Sí, señor, les escribo desde París,
más en concreto desde la habitación que gentilmente me ha cedido en su casa mi
hijo Kike, y estoy a las puertas de iniciar la jornada que toda la prensa local
ha calificado como Le vendredi noir,
el día de la huelga salvaje de todo el transporte público parisino, contra el
gobierno del señor Macron y especialmente contra su ministra de trabajo, la
señora Muriel Pénicaud, que ha cometido el crimen horrendo de proponer una ley que
establece la jubilación de todos los franceses a los 65 años, siendo así que en
estos momentos los trabajadores del Metro y el RER la tienen establecida por
convenio a los 62. En Francia, estas cosas se hacen en serio, es decir, a
hostias, pues. Desde la Revolución Francesa, la Comuna y los demás hechos
históricos, los franchutes lo han hecho siempre igual.
Quiere eso decir que, en
solidaridad con los del Metro, pararán también el RER, los ferrocarriles de
media y larga distancia y, por supuesto, los autobuses. Será día de grandes
atascos, bocinazos y gente yendo a su trabajo a pie, en bici o como puedan,
porque las empresas han dicho que los que no vayan al trabajo perderán el sueldo
del día al ser considerados huelguistas. La empresa del Metro ha fijado unos servicios
mínimos que los huelguistas han proclamado que desobedecerán, habrá piquetes y
se volverá a los días gloriosos de las grandes huelgas de los 60 y 70. Porque lo
de los chalecos amarillos era violento pero localizado en una zona de la
ciudad, y esto es general. Tal vez hoy veamos lo que se decía en un verso de la
canción de Rancid Telegraph Avenue, que les subí al blog el otro día: Tear gas and riot pólice, fíjense
ustedes qué pocas sílabas necesita el idioma inglés para decir Gases lacrimógenos y policía antidisturbios.
Vean un par de imágenes de lo que se ve desde mi ventana en estos momentos de
espera del gran follón.
Por lo demás, el martes, después
de terminar mi último post, caminé hasta el barrio de Malasaña para participar
en la inauguración de curso de este año en Billar de Letras, una sesión
memorable, en torno a la novela La Azotea. Es esta una obra que la escritora
uruguaya Fernanda Trías escribió con 22 años y del tirón, sin correcciones
posteriores. Narra el proceso de deterioro mental, económico y de condiciones
generales de vida al que se ve sometida una mujer con su padre enfermo y una
niña que nace en el transcurso del libro. La mujer deja su trabajo, no vuelve a
salir a la calle y tampoco deja que los demás lo hagan. Le van cortando la luz,
el agua, etc. El trío esconde un terrible secreto que no les voy a desvelar,
pero que está detrás de la decisión de aislarse del mundo. Un caso extremo de
una serie de fenómenos que se dan a menudo en nuestros días: la soledad urbana,
el envejecimiento, el deterioro mental, la pobreza energética. Es una novela de
la que cuesta salir indemne.
Contamos en el club con la
presencia de la editora, una mujer muy singular que se llama Sol Samana y se
ha dedicado antes a diversas ocupaciones entre ellas, con bastante éxito, la de
fotógrafa. A partir de una pequeña herencia familiar que recibió, decidió crear
una editorial, que se llama Tránsito. La colección se abrió hace justo un año
con La azotea, y lleva por ahora
cinco libros, todos de mujeres escritoras, formato medio (short story) y
temática en general tremenda, terrible, impactante. Sol quiere expresar el
desgarro de la condición femenina y la forma en que determinadas mujeres se
defienden de ello escribiendo. Sus autoras son normalmente jóvenes, de países latinoamericanos
y ha decidido mantener su lenguaje original, sin adaptarlo al español de
España, ni incluir un glosario final. El que no entienda un término, que busque
su significado en Google. La Azotea va ya por la cuarta reimpresión (que no
edición), lo que es un éxito muy superior al que ella esperaba. Abajo tiene la
foto final de la sesión, en la que pueden comprobar que, aparte de Ronaldo y
yo, el resto de asistentes eran mujeres, como en cualquier otra actividad de
interés que no esté relacionada con el fútbol.
Regresé a casa caminando y dejé
para el día siguiente hacer mi pequeña maleta para París. El miércoles,
debidamente trajeado, afeitado y repeinado, me subí en un Airbús de Air France,
en donde compartí asiento con dos negros de Carolina del Norte, testigos de
Jehová, que me contaron toda su vida, como suelen hacer los seguidores de esta
religión. Aterrizamos a las 14.30 y tuve que hacer gala de mi conocimiento del
sistema del transporte público para llegar a tiempo a mi cita de las 16.00. Si
no me llego a saber el sistema de sacar billetes para el RER, en las máquinas
del aeropuerto, en donde lo más rápido es pagar con la tarjeta VISA, no hubiera
llegado. Tuve que tomar el RER B, hasta Chatelet-Les Halles, el intercambiador
de transportes con más pasajeros diarios del mundo y allí cambiarme al RER A,
un par de estaciones, para luego buscar el hotel y localizar la zona del
congreso, inscribirme y, ya con mi acreditación en la solapa, encontrar la sala
donde tendría lugar la mesa redonda. Entré con la sesión a punto de empezar y
pasé agachado hasta la última silla que quedaba libre en la mesa.
La sesión era en inglés y versó
sobre las posibilidades de inversión en las ciudades españolas. Hubo
intervenciones bastante interesantes, que no les voy a describir aquí. Pero yo
sabía que el moderador se había reunido con todos los intervinientes a las
cuatro menos cinco, reunión a la que yo no había llegado y en la que más o
menos se habían repartido los temas y las intervenciones. Según el programa, la
mesa se acababa a las 17.00 y, cinco minutos antes, yo seguía sin intervenir,
así que levanté la mano y le hice una seña al moderador. Me dio la palabra y,
con tono serio y humorístico, como el del famoso Eugenio, hablé para decir: –tal
vez ustedes tengan algún interés en escuchar las opiniones desde el lado de la administración
pública. Recibí una carcajada general y todos se apresuraron a decir que por
supuesto, que estaban interesadísimos. Ya los tenía en el bote.
Mi amiga Melina, la que me ha
metido en este lío, intervino para decir que teníamos 15 minutos extra, que no
me preocupara (me habían dado paso por delante de otros asistentes mano en
alto). Así que hablé con calma. Mi discurso fue en el sentido de decir que
estamos en un momento dulce para la inversión inmobiliaria en Madrid. Que la
anterior crisis había sido muy grave, precisamente por la dedicación prácticamente
en exclusiva de los inversores al sector residencial (más el hotelero en el
centro). Que en los años de la señora Carmena, se habían paralizado para
reestudiarlos los mayores desarrollos planificados, como Chamartín o el
Sureste. Que a cambio, se habían iniciado otras líneas muy interesantes, como
la regeneración de la periferia, el Reinventing Cities, la recuperación de las
áreas industriales abandonadas, o la mejora de calidad en los barrios de la ciudad
existente. Que el nuevo equipo pensaba seguir con esas líneas, pero al mismo
tiempo había desbloqueado las operaciones pendientes. Que como
resultado de esto, las posibilidades de invertir en la ciudad estaban muy
diversificadas, lo que nos daba una mayor resistencia ante eventuales crisis.
No me olvidé de decir que, en
caso de Brexit duro, Madrid se ofrecía para localización de las empresas que
optaran por irse. Un tipo con cara de vinagre, preguntó si la ciudad tenía
capacidad para dar residencia más o menos asequible para decenas de miles de
personas que trabajasen en esas empresas. Y ahí saqué los datos. 22.000
viviendas en Los Berrocales y 16.000 en Los Ahijones, operaciones recién
desbloqueadas. Pero a qué precios –preguntó el amargado. Pues una vivienda para
una familia media se puede conseguir por unos 160.000€ –le dije. Ya ven que me
lo tenía preparado. Acabamos entre abrazos y besos o, si lo prefieren, que salí
por la puerta grande. De allí nos pasamos al fastuoso coctel, en donde
enseguida me hice con una cerveza y empecé a repartir tarjetas entre los que me
habían escuchado. Hice un montón de contactos y me puse bien de canapés, que no
había comido más que un sándwich en el avión.
Varios me hicieron prometer que
me quedaría a la cena de gala. Le pregunté a Melina y me dijo que tenía que ir
a inscribirme a la recepción, en donde había una waiting list. Así lo hice y me
pasaron un formulario en el que debía rellenar mis datos. Entre los datos
estaban los números de mi tarjeta VISA. Pregunté para qué y me dijeron que la
cena era de pago: 190€. Pregunté si no era gratis para mí, puesto que había
intervenido en una mesa. Me indicaron lo que ponía la letra pequeña del
formulario: la cena era para miembros del club, inscritos en el congreso y
co-chairs. Aduje que yo era co-chair, pero no coló: no estaba en su lista.
Entonces les dije que au revoire. Regresé al cóctel, doblé de cerveza y de canapés
y tomé las de Villadiego. Si hay algo de lo que puedo presumir es que, con 68
años y medio, nadie me ha engañado dos veces. Una vez sola, mucha gente, porque
soy confiado y despistado. Pero, a la primera ya los calo y no me la repiten. A
mí ya me habían hecho la 13/14 con el congreso (como me dice un comentarista).
Muy pánfilo tenía que ser para pagar 190€ por una cena.
Con mis bultos regresé al Metro y
me dirigí a la casa de mi hijo. Cenamos tranquilamente, su novia, un colega y
yo y, a pesar de invitarles, me salió más barato que la cena del GRI Club. Ayer
jueves, por la mañana, me acerqué a La Coupole, el restaurante de Montparnasse,
donde reservé para la cena del día 12 de octubre, para los diez esforzados
viajeros de Madagascar. Desde allí tomé el Metro y luego el bus 128 para
visitar a mi amigo Philippe, internado como saben en una residencia después de
sufrir un ACVA hace año y medio. Lo encontré prácticamente igual, tal vez más
resignado. Hube de dejarle a las 17.30, para que no me pillara el comienzo de
la huelga del Metro. Estuve callejeando luego un buen rato por las zonas del
Odeon y el Marais, mis barrios favoritos de París. Y luego regresé para cenar
con mi hijo y su peña. Hoy he quedado a comer con mi amigo Alain, el profesor
de la Université Paris 8 que me invitó en enero a dar una charla en su máster.
Como tengo que salir andando, he de dejar el post rematado antes de las 12.30. Que lo pasen bien.
Muy hábil su intervención frente a los inversores. Diciéndoles lo que quieren oír, pero sin esparcir más mierda de la necesaria.
ResponderEliminarEspero que no le hayan dado con la porra los del "tear gas and riot police".
Abrazos sin límites.
Más que habilidad, es cara dura y capacidad de disimulo, para que no se note el crecimiento de la nariz. Lo de no esparcir mierda si que es cierto, es algo que siempre intento. Y, como ya he contado, no me tocó presenciar ningún disturbio.
EliminarAbrazos.