El día de Nochebuena de 1938,
Jorge Luis Borges, que empezaba a ver mal, fue a casa de una amiga a la que
había quedado en recoger para compartir la cena con otros amigos del grupo.
Encontró el ascensor averiado, por lo que echo a correr escaleras arriba.
Alguien había dejado una ventana abierta en la escalera, recuerden que en las
fechas navideñas hace mucho bochorno en Buenos Aires. Entre la postura
agachada, la velocidad y la mala visión del escritor y genio bonaerense, el
resultado fue que literalmente se abrió la cabeza. Se le fastidió la cena de
Nochebuena, puso todo perdido de sangre y tuvieron que llevarlo a un hospital.
Una intervención clara y manifiesta de ese Dios malévolo, que echa los dados y
decide nuestros destinos, del que ya hemos hablado en este blog unas cuantas veces. Un Dios, además, amante de la geometría y la física, porque hace falta que la ventana tenga el ángulo preciso y la cabeza del genio la velocidad necesaria para provocar tan tremenda avería.
Pero no terminó aquí el puteo de
esa divinidad caprichosa y despiadada. Porque la ventana resultó estar recién
pintada, la herida se le infectó, en el hospital no se dieron cuenta a tiempo y
en el organismo de Borges amagó una septicemia generalizada. Un accidente
estúpido derivó en que el genio casi se muere, tuvo que ser operado y no pudo
salir del hospital antes de dos meses y pico, tiempo en el que sufrió dolores
de cabeza, alucinaciones y pesadillas. Pero, ya recuperado, empezó a escribir
unos cuentos fantásticos delirantes, muy diferentes de los que escribía hasta
entonces, que a la postre lo elevarían al Olimpo de los escritores universales.
Su madre certificó esa transformación en una entrevista que le hicieron años después, si
bien precisó que a ella le gustaban más las cosas que escribía antes del
accidente. Supongo que a los padres de Lou Reed también les gustaba más lo que
escribía antes de que le dieran electroshocks.
Mi amiga Valeria Correa utilizó
esta anécdota para su felicitación navideña en Facebook hace tres años y la ha
vuelto a reutilizar ahora, en cierta forma plagiándose a sí misma. Así que yo
me he tomado la libertad de usar a mi vez esta historia en el blog, espero que
no le importe, aunque no me consta que sea seguidora de esta página. Al fin y
al cabo, el reciclaje es uno de los rasgos que caracterizan este tiempo
enloquecido que vivimos y no creo que nadie me pueda acusar de plagio teniendo
en cuenta que cito la fuente. En todo caso, se me podría acusar de
intertextualizar, como Luis Racionero. Como hacía Valeria hace tres años, yo también les
insto a que busquen un cambio en su vida, aunque para ello tengan que abrirse
la cabeza. Los tiempos cambian y hay que adaptarse para poder flotar y que no
se nos lleve la marea o tsunami.
Como en estas ocasiones suelo
regalarles algunas piezas musicales, hoy les voy a traer un par de temas,
directamente rescatados de las raíces del blues, para que revisen la figura del
gran Sonny Boy Williamson II. Se trata de una de las mejores armónicas de los
tiempos fundacionales, que se movía por el entorno de Memphis y, por tanto era
buen amigo de Muddy Waters, Memphis Slim, Willy Dixon, Memphis Minnie y otros. En
el primero de los temas es el mismísimo Memphis Slim, con su inconfundible
mechón de pelo blanco, quien lo presenta. Observen cómo llega teatralmente con
su sombrero, bastón y cartera y se coloca para empezar (era un tipo con un gran
sentido escénico y una vis cómica impagable). Es increíble que alguien pueda
tocar la armónica así, faltándole tantos dientes. ¿A que ustedes no sabían que se puede tocar la armónica sin manos?
En este segundo vídeo, es el
propio Sonny Boy quien hace de presentador (vean cómo domina el cotarro), para
anunciar a Lonnie Johnson, otro de la pandilla, buen bluesman pero un tímido
incurable. Es curioso lo que la diferente gimnasia gestual de dos personas puede revelar sobre el carácter de ambos. Por cierto, el gordo que toca el contrabajo es nada menos que el gran Willy Dixon.
Este es mi modesto regalo de Navidad
para ustedes, queridos seguidores. Ayer inauguramos esta interrupción del mundo, que muchos años dura tres semanas, aunque esta vez, por suerte, sólo van a ser
dos. Hemos superado ya la primera parte del coñazo: el telediario informando de que el Gordo ha estado mu’
repartío y las escenas en las que los premiados descorchan
el champán y hacen el mono (yo sospecho que las tienen filmadas de antes con
actores, total quién se va a dar cuenta). Hemos pasado también la cena de
Nochebuena sin mayores quebrantos y nos va faltando menos. Así que: sean
felices, déjense querer y abran sus mentes, que no sus cabezas: quienes les aprecian
y les quieren los necesitan lúcidos y con buen ánimo.
Estupenda felicitación. Sintetica y precisa. Feliz año, amigo
ResponderEliminarGracias. Feliz año.
EliminarLo del bluesman tímido es cojonudo, realmente este hombre lo debía de pasar fatal cada vez que salía a escena.
ResponderEliminarSí, no es algo muy frecuente en el mundillo de la música.
Eliminar