Había yo colgado dos posts al
principio de la semana con intención de aumentar el ritmo de publicación de
textos en el blog, que lo tengo algo descuidado, pero es que no hay manera, llevo
desde el jueves sin venir a la oficina y a ver de dónde voy a sacar yo tiempo
para escribir, con la intensa vida social que desarrollo cuando no tengo que
estar siete horas y media aquí encerrado. Nada, que, hasta que esta mañana he
puesto mi trabajo al día, he mirado el reloj y he visto que aun me sobraba la
mitad de la jornada, no he encontrado un hueco para ponerme a desgranar mis
reflexiones.
No puedo negar que también me ha
afectado la llegada de la primavera, estación maravillosa en Madrid, y más tras
un invierno de muchas lluvias, fríos y vientos. El sol ha lucido espléndido, el
aire es limpio, los cerezos están en flor y el personal sale a la calle, como hacen
los caracoles y los lagartos después de una tormenta prolongada. El cambio de horario
alarga las tardes, las plazas se llenan de gente, los bares extienden otra vez
sus terrazas, los tarzanes lucen sus bronceados bíceps circulando en
camiseta y las mujeres ¡¡Ah, las mujeres!! En fin, para describir esto no
conozco frase más precisa que la del amigo Groucho (no Marx, sino el
comentarista del blog): estos días, las mujeres se quitan la ropa de abrigo y
se ponen las tetas. Y luego está la luz de Madrid, una luz única, que le da al
cielo un tono que se ve en pocos lugares.
Supongo que ya saben que el dicho
“de Madrid al cielo” es en realidad una derivación de la parte final de un
largo refrán que iba enumerando lo mejor de una serie de lugares. No me lo sé,
pero era algo como: de Toledo, el río (por decir algo), de Segovia el
cochinillo, de Albacete, las navajas, de Ávila, la muralla… y de Madrid, el
cielo. Pues eso, que sube la temperatura y sopla la brisa de la sierra y uno
sale a la calle y encuentra algo muy parecido a la felicidad. Como el viernes
no vine a la ofi, pues me siento como si hubiera pasado un largo puente,
repleto de momentos muy gratos, algunos de los cuales se los cuento a
continuación. Y para colmo, ganó el Deportivo, perdieron todos sus rivales para
el ascenso, y ganaron también el Aleti y el Rayo, que ya he dicho que,
mientras el Dépor esté en segunda, son mis equipos.
El viernes empecé el día llevando
mi Toyota Auris a la revisión del primer año. Parece que fue ayer cuando me lo
compré y ya ha pasado un año. Esto va a toda leche. La primera revisión hay que
hacerla a los 15.000 kms. y yo llevo ya 18.500, así que me regañaron
moderadamente, porque el coche está bien cuidado y le prodigo todos mis mimos.
Por ejemplo, el día que me lo cagó el cigüeño, lo llevé a lavar enseguida, que
la cagalera de cigüeño es corrosiva. La gente dice que la culpa de tales
desaguisados la tienen esas grandes palomas torcaces que andan por los parques
hace años, pero créanme: lo que encontré sobre mi Toyota una mañana en que lo
dejé durmiendo al raso, sólo puede ser la deposición de un cigüeño
descompuesto.
Les he avisado varias veces que
no lean mi blog mientras cenan. Si no me
hacen caso, más no puedo hacer. Volviendo al Toyota, aprovechando la
revisión, me compré un Kit Adiós Rayones, que es como el champú Fructis
Adiós Daños que anuncian en la tele. Se compone de dos frasquitos del
formato del antiguo Typex, con el que corregíamos los escritos en los
tiempos prehistóricos anteriores al ordenador. Con pincelito y todo. Para su
correcto uso, se recomienda lavar primero la rozadura con Politus o
similar, para quitar los restos de goma y de otras chapas, y dejar limpio el
arañazo. Luego secarlo perfectamente con una bayeta Spontex antes de
darle el primer producto, la pintura, blanca en mi caso. Y, una vez seca la
pintura, aplicar el barniz incoloro que viene en el otro frasco. Ya ven qué
apañadito soy.
Con el Toyota revisado, me acerqué
al Centro Cultural El Matadero, donde me esperaba la señora Julie Lemieux,
miembro del Consejo Municipal de Québec City, cuya foto les pongo aquí al lado,
para que vean qué guapa es. Julie es también una mujer inteligente y agradable.
Québec City es la única ciudad al norte de la frontera mexicana que está
declarada Patrimonio de la UNESCO. Me dicen que es una ciudadela francesa
amurallada preciosa, que alberga las dependencias administrativas del Estado de
Québec, cuya capital económica es Montreal. Esta señora había viajado a
Granada, a una reunión de ciudades patrimonio de la UNESCO, y había decidido
pasar un par de días en Madrid, ciudad por la que tenía gran interés. Acababa
de visitar el Matadero, cuyos responsables nos prestaron un pequeño despacho y
un ordenador y me dejaron con ella.
La idea era que yo le mostrase
mis presentaciones sobre el crecimiento histórico de Madrid y el proyecto
Madrid Río, para después dar un paseo por los jardines del nuevo parque
fluvial. Le dije que podía contárselo en francés o en inglés y ella prefirió el
francés. Al final, me preguntó si me importaba que el paseo lo diéramos en
bicicleta y le dije que estupendo, que así podíamos recorrer el parque entero.
Descubrí ese día que allí mismo alquilan unas bicis holandesas estupendas, de esas
grandes de paseo que no tienen barra superior. Hasta ahora, para mis paseos
oficiales por el parque, había recurrido a mi propia bici, o a las que alquilan
en el extremo norte, que son más corrientes. Estas holandesas tienen además
cubrecadena, con lo que no te manchas ni te destrozas las perneras. Así que
pueden imaginar lo chulo que me sentí pedaleando al sol de la primavera
madrileña, con mi traje oscuro impecable en compañía de una rubia quebecoise.
Porque yo me pongo traje siempre
que tengo que recibir a un visitante extranjero, sea hombre o mujer, y sea ésta
guapa o fea. Y trato a todos con la misma amabilidad. Acabamos nuestra
excursión a las 3, y comimos juntos en el restaurante del Matadero, un lugar grato con muy buena relación precio calidad. Allí hablamos de lo
divino y lo humano y descubrí que mi guapa invitada era una especie de alma
gemela mía. Me contó que había tenido antes otros puestos de mayor
responsabilidad en el Ayuntamiento de Québec, de los que la habían descabalgado
sin motivo aparente y que, desde entonces, aprovechaba para hacer contactos y
viajes de este tipo, a la espera de tiempos mejores. Por supuesto que no dejé
de decirle que yo estaba en situación parecida y que me encantaría viajar a
Québec, si tienen a bien invitarme.
De manera totalmente intencionada
llevé la conversación a dos temas sobre los que me interesaba conocer su opinión. Uno
el de las Olimpiadas. Yo tenía idea de que los Juegos de Montreal, en 1976,
habían sido un fracaso organizativo y económico que había generado una deuda
para la ciudad que, casi 40 años más tarde, aun seguían pagando. Me confirmó
todo eso, punto por punto, pero me dijo algo aun más tremendo. Que, como en toda empresa que
sale mal, se hicieron auditorías y revisaron minuciosamente todas las cuentas.
Que esa revisión descubrió que determinados responsables públicos se habían
llevado el dinero a manos llenas. Que eso generó un escándalo de proporciones
descomunales, que propició una especie de catarsis colectiva, concretada en
varios tipos procesados y encarcelados, una renovación completa de la clase
política y la promulgación de normas estrictas que evitasen que cosas así se
repitieran.
Yo no imaginaba que en Canadá
sucedieran este tipo de cosas. Ya ven que en todas partes cuecen habas. A lo mejor la
cosa viene de la cultura francesa, mediterránea al fin y al cabo. Y aquí viene
mi reflexión al respecto: salgan bien o mal estos saraos, hay una serie de
gente que se forra con ellos. Lo que pasa es que, cuando salen bien, nadie lo
investiga. La señora Lemieux me confesó que, sea cual sea su resultado, a ella no le
gustan estos eventos que requieren un esfuerzo inversor desmesurado a las
ciudades, que, tras quince días de esplendor, reciben una herencia en forma de deuda e instalaciones
inútiles imposibles de rentabilizar.
El otro tema que le suscité, ya
se lo imaginan y se lo pregunté directamente: ¿estaba o no a favor de la
independencia del Québec? Se entristeció visiblemente y me dijo que por
supuesto estaba contra la secesión, que consideraba que el Québec tenía toda la
libertad del mundo para desarrollar su cultura y sus derechos en un estado federal, que
ellos estaban integrados en la Francofonía (la Commonwealth de los
franceses) a todos los efectos, pero creían que, asociados con la parte
anglófona, tenían un peso mayor en el concierto internacional y podían
defenderse mejor.
Que en su estado los separatistas habían llegado a rondar el 50%, pero precisamente se trataba de la gente más rural y
menos culta. Que menos mal que el Tribunal Supremo se había implicado en el
tema, que si no, podían haber acabado como los yugoslavos. Que tenía un par de
amigas en la amplia comunidad de refugiados bosnios musulmanes de Canadá, que
le habían contado atrocidades impensables, y que le parecía absurdo lo sucedido
en Yugoslavia entre pueblos étnicamente idénticos que comparten incluso el
mismo idioma: el serbocroata.
Ahora entienden por qué les digo
que el viernes encontré un alma gemela.
Ardemos en deseos de que nos cuente qué sucedió después de la comida. ¿Continuó usted enseñándole presentaciones?
ResponderEliminarHace un par de horas que he leído su comentario y aun estoy riéndome. Mira que sois ustedes-vosotros gamberros. Las presentaciones a las que, supongo, alude, las tengo ya muy poco aparentes a mis sesenta. Digamos que, a estas edades, uno tiene sus presentaciones un tanto impresentables.
EliminarPor otro lado, esta señora estupenda tiene unos veinte años menos que yo y me puedo dar con un canto en los dientes con que me admitiera como cicerone. Está casada (exhibía su anillo todo el rato) y tiene al menos una niña pequeña, tan rubia y guapa como ella, cuya foto adorna la pantalla de su smartphone, con el que estuvo intercambiándose mensajes con ella mientras nos servían la comida (previamente se disculpó aclarándome que, con la diferencia horaria con Québec, no había podido comunicarse con la niña porque estaba durmiendo).
Lo que sucedió después de comer se lo contaré en el post siguiente, pero no espere nada muy llamativo, tío ganso.
¿Alma gemela solo tuya?
ResponderEliminarY mía.
No hay más que ver la foto que pones y el entusiasmo con el que la describes.
Pues sí que era maja, aunque la foto tal vez tenga ya algunos años. La he puesto para presumir y dar envidia, en línea con mi personaje bloguero. Lo que no puedo negar es que me encantaría visitar Québec, algo que también pensaría si se tratara de un tío con el que hubiera conectado como con ella.
EliminarNo se tire el rollo, que si la chica no fuera tan vistosa no habría traído su foto al blog y seguramente tampoco hubiera sido tan atento con ella. Todos somos humanos...
ResponderEliminarHabla usted por hablar, tal vez no hubiera traído la foto al blog, pero no dude de que atiendo igual de bien a todo el mundo, excepto que vea que le está importando un rábano lo que le cuento, que está mirando el reloj con disimulo como Jane Fonda en Klute, algo que no me ha pasado casi nunca. De hecho, hace unos meses atendí a tres arquitectas israelíes, más o menos de mi edad, que parecía que se acababan de caer de un guindo del kibutz. Ya sabe: jerseys de lana gruesa, pelo rizado irredento con un par de horquillas medio rotas, cero maquillaje, nariz judía, manchas en las manos. Una de ellas tenía hasta un agujero en un lado del jersey. Y le puedo jurar que se fueron encantadas, después de una sesión explicativa de dos horas.
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