Sí señor, en capilla por partida doble, porque
mañana tengo mi primera intervención como conferenciante único en el Ateneo de
Madrid, donde ya he hablado unas cuantas veces, pero siempre como miembro
de una mesa redonda y no como primer
espada, pero además he empezado ya el régimen alimenticio específico para la
preparación de la colonoscopia que me practicarán el jueves, con permiso del
caos inducido en la ciudad por la cumbre de la OTAN que, entre otras molestias, me tiene la cabeza como un bombo con el helicóptero zumbando sobre mi casa a
todas horas. Pero vayamos por partes. El cartel de la conferencia de mañana ya
lo he traído al blog pero lo repito aquí abajo, por si alguno de mis lectores
se anima a venir a escucharme, ya saben que están todos ustedes invitados.
La verdad es que tengo una
sensación un poco de vacío en mi sinvivir habitual, por diversas
circunstancias. El Billar de Letras se ha parado y no volverá hasta finales de
septiembre. Las clases de guitarra con Henry también se han terminado hasta la
segunda quincena de septiembre, puesto que me voy a perder la última de este
miércoles, por la preparación para la colono. El sábado salí a
correr y, casi terminando, me hice una torcedura fuerte del tobillo derecho, por
lo que debo de parar el running al menos durante tres semanas. Y el inglés
también lo tengo en stand by porque el bueno de Ed se ha ido a New York
finalmente y no reanudará las clases hasta por lo menos el 14 de julio. Así que
me queda únicamente el yoga. Hoy he ido a la academia y he logrado hacer la
rutina entera, a pesar del mi tobillo lesionado.
La verdad es que esto del tobillo
es una gaita y podría decir que siempre tiene que suceder algo así en el
momento más inoportuno, pero con la vida que llevo cualquier momento resultaría
inconveniente, así que no me quejo. Recuerdan que el fin de semana antepasado
les conté mi excursión senderista. Pues el martes me llamó mi colega de la foto
con los protectores de casco, para decirme que él y otro de los compañeros
habían dado positivo por covid. Dado que se trata de dos de los ciclistas,
espero que no sea nada serio: son dos personas capaces de hacerse 60 kilómetros
en bicicleta, o sea que están en forma a pesar de ser grupo de riesgo por edad.
Yo escuché a mi cuerpo y me encontré bien. En realidad, creo que corrí más
riesgo en el concierto del martes con la sala El Sol abarrotada. Al lado de
esto, lo del tobillo es pataca minuta,
que diría el ínclito Caneda. Lo malo es que había quedado con Henry Guitar en
acudir a las fiestas de Palomeras el sábado por la tarde noche y no me pareció
prudente ir con el tobillo recién lisiado.
Estos días he estado preparando
mi conferencia, con las únicas pausas de la consulta de preanestesia del jueves
pasado y esta mañana que he acudido a la sede de Adeslas a pedir la
autorización correspondiente y luego me he acercado al mercado a comprar cosas
para mi nueva dieta, especialmente vino porque me dicen que no tome nada con
burbujas y, que yo sepa, el verdejo de Rueda no tiene burbujas. Tampoco me han
prohibido hacer yoga, así que he acudido como cada lunes y luego me he
constituido en el bar Ricla como de costumbre. Allí he comido una tapa de
bacalao en aceite y otra de queso manchego curado, ambas sin pan, y un par de
chatos de buen vino blanco. Luego me he venido a casa, me he echado una siesta
y me he preparado para conectarme a las seis con el estreno de un nuevo vídeo
de Samantha Fish, que he visto en la tele mediante la conexión hdmi.
En realidad, yo estoy deseando
que se pase todo esto para dedicarme en exclusiva a pensar en el festival de
blues de Cazorla que será del 7 al 9 de julio. Mis dos colegas son realmente
peculiares. Er Dani tiene un apuro de trabajo tremendo según me ha dicho, por
lo que ha decidido venir únicamente el
7, porque nunca se perdonaría que viniera Zamanta
a España y quedarse sin verla, pero al día siguiente se marcha, sin ver a Eric Gales y los demás. En cuanto a
Henry Guitar, el otro día le propuse discretamente si le parecía que fuéramos
en mi coche. Respuesta: pues va a ser que sí, porque yo no tengo coche, es más,
por no tener, no tengo ni carné de conducir y no he conducido en mi vida. Este
hombre es un figura. En fin, les voy a poner aquí el vídeo que Sam ha estrenado
esta tarde, para que vean cómo está de gordita y de simpática. Es un vídeo patrocinado por la marca norteamericana de cervezas Sierra Nevada, muy popular en la zona de Los Ángeles y San Francisco. Son solamente cuatro
canciones y algunos párrafos entre ellas, que no hace falta que entiendan. Les
recomiendo especialmente la última All
the words, que no canta nunca en sus conciertos porque es muy triste y muy
sentimental, pero es una preciosidad.
Ya ven qué carácter, qué energía
y qué personalidad tiene la diva de este blog, aunque no es la única. También
está Athenea del Castillo que ayer domingo jugó con la selección española un amistoso
contra Australia que vi en la tele y que ganaron las nuestras por 7-0. Esta
mañana el seleccionador ha dado la lista definitiva para la inminente Eurocopa
(tenía que hacer cinco descartes de última hora) y, como no podía ser de otra
manera, Athenea está entre las elegidas. Pero el blues, junto con el yoga, ha
pasado a formar parte de mi vida cotidiana, hasta un punto que no sospechaba.
En Cazorla voy a asistir a conciertos de grandes artistas consagrados como Eric
Gales o Tommy Castro and the Painkillers, junto con otros más veteranos como
Raimundo Amador, o Twangero, a quien no conozco, pero dice Henry Guitar que es
cojonudo. Por cierto, abajo les muestro mi nuevo carné de miembro de pleno
derecho de la SBM, la Sociedad del Blues de Madrid. Este carné conlleva rebajas
en el precio de los conciertos en Madrid, citas para jam sessions y similares.
Vean la foto.
Por ejemplo, si el tema de la
colonoscopia sale bien (vuelvo a tocar madera), el viernes podría acercarme de
nuevo a Palomeras a ver otro concierto de Osi Martínez and Guille the Kid, que
tocan en un bar del barrio. De aquí a que empiecen las clases de guitarra otra
vez, he de practicar todo lo que pueda para no perder lo aprendido en
este año y medio largo. Últimamente con el sinvivir que les he ido contando, la
verdad es que no he practicado apenas y estoy un poco estancado. Pero ahora
espero tener más tiempo, puesto que aparte del yoga y la lectura no voy a tener
muchas más ocupaciones veraniegas. Ya me estoy acabando el libro Hubo un jardín, de mi amiga Valeria
Correa que, como el anterior La condición
animal, es desigual, en mi opinión, con algunos relatos sensacionales y otros
más flojos, aunque todos ellos bien escritos y con algún punto de interés. A
continuación me pondré con Los vencejos
de Fernando Aramburu. Pero la música es algo especial, y vean lo que decía al
respecto el gran Frank Zappa.
Se lo traduzco, añadiendo
artículos determinados donde corresponde: La información no es
conocimiento, el conocimiento no es sabiduría, la sabiduría no es la verdad, la
verdad no es belleza, la belleza no es amor, el amor no es música, la música es
LO MEJOR. Excelente frase con la que estoy bastante de acuerdo. Yo estoy muy
encelado con los nuevos valores del blues, como los que vienen a Cazorla, el gordo Christone Kingfish Ingram o las chicas de Larkin Poe, pero un clásico es un clásico y entre
los grandes guitarristas históricos del blues no podemos olvidar al gran Eric Clapton,
de quien, en sus inicios, toda Inglaterra se llenó de chapitas y pegatinas que decían
Clapton is God.
El gran Eric está medio sordo, dicen, pero se ha puesto a editar su
colección de vídeos y grabaciones de la época gloriosa, que se pueden comprar
por Internet. Entre estos documentos impagables, un disco que se llama Nothing
but the blues y recoge la grabación en directo de un concierto de 1994.
Entre los vídeos de ese fabuloso concierto, está esta maravilla con la que ya
les dejo, que tengo que descansar para mis saraos inminentes: Have you ever loved a woman. Esto es algo ciertamente fuera de serie. Y contiene una pregunta
interesante: ¿han amado ustedes alguna vez a una mujer? Lo dicho: que sean
buenos.
Como tenemos tanta información
acumulada en bases de datos donde se guarda lo habido y por haber, raro es el
día que no se conmemoran diez o doce efemérides rememorando hechos no siempre
relevantes. Por ejemplo, el pasado día 16 de junio, como les conté, se celebró
en todos los mentideros literarios civilizados el centenario de la publicación
del Ulises de Joyce con una procesión especial del Bloomsday, llamado así en
honor del protagonista del libro Leopold Bloom. Pero resulta que ese día se
cumplían también 55 años del comienzo del Festival de Monterrey, fecha clave
del rock y el movimiento hippy, antecedente de Woodstock y con un cartel
espectacular que les traigo abajo y que da fe de la categoría de los músicos
que durante tres días pudieron ser vistos y oídos por la gente acampada en la
amplia pradera californiana de nombre inequívocamente hispano.
¡Qué tiempos para el recuerdo! Y con las entradas entre 2,5 y 6,5 dólares. Hay una película documental que se llama Monterrey Pop y es muy interesante de
ver para hacerse una idea de este momento fundacional de un fenómeno que
alcanzó su plenitud en Woodstock (también con un documental espectacular) y su
decadencia y final en el festival de Altamont-1969, que acabó como el rosario
de la Aurora y que también cuenta con una película que se llama Gimme Shelter y es terrorífica. Por cierto, el grupo Big Brother and the Holding Company,
presentó en Monterrey a su nueva cantante, una desconocida que se llamaba Janis
Joplin y que saltó a la fama en ese festival con una actuación portentosa. Dentro
de poco voy a acudir yo al Festival de Blues de Cazorla, mi primera incursión
festivalera post pandemia y ya estoy contando los días que me quedan para ver
por primera vez en directo a mi admirada Samantha Fish.
Han cambiado mucho los tiempos
desde finales de los 60, y ahora el mundo del rock está directamente marcado
por la caída estrepitosa del mercado del CD, y del disco en general, lo que ha
traído de vuelta a los artistas que basan su éxito en el directo, como mi
querida Sam. En el mundo del blues, artistas en la treintena, como Sam, Larking
Poe o Eric Gales, dieron el principal impulso a esa tendencia, pero ahora están
saliendo nuevas figuras, como el gordo Christone Kingfish Ingram, que tiene 23
años y tiene todos los números para convertirse en el más grande. Sin embargo, durante los
años anteriores algunos cantantes y guitarristas mantuvieron viva la llama de
Jimmy Hendrix y Stevie Ray Vaughan tras la muerte prematura de ambos. En este
blog se ha hablado ya de Tab Benoit, pero no es el único. También está
Kenny Wayne Shepherd, igualmente oriundo de la zona de Louisiana, que es un guitarrista
portentoso.
El pasado 12 de junio, Kenny
Wayne Shepherd cumplió 44 años y lo celebró con un concierto en el que
aparecieron “por sorpresa” tres de sus admiradoras que lo reconocen como uno de
sus referentes: Ally Venable, Samantha Fish y la cantante negra Shemekia
Copeland, que está como un trullo pero canta como los ángeles. Le trajeron una
tarta, le cantaron el apio verde y todos juntos se marcaron luego un número espectacular. Arranca el bajo del grupo de Kenny, que
cuenta una anécdota de cuando le preguntó al maestro B.B. King qué había que
hacer para mantenerse bien y ser muy querido. Y el maestro le respondió: mantén al
diablo fuera de tu casa. Entra entonces Shemekia con una de sus letras
desgarradas: mi madre me dijo déjame en paz, mi padre me decía lo mismo.
A continuación, abre el turno de
punteos Ally Venable, guitarrista texana de 23 añitos, que se marca un solo bastante
tradicional, eficaz y muy meritorio. Con el listón tan alto, Sam ha de poner en
la balanza su sensibilidad, su toque característico que hace su guitarra tan
reconocible y que suscita una ovación unánime. Y cierra el propio Kenny, con un
punteo típicamente masculino, en la línea de Stevie Ray Vaughan, pleno de
energía, virtuosismo, potencia y variedad, dejando claro que esa es su noche y
que en el día de su cumpleaños manda él. El vídeo está muy bien filmado, con
varias cámaras y un montaje perfecto, que nos permite apreciar todos los
detalles. Les recomiendo que no se lo pierdan.
Ayer se estrenó el verano y hoy
tenemos un día muy agradable tras haber refrescado las temperaturas. Y el próximo día
30 se termina el primer semestre de este año a caballo de la pandemia, la
guerra de Ucrania, la inflación y la viruela del mono, entre otras alegrías.
Para mí este día 30 va a marcar también un punto de inflexión, poniendo fin a
seis meses de vorágine continuada, a la que me entregué a partir de la
suspensión del concierto de Sam en París en febrero. Como ya he contado, esa
suspensión iluminó en mi mente la idea de que no iba a poder reanudar mis rutinas
viajeras todavía, de que íbamos a seguir estando jodidos, por lo que era la
ocasión pintiparada para quedarse en casa y aprovechar para hacer todas las
cosas que tenía pendientes.
El frenesí de actividades está a punto
de culminar con mi conferencia en el Ateneo del día 28 y la colonoscopia del
día 30, que confío en que me conceda otros dos años de indulto. Como dijo James
Dean, hay que vivir cada día como si fuera el último y soñar como si fuéramos a
ser eternos. Ese final de ciclo, tendrá lugar, encima, en el marco de la
conferencia de la OTAN, que va a convertir a Madrid en un lugar intransitable y
coñazo, lo que sin duda me dará pie a unos cuantos posts narrando la anomalía
del momento. Durante este semestre enloquecido, he puesto en orden mis temas
médicos, incluyendo la doble operación de cataratas, el seguimiento de mi
estenosis de la carótida derecha y la inminente revisión del colon. Pero también
me he ocupado de la casa, con un aperitivo para instalarle la toma de tierra y ya el plato fuerte de la pintura y lijado de suelo, que me ha exigido marcharme de mi casa.
Precisamente, ese exilio de poco
más de dos semanas me ha proporcionado una de las fases más gratas, merced a la
convivencia con la familia de mis amigos Boni y África, que me ha recuperado
sensaciones olvidadas en este mundo de soltería recalcitrante en que me
desempeño. Además, la gatita Mina me admitió en su vida en lo que puede
calificarse de flechazo instantáneo por ambas partes. Dice África que aún me
echa de menos y para demostrarlo me manda un par de fotos suyas, en los días de
más calor, refrescándose en un barreño que quizá fuera el lugar más fresco de
la casa y en una postura totalmente sexi, al borde de lo obsceno, en la que
permaneció dormida casi una tarde entera, rememorando su amor perdido. Aquí las
tienen.
Yo me acuerdo mucho de ella
también, hace tiempo que no vivía un flechazo como ese. Por lo demás he
continuado con mi día a día, punteado de citas fijas, lunes yoga, martes
inglés, miércoles running por el Retiro y guitarra, jueves inglés y yoga,
sábado running again. También he dado algunas charlas y he atendido visitas de
grupos de extranjeros, además de viajar a Valencia para el acto de proclamación
de los premios Europán-15. Todo esto debe finalizar con la conferencia del 28 y
la colonoscopia del 30. Entraré después en un segundo semestre marcado por los
tres conciertos de Samantha Fish que voy a ver, en Cazorla, Jerez y París. Pero
en estos seis meses frenéticos he adoptado la costumbre de hacer una especie de
reseña de mis actividades, a modo de diario, que debo completar en lo que
respecta a los días pasados.
El viernes acudí por la mañana a
un acto organizado por la Fundación Nadine en el Caixaforum. Esta fundación se
dedica a apoyar con financiación y ayuda a la organización empresarial a
jóvenes talentos artísticos que selecciona anualmente por concurso. Apenas
lleva tres o cuatro años funcionando y el viernes los premiados del año
anterior contaban sus proyectos y lo que habían avanzado en ellos. La cosa
incluye músicos, bailarines de hip-hop, pintores callejeros o grupos que endulzan con
actividades artísticas la estancia en los hospitales de los enfermos de larga
duración, o la vida de los mayores en los barrios más deprimidos. La fundación selecciona a
sus premiados por su calidad artística y el componente social y participativo
de sus actividades. Fue un acto muy emotivo que duró buena parte de la mañana
hasta mediodía.
De allí me fui directamente a comer al
Matilda, subí a echarme un rato, hice la maleta y salí en el coche en dirección
a San Leonardo de Yagüe (Soria), en donde me reuní para cenar con mis colegas
del grupo de senderismo. Era mi primer contacto con ellos desde la pandemia,
aunque se trataba del cuarto viaje del grupo, pero los anteriores me pillaron uno en París, otro recién operado de cataratas y un tercer viaje que no me interesó. Hemos
tenido varias bajas por el covid en este colectivo, la última esta Nochevieja,
en que perdimos a Paco Aranda, que era un poco el alma del grupo y había
logrado superar las olas anteriores. Brindamos por él en la cena y celebramos
que los que vamos quedando estamos aceptablemente bien.
El sábado madrugamos para salir
en dos grupos, uno de ciclistas y otro de caminantes en el que yo me contaba.
Los ciclistas hicieron un recorrido de 30 kms. pararon a comer un bocata y se
hicieron otros 30 de vuelta. Los caminantes hicimos 13 hasta un punto en donde
habíamos dejado un coche para volver después de comer algo ligero. El problema
es que era el peor día de la ola de calor y, a pesar de darme una gruesa capa
de crema protectora y llevar un sombrero, por la tarde tenía la cabeza con una
sensación de insolación nítida, que combatí duchándome un par de veces con agua
fría en el hotel. De anochecida salimos a cenar a un restaurante del pueblo,
después de haber descansado por la tarde.
El domingo, como solemos hacer,
dedicamos la mañana a actividades más turístico-culturales, antes de comer y
salir de vuelta con los coches. En esta ocasión, nos dirigimos primero al
pueblo de Hacinas, ya en la provincia de Burgos, que tiene dos cosas curiosas.
Para empezar, debe su nombre a una batalla de la Reconquista, en la que los
cristianos mataron a cientos de moros y apilaron sus cadáveres en hacinas. De
ahí el nombre del pueblo, de donde derivan también los vocablos hacinarse y
hacinamiento. Pero además, en el entorno del pueblo se han encontrado troncos
de árboles fosilizados que están datados hace 120 millones de años. Hay varios
plantados por las calles e incluso un pequeño museo. Uno se acerca y el tronco
está perfectamente mimetizado como si fuera de madera. Pero al tocarlo
compruebas que está petrificado. Después de siglos de estar enterrados, estos
árboles se han vuelto de piedra.
De allí nos desplazamos a unas
canteras subterráneas de piedra muy blanca, que llevan funcionando desde
tiempos de los romanos y de las que se sacó la piedra con la que se hicieron la
Catedral de Burgos y otros monumentos de la región. Después de la guerra fueron
acondicionadas como polvorín, lo que requirió unos trabajos muy difíciles que
fueron acometidos por presos en condiciones muy duras, por la humedad y la
falta de aire limpio. Los condenados recibían una reducción de pena de un año
por cada quince días de trabajo, lo que da idea de la dureza. Muchos no
sobrevivieron. El ejército mantuvo estas canteras hasta 1994 y luego las
abandonó. Tras unos años de vandalismo y utilización para todo tipo de actividades
ilegales, la Junta de Castilla León se hizo cargo de su conservación.
Ahora se enseña por grupos previa reserva on line. Para verlo hay que ponerse
unos cascos y te dan una redecilla higiénica para poner debajo del casco, lo
que propició mi foto chusca con uno de los colegas. Abajo otras
imágenes de la cantera y la foto de grupo.
El lunes estaba todavía un poco
cascado, entre las caminatas y la conducción del coche ida y vuelta, pero el
yoga y unos callos en el Ricla me terminaron de recuperar. Ayer martes, tuve mi
clase de inglés como de costumbre y por la noche salí a ver un concierto de
varios grupos que están empezando. Era un evento para conmemorar el Día de la
Música y tenía lugar en la mítica sala El Sol, que no pisaba hace años. Me
resultó muy evocador bajar las escaleras iluminadas por los neones rojos, que tantas veces subí y bajé en los años de la movida. Entre
los grupos que tocaban estaba una chica que se llama Valdivia y que se había
buscado un bajo y un batería para que la acompañaran. Y el batería era mi amigo
Corro, que formaba con mi hijo Kike la base rítmica del grupo de hardcore
Memories y que fue quien me avisó. Un placer volver al ambiente de los conciertos de rock en salas de
tamaño pequeño.
Desde luego, allí no llevaba
nadie mascarilla y estaba abarrotado (o hacinado), porque era entrada gratis y
estos grupos nuevos arrastran masas de adolescentes incondicionales. Ya sé que estoy corriendo riesgos pero, como dice Eduardo Galeano, hay que asumir que la vida es peligrosa y eso es lo bueno que tiene para que no se convierta en un mortal aburrimiento. Volví
luego andando para bajar un poco el alcohol y esta mañana estaba bastante
resacoso, pero eso no me ha impedido bajar a correr al Retiro y hacer mi
recorrido habitual con bastante dignidad. Eso sí, luego estaba muy cansado. Aun
así, me he puesto a escribir para ustedes y no he parado más que para ir a
Palomeras a mi clase de guitarra. En teoría era la penúltima del año lectivo,
pero la última me la voy a perder por la preparación para la colonoscopia, así
que no sé si la recuperaremos. De todas formas, este sábado tenemos otra celebración más: la fiesta
de cierre de curso allí mismo en la Asociación de Vecinos. Ya les he dicho que
esto es un sinvivir. Sean buenos y disfruten lo que puedan, que los trenes en que
uno no se sube, no vuelven a pasar.
Todavía está la gente
preguntándose cómo pudo suceder otra vez el fiasco del Dépor en el partido decisivo,
y yo creo que no es sino una más de las desgracias que afligen a mi equipo del
alma, que parece afectado por un meigallo
bíblico o como los que machacaban a ciertos héroes homéricos, en una serie que
parece que nunca va a terminarse y que comenzó sin duda en el archifamoso penalti
de Djukic, el 14 de mayo de 1994, fecha de infausto recuerdo para todos los seareiros del equipo. Un evento tan alucinante como para generar incluso un cuento de Julio Llamazares,
que se llama precisamente así, El penalti
de Djukic, y es el primero de los relatos que componen su libro Tanta pasión para nada, título también
significativo, que el autor publicó en 2011, y del que tengo un ejemplar
dedicado de su puño y letra, que adquirí en la Feria del Libro de 2013. El cuento empieza cuando Djukic inicia la carrera y te cuenta toda su vida anterior, que va pasando por su cabeza mientras va hacia la pelota.
Decía el futbolista Gary Lineker
que el futbol es un deporte en el que juegan once contra once, alrededor de una
pelota, y al final gana Alemania. Este conocido dicho, podría cambiar su frase
final por y al final gana el Real Madrid,
después de las gloriosas remontadas que le han llevado este año a conquistar
una nueva Champions. Pero yo creo que, por contumacia histórica, la frase final
más bien debería ser y al final pierde el Dépor. Estas desgracias le suceden
siempre a mi equipo en el estadio de Riazor, cuando toda la ciudad se engalana
para celebrar un triunfo decisivo que nunca se produce, hasta el punto que
algún periodista ha propuesto que, remedando el nombre con el que es conocido
el viejo Old Trafford de Manchester (El Teatro de los Sueños), Riazór debería
bautizarse como el Teatro de las Pesadillas. El batacazo ha sido de tal calibre
que hasta ha tenido reflejo en algunos diarios de ámbito nacional, como El Español,
el libelo de Pedrojota, que le dedica un artículo que les pido que abran,
aunque sea sólo para ver las imágenes y vídeos y darle una lectura en diagonal. Han de pinchar AQUÍ.
Se pregunta el periodista si los
del Dépor somos la mejor afición del mundo. No lo sé, pero yo preferiría no
figurar en ese ranking y, a cambio, ganar alguna vez uno de estos duelos
decisivos. En realidad nos vamos mereciendo más el título de El Pupas, que hace
años se le adjudicaba al Aleti, o los chascarrillos aquellos que empezaban con tienes más moral que el Alcoyano. Está
claro que el Depor ha destronado ya al proverbial Alcoyano, en esta estadística
de la desgracia máxima repetida año tras año. Y esta vez nos hemos superado,
porque la posibilidad de subir a Segunda nos la habían puesto a huevo o, como
también se dice, como se las ponían a Felipe segundo, refrán que no sé de dónde
procede. Desde luego, a Felipe sexto no se las ponen así de fáciles, entre su
padre y el resto de su irreal familia. Yo les había prometido que no iba a
hablar más del Dépor, pero ya ven: se me ha escapao. Y, ya que estamos, les pongo un par de fotos de antes del partido.
En realidad, yo quería seguirles
manteniendo informados de mi permanente sinvivir, en el que todas las piezas
parecen acabar encajando, pero del que en el post anterior no les conté todos
mis eventos futuros para no agobiarles. Como quizá recuerden, el sábado pasado
lo perdí entre mi clase de dos horas de inglés, subir a hacer una compra grande
al mercado, comer, una siesta y ver el infausto partido del Dépor. Luego, no me
pude subir a la Feria del Libro, porque el Ayuntamiento había decidido cerrar
el Retiro por el calor, lo que ha llevado a un comentarista anónimo de dicho
post a proclamar que Almeida es más tonto que el que asó la manteca, dicho que
no conocía y que le agradezco en el alma. La verdad es que cerrar los parques
durante las olas de calor, parece del género idiota, siendo como son los
lugares más frescos de la ciudad. Habrá de haber una razón para esto, pero es
que este tipo no la explica. Si explicara esa razón, no le estaríamos llamando
tonto todo el rato. Yo he buscado esa razón justificadora en la prensa más afín
al señor Almeida y no la he encontrado. Incluso la he buscado en La Razón, valga
la redundancia, y nada de nada.
Por lo demás, el sábado ya
apretaba el calor que daba gusto. El domingo dediqué la mañana a escribir el citado
post anterior y la tarde a prepararme para la charla a los franchutes, de la
que más o menos conseguí dar por cerrada la presentación en imágenes. El lunes
estuve todo el día ensayando la conferencia en francés, ayudándome de un
traductor on line para encontrar las palabras que no me salían. No obstante,
cumplí con mi obligación de acudir a mi clase de yoga, lo que me permitió
constatar que es posible continuar haciendo todos nuestros trabajos, afanes, rutinas y negocios a pesar de
la temperatura asfixiante. Yo salí a las 13.40 como cada día, caminé por la
sombra hasta la academia de yoga, luego recalé en el Ricla y volví por el mismo
camino. El martes por la mañana hice un penúltimo ensayo, porque la tarde la
tenía ocupada.
A media tarde vino Werner a
traerme el proyector y los cables, que venían en una maleta con ruedas. Dado
que él les iba a pasear por Madrid Río en bicicleta antes de mi charla, el
proyector le hubiera supuesto un incordio y por eso quedamos en que lo
llevaría yo. Y a las 19.30 me conecté para la última sesión del curso de Billar
de Letras, que ya se despide hasta septiembre. Para culminar este curso, que ha
sido buenísimo, teníamos un libro que es extraordinario, pero Dios me libre de
recomendárselo. Se llama Piedras en el vientre, y parece ser la única novela de Jon Bauer, un inglés que se dedica a hacer guiones de cine y no ha vuelto a escribir nada,
desde que publicó esta obra en 2010. La acción de la novela se desarrolla en
dos planos temporales, presente y pasado, que se van alternando en los
capítulos.
En el presente, el protagonista,
del que no se dice el nombre, vuelve desde el Canadá, para acompañar en su
agonía a su madre, que tiene un cáncer cerebral que le impide hablar, razonar y
actuar de una manera coherente. El autor no ahorra ningún detalle desagradable,
desde vomitonas, hasta intentos de comer helados de la nevera que acaban por el
suelo, miradas enloquecidas y huidas a la calle sin mirar al tráfico. Pero es
que el pasado nos muestra al protagonista de niño, en una familia en la que la
madre aloja a continuos niños de acogida, que le generan al chaval unos celos
terribles, por lo que se dedica a putearlos a todos. Es un niño que hace
continuas perrerías, como escaldar al gato en la ducha con agua muy caliente y
luego meterlo en la lavadora.
De mayor es también un personaje
violento, impredecible y que bebe más de la cuenta, pero todo viene de una maldad que hizo de niño y que supera a todas las demás, de la que se libró de ser culpado, pero de la que busca redención y trata de contarle lo que pasó a
la madre, que no se sabe si se entera o no. Este protagonista es un auténtico
psicópata, como resultado de esa infancia en que su madre no le prestó la
atención debida, entre el absentismo del padre, que era un cero a la izquierda.
También llegamos a saber por qué la madre actúa así, pero no se lo voy a
revelar, por si se les ocurre comprársela. Como les digo, es una novela
devastadora, su lectura te deja bastante hecho polvo. Pero la sesión de Billar de
Letras fue gloriosa, con grandes discusiones entre los que decíamos que el tipo
es un cabrón y los que buscaban apoyos para absolverlo. Ronaldo se marcha ahora
a Cuba, a visitar a su madre que está delicada, así que para él fue una sesión
especialmente tremenda.
El miércoles por la mañana ensayé
por última vez mi presentación, preparé mis cosas y me tumbé a descansar
haciendo samanthing, porque tenía una tarde dura y era el día de temperaturas
más altas. A las 16.15 bajé a la calle con la maleta del proyector, el maletín
de mi ordenador y la guitarra en su funda en modo mochila. El aire parecía
estar ardiendo cuando caminé hasta Atocha y tuve que esperar a que apareciera un
taxi, que ya saben que vienen por docenas cuando no los necesitas y no llegan nunca cuando esperas uno. En la Casa del Lector del Centro Cultural Matadero, me
esperaba Charly, el informático que nos ayudaen estos saraos y que ya me conocía de cuando los daneses del Metro.
Preparamos el proyector, conecté el ordenador y lo dejé enfocado en la primera
imagen. Fui al aseo a beber medio litro de agua del grifo y esperé en la sala.
Werner y los franceses llegaron
puntuales a las cinco y no parecían especialmente agotados. Luego, durante la
cena, me comentaron que ellos están acostumbrados a la humedad de Burdeos, con
la que el calor es especialmente insoportable, pero que no les importaba tanto este
calor seco. Werner me presentó y arranqué. La verdad es que la cosa me quedó
muy bien. Mantuve la atención de unos arquitectos que llevaban varios días
dando tumbos por la ciudad a unas temperaturas infernales, guiados por Werner,
que es implacable con los programas. Además, la mayor parte de ellos eran de
cierta edad, como de 40/50. Con una excepción, una chica muy joven con unos
ojos preciosos muy abiertos, que parecía especialmente impresionada por mi
historia. Les conté un poco de la Operación Madrid Nuevo Norte y mucho del
Bosque Metropolitano.
Acabé como un reloj a las seis en
punto. Werner, consciente de mis apuros, les dijo que yo tenía prisa y,
como luego iba a cenar con todos, que las preguntas me las hicieran después. Un
aplauso y salí cagando leches con la guitarra y el ordenador. Busqué un taxi,
pero aquí si que no había, así que me fui al Metro de Legazpi, cambio en
Pacífico y luego hasta Palomeras. En el segundo trayecto íbamos abarrotados y
nos acordamos todos de la señora Ayuso, que ha reducido el número de trenes.
Llegué sin retrasos a la clase de Henry Guitar, que se acerca ya a la pausa
veraniega, como el Billar de Letras. Luego regresé en Metro a Atocha, subí los
trastos y apenas tuve 20 minutos para descansar. A las 21.00, salí otra vez al
bochorno, para caminar hasta el restaurante La Castela, en la calle Doctor
Castelo, donde había quedado con el grupo.
Hube de caminar alrededor del
Retiro, que seguía cerrado, sin que nadie de los numerosos viandantes que
circulaban por la estrecha acera aprovechando el fresquito del parque, se
explicara el por qué del cierre. La cena, fue muy divertida y fui a caer al
lado de la chica joven y guapa, que resultó ser venezolana, por lo que pude
descansar de hablar en francés, que también es algo cansino. Es una arquitecta
que vive en París y trabaja para la agencia que les había organizado el viaje a
los de Burdeos. Esta agencia suele mandar una persona con los grupos y ella se
había ofrecido porque su madre vive en Madrid. Hablamos un montón, nos juramos
que nos llamaremos cuando vaya yo a París o venga ella a Madrid, para lo que quedamos
conectados por el Whatsapp y acabamos tan contentos que Werner nos hizo la
foto que pueden ver aquí, antes de empezar con los postres.
La chica se llama Éricka y era la
única que se había podido cambiar, al estar en casa de su madre. Se había puesto
guapísima para la cena de cierre del viaje. La verdad es que también
confraternicé mucho con un arquitecto de mediana edad, con aire entre pop y
medio friky, que ya me había caído bien en la charla y al que tuve en la cena
al otro lado. Se llama Bertrand y también me juré amor eterno con él, y me
prometió que, si iba a Burdeos un día, se encargaría de enseñarme la ciudad,
sus proyectos y sus bares. Acabamos bastante tarde, metimos a los franceses en
varios taxis a su hotel, que estaba en la Gran Vía, Éricka se fue en Metro y le
propuse a Werner volver caminando hasta mi casa y luego que hiciera lo que
quisiera para llegar a la suya. Estaba cansado, pero al final siguió a píe
hasta su casa.
Fuimos hablando y me enteré de
varias cosas. En Francia, el proceso de formación continua de los arquitectos
es obligatorio. Han de tener un mínimo de créditos al año, si no, no pueden
ejercer. Me parece cojonudo y, al parecer, es igual en Alemania y algunos otros
países. Werner está integrado en una red internacional, que se llama Guiding
Architects, que se dedica a organizar este tipo de viajes por todo el mundo.
Hace años que él se encarga de los viajes de la gente que quiere venir a
Madrid. Y creo que tiene un chollo conmigo, porque sabe que puede contar
siempre con mi ayuda. Y, además, yo también tengo un chollo con él, porque de
estos saraos me llevo unos cuantos billetes, que no me vienen mal.
Durante años hice este tipo de
bolos gratis para Werner, pero con los daneses me sorprendió cambiando el
concepto. Le pregunté por qué y me dijo que antes yo tenía un sueldo y él
consideraba que estas cosas formaban parte de mi trabajo y ya estaban pagadas.
Ahora no es así y debo cobrar. No seré yo quien le lleve la contraria. Como se
imaginan, esta mañana estaba reventado. Aún así, he tenido mi clase de inglés y
luego he salido caminando hasta el despacho de los que me han ayudado con la
declaración de la renta, en los primeros números de Serrano. Me han
explicado todo al detalle y ya está la declaración hecha y mandada (no les
detallo el palo que me han dado).
He vuelto andando (el Retiro ya
estaba abierto) y se me ha ocurrido pasar por la puerta de Montalbán, acceso al
Ayuntamiento, por ver si me encontraba algún colega. Pero no había nadie conocido. A cambio, una señora gorda estaba medio desmayada, le habían sacado una silla de
dentro y había un par de ambulancias. El típico golpe de calor. He descansado
unos veinte minutos en casa y he salido para el yoga. El calor era ya
asfixiante y el Ricla estaba vacío, era yo el único cliente. A esto del calor y
el cambio climático habrá que adaptarse, no nos va a quedar otra. No vamos a
estar encerrados en las casas hasta el otoño. Cuando volvía a casa, me he fijado en el marcador digital de
temperatura de la parada de bus de Tirso de Molina y le he hecho una foto.
Estos marcadores, cuando se quedan al sol, se vuelven locos, pero, aún así, la
imagen es acojonante.
Ya en casa me he puesto al
ordenador, con el aire acondicionado, y he averiguado que hoy era el Bloomsday,
que cada año conmemora la fecha en que se desarrolla el Ulises de James Joyce
que, como sabrán, transcurre en un solo día, un 16 de junio. Cada año, en Dublín se hacen
diferentes festejos y actos literarios, en memoria de esta obra que cambió la
narrativa moderna y que yo me he leído dos veces. Pero es que, además, este año
se añade que se cumplen 100 años de la publicación del libro. Me he enterado
porque me ha avisado mi amiga Valeria Correa, que me ha enviado la foto que ven
abajo y he sabido luego que este año hasta en Madrid han hecho una procesión
como la de cada año en Dublin, a pesar de los 40 grados. Vean también el
anuncio de dicha conmemoración.
Yo no estaba ya para sumarme al
festejo y además, tenía que escribir este post y descansar un poco, porque
mañana tengo un acto al que me he apuntado en el Caixaforum por la mañana, que ya les contaré
y por la tarde me cojo el coche y me voy a San Leonardo de Yagüe (Soria), en
donde tenemos hotel reservado para dos noches con mi grupo de senderistas veteranos.
No es la primera excursión que organizan después de la pandemia, pero sí la
primera a la que yo puedo ir, con el sinvivir que tengo últimamente.
Regresaremos el domingo por la noche y espero que haga unas temperaturas algo
más fresquitas que las de Madrid, porque esto es bastante insoportable. Los
ingleses tienen un adjetivo específico para designar este tipo de bochorno:
scorching. Bueno, pues yo me voy a descorchar una botella de verdejo de Rueda
para acompañar la cena. Sean buenos y no se quejen del calor, que aún estamos
en primavera.
Vaya, demoré la publicación de
este post hasta ver cómo terminaba el partido decisivo de ayer del Dépor, que
toda la ciudad de La Coruña soñaba con ganar para subir a la Segunda División,
primer peldaño hacia la recuperación de las glorias pasadas. Confiaba yo en esa victoria
y hasta tenía las imágenes de las hormigoneras decoradas en blanquiazul y las
pescaderas del mercado de la Plaza de Lugo animando al equipo, mientras
desgajaban con el sacho, una a una, buenas tajadas de bonito o de atún, arre
carallo. Imágenes que he guardado para mejor ocasión. Confiaba, digo, pero estaba cagado de miedo, como le confesé por Whatsapp a
un paisano que me envió el mensaje A por
eles, seguido de muchos emoticonos de brazos forzudos, a quien respondí con
sinceridad: yo los tengo decorbata. No me engañaba mi intuición: el
Dépor perdió con el Albacete y se quedará un año más en Tercera.
El drama fue digno de los mejores
guionistas de Hollywood. En Navidad, el equipo era líder con seis puntos sobre
el segundo, el Racing de Santander. Poco después recibió a su contrincante en
Riazor, con la posibilidad de ganarle y ponerse a nueve puntos. Pues perdió y
se le quedó el Racing a tres. Entonces, a los jugadores les entró la cagalera y
unos meses después el Racing les superaba y llegaba a sacarles hasta once
puntos, asegurando el puesto de líder, el único que daba derecho al ascenso
directo. El Dépor quedó de segundo, y no perdió ese puesto de milagro, gracias
a un arreón final que recordó su juego de antes de Navidad. Esta Tercera
División, es una especie de inframundo futbolístico, encima gobernado por El
Calvo Rubiales, un tipo cuyo nombre es un auténtico oximorón: cómo va a ser
rubiales un calvo.
Este equívoco caballero decidió
hace mucho que el play-off, por el que los clasificados del segundo al quinto
en cada uno de los dos grupos se jugarían otras dos plazas de ascenso, se celebraría
en Galicia, como resultado de una especie de concurso subasta entre todas las
federaciones regionales. Y para colmo, fijó unas condiciones mínimas para los
estadios, en función del número de entradas que pidieran los clubes. Como el
Dépor tiene muchos más socios que cualquiera de sus colegas del inframundo,
parecía claro que, de caer en el play-off, jugaría sus partidos en Riazor,
único estadio de la comunidad con aforo suficiente para la previsible avalancha
de peticiones. Así sucedió, el Dépor ganó el primer partido por 4-0 al Linares
y se preparó para la gran final de ayer, en la que le valía el empate si se mantenía al final de la prórroga.
Encima, el contrincante era el
Albacete. Yo no tengo nada contra esa ciudad, pero por algo dicen eso de Albacete-caga-y-vete. Hace años, un
amigo mío decidió comprarse un coche de segunda mano y resultó que estaba
matriculado en Albacete. Pues sus hijos, que eran pequeños, montaron un drama
al respecto y, entre llantos, proclamaban a coro: yo no pienso subirme en un coche con matrícula de Albacete. Cuando
luego iba a recogerlos al cole con el coche de marras, los chicos le obligaban
a aparcar lejos para que sus compañeros no le vieran la matrícula. Esto
es rigurosamente histórico. Pero el Albacete, como el Racing de Santander, es
un equipo acostumbrado a jugar en el inframundo de la Tercera División, a la
que, para colmo, el Calvo Rubiales ha dado en bautizar Primera PRRRF, o algo
así, que yo renombré como la Primera Pedorreta.
En la Primera Pedorreta, se juega
a no dejar jugar, a hacer muchas faltas, a defender atrás a patadón y a dar una o dos
estocadas en el momento preciso. Eso fue lo que hizo el Racing en el partido
decisivo: aguantar atrás, meter un gol en una jugada aislada y luego evitar que
se jugara más con múltiples triquiñuelas. El Dépor no sabe hacer eso. Ayer
marcó un gol y sostuvo el 1-0 hasta más allá del minuto 80. Llegados a ese
punto, lo que hay que hacer es que ya no se juegue más. Pero el Albacete se
salió de la trampa con un centro lateral que alguien cabeceó a la escuadra. Eso
llevaba el partido a la prórroga. Y, casi al final de la prórroga, una jugada
calcada, con centro desde el mismo sitio, subió el 1-2 al marcador.
Era un final que yo ya me temía. Porque
el Dépor lleva como cinco años penando, pagando la gloria pasada que le
llevó a ser el Súper Dépor y ganar una Liga y dos Copas del Rey. Y ese negro
destino le lleva cada año a jugárselo todo en un último partido a vida o
muerte, ocasión en que vuelven a engalanarse las hormigoneras, las pescaderas y
la ciudad completa, para terminar igual: en un chasco monumental. Porque la
condena del Dépor es como la del mítico Sísifo, que tuvo la osadía de revelar
al mundo la identidad del raptor de una doncella hija de cierto dios menor. El
raptor no era otro que el propio Zeus, pero esa transgresión de la omertá
olímpica le llevó a ser desterrado al inframundo, y castigado a subir una
piedra descomunal a la cumbre de una montaña (porque en el inframundo griego
había montañas y de buen tamaño), con el cruel designio fijado de antemano de
que, cuando estaba llegando a la cumbre, le fallaban las fuerzas y la piedra echaba
a rodar imparable hasta el piedemonte.
Una y otra vez intentaba Sísifo
subir el enorme meño, con idéntico resultado, predeterminado por Hades, el
cruel dios que gobernaba el inframundo. Albert Camus sostenía que Sísifo era
probablemente feliz, porque lo que nos trae el bienestar mental es el propio
trabajo hasta llegar a tu objetivo, más que la consecución del objetivo en sí. Igual que yo
disfruto del trayecto urbano hasta el bar en el que he quedado, más que de la
cita propiamente dicha. Enfrentar un desafío como ese requiere futbolistas
con una fortaleza mental que los del Dépor nunca tienen. A estos les puede la
presión, les entra la cagalera en el momento más inoportuno y con
gastroenteritis aguda no se puede ganar un play off. Este año, la verdad es que
se lo habían puesto a huevo. En su estadio y valiéndoles el empate. Pero aquí
se sumó el karma del centenariazo. Al
Madrid de Florentino le fijaron la final de Copa en su estadio y todo el mundo
dio por hecho que ganaría esa final al Dépor. Pero la perdió por el mismo
resultado. Y el Hades del fútbol nos tenía preparada esta cruel revancha.
Mientras el Dépor siga en el
inframundo, voy a hablar muy poco de él en el blog, como he hecho a lo largo de
este último año. Este blog está reservado a cosas de más enjundia, y con
moralejas en positivo, a ser posible. Por ejemplo, últimamente ven que me aplico
en mis trabajos de este trimestre con esfuerzo y afán digno del mismísimo Sísifo, si bien voy cubriendo
objetivos y las piezas van encajando poco a poco, lo que me impulsa a seguir
con ánimos renovados. En el post anterior les conté mis aventuras hasta el
domingo pasado, finalizadas en un concierto fastuoso en el marco insólito de la
capilla protestante de los alemanes, camuflada en un patio interior de la
Castellana, cerca de Colón. Por cierto, le conté esta historia a mi peluquero y
amigo Jurgen, quien me dijo que lo mejor en esa capilla es el mercadillo
navideño que se monta en diciembre y que no pienso perderme este año.
Pues el lunes me lo pasé en mi
casa de acogida, con mis anfitriones humanos y gatunos, hasta que a las 13.30
eché a andar para mi cita con el yoga. Después de comerme unos judiones
maravillosos en el Ricla, bajé hasta mi casa, en donde había quedado con Manuel
el pintor y su ayudante, que tenían el compromiso de recolocarme los muebles en
su sitio, una vez que el parqué se daba por secado tras tres días de tener la
casa cerrada a cal y canto. El artista acuchillador había hecho un trabajo
magnífico, pero ya saben que él no mueve un solo mueble. Así que echamos la
tarde montando otra vez las camas y recolocando los sofás. Lo de este pintor es
un caso especial de empatía, profesionalidad y persona que disfruta ayudando.
Les pongo aquí unas imágenes del suelo antes de colocar los muebles.
Vamos, que es como si tuviera una
casa nueva. Finalizado nuestro trabajo, me volví a Escosura a pasar mi última
noche de acogida. El martes tuve clase de inglés on line y dediqué el resto
de la mañana a recoger todas mis cosas. Dejé todo preparado para el traslado:
dos maletas pequeñas, dos almohadas y la guitarra. Entonces me fui caminando
hasta el restaurante Jai Alai en donde había quedado para comer con mi amigo X
y dos de nuestros jefes de la extinta Oficina del Plan, con quienes no nos
reuníamos casi desde antes de la pandemia. Fue una comida muy agradable, tras
la cual regresé a Escosura para que Carlitos, el hijo mayor de mis anfitriones,
tuviera la amabilidad de llevarme en coche a mi casa. Me instalé de nuevo, me
hice la cama, preparé unos mínimos pertrechos para pasar la noche y terminé
bajando a cenar al restaurante asiático cercano donde me obsequié con un sashimi-sushi y un
entrante de edamame con un par de cervezas de presión, porque en casa no tenía
nada.
El miércoles ya amanecí en mi
casa renovada y pasé toda la mañana deshaciendo cajas y colocando mis cosas. En
torno a las doce interrumpí mi trabajo y bajé a coger el coche. Me acerqué
primero a la Clínica Virgen de América a recoger mi analítica, que
aparentemente no parece mala. Luego conduje hasta el bar de mis amigos junto al
APOT, para comer pronto. Porque a las 14.00 tenía una cita en el IFEMA, a cinco
minutos de dicho bar. Por cierto, mi amigo Mon me contó que les han comunicado
de forma extraoficial que habrán de cerrar los días 29 y 30, por
celebrarse la cumbre de la OTAN, precisamente en el IFEMA. Y que si se lo
confirman de forma oficial, piensa pedir la correspondiente indemnización.
Mi cita era para visitar la
Organic Food and Eco Living, una feria de dos días patrocinada por Iberia y con
lo más de lo más en cuestión de productos ecológicos y de alimentación sana.
Allí había stands de varias comunidades autónomas, como Galicia o Andalucía,
además de otras extranjeras (Bélgica, Polonia) y muchos puestos con
degustaciones de productos eco-chachis. Aunque acababa de comer me obsequié con
un té ecológico con hierbabuena certificada, y varios chocolates y galletitas
bastante buenos. Descubrí con alegría que este mundo no reniega para nada del
vino y la cerveza y pude beberme un par de vasitos del vino que ha ganado el
premio del año, un Rioja Crianza extraordinario. Había también muchos
cosméticos orgánicos y hasta un producto para el cuidado natural de la vagina
(se lo juro).
Estaba yo invitado a esa feria
porque a las 15.00 daba allí una conferencia mi amigo César Hernández, bajo el
título La crisis climática y sus
soluciones: el papel del sector ecológico en la transición medioambiental y
social. Un título largo que abarca toda la problemática del mundo actual.
Porque el mundo está en crisis, como evidencian la pandemia y la guerra, y
deben buscarse soluciones que afecten tanto al medio ambiente como a la
desigualdad social, que es cada vez mayor y constituye el caldo de cultivo de los
millones de votos que se lleva la ultraderecha en todos los países europeos (y
no digamos en USA o Brasil, donde hasta gana). César es un comunicador
estupendo, me gusta mucho la pasión con la que cuenta sus tesis y el mensaje
positivo que destila: es tiempo todavía de arreglar el mundo. Al final, nos hicimos
una foto los promotores del acto y algunos de los asistentes.
Por la tarde me fui a casa. Vino
la asistenta que se dio un curro importante limpiando baño y cocina. Yo bajé al
Alcampo a comprar para tener algo de cenar y asistí a la clase de blues con
Henry Guitar. El jueves cumplí con mis clases de inglés y yoga y comencé mi
trabajo de deshacer cajas de libros, además de recolectar imágenes sobre el
Bosque Metropolitano, para mi charla a los franchutes del próximo día 15, para
lo que mi compañera M. me fue de mucha utilidad. Acabé el día bastante cansado
y aun así dormí regular, porque mi ático es un horno y yo estaba acostumbrado a
la casa fresquita de Escosura donde, según mis anotaciones, he estado 18 días.
Echo de menos esos días venturosos, como ya les pronostiqué en el post anterior
y dice África que la gatita Mina está un poco pesarosa, que la ve buscar todo
el rato por los rincones y que está convencida de que me busca a mí, porque
también me echa de menos.
No tengo ninguna duda de que es
así, porque lo de esa gata conmigo fue un caso de amor a primera vista, ella
decidió que le gustaba y empezó a mostrarse confiada y zalamera conmigo, hasta
el punto de que muchos días dormía en mi cama a los pies. Pero ya les he dicho
muchas veces que la nostalgia es algo que no sirve para nada, que hay que mirar
adelante. ¿De qué le sirve al Dépor rememorar todo el rato la época gloriosa?
De nada. Los gatos son seres eminentemente prácticos y yo creo que a la bella y
femenina Mina ya se le habrá pasado la murria y estará otra vez cazando moscas
reales e imaginarias y dando grandes carreras por el pasillo con su hermano,
el bueno de Ulises. En esa misma línea, yo decidí el viernes que iba a
dedicarme a deshacer cajas hasta terminar la tarea. Dejé toda la casa lista a
última hora de la tarde y tuve que hacer dos viajes al contenedor de papel para
llevar las cajas utilizadas. Aquí una imagen de mi estantería principal después
de completada la tarea.
Aproveché este trabajo para
ordenar mis libros por autores y temas, algo que mi asistenta me había descabalado un día
que le dio por limpiar la estantería a fondo. A la vista de la cara que le puse
cuando me lo dijo, no creo que lo haga más. Por cierto, encontré en mi
colección de libros de urbanismo unos seis o siete casos de ejemplares repetidos.
Eso se debe a que, cuando era activo, yo solía hacerme con uno para
casa y otro para la biblioteca del despacho. Al jubilarme, me traje toda esa
biblioteca a casa. Ahora no necesito libros repetidos. Así que los metí todos
en una bolsa, con destino a algún puesto de la Cuesta de Moyano pero, ya en la
calle, me acordé de que en el restaurante Matilda tienen montado un sistema de trueque
de libros y ropa, en el que la gente trae y se lleva lo que quiere. Se pusieron
muy contentos con el regalo.
Ayer sábado tuve nuevos trabajos
de Sísifo que cumplí sin despeinarme. A primera hora salí a correr por el
Retiro, primera vez desde la rentrée, y constaté que mantengo la forma y las
marcas de antes de mi exilio en Escosura street. A las 10.00 me conecté con Ed
para una clase de dos horas, con objeto de compensar las que nos vamos a perder
por su inminente viaje a New York a visitar a su familia. Ahora mismo, yo tengo
cuatro credit hours. Tras eso, me fui al mercado de Antón Martín a comprar
alimentos diversos para los próximos días, solucionando mi congelador Erasmus
de este último mes de exilio. Comí, me eché una siestecita y me conecté a ver
el partido del Dépor, con el resultado que les he comentado al principio de este post.
Para mitigar mi cabreo, pensé en
subirme a la Feria del Libro, pero descubrí con estupor y escándalo que el
señor Almeida había obligado a cerrarla a las siete por el episodio de calor
extremo en que nos encontramos. Entendería esto si hubiera previsión de tormentas
y posibilidad de caída de árboles, pero ¿por el calor? En fin, que
históricamente se solía decir: eres más tonto que Abundio, que se iba a
vendimiar y se llevaba uvas de postre. Con la motorización, el dicho se
cambió: eres más tonto que Abundio, que vendió el coche para poder comprar
gasolina. Pues desde ayer se dirá: eres más tonto que Almeida, que cerró la
Feria del Libro porque hacía mucho calor. Como nos hemos puesto un poco filosóficos en este texto, les traigo una imagen que hace honor a esa temática.
Bien, como les decía en el
título, la nostalgia no sirve para nada y hay que quitársela de la cabeza en cuanto
se pueda. Para ello es importante ponerse a hacer muchas cosas, como si no
hubiera un mañana. Han visto en que trajines me he metido en estos días y
tengo ya un calendario para el mes próximo: charla a los franchutes, terminar
la declaración de Hacienda, acto organizado por la Fundación Nadine en el
Caixaforurm al que estoy suscrito, consulta de preanestesia, conferencia en el Ateneo, colonoscopia y Festival de Blues
de Cazorla. A pesar de los trajines, he tenido tiempo de hacer otra cosa más:
reservar hotel en Jerez de la Frontera para los días 22 y 23 de julio y sacarme
una entrada para el festival La Isla del Blues, que se celebra en unos jardines
de dicha ciudad, a 18 minutos andando de mi hotel y en el que la estrella será
mi admirada Samantha Fish.
Hace poco se habló en este blog
de la pertinencia de que Jagger y Richards siguieran dando conciertos. Yo me
pronuncié a favor, pero me pareció fuera de lugar pagar 200€ por verlos (el
concierto de Sam en Jerez cuesta 22€ contando los dos de la gestión on line).
Amigos que asistieron, me dicen que fue fabuloso. Muy bien, yo los he visto
varias veces, adoro a Richards, cuyas memorias me he leído enteras hace poco, y me
dispongo a ver el vídeo del concierto completo, que ya está colgado en Youtube. Pero,
insisto, yo no pago 200€ por un ejercicio, en suma, de nostalgia. La nostalgia
es algo muy inútil y, si encima por alimentarla te cobran un pastal, pues entonces es
una inutilidad cara. Yo miro hacia adelante. Y adelante está Samantha Fish.
Algunas de mis lectoras más
celosas, me cuentan que a veces comentan entre ellas: es que ni siquiera es guapa. A mí
me parece una mujer muy atractiva por su físico, su forma de cantar, tocar y componer y
su personalidad. Pero para gustos, colores. Como de costumbre les voy a dejar
un vídeo en el que Sam, desde luego, no está guapa. Corresponde a un concierto
en el que probablemente está cansada, ha dormido mal, está resacosa o tiene la
regla. Además, hace mucho calor, está sudorosa y tiene sed. Su gimnasia gestual es siempre transparente y ese día nuestra diva está de muy
mala leche, parece recién levantada, quizá ni se ha duchado, apenas se ha
pintado los labios y lleva las uñas muy descuidadas. Y se pone a cantar el
mítico I put a spell on you con evidente desgana.
Canta las primeras estrofas sin
nervio y hace un punteo de calentamiento bastante deslucido, que hasta suscita
los pitos del público. Luego vuelve a cantar, incómoda con los silbidos y el ambiente en general. Pero entonces le sale la rabia, sus gestos denotan un ¿me vas tú a silbar a mí, gilipollas?
Ella es una profesional y tiene que cumplir con su contrato. Así que con gestos
inequívocos sube el volumen de la guitarra y se marca un punteo estratosférico,
que revierte los pitos en una ovación unánime, y termina con un tour de force vocal a la altura de su cabreo. Esa es la actitud. Siempre
adelante, que la nostalgia es para flojos.
Fin de semana de transición, en
el que no tengo apenas obligaciones y estoy aquí en mi hogar de acogida,
dejando que el tiempo transcurra pausado, premioso, perezoso, leyendo el libro de cierre de temporada de Billar de Letras, que es tremendo, ocupándome de los pequeños
negocios, como reponer de cervezas Estrella Galicia la nevera, por lo demás
surtida de sobra para las necesidades alimentarias de mis anfitriones junior (los
senior están en el pueblo desde el jueves), las de los mininos, que son
exiguas, y las mías propias, algo más copiosas pero sin exagerar. No me cabe
ninguna duda de que voy a echar de menos la vida familiar que he podido
disfrutar en mi exilio inverso y de la que me quedan dos telediarios,
como me dispongo a contarles.
El martes fue un día tranquilo,
tuve mi clase de inglés por la mañana y a mediodía me fui al yoga, para recuperar la clase que no habíamos tenido el día anterior por ser luna
nueva. Decidí ir andando desde Escosura, por cuanto, según el Google Maps, se
tardan 33 minutos a pié, frente a 23 en Metro. Comprobé que la mayor parte del
camino es cuesta abajo, con un tramo especialmente empinado después de pasar la
Glorieta de San Bernardo. Así que me volví en Metro después de comerme un par
de tajadas de bacalao en Casa Revuelta. Y dediqué el resto de la tarde a
escribir mi post anterior sobre la condición felina y otras divagaciones. El
miércoles fue otro día sin grandes asuntos, por la mañana mi anfitriona y yo nos
dirigimos a la Quinta Los Molinos, en donde habíamos quedado a desayunar con
una antigua compañera de trabajo a la que debemos algunos favores. Comí en casa
con mi familia de acogida y por la tarde fui a clase de guitarra.
¿Tiene algún sentido que les cuente mi rutina diaria, incluso cuando no me sucede nada fuera de lo común? Yo
creo que sí, por eso llevo haciéndolo ininterrumpidamente desde hace cerca de
diez años. Sin ánimo de presumir, para mí esto es una forma de literatura. Decía Unamuno que la literatura consiste en extraer lo universal de lo
cotidiano y eso es lo que yo intento. Además, en los tiempos que corren, la literatura ha de
buscar nuevos caminos y apoyarse en las tecnologías emergentes, cada vez más
sofisticadas. Con el proceso tradicional de producir un libro, uno entrega su
texto ya depurado y corregido a un editor y la industria tarda más o menos un año en tenerlo en las librerías. Yo me he inventado una rutina que soslaya
ese largo camino, de forma que escribo un texto y al instante pueden leerlo mis
seguidores aun calentito. Además yo ya probé el procedimiento tradicional con
una novela corta que fue premiada y editada, como saben. Ahora hago literatura instantánea, como ciertos solubles.
Otra cosa es el tema de la
calidad literaria. Yo soy bastante autocrítico y sé que hay muchos de mis
textos que no valen nada. Otros me salen bien y resultan cojonudos. Pero,
desde el principio proclamé que este era un foro en el que se primaba la cantidad
sobre la calidad, que yo lo que quería era mantener ocupada
la pluma, para no perder práctica. Cierto que, cuando empecé, no era consciente
de padecer esta especie de graforrea o graforragia que me hace escribir tanto,
pero así han venido las cosas y, por suerte, mantengo un grupo de seguidores
muy fieles, que permanecen atentos a lo que voy publicando y me inducen una
cierta presión para esforzarme y continuar. Y he de confesarles que, aunque la transición a la jubilación creo que de ninguna forma me habría afectado como a
otros, es cierto que el mantenimiento del blog me ha ayudado a tener un punto
de apoyo importante en ese trance, que le ha dado continuidad a mi vida desde la situación de
activo a la de retirado o cesante.
Así que continúo con el relato.
El jueves tuve mi rutina acostumbrada: inglés, yoga y comida en el Ricla. Pero
entre el inglés y el yoga tenía una cita. A las 11.30 había quedado
con el parquetista, para pagarle, recuperar las llaves y ver, únicamente desde
la puerta, el resultado de su trabajo, que estaba totalmente acabado y es
espectacular. Pero, desde ese momento, la casa ha de permanecer cerrada a cal y
canto, para que el barniz se seque adecuadamente, al menos hasta el domingo por
la tarde. Así que el lunes que viene, tras el yoga y el Ricla, me acercaré a casa, en
donde he quedado con el pintor para que me ayude a colocar de nuevo los muebles
grandes, que yo no puedo mover solo. Está por ver si ya me quedo a
dormir allí, o me vuelvo a Escosura para una última noche y trasladarme ya el martes con todas mis
cosas.
Y me dispuse entonces a enfrentar este
largo fin de semana, compuesto de tres días enteros sin mayores apuros: viernes, sábado y domingo.
Tenía dos tareas a completar: recopilar toda la información para la declaración
de Hacienda y enviársela al gestor que he contratado, el del despacho en los
primeros números de Serrano con ascensor de madera y butaca corrida de raso. La
otra: hacerme con imágenes e información actualizada sobre el Bosque Metropolitano,
para ir preparando mi charla en francés a los arquitectos de Burdeos del próximo
día 15. Dejé ambas cosas listas antes del mediodía. Y, luego de comer con mis
anfitriones junior, me senté a ver el partido de Nadal en Roland Garros, hasta
que terminó abruptamente con la lesión de su contrincante. Luego me dediqué a
leer y al delicioso vicio del samanthing hasta la noche. Por cierto, mi hijo
Kike me ha mandado algunas de las fotos que hizo en su viaje reciente por estas
tierras. Entre ellas, esta que les traigo.
Ya ven qué bonita tengo la
terraza, con las plantas que me suministraron mis amigos floristas y los muebles restaurados de los estragos de la Filomena. El
interior de mi casa va a quedar también muy bien y tal vez me decida a
decorarlo porque, hasta ahora, no tenía ningún cuadro ni poster en las paredes,
algo que llamaba bastante la atención a mis visitantes. De mi estancia en
Escosura, además de la nostalgia previsible, me llevo un par de ideas a considerar: hacerme con un
gato y tal vez renovar mi televisión para ponerme una inteligente de gran
formato, algo que mis hijos me han reclamado en sus últimas visitas, pero no me había planteado hacerles caso hasta que he disfrutado de sus ventajas en mi casa de acogida. De todas formas, esto está pendiente de ver cuánto
tengo que pagar a Hacienda y en qué situación se quedan mis finanzas después de
pagar la operación de cataratas, el pintor, el parquetista y la propia
liquidación con el Estado.
De momento, continúo con el
delicioso transcurrir del tiempo en Escosura
street y me he planteado empezar este post en sábado y rematarlo mañana.
¿Por qué? Pues porque esta mañana he salido a correr (último recorrido por el
parque Santander), luego me he duchado, he desayunado y he descansado un rato
antes de ponerme a escribir. Ahora es casi la hora de comer y voy a parar.
Después, me echaré una pequeña siesta y a las 18.30 saldré de casa, para un
sarao que mejor les cuento mañana. Para entretener el ínterin les dejo un
vídeo que ha circulado estos días por los whatsapps.
Es el fragmento de una entrevista a la señora Ayuso en el que trata de explicar el proyecto económico
del PP, ese en el que repiten como un mantra que van a bajar impuestos (una
medida de izquierdas; Zapatero dixit) y resulta bastante obvio que no sabe de lo que
habla. Este vídeo se incorpora al archivo del disparate, que encabeza aquel otro en el que Cospedal explicaba lo del finiquito en diferido de Bárcenas. Como dice mi amigo Mariano, es posible que esta señora caiga un día
abatida por fuego amigo, en cuanto el señor Feijoo estime que ya no le vale o constituye
un peligro para él, que es quien tiene el poder. Hasta mañana, queridos.
Vale, ya es domingo a media
mañana. Ayer salí como les dije a las 18.30 y caminé por Donoso Cortés,
Viriato, Santa Engracia y Fernando VI, para llegar a los primeros números del
Paseo de la Castellana, que arranca en la plaza de Colón. Concretamente, en el
número 6 de dicho paseo hay una iglesia de la que no había oído hablar en mi
vida, ni por supuesto había visitado nunca. Se trata de la Friedenskirche, la
iglesia madrileña de los protestantes alemanes. Está en el interior de un patio
de manzana rodeado de bloques altos y parece que fue construida en
1909. Tiene, pues, todo el estilo recargado del eclecticismo anterior al momento en que la
Bauhaus hizo tabla rasa con toda esa previa mezcolanza de estilos. Es decir, que
es un gran pastiche de neo-gótico, neo-mudéjar y todos los neos que quieran
imaginarse. Aquí el anuncio del sarao.
El caso es que Henry Guitar, mi
profesor de blues, me avisó el miércoles de que ayer sería la fiesta de esta
comunidad alemana y que él tocaría con el Colectivo La Palmera en la segunda parte
del festejo. El contrabajo de su grupo, Christian, alemán y parroquiano de la
congregación, tocaría primero con otro grupo diferente, para amenizar el
festejo, que estaría bien surtido de salchichas bratwurst y cerveza de trigo
weissbier. El evento se desarrollaba en el patio entre la iglesia y los bloques,
engalanado con emparrados y farolitos y bastante lleno alemanes cuando yo
llegué. Con Henry Guitar me di una vuelta por el interior de la iglesia,
presidida por un gran retrato de Martín Lutero y con un órgano de tubulares
espectacular. Abajo les pongo algunas de las fotos que tomé.
Es increíble que exista en el
centro de Madrid un espacio como este, totalmente camuflado del público y de
los turistas más tóxicos. Alguien me cuenta que, durante la posguerra mundial,
este lugar se convirtió en nido de nazis, que el famoso Otto Skorzeny, al que
un reciente documental califica como el hombre más peligroso de Europa, era un
asiduo de la parroquia y que sus actividades clandestinas fueron silenciadas
durante todo el franquismo. Lo cierto es que el ambiente de ayer era delicioso,
con bastante gente mayor y numerosos amigos de los músicos de ambas bandas, que
hacían de claque. Yo me agencié una salchicha, un bretzel y una weiss de medio
litro, mientras tocaba el primer grupo. Los del segundo, con los que me sentaba
en una larga mesa, lo dejaron para después de su intervención, para que no les
entrara la modorra. Vean algunas imágenes más.
Aquí el tipo al cargo de la brasa, un alemanote veterano, calvo y manifiestamente cojo, que alguien dijo que parecía sacado de la película El Nombre de la Rosa. A media noche se fue renqueando a la cocina y regresó con un gran bol de alitas adobadas que anunció como alitas vegetarianas, en medio de grandes risotadas. Y abajo el interior de la iglesia, con el cartel en el que Dios advierte: estoy contigo todos los días, sacado directamente de un salmo de San Mateo.
Cuando mis amigos acabaron el
concierto, con propina y todo, nos abastecimos de víveres y yo repetí tanto de
salchicha, como de bretzel y weiss, aunque las alitas se habían
acabado. Cerca ya de las 12 de la noche, nos despedimos y yo inicié el camino
de vuelta a Escosura, media hora de cuesta arriba, que afronté con el
combustible de un litro de cerveza de trigo al cuerpo, en medio de la deliciosa temperatura
veraniega del Saturday night, caminando entre terrazas abarrotadas de gente
joven, esa que votó a Ayuso en agradecimiento por no haberlas cerrado tras el
primer confinamiento pandémico, mientras en toda Europa seguían enclaustrados y
los aviones volaban a Madrid desde todas las ciudades, con sus pasajes
completos de jóvenes dispuestos a ver el portento y disfrutar de unas cervezas
en cualquier plaza. Los votos de ese sector de edad, más los de todos los
propietarios de bares, hoteles y demás negocios, le permitieron a esta señora
ganar por goleada. Visto el vídeo de más arriba, mejor haría de permanecer
callada, de cara a las elecciones de dentro de un año.
Les diré que, durante toda la velada
estuve con un ojo en el móvil, para estar al tanto del desarrollo del partido
Deportivo-Linares, primero del play-off de ascenso a Segunda División, que se
jugaba a esa hora en el estadio de Riazor (escenario designado por la Federación desde hace
tiempo, aunque el Dépor no lo jugara) y que terminó con victoria por 4-0. El
sábado que viene, mi equipo del alma jugará la final en el mismo escenario y
también a partido único, contra el Albacete. Esperemos que no se les atragante
el llamado queso mecánico. Yo hace años que no pruebo el queso, por la cosa del
colesterol, y seguiré el partido ya desde mi casa, porque mañana, como les digo más arriba, después del
yoga tengo cita con el pintor para reponer en su sitio mis muebles más grandes
y empezar a instalarme otra vez allí.
Lo de jugar estos dos partidos
clave en casa es básico. Ayer asistieron al partido más de 26.000 espectadores,
una afluencia que supera a muchos campos de Primera División. Yo nunca he
dudado de que volveremos a ser un equipo de Primera. Pero antes hay que subir a
Segunda. Estamos a 90 minutos de conseguirlo, con permiso de los del queso. Lo
que es sin duda de Primera es nuestra afición. Les dejo con un último vídeo,
que muestra cómo fue recibido ayer el autobús del equipo a la llegada a Riazor.
Sean buenos.