Soy consciente de que en estos últimos tiempos he disminuido bastante el ritmo de publicaciones, pero no puedo avivar el tema mucho más porque estoy ocupadísimo, como les cuento. Sólo con hacer una mera enumeración de mis actividades, ya relleno un texto del tamaño crítico de mis posts y apenas me queda espacio para alguna de esas viejas reflexiones a la carrera que a veces sobrevolaban mis textos. La vida del mundo y sus habitantes sigue a su ritmo esperado y lo acojonante es cómo nos vamos haciendo cada día más viejos y nos vamos acercando a esa línea que nos iguala a todos. Como ya he escrito, yo, cada vez que me levanto por la mañana y compruebo que no me duele nada y que puedo prepararme mi café triple y mi zumo de naranja salteado con arándanos, doy gracias encarecidamente a mi suerte al ver que no he avanzado más hacia esa línea inevitable y estoy más o menos como el día anterior.
Pero yo, ahora mismo, tengo a dos amigos muy queridos y fieles seguidores de este blog, que han dado sendos acelerones en esta carrera y están ya cerca de la meta. Es muy duro ver consumirse a un amigo, pero estos dos simplemente se han adelantado en una deriva en la que detrás vamos todos los demás; yo no conozco a nadie que no se vaya a morir un día. Y nuestro deber es hacerles compañía en ese trance tan tedioso para ellos y tan doloroso para los que les rodeamos. Y a vivir mientras podamos. Este post es, pues, un homenaje sentido a estos dos colegas, cuyos nombres no digo para respetar su privacidad. Pero, mientras tanto, nos llegan algunas imágenes que ilustran lo que les digo. Por ejemplo, hace unos días tocó en Bilbao la inigualable Chrissie Hinde, la vocalista y líder de los Pretenders, una mujer de la que todos estábamos enamorados en su día. Vean qué aspecto tiene ahora.
Chrissie es, como yo, de la quinta del 51 y está por tanto a punto de cumplir los 72, porque ella es de septiembre. Y se mantiene en plena forma, como se puede observar, si bien los estragos físicos de la vejez se pueden constatar a primera vista. Yo he visto a los Pretenders al menos tres veces, que recuerde, en el Bernabeu, como teloneros de U2, en la sala Aqualung, ahora mismo a punto de ser demolida para posibilitar un pelotazo de la era Almeida en la Ermita del Santo, y una tercera en La Riviera, con un sonido infame que apenas lograba elevarse por encima del murmullo del personal, que nunca he entendido por qué van a los conciertos para seguir contando a voces sus penurias mentales, en vez de dedicarse a escuchar la música. Otro que muestra los estragos de la edad, es el gran Keith Richards, el alma de los Stones, aquí ven una imagen de sus manos, que siguen tocando primorosamente su histórica Telecaster.
En fin, la vida es un proceso de deterioro progresivo, que, según unos, se inicia muy pronto y es imparable. Por ejemplo, mi hijo Kike dice que la cosa empieza en torno a los 25 años; que él, antes de esa edad, podía rematar de chilena y darse la costalada contra el suelo sin mayores quebrantos y, desde que cumplió los 25, ya no se atreve a hacerlo porque le da miedo. Y luego están los extremistas más revirados hacia el pesimismo existencial, que dicen que el proceso empieza en el momento mismo del nacimiento, que la verdadera vida es la que se vive en el seno uterino, flotando en ese líquido maravilloso que nos arropa y nos da de comer, y que por eso los recién nacidos lloran muy fuerte, para expresar su protesta por la pérdida del paraíso. Yo que, como saben, soy un optimista inveterado, sostengo que cada edad tiene su punto y que, una vez superada la adolescencia (tiempo en que te empieza a crecer la clavícula y no sabes qué te está pasando) cada período de la vida tiene sus cosas interesantes y hay que saber disfrutarlas.
En este momento, yo estoy disfrutando de esta nueva juventud de solitario urbano que me ha tocado y en la que me lo estoy pasando bastante aceptablemente. Dicho todo esto, les haré mi habitual crónica de estos días transcurridos desde mi anterior post, que escribí en la tarde del domingo 18 de junio. Lo cierto es que el lunes 19 no tenía nada anotado en mi agenda, porque era luna nueva y ya saben que en mi línea de Ashtanga Yoga, los días de luna nueva o llena no se hace ejercicio de ningún tipo. Y lo cierto es que fue una jornada en la que llegué a sentir una especie de vacío existencial: y ahora qué coño hago yo, aquí con mi gato mientras el calor se va adueñando de estos días, los más largos del año. Pero sobreviví viendo alguna serie de Netflix y haciendo sudokus difíciles, ocupaciones típicas del jubilado proverbial que no soy.
El martes 20 ya me incorporé a mi rutina hiperactiva con todos los honores. A las 10.30 tenía una cita para terminar de hacer la Declaración de la Renta en una gestoría en la calle Cartagena, ya cerca de la Avenida de los Toreros. Me fui andando atravesando el Retiro que estaba precioso y luego por la calle Alcalá hasta Manuel Becerra. Llegué con tiempo de sobra, que aproveché para acercarme a la tienda Kiwoko a comprarle unos juegos a Tarik, que en pocos días destroza los que le voy sacando. El tipo que me ayudó con la renta, es muy bueno, me cobró 80€ que doy por bien pagados porque este es un tema que me genera mucha angustia y necesito apoyarme en alguien que me dé seguridad. Volví caminando y apenas pude descansar un ratito, porque luego tenía una cita para comer con tres amigas que se mantienen activas en sus diferentes puestos del Ayuntamiento.
Nos habíamos citado en La Tavernetta Siciliana, un lugar delicioso de la calle Orellana, donde nos obsequiamos con unas pastas fabulosas, después de compartir una caponata, que es una especie de pisto de las regiones sureñas de Italia. Tuvimos margen de comentar la actualidad municipal, a punto de empezar la segunda legislatura de Almeida, que manda carallo que haya sacado mayoría absoluta siendo el alcalde más petardo de la historia de la ciudad, lo que viene a indicar el nivel del personal e infunde verdadero miedo de cara a estas inminentes elecciones generales de nuestros penares. A este respecto les diré que, aunque me considero yolandista irredento, como ya proclamé en el blog, al menos tres amigos que no se conocen de nada entre ellos me han dicho que esta vez el voto útil es a Pedro Sánchez, por poco que nos guste, si queremos evitarnos el bochorno de tener que sufrir a Abascal-tu-culo-huele-mal, nada menos que de vicepresidente del país.
En las locales, ya saben que yo voté a Recupera Madrid, con otros 6.000 incautos y ya he tenido que sufrir diversos regaños, e incluso lecciones de izquierdismo de tipos que iban en pañales cuando yo me andaba peleando con los grises en la universidad. Seguí a mi corazón y no me importa reconocer que me equivoqué. Quede esto como una sincera autocrítica. Como yo no soy el Papa, puedo equivocarme y, como tampoco soy Pablo Iglesias ni Irene Montero, puedo hacer autocrítica y reconocer mi error. No quisiera recaer de nuevo en el error y, aunque no me hace mucha ilusión votar a Sánchez, pues como que me ha entrado la duda. Ya hablaremos de esto. Mis tres contertulias del martes afrontan con verdadera desgana este tiempo que viene en el que no pueden todavía jubilarse como yo. Como suele suceder, los equipos técnicos no se constituirán hasta septiembre.
Pero, después de la comida, apenas pude descansar, porque a las 19.30 tenía la sesión de cierre de Billar de Letras hasta septiembre, en torno a un libro delicioso, Alberte y Jakob, escrito en los años 20 del siglo pasado por una señora noruega llamada Cora Sandel. Es un texto de una delicadeza extrema en el que se cuentan las penas de una adolescente que no es muy agraciada y a la que le gustaría estudiar una carrera universitaria, pero sus padres han decidido que su dinero es para que estudie su único hermano, que es un zote reconocido. Así se funcionaba entonces: las chicas estudiaban el bachiller y, por brillantes que fueran, les tocaba empezar a mostrarse por el paseo, arriba y abajo, para pescar un marido. Mi madre, sin ir más lejos fue un ejemplo de eso: su único hermano estudió para ingeniero de Caminos, mientras a ella se le vetaba la vía universitaria y se la condenaba a buscar marido. Menos mal que dio con mi padre, que le dio una vida bastante plena para los parámetros de esa época.
El miércoles madrugué y salí a correr al Retiro. Por pitos o por flautas, llevaba como un mes sin bajar a correr, desde antes de mi viaje a Cáceres por el Womad. Y me encontré un poco fuera de forma, pero bastante bien. Luego, me preparé una comida, me eché una siesta y me fui a Palomeras, por última vez en Metro, porque la Línea 1 la cierran hasta finales de octubre. Sólo me queda una clase de guitarra, la que haremos el miércoles que viene, en forma de audición para los familiares de los alumnos más jóvenes. Hicimos el último ensayo y comprobamos que estamos listos para la audición. El jueves tuve mi habitual clase de inglés, hice algunas gestiones pendientes y me fui al yoga, una sesión agotadora por el calor y las agujetas por la carrera del día anterior. Comí en el Ricla unas albóndigas excepcionales, me acerqué a La Mexicana a reponer café para mi cafetera y aproveché para subir a la FNAC y comprarme los libros para el Billar de Letras de otoño.
Y volví caminando a casa, donde pasé la tarde descansando, porque me encontraba bastante matado de la carrera, el yoga y lo demás. Y además debía recuperar fuerzas para el viernes, que venía fino. Una vez libre de la Declaración de Hacienda y con dos meses de descanso de clases de guitarra y de Billar de Letras, espero tener más tiempo para correr y para escribir más seguido en el blog. Pero anteayer viernes, madrugué y me calcé en ayunas un té de ginseng rojo coreano, que es para mí como las espinacas de Popeye y que no dejo de tomarme cada vez que tengo un sarao profesional que implique hablar a un grupo y mantener una actividad continuada. Desayuné y caminé hasta el Puente de Toledo, donde estaba citado con la delegación coreana: la Expressway Korean Corporation, encabezada por su CEO el señor Jingyu Ham, con los tres que habían venido una semana antes y otros dos muy jovencitos que no decían nada, hasta el punto de que llegué a pensar que eran hijos de Ham.
Les dejó allí un minibús de la empresa Spainbus, conducido por una chica que se llamaba Mónica y a la que le pedí una tarjeta, por si tenemos que tirar de ella en algún sarao futuro. Los coreanos venían con una intérprete-guía, diferente de mi amiga Mía Li, que atendía por Kim y era muy graciosa. Dimos un paseo de apenas una hora, porque el jefe no era mucho de andar. Ya me había advertido mi amigo el señor Chung de que este señor era muy diferente a él, aunque eran amigos y tenían una buena relación. El señor Ham es bastante autoritario y los tres que yo conocía de la semana anterior y con los que había hecho muchas risas, estaban ahora bastante envarados y atentos a ver qué demandaba el sumo pontífice. Por ejemplo, Ham llevaba una botellita de agua y, cuando había que subir alguna escalera ayudándose de una barandilla, únicamente hacía un gesto con la botella hacia un lado y enseguida había alguien que se la cogía, para que tuviera las dos manos útiles. Ese gesto lo hacía sin mirar al costado, como Laudrup cuando centraba.
Después de una hora de andar, nos sentamos en una terraza a tomar unas tónicas y cafés y allí yo les seguí hablando del proyecto Madrid Río, atendiendo a las cuestiones que me planteaban los tres técnicos más mayores. El jefe se mostraba displicente, como un marqués, y miraba en torno, como si no le interesara nuestra charla. Y los dos semiadolescentes estaban como medio empanados. Llamamos a Mónica a que nos viniera a recoger y nos llevara a la sede de Madrid Calle 30. Allí nos recibieron cordialmente y pasamos a una sala donde yo les mostré mi presentación del proyecto. A continuación visitamos el Centro de Control de Túneles y nos internamos en las profundidades para visitar los sistemas de ventilación y filtrado de aire del túnel conocido como el By-pass sur. Este doble túnel, de 3,5 kms, discurre a 60 metros de profundidad y fue realmente la parte más interesante de la mañana. No había estado en ese lugar desde una visita durante las obras gallardónicas de la tuneladora.
Allí, a las profundidades de la tierra, vino a recogernos Mónica con su minibús para llevarnos a la superficie, después de cerca de 4 kilómetros de circular por la vía de emergencia que discurre por debajo de los carriles útiles del by-pass. Terminamos en la puerta del restaurante Oviedo, un asturiano que está cerca del paseo de la Chopera, en donde comimos los coreanos, la interprete, la conductora del bus y yo. El técnico de Calle 30 que había dirigido la visita se excusó diciendo que tenía que ir a recoger a sus niños al cole. Entré al quite diciendo que yo me quedaba, que no tenía que recoger a mis niños porque ambos pasan de los treinta, chiste que fue debidamente traducido por Kim y celebrado por los tres más majos con grandes carcajadas, entre la sonrisa torcida del jefe y la indiferencia estulta de los dos chavales.
Lo mejor de todo fue la entrega de regalos que hicimos en Calle 30 con los típicos posados y fotos de las que no tengo imagen todavía, espero que me las manden. A mí me tocó una nueva remesa de té de ginseng rojo coreano, aunque una semana antes me habían traído otra. Esta nueva no es en forma de solubles, como las que yo me he tomado siempre, sino en ampollas de extracto, que he de averiguar cómo se toman, que esto del té de ginseng rojo es una bomba y hay que administrarlo con cautela. Al final de la comida, Kim me regaló un par de dulces coreanos, también a base de ginseng rojo, un detalle personal suyo, que agradecí debidamente. Y me despedí de todos. Ellos tenían todavía unas tres horas del contrato del bus y decidieron que se iban a Toledo, para ver al menos la panorámica desde el Parador.
Volví a casa en Metro porque estaba cansado, pero mi jornada de viernes no terminaba todavía. A las siete tenía teatro en el Español. El sueño de la razón, de Buero Vallejo. Por distintas circunstancias, me sobraba una entrada así que, tras ofrecérsela en vano a un par de chicas de esas que me gustan pero no me hacen ni caso, se la brindé a Miguel, mi nuevo amigo al que me presentó Gonzalo López, el hombre de San Diego. Me había dicho que sí con entusiasmo, pero luego resultó que el hombre estaba medio malo y se pasó la obra entre cabezadas y ratos mirando al suelo sujetándose la cabeza con los codos sobre las rodillas. Me explicó que le han quitado la próstata hace unos días y que estaba tomándose unos antibióticos que le hacen polvo el estómago. Le regañé: podía habérmelo dicho y yo hubiera vendido la entrada. Pero se disculpó diciendo que le daba rabia no corresponder a mi amabilidad. El caso es que, aunque la obra era en parte una castaña (en mi opinión, no en la de otros del grupo), a mi pobre amigo le dio una especie de bajón hipoglucémico y se encontraba fatal.
Le pregunté qué quería hacer y me dijo que necesitaba tomarse una sopa o algo caliente. Así que le llevé a un asiático del entorno en donde se tomó una sopa de wantún que le sentó maravillosamente. Yo le acompañé con una cerveza japonesa Asahi, porque tenía la comida asturiana de los coreanos en las amígdalas. Dimos luego una pequeña vuelta y lo acompañé hasta el Metro Banco, de vuelta a su casa. En fin, esta historia cierra un poco el círculo del post, hemos empezado hablando de las calamidades que sufrimos los mayores y rematamos con otra versión de lo mismo. Así que, lo dicho, a celebrar la vida los que estemos de momento con buena salud y a tratar de hacer cuantas más cosas mejor.
Viene el calor, acabamos de sobrepasar el solsticio y estamos en los días más largos. Para estas olas de calor es muy bueno dedicarse a la lectura. Yo he parado un rato de escribir para ponerme a cocinar para los que estamos aquí cuidando al doliente. Ahora terminaré el post, me echaré una siestecita por aquí y me pondré seguramente a leer. Mientras va cayendo la tarde madrileña al ritmo habitual. Tengo un par de imágenes para cerrar este texto animándoles a la lectura. La primera está relacionada con el Ulises, la obra maestra de James Joyce, que yo me he leído ya dos veces y sin embargo conozco a bastante gente que ha sido incapaz de terminársela por una sola vez. Como mi amiga África, que dice que es una castaña pilonga. La primera de las imágenes que les traigo, muestra a Marilyn Monroe leyéndolo y da fe de que se lo estaba ya terminando.
La otra imagen, muestra una práctica común de los libreros de Bagdad, a día de hoy. El caso es que, cada noche, estos libreros sacan a la calle sus libros y los dejan allí a la intemperie, para que estén más ventilados y no críen moho. Parten de una doble convicción: los lectores no roban y los ladrones no leen. Curioso, ¿verdad? Pues eso, que sean buenos, como mi gato, y soporten el calor con estoicismo. No queda otra.
¡Qué optimismo el tuyo! Que la mítica Marilyn esté deletreando la última página del "Ulises", no significa que haya leído las 600 anteriores. La lectora tiene una curiosa expresión de desconcierto . Pero sí creo firmemente que tú hayas leído semejante obra maestra, dos veces, nada menos, mientras que yo, encrespada de aburrimiento, la dejé a un lado antes de la página 50.
ResponderEliminarQuerida, Marilyn era una gran lectora y la guiaba entre otros Arthur Miller. Siempre me ha sorprendido tu alergia al Ulises. Un abrazo fuerte.
Eliminar