¡¡Uffff!! Por fin se terminó la Navidad y ayer reanudé el ritmo normal de mi vida, aunque llamarle normal a mi ritmo de vida no es más que un eufemismo, una falsedad como esas que nos traen cada día las noticias, o las todavía peores que se creen los conspiranoicos crónicos, que son carne de fake. Les pondré más abajo unos ejemplos de bulos increíbles vertidos en las mal llamadas redes sociales, que cierta gente se traga sin rechistar y por eso se van a asaltar el Congreso USA, como al comienzo de 2021, o el de Brasilia, hecho lamentable con el que hemos dado inicio al Año del Señor de 2023. Entre tanto ruido, sólo encuentro una certeza: el Dépor jugó este domingo su primer partido desde la llegada del mesías Lucas Pérez y ganó tres-cero, con dos goles del susodicho y un tercero de penalti que el mentado Lucas no quiso tirar y se lo cedió a un compañero que lo marcó.
Quiso demostrar con ese gesto que él viene humildemente a arrimar el hombro y ser uno más, como anunció. Si hubiera marcado ese penalti, habría hecho hat-trick y se hubiera llevado el balón del partido firmado por todos sus compañeros, como manda la tradición. Como sólo marcó dos, no se pudo llevar el balón a su casa de Monelos, suponiendo que haya vuelto a vivir en el barrio, siendo como es millonario. En su anterior etapa de deportivista, después de hacer un partidazo en el que marcó varios goles, le preguntaron qué había hecho esa noche. Contestó que llegó a casa, dejó la bolsa de deportes y bajó al bar de la esquina a tomarse unas tazas de Ribeiro con algo de picar, con sus colegas de toda la vida, tras lo cual subió de nuevo a su domicilio y se tumbó en la cama a ver los videos de los goles de la jornada, actividad buenísima para inducir el sueño, como sabía muy bien el señor M.Rajoy, que se veía el Estudio-Estadio sin falta todos los domingos, para llegar fresco al despacho el lunes.
El domingo sólo pude ver por la televisión la primera parte del partido, porque mi sinvivir me reservaba una cita para unas cañas a las 8 de la tarde. Pero empezaré por ponerles al día de mi deriva hiperactiva de estos días pasados. Como les conté, el día 5 tuve inglés, yoga, comida en el Ricla y escritura del post anterior. El día 6, por el contrario, pude disfrutar de una jornada de descanso en casa, aprovechando que mi hijo Kike se iba con su señora a la fiesta de Reyes de casa de su madre, festejo del que yo me excusé como cada año, lo que me permitió dedicar la mañana a recoger y sanear las plantas de la terraza y pasarme la tarde dedicado a la lectura y al noble arte del samanthing, también conocido como tocarse las pelotas a dos manos.
El día 7 las cosas ya empezaron a ser diferentes. Inicié la jornada corriendo mis 6,5 kms por el Retiro a buen ritmo, pero era sábado entre festivos y tuve que dedicar el resto de la mañana a hacer diversos recados pendientes: ir a la farmacia a reponer mi medicación, acercarme a La Mexicana a por más café, comprar otros 12 litros de leche semidesnatada sin lactosa que, aunque Kike se tiraba por los suelos de risa cuando me vio llegar 20 días antes con una compra similar, lo cierto es que se estaba acabando y había que cargar más. Por cierto, he usado la expresión tirarse por el suelo de risa. Si estuviera en Asturias, diría en cambio esmendrellarse de risa, palabra muy expresiva del bable que deberíamos incorporar al lenguaje cotidiano, y que suele emplearse siempre que algo se desbarata, como una galleta o un polvorón.
Fui también a recoger un viejo abrigo de Desigual al que se le había esmendrellado la tela del cuello de tanto usarlo, así que lo había llevado a que le sobrepusieran un cuello de pana del mismo tono azulado y, de paso, que le cosieran en la pechera un patch de Samantha Fish que me vino de regalo en alguno de los discos suyos que compré por Internet. ¿Cómo dicen? ¿Qué no saben lo que es un patch? Joder, pues mírenlo en Google. En el Reino Unido hay incluso tiendas exclusivas especializadas en la venta de rockstar patches. Bueno, lo mejor es que vean mi nuevo look de bluesman. A ver si consigo otro de Ghalia Volt, que un groupie que se precie ha de llevar cosidos unos cuantos patches de sus estrellas de rock favoritas.
Poco después, Alain descubrió que Victoria conservaba una casa rural en Las Negras, Cabo de Gata, y que acostumbraba a pasar allí las navidades para estar sola y huir de sus fantasmas. Y se sumó al plan. Desde hace 10 años, Alain y Victoria pasan las navidades en ese lugar desértico y bellísimo, en un pequeño hostal (la casa se vendió hace mucho). A veces va también un amigo gerundense de Alain, independentista perdido, pero este año han estado solos. Y yo no descarto apuntarme al plan en los años venideros, aunque sería hacerles un feo a mis hijos si les sigue dando por venir a mi casa casi 20 días. Alain suele viajar en coche, aunque no ve demasiado bien y no puede conducir de noche. Y esta vez decidió regresar del Cabo de Gata por Madrid y pasar conmigo un par de días. Se hospedaron en el hotel Mediodía en plena plaza de Atocha y buscaron un garaje cercano donde dejar el vehículo.
El sábado 7 por la tarde, yo esperaba su llamada para bajar a servirles de anfitrión durante su estancia en Madrid. Cuando me contactaron bajé a recogerlos al hotel y echamos a andar bajo una lluvia persistente. No conocía a Victoria pero, en cuanto la saludé, comprendí por qué no son pareja. Victoria es una señora muy mayor. Es una anciana menuda muy divertida, medio sorda, que no habla una palabra de castellano, pero es muy culta, conserva la capacidad de maravillarse por las cosas cotidianas y se mantiene aceptablemente a base de yoga y mucho senderismo, que es la principal actividad deportiva de ambos en el Cabo de Gata, además del levantamiento de gin-tonic. A lo largo de la velada, me reveló que tiene 86 años y que cada vez que llega una nueva Navidad le resulta sorprendente no haberse muerto todavía. Victoria tiene exactamente veinte años más que Alain. Son dos amigos que se encuentran una vez al año y que se profesan un cariño y una fidelidad sin fecha de caducidad.
Caminamos por la calle Argumosa hacia el corazón de Lavapiés y, ante la lluvia persistente, se me ocurrió llevarlos al Mercado de San Fernando, que es un sitio muy animado, como todos los mercados de barrio reconvertidos en usos mixtos con actividades de ocio y restauración. Estaba a rebosar de gente, sobre todo joven, tomando cervezas, comiendo tapas y raciones y montando un escándalo regular, que a mis amigos les encantó. Nos sentamos en la primera mesa que encontramos libre, era un antro turco o similar y Alain se levantó, fue a la barra, pidió tres Riberas y tres platos que, al parecer, señaló con el dedo. Cuando los trajeron, le pregunté qué eran y me contestó: ꟷ¡Ah! No lo sé, pero tienen buena pinta. La pinta era más o menos buena, pero el contenido no tanto, a pesar de estar cocinados con mucho comino y otras especias del entorno árabe.
Nos terminamos nuestro condumio, repetimos de vinos y caminamos de vuelta. Pero era imprescindible un gin-tonic, así que recalamos en un bar que hay en el arranque de Argumosa en el local que antes ocupaba una librería a la que solía yo ir mucho y que se llamaba La LibreRía. Ya antes de la pandemia se convirtió en librería-bar y ahora es sólo bar. Pedimos gin-tonics y unas torrijas buenísimas, a sugerencia mía, para dulcificar un poco la cena no demasiado exquisita. Mis colegas no sabían lo qué era una torrija, así que les aclaré que se trataba de pain-perdu, lo que les hizo mucha ilusión. Nos atendió una chiquita peruana muy simpática con la que inmediatamente pegué la hebra en uno de mis proverbiales coqueteos y acabamos los dos muertos de risa, mientras Alain repetía de gin-tonic y Victoria seguía encantada de nuestra compañía, con su mirada evocadora perdida en un cierto estupor alcohólico. Tras pagar, la chiquita peruana se despidió de mí con dos besos, lo que acrecentó la perplejidad de Victoria. Alain le aclaró que soy un seductor inveterado y entonces pareció comprender. Les dejé en el hotel y volví a casa. Mis huéspedes me esperaban viendo tranquilamente la tele. Ya ven: el mundo al revés, ese día era el padre el que se iba de juerga y los jóvenes los que veían la tele arropados con una manta.
El domingo 8 mi programa era también intenso. Tras desayunar con KIke y su chica, que ya estaban haciendo las maletas, bajé al Café Vertical, frente al Caixaforum. Había quedado allí con Alain para hablar de temas de trabajo, que luego les explico. Nos llevó hora y media discutir y cerrar todos los temas y a las 12.30 salimos a dar un pequeño paseo hasta las Cortes. De vuelta, le enseñé a mi amigo el restaurante catalán Can’ Punyetas, donde sirven calçots, caracoles, escalibada y una butifarra estupenda. Le gustó tanto que reservamos para tres y fuimos al hotel a recoger a Victoria. Hicimos tiempo con una cerveza en la terraza de El Brillante, aprovechando una tregua de la lluvia, y caminamos luego hasta el restaurante.
Tras la estupenda comida, ellos tenían la tarde libre, lapsus que aprovecharon para acercarse a la Fundación Mapfre a ver la exposición de Picasso y Julio González. Yo debía volver a casa para coger el coche y acercar a mis chicos al aeropuerto, en donde cogerían su vuelo a París. Después, volví para una ligera siesta, vi el primer tiempo del partido del Dépor y bajé a encontrarme con mis amigos en la Plaza de Santa Ana para una cena de despedida, a base de jamón, pulpo y ensaladilla rusa con unas cervezas. Por si había dudas, me adelanté a decir que esa noche no habría gin-tonic, que yo tenía que trabajar por la mañana y luego ir al yoga. Les pareció bien, Alain tenía que conducir hasta Bayonne y Victoria no está ya para tantos trotes, aunque se lo pase muy bien con nosotros. Nos despedimos y regresé a mi casa, por fin sin compañías.
Ayer mi programa fue trabajar toda la mañana, luego yoga, un pote asturiano extraordinario en el Ricla, una buena siesta y a escribir para ustedes. Pero me entraron varias llamadas de teléfono y no me dio tiempo a acabar este post. Y ahora se estarán preguntando ustedes: ¿pero Emilio no estaba jubilado? ¿De qué trabajo habla entonces? Bien, les diré que tengo varios asuntos en marcha en un inicio de año bastante frenético. En primer lugar, he de escribir un texto de hasta 1.000 palabras sobre el tema del realojamiento y las chabolas, para el e-book de la asignatura que imparte mi amiga Sonia de Gregorio, en cuyo curso di una clase el año pasado. En el e-book de 2021 ya incluyeron un texto mío sobre el Programa de Barrios en Remodelación, que concluyó en 1986. Este año, Sonia me ha pedido un texto diferente y estoy estudiando todo lo relacionado con la actividad del Consorcio de Realojo de la Población Marginal (1986-1998) y el Instituto de Realojo e Integración Social (IRIS), creado después por Gallardón. Todavía no he empezado a escribir el texto definitivo.
Los días 24 y 25 he de asistir a las jornadas sobre el Bosque Metropolitano, que son en Cibeles, en sesiones de mañana y tarde. El 2 de febrero tengo la interviú on line con la investigadora urbana sueca Jenny Stenberg, de la que ya les he hablado y que he de preparar mínimamente también. Y, a partir del 3, como hasta el 10, andarán por aquí los de la delegación de Brazzaville, cuyo programa aún no hemos cerrado, pendientes de si finalmente les dan o no el visado. Y, de acuerdo con lo acordado con Alain, el mismo día 11 de febrero tomaré un avión a París pagado por la Universidad Paris-Huit. Lo curioso del caso es que mis dos hijos vienen el día 9 para una boda en Madrid, así que Kike me tendrá que dar la llave de su casa para los primeros días. Mi clase con Alain está programada para el viernes 17, pero yo he querido cogerme diez días para encontrarme con algunos amigos más, como Hélène Chartier.
El sábado 18 podría aprovecharlo para acercarme a Lens a visitar la ampliación del Louvre proyectada por el estudio japonés SANAA, galardonado con el Pritzker en 2010, que hace tiempo quiero conocer. Una posibilidad es que luego siga hasta Lille a visitar a Lucas. Y el domingo 19 es mi cumpleaños y tendremos que organizar dónde y cómo celebrarlo. Mi vuelo de vuelta a Madrid es el lunes 20. Hemos tenido que fijar las fechas de mi viaje así, porque la semana siguiente quiero ver el concierto de Ghalia Volt en Madrid, lo que inutilizaba el viernes 24 (las clases de Alain con invitados son los viernes). Y el siguiente viernes era ya demasiado encima de la visita a Madrid que el propio Alain está preparando para venir con los alumnos de su máster. Este viaje de devolución de visita está fijado para la semana del 6 de marzo, con el programa que estuvimos diseñando en el Café Vertical y que les cuento.
El lunes 6 de marzo, llegan los alumnos por la mañana, cogen el hotel y se darán una vuelta por el centro. Los días martes, miércoles y jueves están cada uno dedicado a un tema, dentro del programa del curso de Alain. Hay un día para grandes proyectos urbanos y su poder transformador, completado con una visita a Madrid Río. Un segundo sobre reconversión de usos industriales obsoletos en nuevos centros culturales y de ocio, que también les contaré yo y que incluirá visitas al Matadero, Reina Sofía, Museo del Ferrocarril en Delicias y alguno más si nos da tiempo. Y el tercero tendrá relación con la transformación de edificios de vivienda de las décadas de los 60 a 80 para su optimización energética y medioambiental. Para este tema, voy a intentar pedir ayuda a la gente que dirigió el programa de ayudas de los años de Carmena, que luego suprimió el Topillo. Y el viernes tendremos una sesión matinal de cierre y conclusiones, antes de que cojan el avión de vuelta por la tarde. Alain no viaja con ellos, lo hará de domingo a domingo, para tener más tiempo conmigo.
Para colmo, la clase que tengo que dar en París ha de ser diferente a estos tres temas, para no repetirles el rollo a los estudiantes. En este caso, le propuse a Alain hablar de las diferencias entre el planeamiento tradicional y el estratégico, como el que empezamos a hacer tras la llegada de Carmena. Y un tema actualmente a debate. ¿La ciudad se debe gestionar únicamente con actuaciones estratégicas? ¿O merece la pena rescatar el viejo planeamiento, para mantener una mínima visión urbanística de conjunto, global, como la de los años 80? Hay mucha gente partidaria de la primera alternativa, pero yo creo que sería mejor la segunda, sin excluir el planeamiento estratégico, pero recuperando esa concepción más integral. Pero esto requeriría una revisión completa de los procedimientos, para simplificar un sistema que se ha vuelto inviable por complejo y prolijo, haciendo que surja la alternativa estratégica.
Todo esto es quizá un poco abstruso para los seguidores del blog no expertos en urbanismo, aunque mis viejos lectores deben de saber ya mucho del tema. En cualquier caso, tengo un montón de trabajo por delante para estos próximos días, pero ya han visto que no les abandono. Aunque tal vez en estos meses el ritmo de publicaciones del blog se ralentice un poco, como ya sucedió a comienzos del año pasado. Es curioso el hecho de que me haya tenido que jubilar para recuperar un poco mi relación mental más intensa con la profesión de urbanista. Yo siempre me había sentido como una especie de outsider, un tipo que no comulgaba con las piedras de molino que uno ha de tragarse en el mundo endogámico del gremio de arquitectos. Sin embargo, en estos últimos años, me he encontrado colegas que comparten mi visión de las políticas urbanas, como Alain Sinou, Inés R. de Le Havre, Werner Dürrer o mis diferentes amigas de la ETSAM. Y eso me hace sentirme menos raro.
Pero les he prometido más arriba relatarles algún ejemplo de las teorías conspiranoicas que se cree el personal y que llevan a algunos a asaltar parlamentos o a presentarse fusil en mano en una pizzería de Washington desde la que supuestamente Hillary Clinton dirigía una gran red de pedófilos. Ya les conté que en USA, durante el mandato de Obama, circulaban hilos de Twitter que aseguraban que el presidente organizaba orgías sexuales en la Casa Blanca con su mujer y sus hijas, para las que se hacía traer varios grandes monos de los zoológicos cercanos. Y en los hilos había gente que se lo creía y respondía escandalizada y horrorizada. Hablando con Alain del tema, me dice que en Francia hay todo un foro que asegura que Macrón es gay y que su mujer Brigitte es en realidad un hombre. Y la gente se lo cree, como se cree que la Tierra es plana, que las imágenes del hombre en la luna fueron rodadas por Kubrick en unos estudios de Hollywood o que los yanquis se tiraron ellos mismos las torres gemelas.
Pues en uno de mis festejos navideños me tocó soportar a una peña para la que Pedro Sánchez es el demonio, quiere hundir España e implantar un régimen comunista en el que nos expropien las casas y acabemos todos en la calle. En ese entorno, una señora ya cincuentona y no muy inculta, se vino arriba y dijo estar segura de lo siguiente. En el Mundial de Qatar, España había perdido adrede con Japón, para poder jugar la eliminatoria siguiente con Marruecos y perder también con ellos, como parte del acuerdo secreto España-Marruecos pactado por Sánchez con Mohamed VI por el que cambiamos de chaqueta en el Sahara. Luis Enrique cuyo padre, no lo olviden, es Amunike, cumplía órdenes directas de la Moncloa. A mí me dio la risa, pensando que lo estaba diciendo de broma. Pero era en serio. Se lo creía. Entonces le dije: ꟷPero Fulanita, ¿cómo es posible que te creas semejante barbaridad? Se puso muy digna y me espetó que soy un ingenuo, que nada de lo que pasa es casualidad.
Con la mierda que circula por las mal llamadas redes sociales y la credulidad de la gente poco preparada para usarlas, como dice un amigo mío: ¡poco nos pasa! Hemos de cuidar esta sociedad en la que vivimos tan bien para que no se nos vaya a la mierda. Y ese cuidado exige información de calidad, buena enseñanza y, en suma, cultura y sentido crítico. No se olviden de esto. Por lo demás, yo enfrento el año, como ven, muy ocupado, con algunas citas apasionantes en el horizonte. A finales de mayo volveré a París para el concierto de Samantha Fish. Y tal vez logremos hacer en otoño ese viaje a Uganda que estamos preparando. Y mi amigo Diego Moreno, de Tijuana, desembarcará en Europa con su extensa familia, en fechas que aún no he concretado. Compaginar todas estas cosas en un programa sin superposiciones es difícil, pero veremos cómo va saliendo todo.
Entre medias de todas estas actividades, continúo picoteando en el mundo femenino como buen dandy coruñés que soy, sin muchas pretensiones de establecer alguna relación más estrecha que la de la mera amistad y ese coquetéo ligero que constituye una esgrima deliciosa cuando te lo saben entender. Y la verdad es que me siento bien y no echo de menos el amor o el sexo, a lo que ayuda bastante tener más de 70. Lo único que a veces echo de menos es dormir al lado de una mujer, haciendo lo que se llama las cucharitas. Es muy agradable despertarse a media noche, estirar una mano y tocar un culo. Pero no se puede tener todo en la vida. Tampoco me he decidido todavía a hacerme con un gato, que hacen mucha compañía, y hasta se puede hacer las cucharitas con ellos. Con el programa que tengo para este principio de año, no sé si lo podría atender debidamente. Tal vez en el verano.
Y ya que hemos hablado de cucharitas, les voy a dejar de despedida un vídeo de una señora que es precisamente experta en cucharas, por lo que es conocida como Abby the Spoon Lady. Es una señora que forma parte del colectivo de músicos de blues que vagabundean por toda USA tocando por las calles, viviendo en roulottes o en chamizos y poniendo la gorra en el suelo para que les echen unas monedas. En función de cómo vengan los tiempos, han de irse a ciudades nuevas a desarrollar sus performances callejeras, para lo que suelen moverse en trenes de carga. Lady Spoon está lejos de cumplir los 80 como mi nueva amiga Victoria, pero ya ha perdido todos los dientes, algo que le importa un rábano. En una entrevista que pueden encontrar en Youtube, asegura que eso de tener dientes está sobrevalorado. Ella toca las cucharillas como nadie en el mundo, es una maravilla ver lo que hace con dos simples cucharas soperas y eso es lo que cuenta. En este caso acompaña a otro músico callejero: Chris Rodrigues, ejemplo de one man band. Disfrútenlo. Y sean buenos, desde luego.
La desdentada Lady Spoon. Un portento.
ResponderEliminarNo lo sabe usted bien.
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