Dice mi amigo X que me ha sentado
muy bien volver al trabajo, que se me nota despierto y activo. La verdad es que
mi período de baja no lo he llevado tan mal, ha sido más largo de lo esperado,
pero finalmente estoy mejor trabajando, aunque sea sólo por una temporada (ya
les conté mis fechas-zanahoria). Este lapsus en mi carrera funcionarial
presenta algunas simetrías. Mi accidente fue al día siguiente de volver de
Londres de contar el proyecto Madrid Río en un congreso internacional. Y, al
día siguiente de mi alta me fui a un evento similar, esta vez en Píter, como
les he relatado en detalle. Así que en cierta forma mi sensación ha sido de decíamos ayer como la de Fray Luis al
volver del trullo. Para subrayar el final de mi baja, el otro día le mandé un
ramo de flores gigante a mi rehabilitadora Sara, con instrucciones de que se lo
entregarán allí, en el gimnasio, delante de todos los lisiados. Me llamó
encantada con el detalle y feliz de que el local oliera mejor de lo habitual.
Así que, período cerrado. Hoy me
voy a referir por última vez (bastante punta le he sacado ya) a mi caída en el
Metro, para explicarles esto de la trazabilidad, una de las características que
impregnan el mundo moderno, que a mí ya me ha pillado un poquito mayor, por lo
que no puedo evitar contemplarla con una cierta distancia irónica. La
trazabilidad es un ítem más a añadir
a una larga serie de novedades a las que hay que acostumbrarse para no quedarse
desfasado en el trabajo y en la vida. Les pongo algunos ejemplos, ligados al
mundo de la arquitectura, que es el que más conozco (por amigos próximos).
Antes, cuando un arquitecto quería hacer un proyecto, sencillamente lo hacía y
lo cobraba (suponiendo que le pagasen). A partir de un momento dado, hubo que
incorporar un Estudio Básico de Seguridad y Salud en el Trabajo porque, si no,
no te lo aprobaban. Inmediatamente surgieron una serie de consultings que hacen
tales estudios como churros, con un modelo en el que rellenan los datos. Ahora
hay que hacer el proyecto y, además, el estudio de marras.
Si tienes la suerte de que te
encarguen la dirección de la obra, ya no te basta con dirigirla. Porque ahora
existe la figura del Project Manager. Y ahora has de dirigir la obra y, además,
hacer todo lo que pida el Project Manager. En la Administración es
algo parecido. La penúltima concejala del PP, se empeñó en que nuestro trabajo
consiguiera el sello europeo de Calidad.
A partir de ahí, además de nuestro trabajo, nos cargaron de nuevas tareas al
servicio del control de calidad. Después han llegado la Protección de Datos y, más recientemente la Transparencia. Cada uno de
estos conceptos nos obliga a asumir nuevas tareas adicionales. Yo creo que
estas cosas nacen de ocurrencias de los psicólogos al servicio de las
instituciones europeas, que tienen que justificar su sueldo. Los psicólogos es
que son muy peligrosos.
Pues bien, la trazabilidad es
otro de estos inventos que llegan de fuera y hay que implantarlos en nuestras
rutinas como sea. Para empezar, la palabreja es un anglicismo resultante de una
traducción automática: el concepto inglés traceability,
viene de trace (huella) y ability (capacidad). Es decir, se trata
de que la tramitación de un expediente administrativo o un proceso cualquiera,
deje toda una serie de huellas comprobables por un tercero (una especie de
auditor), para el caso de que haya alguna reclamación. Si el expediente está
desarrollado bajo el principio de trazabilidad, el hecho denunciado en esa
eventual reclamación puede rastrearse hasta descubrir en qué momento se produjo
la irregularidad denunciada y quién es el funcionario responsable. O
defenderse, si todo está bien.
Es decir, se trata de una
estrategia defensiva frente a reclamaciones, un procedimiento muy americano (en
USA, por ejemplo los médicos, están sometidos a una presión de los pacientes y
sus aseguradoras, ante los que les viene muy bien esto de la trazabilidad). Ya
sé que todo esto es un poco arduo y abstruso, pero lo van a entender con los
ejemplos que les pongo más abajo. El problema es que la trazabilidad, muchas
veces está reñida con la agilidad administrativa. Cuando yo (en la prehistoria)
me ocupaba de atender un teléfono de atención ciudadana relacionado con las
obras de Madrid Río, a veces recibía una queja de un vecino que alertaba de que
se había producido un socavón (por decir algo). Inmediatamente, llamaba a los
de la obra, que salían pitando a taparlo. Yo podía hacer diez gestiones de esas
en la mañana, de las que no quedaba huella alguna. Ahora, sólo podría hacer
cinco. Porque, con esto de la trazabilidad, cada pasito que das, has de
anotarlo en tres o cuatro sitios. Para dejar huella.
Al final, la trazabilidad
impregna todas nuestras rutinas. Y eso se traduce en una serie de impresos con
autocopiativo, que el personal ha de rellenar, para que consten las huellas del
proceso y en las que siempre te piden que firmes tu conformidad. Y esos
impresos tienen abajo una casilla de observaciones, en la que el funcionario de
turno da rienda a su mayor o menor capacidad literaria. El día de mi accidente,
hube de firmar varios de esos impresos, cuyas copias conservo. Por si no lo
recuerdan, yo me caí por echar a correr para no perder el Metro, carrera que
fue alterada por un señor que salía consultando su móvil y que me hizo una
entrada digna de tarjeta roja. Ya en pié en el andén, consciente de que tenía
el brazo roto, eché a correr en sentido contrario, subí y bajé escaleras y
abordé a la señora de aire maternal que ocupaba ese día la caseta de la entrada
de Metro.
Esta señora llamó al SAMUR y,
mientras llegaba la ambulancia, sacó uno de esos impresos con copiativo morado
y procedió a rellenarlo con mis datos: nombre, apellidos, dirección, DNI, hora
del suceso, etc. Después escribió sus observaciones. Llega un caballero por su
propio pie, que afirma tener lesionado el brazo izquierdo por haberse tropezado
en el andén con otra persona, al echar a correr para coger el Metro, sin que la
compañía tenga responsabilidad en el accidente. Se le saca una silla, se
procede a llamar a una ambulancia y se le atiende durante la espera. Y me lo
pasó a firmar. Pero yo no podía firmar, porque mi brazo izquierdo colgaba como
un trapo desde el punto de fractura. Sin problemas: sacaron una carpeta dura y
me la sujetaron sobre las rodillas para que hiciera un mínimo garabato. Luego, arrancaron
la hoja de delante. La copia morada era para mí.
En la ambulancia, tumbado en la
camilla, se repite la historia. Esta vez tenemos a un literato de verdad. Dice.
Recibimos aviso de la estación de Metro de Atocha en relación con un ciudadano
accidentado. Llegamos, bajamos la escalera. Encontramos al ciudadano
consciente, tranquilo, sentado en una silla. Aparenta lesión ósea importante en
brazo izquierdo. Se procede a improvisar un cabestrillo con un pañuelo. Se le
ofrece llamar a una ambulancia medicalizada para su traslado a un centro,
posibilidad que rechaza. Se le acompaña por la escalera hasta la glorieta, en
donde pide ser llevado a la clínica X. Otra vez se me requiere la firma y se me
entrega la copia, en este caso verde clarito. Y aquí aparece el componente
acuseta y cainita típico de los españoles, que tanto me molesta. Una vez
firmado, el tipo, en plan colega, me da un ligero codazo en el brazo sano y,
bajando la voz, me dice: –¿Sabe usted que puede denunciar a la compañía del
Metro y sacarles una buena indemnización? Mi respuesta seca: –No pienso hacer
eso, la culpa ha sido sólo mía. Nadie me mandaba correr.
En el hospital X, donde mi amiga
L. ejerce de jefa de los anestesistas, me hacen una radiografía (esa que han
visto todos ustedes) y me informan que debo cambiarme de hospital y entrar en el mundo ASEPEYO, si no
quiero empezar a cobrar una nómina radicalmente demediada hasta que me den el
alta. Antes de salir del hospital X, he de rellenar el tercer impreso de la
mañana. Esta vez, el que rellena el apartado de observaciones no se explaya,
pero deja claro que el paciente abandona las instalaciones médicas por decisión
propia. Carpeta dura, firma, arrancamiento de hoja de delante y copia morada
para mí. En fin. Tal vez ustedes no lo habían advertido pero, como yo, están
inmersos en el mundo de la trazabilidad. A mí es algo que no me molesta
especialmente, siempre que no afecte a la eficacia. La señora del Metro llamó
primero a la ambulancia y utilizó el tiempo de espera para cumplimentar el
impreso. El ambulanciero lo rellenó mientras íbamos de camino. Y el del
hospital mientras esperábamos el coche que me llevó a Coslada.
He dicho al principio que con
este post cierro el tema de mi accidente. Bueno, en realidad queda una
reflexión a modo de postdata, que nos llevará a terrenos más filosóficos y que
ya veremos cuando tengo tiempo de colgar. Porque, para la próxima entrada les
reservo una sorpresa que no se esperan. No se la pierdan.
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