Había puesto este título provisionalmente, como hago a menudo, esperando que luego se me ocurra un titular más adecuado. Pero todos los que me han venido a la cabeza me parecen peores, así que tal cual se queda. El caso es que llevo un tiempo sin comentar demasiado las cosas de la actualidad periodística nacional y mundial, por un doble motivo; por un lado, la reseña del sinvivir en el que me manejo apenas me deja margen para contar otras cosas y, por otro, la actualidad es tan tediosa que, salvo por lo que concierne a los temas del corazón (Preysler, Shakira), lo demás aburre hasta a los semáforos y yo no quiero que este blog sea aburrido. Por cierto, ya que andamos con el corazón a vueltas, más de un lector de esos que no entran a hacer comentarios sino que me los hacen por teléfono o en persona, me ha hecho llegar su preocupación por mi estado anímico y mi gestión de la soledad. Dicen estos bienintencionados seguidores que mi último post es casi una llamada de socorro y se basan para ello en mi comentario de cuánto echo de menos a una mujer que haga conmigo las cucharitas, para poder tocarle el culo a medianoche.
Opinan que mi texto es de primero de Psicología pero, miren ustedes por dónde, si yo he logrado llegar a los casi 72 que estoy a punto de cumplir sin necesitar ni una sola vez un psicólogo, pues tendrán ustedes que admitir que a mí no se me puede meter en el mismo saco que a los demás. Por eso escribo un blog como este, que no se parece a ningún otro. Ya he dicho que no me gusta demasiado descubrir los trucos literarios con los que escribo esta columna cada pocos días, pero hoy voy a hacer una excepción para revelarles una cosa. El tema de las cucharitas me vino a la cabeza al revés de cómo piensan muchos. Buscando en Youtube vídeos relacionados con el mundo del blues, llegó hasta mí el personaje de Abby, The Spoon Lady, que me parece extraordinario. Recuerden que, no hace mucho, les traje también una performance cojonuda de The Possum Scratchers, Las Zarigüeyas Pulgosas, un vídeo súper divertido de un inefable grupo de ancianos músicos callejeros.
Pues así fue la cosa: encontré el vídeo de Lady Spoon, me pareció muy adecuado para el blog, busqué un nexo de unión con mi rollo y aquí salió el tema de las cucharitas. Fue justamente así, y no al revés. Así que no hay motivo para que se preocupen por mí. Ya les he detallado los análisis que hago de mi situación sentimental. Por un lado, las mujeres que me gustan, no muestran un mínimo interés por mí y, por otro, las que se interesan por mis huesos, no me gustan. Son dos grupos que constituyen conjuntos disjuntos, en términos algebraicos. En paralelo, las más jóvenes, que son las que me siguen gustando, ya no me consideran un enemigo potencial, un ligón peligroso, con lo cual no se cuidan de poner una distancia de protección y eso me permite acercarme a ellas y mariposear un rato, con mis artes de seductor veterano. Si alguna vez intento ir un poco más allá, rápidamente me hacen la cobra y me doy por enterado. Esta esgrima es bastante divertida, al menos para mí, y no está en mis planes perderla por una mujer que me quiera en exclusiva y se proponga compartir su vida conmigo.
Esto último no es algo del todo imposible; puede que aparezca una excepción en alguno de los citados conjuntos disjuntos, pero es bastante improbable. En el caso de las jóvenes que me ignoran, tendría que ser una chica un poco incauta y, desde luego, en una relación secreta: ninguna chica superaría el trámite de presentarme a sus amigas/primas/hermanas/colegas y afrontar esa inevitable mirada que viene a significar: pero tú estás loca o qué, qué haces cargando con semejante vejestorio. En el caso de las abuelas que me hacen ojitos, yo al menos exigiría que la señora en cuestión tuviera casoplón en Los Ángeles, por aquello de por el interés te quiero Andrés. Ya les he contado también que uno de mis referentes conductuales es el personaje que interpreta Richard Gere en American Gigolo, Paul Schrader-1980, película que les recomiendo sin dudas de ningún tipo.
Así que ya lo saben: en mi anterior post, primero fue el vídeo de Lady Spoon y luego salieron las cucharitas y sus implicaciones. Es que lo de esta señora desdentada, conocida como Lady Spoon, es realmente un portento, según definición precisa de un comentarista anónimo. Ya saben que Samantha Fish es la mejor intérprete mundial de cigar box guitar. Lady Spoon no es que sea la mejor, es que es la única en el mundo capaz de sacar esa sonoridad de dos cucharas soperas. Les juro que el otro día me pasé la tarde entera intentándolo en la cocina de mi casa con dos de mis cucharas y no conseguí hacer nada ni parecido al trrrriquitrim-trim-trim de esta señora. Es dificilísimo. Les voy a pedir que vean otro vídeo tomado esta vez en plena calle en Asheville, una ciudad de Carolina del Norte. Comprobarán que Lady Spoon maneja también un timbre como los de los mostradores de los hoteles antiguos (¿lo habrá mangado subrepticiamente?), que hace sonar tres veces con el pie cada vez que alguien echa un billete en el sombrero, a modo de señal sonora de agradecimiento. Véanlo, please.
En estos días mi sinvivir ha continuado a toda vela, si bien estoy procurando descansar un poco y guardar fuerzas para lo que se me viene encima. El martes tuve mi clase normal de inglés, luego repasé y afiné el post que había escrito la tarde anterior y lo publiqué ya pasado el mediodía. Busqué entonces algo de comer y encontré en la nevera una cazuela con algo que había cocinado mi hijo Kike el sábado anterior, mientras yo andaba por ahí de francachela con Alain y su amiga octogenaria. Era un guiso con una textura intermedia entre sopa y puré, de un delicioso color calabaza claro y salteado de daditos de diferentes verduras. Saqué un plato y lo puse a calentar en el microondas, de donde enseguida empezaron a brotar efluvios de apio y otras delicias vegetales. Me vino a la memoria una palabra: minestrone. Era una sopa que sabía hacer mi madre y que me encantaba de chico.
Creo que hace tiempo que no probaba algo tan exquisito. Le mandé a mi hijo un Whatssap preguntándole si era una especie de minestrone o qué. Me contestó que quitara lo de especie de: era una minestrone de reglamento. Así que ya lo saben: ni los guisos del Ricla, ni las delicias culinarias del Can’Punyetas o de la Llorería. El plato del año: la minestrone de Kike. Voy a ver si me manda la receta que, como de costumbre, les pasaré en el blog. Después de la siesta, estuve trabajando mi texto sobre las chabolas y cené algún resto más para no irme a la cama en ayunas, que no es demasiado bueno. El miércoles salí temprano a correr por el Retiro, me duché, hice algunas gestiones on line y cogí el coche para ir al edificio APOT. Allí estuve cerrando el programa del día 7 de febrero con los de Brazzaville, aunque no sabemos si vendrán o no, pero había ya que reservar la sala para la conferencia y el autobús para la visita.
Ya saben que tengo diversas conexiones con el mundo africano y sé cómo es la mentalidad de esta gente. Nosotros les mandamos la carta de invitación con la lista de todos sus nombres como nos pidieron. Con eso parece que les era suficiente para solicitar el visado. Dejamos pasar las navidades y ahora les hemos empezado a llamar. Y no se ponen al teléfono. No es algo especialmente extraño. Los africanos, y la gente del tercer mundo en general, no comparten nuestra noción de ciertos conceptos, como la formalidad o la puntualidad. La forma en que viven el tiempo es también distinta. Ya saben que los negros suelen decir a los occidentales una frase que les hace mucha gracia: ustedes tienen los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo. Es un dicho muy popular en el África francófona. Suena más o menos como en el videoselfie de abajo, en el que me esfuerzo en poner voz de negro, con resultados bastante mediocres.
Pero las peculiaridades de las culturas africanas no se limitan a su diferente concepción del tiempo. Otra cosa muy típica: si tienen que darte una mala noticia en relación con algo a lo que se han comprometido, no dicen nada y dejan el tema pudrirse, aunque saben que te vas a enterar al final, es como si les diera miedo que te enfades. En este caso, creo que no les han dado el visado. Tal vez no se lo den nunca, pero no se atreven a decírnoslo. Y, además, con su concepción místico-mágica del mundo seguirán pensando que aún lo pueden obtener con tiempo para sacarse los billetes y cumplir con lo programado. Ya se ocupará Jehová o los diferentes dioses del animismo de echarles una mano. Mientras tanto, no dicen nada y esperan a ver si las cosas se arreglan solas. Sumando esto con la diferente valoración del tiempo y la programación, no sería raro que propongan un retraso de su visita, lo que, con lo apretado de mi programa, podría frustrar todo el asunto. Les tendré al tanto.
Después de cerrar estas gestiones en el APOT, me fui a comer con mi compañera M. con quien quería contrastar mi programa de intervenciones con los franceses del máster de Alain, porque mi amiga tiene siempre buenas ideas en la cabeza sobre la gestión del urbanismo en la ciudad. Una vez que me despedí de ella, me acerqué al bar de mis amigos a tomarme con ellos un chupito de hierbas y desearles feliz año. Luego conduje de nuevo a casa, descansé ligeramente y bajé a coger el Metro a Palomeras para mi clase de rentrée con Henry Guitar, después de dos semanas de pausa, en las que he practicado algo, cosa que mi profesor adivinó enseguida. Volví a casa bastante cansado, me zampé lo que quedaba de minestrone y me fui a la cama.
El jueves tuve mi habitual clase de inglés, en la que Ed nos anunció que se va un par de semanas a una playa colombiana, a unas cabañas con WiFi, desde donde daremos las clases en horarios diferentes para no hacerle madrugar. A mediodía cumplí con mi ritual de yoga y me acerqué al Ricla. Ya había pedido otra cosa de comer cuando Ana telefoneó a sus hijos al bar para preguntarles si estaba yo y les dijo que me cambiaran el menú, porque estaba a punto de terminar unas patatas con carne y con níscalos, que no había probado nunca. Apareció por allí poco después con la cazuela y realmente el cambio mereció la pena. Aunque la minestrone de Kike es imbatible. En general, los guisos de olla están más ricos después de un par de días, que no recién hechos. De vuelta en casa y tras la siesta reglamentaria, trabajé un rato en mi artículo sobre las chabolas de Madrid y por la noche me comí un par de huevos fritos con jamón
Ya ven que me cuido bien: deporte y buena alimentación, con presencia importante de platos de cuchara (que no de cucharitas, quién piensa en cucharitas con lo bien que vivo). Ayer viernes, me levanté dispuesto a descansar de todo ese trajín y disfrutar de algunos de los regalos de Navidad y otros que me he hecho a mí mismo en el año pasado. Como mi casa con el suelo perfecto y la pintura recién renovada. O el nuevo equipo de música, que me costó cero euros, gracias a la generosidad de mis amigos X y Paco Couto. A esto tengo que añadirle mi nueva coquette, de la marca Le Creuset. Me la compré de rebajas en El Corte Inglés y Kike, que venía conmigo, certificó que era un precio conveniente. La cosa viene del viaje que me hice por Europa en noviembre, durante el que constaté que en todas las casas francesas tienen una coquette para que los guisos de cuchara salgan estupendos.
Y ayer la estrené, finalmente, para hacerme un potaje de garbanzos, espinacas y bacalao, según la receta que ya publiqué en el blog y que pueden localizar buscando en la etiqueta cocina. Lo que pasa es que yo les expliqué cómo hacerlo en una olla exprés, y con la coquette la cuestión se alarga a toda la mañana, pero de eso se trataba. Durante la elaboración me puse a buen volumen un disco de Chopin que contiene el Concierto nº 1 para piano y orquesta, seguido de cuatro mazurcas maravillosas; uno de los vinilos de mi colección histórica que ahora puedo volver a escuchar. Y les diré que el potaje me salió estupendo y tengo comida para algún día más. Tengo que comprobar si unos días después está aun más rico, antes de empezar a pensar en invitar a alguien a comer, de acuerdo con uno de mis propósitos de principio de año. Vean abajo un video del comienzo de la elaboración del plato y una foto del resultado, por supuesto, con una milnueve.
Ayer por la tarde estuve dejando correr las horas, le di otra vuelta a mi artículo, me puse a escribir para ustedes y dejé este texto casi terminado. Porque hoy tengo un programa diferente al de los demás sábados. No puedo correr por el Retiro, tal vez lo haga mañana, porque a las 10 tengo que conectarme a una clase de dos horas de inglés, para cuadrar las horas mensuales en las condiciones alteradas por el viaje de Ed a Colombia. Y a mediodía he quedado con una amiga en una créperie, para almorzar e ir al cine de tarde a ver Broker, la última película del director japonés Kore-eda, de quien tal vez conozcan la excelente Un asunto de familia, 2018. Para acudir a esta cita galante, estrenaré el otro regalo de Navidad que me he hecho a mí mismo, un abrigo de skater que me compré rebajado por Internet después de empezar a buscar por las marcas por las que se mueve mi hijo Kike. Ya les subiré alguna imagen.
Me gusta esto de las citas para el cine de tarde, porque dejan después un tiempo largo para las historias soñadas o reales de las que ya saben que nunca voy a darles detalles, porque integran la cara oculta o zona de sombra de mi vida. Y tendré el domingo para correr y luego descansar largamente, como está mandado desde el Antiguo Testamento, y no seré yo quien contravenga ese mandamiento. Pero estos días ha habido una noticia triste: la muerte del gran Jeff Beck, uno de los mejores guitarristas de la historia. En El País siempre han tenido unos comentaristas de rock nefastos y esta vez le ha tocado dar la noticia a un gilipollas cuyo nombre ni siquiera he memorizado, que dice que Jeff murió “repentinamente” de una meningitis bacteriana. Las comillas las pone él y no sé qué coño quiere decir con esas comillas, que ningún otro medio usa al dar la información. En las noticias inglesas dicen suddenly, sin comillas. No soy tan burro como para desearle a ese imbécil que se pille una infección similar para que entienda lo que quiere decir exactamente suddenly. Pero sí me van a permir que, desde mi blog, le diga que por mí se puede meter las comillas por el culo.
Jeff estaba bien de salud, tenía 78 años pero estaba delgado y se cuidaba. A modo de homenaje, les dejo un vídeo que grabó este verano con su amigo el actor Johnny Deep. Johnny acababa de pasar un calvario con el juicio por difamación subsiguiente a la denuncia de su ex Amber Heard, en el que finalmente ganó por goleada (otro día hablamos del tema) y Jeff lo invitó a sumarse a su grupo que estaba de gira. La canción que les pido que escuchen está dedicada a la memoria de Hedy Lamarr y cuenta cómo esta actriz fue encumbrada por los mismos que luego la hundieron. Jeff deja a su amigo el protagonismo de cantarla, aunque lo apoya con un par de solos marca de la casa (pueden ver cómo usa básicamente el pulgar, mientras con los otros dedos sostiene la palanca del vibrato, con la que juega todo el rato). La canción está compuesta por ambos con letra de Deep y un estribillo bastante triste que repite: no puedo creer, no quiero creer, en los humanos nunca más. Yo tampoco puedo creer que Jeff ya no esté entre nosotros. Sean buenos, una vez más.
Pues a mí en ningún momento se me pasó por la cabeza que estuvieras en un estado anímico que fuese de preocupar, si bien es cierto que cuando se está en una de dos posibles situaciones se suele pensar en en las ventajas de estar en la otra y cuando pasas a la otra piensas en las ventajas de la anterior. No te voy a aplicar algo con la que se bromea como maldad: "Claro, como no tienes sentimientos no tienes depresiones". Más bien te aplicaría el dicho gallego, "O boi ceibo ben se lambe" que en castellano dice lo mismo: "El buey suelto bien se lame".
ResponderEliminarPor otra parte también estoy convencido, conociéndote, de que esa parte que dejas en la sombra está llena de luz.
Muchas gracias, amigo, por tus sabias reflexiones como siempre. De la zona de sombra no puedo hablar, por definición. Y seguro que más de uno, o de una, piensa que no me deprimo porque no tengo sentimientos. Un fuerte abrazo y feliz año.
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