quisiera, pero
en el 95 decidió optar al puesto de presidente de la República y dejó la
alcaldía a su segundo Tiberi. Este ganó una vez y luego perdió con Delanoe,
socialista, ecologista, ciclista y declarado homosexual, a pesar de tener esposa
que ejercía de primera dama. Cada uno puede ser lo que quiera, pero este señor
no se declaraba bisexual, sino homosexual. El papelón de la doña era, pues,
peculiar. Pero también fue un alcalde muy querido, que fue reelegido, por lo que
estuvo 12 años en el cargo. Se retiró porque quiso y le dejó el bastón de mando
a su teniente de alcalde la señora Hidalgo. Las próximas elecciones locales son
en marzo de 2020 y la alcaldesa se presenta a la reelección, pero la cosa está
reñida porque tiene un enemigo importante del partido de Macron.
De todas estas cosas hablé con el
bueno de Alain, que cuenta conmigo para dar una nueva clase a finales de enero en su
máster de la Universidad Paris 8. Comimos bien, un escueto menú del día,
acompañado con cerveza y vino tinto en buena cantidad. Al final le dije que si
se quería dar un paseo, pero me contestó que tenía una cita de trabajo a
primera hora de la tarde. De lo cual deduje que tal vez se fuera a echar una
siesta: él me había propuesto el lugar, no muy lejos de su casa y con lo que
habíamos bebido no sé si estaba para muchas citas. Yo estaba en cambio bastante
lejos de la casa de Kike, así que me fui a la plaza de los Vosgos y me senté un
rato al sol, a que se me pasara la modorra alcohólica. Por cierto, no me vi
envuelto en ningún episodio de tear gas
and riot police. El Metro estaba cerrado a cal y canto (salvo dos líneas
que funcionan sin conductor). Ni servicios mínimos ni nada. Pero yo no vi
ninguna revuelta. Caos circulatorio sí: atascos de kilómetros, todos los cruces
bloqueados y orquesta de bocinas todo el día. Sin transporte público, la ciudad
volvió a un modelo de movilidad entre Álvarez del Manzano y Almeida.
Esa noche me reuní con mi hijo,
que salía de trabajar y salimos a buscar una cebichería peruana, en donde
cenamos suave para dormir bien. El sábado estábamos libres los dos, así que nos
dimos una vuelta por el barrio de Belle Ville, que mola todo, y luego me llevó a un italiano en donde nos comimos una pizza estupenda. Por la
tarde, aprovechando la reapertura del Metro, nos acercamos a la zona de las
Galerías Lafayette, para que Kike se comprara unos zapatos que necesitaba.
Luego estuvimos deambulando por el Marais, el entorno del Pompidou y subimos
hasta Pigalle, donde nos sentamos a tomarnos un Perrier en una terraza. Por la
noche caímos a un japonés a comernos un ramen de puta madre. Y esto fue lo que
dieron de sí mis vacaciones parisinas.
El domingo me levanté y bajé a
comprar unos croissants para desayunar. En la cola de la panadería me preparé
para decirlo perfecto: s’il vous plais,
deux croissants pour emporter. Llegado el momento, lo dije y la chica me
respondió: ¿Deux croissants et quoi plus?
Un golpe bajo a mi autoestima francófona. Kike me explicó luego que esa es una
expresión muy formal y académica, que la gente dice sólo deux croissants: si estás en la cola y no pides café, ya se
sobreentiende que son para llevar. Desayunamos, hice mi maleta, me despedí de
Kike y caminé hasta la Gare du Nord a coger el RER al aeropuerto. El vuelo se
retrasó más de una hora a causa de las tormentas que había en Madrid: los
controladores de aquí no autorizaban el despegue. Llegué sin novedad para
encontrarme una ciudad en pleno dimanche
noir, a causa de la ultima etapa de la Vuelta Ciclista a España, que hace que se corte toda la
Castellana (además, el tren también está cortado por obras). Me costó un montón
llegar hasta mi casa.
Por la noche, me puse en la tele el
partido del Dépor, pero en el descanso me fui a dormir. El resultado era
incierto, pero el equipo juega tan mal que pensé que no tenía por qué tragarme
semejante peñazo. Y hoy he vuelto al trabajo. Reuniones, puesta al día de
temas, etc. Después de comer me he vuelto a casa a descansar un rato. Y por la tarde
he tenido que hacer una serie de gestiones. Primero, tomarme la segunda dosis
de la vacuna contra el cólera. A continuación, mandar la transferencia del pago
final de mis toldos. Después he ido a la tintorería. Mi otro hijo Lucas había estado por aquí para una boda y me había dejado el
traje para que se lo llevara a limpiar. He aprovechado para llevar uno de los míos, que ya casi no
uso. Y me he encontrado que en la tintorería del barrio había una chica nueva. Le
he preguntado por los anteriores tintoreros, una pareja de gallegos que
llevaban toda la vida en el negocio, y me he enterado de que se jubilaron el 1
de enero y le traspasaron el negocio. Ya ven cuánto uso yo la tintorería.
De allí he subido al mercado a
encargarle a mi amigo Luis el charcutero que me preparase diez paquetes de
jamón y salchichón envasados al vacío, para Madagascar. Después he subido al
Corte Inglés de Preciados a comprarme alguna ropa para África. Se recomiendan
pantalones largos y camisetas de manga larga, frescos y de colores claros, pero
no blancos. Con los oscuros te asas y los blancos atraen a todos los mosquitos.
Camisetas tengo muchas de las carreras, pero me he comprado una camisa y un
pantalón de North Face, además de varios pares de calcetines frescos de trekking, todo
ello lavable a mano y de secado rápido. De vuelta, he pasado por la librería de
montaña Desnivel, en donde me he
agenciado una guía de Madagascar. He recogido mis paquetes del charcutero, he
comprado un pack de cervezas Estrella Galicia y he rematado mi recorrido por el
barrio en la floristería de mis amigos y vecinos, en donde les he trasladado
mis opiniones sobre la primera propuesta que me han hecho. Y me he subido a
escribir.
Como no tengo ninguna imagen para
ilustrar este texto (no me he hecho ninguna foto en París, tal vez como
reacción a la tontuna de la gente que todo el rato está haciéndose fotos sonrientes
con la uve de la victoria, para subirlas enseguida al Facebook), pues les voy a
dejar un breve regalito musical. La Creedence Clearwater Revival fue un grupo
clave que sólo duró cuatro años a comienzos de los 70. Enseguida acabaron a
bofetadas y su líder John Fogerty no retomó su carrera en solitario hasta que resolvió los
juicios en los que se metió por los derechos del grupo. En 2009, vino por
primera vez a tocar a España. Fue en la Casa de Campo, un concierto memorable al que asistimos mi hijo Kike y yo. Los del grupo que le acompañaba tocaron solos un
tema instrumental, a modo de introducción. Entonces salió Fogerty y, casi sin saludar, atacó
directamente los sones de esta canción que les voy a dejar de propina. Una
píldora de buen rock. Que la disfruten.
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