jueves, 29 de octubre de 2015

441. La mente en modo ONU

Ya les he contado que últimamente estoy en contacto con la red internacional ONU-Hábitat, y hasta me han nombrado miembro de la Comisión española de dicho organismo en representación del Ayuntamiento de Madrid. Sustituyendo a nadie: no había representación en los tenebrosos tiempos del Trienio Negro felizmente superado, ni creo que la haya habido antes. Obviamente no voy a contar aquí los pormenores de mi trabajo y mi participación en dicho organismo. Pero ya he asistido a varias mesas, actos y debates, en los que tomo notas como un loco procurando enterarme de temas que son nuevos para mí, e imbuirme del espíritu, la perspectiva y el argumentario de este tipo de organizaciones, digamos transversales, de ámbito mundial. La mente en modo ONU. Así voy captando algunos términos, lenguajes y problemáticas que me resultan sorprendentes.

Por ejemplo, ¿saben ustedes cuáles van a ser las principales enfermedades infantiles a nivel mundial en las próximas décadas? Pues, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se prevé que sean cuatro, que les detallo a continuación. UNO: la obesidad. DOS: los trastornos respiratorios. TRES: el llamado TDA (Trastorno por Déficit de Atención). CUATRO: la hipovitaminosis B. Una primera reflexión sobre esto. Parece que vamos a un mundo eminentemente urbano, en donde por ahora se tira la toalla en temas como la limpieza del aire o la vuelta a la naturaleza. Los trastornos respiratorios son propios de lugares contaminados, la hipovitaminosis B está motivada por la falta de sol. Y los niños serán gordos por hacer una vida pasiva, metidos en sus casas y jugando todo el día a las maquinitas y al ordenador (de ahí el TDA, los niños hiperactivos y dispersos).

Menudo panorama. Y encima, ahora nos salen con eso de que la carne es cancerígena. En fin, uno ya es veterano y ha visto muchas cosas. Por ejemplo, cuando se criminalizaron el aceite de oliva y el pescado azul, en mi juventud, y nos obligaban a tomar pescado blanco hervido y aliñado con un chorrito de aceite de girasol o soja (éste último, malísimo). Algo parecido sucedió años después con el pan. Había que comer sin pan. Y tomar la fruta primero y no de postre. Polladas en vinagre. Una compañera de trabajo me confió hace meses que su salud había mejorado desde que eliminó de su dieta los cuatro asesinos blancos: sal, azúcar, harina de trigo y arroz. Y digo yo: qué tristeza de dieta la de esta señora. Respecto a lo de la carne, yo estoy totalmente seguro de que el jamón de Jabugo no es cancerígeno y no voy a cambiar de creencia, aunque me diga lo contrario el mismísimo Papa de Roma (el emérito o el otro, lo mismo me da).

Lo que sí parece claro es que la población mundial tiende a irse a las ciudades. En este momento el porcentaje de población que vive en las ciudades de todo el mundo es del 53%. Hace 20 años, en 1995, era del 41%. En 2008 el número de gentes que viven en ciudades superó por primera vez a la población rural. Y la ONU estima que en 2050 el porcentaje de urbanitas habrá subido hasta cerca del 70%. Ese es el mundo que estamos generando. El medio rural está cada vez más abandonado y los jóvenes huyen de él como de la peste. Prefieren hacinarse en barrios de chabolas o favelas, antes que quedarse en el campo. Yo les comprendo, ya saben que soy un tipo irreductiblemente urbano, que necesita del asfalto para poder estar a gusto. Pero el abandono del campo y el medio rural me parece algo muy dañino y muy peligroso para la Humanidad.

Esto me lleva a mi viaje senderista del fin de semana pasado. Como les conté, salí del trabajo el viernes, más o menos a las 4 de la tarde, por la M-40 hasta tomar la carretera de Valencia A-3. Había una densidad de tráfico considerable, con continuas retenciones y atascos. A pesar de ello no utilicé la R-3 (ese engendro de determinados jerarcas del PP), por una cuestión de principios: por lo mismo que no tengo antivirus, ni pago un solo euro por ver partidos en TV. Si no se creen lo de la cuestión de principios, llámenle cabezonería. A lo que íbamos. El tráfico continuó espeso hasta Tarancón. Allí me salí de la carretera y tomé la autovía A-40 en dirección a Cuenca. Y la situación cambió radicalmente: por esa carretera circulaba prácticamente yo solo. El grueso de la operación salida de fin de semana se dirigía hacia las playas de levante. A Cuenca no iba nadie.

La sensación era desoladora, a pesar de la belleza creciente del paisaje, cada vez más salpicado de pinos verdes y chopos amarilleando en sus diversas tonalidades del dorado. Los pueblos a los lados ostentaban nombres castellanos muy sugerentes: Valparaíso de Arriba y Valparaíso de Abajo, Torrejoncillo del Rey, Villar del Horno, Abia de la Obispalía. Rodeé Cuenca y tomé la carretera a Teruel. Antes de entrar en Cañete, encontré el cartel de la Hostería, me desvié y paré. Me inscribí, subí mi maleta a la habitación y pregunté en recepción si había llegado alguien del grupo. Había varios, que estaban dando un paseo hasta la hora de cenar. Así que salí caminando por la carretera hacia el centro de Cañete. Era viernes por la tarde/noche y pensé en buscar las zonas concurridas para sumarme a la marcha del pueblo (Cañete la nuit). No se imaginan qué ambientazo. No sólo no encontré a ningún colega del grupo, sino prácticamente a nadie por la calle. La plaza mayor era indescriptible, decadente, mortecina, con unos soportales bajo los que había unas sillas de terraza de plástico rojo, apiladas como si ya no se fueran a usar hasta el verano.

Salí a buscar las murallas y tampoco había ni Dios. Ya saben que no veo muy bien de noche, así que creí estar alucinando cuando me topé en un descampado con la figura inconfundible y fantasmal de dos dromedarios. Eran reales y pastaban unas hierbas ralas que brotaban aquí y allá. Acaricié a unos ponys un poco más allá, antes de ver el letrero de Cirque Prin en un carromato cercano. Tras este interludio surrealista, decidí volver al hotel, porque hacía un frío de bigote y se me estaban empezando a congelar los torrejoncillos. En las excursiones de los dos días siguientes, atravesamos una serie de antiguos huertos abandonados, con nogales y manzanos alineados, además de membrillos, todos ellos cuajados de frutos sin recoger. La sensación era igualmente desoladora. Un miembro del grupo senderista, a quien ya tenemos catalogado de recojón, se llevó varios kilos de nueces, manzanas para compota y membrillos para elaborar el dulce tradicional.

El recorrido del domingo por la mañana terminaba en el pueblo de Tejadillos, donde debían recogernos los coches que habíamos dejado en Boniches y que fueron a buscar algunos compañeros, de acuerdo con la logística organizativa del grupo. Los esperamos en el bar del pueblo. Allí, mi acreditada capacidad para empatizar con los lugareños, especialmente con los frikis, me llevó a entablar una larga conversación con un elemento barbado y melenudo, vestido con un uniforme de camuflaje y una chamarra de cabo primero, a quien convidé a una cerveza. Me contó que la gente del pueblo había emigrado en los sesenta, todos a Barcelona. Que los pueblos de la comarca estaban medio abandonados. Que, aparte de Cañete, el único que sobrevivía era Tejadillos, porque mantenía una escuela, a la que acudían los escasos niños del entorno. Que, en cuanto se jubilara la maestra, no sabían lo que iba a pasar. Que el pueblo sólo revivía quince días en agosto con  motivo de las fiestas patronales. Ese es el mundo que estamos construyendo. Dentro de poco, España será un sistema de ciudades grandes y medianas, unidas por autopistas y líneas de tren de alta velocidad, más la urbanización continua del arco mediterráneo, de Gerona a Cádiz. El resto, un vacío desolado.

La red Hábitat  se ocupa precisamente de los asentamientos de población, en un mundo en el que viven 7.500 millones de habitantes, 2.000 de ellos sin alojamiento estable, concepto que ya he explicado alguna vez y que no incluye a los chabolistas que se hacen ellos mismos viviendas ilegales de autoconstrucción, pero más o menos bien acondicionadas. Estamos hablando pues de 2.000 millones de personas viviendo al raso, en cuevas, selvas, campamentos nómadas, campos de refugiados y chabolas del tipo shanty (suelo de tierra, paredes de chapas o tetrabricks y techos de hojalata). La red Hábitat organiza cada veinte años una conferencia de jefes de Estado (la ONU sólo trata con Estados, no con autonomías, nacionalidades y otras mariconadas). La primera fue en Vancouver en 1976 y no tuvo demasiada repercusión. La segunda, en Estambul 1996, alumbró el concepto de Desarrollo Sostenible, que todos ustedes habrán oído.

La tercera será el año que viene en Quito y ya está en preparación. De ella van a salir las directrices de la ciudad que queremos. Una ciudad del futuro ya no debe ser sólo sostenible. Ahora queremos que tenga algunas características más. Tomen nota, porque de estos términos se va a hablar pronto hasta la saciedad. La ciudad del futuro ha de ser cuatro cosas: inclusiva, segura, resiliente y sostenible. Así que ya lo saben. Apréndanselo, que les tomaré la lección en posts sucesivos. Repitan otra vez: inclusiva, segura, resiliente y sostenible. ¿Qué coño es eso de resiliente? Pues mírenlo en el diccionario, joder, que no se lo voy a dar todo mascado. Vale, sean felices. Y dense una vuelta por el campo de vez en cuando. La Serranía de Cuenca en otoño es una preciosidad. Aunque esta comarca se está convirtiendo en lo que JJ Cale cantaba de su Oklahoma natal (JJ era un okie genuino): si alguna vez van a Oklahoma, mejor muévanse por la noche, porque no les gustan los viajeros y les ponen muchas multas… Bueno, mejor la escuchan.



lunes, 26 de octubre de 2015

440. Nuevas hazañas bélicas

Como a muchos lectores les encanta que cuente mis batallitas cotidianas, pues aquí les resumo algunas de las historietas más llamativas de la semana pasada. Arrecian las visitas de delegaciones extranjeras, con las que hemos establecido un protocolo, sobre la base del interés que la nueva corporación municipal tiene en mejorar las relaciones con otras ciudades, especialmente europeas. Hay una persona que centraliza la organización de estos encuentros y, según lo que más interese a los visitantes, elige a los oradores que les atenderán. A mí me suele tocar contarles un poco el contexto general y la historia más reciente del urbanismo capitalino. Ya saben que soy un generalista que sabe un poquito de todo sin profundizar en casi nada. Cuando se requiere un relato más específico de un tema concreto, se recurre al especialista de turno para una exposición más en profundidad.

Es decir, que la mayoría de las visitas me tocan a mí y a todas les suelto aproximadamente el mismo rollo, con una presentación estándar que ya tengo elaborada y adaptada a las directrices del nuevo equipo de gobierno. Digamos que tengo la comida precocinada y, ante cada demanda concreta, me basta con aderezarla mínimamente antes de ponerla un poquito al microondas y listo: en un periquete tengo unas imágenes de refrito para calzárselas al incauto visitante. La semana pasada hubo una excepción a esta rutina y se me requirió a título de especialista, lo que me supuso tener que confeccionar una presentación específica y hacer un esfuerzo extra para estar a la altura. Les cuento. El Ayuntamiento de Copenhague tiene en estudio la posibilidad de acometer un proyecto parecido a Madrid Río. En este caso, se trata de una carretera radial, es decir, de entrada y salida de la ciudad. Copenhague ha crecido, el inicio de esa carretera se ha quedado dentro del núcleo urbano y se están planteando la posibilidad de soterrar un tramo de 4,5 kilómetros para recuperar la superficie como un eje verde estructurante entre los dos lados de la ciudad, ahora separados por la vía.

La delegación estaba formada por arquitectos y técnicos del Ayuntamiento y otros de una consultora privada que está haciendo los estudios previos (y que supongo que pagaba el viaje de todos).Tenían un programa muy apretado. Llegaban en avión el martes a las 11 de la noche y, después de dos días intensos, se volvían el jueves también por la noche. En esas 48 horas se entrevistaban con uno de los arquitectos autores del diseño de Madrid Río para que les contara en detalle el proyecto, con los rectores de la empresa mixta Madrid Calle 30 para lo relacionado con la obra de soterramiento y con la empresa Dragados (del grupo del SS), para conocer todo lo relacionado con el funcionamiento de las tuneladoras. Además de todo eso, querían una información precisa sobre la estructura financiera de la operación y los aspectos participativos. Y esa era la parte que a mí me tocaba. Normalmente, yo dispongo de una hora para exponer todo lo del río como conferenciante único. Esta vez tenía dos horas sólo para la parte financiera y de participación, puesto que el resto se lo contaban los demás.

Quedamos en el Colegio de Arquitectos y tuvimos allí la sesión de 9 a 11. A continuación, les contaron el diseño del parque hasta las 12. Y de allí salimos caminando, calle Hortaleza adelante. Éramos 15 personas: 13 daneses, el que les organizaba la visita y yo. Cruzamos la Gran Vía, seguimos por Montera y doblamos hacia la calle Jardines. Allí, en un negocio de alquiler de bicicletas, nos tenían preparadas 15. He de confesarles que nunca había circulado por Madrid en bicicleta por enmedio del tráfico. Me he movido muchas veces por carriles bici, parques y aceras, y circulé cien metros por la calzada el día en que Werner y yo nos montamos en dos bicicletas del BiciMad. Pero así, por medio del tráfico matutino de la ciudad, nunca. Salimos en formación por la calle Montera, que es peatonal, circulando con cuidado por entre las putas y los numerosos viandantes. Caímos hasta la Puerta del Sol y doblamos por el carril bici que va hacia la calle Mayor. Yo iba cerrando la marcha, porque no soy demasiado ducho y no quería estorbarles. A mitad de la calle Mayor se acaba el carril exclusivo y uno se mezcla ya con el tráfico, en esa calle bastante escaso.

En Bailén doblamos a la derecha y allí empieza lo bueno. En vez de meternos por el subterráneo de la Plaza de Oriente, salimos hacia arriba, para que los daneses vieran el Palacio Real, e hicieran algunas fotos de turista. Tras esa parada, recuperamos los carriles principales de Bailén, en dirección a la Cuesta de San Vicente. En ese punto, se me puso en rojo un semáforo y me quedé cortado del grupo, al que vi doblar a la izquierda y empezar a bajar la cuesta, entre coches y autobuses. Una eternidad después, se puso verde y yo salí detrás de un bus que también doblaba a la izquierda. Por suerte no se me cruzó nadie que quisiera subir a Plaza de España. Decidí quedarme en el carril bus, e inicié la bajada entre un autobús y otro. El de detrás me seguía con un cuidado exquisito. El problema era que, en ese tramo, el bus de delante tenía dos paradas. En la primera, eché pie a tierra y me asomé ligeramente al carril siguiente: bajaban los coches a toda hostia, con un tráfico numeroso.

Ante la certeza de que, si intentaba adelantar al bus por fuera, se me llevarían por delante, opté por quedarme en el carril bus y seguir por esa vía hasta la glorieta de Príncipe Pío. Allí saqué el brazo izquierdo para indicar que no iba al Paseo de la Florida, sino que continuaba por la rotonda, hasta el mástil de la bandera europea, donde me esperaban los compañeros. Reconózcanlo: no está mal para un sexagenario, primerizo en modalidades soft del transporte ciudadano. Después, recorrimos todos los rincones del parque del río, con paradas para las correspondientes explicaciones. En un punto del Parque de la Arganzuela, otro ciclista nos traía el material para el picnic (hay que ver lo que les mola esto a los nórdicos). Nos tocó a cada uno una bolsa con un superbocata de tortilla española y chorizo, una botellita de agua, un zumo de piña y una manzana. Nos comimos todo en un banco al sol del otoño y rematamos con un café en la terraza de la llamada Playa de Madrid. La visita continuó por la tarde, hasta que les dejé a las 5 a la puerta del Centro Cultural Matadero, que iban a visitar a continuación.

Allí nos esperaban los del alquiler de bicis, con un camión para recogerlas y llevárselas otra vez a Jardines. Tras la visita, el plan de los daneses era cenar un cochinillo en Casa Botín. Yo tomé el Metro de Legazpi y, aunque estaba cansado de hablar en inglés desde las nueve de la mañana y con dolor de culo por el sillín, aun tuve ganas de pasar por el Mercado de Antón Martín a comprar algo para mi cena y la de mi hijo. Un día ciertamente singular. Al día siguiente, cumplí con una de mis buenas intenciones de principio de curso: tenía cita con el oculista. Resulta que yo siempre he visto bien, de cerca y de lejos. Cuando la gente me veía leer sin gafas (por ejemplo, al cumplir 50), se extrañaban mucho y me decían: ya, verás, ya verás… dentro de nada se te van a quedar cortos los brazos y empezarás a tener problemas para leer y ver de cerca. Y yo nada: leyendo perfectamente.

Hace un par de años, empecé a ver peor de lejos. O sea, al revés de todo el mundo. Entonces, esos mismos agoreros que me adjudicaban negros pronósticos, cambiaron de discurso: si te pasa eso –me decían– es porque eras miope. Eso me daba mucha rabia y a menudo les decía: miope sería tu padre; yo no he sido nunca miope. La cosa iba en aumento y el jueves fui al oculista. Y, por primera vez, alguien me explicó lo que me pasa. Resulta que tengo un principio de catarata, aun muy incipiente. Y ese principio de catarata me genera una miopía inducida. Por eso funciono como un miope. El problema es leve y se soluciona con unas gafas de lejos. Menos mal –le dije al oculista–, porque mi problema es por las noches: cuando voy conduciendo, no veo las indicaciones hasta que ya estoy muy encima. Respuesta del galeno: con los ojos como los tiene, no debería conducir sin gafas ni de día. Me dio un papelito para ir a una óptica, trámite que aun no he cumplido, por falta de tiempo.

En coherencia con la recomendación del oculista, el viernes salí desde el trabajo en dirección a la Serranía de Cuenca, en concreto a la Hostería de Cañete, en el pueblo del mismo nombre, en donde había quedado con mi grupo de senderistas para la acostumbrada cena pantagruélica que inicia nuestras excursiones. El sábado hicimos 14 kilómetros por la mañana y otros 11 por la tarde. Y el domingo 12 más, con regreso a comer al restaurante de la Hostería, comida que se prolongó hasta las 17.30. Con el cambio de horario, la mitad del recorrido de vuelta a Madrid por la carretera lo hice de noche pero, después de haberme metido en bicicleta por Bailén y la Cuesta de San Vicente, me siento capaz de cualquier cosa. A ver si esta semana me puedo hacer mis nuevas gafas de lejos.

Por lo demás, la Serranía, espectacular en la habitual explosión de amarillos y dorados del otoño. En el grupo hay gente experta en geología y botánica, que te enseñan a diferenciar las sabinas de los enebros y los majuelos. No sé por qué, esta vez, la musiquilla que llevaba todo el rato en la cabeza era la de la película Los Cañones de Navarone, que les voy a poner aquí abajo, y verán cómo les suena. En todo caso, un fondo sonoro muy adecuado para mis hazañas bélicas.


Lo que quizá desconozcan es que también hay una extraordinaria versión ska de esta banda sonora, que por supuesto era la que yo iba tarareando. Fue grabada en el año 1964 por uno de los grupos clave de la ska-music: nada menos que The Skatalites.  Cincuenta años después, los músicos de este grupo mítico siguen tocando el tema en sus actuaciones. Les dejo con un vídeo cojonudo de su actuación de 2003 en Glastonbury. El saxo original se murió y tuvieron que contratar a un jovencito para sustituirlo. Los demás son los miembros originales del grupo, como puede deducirse de su aspecto. Y, por cierto, los Skatalites tocan en Madrid el próximo 10 de diciembre en la Sala Penélope, calle Hilarión Eslava. No me digan que se van a perder la actuación de estos ancianos dinamiteros tan marchosos. Sean felices. 


   

miércoles, 21 de octubre de 2015

439. Derivaciones hamburguesas

Pasados varios días, yo creo que ya no tiene mucho sentido seguir contando el viaje de Hamburgo que, por otra parte, no les costará mucho imaginar, así que voy a resumir. El segundo día mantuvimos la actividad frenética. Acudimos por la mañana a la sede de una de las principales sociedades cooperativas, donde nos entrevistamos con el señor Ingo Thiel, creo que uno de los alemanes más bajitos que he conocido nunca, completamente calvo y con un aire entre Rompetechos y Danny de Vito. Por otro lado, era un hombre súper competente, muy simpático y con un buen dominio del inglés. Desarrollaba una actividad extenuante, porque su cooperativa tiene un funcionamiento altamente participativo, lo que le obliga a asistir a interminables asambleas para tomar las más pequeñas decisiones. Es consciente de que desempeña una labor social, diferente de la de un empresario cualquiera y eso le hace sentirse satisfecho con su trabajo.

A pesar de ser una persona muy ocupada, nos dedicó toda la mañana. Desde su oficina nos llevó en su propio coche a visitar una serie de edificios, promovidos por su empresa en régimen de alquiler. Luego comimos con él en una pizzería cercana a su despacho. Por la tarde visitamos otra de las empresas mayores de promoción de viviendas en cooperativa y también tuvimos margen de recorrer con su director un barrio próximo promovido por ellos. Eran las 5 de la tarde cuando Joachim propuso ver el anochecer dando un paseo por la orilla del río Elba, cerca de nuestra última cita. Los tres soñadores recorrimos un buen tramo del paseo de ribera de este enorme curso fluvial junto al que se fundó la ciudad. Y, por supuesto, después de cenar en el hotel, salimos también esa noche, esta vez a tomar una pinta de cerveza en un pub de estilo british, con buena música de blues, donde nos contamos nuestras vidas respectivas, además de incontables chistes de nuestros países, y nos prometimos amistad eterna. Acabamos otra vez en torno a la una.

El miércoles, desayunamos juntos y nos dimos toda clase de abrazos, porque yo me iba ya. Werner se quedaba hasta el mediodía y tenía una mañana de nuevas entrevistas y visitas de campo. Tomé el metro al aeropuerto y llegué a tiempo al mostrador de la Norwegian Airlines. Allí, una azafata tirando a borde me preguntó si hablaba inglés. Le dije que sí y entonces me informó de que el avión estaba completamente lleno y yo podía tener problemas, pero que no me preocupase: si me parecía bien, la compañía me ofrecía un bla-bla-bla-bla-bla sin cargos, o sea gratis. Le dije que no había entendido qué era lo que me ofrecían y que si me lo podía repetir más despacio, por favor. La chica hizo el gesto típico de John Wayne y dijo: déjelo, da igual. Y me dio la tarjeta de embarque, asiento 4-A. Pregunté si estaba todo bien y me dijo que sí, entre gestos ostensibles de que pasara el siguiente cliente.
    
Por un momento pensé que me habían dado un asiento de primera clase, por overbooking (ya me ha pasado alguna vez). Pero la cosa era diferente. El problema era que el avión iba sobrecargado de equipajes, por la manía que tiene la gente de no facturarlos. Y eso era precisamente lo que me había ofrecido la chica poco amable: facturar mi maleta sin pagos adicionales. Por cosas como esta es por lo que voy a un taller de conversación en ingles e ingesta masiva de cerveza. Por cierto que esa semana cambié el martes por el miércoles y me sumé al nivel B-2, en donde no me sentí inferior a como me siento en mi grupo habitual. El jueves recuperé la natación y el viernes mi carrera de fondo por el Retiro. Por circunstancias que no voy a contar aquí, tuve más tiempo de escribir que el habitual en fines de semana y aproveché para ponerles al día de mis aventuras.

Otro tema derivado. Por fin he resuelto el problema de la carga de fotos en el blog. Resulta que el origen del problema está en que, como creo haberles contado, no tengo antivirus de pago y lo que hago es formatear el ordenador de vez en cuando (once in a while, que dicen los ingleses; ya ven lo que estoy aprendiendo entre pinta y pinta). ¿Qué por qué no tengo antivirus? Pues por la misma razón que no me da la gana de pagar un solo euro por ver partidos de fútbol televisados en mi casa. Ni comer o beber en los aviones nada que no sea gratis. Digamos que me lo prohíbe mi religión. O que ya soy muy mayor para adaptarme a estas nuevas modalidades de sacarte la pasta por cosas que antes eran gratis. El caso es que, en el último formateo, la maquinita me cambió por su cuenta el sistema de almacenaje de mis fotografías. Yo tenía antes un Picasa y me cambió a un sistema de Google-fotos que yo creí que era el mismo, porque todas mis fotos pasaron automáticamente de uno a otro.

Las fotos que me bajo de Internet para colgarlas en el blog tienen todas su URL. No me pregunten qué coño es eso del URL; eso ya es para nota, imagino que es una especie de copyright. Sin embargo, las fotos que yo hago con mi cámara no tienen URL, porque son privadas. Cuando las subía a Picasa, el sistema les asignaba inmediatamente un URL. Pero el otro sistema no lo hace, algo que me costó bastante averiguar. Así que me he descargado de nuevo el Picasa (que también es un programa de Google) y ahora las subo otra vez desde ahí. No crean que estoy seguro al 100% de que funcione, pero para eso tengo el control de calidad de Alfred. Por cierto que la foto que puse para chequear el nuevo sistema ha causado bastante impacto. El amigo Groucho me advierte de que hay una página en la que se anuncian artilugios para que las mujeres orinen de pie. Para consultarla pinchen aquí: https://www.belelu.com/2014/08/4-dispositivos-que-permiten-a-las-mujeres-orinar-de-pie/

Yo creo que esto es una evidencia más de que vivimos en un mundo decadente, en el que nadie está de acuerdo con su condición. Los gordos quieren adelgazar, los flacos engordar, los bajitos ser más altos, etcétera. Proliferan las operaciones de cambio de sexo. La gente se llena el cuerpo de tatuajes y luego pagan un pastal por borrárselos. Todo es apariencia, todo es figurar, todo es postureo barato. Bebemos leche desnatada y cerveza sin alcohol, fumamos cigarrillos electrónicos (el colmo del absurdo). Vean AQUÍ la propaganda de una marca italiana de falsos cigarros que se está extendiendo por España. Nadie quiere ser lo que es. Los catalanes no quieren ser españoles, los arquitectos queremos ser escritores. Cada vez hay más gente que escribe y menos que lee, si exceptuamos el Marca.

Así que no es de extrañar que, por una parte, a los varones se nos inste a mear sentados y, por otra, a las mujeres se les vendan aparatos para mear de pie. El mundo al revés. Como símbolo de este desmadre, les traigo aquí otra cosa sorprendente. A nuestros amigos los gatos, después de hacerles en los últimos años toda clase de perrerías (como castrarlos, cortarles las uñas y bañarlos con champú), pues ahora rizamos el rizo: alguien ha ideado un sistema para enseñarles a mear directamente en el excusado o inodoro, evitando el trajín y los malos olores de la tradicional cajita de arena. ¿No se lo creen? Pues AQUÍ tienen la página. Pinchen en los vídeos. Son realmente para mearse de la risa.

En fin, como la cuestión del pis está cobrando un protagonismo extraordinario en mi blog en los últimos tiempos, he decidido cambiar la etiqueta Pedos para ampliar su significado. Había pensado en Cacaculopedopis, como la canción de Los Punkitos. Pero es demasiado larga y, además, aquí de caca no se habla, faltaría más, menuda ordinariez, este es un foro fino y delicado. Así que la dejaremos en Culopedopis. Tengo que cambiarla en todos los posts, uno a uno, pero esta noche tengo tiempo. ¡Ah! ¿Qué no conocen la canción de Los Punkitos? Pues AQUÍ se la dejo. Sean felices y no intenten ser lo que no son. Y dejen en paz a los pobres gatos.


sábado, 17 de octubre de 2015

438. Hamburgo III y de cómo usar correctamente el excusado

Bien, les he contado el comienzo de mi viaje a Hamburgo y la primera de las entrevistas en la que tanto Werner como Joachim se hicieron un poco a un lado y yo tuve que asumir el protagonismo, ayudado por el hecho de que el ministro hablaba un portugués brasileiro bastante fácil de entender. Tengo que decir que esa entrevista fue una excepción en la tónica general. Y que, en las demás, el que tuvo que hacerse a un lado fui yo, hasta el punto de sentirme en algunos momentos casi un estorbo o un convidado de piedra. ¿Por qué? Pues por algo que tal vez ustedes ya hayan oído: eso de que todos los alemanes se manejan bien en inglés es un mito.

No sé cómo será con la gente joven, pero yo me he entrevistado en esos dos días frenéticos con una serie de gente entre 40 y 50, competentes, ejecutivos y brillantes. Bueno, pues la mayor parte de ellos sólo hablaba alemán. Y aquí un servidor dependía de los incisos que amablemente hacían Werner y Joachim para traducirme al español e inglés, respectivamente, lo más interesante de lo que se estaba hablando. Así que ya lo saben. Los que hablan un inglés perfecto son holandeses, daneses, suecos y noruegos. Los alemanes ni-rosken-you, pero ni en inglés, ni en francés, ni en español. No voy a hacer un relato detallado de todas las entrevistas, sino que voy a contar algunas de las cosas que he aprendido en este viaje.

La ciudad de Hamburgo tiene cerca de dos millones de habitantes y su población está creciendo, en primer lugar, por la inmigración desde la antigua Alemania Oriental. Ya les dije, cuando anduve por Leipzig, Dresde, etc. que las dos Alemanias seguían siendo territorios muy diferentes. Piensen, por ejemplo, en la antaño poderosa ciudad de Rostock, en la Pomerania occidental, antigua ciudad hanseática y puerto de primer nivel, donde Hitler construía buena parte de su armamento y su flota naval. Más adelante, funcionó como el primer puerto de la Alemania del Este (tal vez recuerden la escena final de Cortina Rasgada de Hitchcock, en la que Paul Newman y Julie Andrews, perseguidos por toda la policía comunista, embarcan camuflados en las grandes cestas del vestuario de una compañía de teatro).

En el momento de la reunificación alemana, en Rostock había una industria naval centralizada totalmente obsoleta e ineficiente, que hubo de ser desmantelada. El Estado Federal se volcó en ayudar a Rostock, como con las otras ciudades del Este. Potentes marcas como BMW radicaron allí nuevas factorías de su cadena de fabricación. Pero estas cosas funcionan a largo plazo. Más de 25 años después, lo cierto es que en Rostock hay paro y que la ciudad sobrevive gracias a las subvenciones federales. Es lo mismo que me contaron de Erfurt. En las otras ciudades del Este que conozco, más o menos van tirando: Berlín, por supuesto, pero también Dresde con el turismo y Leipzig con la Universidad. Weimar es realmente un pueblo pequeño, autosuficiente y feliz, como El Escorial. Invertir la dinámica de Rostock costará todavía un tiempo. Y ya saben que, en estas situaciones, la gente joven no tiene paciencia. No les vale que les digan que su sociedad va a ser muy próspera en 20 años o en 10. Ellos quieren vivir bien ya. Right now. Y ¿qué es lo que hacen? Respuesta: emigrar. ¿A dónde? Respuesta: a Hamburgo.

La población de Hamburgo crece no sólo por eso. También por los estudiantes que acuden a sus prestigiosas universidades en expansión, aunque la vida en esta ciudad es de las más caras de Alemania. Muchos de los que vienen a estudiar, se quedan aquí, porque encuentran un trabajo o una novia. Y, además de ese crecimiento neto, cada vez hay más hogares unipersonales, como en todo occidente. Las necesidades derivadas de la proyección de los datos de población, se han evaluado en unas 6.000 nuevas viviendas anuales. En estos últimos años, no se ha pasado de 3.500, pero intentan progresar, con una planificación estratégica que prevé la densificación de áreas centrales (es una ciudad con mucho suelo libre) y con nuevos barrios. En concreto, la ciudad crece al Este y al sur. El crecimiento del sur ha supuesto saltar al otro lado del río Elba. Para apoyar el nuevo Hamburgo allende el río, se han situado allí diversas dependencias administrativas, como la Consejería de Urbanismo donde está el despacho de Mathias Kock.

Al salir de esta primera entrevista, Joachim quiso que diéramos una vuelta por los nuevos desarrollos, básicamente de vivienda libre. El frío era helador, pero el Tigre Bueno estaba eufórico, había conectado muy bien conmigo, a Werner ya lo conocía de junio y estaba confirmando que lo de organizarnos esta visita y venirse incluso a nuestro hotel, había sido una buena idea. Además, este hombre no parece tener frío. Con su traje impecable y una pequeña bufanda, insistía en ir aun más allá. Yo, con mi abrigo, estaba helado y Werner tiritaba visiblemente. Lo cierto es que los nuevos bloques eran preciosos, como el resultado de un concurso de arquitectura de primer nivel. Tengo algunas fotos que subiré al blog en algún momento. El problema es que las tomé con mi cámara y últimamente he tenido problemas con la publicación de mis propias fotos, por el asunto de la URL. Menos mal que el amigo Alfred está al quite y me avisa de cuando las imágenes no se ven. Abajo sigo con este tema.

Por continuar con el relato cronológico, desde allí cogimos otra vez el Mercedes y nos dirigimos a uno de los mejores restaurantes de Hamburgo: el Tarantella, ejemplo de cocina interétnica, mezcla de elementos italianos, indios, japoneses y autóctonos. Teníamos allí una cena de trabajo con el señor Andreas Breitner, en su doble condición de sucesor de Joachim en la presidencia de la Federación de Cooperativas y antecesor de Mathias Kock en la Consejería de Urbanismo, que dejó en julio para hacerse cargo de la primera. Breitner, joven ejecutivo impecable en su traje gris, dijo de entrada que no se arreglaba bien en inglés y que tendríamos que hablar en alemán. La cita era a las 6 en punto, como certeramente me había anticipado el gran Ricardo en el avión. Werner empezó traduciéndomelo todo, siguió con resúmenes y terminó por dejar de traducir. Así que me dediqué a degustar una excelente comida, sensación acentuada por el hecho de que estaba en ayunas desde por la mañana. Y pagada por la Federación de Cooperativas y Empresas Públicas de Vivienda del Norte de Alemania. Nada menos.

Joachim controlaba el cotarro con autoridad y soltura, igual que sucedería en los encuentros del día siguiente. Ahora ya me conocía y sabía que podía contar conmigo. Además, tuve la impresión de que en todas partes lo recibían como a una celebridad, que le hacían reverencias a su paso. Eso no había sucedido con el ministro, a quien no conocía. Tras haber salvado ese primer escollo, Joachim estaba relajado y feliz. Al final de la cena, manifestó su deseo de fumar uno de los puritos pequeños que llevaba en una cajetilla. Se sumaron a su invitación Werner y el quinto comensal del que no les he hablado y que llegó a media cena. Se trataba del director financiero de la Federación. Andreas se marchó después de pagar la cena y yo acompañé a los tres fumadores al exterior del restaurante, mientras alimentaban su vicio en la noche, en medio de un frío que ya excede de mi capacidad de descripción.

A propósito, aprendí una cosa importante en la cena. En Alemania, cualquier grupo de ciudadanos que tenga la capacidad económica y la voluntad de montar una cooperativa de vivienda (por ejemplo, unos amigos que quieran vivir juntos), puede hacerlo, ajustándose a la legislación de aplicación. Entre las normas que ha de cumplir está la obligación de integrarse en una de las 15 federaciones que hay en el país, normalmente la que le corresponda geográficamente. ¿Por qué? Pues por una cuestión clave: estas federaciones están también obligadas por ley a tener un director financiero, que es independiente, funciona como una especie de interventor y cuida de que los jefes de cada cooperativa no se lleven el dinero a dos manos, como sucedió en España con el señor Carlos Sotos, que en los 80 intentó montar una cooperativa de modelo alemán (la PSV), vinculada a la UGT.

El director financiero de la VNW, por cierto, hablaba perfectamente inglés, así que en cuanto se largó su presidente, pasamos de manera natural a ese idioma. Eso me permitió integrarme en la conversación que se mantuvo entre nosotros a temperatura cercana a los cero grados en el exterior del restaurante Tarantella, uno de los mejores de Hamburgo. Después, cogimos el Mercedes y nos fuimos al hotel a tomar posesión de las tres habitaciones. Pero teníamos que celebrar que estaba saliendo todo de puta madre. Así que los tres soñadores, tras descansar 10 minutos, salimos a disfrutar de la noche hamburguesa. Tomamos un taxi al centro y nos dimos una vuelta por los barrios cercanos a la orilla sur del lago Binnen Alster, lo que yo llamé la milla de oro en mis post del año pasado. Ya nos habíamos abrigado debidamente los tres.

Terminamos en un chiringuito al lado del lago, en una terraza al aire libre, protegidos por estufas de esas que te calientan el cocoroto, con sendos gin-tonics. Habíamos hablado largamente de todas las líneas que íbamos a abrir para el entendimiento entre nuestras ciudades respectivas a partir de este viaje de confraternización. Así que levanté mi copa y brindé: por que se cumplan nuestros sueños. Joachim levantó la suya y dijo: el mío ya se ha cumplido; para mí es un sueño estar aquí con ustedes dos. En fin, ya ven que, diga lo que diga de este señor, siempre me quedaré corto en los halagos. Volvimos en otro taxi, nos acostamos cerca de la una y nos citamos a las 8 en punto para desayunar y seguir nuestras actividades. El día siguiente fue bastante similar y lo resumiré en el siguiente post, con algunas de las fotos que tomé en el viaje. Y aquí enlazo con lo anterior. Como me jode mucho que no se vean las fotos que subo al blog, he intentado evitar que eso suceda, cambiando el mecanismo de subida. Y voy a hacer un test, con la foto que les pongo abajo, la primera del nuevo sistema. Así que, querido Alfred, hazme el favor de decirme si se ve normalmente, o no se ve ni hostia (ya sabes que no hay situaciones intermedias). Si esto funciona, creo que ya no volverá a fallar.

La foto tiene relación con un asunto completamente distinto. Ya saben que una de las diferencias entre hombres y mujeres es la manera de mear, o más bien, la postura en que unos y otras utilizan para ello el inodoro (o, como gusta de llamarlo el amigo Groucho, el excusado). Los tíos solemos mear de pié y ponemos todo perdido. Yo suelo ser cuidadoso pero, desde que mi hijo vive conmigo, el excusado de mi casa está siempre hecho una porquería. Los alemanes, tan innovadores y prácticos para estas cosas, utilizan con frecuencia aseos unisex. En uno de ellos encontré este cartel, y no pude evitar hacerle una foto. En fin, si los muñequitos de algunos semáforos tienen sombrero, estos están dotados de su correspondiente pito y una línea de puntos que señala el pis (no sé si alcanzan a verla).

Sean felices. Y a ver si aprenden de una vez a mear correctamente, coño, no me sean cochinos.





viernes, 16 de octubre de 2015

437. Hamburgo II. El tigre bueno

Bueno, ya saben a qué iba a Hamburgo. El día antes del vuelo de ida, me dispuse a hacer el checking on line, pero antes llamé a Werner para saber si él ya lo había hecho. Así era y le habían dado el asiento 11-A. Entré en la página de Iberia, compañía a la que los ingleses, con su pronunciación desastrosa, llaman Hay-birria, sin darse cuenta de que describen exactamente el estado actual de la compañía. Fui siguiendo los pasos, como cuando uno compra unas entradas para el cine. Hasta una pantalla que decía: ¿Quiere usted elegir ahora su asiento? Sólo me daba dos opciones: sí o no. Si hubiera habido una tercera que dijese: por supuesto, o incluso: claro que sí, hombre, ¿cómo no?, pues la hubiera clickeado sin dudarlo. Como no había semejante gilipollez, pinché en el sí.

Me salió un plano del interior del avión, casi todo ocupado. El asiento más cercano era el 14-A. Lo seleccioné y continué. Entonces me salió una pantalla en la que me pedían los datos de mi tarjeta VISA. Me extrañó, pero rellené todo. Le di a continuar y por fin supe lo que pasaba: los genios de Hay-birria pretendían cobrarme trece (13) euros por la elección de asiento. Otra vez dos opciones: aceptar el pago y continuar, o bien: deshacer la compra. Por supuesto, pinché en la segunda. Me devolvió a la página anterior en la que esta vez pinché en el no. Inmediatamente me asignaron el asiento 17-A y me salió el pdf de la tarjeta de embarque, listo para imprimirlo. Les cuento esta historia insignificante para que estén prevenidos. Como decía el de la grúa que me socorrió el día en que los hados decidieron joderme la tarde, estos de Hay-birria son unos liebres.
   
Eran las 9 de la mañana del día 12 de octubre, cuando salí del portal de mi casa en dirección al Metro de Atocha, para ir a Atocha-Renfe y tomar allí el tren directo a la T-4. A esa hora temprana todo el espacio público estaba ya invadido por los preparativos del Desfile de la Patria, antes llamado de la Victoria. Legionarios patilludos se venían arriba dando vítores destemplados a coro, mientras hacían cola ante un grupo de meaderos provisionales. Cadetes vestidos de gala fumaban a la puerta de los bares donde acababan seguramente de desayunar. Oficiales de punta en blanco esperaban con su sable brillando al sol de la mañana. Por entre el público, bastante numeroso, circulaban con premura tipos armados con pistolones y subfusiles ametralladores, llevados descuidadamente en la mano (espero que con el seguro puesto, pero no estoy seguro, y les aseguro que yo no me sentía seguro a su vera). Ese público era lo peor de todo. Señoras de buena familia emperifolladas como si fueran a una boda, acompañadas de caballeros de aire belicoso, con sus pecheras abarrotadas de insignias y banderitas. Madrugadores con pintas de ser del Opus, o guerrilleros de Cristo Rey, caminando presurosos, para conseguir un buen lugar en las tribunas y no perderse un solo detalle de las fanfarrias y chundaratas previstas. Me costó entrar en el Metro, cuya boca vomitaba una abigarrada masa de patriotas esperanzados.

Los que no entienden nada, piensan que soy enemigo acérrimo del independentismo catalán porque soy pro-español. Desde luego que soy pro-español, pero la gente que el otro día se preparaba para el aquelarre patriótico del Día de la Hispanidad, me produce el mismo asco que los que portaron el puntero secesionista en la última Diada. Estoy completamente de acuerdo con el escritor Julio Llamazares, que dijo en su columna que no ve diferencia entre este tipo de circos y el desfile que acaba de organizar Kim Jong Un en Corea del Norte. La España que yo quiero no tiene nada que ver con estos borborigmos de ardor guerrero. Es una España trabajadora, preparada, tranquila, civilizada e integradora, que espero que eche muy pronto al señor Rajoy, indigno de la sociedad que preside. Estoy convencido de que, si lográramos construir entre todos esa España, los catalanes no querrían largarse. Ahora mismo es un sueño. Pero ya saben que les estoy contando una historia de tres soñadores.

En el avión se sentó a mi lado un tipo mayor, con garrota para apoyarse y un cierto aire de patriarca gitano, aunque era payo. Pegamos la hebra y me contó que llevaba en Hamburgo desde 1965. Un superviviente de la generación del Vente a Alemania, Pepe. Me dijo que regentaba un bar-restaurante en el puerto, que se llama Casa Ricardo. Que en el puerto sólo hay dos bares españoles: el del gallego Antonio y el suyo, que ahora lleva su hija. Él vino a Alemania a trabajar en la Lufthansa, pero luego le vio posibilidades a la cosa de la restauración y se lanzó. No viaja mucho a España pero ahora regresaba tras intentar infructuosamente arreglar sus papeles de la Seguridad Social, por la cosa de la jubilación. Dice que en Alemania se tendría que haber dado de alta como autónomo y eso no le conviene.

Me contó que en Alemania no se vive mal, aunque, proclamó con énfasis, los alemanes son unos cabezas cuadradas. Yo argumenté que, con esto de la Volkswagen había quedado claro que no lo eran tanto, y el tipo se sintió en la obligación de precisar: –Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Sinvergüenzas lo son tanto como cualquier otro pueblo. Pero eso no quita que sean unos cabezas cuadradas. Le pedí que me lo aclarara con algún ejemplo y continuó: –Fíjese usted, por ejemplo, en mi restaurante. La hora de cenar es a las 6. Bueno, pues no viene ninguno a y cinco, ni a menos cinco. Todos a las 6 en punto. Y, claro, la cocina se colapsa. Pero no importa, yo les pongo patatas fritas a montones. Y se las comen. Se van tan contentos. ¡Y alioli! Lo cierto es que en esto han cambiado bastante. Ahora son más abiertos. Cuando yo llegué aquí hace cincuenta años, ponías un poco de alioli en un plato y se iban todos. ¡Qué asco! –decían– qué mal huele. Ahora se lo comen con cuchara. En fin, queridos lectores, que, si un día van al puerto de Hamburgo, ya saben dónde comer.

Werner y yo salimos juntos del aeropuerto y allí fuera nos esperaba Joachim, con un Mercedes de puta madre. Joachim es un tipo muy alto (debe sobrepasar el 1,95), enjuto, recio, de manos grandes y suaves. Tiene, yo creo, más de 70 años, lleva traje gris y corbata, es animoso y desprende autoridad y determinación. Camina con pasos felinos a buena velocidad, muy tieso y con el torso un poco envarado, lo que le da un aire entre la Pantera Rosa y un Frankenstein amable y fraternal. 

A mí me recuerda a Sherekan, el entrañable tigre de El Libro de la Selva. Cuando mis hijos eran muy pequeños, los llevamos a ver la película de Disney. El bueno de Kike, cada vez que salía en pantalla Sherekan, le gritaba: –¡Tigre, malo! Luego, aun repetía su grito por la calle, recordando la película. Tiempo después, alguien le regaló un peluche de un tigre, vestido con una especie de mono de jardinero a rayas rojas y negras. Le cogió mucho cariño, hasta el punto de que no podía dormir sin tenerlo a su lado. Y lo bautizó como El Tigre Bueno. Cuando se le preguntaba cómo sabía él que era bueno, encogía los hombros, abría las manos y, cargado de razón, precisaba: –Tiene pantalón. Un argumento irrebatible: un tigre con peto de jardinero no puede ser mala gente.

Joachim es el tigre bueno de esta historia. Con su aire felino, nos preguntó si queríamos ir al hotel a inscribirnos, dejar las maletas y descansar un poco o, por el contrario, poníamos manos a la obra. Ya imaginan la respuesta. Metimos las maletas detrás y nos dirigimos a la primera cita. Joachim es un gran conductor, pero se perdió y estimó oportuno disculparse con nosotros: lleva conduciendo por la ciudad sólo desde julio, tras 26 años desplazándose en coche oficial. Todo un personaje. La primera visita era precisamente al Consejero de Urbanismo y Vivienda, Mathias Kock, una especie de ministro local del ramo. Joachim estaba preocupado y un poco nervioso. No tenía mucho trato con Kock y tampoco me conocía a mí. De camino nos confesó su inquietud. Dijo que aquel encuentro era decisivo, que tanto Werner como él tenían que hacerse a un lado, que yo era el que representaba a la ciudad de Madrid y era muy importante que estableciera una buena conexión con el ministro. Le dije que no se preocupara, que todo saldría bien.

El señor Kock resultó ser un joven político, preparado, directo, cordial y muy claro. Y, encima, había vivido en Sao Paulo y hablaba portugués, por lo que nos entendimos fácilmente. Me contó cómo era el tema de la vivienda en Hamburgo. Hay cerca de un 80% de viviendas en alquiler. Sólo un 20% en propiedad. Al revés que en España. Pidió una copia en papel de una presentación en power point con la que había estado dando conferencias por toda Latinoamérica antes de acceder a su cargo. Sobre ella nos dio toda clase de explicaciones, antes de regalármela. El sistema se basa en la consideración de la vivienda como un derecho del ciudadano, algo por cuya consecución, usted, querido lector, no tiene por qué andar peleando contra especuladores y prestamistas, sino algo que la administración pública debe ocuparse de darle. Lo establece con claridad una ley federal.

Consecuentemente con este principio, el inquilino de una vivienda social en alquiler que se queda en paro, una vez conseguido el documento del despido sellado por su empresa, se dirige con él a la ciudad-estado de Hamburgo, e inmediatamente la Administración se hace cargo del pago de su alquiler. Indefinidamente; no por un año ni dos: hasta que encuentre trabajo. Y si no lo encuentra nunca, pues hasta que se muera. Entonces pasa a sus hijos. Hay inquilinos de tercera generación viviendo a costa de alquileres pagados por el estado. Eso da una garantía de pago al casero, que favorece la promoción de vivienda en alquiler. Y al promotor, a su vez, esa seguridad le permite obtener créditos a bajo interés. Una máquina perfecta. La ciudad de Hamburgo paga en estos momentos 700 millones de euros anuales por este concepto.

La caraba en bicicleta. Este es el famoso estado del bienestar, y no el nuestro. ¿Y cómo se consigue? Pues está muy claro: con unos impuestos fuertes. Unos impuestos que se quedan en la ciudad. Sólo un 15% va al Estado Federal. El 85% restante se queda en Hamburgo y se emplea de forma eficiente y transparente. También hace falta un marco legal adecuado, estatal y local. Y una buena gestión, imaginativa, ágil y limpia. Pero lo fundamental es una alta recaudación de impuestos. Viendo esto, resulta aún más supina la imbecilidad de la afirmación del señor Zapatero que, supongo, recuerdan: bajar los impuestos es de izquierdas. Hay que joderse. Y también se explica que el bueno de Ricardo, propietario de uno de los dos bares españoles del puerto de Hamburgo, se tenga que ir a España a pelear con los burócratas de la Seguridad Social para arreglar sus papeles. Si tributa en Alemania, le crujen.

La entrevista ha sido un éxito y Joachim está eufórico. Camino de nuestra siguiente cita, me ha dicho que, por cierto, Vidal es nombre de futbolista. Me ha costado caer, pero por fin me he acordado: el gran fichaje mediático del Bayern de Munich fue este verano el chileno Arturo Vidal, un tipo malencarado, rapado, de aire amenazante, lleno de arriba a abajo de tatuajes, al que el Ser Superior no quiso para su equipo, porque su vida privada no es muy edificante. Cuando le he dicho a Joachim que ese impresentable no es pariente mío, ha sacado su media sonrisa maquiavélica de tigre bueno para apostillar: –Afortunadamente. Como ven, otra vez se cruzan todos los temas entre sí. Vamos moviéndonos en círculos, turn around, turn around, turn around. Les dejo con una canción al respecto. El grupo es actual, se llama Incubus, son de California y son muy buenos. Que pasen ustedes un buen fin de semana.



           

jueves, 15 de octubre de 2015

436. Hamburgo I. Tres soñadores

Escribo en el aeropuerto de Hamburgo, donde estoy esperando que llamen a los de mi vuelo de vuelta, DY 5421 de la compañía Norwegian Air Shuttle, con destino Madrid. En realidad estoy tomando notas para el post, que completaré esta noche, en un bloc de notas hurtado del YoHo Hotel Hamburg, the young hotel, en donde he dormido las dos últimas noches, para el negocio que les explico más abajo y del que hasta ahora no he revelado mucho, aparte de mi intención de pedir los días 13 y 14 como jornadas de trabajo. También les he contado que, si quiero que me reconozcan estos días es sólo para comprobar que las cosas han cambiado de verdad en el Ayuntamiento de Madrid, por cuanto está cantado que nos van a devolver los llamados canosos, días extra de vacaciones por antigüedad, lo que a mí me va a suponer cuatro días más, al tener más de 30 años de servicio, y ya no necesito más días libres.

El vuelo está retrasado media hora y tengo tiempo de organizar unas reflexiones, con el orden un poco caótico que me atribuye mi amigo X, gran seguidor del blog, que dice que en mi cerebro las ideas se mueven de forma browniana, como partículas de un gas en reposo. Es cierto, supongo, pero también lo es un hecho que pretendo demostrarles: todos los temas que han ido apareciendo en este blog están relacionados. Todos los temas son, en el fondo, el mismo tema. Mi mente, quizá de forma browniana, lo que hace es volver una y otra vez sobre los mismos asuntos, los que más me interesan o me llaman la atención. Y, aunque parezca que trato sobre un montón de materias distintas, en realidad no hago más que dar vueltas y vueltas sobre lo mismo, como el burro en la noria. No sé cómo me aguantan, la verdad.

Por ejemplo, me pongo a hablar del Deportivo de La Coruña y más de una seguidora arruga la nariz y se apresura a saltar al párrafo siguiente, como muestra de la militancia anti-fútbol de que hacen gala algunos de mis lectores. Pero lo cierto es que el Depor, transcurridas siete jornadas de liga, es el equipo de España al que menos le disparan a puerta. Es decir, que le tiran menos que al Madrís, con su defensa construida a base de millones por el Ser Superior, o que al Barça, emblema de los secesionistas que silban nuestro himno nacional y sin embargo se sienten muy ofendidos de que, fuera de Catalonia-is-not-Spain, se silbe al señor Piqué y encima no nos enteremos de que Me cago en tu puta madre es una expresión amable y genuinamente catalana que para nada pretende insultar al juez de línea al que va dirigida.

Pues, como les digo, el Dépor les da sopas con ondas a todos ellos, por el momento. Bien es cierto que, como tenemos un portero muy malo (el titular está lesionado), de cada dos tiros que le lanzan, uno es gol. Si no fuera por eso, seríamos los líderes de la Primera División. Hablo de la estadística de disparos a puerta de la UEFA, un baremo contrastado que, de momento, no ofrece dudas: el Dépor es el cuarto equipo de Europa al que menos le disparan este año, sólo por detrás del Bayern de Munich, el Borussia de Dortmund y la Fiorentina italiana. Como para no presumir. La pena es que este domingo no ha habido liga, por los partidos de la selección. El segundo de estos partidos se jugó anteayer en Kiev, capital de Ucrania, sede del último Campeonato de Europa que ganó nuestra selección.

Parece que fue ayer. ¿Recuerdan la Plaza de la Independencia, en el centro de Kiev, llena de seguidores de la selección española, agitando sus bufandas y sus banderas? Hace poco más de tres años. Sin embargo, esa plaza se convirtió unos meses después en el icono de la resistencia contra el régimen, con el nombre de El Maidán, como la conocen los habitantes de la ciudad. Allí se inició la revolución que tumbó al presidente prorruso. En este blog se anunció con bastante antelación el peligro de lo que estaba sucediendo. Por una vez acerté y bien que lo siento. Ucrania es ahora un país en guerra civil, con dos regiones al este que pretenden la secesión y la unión con Rusia. Ucrania ha perdido Crimea en este ínterin. Aquí, el paso del tiempo se ha acelerado, forzado por pulsiones violentas.

La violencia incide en la percepción del tiempo de formas diversas: a veces lo acelera y a veces lo congela. El otro día hablábamos de John Lennon. Como a este señor lo mataron cuando tenía 40 años, ya nos hemos quedado con su imagen a esa edad. Sin embargo, algunos colegas suyos han envejecido y ahora están llenos de arrugas. Como Keith Richards  y Eric Clapton. Vean aquí el aspecto actual de ambos.


















Hace muchos años, Lennon los reunió en un supergrupo efímero que se llamó Dirty Mac. Completaba el grupo Mitch Mitchel, el que fuera gran batería de la Jimmy Hendrix Experience, que ya se ha muerto también. Llegaron a actuar en conciertos y aquí tienen su interpretación del Yer Blues de Lennon, en un programa de televisión en el que, previamente, Lennon bromea con un joven y atónito Mick Jagger. Resulta chocante comprobar cómo Richards y Clapton están irreconocibles de puro jóvenes, mientras Lennon tiene la imagen que todos tenemos de él en nuestras mentes. En el fondo, la imagen de Lennon no se ha deteriorado, no hemos llegado a conocer un Lennon podrido como Richards, o descolorido como Clapton. Escuchen la canción y seguimos.


Ya ven lo que hace el paso del tiempo. La puta vejez. Y cómo la violencia altera estas percepciones. En realidad, no sé por qué les cuento esto, si yo lo que quería es hablarles de mi aventura en Hamburgo. Forcemos el pensamiento browniano y vayamos al principio. Como saben, mi amigo suizo Werner Durrer se dedica a traer grupos de visitantes extranjeros, a los que organiza completamente la estancia: hoteles, restaurantes, visitas especializadas y contactos con gente de las administraciones, como yo. Siempre trae grupos muy selectos, de gente de altura, a los que da una visión urbanística especializada y de calidad. A finales de junio, trajo a uno de estos grupos. Se trataba de una delegación de la VNW, potente federación de cooperativas de vivienda social y empresas municipales de la vivienda, del norte de Alemania, con sede en Hamburgo.

Hay quince de estas federaciones en Alemania, pero esta es de las más antiguas y poderosas y abarca toda la zona de Bremen, Hamburgo, la región de Schleswig-Holstein (al sur de Dinamarca) y la Pomerania occidental, donde están Lübeck, Rostock y otros puertos de la antigua Alemania Oriental. Presidía la delegación su presidente histórico, a punto de jubilarse, que se llama Joachim Wege. Resultó que yo no pude atenderles, porque estaba en Leipzig, pero me sustituyó un compañero que conoce mis presentaciones. Y se fueron encantados del viaje en su conjunto y de las atenciones de Werner. En algún momento, Joachim le dijo que si quería venir a Hamburgo a seguir hablando de las diferencias en la política de vivienda social en ambos países y profundizar en la relación entre las dos ciudades. Y Werner entró al trapo, porque en eso es igual que yo. Después, me habló del caso en nuestra comida en La Castela y yo me apunté también, aunque saqué el billete de avión después.

Joachim se jubilaba a final de junio. Y, cuando supo que queríamos ir a visitarlo nos organizó un programa apretadísimo de encuentros con responsables de diversas cooperativas de la zona, visitas de campo y hasta un encuentro con el Consejero de Urbanismo y Vivienda de la ciudad de Hamburgo, o sea el equivalente a un ministro. Tal vez recuerden que Hamburgo, con Bremen y Berlín, son las tres ciudades-estado de Alemania, como Ceuta y Melilla, y que las dos primeras tienen su origen como tales en la Liga Hanseática de la que les hablé cuando visité la ciudad el año pasado. Joachim, a quien yo no conocía, se puso tan contento con nuestro viaje que decidió reservar una habitación en nuestro hotel (él vive en el campo, a una hora de Hamburgo), con objeto de poder atendernos debidamente, guiarnos por la ciudad y acompañarnos a todas las visitas. Un detalle que revela a un tercer soñador, como Werner y yo. Recuerdan la vieja estrofa de Lennon: You may say I’m a dreamer/but I’m not the only one…

Ese era el contexto que me esperaba en estos dos días vertiginosos, que les contaré en la segunda (y quizá en una tercera) parte de este texto que debo cortar aquí, por cuestiones de formato. Ya saben que no quiero pasarme mucho de los dos folios. Mi objetivo en esta aventura, además de pasármelo bien y disfrutar del viaje, era establecer un primer contacto con una cultura de vivienda social basada en el alquiler, que en España brilla por su ausencia y que podría servir de ayuda en las nuevas líneas de trabajo de la corporación recién elegida. Conocer de primera mano cuál es el modus operandi de estas cooperativas, el marco legal, la forma en que abordan la rehabilitación de edificios existentes, o las posibilidades que ofrecen para acoger la avalancha de refugiados sirios.

Otro tema este de los sirios en el que me anticipé en un post bastante flojito, cuyo único valor es el de haber empezado a hablar del asunto uno o dos días antes de que se apoderara de los titulares de toda la prensa. En fin, que esto es dar vueltas circularmente sobre algunos temas que se repiten. Hoy miércoles he acudido a mi taller de conversación inglesa, sumándome al nivel B-2, porque ayer martes estaba en Hamburgo. Nos hemos enrollado más de lo normal y he llegado cerca de las 11 de la noche. Por eso no he terminado de escribir este post a tiempo y la fecha se ha saltado al jueves. Continuará.


jueves, 8 de octubre de 2015

435. Tributo a John Lennon

Mañana 9 de octubre de 2015, John Lennon hubiera cumplido 75 años. En días de poco tiempo libre para dedicarlo al blog, me sorprende esta efeméride, de la que tengo noticia por una información leída al azar. Su viuda Yoko Ono decidió organizar un acto masivo en recuerdo de su marido, para lo que convocó el otro día en Central Park a cerca de 2.000 personas, incluyendo amigos, políticos, músicos y celebridades. Todos juntos formaron un símbolo gigante de la paz en el East Meadow, una de las praderas más despejadas del parque. Abajo unas imágenes de este tributo a uno de los músicos de rock más extraordinarios de todos los tiempos. De hecho el rock como fenómeno de masas nació a partir del éxito inesperado y fulgurante de los Beatles.





















Empecé a escuchar a los Beatles de niño. Año 62 o 63. En la radio llegaron a tener tres canciones a la vez, entre las diez que seleccionaba el programa de radio Los Superventas, antecedente inmediato de Los 40 Principales, que presentaba un joven de verbo fácil llamado José María Íñigo. Por aquellos años, salía con los amigos y solíamos ir a los Jardines de Méndez Nuñez. Allí, en el centro del parque, había un edificio de hormigón de estilo racionalista (dato que entonces yo ignoraba, obviamente) y que, por lo que tengo entendido, existe todavía. Posiblemente esté protegido como monumento. Por unas escaleras exteriores con la típica barandilla de tubo, se accedía a la planta de arriba, en donde había un bar con una rockola que tenía todos los singles de los Beatles.
 
Echando una monedita, el brazo articulado capturaba el disco preseleccionado y hacía sonar la canción. Podía ponerse la cara A o la B. No recuerdo de cuánto era la monedita que había que echar. Lo que si conservo es el recuerdo de pasar las horas muertas de las tardes de domingo escuchando una y otra vez los éxitos de aquel nuevo grupo, al que hasta el Hola, la revista que compraba mi madre, había dedicado un reportaje. Bebíamos gaseosa todavía, de las botellas de cristal que llamábamos boliches. No habíamos empezado con la cerveza y ya bailábamos la música de los Beatles. En un guateque en casa de un compañero de curso alguien que estaba al día nos enseñó a a todos  a bailar el twist, lo último de lo último. 

Como homenaje a John Lennon, nada mejor que escuchar algunos de sus temas, empezando por los del principio. Por ejemplo, esta versión de un tema ajeno, incluida en el primer disco publicado de los Beatles: Baby it’s you. Era una canción del repertorio habitual del grupo desde 1961. Vean con qué sensibilidad cantaba este hombre con apenas 21 años. Les sugiero ponerla en pantalla grande, porque las imágenes del joven Lennon son conmovedoras


Aquí una de sus canciones más características: Bad Boy (1965), en realidad otra versión de un tema ajeno, que por letra y música podría haber sido firmado por el propio John, porque concentra mucho de su sentido del humor y energía creativa. El archivo contiene también imágenes curiosas de todo el grupo en sus años juveniles.


Podrían escribirse ríos de tinta sobre este personaje y aportar muchísimas de las canciones de su época más fecunda. Yo voy a seleccionar un par de ellas más. En primer lugar Girl, composición del propio John, también lanzada en 1965 y famosa, además de por su calidad y delicadeza, por el gol que le coló a la censura británica, que no se enteró de que el coro repetía insistentemente tit, tit, tit, tit (teta), palabra bastante impropia para la pacata sociedad de la época.


Una más: I’m so tired. John Lennon estaba muy cansado. Cansado de la fama del grupo, de la vorágine de las giras, de las grabaciones de estudio. De su distancia cada vez mayor con Paul McCartnney. Quería descansar, huir del mundo y lo expresaba con toda claridad en esta canción incluida en uno de los últimos álbumes del grupo. 


De ese hastío, de esa vivencia existencial decepcionante le rescató el amor por Yoko, la persona más odiada por los fans del grupo, que la responsabilizan de su disolución. Siempre he creído que, si no hubiera encontrado a Yoko, se hubiera ido con cualquier otra. Y que fue muy feliz con ella, al menos en los primeros tiempos. Después, la pareja tuvo sus más y sus menos y justo acababan de reconciliarse cuando un imbécil, que todavía sigue pudriéndose en la cárcel, tuvo la ocurrencia de dispararle a bocajarro a las puertas del edificio Dakota donde vivía, enfrente del Central Park. Un viejo bloque neogótico de apartamentos, donde Polansky había rodado La semilla del diablo. Cada vez que voy a Nueva York no dejo de hacer una visita a este tétrico inmueble, en el que no se puede entrar y donde vive todavía Yoko Ono.

Años antes de este final desdichado, John vivía en una vorágine feliz, muy distinta de la que le tenía tan cansado anteriormente. Y era capaz de contarlo en una canción con la que ya me voy despidiendo. La Balada de John and Yoko. Una muestra de que este hombre genial, autor de unos cuantos libros publicados, era también un buen escritor, capaz de hacer poesía y reírse de sí mismo, narrando lo cotidiano de la existencia disparatada de sus primeros años con Yoko. Abajo les he puesto la letra y su traducción. La tenía preparada de antes, entre el material que tengo listo para subir al blog. Ahora, ya saben que no tengo tiempo como para andar haciendo traducciones. Duerman bien y sean felices.


Standing in the dock at Southampton 
Trying to get to Holland or France 
The man in the mac said "you've got to turn back" 
You know they didn't even give us a chance 
Christ! you know it ain't easy 
You know how hard it can be 
The way things are going 
They're going to crucify me 
Finally made the plane into Paris 
Honeymooning down by the Seine 
Peter Brown called to say 
"You can make it O.K. 
You can get married in Gibraltar near Spain" 
Christ! you know it ain't easy 
You know how hard it can be 
The way things are going 
They're going to crucify me 

Drove from Paris to the Amsterdam Hilton 
Talking in our beds for a week 
The newspapers said 
"Say what you doing in bed 
I said "We're only trying to get us some peace" 
Christ! you know it ain't easy 
You know how hard it can be 
The way things are going 
They're going to crucify me 

Saving up your money for a rainy day 
Giving all your clothes to charity 
Last night the wife said 
"Oh boy, when you're dead 
You don't take nothing with you but your soul, think!" 

Made a lightning trip to Vienna 
Eating chocolate cake in a bag 
The newspapers said 
"She's gone to his head 
They look just like two Gurus in drag" 
Christ you know it ain't easy 
You know how hard it can be 
The way things are going 
They're going to crucify me 

Caught the early plane back to London 
Fifty acorns tied in a sack 
The men from the press said, "We wish you success 
It's good to have the both of you back" 
Christ! you know it ain't easy 
You know how hard it can be 
The way things are going 
They're going to crucify me
Estábamos en el muelle de Southampton 
Intentando ir a Holanda o Francia 
El tío del impermeable dijo "tenéis que volveros" 
No nos dieron la menor oportunidad 
¡Cristo! no es nada fácil 
Ya ves qué duro puede ser 
Tal como van las cosas 
Acabarán crucificándome 
Por fin conseguimos un avión a París 
Pasamos la luna de miel junto al Sena 
Peter Brown nos llamó para decirnos 
"¡Ya está, todo arreglado! 
Os podéis casar en Gibraltar, junto a España" 
¡Cristo! no es nada fácil 
Ya ves qué duro puede ser 
Tal como van las cosas 
Acabarán crucificándome 

Fuimos en coche desde París al Hilton de Ámsterdam 
charlamos en la cama una semana 
Los periódicos dijeron 
"Oigan, ¿qué están haciendo en la cama?" 
Yo dije, "Sólo queremos un poco de paz" 
¡Cristo! no es nada fácil 
Ya ves qué duro puede ser 
Tal como van las cosas 
Acabarán crucificándome 

Ahorrando dinero para los tiempos difíciles 
Dando toda la ropa a los pobres 
Anoche mi mujer me dijo 
"Muchacho, cuando te mueres 
Lo único que te llevas es el alma, ¡piénsalo!" 

Hicimos un viaje relámpago a Viena 
comimos pastel de chocolate en una bolsa 
Los periódicos dijeron 
"Ella se le ha subido a la cabeza 
Parecen dos gurús travestis" 
¡Cristo! no es nada fácil 
Ya ves qué duro puede ser 
Tal como van las cosas 
Acabarán crucificándome 

Cogimos el primer avión de vuelta a Londres 
Con cincuenta bellotas atadas a un saco 
Los tíos de la prensa dijeron, "Que tengáis éxito 
¡Qué bien que estéis de vuelta!" 
¡Cristo! no es nada fácil 
Ya ves qué duro puede ser 
Tal como van las cosas 
Acabarán crucificándome


lunes, 5 de octubre de 2015

434. Pendientes de un hilo

Así es como les tengo, pendientes de un hilo, pero no sufran, que no los voy a dejar tirados. A una semana de irme a Hamburgo y con un cerro de cosas por hacer, aquí me tienen aprovechando un pequeño pliegue del tiempo para ponerlos al día. No se preocupen, hombre. Ya les he dicho que tengo intención de mantener el blog, aunque in a slower frequency. Esta semana es crítica, porque voy muy retrasado en la escritura de mi texto de 15 páginas sobre Madrid Río, y además he de elaborar un cuestionario de temas a plantear a los alemanes y una memoria convincente sobre esta aventura, para incorporarla a la petición (firmada por mi Director General) a Recursos Humanos para que me consideren los días 13 y 14 como jornadas de trabajo externo. Como también les he dicho, se trata de un test decisivo para confirmar si los tiempos han cambiado de verdad.

Durante el Trienio Negro felizmente finiquitado, una petición como esta habría acabado en la papelera. La carcelera nazi que nos controlaba el horario hubiera argumentado que nadie me había dado orden de ir a Hamburgo, que lo hacía yo como cosa mía. Eso es verdad. Pero no es menos cierto que no me voy a Hamburgo de vacaciones. Que he tenido una iniciativa de la que espero sacar unos determinados resultados que resulten útiles para la ciudad y el Ayuntamiento para los que trabajo. Resultados que tampoco puedo garantizar al cien por cien. Pero me pago yo el billete y la estancia de dos noches. Así que veremos si mi petición prospera. Desde la cúpula municipal se nos impulsa a tomar iniciativas, pero yo, hasta que no lo vea, no me creeré que me dan esos días como jornadas de trabajo fuera de la oficina. Recursos Humanos no es el nombre real de la unidad que tiene que concederme los días. Tampoco lo era Asuntos Internos, como llamaba yo a los de antes (mal rayo les parta).

El caso es que esos textos que he de escribir me ocupan los pequeños lapsus de tiempo libre que tengo a lo largo del día y que en este último mes usaba para escribir mis posts. Porque no se crean que mi peripecia laboral ha cambiado bruscamente de un día para otro. No, no. Ha sido un proceso gradual. En realidad fui yo el que cambié de actitud y empecé a preparar cosas por mi cuenta. Lo demás fue rodando. Cuando empecé a bailar bajo la lluvia, no tenía ninguna seguridad de que fuera a perder mi condición de funcionario menguante, de sujeto amortizado en trance de convertirse en invisible. Podría decir como James Brown: I knew that I would, pero no es cierto. Yo no supe que pasaría. Vale, tranquilos, que ya se lo pongo: I feel good, I knew that I would now.  


Además de escribir esos textos, resulta que me espera una semana marinera. Esta mañana me la he pasado entera fuera de la oficina, por lo que les cuento más abajo. El jueves he de recibir a una delegación del Ayuntamiento de Leiden, pequeña ciudad holandesa cuyos funcionarios quieren enterarse de todo lo concerniente a Madrid Río, en el contexto de la historia del urbanismo madrileño. Se lo contaré en inglés a primera hora en un local que me presta la Junta de Distrito de Arganzuela, desde la que saldremos luego a dar una vuelta en bicicleta por el parque. Es decir, toda la mañana ocupada. Y el viernes tengo a otra visita, esta vez de Helsinki. Por fortuna, estos vienen a la oficina de mi destierro y no seré el único orador, por lo que sólo me harán perder una hora.

Ya sé lo que están pensando. Que podría haber usado el fin de semana para escribir mis textos. Pero es que en el fin de semana tampoco he parado. El viernes me tuve que quedar en el curre hasta las cinco de la tarde para redondear horario (era último día de mes y, como les digo, aun no sé si esto lo controla Recursos Humanos o Asuntos Internos, y no conviene hacer probaturas antes de tiempo). A esa hora me fui a casa y bajé a correr. Después de ducharme y cenar, salí caminando hasta el antiguo Café Lyon, enfrente de Cibeles. Este lugar se llama ahora The James Joyce Irish Pub y presta su local para conciertos. A las 11 estaba programado el concierto del grupo Roma, que lidera mi colega Manolo Maestre, después de Jimmy Hendrix el mejor guitarrista que he visto nunca y no exagero. Este hombre ha tocado más de 20 años en grupos locales de heavy metal, antes de montar su propio grupo, que completan su mujer (cantante), bajo y batería. Hubo que esperar a que terminara el partido del mundial de rugby que daban por varias pantallas gigantes, para que pudieran empezar a tocar.

Total, que acabamos a la una y media. El sábado estaba reventado y resacoso, así que dediqué la mayor parte del día a leer, porque he de terminarme el libro de Murakami cuanto antes, para poder meterme con el primero del Club de Lectura, cuya rentrée tendrá lugar el próximo 20 de octubre. Y bajar a un bar a ver el partido del Dépor por la tarde. El domingo, fui al cine a ver Irrational Man, la última película de Woody Allen, que les recomiendo sin dudarlo, aunque reconozco que con este señor, igual que con Murakami, no soy una fuente muy imparcial. Allen es un genio y además un currante: cada año hace al menos una película. Algunas son peores. En mi opinión, ésta es de las buenas. Si les gustó Match Point, digamos que ésta explora la misma senda argumental, con un guión redondo en el que el más mínimo detalle acaba siendo trascendental, y con un Joaquin Phoenix extraordinario, como siempre.

Fui al cine a las 4 de la tarde, porque a las 7 había quedado en el Café Central con mi amigo Werner, compañero de aventura en Hamburgo, para centrar un poco los aspectos técnicos de lo que vamos a hacer por las tierras hanseáticas. Werner es el padre de este viaje (y yo la madre), que concebimos en otra reunión loca en la que terminamos cogiendo dos bicicletas del sistema público de la señora Botella, para volver a casa. Esta vez continuamos con medio chuletón en el Viña-P, en plena Plaza de Santa Ana, donde proseguimos nuestra tarea de cultivar ideas para esta aventura de resultado incierto. Eran las mil y monas cuando me despedí de él y enfilé la calle Huertas hasta mi casa, bajo una llovizna insidiosa, fenómeno climatológico al que saben que los coruñeses somos inmunes.

Y ya que hemos hablado de lluvia, esta mañana ha caído un chaparrón importante y ¿qué ha pasado? Pues lo previsible. Un atasco estratosférico. En esta ciudad, en cuanto caen cuatro gotas, los conductores se atocinan, les entra la cagueta y el tráfico se colapsa. Si los de La Coruña hicieran eso, la ciudad estaría todo el año atascada. Por fortuna, esta mañana he usado el transporte público y me he ido al trabajo en Metro. No lo he hecho por la lluvia, sino porque tenía que ir al Ministerio de Fomento para participar en la jornada inaugural del Mes Mundial de Hábitat, como flamante miembro del Comité Nacional en representación del Ayuntamiento. Esté Comité lleva más de 20 años funcionando y nunca había habido un representante formal de la ciudad de Madrid. Ya estaba el PP en el poder municipal cuando se creó. 

Así que, igual que en la Semana de la Movilidad se producen unos atascos gigantescos, hoy hemos brindado por el Día Mundial del Hábitat con un colapso urbano integral. Cosas de una ciudad completamente desfasada en política de movilidad. La jornada se acababa a mediodía, así que he cogido el 27 y me he ido a casa. Antes de comer, me he tomado una caña en El Brillante y se me ha ocurrido decirle a Álvarez que quería hacerme una foto con él, con el uniforme de camarero, para colgarla en el blog. Menuda bronca me ha echado. Pero bueno –decía–, a qué tanta foto y tanta mariconada. Hombre, como te vas a jubilar… ¿Quién lo ha dicho? Joder, Álvarez, tú mismo me lo dijiste, que te vas el 1 de noviembre. Pues de eso, nada: de aquí no me mueve nadie hasta las navidades y luego ya veremos. En fin, qué carácter tiene este hombre, oyes. Ya que no puedo cerrar este post con la foto que se merece, pues les pondré otra que no le va muy a la zaga. Corresponde a la sesión del Club de Lectura con Leonardo Padura, que entonces no sabía que unos meses más tarde sería galardonado con el premio Princesa de Asturias de las letras. El de la izquierda es otro ilustre: el gran Ronaldo Menéndez, sublime escritor cubano que dirige nuestro Club. Que duerman bien. Y no sean angustias. Esto sigue. Como decía mi padre: hasta que nos  muéramos.