Las historietas del post anterior
sobre los extremos ridículos a que llegaba la censura y los chistes con que los
rumanos se defendían de ella, eran asuntos que afectaban a la gente culta y
urbana, a los universitarios e intelectuales de Bucarest y de Timisoara,
capaces de sacarle punta al apelativo Codoi asignado a Elena Ceaucescu.
La gente del pueblo, los currantes del medio rural, eran indiferentes a estas
sutilezas. Incluso apoyaban puntualmente al régimen frente a sus críticos. Sus
problemas eran otros. El pueblo valora más la comida que la libertad, la
supervivencia que los principios. El régimen les ofrecía trabajo, les
garantizaba educación y sanidad gratuitas y les prometía estabilidad. Lo
demás eran pejigueras de cuatro elegantes de Bucarest.
Sin embargo, el pueblo sufría
determinadas leyes y normativas, impuestas por la fuerza, que ya existían desde
el comienzo del mandato de Ceaucescu, pero, tanto los gobiernos occidentales,
como los partidos eurocomunistas del oeste de Europa, se esforzaron en mirar
para otro lado, mientras pudieron. En los años duros del final de la era
Ceaucescu, estos aspectos se agudizaron al superponerse con una situación de
miseria extrema, de carencia de las más mínimas condiciones vitales. Pero estas
leyes ya existían antes. Por ejemplo, el Decreto 770 es de 1966, sólo un año
después de la asunción por Ceaucescu de la Jefatura del Estado.
¡Ah! ¿Que no saben ustedes en qué
consistía el Decreto 770? Pues enseguida se lo explico. Desde su nombramiento,
Ceaucescu se propuso aumentar la población nacional como objetivo prioritario. Para hacer a Rumanía más grande y más poderosa, había que fomentar la natalidad como fuera. En consecuencia, se prohibió el
aborto y el uso de todo tipo de sistemas anticonceptivos. Rumanía, que tenía
una regulación del aborto de las más progresistas del mundo, se encontró de la
noche a la mañana con una restricción absoluta. “Quienes no asuman el deber de
tener hijos serán considerados desertores de la nación”, decía textualmente la Ley de Continuidad Nacional,
especie de reglamento del Decreto 770. Un poco más abajo: ”El embrión humano es
propiedad de toda la sociedad”. El resultado fue el nacimiento de dos millones
de niños, en los tres primeros años de vigencia del Decreto, muchos de ellos no
deseados, o imposibles de mantener por las familias de escasos recursos, por lo
que empezaron a proliferar los orfanatos públicos.
Pero la cosa no quedaba aquí. Las
mujeres tenían el deber patriótico de tener al menos 4 hijos. Las familias que
alcanzaban esa cifra se beneficiaban de una bajada de impuestos, que por el
contrario eran incrementados a las que no la alcanzaban. Al quinto hijo, la
madre recibía la Medalla
de la Maternidad ,
que le daba el jefe local del Partido. Y la que llegaba al hijo número 10, era
considerada Madre Heroica, lo que le daba derecho al supremo honor de recibir
su medalla de las manos del propio Conducator, o de las no menos inmaculadas de su esposa. Las mujeres sin
hijos debían pasar revisiones ginecológicas mensuales en sus centros de trabajo
y, a menos que aportasen certificados médicos solventes, eran gravadas con un
impuesto de celibato. Se creó un cuerpo de agentes médicos que visitaban en su
casa a las mujeres poco fértiles, a los que la gente llamó la policía de la
menstruación. Estaban exentas de esta vigilancia las madres de 4 o más
hijos, las mayores de 45 y, como no podía ser menos, las que tenían una alta posición en el Partido.
Esta vigilancia se volvía más
extrema con las embarazadas, para evitar que abortasen, lo que sólo consiguió
que se siguieran practicando abortos en condiciones poco higiénicas e
inhumanas, con una mortalidad que se ha cifrado en 10.000 mujeres (en toda la era
Ceaucescu). En 2007, el director de cine rumano Cristian Mungiu rodó la
peripecia de uno de estos abortos, en la terrible película Cuatro meses,
tres semanas, dos días. Es un film desnudo, sin ningún adorno de lenguaje
cinematográfico, sin música, sin encuadres rebuscados. Se limita a narrar la
historia con precisión de cirujano. La película fue justamente premiada con la Palma de Oro de Cannes de
ese año. Si no la han visto, me atrevo a recomendársela, pero, por favor: sólo
si están ustedes en un estado anímico fuerte. En caso contrario, no la vean. Es
muy dura.
¿Por qué empeoraron las
condiciones de vida en los últimos años de Ceaucescu? Pues por una única y
dramática razón. Rumanía había alcanzado una prosperidad relativa, basada en
las ayudas de banqueros y prestamistas occidentales. La deuda nacional era
importante, se empezó a dudar de la capacidad del país para devolverla y los
prestamistas comenzaron a reclamar su dinero. Y Ceaucescu decidió que había que
devolver esa deuda a toda costa. Él había querido liberar a su pueblo
propiciando un crecimiento económico sostenido y, para eso, había pedido
créditos a mansalva. Pero los rumanos no serían libres del todo hasta que se
quitasen de encima la losa de la deuda externa. ¿Y eso cómo se hace? Pues, con
perdón, pregúntenselo a Rajoy. Ajustes y más ajustes. Pero ya quedó acreditado
que Ceaucescu era un tipo duro. Sus ajustes fueron terribles.
Se forzó a los agricultores a intensificar
sus cosechas, que eran íntegramente requisadas para venderlas al extranjero y
reducir el déficit de la balanza de pagos. Se hizo lo mismo con la producción industrial, vendida al exterior a precios de dumping. A cada rumano se le daban 200 gramos de trigo al
día, presentando el DNI. La gente empezó a pasar verdadera hambre. Estaba
prohibido matar un cerdo sin permiso. Las raciones de otros alimentos eran
también mínimas. Y empezó el desabastecimiento de los productos básicos, las
colas, las carreras cuando llegaba el rumor de que un tendero determinado había
recibido un cargamento de alguno de los productos más escasos.
Siguieron los cortes de energía.
No había gasóleo para los tractores y camiones. Muchos días sólo había dos
horas de electricidad. En ese lapso, se podía conectar el único canal público
de TV, que todo el rato contaba los nuevos éxitos de la familia Ceaucescu en su
carrera por hacer de Rumanía una potencia de primer orden. Mientras los voceros
del régimen glosaban los logros de La
Edad de Oro, la gente cortaba árboles para calentarse
con sus estufas de leña. Había hambre, frío y miedo. Se mendigaba y se robaban
alimentos. Mi amiga L. simboliza todo eso en un detalle: las moscas. Había
moscas por todos lados, se posaban a miles sobre la escasa comida, atacaban las
comisuras y los ojos. Ellas también sufrían los ajustes.
A partir del éxito internacional
de la película Cuatro meses, tres semanas, dos días, el director
Cristian Mungiu se embarcó en un segundo proyecto, en su afán de contar lo que
sucedió en estos últimos años de dictadura, sin hablar para nada de Ceaucescu
ni del régimen comunista, simplemente narrando las vicisitudes de la gente de a
pie. Este segundo film se llama Historias de la Edad de Oro (2009), y es una película compuesta
de cinco sketchs desternillantes sobre historias reales que, por su
surrealismo, remiten a los mejores guiones de Berlanga y Azcona. Mungiu dirige
la primera y produce las demás. Los problemas de una familia para matar un
cerdo sin que chille, para que no se entere nadie, son sólo un ejemplo del
absurdo de los años finales del régimen. Ésta sí que se la recomiendo sin
dudarlo, van a pasar un buen rato y aprenderán más de Rumanía que con
cualquiera de mis textos.
La miseria del pueblo era sólo
uno de los dos brazos de la tenaza que produjo finalmente la revolución de
1989. El otro es ciertamente increíble. Porque mientras su pueblo pasaba hambre
y frío, el dictador no se aplicaba sus ajustes a sí mismo y no retiró un solo leu de las obras gallardónicas que se le iban ocurriendo, todas destinadas
igualmente a liberar al pueblo de sus yugos ancestrales. Hay tres especialmente
singulares: el Canal del Danubio al Mar Negro, la carretera de los Fagaras y el
Palacio del Pueblo de Bucarest. Yo he visitado las dos últimas, y puedo
asegurarles que la faceta de urbanista de Ceaucescu es todavía más sorprendente
que las otras. No se pierdan el episodio siguiente. Se lo prometo con fotos.
Que pasen un buen finde.
El Decreto 770 es el culpable de la proliferación de orfanatos en unas condiciones higiénicas lamentables. Cuando se descubrieron tras la revolución, en España la gente se lanzó a adoptar niños de esos centros. La mayoría tenían unos trastornos de personalidad tremendos e irreversibles: autismo, hiperactividad, retrasos motores y cognitivos, etc. Quién no conoce a alguien con niños adoptados en estas condiciones.
ResponderEliminarAl menos conozco a tres parejas que adoptaron niños rumanos, todas con graves problemas de difícil reversión. De todas formas, aquí también hubo guerra de cifras y tergiversaciones tremendas. Según los datos actuales, en el momento de la caída de Ceaucescu había en Rumanía cerca de 700 orfanatos, con unos 150.000 niños. La mayoría tenían unas condiciones de subsistencia e higiene escuetas pero aceptables. Sólo una exigua minoría respondía al perfil deducible de las fotografías sensacionalistas que se publicaron en todos los medios, con niños desnutridos y aterrorizados, sentados sobre sus propias heces. Sin embargo hay que aclarar que los que procedían de instituciones con una atención correcta, también presentaban trastornos de comportamiento severos. El gobierno rumano interrumpió en 2001 la posibilidad de adopciones por familias extranjeras. En ese momento se habían producido unas 40.000 adopciones por familias occidentales. Actualmente parece que quedan unos 30.000 niños en los orfanatos rumanos, que ya gozan de una atención psicopedagógica puesta al día.
EliminarOtro tema que se disparató fue el famoso del SIDA en los orfanatos. Tal vez recuerden la noticia de portada del ABC, El inMundo, etc.: Un 20% de los niños de los orfanatos rumanos tiene SIDA. Cuando se pudo hacer una radiografía precisa del problema, las cifras se revelaron mucho menores. La Fundación Anti SIDA de Héctor Anabitarte habla de 361 casos documentados de infectados por el virus. Un retrato más coherente con una situación tan cerrada como la rumana antes de 1989.
Como ya les he explicado, Ceaucescu es un "malo oficial" y cualquier tergiversación informativa en su contra es celebrada y aplaudida por determinados medios y su público.