Bueno, este blog es ahora mismo una especie de madeja caótica como cuando un gato se mete en el saco de los ovillos de lana de colores y monta una zapatiesta de tamaño natural, con un resultado estéticamente precioso pero que requiere un trabajo minucioso y una paciencia infinita hasta volver a ser manejable. Yo tengo ahora una maraña de diferentes hilos de colores apenas esbozados y he de priorizar de cuál tiro primero. Necesitaría incrementar el ritmo de publicación de posts, algo inviable porque, por un lado, con el calendario que se me viene encima, no voy a tener tiempo ni siquiera para mantener el nivel de producción actual y, por otro, detecto un cierto nivel de agotamiento en mi público, que tal vez no soporte ya una mayor frecuencia de publicaciones. Así sin ser exhaustivo, los hilos que tengo pendientes de desarrollar son:
1.-
Reseña de mi sinvivir, que sigue a toda pastilla.
2.-
Análisis de la situación política, al comienzo del año electoral.
3.-
Los temas urbanísticos que estoy preparando para mis charlas.
4.-
El corazón y los pedos, revista de la actualidad del famoseo.
5.-
Lecturas recientes, como lo último de Ronaldo Menéndez.
6.-
La inteligencia artificial y el ChatGPT.
7.- El
nacionalismo y sus derivas más recientes
8.-
El Dépor y su trayectoria.
Estos temas y algunos más han sido esbozados en entradas anteriores y ahora mismo podría elegir cualquiera de ellos. Por una cuestión de orden, creo que debo empezar contando el vértigo de mi día a día, para que no se me quede descolgado, al menos mientras me sigan sucediendo historias que se merecen aparecer en el blog, que ya saben que mi vida es un blog desde hace bastantes meses. Los demás temas intentaré irlos engarzando poco a poco en ese relato de mis vivencias, de modo que los hilos de diferentes colores vayan conformando un tapiz, o una manta como esas que hacían nuestras abuelas con los restos de los jerseys desechados. Nos habíamos quedado el otro día, viernes, en que empecé la jornada dando un último repaso a mi post anterior, que había escrito la tarde antes, para por fin publicarlo. A última hora de la mañana tenía una cita con una amiga que se quiere comprar una televisión a crédito, necesitaba un avalista y no tenía nadie más a mano. La recogí con el coche y nos fuimos a un Media Markt de las afueras. Cumplí el protocolo y de paso me enteré de a cuanto se venden ahora las nuevas smart TV, que cada vez que mi hijo Kike viene a casa se queja de que tengo un televisor muy viejo.
Lo cierto es que yo no uso el televisor, salvo para ver en pantalla más grande algunos contenidos de mi ordenador: partidos de fútbol o películas y series de Netflix, cuya suscripción tengo gratis con mi contrato de WiFi con Orange. Ya les he dicho que no va con mi cultura eso de pagar por ver la tele. A mis años ya no voy a ceder en ese tema, creo que los contenidos de pago son tan malos como los libres y estoy esperando que algún día se rescate la fórmula del pay per view. Es decir, si llega (un suponer) la final de la Champions y la quiero ver, a mí no me importaría pagar, no sé, 30€ o hasta 40. Lo que no quiero es hacerme de una plataforma que me tenga conectado todo el año para darme la posibilidad de ver cada día mi ración de bazofia televisiva y luego un día la final de la Champions, por seguir con el ejemplo puesto. Aunque eso me costara los mismos 40€. No es una cuestión de roña, es de concepto. Yo no quiero suscribirme a ningún club que me admita a mí de socio, que decía Groucho Marx.
Tampoco me hago la tarjeta del
Alcampo ni la de la FNAC, que me las ofrecen cada vez que voy a comprar algo
por allí. Y, a propósito de esto, ya les he dicho que yo antes alquilaba
películas sueltas de Filmin sin problemas. Entonces me convencieron de inscribirme
en la plataforma pagando una cantidad pequeña al mes. Seis meses después y dado
que durante ese tiempo no había vuelto a alquilar una sola película, me di de baja y
se lo expliqué. Desde entonces ya no me dejan alquilar películas sueltas. La semana pasada les escribí una carta denunciando esto y preguntando si a
lo mejor es que yo hacía algo mal. La contestación me llegó en unos días: Por un cambio
en nuestro términos y condiciones los títulos de alquiler solo son los de
estreno. Si no eres suscriptor solo puedes alquilar estos títulos, ya no existe
la opción de alquilar cualquier título del catálogo. Pues yo los títulos de estreno me voy a verlos
al cine.
Después
de encargar el televisor de mi amiga, nos comimos unas hamburguesas en
el mismo centro comercial y luego la dejé de vuelta en su casa. Pude echar una mínima siesta, pero luego tenía un segundo sarao. A las 20.30 había quedado
en Antón Martín con Henry Guitar y sus amigos de la brass band vallecana. Se
trataba de ver un concierto de funk en una sala de mi barrio que se llama La Caverna
y para lo que todos habíamos sacado entradas por Internet y menos mal, porque
cuando llegamos estaban agotadas. Pero yo les había propuesto quedar antes porque
tenía un hambre de la hostia, después de mi hamburguesa de centro comercial de
periferia. Nos acercamos a un bar de Santa Isabel que se llama Parrondo y es un
clásico, que yo no conocía. Nos juntamos unos diez pero, con una o dos
excepciones, todos habían comido cosas como cocidos, potajes, fabadas y
similares y nadie tenía hambre.
Pedimos
cervezas y vinos, y yo añadí unas patatas bravas y unas alitas que nos
recomendó el camarero pero que resultaron estar en una salsa espesa que las hacía muy
incómodas de comer. De las patatas aún comieron algunos, pero lo de las
alitas fue un fracaso y luego estuvieron toda la noche cachondeándose de mí a
cuenta de ello. Yo calmé mi hambre y alguno me ayudó, pero nos
dejamos algunas alitas en el plato a pesar de que nos tomamos una ronda doble,
en previsión de que las birras en el antro al que íbamos fueran mucho más
caras. Caminamos por León y Huertas hasta coger el arranque de la calle
Echegaray donde está La Caverna. Y, nada más llegar, reconocí el lugar. En mis
tiempos se llamaba La Boca del Lobo y he visto yo conciertos allí para aburrir.
Es un sótano bastante pequeño, por eso se acaban las entradas enseguida. El
grupo que tocaba se llama Funk Mekanicae, hacen básicamente versiones y son muy
buenos. Vean un vídeo del grupo, subido a Youtube.
Algunas cosas sobre el funk. Para mi es la música ideal para bailar. Es escucharla y se me empieza a mover el cuerpo. No me pasa eso con el reggaetón ni con las sucesivas variantes del rap. Es un tema generacional, como lo de la alergia a las plataformas audiovisuales. El funk es lo que yo bailaba en mi antepenúltima reencarnación, antes de convertirme en un padre de familia. Cuando Henry me dijo el miércoles en clase que si me apuntaba (él conoce al trompeta del grupo) no lo dudé ni un segundo. Y puedo asegurarles que el público del lugar era mayoritariamente sesentón, barbas y calvas a saco, con la excepción de las peñas de amigos de algunos de los músicos, que venían de claque y hacían mucho barullo. Para hacer un buen funk hacen falta dos cosas: un buen bajo y una buena cantante.
No sé cómo se llama la chica que canta en Funk Mekanicae, pero es un animal escénico. El grupo no sería igual con otra cantante. Por cierto, en el vídeo anterior, de enero de 2020, estaba más gruesa que ahora, en estos tres años se ha estilizado bastante. El resto del grupo está formado por guitarra, bajo, batería, teclista y tres de la sección de vientos. Nada más entrar, dejé el abrigo en el perchero, me pedí un tercio de cerveza y me fui a la primera fila. Henry se vino conmigo, pero luego se volvió más atrás, para valorar la calidad del sonido. Yo siguiendo mi costumbre, grabé un solo vídeo, de tamaño medio, desde mi posición privilegiada de la primera fila, pero Henry hizo desde atrás muchos cortitos y en todos se me reconoce la calva bailando delante de la cantante. Abajo les pongo el mío y uno de los de Henry, a título de ejemplo.
Acabó
el concierto después de muchos bises, yo me quedé por allí y felicité
sinceramente a la cantante, que era muy simpática y se mostró encantada de mis
halagos. Eché de menos a Henry y algunos otros del grupo, los demás andaban por
allí confraternizando con el trompeta y el resto de la banda. Imaginé que estaría en la calle fumando, así que fui al baño, recogí el abrigo y les
dije a los de abajo que me iba a la calle. Pero resultó que arriba, junto a la
entrada, había una pequeña barra y allí estaba Henry tomándose una birra con un amigo que se había encontrado y que me presentó. Me pedí una cerveza más, la
cuarta de la noche ya, y me uní al dúo. No había nadie más por allí, salvo un
chaval mestizo, sentado ante un tenderete con pincelitos y una paleta de colores acrílicos. Además
de la chica que atendía la barra, que era muy mona y con la que una vez más
entré a un juego de coqueteo de los míos.
La
culpa la tuvo ella que nos preguntó si no queríamos hacernos un maquillaje
mágico con el artista, que era sensacional. Los otros dos escurrieron el bulto,
pero yo le pregunté a la chica de qué iba la cosa. Me dijo que el chaval era un
amigo suyo, que era un verdadero artista, muy imaginativo y que lo de hacerse
un maquillaje era gratis y nadie que se lo hubiera hecho se había quedado a disgusto.
Entonces la miré a los ojos y le dije: ꟷVale, yo me lo hago si te lo haces tú
también y luego nos hacemos un selfie. Me sostuvo la mirada y dijo: ꟷClaro,
pero tú primero. Acepté y me fui donde el chaval, que se puso muy contento,
manos a la obra. Según lo sentí, el tipo ponía puntitos de una pintura
fosforescente a la luz negra del antro y con ellos trazaba lineas alrededor del
ojo. Le di las gracias y volví a la barra. La chica dudó, tenía que dejar el bar desatendido, pero le dije que yo se lo cuidaba. Eran unos minutos. Al
otro lado de la barra, Henry y su colega no salían de su asombro. La chica volvió enseguida y nos juntamos para el selfie. Y aquí tienen el resultado.
La
noche corría desbocada y, acabadas las cervezas, nos salimos a la calle a fumar
(ellos; yo ya saben que no fumo). Había una animación considerable, en viernes
noche y olvidado ya el miedo de la pandemia. Poco a poco nos fuimos juntando
toda la peña, salvo algunas excepciones, como Manolo el trompeta, del que se
comentó que no andaba muy animado últimamente y había cogido la costumbre de marcharse sin despedirse. Yo ya me quería ir a dormir,
pero alguien propuso ir a tomar la última a la Plaza de Santa Ana, que está al
alcance. Y allí que nos fuimos. No estaba la noche como para terraza, pero
encontramos un bar que no estaba demasiado lleno. Y allí cayó mi quinta cerveza
de la noche (otros llevaban más), en medio del ruidoso bullicio que tiene ya el personal a esas
horas tardías.
Algunos
me preguntaban en tono burlón qué coño era eso del maquillaje de puntitos pero
cuando les enseñé mi foto ya nadie se rió más y seguro que más de uno hubiera
vuelto a La Caverna sólo para hacerse un selfie como el mío. Eso sí, tuve que
soportar que me recordaran cada poco las funestas alitas del Parrondo, pero la
verdad es que estaba feliz. Acabamos las birras y caminamos hasta el Metro de
Antón Martín, a punto de cerrar. Algunos hicieron amago de bajar a coger el último,
para volver a su barrio vallecano. Pero Henry propuso acompañarme hasta Atocha
para bajar las birras y coger luego un búho que controlaba él a esas horas, Y todos se apuntaron.
Ya soy uno más del grupo, me falta tocar un poco mejor la guitarra para que me
propongan alguna sustitución. Caminamos Atocha abajo hablando alto entre chanzas y risotadas. En la esquina de mi calle nos dimos abrazos y achuchones
y subí a casa encantado de que me hubieran parido, en un ya lejano día. Me miré en el espejo
y me hice una última foto antes de borrar la obra del artista del
maquillaje. Véanla.
El
sábado me hubiera tocado salir a correr pero tenía una resaca importante y no
estaba para carreras. Y ya saben lo que decía Lola Flores: uno se puede meter
al cuerpo cualquier droga, o simplemente alcohol; pero luego hay que
descansarla y recuperarse adecuadamente. Ese era mi plan para el sábado, cuidar
el hangover, que dicen los ingleses. Así
que, en cuanto desayuné, bajé un momento a la farmacia a reponer algunas
medicinas de las mías y luego me puse el pijama y me dispuse a pasar el día en
casa. Únicamente tenía planeado ver por la tele el partido del Dépor Femenino
por la mañana y el del masculino por la tarde. El partido de la mañana no fue
bueno, las chicas perdieron y dejaron escapar el liderato. Pero el partido me
sirvió para no enterarme del ruido de la manifestación facha.
Me comí
la segunda mitad de unos fusilli con brócoli, ajo y anchoas que me había hecho unos
días antes, me eché un ratito y vi el partido del Dépor masculino que sí ganó
finalmente 1-0, con gol de Lucas Pérez que ya lleva cuatro en tres partidos. Por
la noche ya estaba recuperado del todo, cené una ensalada y me fui a la cama. Y
el domingo bajé a primera hora a un Retiro medio congelado, ideal para correr. Por
la tarde empecé a elaborar este post como descanso, después de todo un día de
hacer diferentes gestiones para lo que se me viene encima en las próximas
semanas. Esto es el sinvivir prospectivo. Mañana martes me acercaré al
Centro-Centro, que es como se llama el salón de actos que hay en Cibeles.
Empieza la primera de las dos jornadas programadas para la difusión del
proyecto Bosque Metropolitano.
Como
les he contado, la unidad administrativa en la que yo trabajé en mis cinco
últimos años de activo, está volcada en dejar este proyecto lo más avanzado
posible. Es un proyecto impulsado por Ciudadanos, partido que se autodestruirá
en unos cuantos segundos, y sería bueno que el siguiente equipo político municipal se lo apropie y lo siga apoyando. Para eso es clave que se quede lo
más adelantado posible. El concejal saliente se está volcando en la difusión
y en la búsqueda de apoyos de todo tipo. Y yo no puedo faltar a estas dos
jornadas, con programas muy interesantes de mañana y tarde, que tienen por
objeto darle visibilidad a este proyecto, el último en el que yo trabajé. Ese interés
del concejal explica el apoyo que nos han dado a Werner y a mí con el tema de
los de Brazzaville, que finalmente se reactiva.
Como yo
me barruntaba, los de la ONG Eveil d’Afrique tenían problemas para conseguir el
visado, por eso no nos cogían el teléfono. Hace cuatro o cinco días pudimos por
fin conectar. Nos contaron que el visado se lo da el Ministerio
correspondiente, pero requiere el sello de la Embajada de España. Lógico. Sólo hay
un problema. En Brazzaville no hay embajada española. Se ocupa de los asuntos
de nuestros paisanos la situada en Kinshasa, al otro lado del río Congo. Ante
la lentitud del procedimiento, nuestros amigos decidieron coger el toro por los
cuernos, cruzar el río y plantarse en la embajada. Eso de cruzar el río no es
sencillo, que yo sepa no existe ningún puente ni ferry, únicamente pequeñas
barcas que han de enfrentase a prolijos controles fronterizos entre dos países que
desconfían el uno del otro. Pero ayer domingo nos llamaron y parece que las
cosas se precipitan.
Nos
contaron alborozados que habían conseguido una cita en la embajada para el
próximo día 31 y que les habían prometido que en 48 horas tendrían el visado.
Teniendo en cuenta que pretenden salir de su país el 4 de febrero, la cosa está
muy al límite, pero esto es algo muy típicamente africano. Con esta noticia, se
han venido arriba y dicen ahora que unos colegas de otra ONG se quieren sumar
al plan, con lo que no serían seis sino doce. No les hemos asegurado que se
pueda hacer, pero ya nos han mandado la nueva lista de nombres. Todo muy
africano, como ven. Por último, nos contaron que ya tienen reservados vuelos para los
doce en las Ethiopian Airlines. Saldrían el 4 y tendrían que hacer dos escalas
en Addis Abeba y en Roma. Moverse por el mundo no es fácil para la gente de estos países.
Tenemos un borrador de programa para ellos que ya les iré contando. También tengo un
esquema de programa para Alain Sinou y sus alumnos en marzo. Recibir a
cualquier grupo requiere buscar oradores, reservar salas, pensar en los
transportes. Estos días he hecho muchas gestiones para ir teniendo todo listo.
Como no soy africano, no me gusta dejarlo todo para la última hora. Los
occidentales solemos programar nuestras actividades con tiempo. Vean si no el
sinvivir en el que anda Samantha Fish, que ya tiene todo programado hasta
octubre, incluyendo dos giras europeas y una australiana. Sam está ahora
simultaneando conciertos de su banda con otros con Jess Dayton y suma a ambas
líneas a otros músicos de nombre en el blues, como Eric Johanson, Jeremiah
Johnson o Kenny Wayne Shepherd. A pesar de su actividad incansable, Sam ha ganado peso y empieza a tener unos
mofletes de lo más apetitosos. ¡Madre mía! Eso sí que son cocochas y no las del
Ricla. Para los que dicen que no es guapa, les dejo con un retrato reciente. Sean
buenos, que yo me voy al yoga.
Que un grupo se llame Funk Mekanicae, así acabado en ae, revela un cierto conocimiento del latín que parece bastante coherente con la música de este grupo. Por lo demás, la chica de los puntitos muy guapa y de Samantha, qué le voy a decir. Siga usted disfrutando de la noche y cuéntenoslo luego, que es muy ameno.
ResponderEliminarAmén.
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