Blade Runner es una película mítica para mí, como saben. Su estreno
en España a comienzos de 1983 me pilló recién incorporado a la Gerencia de
Urbanismo y pocas veces me he llevado una impresión cinematográfica tan
poderosa como el día que fui a verla al cine Avenida, muy cerca de Callao. Al
día siguiente les hablé a todos mis colegas de esta película y les insté a ir a
verla esa misma tarde, sin más dilación. Yo mismo fui una segunda vez al Avenida
para verla de nuevo sin la tensión narrativa de la primera vez. Esa segunda
visión me permitió disfrutar de los detalles, los escenarios, la trama obsesiva,
las interpretaciones, el guión magnífico, la música perfecta de Vangelis. Todo
ello ha quedado registrado en el blog, pero esta película tiene una intrahistoria que
les cuento, con un estrambote final inquietante, por lo que a mí respecta.
Blade Runner(1982) es la tercera obra del director británico Ridley
Scott. Antes había dirigido Los Duelistas
(1977) y Alien (1979). Scott, que
acaba de cumplir 80 años, dejó a todo el mundo estupefacto con estas tres
películas, las tres muy recomendables. Según el crítico Carlos Boyero, podría
haberse retirado en ese momento, porque todo lo que hizo después es
prescindible. Estoy bastante de acuerdo con esa apreciación, a pesar de que la
carrera de este hombre incluye Gladiator,
Thelma y Louise y otras cintas
bastante buenas. Alien asombró en el
Festival de San Sebastián y obtuvo el Oscar a los mejores efectos especiales.
Entonces, Scott se planteó adaptar al cine la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, del mítico Philip K.
Dick, que daría origen a Blade Runner.
Tras sus films anteriores Ridley
Scott empezaba a tener reconocimiento y eso le daba cierta autoridad para hacer lo
que le diera la gana: tenía carta blanca. Y estaba en plena madurez creativa. La Warner Bross le
dejó filmar y hacer un montaje a su gusto. Pero los productores que asistieron
a los primeros pases, dijeron que el film era muy difícil de entender. Hicieron
unos sondeos de audiencia, que corroboraron esa primera impresión. La cinta era
compleja y abstrusa y era una pena que una historia tan poderosa no se ofreciera
en una versión más asequible. Así que impusieron sus cambios. Le añadieron unos
fragmentos de voz en off, en los que Deckard, el protagonista, va explicando quién
es, a qué se dedica y cómo le afecta ese trabajo de blade runner en el que ha de ejecutar sin piedad a los replicantes
rebeldes, que aparentemente no se diferencian de los humanos.
Además suprimieron un par de
escenas oníricas que consideraron que no aportaban nada a la trama. Y le
añadieron un final feliz: unas escenas aéreas y luminosas sobre unos bosques,
que sugieren que Deckard escapa finalmente de la ciudad y se va con Rachel, la
guapa replicante de última generación que, al contrario de sus compañeros
Nexus, no tiene fecha de caducidad. Esta escena añadida es un alivio para el
espectador, después de casi dos horas de inmersión en un mundo gris y opresivo,
en el que siempre es de noche y llueve todo el rato. La película termina, la
trama se resuelve, Deckard ha hecho su trabajo y se monta en su coche volador con
la hermosa replicante. Aun no se sabe si les van a dejar escapar o les van a
matar a ambos. Entonces, sin transición, se ven unas vistas desde el aire de un
maravilloso parque natural americano o canadiense, mientras rompe a sonar el
último tema de Vangelis, una melodía que luego fue usada durante años como
sintonía del programa de TV Informe Semanal.
Y uno siente el alivio en la misma
butaca del cine porque, encima, es el final soñado de cada espectador
masculino. ¿Qué sueño puede superar a la posibilidad de huir de tu realidad
gris y opresiva llevando contigo a la mujer perfecta, que encima no envejece,
que será así de guapa para siempre? En fin, ya les he contado que la película
se estrenó y no fue un éxito de taquilla. Sólo algunos iluminados como yo
intuyeron la grandeza de lo que se nos estaba mostrando. Y, por el boca a boca,
el film fue poco a poco convirtiéndose en una película de culto, mítica, que
marcó tendencia. Pero Scott vivió los retoques a su obra como una humillación
inadmisible. Una ofensa de la que nunca se olvidó. En paralelo, su carrera de
director siguió viento en popa. El haber dirigido Blade Runner era una credencial inigualable y por eso le llamaron
para dirigir Gladiator, Thelma y Louise y otras películas, estas sí grandes bombazos en taquilla.
Ridley estaba en la cumbre, en el
Olimpo de los grandes de Hollywood. Pero no olvidaba la vieja ofensa. Y, en
1992, consiguió que la Warner reestrenara la película en todo el mundo, con el
subtítulo de El montaje del director.
Yo, que ya la había visto unas diez o doce veces (en versión original con
subtítulos, en cines de barrio y en la tele, donde solían darla de vez en
cuando), acudí esperanzado a un cine de estreno que ya ni recuerdo, convencido
de que esta nueva visión sería una especie de vuelta de tuerca sobre la obra maestra,
para mostrarnos su verdadera grandeza. Mi gozo en un pozo. La película era
exactamente la misma, salvo unos retoques mínimos, pero decisivos. En primer
lugar, se suprime la voz en off. Los que ya nos sabíamos la trama de memoria,
seguimos entendiendo todo a la perfección y tal vez también los nuevos
espectadores. Pero esa voz en off no hacía daño. Además, en la versión doblada
al español, esa voz le añadía dramatismo a la visión, ya saben que los
dobladores españoles son excelentes y parece que hasta la productora americana reconoció
que la versión española superaba a la inglesa.
En cuanto a las escenas
suprimidas en su día y ahora revividas, son dos, apenas tres minutos entre
ambas. En una parece que Deckard sueña con un unicornio que cabalga por verdes praderas
a cámara lenta. En mi opinión, una escena al borde de lo cursi que rompe el
tempo claustrofóbico y urbano de la película. En la otra, al final, cuando
Gaff, el enigmático compañero de Deckard, el tipo que tiene en su mano dejar
huir a la pareja protagonista, o acribillarlos a balazos, deposita en una mesa
un muñequito de papel de los que fabrica a lo largo de la película (hechos con
la técnica japonesa origami). La
cámara lo enfoca y resulta ser un unicornio. Eso es todo. Confieso que, cuando la
vi en el cine, no entendí lo que me quería decir el director. Luego me lo
explicaron. Además, se suprime el final feliz, sustituido por unos títulos de
crédito neutros sobre el tema de Vangelis. Ridley quiere que el espectador se
quede jodido: este es el mundo que viene, el futuro negro que nos espera. Pero
no le sirve de mucho, porque el alivio que esa escena comportaba, ahora lo
aporta el hecho de salir a la calle (la Gran Vía, por ejemplo) e ingresar en el mundo urbano, seguro, inclusivo, solidario de Madrid, o la ciudad de cada uno
de ustedes, queridos lectores. O su propio hogar, si la han visto en la tele.
Y digo yo: ¿para este burro
necesitábamos tamañas alforjas? Vamos con la explicación de las escenas suprimidas
y recobradas. Según los listos, el sueño del unicornio es tan irreal que, más
que un sueño, parece un implante de memoria, como los que les ponen a los
replicantes, para que crean tener un pasado y no se angustien con la inminencia
de su fecha de caducidad. Esto crea en el espectador la duda de si Deckard es
también un replicante. El muñequito que fabrica Gaff al final, parece indicar
que sí lo es. Gaff lo sabe y aun así le deja escapar, porque es su amigo y no lo
quiere matar, como sería su deber (no olvidemos que Deckard pretende huir con
una de las personas que debería haber matado). Yo creo que esto es mucho
suponer, que Ridley Scott simplemente se tiró el rollo y aprovechó para hacer
caja dos veces con el mismo producto. Como buen gallego, hasta creo que la
escena del caballito cornudo triscando por los campos la filmó después, para
subrayar la ofensa suprema que le habían infligido al suprimir una escena
que en realidad ni siquiera existía.
Desde entonces, en las tiendas se vendían ambas versiones, la del director y la original (se habla de que existen otras, que son parte de la leyenda, yo nunca las he visto). Como les dije, tenía
a buen recaudo un DVD con la primera, que me ponía en mi casa de vez en cuando,
en esas noches en que las dudas te asaltan, te ves agobiado y necesitas
reforzar tus bases ideológicas y anímicas. Y llegamos así al estrambote
personal. Resulta que este otoño, 35 años más tarde, se ha estrenado una continuación
de Blade Runner, una digna secuela de la obra maestra, dirigida por Denis Villeneuve,
acontecimiento del que se dio cuenta en el
Post #677
(recuerden que, para verla en versión original, hube de desplazarme en coche a
los cines Kinépolis, en las afueras de Boadilla del Monte, de donde salí con la
impresión de que los replicantes estaban a este lado de la pantalla, incluso
tal vez yo era uno de ellos).
Unos días después, mi amigo X me
llamó para anunciarme que iba al cine a ver la nueva película. Le pregunté si
había visto la primera. No la había visto. Le dije que no iba a entender nada,
salvo que yo le diera algunas explicaciones. Hablamos por teléfono unos tres
cuartos de horas, le explique lo que eran los replicantes, los Nexus, los blade
runners, la Tyrell Corporation, el papel de los diferentes personajes. Días
después me enseñó el cuadro sinóptico que se había hecho (ya saben que es
ingeniero), con los conceptos subrayados en varios colores y relacionados con flechas.
Con ese cuadro hecho y aprendido, fue al cine y le encantó la película. Se me
ocurrió entonces regalarle una versión buena de la primera parte y me acerqué
un día al FNAC.
Me dirigí al joven que atendía el
mostrador. ¿Tienen Blade Runner la
primera? –Claro que sí, cómo no, segunda estantería a la derecha, parte de
arriba. Allí me fui. No había más que copias del Montaje del Director. Rebusqué
por detrás y nada. Volví ante el educado vendedor. –Verá, es que yo la que
busco es la otra, la que se vio en los cines. –¿La de la voz en off y el final
esplendoroso? No se canse, no la va a encontrar en ninguna parte. Ej-que al Ril-ly 'jcot se le ha ido la olla y ha prohibido que se vendan otras
versiones diferentes a la suya. Busque usted en tiendas de segunda mano.
Horror. De camino a casa, me pasé por Discos La Metralleta, la mítica tienda que
sobrevive bajo la plaza de Las Descalzas Reales en la entreplanta sobre el parking
subterráneo. Nada. Habían tenido algunas copias pero las habían vendido todas hace
días.
Tranquilos. No hay problema.
Porque yo tenía mi DVD comprado en su día, el que me ponía en las noches
solitarias del invierno. ¿Lo tenía? Pues no. Busqué por todas las estanterías y
no lo encontré. Tal vez alguno de mis hijos se lo ha prestado a algún amigo y
luego se le ha olvidado. No sería de extrañar, con la matraca que les he dado
sobre la película durante años. Hasta puede que haya sido yo mismo quien se la
haya prestado a alguien. El caso es que no está. He probado a descargármela de
la red, pero sólo hay la versión del director. El veto de Ril-ly 'jcot es absoluto. Desde entonces estoy
buscando un DVD con la versión buena, con la voz en off y el final feliz. Y sin unicornios. Quiero
hacer dos copias, una para X y otra para mí. Mi amigo argentino Guille, me dijo
que él la tenía. Pero me la prestó y es una versión descargada que comparte DVD con otras dos películas. Y que yo no puedo ver con ninguno de los tres
reproductores que tengo en casa, diseñados para ver sólo películas compradas.
Mi amigo Luis Reus, delineante de
la oficina, me dijo que él tenía una versión buena, comprada en la tienda como la mía. Me la trajo
y estaba sólo la caja. Faltaba el disco. Luego descubrió que su hijo la había visto
con la X-Box y se le había quedado atrancada dentro. No se puede sacar. Ahora
está esperando que algún amigo manitas desmonte la máquina y saque el disco de
dentro. Pero, a día de hoy, no tengo la película y es algo que me
intranquiliza. Prácticamente mi tiempo y mi energía mental están dedicados full time a
dos temas: el proyecto Reinventing Cities y la búsqueda de Blade Runner. Un par
de reflexiones al respecto, que enlazan con algunos de mis posts recientes,
porque ya saben que los temas que aquí se tratan parecen muy variados, pero
están todos relacionados: en el fondo yo siempre escribo sobre lo mismo.
Primero. ¿No ven detrás de esta
serie de desatinos domésticos la mano de un dios jugando a los dados? Que a
Ridley Scott se le vaya la olla, que a mí se me pierda mi película más
preciada, que la de mi amigo Guille no se pueda reproducir y la de Luis Reus se
quede atrapada en una X-Box, ¿no son demasiadas casualidades? Ya saben que,
como dice Carlos Eugenio López, todo está al albur de un cubilete divino que, ora nos hace avanzar expeditos sobre el
tablero de los días, ora nos retiene en una casilla con trampa. A mí los
dados me están haciendo avanzar a galope sobre el tablero de los días en el tema de Reinventing Cities,
hasta el punto que también yo me estoy reinventing
como funcionario resucitado. Pero a la vez, se me está castigando a
permanecer en una casilla trampa en la búsqueda de Blade Runner, para que no me
venga demasiado arriba, como un recordatorio del carácter aleatorio de nuestros
destinos y nuestras trayectorias vitales.
Segundo. ¿Qué decir del
empecinamiento del señor Scott? Pues que revela el endiosamiento de este
tipo de personajes. A lo mejor todo se debe a que tiene 80 años, que a medida
que nos vamos haciendo mayores nos volvemos más cabezotas. Me parece normal que
el tipo se ofendiera cuando le tocaron su película. Pero, con el tiempo, tal
vez debiera haberse convencido de que esos retoques eran para bien y la versión
estrenada se había convertido en una obra de culto para mucha gente. Los
verdaderos genios son humildes y saben reconocer estas cosas. Bob Dylan compuso
All along the Watchtower y no tuvo
inconveniente en admitir que la versión de Jimmy Hendrix superaba la suya;
incluso la tocaba como él en los conciertos. Lo mismo hizo Herbie Hancock con
la versión de US3 del Cantaloup Island
(estos dos temas fueron analizados en este blog hace mucho tiempo).
La actitud de Scott le acerca, en
cambio, al rollo de Cartarescu. Yo soy el artista y mi trabajo se acaba cuando cago mi obra de arte. Lo que haga luego
la industria editorial con ello, no es mi problema. Una postura ególatra
inaceptable. La diferencia es que Cartarescu se desentiende del producto que se
elabora con su arte. Él es el genio y su genialidad queda plasmada en unos folios
manuscritos. Lo que se haga con ellos se la bufa. Ridley, en cambio, persigue con saña y encarnizamiento a cualquiera
que le toque una coma a su producto. Son actitudes aparentemente opuestas en simetría, pero coincidentes en el fondo por el desprecio que suponen hacia los numerosos
colaboradores que intervienen en la producción de un libro o una película. Películas
y libros, que son el resultado de un esfuerzo colectivo, en el que trabaja
mucha gente para conseguir un producto acabado. No tener esto en cuenta es una
muestra de egoísmo místico deplorable.
Pero se va a joder este señor
porque, antes o después, yo conseguiré una cinta de las que se vendían en las
tiendas hasta hace poco y haré dos réplicas, una para mi amigo X y otra
para mí. Y, si el dios que tira los dados me concede la suerte de llegar a los
80, tal vez me dedique a ver Blade Runner una y otra vez de forma obsesiva,
igual que mi padre releía todo el tiempo el Quijote y no quería saber nada de
ningún otro libro. Las leyes de Mendel es lo que tienen. Sean buenos un fin de
semana más. Dentro de nada se para el mundo tres semanas, como cada año, pero
de eso ya hablaremos otro día.