Vaya, demoré la publicación de este post hasta ver cómo terminaba el partido decisivo de ayer del Dépor, que toda la ciudad de La Coruña soñaba con ganar para subir a la Segunda División, primer peldaño hacia la recuperación de las glorias pasadas. Confiaba yo en esa victoria y hasta tenía las imágenes de las hormigoneras decoradas en blanquiazul y las pescaderas del mercado de la Plaza de Lugo animando al equipo, mientras desgajaban con el sacho, una a una, buenas tajadas de bonito o de atún, arre carallo. Imágenes que he guardado para mejor ocasión. Confiaba, digo, pero estaba cagado de miedo, como le confesé por Whatsapp a un paisano que me envió el mensaje A por eles, seguido de muchos emoticonos de brazos forzudos, a quien respondí con sinceridad: yo los tengo de corbata. No me engañaba mi intuición: el Dépor perdió con el Albacete y se quedará un año más en Tercera.
El drama fue digno de los mejores guionistas de Hollywood. En Navidad, el equipo era líder con seis puntos sobre el segundo, el Racing de Santander. Poco después recibió a su contrincante en Riazor, con la posibilidad de ganarle y ponerse a nueve puntos. Pues perdió y se le quedó el Racing a tres. Entonces, a los jugadores les entró la cagalera y unos meses después el Racing les superaba y llegaba a sacarles hasta once puntos, asegurando el puesto de líder, el único que daba derecho al ascenso directo. El Dépor quedó de segundo, y no perdió ese puesto de milagro, gracias a un arreón final que recordó su juego de antes de Navidad. Esta Tercera División, es una especie de inframundo futbolístico, encima gobernado por El Calvo Rubiales, un tipo cuyo nombre es un auténtico oximorón: cómo va a ser rubiales un calvo.
Este equívoco caballero decidió hace mucho que el play-off, por el que los clasificados del segundo al quinto en cada uno de los dos grupos se jugarían otras dos plazas de ascenso, se celebraría en Galicia, como resultado de una especie de concurso subasta entre todas las federaciones regionales. Y para colmo, fijó unas condiciones mínimas para los estadios, en función del número de entradas que pidieran los clubes. Como el Dépor tiene muchos más socios que cualquiera de sus colegas del inframundo, parecía claro que, de caer en el play-off, jugaría sus partidos en Riazor, único estadio de la comunidad con aforo suficiente para la previsible avalancha de peticiones. Así sucedió, el Dépor ganó el primer partido por 4-0 al Linares y se preparó para la gran final de ayer, en la que le valía el empate si se mantenía al final de la prórroga.
Encima, el contrincante era el Albacete. Yo no tengo nada contra esa ciudad, pero por algo dicen eso de Albacete-caga-y-vete. Hace años, un amigo mío decidió comprarse un coche de segunda mano y resultó que estaba matriculado en Albacete. Pues sus hijos, que eran pequeños, montaron un drama al respecto y, entre llantos, proclamaban a coro: yo no pienso subirme en un coche con matrícula de Albacete. Cuando luego iba a recogerlos al cole con el coche de marras, los chicos le obligaban a aparcar lejos para que sus compañeros no le vieran la matrícula. Esto es rigurosamente histórico. Pero el Albacete, como el Racing de Santander, es un equipo acostumbrado a jugar en el inframundo de la Tercera División, a la que, para colmo, el Calvo Rubiales ha dado en bautizar Primera PRRRF, o algo así, que yo renombré como la Primera Pedorreta.
En la Primera Pedorreta, se juega a no dejar jugar, a hacer muchas faltas, a defender atrás a patadón y a dar una o dos estocadas en el momento preciso. Eso fue lo que hizo el Racing en el partido decisivo: aguantar atrás, meter un gol en una jugada aislada y luego evitar que se jugara más con múltiples triquiñuelas. El Dépor no sabe hacer eso. Ayer marcó un gol y sostuvo el 1-0 hasta más allá del minuto 80. Llegados a ese punto, lo que hay que hacer es que ya no se juegue más. Pero el Albacete se salió de la trampa con un centro lateral que alguien cabeceó a la escuadra. Eso llevaba el partido a la prórroga. Y, casi al final de la prórroga, una jugada calcada, con centro desde el mismo sitio, subió el 1-2 al marcador.
Era un final que yo ya me temía. Porque el Dépor lleva como cinco años penando, pagando la gloria pasada que le llevó a ser el Súper Dépor y ganar una Liga y dos Copas del Rey. Y ese negro destino le lleva cada año a jugárselo todo en un último partido a vida o muerte, ocasión en que vuelven a engalanarse las hormigoneras, las pescaderas y la ciudad completa, para terminar igual: en un chasco monumental. Porque la condena del Dépor es como la del mítico Sísifo, que tuvo la osadía de revelar al mundo la identidad del raptor de una doncella hija de cierto dios menor. El raptor no era otro que el propio Zeus, pero esa transgresión de la omertá olímpica le llevó a ser desterrado al inframundo, y castigado a subir una piedra descomunal a la cumbre de una montaña (porque en el inframundo griego había montañas y de buen tamaño), con el cruel designio fijado de antemano de que, cuando estaba llegando a la cumbre, le fallaban las fuerzas y la piedra echaba a rodar imparable hasta el piedemonte.
Una y otra vez intentaba Sísifo subir el enorme meño, con idéntico resultado, predeterminado por Hades, el cruel dios que gobernaba el inframundo. Albert Camus sostenía que Sísifo era probablemente feliz, porque lo que nos trae el bienestar mental es el propio trabajo hasta llegar a tu objetivo, más que la consecución del objetivo en sí. Igual que yo disfruto del trayecto urbano hasta el bar en el que he quedado, más que de la cita propiamente dicha. Enfrentar un desafío como ese requiere futbolistas con una fortaleza mental que los del Dépor nunca tienen. A estos les puede la presión, les entra la cagalera en el momento más inoportuno y con gastroenteritis aguda no se puede ganar un play off. Este año, la verdad es que se lo habían puesto a huevo. En su estadio y valiéndoles el empate. Pero aquí se sumó el karma del centenariazo. Al Madrid de Florentino le fijaron la final de Copa en su estadio y todo el mundo dio por hecho que ganaría esa final al Dépor. Pero la perdió por el mismo resultado. Y el Hades del fútbol nos tenía preparada esta cruel revancha.
Mientras el Dépor siga en el inframundo, voy a hablar muy poco de él en el blog, como he hecho a lo largo de este último año. Este blog está reservado a cosas de más enjundia, y con moralejas en positivo, a ser posible. Por ejemplo, últimamente ven que me aplico en mis trabajos de este trimestre con esfuerzo y afán digno del mismísimo Sísifo, si bien voy cubriendo objetivos y las piezas van encajando poco a poco, lo que me impulsa a seguir con ánimos renovados. En el post anterior les conté mis aventuras hasta el domingo pasado, finalizadas en un concierto fastuoso en el marco insólito de la capilla protestante de los alemanes, camuflada en un patio interior de la Castellana, cerca de Colón. Por cierto, le conté esta historia a mi peluquero y amigo Jurgen, quien me dijo que lo mejor en esa capilla es el mercadillo navideño que se monta en diciembre y que no pienso perderme este año.
Pues el lunes me lo pasé en mi casa de acogida, con mis anfitriones humanos y gatunos, hasta que a las 13.30 eché a andar para mi cita con el yoga. Después de comerme unos judiones maravillosos en el Ricla, bajé hasta mi casa, en donde había quedado con Manuel el pintor y su ayudante, que tenían el compromiso de recolocarme los muebles en su sitio, una vez que el parqué se daba por secado tras tres días de tener la casa cerrada a cal y canto. El artista acuchillador había hecho un trabajo magnífico, pero ya saben que él no mueve un solo mueble. Así que echamos la tarde montando otra vez las camas y recolocando los sofás. Lo de este pintor es un caso especial de empatía, profesionalidad y persona que disfruta ayudando. Les pongo aquí unas imágenes del suelo antes de colocar los muebles.
Vamos, que es como si tuviera una casa nueva. Finalizado nuestro trabajo, me volví a Escosura a pasar mi última noche de acogida. El martes tuve clase de inglés on line y dediqué el resto de la mañana a recoger todas mis cosas. Dejé todo preparado para el traslado: dos maletas pequeñas, dos almohadas y la guitarra. Entonces me fui caminando hasta el restaurante Jai Alai en donde había quedado para comer con mi amigo X y dos de nuestros jefes de la extinta Oficina del Plan, con quienes no nos reuníamos casi desde antes de la pandemia. Fue una comida muy agradable, tras la cual regresé a Escosura para que Carlitos, el hijo mayor de mis anfitriones, tuviera la amabilidad de llevarme en coche a mi casa. Me instalé de nuevo, me hice la cama, preparé unos mínimos pertrechos para pasar la noche y terminé bajando a cenar al restaurante asiático cercano donde me obsequié con un sashimi-sushi y un entrante de edamame con un par de cervezas de presión, porque en casa no tenía nada.
El miércoles ya amanecí en mi casa renovada y pasé toda la mañana deshaciendo cajas y colocando mis cosas. En torno a las doce interrumpí mi trabajo y bajé a coger el coche. Me acerqué primero a la Clínica Virgen de América a recoger mi analítica, que aparentemente no parece mala. Luego conduje hasta el bar de mis amigos junto al APOT, para comer pronto. Porque a las 14.00 tenía una cita en el IFEMA, a cinco minutos de dicho bar. Por cierto, mi amigo Mon me contó que les han comunicado de forma extraoficial que habrán de cerrar los días 29 y 30, por celebrarse la cumbre de la OTAN, precisamente en el IFEMA. Y que si se lo confirman de forma oficial, piensa pedir la correspondiente indemnización.
Mi cita era para visitar la Organic Food and Eco Living, una feria de dos días patrocinada por Iberia y con lo más de lo más en cuestión de productos ecológicos y de alimentación sana. Allí había stands de varias comunidades autónomas, como Galicia o Andalucía, además de otras extranjeras (Bélgica, Polonia) y muchos puestos con degustaciones de productos eco-chachis. Aunque acababa de comer me obsequié con un té ecológico con hierbabuena certificada, y varios chocolates y galletitas bastante buenos. Descubrí con alegría que este mundo no reniega para nada del vino y la cerveza y pude beberme un par de vasitos del vino que ha ganado el premio del año, un Rioja Crianza extraordinario. Había también muchos cosméticos orgánicos y hasta un producto para el cuidado natural de la vagina (se lo juro).
Estaba yo invitado a esa feria porque a las 15.00 daba allí una conferencia mi amigo César Hernández, bajo el título La crisis climática y sus soluciones: el papel del sector ecológico en la transición medioambiental y social. Un título largo que abarca toda la problemática del mundo actual. Porque el mundo está en crisis, como evidencian la pandemia y la guerra, y deben buscarse soluciones que afecten tanto al medio ambiente como a la desigualdad social, que es cada vez mayor y constituye el caldo de cultivo de los millones de votos que se lleva la ultraderecha en todos los países europeos (y no digamos en USA o Brasil, donde hasta gana). César es un comunicador estupendo, me gusta mucho la pasión con la que cuenta sus tesis y el mensaje positivo que destila: es tiempo todavía de arreglar el mundo. Al final, nos hicimos una foto los promotores del acto y algunos de los asistentes.
Por la tarde me fui a casa. Vino la asistenta que se dio un curro importante limpiando baño y cocina. Yo bajé al Alcampo a comprar para tener algo de cenar y asistí a la clase de blues con Henry Guitar. El jueves cumplí con mis clases de inglés y yoga y comencé mi trabajo de deshacer cajas de libros, además de recolectar imágenes sobre el Bosque Metropolitano, para mi charla a los franchutes del próximo día 15, para lo que mi compañera M. me fue de mucha utilidad. Acabé el día bastante cansado y aun así dormí regular, porque mi ático es un horno y yo estaba acostumbrado a la casa fresquita de Escosura donde, según mis anotaciones, he estado 18 días. Echo de menos esos días venturosos, como ya les pronostiqué en el post anterior y dice África que la gatita Mina está un poco pesarosa, que la ve buscar todo el rato por los rincones y que está convencida de que me busca a mí, porque también me echa de menos.
No tengo ninguna duda de que es así, porque lo de esa gata conmigo fue un caso de amor a primera vista, ella decidió que le gustaba y empezó a mostrarse confiada y zalamera conmigo, hasta el punto de que muchos días dormía en mi cama a los pies. Pero ya les he dicho muchas veces que la nostalgia es algo que no sirve para nada, que hay que mirar adelante. ¿De qué le sirve al Dépor rememorar todo el rato la época gloriosa? De nada. Los gatos son seres eminentemente prácticos y yo creo que a la bella y femenina Mina ya se le habrá pasado la murria y estará otra vez cazando moscas reales e imaginarias y dando grandes carreras por el pasillo con su hermano, el bueno de Ulises. En esa misma línea, yo decidí el viernes que iba a dedicarme a deshacer cajas hasta terminar la tarea. Dejé toda la casa lista a última hora de la tarde y tuve que hacer dos viajes al contenedor de papel para llevar las cajas utilizadas. Aquí una imagen de mi estantería principal después de completada la tarea.
Aproveché este trabajo para ordenar mis libros por autores y temas, algo que mi asistenta me había descabalado un día que le dio por limpiar la estantería a fondo. A la vista de la cara que le puse cuando me lo dijo, no creo que lo haga más. Por cierto, encontré en mi colección de libros de urbanismo unos seis o siete casos de ejemplares repetidos. Eso se debe a que, cuando era activo, yo solía hacerme con uno para casa y otro para la biblioteca del despacho. Al jubilarme, me traje toda esa biblioteca a casa. Ahora no necesito libros repetidos. Así que los metí todos en una bolsa, con destino a algún puesto de la Cuesta de Moyano pero, ya en la calle, me acordé de que en el restaurante Matilda tienen montado un sistema de trueque de libros y ropa, en el que la gente trae y se lleva lo que quiere. Se pusieron muy contentos con el regalo.
Ayer sábado tuve nuevos trabajos de Sísifo que cumplí sin despeinarme. A primera hora salí a correr por el Retiro, primera vez desde la rentrée, y constaté que mantengo la forma y las marcas de antes de mi exilio en Escosura street. A las 10.00 me conecté con Ed para una clase de dos horas, con objeto de compensar las que nos vamos a perder por su inminente viaje a New York a visitar a su familia. Ahora mismo, yo tengo cuatro credit hours. Tras eso, me fui al mercado de Antón Martín a comprar alimentos diversos para los próximos días, solucionando mi congelador Erasmus de este último mes de exilio. Comí, me eché una siestecita y me conecté a ver el partido del Dépor, con el resultado que les he comentado al principio de este post.
Para mitigar mi cabreo, pensé en subirme a la Feria del Libro, pero descubrí con estupor y escándalo que el señor Almeida había obligado a cerrarla a las siete por el episodio de calor extremo en que nos encontramos. Entendería esto si hubiera previsión de tormentas y posibilidad de caída de árboles, pero ¿por el calor? En fin, que históricamente se solía decir: eres más tonto que Abundio, que se iba a vendimiar y se llevaba uvas de postre. Con la motorización, el dicho se cambió: eres más tonto que Abundio, que vendió el coche para poder comprar gasolina. Pues desde ayer se dirá: eres más tonto que Almeida, que cerró la Feria del Libro porque hacía mucho calor. Como nos hemos puesto un poco filosóficos en este texto, les traigo una imagen que hace honor a esa temática.
Bien, como les decía en el título, la nostalgia no sirve para nada y hay que quitársela de la cabeza en cuanto se pueda. Para ello es importante ponerse a hacer muchas cosas, como si no hubiera un mañana. Han visto en que trajines me he metido en estos días y tengo ya un calendario para el mes próximo: charla a los franchutes, terminar la declaración de Hacienda, acto organizado por la Fundación Nadine en el Caixaforurm al que estoy suscrito, consulta de preanestesia, conferencia en el Ateneo, colonoscopia y Festival de Blues de Cazorla. A pesar de los trajines, he tenido tiempo de hacer otra cosa más: reservar hotel en Jerez de la Frontera para los días 22 y 23 de julio y sacarme una entrada para el festival La Isla del Blues, que se celebra en unos jardines de dicha ciudad, a 18 minutos andando de mi hotel y en el que la estrella será mi admirada Samantha Fish.
Hace poco se habló en este blog de la pertinencia de que Jagger y Richards siguieran dando conciertos. Yo me pronuncié a favor, pero me pareció fuera de lugar pagar 200€ por verlos (el concierto de Sam en Jerez cuesta 22€ contando los dos de la gestión on line). Amigos que asistieron, me dicen que fue fabuloso. Muy bien, yo los he visto varias veces, adoro a Richards, cuyas memorias me he leído enteras hace poco, y me dispongo a ver el vídeo del concierto completo, que ya está colgado en Youtube. Pero, insisto, yo no pago 200€ por un ejercicio, en suma, de nostalgia. La nostalgia es algo muy inútil y, si encima por alimentarla te cobran un pastal, pues entonces es una inutilidad cara. Yo miro hacia adelante. Y adelante está Samantha Fish.
Algunas de mis lectoras más celosas, me cuentan que a veces comentan entre ellas: es que ni siquiera es guapa. A mí me parece una mujer muy atractiva por su físico, su forma de cantar, tocar y componer y su personalidad. Pero para gustos, colores. Como de costumbre les voy a dejar un vídeo en el que Sam, desde luego, no está guapa. Corresponde a un concierto en el que probablemente está cansada, ha dormido mal, está resacosa o tiene la regla. Además, hace mucho calor, está sudorosa y tiene sed. Su gimnasia gestual es siempre transparente y ese día nuestra diva está de muy mala leche, parece recién levantada, quizá ni se ha duchado, apenas se ha pintado los labios y lleva las uñas muy descuidadas. Y se pone a cantar el mítico I put a spell on you con evidente desgana.
Canta las primeras estrofas sin nervio y hace un punteo de calentamiento bastante deslucido, que hasta suscita los pitos del público. Luego vuelve a cantar, incómoda con los silbidos y el ambiente en general. Pero entonces le sale la rabia, sus gestos denotan un ¿me vas tú a silbar a mí, gilipollas? Ella es una profesional y tiene que cumplir con su contrato. Así que con gestos inequívocos sube el volumen de la guitarra y se marca un punteo estratosférico, que revierte los pitos en una ovación unánime, y termina con un tour de force vocal a la altura de su cabreo. Esa es la actitud. Siempre adelante, que la nostalgia es para flojos.
Hola, soy Paco Couto. Digo quien soy porque no sale mi nombre como siempre pasaba cuando tenía abierta una cuenta de Gmail. Con más tiempo lo investigaré.
ResponderEliminarEl caso es que me ha gustado mucho lo que aquí cuentas y como lo cuentas. Abrazos.
Muchas gracias, amigo. Un abrazo.
EliminarPor puntualizar. Almeida no cerró la Feria del libro, sino el Retiro entero. La verdad es que hay que ser muy tonto para cerrar los parques durante una ola de calor, cuando son el lugar en donde se está más fresco. Ya que ha traido usted a colación varios refranes antiguos, le completaré con otro: eres más tonto que el que asó la manteca. Pues ahora será: eres más tonto que Almeida, que cerraba los parques por el calor.
ResponderEliminarSí señor, un dicho cojonudo el del que asó la manteca. Creo haberlo oído hace mucho, pero lo tenía medio olvidado. Gracias por recordármelo.
EliminarEn cuanto a lo de los parques, sigo sin entender por qué han de cerrarse por el calor, me gustaría que alguien me lo explicara.
Y en cuanto a Samantha, muy atinados sus comentarios, aunque yo más bien creo que esta mujer, como los negros que tanto admira, empieza suave su canción y va cogiendo intensidad poco a poco.
ResponderEliminarTal vez tenga razón. Aunque eso que dice de los negros sucede normalmente a lo largo de todo el concierto, no en una canción sola.
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