sábado, 12 de abril de 2014

245. Las lenguas de Babilonia

El otro día les dejé al grito de AUPA ALETI a las 20.43 y, dos minutos después, provisto de una cerveza Mahou de 50 cl y un paquete de pipas de calabaza (fundamentales para el cuidado de la próstata), me puse a ver el partido en el que mi segundo equipo le dio un baño soberano al decadente Barça. Como no tengo canal plus, lo tuve que ver pirateado en el ordenador, con una calidad mediana y narrado en portugués. El Aleti salió en tromba y a los veinte minutos el locutor ya no podía más y exclamaba extasiado: Minha mae!! Eu fico louco!! A equipa du Atltcmdrid ‘sta a ganhar tudas as bolas!!

El portugués hablado tiene determinadas peculiaridades, que hacen, por ejemplo, que un locutor deba acelerarse momentáneamente para comprimir el nombre de un equipo de fútbol comiéndose todas las vocales menos la última. El portugués escrito es relativamente sencillo de entender, especialmente para un gallego como yo, pero para hablarlo hay que poner una entonación especial, mantener los labios prácticamente inmóviles y dejar salir una sonoridad gutural, que parece venir del estómago. Supongo que saben que, en Portugal, los sordomudos especialistas en leer los labios de los hablantes las pasan canutas, porque los portugueses apenas los mueven. Cosa muy diferente sucede en Brasil, donde la pronunciación es relajada y cadenciosa. Allí los mudos no tienen más problemas que en cualquier otro país.

Las particularidades de los diferentes idiomas hacen difícil su manejo excepto por su práctica continuada. La verbal communication es algo que sólo se adquiere hablando, no basta con  estudiar. Yo conozco gente que ha estudiado mucho más inglés que yo, que entienden y traducen textos con facilidad y, sin embargo, no se lanzan a hablarlo. Yo es que tengo mucho morro y poco sentido del ridículo, como saben. Eso me lleva a ponerme, por ejemplo, delante de un grupo de unos veinte alumnos de un curso Athens, soltarles un rollo en inglés, contestar a sus preguntas y luego irme con ellos en bicicleta a lo largo del parque Madrid Río, para seguirles colocando las batallitas que ya he contado cientos de veces. Otro en mi lugar diría “qué coñazo, con lo bien que estaría yo en mi casa descansando”. Pero yo no pienso en eso. La pereza no está entre los inputs por los que se rige mi transitar diario por la vida. 

Motivos como ese me llevaron este miércoles a acudir a una comida en el Restaurante del Golf, en el Club de Campo. Resulta que los coordinadores en España del Programa Athens, conscientes del esfuerzo que hacemos los profesores que participamos de gratis en las clases a los grupos de alumnos europeos, suelen compensarnos invitándonos a una comida conjunta al final de cada ciclo, en la que se juntan unas cuarenta o cincuenta personas, la mayoría profesores de la Politécnica. De todos ellos, el único que yo hubiera podido conocer de antemano, era mi amigo Pedro, el director del curso en el que llevo unos años participando, que no podía venir ese día. Otro en mi lugar hubiera dicho: “vaya rollo, ir a una comida en la que no conozco a nadie”. No es ese mi caso. A mí me dan una cerveza y empiezo a hablar con todo el mundo, no necesito que nadie me presente. Le calzo mis reflexiones sobre lo divino y lo humano a todo el que pille al alcance y no me corto con nadie.

Reconozco que acudo a estos saraos con una motivación adicional: la de hacer un poquito de networking/lobbying que decimos los elegantes, es decir, repartir tarjetas, hacer contactos y extender mi red en busca de peces que piquen y, en suma, abrir posibilidades de relación con personas de todos los ámbitos y todas las regiones del mundo, que ya saben que es mi entretenimiento favorito. En ocasiones, a través de comidas de este tipo, me han salido ofertas de escribir artículos o participar en congresos o actividades lectivas de todo tipo. Esta vez, entre otras personas con las que hablé, conecté con Papy Silvain Nsala, congoleño con el que acabé hablando de la necesidad de recuperar la franja de ribera del río Congo en Kinshasa, ciudad desde la que se ve enfrente el caserío de Brazzaville, la capital del otro Congo, que se erige en la otra margen. Parece que esa ribera está pidiendo una actuación estilo Madrid Río.

Pero no es de esto de lo que quería hablarles, sino de la conversación que ocupó la mayor parte de las dos horas y media de comida. Porque tras el rato de alternar de pie con unas cervezas, nos sentamos a las mesas (redondas, de unas ocho personas) y yo fui a caer en una mesa donde todos hablaban varios idiomas y la conversación se centró casi todo el tiempo en las peculiaridades de las lenguas de esta Babilonia en la que vivimos. Los idiomas reflejan en cierta manera el carácter de los pueblos que los crean. Por ejemplo, el alemán, del que yo sé bastante poco, es una lengua de cabezas cuadradas, en la que todo se declina. En alemán no existe la palabra más larga, porque siempre se puede añadir un matiz adicional. Por ejemplo, nosotros podemos decir: el capitán del barco que cruza el Rhin en el turno de noche con una gorra blanca. En alemán, eso se dice con una sola palabra, construida de forma más o menos inversa: el nocheturnoRhincruzadorbarcogorrablancacapitán. Uno puede siempre hacer una palabra más larga, añadiendo por ejemplo que la gorra blanca tiene un adorno rojo.

También en el alemán son básicos los ritmos y el juego de aceleraciones y pausas. Si usted viaja a Alemania y quiere agradecer las atenciones de sus anfitriones, ya sabe que la expresión correcta es Danke shoen. Pero debe pronunciarlo todo junto, casi como un estornudo: dankshén. Porque, como se le ocurra subrayar con una pausa el vacío que se escribe entre ambas palabras, el sentido cambia completamente y, si la interlocutora es una jovenzuela en sazón, lo normal es que se ponga muy colorada, porque le acaba usted de decir: gracias, bonita. Algo parecido sucede en el País Vasco. Usted debe dar las gracias con la expresión eskarrikasko pero, como se coma la primera ese, habrá dicho ekarri kasko, a lo que el euskaldún zumbón le responderá invariablemente: “vale, ahora te traigo un casco”.

Los lugareños de todas partes se ríen las tripas con las cosas que dicen mal los extranjeros. Igual que hacemos los españoles. Las primeras veces que salí a correr con mi amiga holandesa R. me sorprendía diciéndome: “vamos a parar un poco a estrechar”. Entre los anglófonos que vienen a nuestro país a aprender español, se escuchan cosas tan graciosas como “el bufando” o “el papel jiguiénico”. Por eso son muy valorados los profesores que explican las frases corrientes de la calle, esas que no vienen en ningún libro. Mi amigo B., americano de California, se dedicaba a apuntar todas las expresiones de ese tipo que iba escuchando a lo largo del día, como “la cabeza me duele un huevo, tío” o “este vino está que te cagas”. Entre las que más valoraba: “a fulanita se le hace el culo agualimón”. Apuntaba también refranes llamativos, como “al que nace gordo, tontería que lo fajen”.

Mi amigo regresó a su tierra hace ya unos años, con la intención de poner una academia de idiomas (también recopilaba expresiones de otras lenguas) en donde se pusiera el énfasis en ese tipo de expresiones coloquiales que facilitan la verbal communication. Poco antes de su marcha me lo encontré un día por la calle, con gesto un poco torcido. Le habían dado un golpe por detrás en el coche y tenía una pequeña molestia en la espalda. Le pregunté cómo había sido el accidente y empezó a contarme: “Yo iba bien, pero el otro conductor… el otro conductor…espera, he anotado lo que ha dicho un señor en la calle”. Buscó su bloc de notas hasta encontrar la expresión que buscaba. Su cara se iluminó cuando proclamó: “el otro conductor LLEVABA UNA CASTAÑA COMO UN PIANO. Sencillamente extraordinario”.

En fin, cambiando de tema (o no), resulta que la noticia más leída hoy en El inMundo es la que informa de que a Kim Kardashian le han conseguido hacer una foto del culo. La estadística da una idea precisa del nivel de ese periódico y de sus lectores. Aquí tienen la foto de marras.



A esto se le llama culo en una denominación impropia, aunque todo el mundo la use, porque lo cierto es que la palabra culo se refiere propiamente al agujero. Esto son unas nalgas, o unas cachas, hermosa expresión caída en desuso, excepto en su derivación “estar cachas”, por estar muy fuerte. En Francia, por ejemplo, se distingue “le cul” de “les fesses”. Para decir “quedarse con el culo al aire” ellos dicen avoir les fesses à l’air. Jacques Dutronc buscaba el doble sentido en su canción L’Hôtesse de l’air (La azafata), 1970, aquella que decía Toute ma vie j’ai rêvé d’avoir...d'avoir...les fesses on l’air… Todo está en el lenguaje, en las lenguas de Babilonia. Les dejo con esa vieja canción de Dutronc.


7 comentarios:

  1. Será culo, nalgas o pandero, pero no es de extrañar que sea la noticia más vista, que no leída (con semejante imagen la lectura pasa a segundo término). Sería interesante escuchar lo que dice su locutor portugués al respecto. Seguro que también fica louco con esto.

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    1. Y en alemán se diría algo así como la kimkardashiannalgasfotografía. Por cierto, ¿quién es Kim Kardashian? Además del culo, ¿tiene algún otro mérito artístico o profesional? Es que ya saben que sólo leo el Hola en el dentista y hace mucho que no voy. Desconozco si esta señora es actriz, o modelo, o su fama se debe exclusivamente al hecho de acarrear ese culo legendario.

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  2. El problema de los idiomas que se declinan es que, cuando te están hablando, tienes que esperar a que lleguen al sustantivo, que está al final de esas palabras larguísimas, para saber qué es lo que te están intentando contar. Y, una vez identificado el sustantivo, rebobinar para captar todos los matices. Definitivamente es mucho más práctico el inglés. El problema del inglés es que no hay una regla de pronunciación. La pronunciación es "al aliguí".

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    1. La verdad es que el orden inverso en las palabras declinadas es bastante ilógico, lo que pasa es que en la vida cotidiana no se usan demasiado esa palabras tan largas. En cuanto al inglés, has de saber que todas las familias británicas, hasta las más humildes, tienen en su casa dos libros: una Biblia, por supuesto, y un diccionario fonético, para poder consultar la pronunciación de las nuevas palabras que aprenden o de las que no están seguros.
      La pronunciación inglesa no sigue ninguna norma. Es absurdo que "women", el plural de "woman" se pronuncie güimen. Yo tuve un problema con la palabra "supply" (suministro), que aprendí en textos técnicos (por ejemplo: water supply, o electricity supply). Cuando la empecé a usar en alguna conversación en Sri Lanka, yo decía "sa-pli" y nadie me entendía. La pronunciación correcta es "su-plai". Lo dicho: ninguna lógica.

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    2. Otro ejemplo: para decir "1 hora", "One hour", la pronunciación correcta es "uan aguar". Nadie que no la haya oído primero, puede imaginar una pronunciación como esa.

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  3. Pues a la de la foto hasta un portugues le lee los labios!

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    1. Los labios a los que, supongo, se refiere, tienen un lenguaje universal. No necesitan traducción de ningún tipo.

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