El otro día, respondiendo a un
comentarista de mi primer post sobre Rumanía, conté lo que decía mi amiga
rumana L: ella y los suyos no podían esperar a que su tierra alcanzara el nivel
de desarrollo de Europa, una meta que, según ellos, requeriría unos 50 o 60
años. Ellos no podían esperar tanto. Ellos querían vivir bien ya. ¿Cómo fue
posible que Rumanía alcanzara un nivel de miseria económica y moral al final
del régimen de Ceaucescu, como para acumular un retraso semejante? El tema es
muy complejo y excede de las posibilidades de este blog. Yo me voy a limitar a
hacer una breve semblanza de la figura de Ceaucescu, y aun así no me alcanza
con un solo post. Pero, por si quieren de verdad profundizar en un asunto tan
difícil de resumir, les pongo aquí dos links.
El primero, ESTE,
es una amplia exposición del profesor rumano Barbu Stefanescu, de 2002, que
cuenta la larga historia de los diferentes regímenes que han imperado en
Rumanía desde el final de la
Gran Guerra. Según este señor, Rumanía no tiene tradición
democrática y, desde la monarquía del período de entreguerras, hasta el actual
régimen democrático, todos los sucesivos sistemas de gobierno (incluido el período
de Ceaucescu) han sido simulaciones: los rumanos hacen como si, para que
se les homologue a nivel supranacional, pero en realidad se siguen rigiendo por
mecanismos ancestrales de poder y dominación feudal, controlados por las
familias que desde el origen de los tiempos han mandado en estas tierras. Lo
dice un rumano.
El segundo, ESTE OTRO,
es el resumen de un ciclo de conferencias en torno a la transición
post-Ceaucescu, con interesantes análisis de Ludolfo Paramio, Petre Roman
(senador y exprimer ministro de Rumanía de origen español) y algunos otros
expertos. Tanto estos textos como el anterior, son largos y no muy fáciles de
leer, así que sólo se los recomiendo a quien de verdad esté interesado en
conocer todos los matices de este peliagudo episodio histórico. Unos hechos que
tuvieron su punto álgido en lo que los rumanos llaman todavía La
Revolución de 1989,
aunque, siguiendo al profesor Stefanescu, podría pensarse que se trató de hacer como si hacían una revolución.
Nicolae Ceaucescu es un personaje
realmente singular. De familia humilde, nacido en 1918 en un pequeño pueblo de
los Cárpatos, a los 11 años se va a Bucarest a trabajar en una fábrica, a los
14 se afilia al clandestino Partido Comunista de Rumanía, a los 15 es detenido
por primera vez por participar en algaradas callejeras y comienza un largo
rosario de encarcelamientos sucesivos que culmina con el paso por un campo de
concentración nazi. Como ven, se trata de un tipo duro, curtido en la lucha
desde edades increíbles. En la cárcel conoce a dos personas que resultarán
claves en su vida: Elena Petrescu, con la que se casa en 1946 y que permanecerá
con él hasta el final y Gheorghe Gheorghiu-Dej, miembro del Comité Central del
partido, que lo adopta como ayudante, impresionado por su empuje y juventud. Al
final de la Segunda
Guerra Mundial , Gheorghiu-Dej se convierte en secretario general y
encabeza el movimiento que derrocará al gobierno pro-nazi y repondrá en su
puesto al prorruso rey Miguel, al que luego mandará al exilio. Ceaucescu es ya por
entonces secretario general de las Juventudes Comunistas y será el flamante
Ministro de Agricultura del primer gobierno de Gheorghiu-Dej.
Desde los primeros momentos,
Rumanía se empieza a distanciar de la línea oficial de la Unión Sovietica.
Kruschev ha sucedido a Stalin en 1953 y tiene sus propia ideas, una de ellas la
especialización de los países soviéticos, en la que a Rumanía le tocaría
dedicarse en exclusiva a la agricultura y la ganadería para convertirse en el granero
y la despensa de toda la
Unión. El presidente Gheorghiu-Dej, contrario a esta línea y
fiel a los presupuestos estalinistas, decide continuar promoviendo la
industrialización del país y le pide a Rusia que retire las tropas de su
territorio. A la muerte del presidente en 1965, Ceaucescu le sucede en el cargo. Una de sus primeras decisiones es desmarcarse de la invasión de
Checoslovaquia unos años más tarde, y criticar duramente la represión de la
llamada Primavera de Praga.
Este desmarque le hace grato a
occidente. Estados Unidos le baila el agua y le halaga por todos los medios.
Para los yanquis, Ceaucescu es un tesoro: un disidente que puede llegar a ser
una fisura en el monolítico bloque soviético. En los años 70, Rumanía (como
Yugoslavia) se beneficia de un volumen de crédito de los bancos occidentales
que induce una prosperidad desconocida en el país. Ceaucescu piensa que la
industrialización liberará a sus compatriotas del atraso secular del mundo
rural agrícola. Por eso pone en marcha una serie de planes quinquenales de inequívoco perfume estalinista, en los que no le
tiembla la mano a la hora de demoler pueblos enteros para realojar a sus
habitantes en barrios de bloques en torno a los nuevos centros productivos creados
de prisa y corriendo con el dinero occidental.
En esos momentos, Ceaucescu se
convierte en una referencia para los eurocomunistas (Carrillo, Marchais y
Berlinguer). Y en un tipo al que se invita a las mejores casas del mundo: le recibe con
honores la reina Isabel de Inglaterra, le visita en Bucarest hasta Nixon, el
presidente tramposo. Le invitan a Disneyland, a donde acude con Elena y se deja
fotografiar al lado de Mickey Mouse. Hay fotos abundantes de todos estos
eventos en Internet, al tipo le gustaba fotografiarse. Para los partidos de izquierda
de las democracias occidentales, la prosperidad real o ficticia de Rumanía es
una demostración de que el socialismo real puede funcionar si se aplica con
imaginación y decisión, y sin el corsé que supone la rígida dirección de la
URSS. Poco importa la falta de libertad
interior, las férreas condiciones de control de la información y otras
minucias, comparándolas con la buena marcha de la economía.
En España, algunos popes de la
resistencia clandestina al franquismo, con Carrillo a la cabeza, toman por
costumbre pasar sus vacaciones de verano en el Mar Negro, donde los tratan como
a reyes. Hay un momento en el postureo de la oposición al tardofranquismo, en
que a veces sucedía que uno estaba tranquilamente tomándose una copa en alguno
de los cenáculos donde se cocía el bacalao y, de pronto, entraba un tipo
provisto de una especie de aura, que producía un silencio a su alrededor. Rápidamente,
el típico enterado de siempre te susurraba al oído el dato clave que
justificaba esa expectación sobre el personaje recién llegado. A estos efectos
había dos temas que puntuaban más que
los demás: UNO, éste ha estado detenido y lo han torturado y todo, y DOS, éste
estuvo en Rumanía el verano pasado. A veces uno descubría después que el
tipo no había pisado una comisaría en su vida, ni por supuesto había visto
Rumanía más que en el mapa. Los españoles somos también maestros de hacer como si.
El Ceaucescu de los 70 era un
personaje aclamado en todas partes como el liberador de su pueblo, el tipo que demostraba que el sistema comunista podía funcionar, el gran
estratega que conducía a su rebaño con mano de hierro al paraíso de la igualdad
en la prosperidad, al que incluso se recurría para mediar en Oriente Medio,
donde conseguía éxitos nunca vistos. Un ejemplo del carácter indiscutible de su
figura es su relación privilegiada con el Sha de Persia y el hecho insólito de
que esa relación privilegiada se mantenga con Jomeini a partir de 1979. ¿Cómo
es posible que este sujeto brillante y triunfador, se convierta en los 80 en un
sátrapa despreciable, un tirano que esclavizaba a su pueblo, ejemplo de todo lo
que nunca debería hacer un dirigente, hasta terminar fusilado frente a un paredón
por sus propios partidarios? Pues, la solución en el texto siguiente. No hace
falta que les aclare que en nuestra tierra los antaño visitantes asiduos de las playas del Mar
Negro, reales o ficticios, se apresuraron a borrar este episodio de sus currículums,
pasando a negar taxativamente que en toda su vida se hubieran acercado siquiera
a los dominios del nuevo apestado mundial. Cosas del postureo patrio.
Lo del postureo de esa especie de gauche divine de los 70 y primeros 80, es un sarcasmo cruel, pero tengo que decirte que yo viví escenas casi calcadas a lo que cuentas. Por ejemplo, en las Fiestas del PC de la Casa de Campo, en donde solía tocar gente como Sabina, Rosendo, o los Celtas Cortos, que no fallaban nunca. ¡Qué tiempos! En mi caso, solía ser al revés. Quiero decir que el enteradillo de costumbre te abordaba y te decía: está por ahí Menganito. Entonces le aclarabas que no sabías quién era Menganito. En ese momento, el tipo se sentía el rey del mambo y condescendía a explicarte quién era Menganito, e incluso a llevarte a su lado para que lo comprobaras con tus propios ojos. Lo de las vacaciones en Rumanía no lo escuché nunca. Lo de la detención, con o sin tortura, varias veces. Era yo tan pardillo que no se me ocurrió nunca que estas informaciones fueran falsas. Mi inocencia se terminó cuando empecé a ver a determinados sindicalistas consiguiendo viviendas de protección oficial para sus parientes y amiguetes, o directamente llevándose el dinero de las recaudaciones. Estos también tenían arrugas en los bolsillos del pantalón.
ResponderEliminarUn saludo. Esta serie sobre Ceaucescu es demoledora.
¡Las Fiestas del PC! ¡Cuantos recuerdos! En aquellos tiempos eran un reducto de libertad. Todo eso se fue al carajo cuando muchos de los dirigentes vecinales y líderes políticos locales se metieron en el PSOE o en los sindicatos y empezaron a pillar. Además, allí nos juntábamos todos los pueblos, sin malos rollos identitarios. Recuerdo una anécdota al respecto. Cierto día estábamos por allí un grupete de recién conocidos, todos medio borrachos, en el que de pronto descubrimos que cada uno era de un lugar diferente (yo me había identificado como madrileño de raíces gallegas) y nos pusimos muy contentos. Fue un andaluz el primero que gritó: ¡Viva Andalucía libre! Después se animaron los demás y sonaron otros gritos: !Visca Catalunya! ¡Viva Galiza ceibe e socialista! ¡Nafarroa Euskadi da! Entonces, el vasco del grupo se animó y gritó a su vez: ¡Gora ETA Militarra! Nos quedamos todos un poco cortados, pero callamos. Todos, menos el gallego, que se puso muy serio y dijo: Ay, no, no, no, ahí te pasastes amiguito, a mi casa non quero que veñas, na miña terra pistolas fora.
EliminarEn fin. Que cada vez nos parecemos más al abuelo Cebolleta.