jueves, 10 de diciembre de 2015

455. Las Hurdes y las lenguas vehiculares

Aquí me tienen, de regreso tras pasar el puente de la Constitución y la Inmaculada en la comarca de Las Hurdes, al norte de Cáceres. He estado cuatro noches alojado en el hotel El Castúo, en la localidad de Pinofranqueado, punto base de nuestras excursiones senderistas durante el puente. El castúo es precisamente el dialecto que se habla en esta región, en donde la gente se entiende con el viajero en castellano, pero con un potente acento de la tierra. En realidad, no deben ustedes pronunciar Las Hurdes, sino La Jurde’. Uno de los platos más celebrados de la zona es la ensalada jurdana, compuesta básicamente de limones dulces, naranjas y embutido local. Al embutido, le dicen aquí LA CHACINA, denominación colectiva que pronuncian con mucha energía y de manera que no deja lugar a matices. La chacina comprende salchichones, chorizos, morcillas y jamones, productos todos de la matanza. Otro plato típico son las patatas meneás, especie de puré ilustrado, bien cargado de pimentón y parecido a las revolconas de Ávila y Salamanca. No son tan indigestas como su equivalente manchego: el llamado atascaburras, manjar tan recrecido de ajo que ha de comerse apenas una muestra en un platillo de café, si no quiere uno tener ardores letales durante horas.

Por lo demás, el uso casi árabe de la hache aspirada produce diálogos como el del siguiente chiste: –Señora, ¿quiere usted pasar al hall? –Grasia’, toy mu bien aquí a la jombra. Esto del castúo es algo así como el bable en Asturias o el cheso de Aragón. Derivaciones locales del castellano, que se usan en familia y con los amigos. Cuando yo era niño en Galicia, todo el mundo usaba un gallego coloquial sin mayores pretensiones. Pero luego, cuando debíamos ir a la Audiencia, al Juzgado, o incluso al Banco, pasábamos de forma natural al castellano, que todos hablábamos. Nadie se tomaba el idioma como seña de identidad, sino como un medio de entenderse. Para seña de procedencia, bastaba con el acento cerrado. Cuando los chavales íbamos de excursión al campo y le entrábamos en gallego a los lugareños, era frecuente que nos contestaran en castellano, porque eran desconfiados y pensaban que les queríamos tomar el pelo. Luego vinieron los políticos con su murga y sacaron de ese ámbito limitado al gallego, igual que al catalán, y hasta el euskera, que no tiene nada que ver con el castellano.

Ya les he contado que mis sobrinos y sus amigos, cuando se les pregunta que cuál era la asignatura más difícil de su bachillerato, responden todos a una: el gallego. A mí me parece lamentable que el gallego sea más difícil que la Física o las Matemáticas, pero a eso es a lo que hemos llegado. Y en Cataluña, hasta intentan erradicar el castellano de la enseñanza, para convertirse poco a poco en una tierra monolingüe. Cuando hablas de este tema con un infectado por el virus del nacionalismo, rápidamente zanja la discusión con una frase lapidaria: en Cataluña, el catalán es LA LENGUA VEHICULAR. A partir de ahí, no hay más que hablar. Lo he escuchado también en mi tierra: en Galicia, el gallego es LA LENGUA VEHICULAR. Y punto. Esta expresión, que aparentemente no deja ya lugar a la réplica, no existía cuando yo era estudiante. Imagino que no figuraba ni en los diccionarios. Yo les confieso que sigo sin saber con exactitud qué significa. Me temo que muchos de los que la usan, tampoco, lo que no les impide emplearla con suficiencia sin fisuras.

Estas historias requieren también de una academia y una serie de expertos que se reúnen para elaborar una versión unificada, porque estas lenguas residuales suelen ser bastante poco homogéneas en su distribución por el territorio. Así surgen el euskera batúa, el gallego unificado y el catalán oficial. Luego, unas banderitas y ya está el lío montao, por decirlo en castúo. Ustedes seguro que lo ignoran (como yo, hasta este viaje), pero incluso hay un poeta local que escribía en castúo: el ínclito Luis Chamizo, de la primera mitad del siglo XX. Producía unos poemas interminables, con estrofas tan sorprendentes como esta:

Vusotros qu'atendéis a las lecturas
y séis tan sabijondos de las cencias
que quizás nus larguéis de carrerilla
y en romances jazañas extremeñas
que los nuestros ejaron sin contaglas
endispués de jaceglas.

Maravilloso ¿no creen? Menos mal que no han llegado por aquí los académicos del castúo y los politiquillos locales. Si no, ahora mismo los extremeños proclamarían que este curioso dialecto es LA LENGUA VEHICULAR de Extremadura, y lo pronunciarían con la misma rotundidad con que afirman que allí lo más típico es LA CHACINA.

Por lo demás, la tierra de Las Hurdes es un lugar que merece la pena visitar. Su miseria secular, debida al aislamiento, se rompió por primera vez en 1920, cuando empezaron a visitarla médicos como el doctor Marañón, preocupados por la existencia de una serie de endemias como la malaria o el tifus, aparte de la generalización del bocio, la pérdida de todos los dientes y otras dolencias. El analfabetismo y la falta de higiene eran también generalizados. El interés por esta comarca se extendió al rey Alfonso XIII, que acudió a visitarla en junio de 1922. Quedó tan impresionado que no tardó ni un mes en fundar el Real Patronato de Las Hurdes, institución benéfica que prodigó sus actividades hasta la llegada de la República. Entonces se reconvirtió en un organismo bastante similar, pero sin el apellido real. Buñuel filmó su famoso documental en 1932, lo que también contribuyó a terminar con el aislamiento de la comarca.

Una de las tardes pasadas en esta tierra, la dedicamos a visitar el pueblo de Granadilla, aldea medieval amurallada que tiene una historia curiosa. En 1960, dentro de la fiebre franquista de construir grandes embalses, se decidió la construcción del llamado Gabriel y Galán y se calculó que, entre otros, anegaría el pueblo de Granadilla. El Estado expropió todas las casas y facilitó el alojamiento en otros núcleos vecinos. Pero luego resultó que el nivel del agua nunca llegó a los muros de esta bonita aldea, erigida en un cerro en tiempos de la Reconquista. El pueblo continuó abandonado hasta 1980. En ese año de euforia democrática y celebración del fin de la dictadura, el nuevo Estado decidió catalogarlo como Conjunto Histórico-Artístico y se inició la reconstrucción.

Lo que pasa es que ya ningún vecino quiso volver. Así que se trata de un pueblo reconstruido y vacío, que se cierra por las noches. Por el día se puede visitar y merece la pena. Además de para el turismo, se utiliza para actividades lectivas de estudiantes que pasan allí unos días con sus profesores, dedicados a tareas de reconstrucción de la antigua aldea, dentro del Programa de Recuperación de Pueblos Abandonados, patrocinado por diversos ministerios. La propiedad del pueblo sigue siendo ostentada por la Confederación Hidrográfica del Tajo, que lo cede para estas actividades. Aquí pueden ver la puerta de entrada a este curioso conjunto.



Otro lugar a visitar es Hervás, donde se conserva el mayor barrio judío de España. Algunos otros pueblos de la zona mantienen las viejas construcciones de muros de pizarra y tejas centenarias. Se pueden ver muestras de este estilo en lugares como Ovejuela, Robledillo de Gata o Riomalo de Arriba. Y luego está El Gasco, que es como si dijéramos el culo del mundo. Allí se termina la carretera, que ya no sigue más adelante. Un corto camino permite visitar el Chorro de la Meancera, una cascada bastante vistosa. Aparcamos los coches en el pueblo y allí encontramos a una señora diminuta, creo que de unos 80 años, con su garrota, su pañuelo negro y una permanente sonrisa desdentada, con la que estuve, como de costumbre, un rato confraternizando. Me dijo que no entendía el empeño de los jóvenes en irse a la ciudad, si total la muerte te busca igual allí que en el pueblo y al final te acaba encontrando.

Entre esta y otras interesantes reflexiones, esta émula de Doña Rogelia me contó que ella había conocido épocas de mucha miseria y que todo había cambiado cuando llevaron hasta allí la carretera. Lo de la carretera se lo debían al señor Bragas-Ibarne, al que una delegación del pueblo había ido a ver para pedirle su construcción. ¿Y ese quién era, señora? ¡Hombre! El político ese tan conocido. ¿Y cómo dice usted que se llamaba? ¡Bragas-Ibarne! Ahora no me diga que no lo conoce. Sí, sí, claro que lo conozco. Pues ese señor sería lo que fuera, pero a nosotros nos cambió la vida y tenemos que reconocérselo. En fin, esa cautela (sería lo que fuera) demostraba que la señora sabía de qué hablaba. Únicamente se le trabucaban un poco los nombres, pero era lista como una ardilla y convencida como yo de que el mundo va hacia delante. Aprovéchenlo y no se quejen tanto.

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