viernes, 15 de septiembre de 2017

670. El esperpent (Y DOS)

Que sí, que ya, que vale, que tranquilos; no pasa nada, ya estoy aquí, no me ha secuestrado nadie, ni me sucede nada. Es que les tengo muy mal acostumbrados y ahora mi situación ha cambiado ligeramente. Este blog nació como una reacción al hecho de que en el trabajo me vi marginado y orillado al poco de llegar al poder la señora Botella, y a la vez obligado a cumplir estrictamente un horario. Eso me dejaba un margen de horas muertas que de alguna forma debía llenar para no volverme loco. Y se me ocurrió hacer un blog. Tras la llegada del nuevo equipo de gobierno municipal, las cosas mejoraron, aunque despacio, y pude compatibilizarlo. Pero ahora, como les vengo contando, estoy otra vez muy involucrado en el trabajo, se me pasa la mañana volando y tengo poco tiempo libre, porque mis tareas me ocupan también bastantes tardes. Además estoy en medio de diferentes procesos médicos latosos que ya les detallaré y últimamente no he tenido mucho margen para atenderles debidamente. Excusas a puñaos. Pero no se preocupen: no les voy a dejar tirados.

Les prometí el último día hablar del potencial letal del nacionalismo para cargarse a las izquierdas (Podemos se va a dejar muchos pelos en la gatera, después de su indefinición al respecto) y pensaba referirme a mis recuerdos del conflicto vasco, pero lo vamos a dejar para otro día. Porque ahora el tema del prusés ha eclipsado a todo lo demás y parece que ya no se puede hablar de otra cosa. En poco más de un año nos van a bajar las pensiones a todos, pero de eso no dicen nada los periódicos, ni se habla en los bares, porque la gente no se ha enterado. Sólo se habla del prusés. Por eso he puesto un Y DOS bien grande (si bien, el programa blogger no me deja hacerlo en el titular) porque este es un asunto tóxico, que va a contaminar la actualidad durante los próximos días y seguramente meses, y no quiero que afecte al discurrir de esta tribuna. Este es un foro en el que se habla de rock’roll, literatura, viajes, cine, urbanismo y otros temas estimulantes. Y del Deportivo de la Coruña.

Pero también se habla de la preocupación por el futuro de la Humanidad en un momento crucial. El mundo afronta varios retos en los que se juega ese futuro. UNO, el cambio climático. DOS, la lucha por la igualdad social, por romper la brecha entre países del norte y del sur y por integrar a los desheredados del primer mundo. TRES, el reto de asumir la revolución digital, convertirla en instrumento que ayude a superar los dos primeros desafíos y crear nuevos tipos de puestos de trabajo, transformando el mercado laboral. Y CUATRO, la vigilancia frente a las ideologías excluyentes, supremacistas y, en definitiva, nazis. Por eso se habla tanto aquí del virus incubado en Cataluña. Y seguiré refiriéndome a él, lo que pasa es que ahora voy a callar una temporada, porque ya saben que me gusta ir a la contra y además no me apetece que esto se convierta en un monográfico de tan desagradable asunto. El cuarto reto tal vez sea el menos dramático en estos momentos, pero no hay que descuidarse, porque esas ideologías tienen la habilidad de camuflarse de vanguardismo y de esa forma infectan la mente de personas crédulas y buenas, que se ven arrastradas a actitudes que nunca pensaron adoptar.

¿Qué autoridad tengo yo para hablar de este tema? Pues la que me da el conocimiento de lo que pasó hasta 2009 en el País Vasco, un proceso que viví muy de cerca. Y además, mi seguimiento durante años de diversos medios catalanes, con papel destacado para El Triangle, diario al que nadie puede negar su carácter catalán y catalanista, un sello que le imprime su director Jaume Reixach. Este buen hombre es catalán hasta las entrañas, pero antes que eso es periodista y antes ser humano. Y él, que conoce los intríngulis de la familia Pujol, de Mas y de Puigdemont, los ha denunciado públicamente y ha ido a sede parlamentaria a proclamar las conclusiones de sus pesquisas. Y no se lo perdonan. El Triangle no recibe un solo euro de subvenciones y sus periodistas casi han tenido que ir en sus motos a repartir el paquetito de ejemplares en papel que dejan en cada pueblo, con riesgo de que los payeses les insulten (el peor insulto: ¡español!).

Lo sucedido estos días en el Parlament, da la verdadera medida de la naturaleza de este movimiento que, por fin, asoma la patita debajo del disfraz de cordero. Me preguntaba yo, por qué tanta prisa, tanta ansiedad y tanta pérdida de las formas, incluso poniendo en riesgo su propia imagen de moderados. Y apuntaba a motivos relacionados con el acoso a la familia Pujol. Pero el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat ha mostrado la falsedad de mi interpretación, de honda raíz conspiranoica. Según sus últimos datos, los catalanes no quieren la independencia, por una exigua mayoría, pero ese porcentaje es más alto entre los sectores más jóvenes. Dos de cada tres chavales serían partidarios de una solución negociada que mantuviera la integración en España. No me fío mucho de estas encuestas y no quiero alegrarme antes de tiempo pero, si esa tendencia se confirma, evidenciaría el fracaso de 30 años de política educativa monocorde y sesgada. Los jóvenes catalanes serían tan transnacionales como los demás. Como mis hijos.

Y eso explicaría las prisas y la ansiedad: es que es ahora o nunca. Si no pillan la independencia en este arreón, el suflé bajará, igual que ha sucedido en Escocia y en el Quebecq. Y esa encuesta vendría también a confirmar que el movimiento independentista catalán está apoyado sobre todo por los viejos y los paletos, como el Brexit o el ascenso de Trump a la presidencia, con los que le unen muchas otras similitudes. Porque ambos fueron movimientos basados en propalar informaciones e interpretaciones falsas, que lograron dividir por la mitad aproximada a sus respectivas sociedades y ganaron por márgenes minúsculos (en USA incluso con menos votos, como en la últimas elecciones catalanas). Y la mitad de sus pueblos que perdió el envite, entró en depresión. Pero no cantemos victoria que las encuestas son muy engañosas.

En cuanto al Padrino Pujol, me cuentan mis amigos catalanes que la prensa afecta al prusés no saca nunca imágenes suyas actuales; que muestran siempre al Pujol rozagante de los viejos tiempos, igual que se hacía en Rumanía con la pareja Ceaucescu. Hay un detalle sobre el que tal vez no hayan reparado ustedes y que da la medida de su verdadera calaña. Jordi Pujol Ferrusola, al que se conoce en Cataluña como Junior, está ahora mismo (mientras ustedes leen esto) en el trullo. Más en concreto, en Soto del Real. ¿Y cómo es eso? Bueno, en abril fue detenido y el juez ordenó prisión sin fianza. Pero en junio, después de examinadas las pruebas en su contra, un nuevo auto le puso en libertad bajo fianza de 3 millones de euros. Calderilla, para el Padrino. ¿Y por qué sigue en la cárcel? Pues porque el Padrino no se estira y no suelta la pasta. Me lo imagino refunfuñando con el mal genio que muestra en la entrevista de Évole: escolti-tú, pero qué se habrá creído este, que hubiera tenido más cuidado; es un fresco, un descuidado y un flojo; a mí me tuvo preso Franco y no hice tantas alharacas, que aguante un poco, que mi fortuna no es para andarla gastando en fianzas; la familia es importante, pero la pela es la pela; que lo suelten gratis y si no, que aguante. Tampoco es difícil imaginar a la señora Ferrusola asintiendo vivamente, siempre desde un prudente segundo plano. Estos impresentables no merecen que les dediquemos más espacio.

Pero los nacionalistas son otros. Los nacionalistas son la parte que encabeza Junqueras y les reto a que busquen en el post y medio escrito hasta ahora una sola frase negativa o descalificadora de este sector. No comparto, por supuesto, sus ideas, pero les respeto, o les respetaba hasta ahora. Dicen a las claras lo que piensan y lo que quieren y, con tales planteamientos, siempre habrían sido minoritarios, como sus hermanos vascos y gallegos. Sí hay algo que ahora les echaría en cara es que su nacionalismo les haya llevado a compartir cama con la banda de Pujol, sus enemigos naturales, que representan a la casta más rancia e inculta de la clase alta provinciana, las 300 familias, el colegio Aula y todo su entorno. Pero, para un nacionalista, el fin justifica los medios: si para lograr la independencia han de aliarse con un grupo de corruptos de la oligarquía extractiva de toda la vida, pues adelante. Aún así, sumando ambas tendencias, no llegaban a hacer el kilo justo de la mayoría. Les faltaba la torna de las CUP, que son los traviesos y descarriados de la misma clase alta. Estos simplemente se han sumado al invento, al grito de “al lío” y se han encontrado en una posición que nunca soñaron.

Como les digo, voy a procurar estar un tiempo sin tratar este tema, por pura sanidad mental. Hace cinco años yo sostenía en este blog determinadas teorías y tenía la sensación de predicar en el desierto. Ahora, las cosas que yo proclamaba y pronosticaba están hasta en la sopa, así que no hace falta que insista más. Terminaré con un matiz geográfico que no sé si conocen. En los años duros del conflicto vasco, la ETB daba la información del tiempo sobre un mapa en el que se veía el territorio que los abertxales reivindicaban como suyo. Incluía el País Vasco, por supuesto, pero también Navarra, La Rioja y el País Vasco Francés. Y el Athletic de Bilbao admitía jugadores de todos esos territorios. Además, en las fiestas del norte de Burgos llevaban a sus chistularis e imponían su sello y su parafernalia, con gran disgusto de los locales. Pues bien. Los catalanes también reivindican su territorio: Els Països Catalans. Si no conocían ustedes el mapa, abajo pueden verlo.


Valencia, Baleares y Andorra completas y trozos de Murcia, Aragón, Francia y (el delirio) Cerdeña. Una imagen vale más que mil palabras. Una pregunta malévola: si eso es lo que reivindican, ¿por qué no hacen su referéndum en todo ese amplio territorio. Hombre, qué listo es usted, me dirán: es que entonces lo perdemos. Ellos quieren hacerlo sólo en Cataluña, que es donde está la mayor concentración del virus para, una vez independizados, reclamar lo demás. Por seguir con la geografía, los prusesistas afirman que, con la independencia, serán la Dinamarca del Mediterráneo. Es muy exagerado decir que van a ser el Kosovo, como sostienen algunos, pero yo creo que el modelo sería Croacia. Un país enano, que nunca tendrá el peso estratégico de la antigua Yugoslavia y totalmente en manos de las multinacionales yanquis y los grandes prestamistas. Aunque a lo mejor tenían futuro como paraíso fiscal y así Pujol no se tendría que llevar el dinero fuera.

Y, hablando de Dinamarca, voy a terminar con un link, para dejarles unos deberes (ya sé que en el último post se me fue la mano y les agobié con demasiadas tareas). Es la respuesta del gran Jaume Reixach (¿quién si no?) al delirio ese de que van a ser la nueva Dinamarca. Han de pinchar AQUÍ. Buen fin de semana.

jueves, 7 de septiembre de 2017

669. El esperpento del prusés

Acabada la reseña de mi último viaje, ¿de qué les iba a hablar si no? Tenemos prusés hasta en la sopa, qué hartura. Esto es esperpento, sainete, disparate, adefesio, mamarrachada, hazmerreir y desatino de nivel cósmico: todo el mundo lo está viendo. A nivel internacional, el público se descojona y mueve la cabeza incrédulo: Spain is really different, tenemos el flamenco, los toros y el independentismo.

Nada de lo que está pasando estos días me sorprende lo más mínimo, es coherente con lo que yo llevo casi cinco años contando. No veo necesario repetirlo. Hace tiempo que los secesionistas han dado todas las muestras posibles de deslealtad, de felonía, de pérdida de las formas, de supuesta astucia. Así que todo esto era de esperar. Si acaso sorprende un poco esa prisa que les ha entrado por alcanzar ya la independencia. Después de 30 años de adoctrinar en las escuelas, de enseñar a los niños a no sentirse españoles, sólo tenían que esperar un poco más para que entraran nuevas remesas de votantes y conseguir lo que quieren sin tanto sobresalto. ¿Por qué tanto apresuramiento, tanta precipitación, tanto forzar el marco legal, estropeando su imagen internacional de moderados y pacíficos? Algún día quizá lo sepamos. Pudiera ser que tenga que ver con el acoso judicial a Pujol, Mas y otros corruptos.

En este foro ya se ha contado mi visión sobre lo que ha venido sucediendo. Pujol es el artífice de la actual sociedad catalana. Él imaginaba una nación homogénea, estructurada en torno a la lengua. Inicialmente no se planteaba la secesión, estaba cómodo, apoyaba a Felipe o a Aznar indistintamente y, a cambio, conseguía ventajas para su tierra. El problema es que, detrás de este bondadoso doctor Jekyll patriarcal, había un Mister Hide que estaba amasando una fortuna a cuenta del trespercent, como le dijo Maragall hace una eternidad. Sus hijos despilfarraban a ojos vista y todo el mundo en Cataluña sabía lo que estaba pasando, pero no les importaba (tampoco imaginaban la envergadura de lo acumulado por la familia). El unurabla se preparó una jubilación tranquila, bajo la indulgencia de su pueblo, para él y para su familia. Y le pasó los bártulos a Artur Mas, su ministro de Hacienda, premiado con el puesto de hereu por su eficiente desempeño en la tarea de mirar para otro lado.

Pero surgió un problema. Y precisamente derivado de la gran magnitud de lo desviado y acumulado por la familia Pujol (según un programa reciente de TV3, el monto de lo atesorado en Andorra es más o menos 35 veces la fortuna estimada de Bárcenas). Una cantidad tal de dinero negro no pasa desapercibida para las grandes agencias de seguridad internacionales, como la CIA o la DEA, porque semejantes volúmenes son susceptibles de ser utilizados para blanquear el dinero de la droga, el tráfico de armas, la prostitución y los diversos negocios clandestinos a gran escala. Y sucede que, en un momento dado, estas agencias presionan a la banca andorrana para que dé transparencia a los fondos que guarda. Y Pujol intuye que se va a quedar con el culo al aire y da un giro de timón hacia el independentismo. Una huida hacia delante, bajo el delirio de pensar que una justicia y una hacienda propia le podrían absolver para la Historia. En noviembre de 2015, mientras se ventilaba la investidura o no de Mas, les puse en este blog un link al diario catalanista El Triangle, donde se explicaba todo esto al detalle. No tengo inconveniente en repetirlo AQUÍ.

Jordi Évole ha relatado en entrevistas la sorpresa que se llevó cuando el propio Pujol le llamó por teléfono para pedirle protagonizar un programa de Salvados. Y cómo tuvo en todo momento la sensación de que el unurabla quería utilizar el escaparate de un programa tan popular como el suyo para anunciar algo importante. El programa se emitió el 4 de marzo de 2012 y pueden, si quieren, ver el anuncio de dos minutos que preparó La Sexta. Han de pinchar ACÁ. En ese momento, Pujol tenía todavía la esperanza de mantener su secreto bajo llave, de salir bien librado del apuro. Pero ya se preparaba por si un día se llegaba a conocer su baldón. Moriría matando. Cuando la presión sobre su fortuna se hizo insoportable, hizo finalmente su confesión pública: julio de 2014. En ese momento, ya se había abierto la caja de Pandora de los sentimientos identitarios excluyentes. Sólo quedaba dejarlos expandirse. La decisión del PP de impugnar el Estatut y la posterior anulación del mismo por el Constitucional, alimentaron el incendio. El huevo de la serpiente había roto ya el cascarón y el pollito (pujol, en catalán) volaba libre.

En ese marco general, no sorprende saber ahora que desde la Generalitat se primó la inmigración norteafricana sobre la latinoamericana, por entender que esta última se negaría a aprender catalán (para qué, en una tierra en que todo el mundo les entendería en su lengua). Ese es el origen de que uno de cada cuatro, entre los musulmanes que viven en España, esté en Cataluña (medio millón, de dos). Y que Cataluña no esté tan llena de ecuatorianos como el resto de España. En fin. Como ya está dicho todo en este blog, voy a seleccionarles dos artículos entre los cientos que llenan estos días los periódicos. Les recomiendo que los lean.  ALLÁ el análisis de Sosa Wagner en El Mundo. Y ACULLÁ el de Gloria Lomana en El País. Tras esto, me queda remarcar algunos aspectos colaterales, sobre los que quizá no se ha insistido mucho en este blog.

UNO. Esta gente se cree moderna y progresista, cuando su movimiento es retrógrado, arcaico y conservador. Están al frente de una corriente que trabaja por la vuelta a la caverna, pero se ven a sí mismos como vanguardistas y avanzados. Yo estoy seguro de que Puigdemont, cada mañana, cuando se ajusta la corbata, se retoca la melena ante el espejo y se prepara para salir a la batalla, piensa “cómo molo, nen, que tío más estupendo y más moderno soy”. Es una confusión muy frecuente. Es el mismo mecanismo por el que Otegui se pone un pendiente en la oreja. Sin que se tome como una comparación literal, Hitler se dejaba su, entonces innovador, bigotito, por la misma razón. No olvidemos que el movimiento que encabezaba este señor se llamaba nacional-socialismo (y que Mussolini era también un antiguo militante socialista). 

Yo siempre he creído en el componente internacionalista de la verdadera izquierda, diametralmente opuesto a cualquier nacionalismo. Pero esta gente se siente de izquierdas, sólo porque mimetizan determinados comportamientos asamblearios o populistas. Es curioso, por ejemplo, que utilicen el Imagine de John Lennon en sus mítines. Supongo que habrán advertido que la letra dice imagine there’s no countries.  No pasa nada, ellos pueden transmutarla en imagine there’s no countries (but Catalonia). Esa confusión de términos la sufre por ejemplo Lluis Llach, como pueden comprobar AQUÍ MISMO. Ya ven qué batiburrillo mental tiene este señor. Según su caracterización, yo sería un nacionalista español. ¡Por favor! Yo no he sido nacionalista español en mi vida. Yo soy gallego. Coruñés, por más señas.

DOS. La violencia es consustancial al nacionalismo. La violencia y los muertos llegarán. No digo que vayan a hacer atentados, como los etarras. Pero sí les veo preparados para montar el suficiente pollo callejero. Hasta ahora han tenido bastante cuidado, para buscar una aprobación externa (fuera de España) que no acaban de conseguir. En Europa, saben mucho de esto, han sufrido guerras terribles por movimientos como este y no se dejan engañar. Ellos saben perfectamente que no pueden apoyarles, porque después vendrían los bretones, los bávaros y los padanos. Pero en estas tribus tan heterogéneas siempre hay exaltados. Y la violencia está al caer. Mi admirado Jaume Reixach da unas interesantes pistas al respecto en un reciente y largo artículo en El Triangle. Han de pinchar ACÁ MERO. Ya sé que les estoy poniendo muchos deberes, pero no hace falta que se lo lean todo de una sentada. Es que me gustaría no dedicar muchos más textos a este tema.

TRES. Ojo con las equidistancias. Queda muy bien decir que Rajoy tiene parte de culpa en el fregado que se ha montado. Desde luego que la tiene (aunque me gustaría que alguien me explicara qué otra cosa podía haber hecho), pero no es comparable. Estamos ante un tipo de postura como la de los que en el País Vasco condenaban toda violencia "venga de donde venga", Ponían así en el mismo plano a los etarras y a la policía. Hace poco, al señor Trump se le ha puesto verde de forma universal por analizar en esa clave los disturbios de Charlotteville. La policía nunca se puede poner a la misma altura que unos supremacistas como los que la liaron en esa pequeña localidad de Virginia. Pues el caso de los catalanes es similar. Cierto que no son violentos (por ahora), pero les repito: vigilen las equidistancias. Son repulsivas. 

Hay un tema CUATRO, que debo dejar para un próximo post por cuestión de extensión: el carácter corrosivo de los nacionalismos para cualquier izquierda real. El nacionalismo vasco se cargó a la izquierda en su tierra. En Cataluña ya ha terminado con el PSC y el PSUC y va ahora a por Podemos. Sean buenos. Y opinen, si les apetece. A mí no me van a cambiar de línea. Pero al menos se desahogan.

sábado, 2 de septiembre de 2017

668. Un largo y azaroso viaje de vuelta.

4 de agosto. La alarma de mi móvil suena, inoportuna como siempre. Lo alcanzo a tientas, lo paro y miro la hora: las 3.00. Entonces recuerdo: estoy en el Hilton de Portland (Oregon) y dispongo de media hora para ducharme, vestirme y hacer la maleta, que apenas he deshecho. Bajo a recepción, pago el hotel y salgo a la puerta. A esas horas no está abierto el bar ni nada. Sorprende incluso que haya calles, farolas y semáforos. En la puerta, como un escarabajo gigante agazapado en mitad de la noche, me espera un vehículo de Black and White Cabs. La noche es cerrada, hace calor y el taxi vuela por calles vacías. Llegamos al aeropuerto bastante antes de las 4.

Salir de Estados Unidos es mucho más fácil que entrar. Y el aeropuerto de Portland es pequeño. Mi vuelo, de Delta Airlines, sale a las 6.00 y tiene previstas dos escalas: en Seattle y New York. En el mostrador dejo mi maleta grande, facturada directamente hasta Madrid, paso la seguridad y camino hasta la puerta de embarque. Hay pocos viajeros, algunos trajeados y con maletín de cuero. Aprovecho la espera para acercarme a desayunar un café con un croissant en el único bar abierto. El avión sale puntual. Es un pequeño reactor que no tarda ni una hora en llegar al aeropuerto de Seattle-Tacoma que, al contrario del otro, es enorme. He de coger un tren para ir de una terminal a otra y luego caminar un buen rato hasta la puerta de embarque.

El avión a New York tiene fijada su hora de salida a las 9.30. Consulto un tablero de salidas y encuentro una información inquietante: el vuelo a NY tiene un retraso de al menos hora y cuarto. En el mostrador no hay nadie a quien preguntar. Consulto mi billete. En New York tengo un margen de poco más de dos horas para hacer el transfer. A poco que se retrase un poco más, puedo perder el vuelo. Lo de echar a correr y llegar con la lengua fuera sale una vez en la vida. No puedo ni soñar en repetirlo, mis lectores no se lo tragarían, demostraría ser un pésimo guionista de la película de mi vida. Sigo un rato pululando por el espacio impersonal, estándar, idéntico al de cualquier otro aeropuerto. Curioseo por las tiendas, observo al personal, miro cien veces a los tableros. De pronto se producen dos cambios. El tablero indica ahora que el retraso es ya de 1.45 horas. Y aparece una azafata de tierra que se sienta en el mostrador y enciende el ordenador. Hay otro vuelo que va salir antes desde esa misma puerta.

Me acerco y le planteo mis dudas. Tranquila y amable, busca los datos de mi vuelo, consulta la pantalla y cabecea de forma significativa: tengo razón, el vuelo New York-Madrid ya lo he perdido. Ella no puede hacer nada, tengo que ir a las oficinas de Delta. No están lejos. Allí me atiende otra señora de mediana edad, también avispada y muy amable. Como primera opción, estoy en mi derecho de subirme al avión retrasado y esperar el primer vuelo a Madrid que haya. El problema es que ese vuelo no sale hasta el día siguiente. No hay más vuelos ese día. La compañía me pagaría el alojamiento esa noche. He debido de poner cara de qué bien, tío, una noche en NY, porque enseguida me aclara que sería en un hotel al lado del aeropuerto. Apenas podría ver nada de la ciudad.

Pero, si yo lo que quiero es llegar a casa cuanto antes, ella me ofrece una alternativa: ir por París. Es una posibilidad a considerar. Desde París hay muchos vuelos a Madrid y yo llegaría a casa el sábado 5, como estaba previsto, sólo que por la tarde en vez de por la mañana. No hay más que una pega, me dice. El primer vuelo a París es a las tres y pico de la tarde. No importa, puedo esperar. Pero yo veo otro problema. Mi equipaje se ha facturado para la ruta Portland-Seattle-New York-Madrid. Al cambiar esa ruta, ¿no se perderá? Me dice que no me preocupe, que en cuanto ella haga el cambio de vuelos, los equipajes se redireccionan de manera automática. No me quedo muy convencido, pero no veo otra alternativa. Acepto, teclea un buen rato en el ordenador y me imprime mis nuevos billetes.

El embarque a París será poco después de las 14. Tengo un buen rato de espera. Me siento a tomar un segundo café. El tiempo pasa muy despacio. No tengo ningún libro, me terminé el de Cercas el día anterior. En la librería no hay nada en castellano. Compro un paquete de salmón salvaje del Pacífico envasado al vacío, para regalar. Entonces se me ocurre escribir un post para el blog. Nada mejor para llenar el tiempo. Encuentro un restaurante-hamburguesería con mesas amplias, que me parece adecuado. Pregunto si puedo sentarme a tomar sólo una cerveza. Por supuesto. Un problema: el cable de enchufar el ordenador está en el equipaje facturado, una bobada debida a las prisas al hacer las maletas. He de apresurarme para no agotar la batería. Tengo una idea base: estoy atascado en Seattle como Dylan en Mobile.

Al rato aparece un tipo joven, grandote y jovial que me pregunta si se puede sentar en mi mesa, está todo lleno. Hablamos y confrontamos nuestras peripecias idénticas: es checo, iba a Praga vía New York y ha perdido el segundo vuelo por el retraso del primero. Y también lo han convencido de cambiarse al vuelo de París. Y, por supuesto, comparte mi inquietud por su equipaje. Teme que se lo manden a Australia, dice. Se llama Stanislav y ha venido a Seattle a un congreso del sector de la alimentación, con dos colegas que se han quedado comprando algo y ahora le alcanzarán. Es que él no podía esperar más por una cerveza. Llama al camarero y le pide una como la mía, que tengo terciada. Mi texto está ya enfocado, pero la batería está a la mitad. No puedo seguir hablando con el checo. Le digo que me disculpe, que estoy haciendo el informe sobre mi congreso y me estoy quedando sin batería, porque mi cable va seguramente camino de Australia. Cuando llegan sus dos colegas ya se ha bebido su pinta. Piden hamburguesas y una ensalada de primero, cada uno. La mesa es amplia, así que yo también me pido una hamburguesa.

Los tres están cortados por el mismo patrón: grandes, colorados, sanotes. Con aire de charcuteros o taberneros. Hablan alto, lanzan grandes risotadas y me incluyen en sus bromas. Tengo que darme prisa con el texto, dentro de nada no va a haber quien escriba con el jolgorio. Llegan sus ensaladas y ya se piden su segunda pinta (Stanislav la tercera). Llegan por fin las hamburguesas, el texto está listo para publicar, me falta enviar mi mensaje al mailing de seguidores y colgarlo en Facebook. Pero ya tengo que sumarme al cachondeo. Me pido una segunda pinta de IPA beer, para pasar la hamburguesa. Mis colegas van por la tercera y cuarta, se han devorado las ensaladas y todo el pan que les han puesto y ahora se terminan sus hamburguesas en un periquete. Entonan una canción popular a dos voces, que suena fenomenal y suscita el aplauso de las otras mesas. Luego me gritan ¡Viva el profesor! y ¡Viva España! Y acaban cantando lo de Y viva España.

Cada uno saca su tarjeta de crédito para pagar. Stanislav se asombra: su cuenta es la más alta. Le han cobrado lo mío también. El camarero se disculpa, creía que éramos amigos. Saco yo mi tarjeta y lo arreglan. Ellos son hiperactivos, pero yo quiero quedarme un rato más en el lugar, a terminarme tranquilamente la hamburguesa, la segunda cerveza, apenas empezada, y mis deberes blogueros. Me levanto a darles unos abrazos y se van. Después repaso mi texto, lo publico y lo difundo por los canales habituales. Las ondas van más rápidas que las personas. El ordenador está en las últimas cuando lo cierro. Y todavía tengo margen para darme un paseo antes del embarque.

El vuelo a París va a ser puntual. Y mi nivel de alcohol en sangre es suficiente como para que me importe todo un rábano. Aun así, le hago una pregunta a la señora, ya sesentona, que está en el mostrador: si yo tengo un ticket de facturación por una ruta, al cambiarla ¿se cambia la ruta automaticamente como me han dicho? Levanta las dos manos, se encoge de hombros y enfatiza: It should...(debería). El avión es enorme. Los checos se han sentado en el otro extremo, parece que ya se les ha pasado el punto. Algunos pasajeros se recolocan y a mi lado queda un asiento vacío. Bueno para tenderse a dormir. Una cuenta rápida: hemos despegado a las tres de la tarde. Eso en París y en Madrid son las doce de la noche. Rechazo la primera comida que me traen, tengo la hamburguesa todavía asomando por encima de la epiglotis. Me calzo un somnífero y me tumbo en mi doble asiento.

Mucho después amanezco entumecido y dolorido. No tengo ni idea de por dónde vamos. Me duele la cabeza. Todas las persianas van bajadas y la mayoría del pasaje está completamente frita. Ya en el horario europeo son como las cinco de la madrugada. Me han dejado al lado del culo un paquetito con la segunda comida. Es una especie de empanadilla con una ensalada insulsa, un cubito de queso y alguna cosa más. Y una botellita de agua. Me lo como, voy al baño, camino arriba y abajo. No tengo sueño. Busco entre las películas y elijo Un golpe con clase. Es aquella película de tres ancianos que deciden atracar el banco que les está extorsionando. Es divertida, los actores son excelentes (Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Alda). Y además cuenta con la simpar sonrisa irónica de la gran Ann Margret, conservada a través de los años. Pero no es comparable a Los dinamiteros, con Pepe Isbert. En este momento he perdido ya la noción del tiempo. Me siento como un viajero galáctico perdido en el espacio/tiempo. Podría contarles que me vino a la cabeza alguna música de David Bowie, o de Dylan, o de Nirvana, o de los Stones, en la línea más cool de este blog, pero no les mentiré: lo que sonaba en mi cabeza era un grupo murciano que hace versiones y que se llama M-Clan. Qué quieren que le haga, uno tiene también su vena hortera vernácula. Aquí se la pongo.


Sigue transcurriendo un tiempo interminable y yo soy un cowboy del espacio azul eléctrico, ya ven. En un momento dado dan todas las luces y empiezan a repartir un desayuno copioso. El secreto de Delta Airlines para hacerte el trago más llevadero consiste en forrarte a comida. El avión aterriza sin problemas en el Charles de Gaulle y ya me siento un poco como de este lado. Son las 10.15 de la mañana del sábado 5 de agosto. Y mi vuelo a Madrid es a las 3.40pm. Nuevo tren de conexión entre terminales, nuevas caminatas, nuevos escaparates. Casi al final de mi tiempo de espera me compro una baguette de salchi francés con una lata de Heineken, porque sé que en el vuelo a Madrid no me van a dar nada: este será un vuelo de Air France, que son unos rácanos. 

El vuelo sale puntual, va abarrotado y yo me vuelvo a quedar frito, porque ya no sé ni en que hora me encuentro. El aterrizaje enfrente de la T4 es el más basto que me ha tocado sufrir en todo este viaje. Había turbulencias finales sobre la meseta. Y la azafata, en su mensaje de despedida, dice textualmente: la temperatura en tierra es de 40 grados, lo que suscita una risa nerviosa generalizada. El avión ha de rodar hasta los muelles de la T2, lo que se lleva casi tanto tiempo como el vuelo Portland-Seattle. Y luego hay que caminar un largo trayecto hasta el lugar por donde salen las maletas. Entre ustedes y yo, cada vez que me veo en ese trance y finalmente veo aparecer mi maleta, mi mente se lo toma como el resultado de algo milagroso, de un mecanismo universal prodigioso que hace que cada maleta salga por el agujero correcto.

Esta vez, el milagro no se produjo. Cuando se encendió el letrero "descarga finalizada", caminé con el rabo entre las piernas hasta el mostrador de las reclamaciones, en donde había una cola mediana. Atendían dos personas, una chica joven sonriente y un señor mayor de aire estresado, que además atendía el teléfono. A medida que avanzaba la cola, el hombre se iba poniendo más histérico, hasta que, de pronto, se puso a dar voces destempladas al comunicante de turno: mira, Fulano, tengo que cortarte, que hoy llevamos ya 56 maletas perdidas, 56, no te digo más. Me tocó la chica sonriente. Le expliqué mi problema y se adelantó a decirme que seguramente la maleta estaba en París, que le había pasado lo mismo a otros pasajeros del mismo vuelo. Pero se equivocaba, le pasé mi resguardo, lo metió en un lector y al instante se desdijo: mi maleta estaba en Nueva York. Vendría en el vuelo siguiente, que era el domingo 6 por la mañana, y me la llevarían a casa por la tarde. 

Entonces salí al bochorno madrileño, sin maleta y con una cierta sensación de alivio: el final de mis aventuras estaba ahí, al alcance de mi mano. Decidí que pasaba de taxis. No me gustan los taxistas, no tenía prisa y estaba más allá del cansancio. Me subí en el Metro, viajé hasta Nuevos Ministerios y allí tomé el tren a Atocha. Y, dentro de mi recobrada sensación de relax, decidí no coger el Metro de Atocha-Renfe a Atocha, como hago de costumbre (me rompí un brazo al intentar hacer ese trayecto en sentido contrario). Por el contrario, caminé a través de la estación, que estaba razonablemente fresquita, crucé el invernadero y salí a la plaza. Y allí me aguardaba la última de las anécdotas insignificantes que han conformado el largo relato de mi viaje a Portland.

Circulando por la acera de la estación, se puso verde el semáforo de peatones. No había coches por medio y decidí hacer una diagonal por la amplia calzada, para atajar. Y, nada más pisar la calzada, se produjo un alboroto notable en la acera opuesta. Allí se ponen los manteros, todos de raza negra, y de vez en cuando aparece una moto de policía y los espanta. Suelen tener a uno de ellos apostado para dar el agua. En cuanto el tipo da la señal, tiran de la cuerda, convierten la manta en hatillo y echan a correr como almas que lleva el diablo. Eso fue lo que sucedió en ese momento. Y la prisa extrema les hizo salir de estampida por la diagonal por la que yo caminaba. Se me vinieron encima a la carrera, pensé que podían tirarme y me quedé quieto. Me esquivaron, pero uno de ellos se tropezó ligeramente conmigo y se le cayó a mis pies un sombrero blanco de los que llevaba, con etiqueta y todo. Lo cogí del suelo y salí tras él gritándole: ¡Eh, amigo, que se te ha caído esto! Pero hace años que quedó demostrada la supremacía de los negros en la disciplina de la carrera de fondo. 

Me quedé con el sombrero en la mano, corriendo todavía por inercia hasta pararme. Entonces, desde el grupo de peatones que cruzaban correctamente por el paso de cebra, me llegó una voz: ¡Eh, jefe, déjelos, hombre, quédeselo usted, que seguro que le sienta bien! Usted ya ha hecho lo que ha podido. Miré y vi que todo el mundo estaba pendiente de mí. Me puse el sombrero y me gané una pequeña ovación. ¿Ve usted, hombre? –decía el que me había voceado–, si le queda como un guante... Es como si lo hubieran fabricado para usted. Seguí hasta casa. Dos ideas rondaban mi mente. Una: el tipo me había llamado jefe, igual que mi amiga indonesia Tantri. A medida que me voy haciendo mayor, cada vez mando menos, tanto en mi trabajo como en mi casa y, sin embargo, cada vez me llama más gente jefe. Otra: si me siguen pasando cosas como esta, incluso en Madrid ¿será que las llevo conmigo tanto si estoy de viaje como si no? Mi vida es un blog, aquí y en San Petersburgo. Les dejo la foto con mi nuevo sombrero. Está fabricado en China y es muy cómodo. Un digno colofón para esta serie de textos. ¡Ah! la maleta me la trajeron el domingo por la tarde. Y, haciendo la cuenta en horas reales, desde que salí de la puerta del Hilton de Portland, hasta que abrí la puerta de casa con mi llave, transcurrieron exactamente 30,5 horas. Buen fin de semana.