Todavía está la gente preguntándose cómo pudo suceder otra vez el fiasco del Dépor en el partido decisivo, y yo creo que no es sino una más de las desgracias que afligen a mi equipo del alma, que parece afectado por un meigallo bíblico o como los que machacaban a ciertos héroes homéricos, en una serie que parece que nunca va a terminarse y que comenzó sin duda en el archifamoso penalti de Djukic, el 14 de mayo de 1994, fecha de infausto recuerdo para todos los seareiros del equipo. Un evento tan alucinante como para generar incluso un cuento de Julio Llamazares, que se llama precisamente así, El penalti de Djukic, y es el primero de los relatos que componen su libro Tanta pasión para nada, título también significativo, que el autor publicó en 2011, y del que tengo un ejemplar dedicado de su puño y letra, que adquirí en la Feria del Libro de 2013. El cuento empieza cuando Djukic inicia la carrera y te cuenta toda su vida anterior, que va pasando por su cabeza mientras va hacia la pelota.
Decía el futbolista Gary Lineker que el futbol es un deporte en el que juegan once contra once, alrededor de una pelota, y al final gana Alemania. Este conocido dicho, podría cambiar su frase final por y al final gana el Real Madrid, después de las gloriosas remontadas que le han llevado este año a conquistar una nueva Champions. Pero yo creo que, por contumacia histórica, la frase final más bien debería ser y al final pierde el Dépor. Estas desgracias le suceden siempre a mi equipo en el estadio de Riazor, cuando toda la ciudad se engalana para celebrar un triunfo decisivo que nunca se produce, hasta el punto que algún periodista ha propuesto que, remedando el nombre con el que es conocido el viejo Old Trafford de Manchester (El Teatro de los Sueños), Riazór debería bautizarse como el Teatro de las Pesadillas. El batacazo ha sido de tal calibre que hasta ha tenido reflejo en algunos diarios de ámbito nacional, como El Español, el libelo de Pedrojota, que le dedica un artículo que les pido que abran, aunque sea sólo para ver las imágenes y vídeos y darle una lectura en diagonal. Han de pinchar AQUÍ.
Se pregunta el periodista si los del Dépor somos la mejor afición del mundo. No lo sé, pero yo preferiría no figurar en ese ranking y, a cambio, ganar alguna vez uno de estos duelos decisivos. En realidad nos vamos mereciendo más el título de El Pupas, que hace años se le adjudicaba al Aleti, o los chascarrillos aquellos que empezaban con tienes más moral que el Alcoyano. Está claro que el Depor ha destronado ya al proverbial Alcoyano, en esta estadística de la desgracia máxima repetida año tras año. Y esta vez nos hemos superado, porque la posibilidad de subir a Segunda nos la habían puesto a huevo o, como también se dice, como se las ponían a Felipe segundo, refrán que no sé de dónde procede. Desde luego, a Felipe sexto no se las ponen así de fáciles, entre su padre y el resto de su irreal familia. Yo les había prometido que no iba a hablar más del Dépor, pero ya ven: se me ha escapao. Y, ya que estamos, les pongo un par de fotos de antes del partido.
En realidad, yo quería seguirles manteniendo informados de mi permanente sinvivir, en el que todas las piezas parecen acabar encajando, pero del que en el post anterior no les conté todos mis eventos futuros para no agobiarles. Como quizá recuerden, el sábado pasado lo perdí entre mi clase de dos horas de inglés, subir a hacer una compra grande al mercado, comer, una siesta y ver el infausto partido del Dépor. Luego, no me pude subir a la Feria del Libro, porque el Ayuntamiento había decidido cerrar el Retiro por el calor, lo que ha llevado a un comentarista anónimo de dicho post a proclamar que Almeida es más tonto que el que asó la manteca, dicho que no conocía y que le agradezco en el alma. La verdad es que cerrar los parques durante las olas de calor, parece del género idiota, siendo como son los lugares más frescos de la ciudad. Habrá de haber una razón para esto, pero es que este tipo no la explica. Si explicara esa razón, no le estaríamos llamando tonto todo el rato. Yo he buscado esa razón justificadora en la prensa más afín al señor Almeida y no la he encontrado. Incluso la he buscado en La Razón, valga la redundancia, y nada de nada.
Por lo demás, el sábado ya apretaba el calor que daba gusto. El domingo dediqué la mañana a escribir el citado post anterior y la tarde a prepararme para la charla a los franchutes, de la que más o menos conseguí dar por cerrada la presentación en imágenes. El lunes estuve todo el día ensayando la conferencia en francés, ayudándome de un traductor on line para encontrar las palabras que no me salían. No obstante, cumplí con mi obligación de acudir a mi clase de yoga, lo que me permitió constatar que es posible continuar haciendo todos nuestros trabajos, afanes, rutinas y negocios a pesar de la temperatura asfixiante. Yo salí a las 13.40 como cada día, caminé por la sombra hasta la academia de yoga, luego recalé en el Ricla y volví por el mismo camino. El martes por la mañana hice un penúltimo ensayo, porque la tarde la tenía ocupada.
A media tarde vino Werner a traerme el proyector y los cables, que venían en una maleta con ruedas. Dado que él les iba a pasear por Madrid Río en bicicleta antes de mi charla, el proyector le hubiera supuesto un incordio y por eso quedamos en que lo llevaría yo. Y a las 19.30 me conecté para la última sesión del curso de Billar de Letras, que ya se despide hasta septiembre. Para culminar este curso, que ha sido buenísimo, teníamos un libro que es extraordinario, pero Dios me libre de recomendárselo. Se llama Piedras en el vientre, y parece ser la única novela de Jon Bauer, un inglés que se dedica a hacer guiones de cine y no ha vuelto a escribir nada, desde que publicó esta obra en 2010. La acción de la novela se desarrolla en dos planos temporales, presente y pasado, que se van alternando en los capítulos.
En el presente, el protagonista, del que no se dice el nombre, vuelve desde el Canadá, para acompañar en su agonía a su madre, que tiene un cáncer cerebral que le impide hablar, razonar y actuar de una manera coherente. El autor no ahorra ningún detalle desagradable, desde vomitonas, hasta intentos de comer helados de la nevera que acaban por el suelo, miradas enloquecidas y huidas a la calle sin mirar al tráfico. Pero es que el pasado nos muestra al protagonista de niño, en una familia en la que la madre aloja a continuos niños de acogida, que le generan al chaval unos celos terribles, por lo que se dedica a putearlos a todos. Es un niño que hace continuas perrerías, como escaldar al gato en la ducha con agua muy caliente y luego meterlo en la lavadora.
De mayor es también un personaje violento, impredecible y que bebe más de la cuenta, pero todo viene de una maldad que hizo de niño y que supera a todas las demás, de la que se libró de ser culpado, pero de la que busca redención y trata de contarle lo que pasó a la madre, que no se sabe si se entera o no. Este protagonista es un auténtico psicópata, como resultado de esa infancia en que su madre no le prestó la atención debida, entre el absentismo del padre, que era un cero a la izquierda. También llegamos a saber por qué la madre actúa así, pero no se lo voy a revelar, por si se les ocurre comprársela. Como les digo, es una novela devastadora, su lectura te deja bastante hecho polvo. Pero la sesión de Billar de Letras fue gloriosa, con grandes discusiones entre los que decíamos que el tipo es un cabrón y los que buscaban apoyos para absolverlo. Ronaldo se marcha ahora a Cuba, a visitar a su madre que está delicada, así que para él fue una sesión especialmente tremenda.
El miércoles por la mañana ensayé por última vez mi presentación, preparé mis cosas y me tumbé a descansar haciendo samanthing, porque tenía una tarde dura y era el día de temperaturas más altas. A las 16.15 bajé a la calle con la maleta del proyector, el maletín de mi ordenador y la guitarra en su funda en modo mochila. El aire parecía estar ardiendo cuando caminé hasta Atocha y tuve que esperar a que apareciera un taxi, que ya saben que vienen por docenas cuando no los necesitas y no llegan nunca cuando esperas uno. En la Casa del Lector del Centro Cultural Matadero, me esperaba Charly, el informático que nos ayuda en estos saraos y que ya me conocía de cuando los daneses del Metro. Preparamos el proyector, conecté el ordenador y lo dejé enfocado en la primera imagen. Fui al aseo a beber medio litro de agua del grifo y esperé en la sala.
Werner y los franceses llegaron puntuales a las cinco y no parecían especialmente agotados. Luego, durante la cena, me comentaron que ellos están acostumbrados a la humedad de Burdeos, con la que el calor es especialmente insoportable, pero que no les importaba tanto este calor seco. Werner me presentó y arranqué. La verdad es que la cosa me quedó muy bien. Mantuve la atención de unos arquitectos que llevaban varios días dando tumbos por la ciudad a unas temperaturas infernales, guiados por Werner, que es implacable con los programas. Además, la mayor parte de ellos eran de cierta edad, como de 40/50. Con una excepción, una chica muy joven con unos ojos preciosos muy abiertos, que parecía especialmente impresionada por mi historia. Les conté un poco de la Operación Madrid Nuevo Norte y mucho del Bosque Metropolitano.
Acabé como un reloj a las seis en punto. Werner, consciente de mis apuros, les dijo que yo tenía prisa y, como luego iba a cenar con todos, que las preguntas me las hicieran después. Un aplauso y salí cagando leches con la guitarra y el ordenador. Busqué un taxi, pero aquí si que no había, así que me fui al Metro de Legazpi, cambio en Pacífico y luego hasta Palomeras. En el segundo trayecto íbamos abarrotados y nos acordamos todos de la señora Ayuso, que ha reducido el número de trenes. Llegué sin retrasos a la clase de Henry Guitar, que se acerca ya a la pausa veraniega, como el Billar de Letras. Luego regresé en Metro a Atocha, subí los trastos y apenas tuve 20 minutos para descansar. A las 21.00, salí otra vez al bochorno, para caminar hasta el restaurante La Castela, en la calle Doctor Castelo, donde había quedado con el grupo.
Hube de caminar alrededor del Retiro, que seguía cerrado, sin que nadie de los numerosos viandantes que circulaban por la estrecha acera aprovechando el fresquito del parque, se explicara el por qué del cierre. La cena, fue muy divertida y fui a caer al lado de la chica joven y guapa, que resultó ser venezolana, por lo que pude descansar de hablar en francés, que también es algo cansino. Es una arquitecta que vive en París y trabaja para la agencia que les había organizado el viaje a los de Burdeos. Esta agencia suele mandar una persona con los grupos y ella se había ofrecido porque su madre vive en Madrid. Hablamos un montón, nos juramos que nos llamaremos cuando vaya yo a París o venga ella a Madrid, para lo que quedamos conectados por el Whatsapp y acabamos tan contentos que Werner nos hizo la foto que pueden ver aquí, antes de empezar con los postres.
La chica se llama Éricka y era la única que se había podido cambiar, al estar en casa de su madre. Se había puesto guapísima para la cena de cierre del viaje. La verdad es que también confraternicé mucho con un arquitecto de mediana edad, con aire entre pop y medio friky, que ya me había caído bien en la charla y al que tuve en la cena al otro lado. Se llama Bertrand y también me juré amor eterno con él, y me prometió que, si iba a Burdeos un día, se encargaría de enseñarme la ciudad, sus proyectos y sus bares. Acabamos bastante tarde, metimos a los franceses en varios taxis a su hotel, que estaba en la Gran Vía, Éricka se fue en Metro y le propuse a Werner volver caminando hasta mi casa y luego que hiciera lo que quisiera para llegar a la suya. Estaba cansado, pero al final siguió a píe hasta su casa.
Fuimos hablando y me enteré de varias cosas. En Francia, el proceso de formación continua de los arquitectos es obligatorio. Han de tener un mínimo de créditos al año, si no, no pueden ejercer. Me parece cojonudo y, al parecer, es igual en Alemania y algunos otros países. Werner está integrado en una red internacional, que se llama Guiding Architects, que se dedica a organizar este tipo de viajes por todo el mundo. Hace años que él se encarga de los viajes de la gente que quiere venir a Madrid. Y creo que tiene un chollo conmigo, porque sabe que puede contar siempre con mi ayuda. Y, además, yo también tengo un chollo con él, porque de estos saraos me llevo unos cuantos billetes, que no me vienen mal.
Durante años hice este tipo de bolos gratis para Werner, pero con los daneses me sorprendió cambiando el concepto. Le pregunté por qué y me dijo que antes yo tenía un sueldo y él consideraba que estas cosas formaban parte de mi trabajo y ya estaban pagadas. Ahora no es así y debo cobrar. No seré yo quien le lleve la contraria. Como se imaginan, esta mañana estaba reventado. Aún así, he tenido mi clase de inglés y luego he salido caminando hasta el despacho de los que me han ayudado con la declaración de la renta, en los primeros números de Serrano. Me han explicado todo al detalle y ya está la declaración hecha y mandada (no les detallo el palo que me han dado).
He vuelto andando (el Retiro ya estaba abierto) y se me ha ocurrido pasar por la puerta de Montalbán, acceso al Ayuntamiento, por ver si me encontraba algún colega. Pero no había nadie conocido. A cambio, una señora gorda estaba medio desmayada, le habían sacado una silla de dentro y había un par de ambulancias. El típico golpe de calor. He descansado unos veinte minutos en casa y he salido para el yoga. El calor era ya asfixiante y el Ricla estaba vacío, era yo el único cliente. A esto del calor y el cambio climático habrá que adaptarse, no nos va a quedar otra. No vamos a estar encerrados en las casas hasta el otoño. Cuando volvía a casa, me he fijado en el marcador digital de temperatura de la parada de bus de Tirso de Molina y le he hecho una foto. Estos marcadores, cuando se quedan al sol, se vuelven locos, pero, aún así, la imagen es acojonante.
Ya en casa me he puesto al ordenador, con el aire acondicionado, y he averiguado que hoy era el Bloomsday, que cada año conmemora la fecha en que se desarrolla el Ulises de James Joyce que, como sabrán, transcurre en un solo día, un 16 de junio. Cada año, en Dublín se hacen diferentes festejos y actos literarios, en memoria de esta obra que cambió la narrativa moderna y que yo me he leído dos veces. Pero es que, además, este año se añade que se cumplen 100 años de la publicación del libro. Me he enterado porque me ha avisado mi amiga Valeria Correa, que me ha enviado la foto que ven abajo y he sabido luego que este año hasta en Madrid han hecho una procesión como la de cada año en Dublin, a pesar de los 40 grados. Vean también el anuncio de dicha conmemoración.
Yo no estaba ya para sumarme al festejo y además, tenía que escribir este post y descansar un poco, porque mañana tengo un acto al que me he apuntado en el Caixaforum por la mañana, que ya les contaré y por la tarde me cojo el coche y me voy a San Leonardo de Yagüe (Soria), en donde tenemos hotel reservado para dos noches con mi grupo de senderistas veteranos. No es la primera excursión que organizan después de la pandemia, pero sí la primera a la que yo puedo ir, con el sinvivir que tengo últimamente. Regresaremos el domingo por la noche y espero que haga unas temperaturas algo más fresquitas que las de Madrid, porque esto es bastante insoportable. Los ingleses tienen un adjetivo específico para designar este tipo de bochorno: scorching. Bueno, pues yo me voy a descorchar una botella de verdejo de Rueda para acompañar la cena. Sean buenos y no se quejen del calor, que aún estamos en primavera.
Pues hacer senderismo en plena ola de calor no es lo más recomendable, ya nos contará cómole ha ido.
ResponderEliminarBueno, contado está y en detalle. La verdad es que el organizador nos mintió, como de costumbre, diciéndonos que todo el recorrido estaba sombrado por árboles altos. Pero ya empezamos el trayecto con la idea de que era mentira, porque le conocemos. Pero sobrevivimos, qu es lo que importa.
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