Les he tenido todo este año muy
malacostumbrados con viajes y aventuras prodigiosas sin cuento y, ahora que
estoy bastante tranquilo haciendo vida casera (dentro de un orden) y trabajando
de manera regular, pues parece que a este foro le falte algo más de emoción. Qué
quieren que les diga, un relato de autoficción como este que vengo perpetrando
de unos años para acá en el blog, fundamenta su autenticidad también en la
ausencia de noticias cuando no las hay. Hay veces que uno se hace incluso más
creíble por omisión que forzando una sobrecarga ficticia de acontecimientos. Ahora
mismo estoy atravesando uno de esos lapsus del sinvivir en que se ha convertido
mi existencia en los últimos tiempos y he de esforzarme en encontrar temas con
los que cubrir el expediente, sin caer en el coñazo de los vientos catalonios y
otros temas tóxicos de la actualidad. Aunque la verdad es que sigo sin parar
demasiado, pero con temas ciertamente menos espectaculares que Chicago, la Isla de Pascua o
mi amigo ficticio Jordi-que-no-se-llama-Jordi.
El jueves pasado, por ejemplo,
acudí a la sede del Instituto Cervantes para asistir a un acto de homenaje al
escritor mexicano Ignacio Padilla cuya imagen pueden ver aquí a la izquierda.
No tenía grandes referencias de este escritor, pero ha sido todo un
descubrimiento. El acto, presentado por el director del Instituto Luis García
Montero, coincidía con la publicación de la antología de todos los cuentos de
Padilla, agrupados en una caja de cuatro libros, que se llama la Micropedia.
Parece, según se dijo, que Padilla concibió sus cuentos con ese formato y se
dedicó a escribirlos para rellenar una estructura literaria previamente diseñada,
trabajo que le llevó los últimos veinte años de vida. Mi amigo el editor Juan
Casamayor, responsable de la editorial Páginas de Espuma, se ha embarcado en la
aventura de publicar la obra de Padilla en ese formato. Algo que me parece muy meritorio
y de alto riesgo. Yo me compré, por supuesto, un ejemplar de la Micropedia,
pero me parece que su precio de 60€ no le augura un gran futuro en las
librerías. Al contrario del libro Lo
llamaré frontera, de mi amiga María José Beltrán, que ha agotado su primera
edición y tiene en prensa la segunda. Si se les ocurre regalar libros estas
navidades, no me digan que no les estoy dando ideas.
Ignacio Padilla, murió hace dos
años atropellado por un vándalo al volante. Circulando por la carretera de
Querétaro a Ciudad de México, se encontró parado en medio de un atasco
monstruoso, como el que relataba Julio Cortázar en La autopista del sur. Como el coche no se podía mover, se le
ocurrió bajarse para llamar más cómodamente a su hija por el móvil. Se salió al
arcén de la vía y por allí se lo llevó por delante un loco que iba adelantando
por la derecha a toda velocidad para salvar el atasco de una tacada. Se
interrumpió así bruscamente la carrera literaria de uno de los mayores talentos
de la literatura mexicana. Padilla, integraba además un grupo literario de
gente joven, que eran todos amigos y estaban muy unidos. Los otros estaban en
el acto, que resultó muy emotivo. Estoy hablando de Jorge Volpi, de Fernando
Iwasaki, de Juan Carlos Méndez y otros. Todos ellos se autodenominaron el grupo
El Crack, del que Padilla parecía ser el tipo más brillante.
Ignacio Padilla hizo de su vida
una novela, en la que llevaba la autoficción a sus límites, puesto que todo el
rato contaba mentiras sobre sí mismo, según reconocieron todos, aunque nadie
supo decir si se las creía o no. Originario de Ciudad de Mexico, empezó esta
vida novelesca yéndose a hacer los dos años de la Prepa (el COU, para entendernos) nada menos que a Swazilandia.
Regresó de allí contando que había compartido pupitre con las hijas de Mandela,
algo que nadie se creyó, como tampoco la historia de que estuvo a punto de ser
fusilado porque le confundieron con un líder mercenario que había puesto una
bomba en Zambia. Después cursó la carrera de Literatura y se fue a hacer un máster
de un año a Edimburgo y otro a Salamanca, donde se reunieron todos. Lanzada ya
su carrera literaria, vivió una serie de años en Europa, incluyendo tres años
como agregado cultural de la Embajada de México en Londres, antes de volver a
su tierra a encontrarse con esa muerte inesperada. El acto fue, como digo, muy
emotivo y allí nos reunimos la familia de los escritores y otros satélites asociados
como yo, para rendir tributo al colega difunto. Por allí saludé a Ronaldo
Menéndez, Valeria Correa y el propio Juan Casamayor, con los que acabé tomando
unas cervezas.
El viernes terminé mi trabajo,
llegué a casa con la intención de descansar de una semana bastante intensa,
pero entonces sonó el teléfono y me comunicaron el fallecimiento a mediodía de
la mujer de uno de mis escasos primos hermanos que me quedan vivos. Me tocó
coger el coche y viajar hasta La Roda (Albacete), directamente al tanatorio,
donde estaba esta parte de mi familia al completo, una familia a la que no veo
más que en ocasiones como esta. Por segunda vez en poco tiempo, familia, honras fúnebres y carretera. Y emociones también a raudales, porque la
fallecida, a pesar de sus 88 años, estaba muy bien un par de días antes y era
muy apreciada por todos. Encuentros con viejos conocidos y parientes lejanos, intercambio
de novedades vitales, recuento de recuerdos, descubrimiento de alguna prima a la
que viste por última vez cuando era una niña y ahora la encuentras convertida
en una mujer sorprendentemente próxima. Recuperación de raíces
familiares, en suma. Pasan los años y nos vemos poco, pero uno sabe que existen estos parientes y que no le
van a fallar. Este año he viajado a rincones lejanos del mundo, como Los
Ángeles, Chicago o Santiago de Chile y me he encontrado amigos por todos lados,
pero resulta que aquí al lado, en La Roda (Albacete), hay personas que te
aprecian y con los que compartes muchos vínculos. Dice Bruce Springsteen que uno
no puede saber a dónde va si olvida de dónde viene.
El sábado las emociones se
desbordaron en el funeral y el entierro, que se hicieron según el ritual de los
pueblos manchegos como este. El féretro es llevado del tanatorio a la iglesia (en
el centro del pueblo, Siglo XVI, sólida construcción renacentista) y, tras el
funeral, vuelta al cementerio, que está al lado del tanatorio. Conmovido por
toda esta sinfonía de emociones, cogí el coche de vuelta y tomé la carretera para llegar a comer a Madrid. A este respecto, he de contar que el
camino de vuelta lo hice por la misma ruta que el de ida: la autopista de
peaje AP-36. A la ida, tome ese camino porque era de noche y ya saben que por
las noches veo peor. Me sorprendieron dos cosas. El contraste brutal entre el
tráfico espesísimo y lento de la A-4, hasta llegar a Ocaña, con el vacío
absoluto de la AP-36, que nadie utiliza. Pensé que el peaje sería carísimo y
aquí viene la segunda sorpresa: 13€ por hacer unos 150 kms. Piensen que, por
ejemplo, la R-4, construida también absurdamente en los años de la burbuja,
tiene 50 kms. y cuesta unos 10€. No es de extrañar que no la use nadie.
La AP-36 se inauguró en 2006 y
fue como todas un fracaso. Empezó siendo más cara y, ante la falta de usuarios,
fue bajando de precio hasta que el concesionario no pudo más y el Estado la
rescató, en este año de Dios de 2018, lo mismo que la R-4 y las demás. Ahora,
el Ministerio está estudiando bajar el peaje aun más para ver si entran más
conductores. Pero a mí me parece que pagar 13€ por hacer 150 kms. de forma
cómoda por una carretera bien trazada y bien mantenida, es un precio muy
razonable. Esta es otra muestra del salto al abismo que dio nuestra sociedad en
torno a 2007/2008: de la abundancia y la fe en un crecimiento indefinido,
a la crisis de la que aun no hemos salido. El problema es que, si no usamos
estas carreteras por roñas, las tiene que rescatar el Estado y luego las
pagamos todos, como muestra este cartel que sostiene nuestro amigo el barbas.
Llegan las navidades; desde este
viernes ya no vuelvo a la oficina hasta el 8 de enero, así que tendré margen de
cumplir algo más con el blog, espero. Mis hijos vienen este fin de semana a
pasar las fiestas a Madrid. Por cierto, mi último día de trabajo lo dedicaré a
atender a una delegación de la ciudad surcoreana de Ulsan, que tiene un río
urbano sobre el que quieren hacer una propuesta de regeneración de sus
márgenes. Mi plan es echarles un speech a primera hora y luego visitar el
Madrid Río y comer con ellos en la Cantina del Matadero. En esta ocasión, el
contacto me ha llegado a través de la traductora que han contratado, una chica
muy simpática que atiende por Mónica Kim. Ella preguntó a sus colegas traductoras
y le dijeron que nadie como yo para contarles el río. Les dejo con una foto de
la chica para que vayan haciendo boca.
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