La locura todo lo cura, como
seguramente saben. En realidad quiero hoy adelantar en el relato de mis
enloquecidas actividades sucesivas, hasta llegar al momento en que volaré a
París el próximo día 11, para explicarles con detalle cómo surge este primer viaje,
cuya génesis no es muy diferente de la de algunos de mis últimos periplos por
el mundo. Como les dije, el miércoles pasado me lo tomé de permiso en el
trabajo para volver tranquilamente de Ciudad Real y pasar el día con mi familia
en el Escorial, de donde volví al anochecer. Esa noche la pasé regular
porque sobrevino un viento frío inesperado que me hizo despertarme varias veces
por el ruido y la bajada térmica. Aun así, el jueves cumplí con mi carrera matutina por
el Retiro, si bien esta vez no salí a las 6.30, sino a las 7.15, por la razón
que comprenderán más abajo. Seguía ventoso y desapacible, pero a cambio pillé
un poco más de luz que en mis anteriores salidas.
Tras ducharme, desayunar y
vestirme, salí de mi casa a pié por Santa María de la Cabeza, en dirección a la
Junta de Distrito de Arganzuela, al lado de Madrid Río. Estaba citado allí a
las 9.15 con un grupo de 35 funcionarios del Ayuntamiento de Berlín con los que
tenía que darme un paseo por el parque del río, explicándoles el proyecto en
inglés. Era un grupo de gente bastante joven, con predominio femenino, los dos colectivos con los que mejor me entiendo. Enseguida establecimos una complicidad basada en nuestros comunes intereses y
preocupaciones, confraternicé con varios de ellos en el largo recorrido que
terminamos a las 12.00 en el Puente de Segovia, me quedé con el contacto de las
mujeres más interesantes, como suelo hacer, y tuvimos margen de hablar de diversos temas, no sólo de urbanismo. Por ejemplo, discutimos un rato sobre el Sapiens, que una de las chicas me dijo que estaba leyendo su marido y le tenía tan fascinado como a mí. Al pasar por el Calderón les conté la historia del primer
concierto de los Stones, con los rayos al fondo. La imagen actual del coliseo es ciertamente impactante, porque casi queda en pie únicamente la tribuna sobre la M-30.
Tomé el Metro en Puerta del Ángel para dirigirme a mi oficina, porque a esas horas es imposible aparcar. Allí desarrollé la segunda parte de mi jornada laboral y comí. Para volver, Metro a Nuevos Ministerios y el bus 27 hasta casa, porque el túnel llamado de la risa, bajo la Castellana, sigue en obras.
Me creerán si les digo que llegué a Atocha reventado. 5 kms. de carrera, más
media hora de caminar hasta la Junta, más dos horas y media por el río, no es cualquier cosa. Llegué a mi casa y me tiré en la cama para echarme una siesta de las
de verdad. Y seguí el resto de la tarde descansando, con la ayuda del libro que debo tener
leído para el próximo club de lectura de Billar de Letras. Ayer viernes también
dediqué la primera mitad de la mañana a una actividad diferente: la visita a la Unidad del Viajero
del Hospital Carlos III, para que me recomendasen las vacunas,
medicaciones o precauciones que debo tener en cuenta en mi viaje a Madagascar. Me prescribieron una vacuna para el tifus que me pincharon allí mismo en el brazo, y me recetaron otra contra el cólera, además del Malarone, medicamento preventivo de la malaria. Les dije que en mis incursiones asiáticas había preferido siempre no tomarlo, fiándolo todo a mi rigor en la aplicación de los antimosquitos, pero me explicaron que África es diferente de todo lo demás, que allí hay más mosquitos, más malaria y más grave que la de Asia.
Volví a casa de nuevo en Metro, descansé un rato y luego bajé a la farmacia a comprar los productos recetados, para lo que únicamente tuve que mostrar mi tarjeta sanitaria: la receta de ambos estaba "en la nube", asociada a mi tarjeta, primera vez que adquiero medicinas por este procedimiento. Aproveché también para cortarme el pelo donde Jurgen, el peluquero alemán que tanto cabrea a mis hijos, que dicen que me estafa. Cierto que me cobra 17 euros por cortarme el pelo, pero es que el precio incluye también sesudas discusiones filosóficas, que esta vez, como no podía ser de otra manera, giraron en torno al Sapiens. Compré también algunas cosas para cenar y me pasé por la floristería de mis vecinos, para quedar con ellos y que subieran a ver mi terraza. No les he contado a ustedes mis penas con el tema de los toldos, pero el hecho es que aun no los tengo instalados, a pesar de que ya han venido tres veces a intentarlo. Cada vez les pasa alguna desgracia y tienen que irse sin terminar su trabajo. Ahora han prometido volver el martes próximo y toco madera para que no les dé un lumbago o algo por el estilo. Esta mañana he salido a hacer mi carrera de sábado con un clima ya decididamente otoñal. He aprovechado para estrenar la camiseta que me regalaron el otro día los alemanes, con el oso de Berlín, que es primo del de Madrid, pero sin madroño y aficionado al running. Abajo mi selfie después de correr.
En realidad, este va a ser mi último fin de semana de relax, y es un relax relativo porque tengo que dedicar tiempo a estudiarme las diez propuestas de jóvenes arquitectos que participan este año en el concurso EUROPAN. Es este un concurso que hasta ahora era de arquitectura, pero este año lo han ampliado al campo del urbanismo. Por eso estamos en el Jurado mi jefa, mi compañera M. y yo, los tres mosqueteros del Reinventing. El lunes tendremos una reunión los tres para cruzar valoraciones y elegir qué proyectos apoyaremos, porque el concurso se decide en Innsbruck en octubre. Como todavía no me los he estudiado a fondo, este finde, aparte de ver el partido del Dépor por la tele, voy a tener que currar el resto de mi tiempo libre. El martes será la rentrée de Billar de Letras, en donde analizaremos la novela corta La Azotea, de la escritora uruguaya Fernanda Trias, un libro terrible que narra otro tipo de locura, la que lleva al aislamiento, la autodestrucción y el crimen. Por fortuna es bastante breve y ya lo he terminado. Y el miércoles volaré a Paris que es de lo que les quería hablar en este post.
Volví a casa de nuevo en Metro, descansé un rato y luego bajé a la farmacia a comprar los productos recetados, para lo que únicamente tuve que mostrar mi tarjeta sanitaria: la receta de ambos estaba "en la nube", asociada a mi tarjeta, primera vez que adquiero medicinas por este procedimiento. Aproveché también para cortarme el pelo donde Jurgen, el peluquero alemán que tanto cabrea a mis hijos, que dicen que me estafa. Cierto que me cobra 17 euros por cortarme el pelo, pero es que el precio incluye también sesudas discusiones filosóficas, que esta vez, como no podía ser de otra manera, giraron en torno al Sapiens. Compré también algunas cosas para cenar y me pasé por la floristería de mis vecinos, para quedar con ellos y que subieran a ver mi terraza. No les he contado a ustedes mis penas con el tema de los toldos, pero el hecho es que aun no los tengo instalados, a pesar de que ya han venido tres veces a intentarlo. Cada vez les pasa alguna desgracia y tienen que irse sin terminar su trabajo. Ahora han prometido volver el martes próximo y toco madera para que no les dé un lumbago o algo por el estilo. Esta mañana he salido a hacer mi carrera de sábado con un clima ya decididamente otoñal. He aprovechado para estrenar la camiseta que me regalaron el otro día los alemanes, con el oso de Berlín, que es primo del de Madrid, pero sin madroño y aficionado al running. Abajo mi selfie después de correr.
En realidad, este va a ser mi último fin de semana de relax, y es un relax relativo porque tengo que dedicar tiempo a estudiarme las diez propuestas de jóvenes arquitectos que participan este año en el concurso EUROPAN. Es este un concurso que hasta ahora era de arquitectura, pero este año lo han ampliado al campo del urbanismo. Por eso estamos en el Jurado mi jefa, mi compañera M. y yo, los tres mosqueteros del Reinventing. El lunes tendremos una reunión los tres para cruzar valoraciones y elegir qué proyectos apoyaremos, porque el concurso se decide en Innsbruck en octubre. Como todavía no me los he estudiado a fondo, este finde, aparte de ver el partido del Dépor por la tele, voy a tener que currar el resto de mi tiempo libre. El martes será la rentrée de Billar de Letras, en donde analizaremos la novela corta La Azotea, de la escritora uruguaya Fernanda Trias, un libro terrible que narra otro tipo de locura, la que lleva al aislamiento, la autodestrucción y el crimen. Por fortuna es bastante breve y ya lo he terminado. Y el miércoles volaré a Paris que es de lo que les quería hablar en este post.
El motivo aparente del viaje es
participar en el congreso del GRI Club, pero no he querido hacer ninguna
referencia a esto en el título del post por una elemental precaución. El GRI
(Global Real-State Investors) es el club de los grandes promotores
inmobiliarios mundiales, los gigantes del negocio inmobiliario que mueve millones por todo el mundo. Ahí están firmas como Morgan Stanley, Goldman Sachs,
Blackstone y otros similares. Algo así como ASPRIMA, la asociación de los promotores inmobiliarios de Madrid, pero a lo bestia. Fondos
buitres incluidos. Y qué pinto yo en ese exclusivo foro del capitalismo más descarnado, se preguntarán. Pues las primeras
fases de mi contacto con ellos ya se contaron en el blog, pero no tengo
inconveniente en recapitularlas para ustedes. En mayo de 2018, el Coordinador
General de mi área (es decir, el antecesor podemita de Kordineitor) me llamó muy
compungido para pedirme un favor. Estaba invitado a participar en el congreso
GRI Club-Madrid 2018 y no podía ir porque le habían puesto a la misma hora otro
sarao al que no podía faltar. Tenía que sustituirlo y disculparlo en la mesa
redonda en la que estaba anunciado.
Con la perspectiva del tiempo,
tiendo a creer que lo que le pasó a este señor fue lo que se suele llamar una
indisposición súbita sobrevenida, también conocida como cagalera, a la hora de enfrentarse
a un foro como ese. El congreso era en el Hotel Palace y yo me puse mi mejor traje, me inscribí y me apresté a defender la posición. No hice mal papel, y luego me quedé por allí para enredar un poco, repartir tarjetas, tratar de pillar algún inversor para el Reinventing, etc. Y, por supuesto, tomarme unas birras, ponerme ciego de canapés y
confraternizar con algunas de las mujeres más guapas, como hago siempre que puedo. Un
tiempo después me mandaron por mail una encuesta de satisfacción sobre el congreso, que rellené cuidadosamente y envié.
Como resultado de eso, pasé a estar en el mailing del GRI Club, en donde en
cambio parece que ya no tuvieron a bien mantener al de la cagalera. Es lo que tiene la afición a entrar a
todos los trapos y meterse en los saraos más insólitos.
Este año, en abril, me escribió
una tal Melina, en nombre del club. Tenía el gusto de invitarme al GRI
Club-Madrid 2019, de nuevo en el Palace. Para los detalles, me daba su número
de móvil. Melina vive en Londres y es muy amable. La llamé y me explicó que esta vez no tenían
previsto que interviniera activamente en ninguna mesa redonda, pero aun así me invitaban
porque les había gustado mi participación el año pasado. Me habían enviado una clave para que pudiera acceder al archivo digital del Programa y elegir libremente a qué actividades acudiría. Como conté en el blog, asistí a la keynote lecture, a cargo de una chica
del Caixa Bank, con la que luego estuve hablando y constaté que no coincidíamos demasiado (no estuve de acuerdo con sus opiniones sobre el milagro portugués y
sobre el origen de la brecha en el centro de la clase media, de la que habla
Saskia Sassen). Y otra vez me puse bien de birras y canapés.
Melina me mandó la encuesta post-congreso
que también rellené. Días más tarde me escribió de nuevo para que le sugiriera nombres de expertos que pudieran impartir la keynote lecture del Congreso Madrid 2020 y le mandé un par de
nombres que no voy a revelar aquí. Y entonces me envió una invitación para el
GRI Club París a celebrar los días 11 y 12 de septiembre. Por teléfono le
confesé que era la primera vez que me invitaban a un sarao de estos fuera de Madrid, por lo
que quería saber si se esperaba de mí que interviniera en alguna mesa y si me iban a pagar
vuelo y alojamiento. Su respuesta fue que no a las dos cosas. Me invitaban al
congreso, porque mi presencia es grata para ellos y soy bienvenido en el club, pero no tenía que intervenir. Y
tampoco tenían previsto pagarme nada. Pensando en voz alta, le dije que quizá me animase a ir, porque tengo un hijo con casa en París y sólo tenía que buscar un vuelo
barato, lo que me permitiría pasar unos días con él. Me rogó que, si finalmente no podía o me echaba para atrás, que
hiciera el favor de comunicárselo, para sus previsiones logísticas.
Hablé con mi hijo Kike, confirmé
que estaría en París en esas fechas y me saqué el billete. El congreso empezaba el 11 por la
tarde y terminaba el 12 tras la comida final, así que compré un billete para el 11 por
la mañana para llegar allí a mediodía. Entonces empezaron a suceder cosas
sorprendentes. Otra señora que no es Melina me escribió para pedirme información precisa acerca de la unidad técnica a la que pertenezco y los trabajos que desarrolla. Unos días más tarde, me pidió un breve currículum. Y
finalmente una foto. Muy mosca, usé la clave que me facilitaban para revisar el
programa. Y allí me encontré. Estoy en el cartel de una mesa redonda sobre la salida
de la crisis inmobiliaria en España y cómo evitar que se repita. En el programa
hay varias sesiones similares sobre otros países. De lo cual deduzco que para la
de España seleccionaron a algunos de los participantes confirmados, entre ellos
yo. He preguntado si podía ayudarme de una presentación con imágenes y me dicen que no, que es una simple
charla.
Pero surge aquí el problema de
cuál es el mensaje que debo transmitir en semejante foro (¿Y ahora que digo yo,
pisha?). Sobre lo que se cruza el hecho de que, entre medias, han cambiado mis jefes en el
Ayuntamiento. Así que he decidido incluir este viaje en mis días de vacaciones, como hacía en los tiempos de la señora Botella (al fin y al cabo, voy a estar cuatro días de vacaciones), por dos motivos: para no ponerle a mi amigo Kordineitor
en un compromiso y para no darle la ocasión de que me diga que no vaya. Así se
lo he confesado, dejándolo perplejo, a pesar de que, después de todo lo que le
conté sobre mis actividades en estos años, ya nada puede sorprenderle. También le
dije que este es un buen contacto para el Ayuntamiento, que pienso que debe ser
él y no yo el que lo mantenga o, si lo estiman oportuno, que siga siendo yo, pero por orden suya.
Y que estaría encantado de que me dé algunas indicaciones sobre lo que debo
decir. Todavía no me las ha dado, pero confío en que tengamos margen para ello.
En caso contrario, diré yo lo que me parezca.
No es algo que me estrese
demasiado; en el fondo, ya saben que mi reino no es de ese mundo. Tengo claro que no iría a París si no tuviera allí a mi
hijo y diversos amigos a los que visitar. El 11 volaré a París bien trajeado, peinado y afeitado (por qué se creen que me he cortado el pelo). Tengo previsto aterrizar a las 14.25 y tomar el RER para llegar directamente al congreso un poco
antes de las 16.00, hora de mi mesa redonda. Luego veré cuándo me puedo dar el
piro, en función de cómo me lo esté pasando en un medio tan extraño. Porque el mundo de los grandes tiburones del negocio inmobiliario no es en absoluto mi medio habitual. Excepto por lo que respecta a los tiburones hembra, por descontado. Después, gozaré de tres días, 12, 13 y 14, de vacaciones parisinas sin ningún programa previamente establecido. Salvo el vuelo de vuelta, el domingo 15.
Que yo me vea involucrado en saraos como este, es una expresión de mi particular forma de locura, no lo duden,
(como lo de salir a correr de madrugada). Pero me gusta infiltrarme en este tipo de foros para
observar al personal, sacar mis propias conclusiones (que luego les cuento en
el blog) y también por el masaje cerebral que supone responder a un reto de
tal naturaleza, que te obliga a estar muy despierto, ponerte al día con los
idiomas y trabajar la agilidad mental. Además, en estos lugares reparto tarjetas y hago un poco de networking-lobbying. Tal vez tenga aquí
la oportunidad de captar algún inversor para el Reinventing II que ya estamos
preparando. Aunque yo vendría igual sin este aliciente. Pero no se engañen conmigo: entre las múltiples personalidades que muestro en el blog, la mía de verdad sigue siendo la misma. En ese sentido, les voy a dejar de propina un auténtico himno del post-punk californiano. Los miembros del grupo Rancid se han hecho mayores, están fondones y tienen los tatuajes algo desteñidos. Pero sus letras y músicas siguen siendo cojonudas. Si tienen curiosidad, busquen en Google quién fue Mario Savio. Que pasen un buen finde.
Me parece que le han hecho la 13/14. Le lían a ir de simple asistente, se saca el billete y luego lo convierten en orador "de gratis". Un truco muy ilustrativo de cómo funciona este tipo de buitres
ResponderEliminarEso es lo que pensaría cualquier persona en su sano juicio, pero ya sabe usted que no es mi caso. Yo estoy un poco p'allá. En caso contrario no escribiría un blog como este.
EliminarYo pongo en la balanza lo que saco de este viaje y lo que me cuesta y el balance es claramente a mi favor. Así que, si me quieren hacer muchas más veces la 13/14 de esta forma, adelante. Ya avisaré yo el día que me canse del juego.