Supongo que conocen el refrán vernáculo de La Mancha profunda: no es lo mismo decir “que viene el lobo”, que verlo de venir. Pues este domingo, en la segunda vuelta de las elecciones francesas, tenemos al lobo llamando a la puerta, en forma de triunfo de la señora Le Pene (que sí, que ya sé que lo he escrito mal, digamos que es culpa del corrector del Word). No sé si son ustedes conscientes de lo que supondría esto para nuestro mundo si llegase a suceder. Es que se acabaría la globalización, la Unión Europea, las becas Erasmus, el espacio Schengen y el buen rollo entre los países, digamos, civilizados. Las encuestas previas dicen que hay una posibilidad entre diez de que gane la señora Le Pene. Pero yo no las tengo todas conmigo.
Porque, sea cual sea el resultado, el lobo ha rondado ya nuestra puerta y seguirá por ahí mientras no lo desactivemos. La previsible victoria de Macron no será más que un aplazamiento por otros cinco años del mismo problema. Si no conseguimos hacer un mundo más justo socialmente, más transparente y más sostenible desde el punto de vista medioambiental, una porción creciente de la población se sentirá estafada, enfadada y descreída del sistema y ese sentimiento le acercará a votar a movimientos como Vox o a personajes como la señora Le Pene, Viktor Orban o Bolsonaro.
Yo, hasta que no vea que gana Macron este domingo, no me voy a sentir tranquilo. Porque el asunto del lobo ha sucedido ya tantas veces que deberíamos estar escarmentados. El Brexit no iba a triunfar, nadie se lo acababa de creer. Pero ahí tienen lo que pasó. Ninguno de mis amigos norteamericanos contemplaba la posibilidad de que ganase Trump (ni siquiera la de que antes fuera elegido candidato por el partido Republicano). En este blog quedó reseñado mi encuentro con varios colegas brasileños en el workshop de Chicago 2018, en el que estaban totalmente tranquilos y seguros: era imposible que ganara Bolsonaro. Y hace cuatro días, todo el mundo estaba segurísimo de que el Hijo de Putin no se iba a atrever a atacar Ucrania.
Todos estos resultados regresivos son consecuencia de la generalización de la información, subsiguiente a la aparición de Internet y las redes mal llamadas sociales. La gente recibe ahora una cantidad de información realmente apabullante. Algoritmos perversos son capaces de ver de qué pie cojea cada uno y ya recrudecen la lluvia de mensajes redundantes para que cada cual se reafirme en su línea de desinformación y ahonde más sus convicciones. El extremo de este tema es el movimiento antivacunas, muy íntimamente vinculado con el universo de los grupos de ultraderecha. También hay terraplanistas, gente segura de que nunca llegamos a la luna, que los americanos se tiraron ellos mismos las Torres Gemelas o que Elvis Presley vive y es un señor de casi 90 años que reside en las Bahamas. Pero estos no dejan de ser movimientos minoritarios y pintorescos, que apenas tienen incidencia en nuestro mundo cotidiano.
Lo de las vacunas es más grave por su mayor extensión, por su incidencia negativa en la lucha contra el virus y porque, por ejemplo, yo tengo un amigo que se ha negado a vacunarse, él y toda su familia. Resultado: ahora mismo todos tienen el Covid, lo están combatiendo con Ibuprofeno y con infusiones de yerbas medicinales, y todos los de su entorno estamos mucho más preocupados por ellos que si se hubieran vacunado. Este tipo de actitudes se deben a un motivo que yo tengo muy claro: la gente tiene acceso a un montón de información y carece de la adecuada formación cultural, política y moral como para procesarla adecuadamente. Si a eso le sumamos el que el mundo es muy injusto socialmente y que ahora se tiene mucha información sobre cómo viven los milmillonarios, el resultado es un malestar que está detrás de movimientos como los chalecos amarillos o la reciente huelga de transportistas en España. Un personal sobreinformado y poco formado es carne de intoxicación y manipulación.
En el Tercer Mundo, a todo esto se suma la religión, entreverada de elementos mágicos, místicos y de superstición y brujería. Otra muestra local de ese fenómeno del lobo que nunca va a llegar hasta que lo vemos de venir, fue el referéndum colombiano para ratificar el proceso de paz firmado en La Habana entre el Gobierno y la cúpula de las FARC, que acababa con 50 años de guerra. Como les conté, los negociadores se sintieron modernos e incluyeron en el acuerdo un parrafito a favor de la regulación del aborto. Eso puso en contra a los evangelistas, que tienen una penetración acojonante entre los indígenas de las zonas rurales de Colombia y que votaron en masa por el no al acuerdo. Lo sé de fuente bien informada.
Estos evangelistas son otro fenómeno paralelo a lo que estamos comentando. La misma penetración la tienen entre los gitanos en España y entre los negros del África subsahariana, que ven conectada su tradición animista y mágica con unas reglas que les ayudan a apartarse de cosas como el alcohol, las drogas o el sexo descontrolado. Aquí sí que la incultura y las penurias económicas favorecen el caldo de cultivo para este tipo de movimientos religiosos. En estos días pasados estuve en un par de eventos con gente muy preocupada por el calentamiento global, como les conté. Algunos de estos son gente bastante ideologizada, que no viajan más en avión ni comen carne ni casi ponen la calefacción. Sin embargo, con mucho alivio constaté que la cerveza no la incluyen entre los hábitos a desterrar de este mundo corrupto del que abominan. Sin embargo, vean ustedes lo que dice al respecto un cura evangelista de estos que guían la vida de los emigrantes negros en España.
Es de una coherencia asombrosa: si te atragantas con un vaso de agua o de Coca Cola, vas al cielo; si es con cerveza al infierno. Lo dicho: incultura más sobreinformación, igual a manipulación colectiva. Pero dejemos el Tercer Mundo y volvamos al primero. Realmente a mí me molestaría mucho que este pequeño paraíso que hemos construido en Europa se venga abajo y es lo que sucederá si gana Le Pene. El programa Erasmus es una maravilla, porque ha conseguido que las nuevas generaciones se sientan europeas. Mis hijos lo son también del mundo Erasmus y lo percibo cuando vienen a mi casa y veo cómo les llaman por teléfono y se lanzan a largas conversaciones en francés, inglés y alemán (Lucas) o en francés, inglés e italiano (Kike). Si destruimos esto volveremos a las fronteras, los pasaportes y los nefastos nacionalismos.
Le Pene ha cometido un error de bulto, que quizá nos salve de su victoria, cuando ha dicho que, en cuanto llegara al Eliseo, pactaría con el Hijo de Putin un acuerdo para crear una nueva sociedad de naciones independientes, fuera de la Unión Europea. Al lobo ruso no lo quiere nadie en su casa y eso le puede hacer perder muchos apoyos. Pero es realmente penoso (penoso de pene) que se haya llegado a esta situación. En Europa, la incultura no es tanta como en África. Pero aquí lo decisivo es el descontento, el que existe una clase media baja que se va distanciando cada vez más de los estándares mínimos de confort, que se va quedando al otro lado de la brecha, coqueteando con la pobreza pura y dura. Esta gente se siente frustrada y cabreada y, debidamente manipulada con las técnicas que organizó el perverso Steve Bannon, son carne de voto contra el sistema.
En Francia se generó así el movimiento de los chalecos amarillos. Examinemos los resultados de la primera vuelta de estas elecciones que se culminan el domingo. Si sumamos a los votos a Le Pene los que ha cosechado el aun más ultra Zemmour, alcanzamos un tercio de los votos emitidos. Y, si a estos dos, les sumamos, como votos hijos también del descontento, los del izquierdista Melenchón (el líder de los chalecos amarillos) y los del político ruralista (similar a los españoles que representan a la llamada España Vacía) Jean Lassalle, totalizaríamos más de la mitad de los votos emitidos. Es decir, que si todos los cabreados votasen a Le Pene pasado mañana (Melenchón se ha negado a recomendar el voto a sus seguidores: libertad-libertad-libertad) veríamos a esta señora tomando posesión el lunes. Terrorífico.
¿Esta situación puede llegar a darse en España? No, de momento. Parafraseando al negro: ¿por qué? Pues por varios motivos. En Francia hay un problema mucho más serio con la inmigración, tanto en volumen como en calidad. España ha sido durante mucho tiempo punto de paso hacia otros países, que ofrecían a los emigrantes mejores condiciones laborales y sueldos más altos. Aquí se quedaban pocos, sobre todo sudamericanos y magrebíes, cuyas culturas no eran tan antagónicas con la nuestra. En Francia, ya les conté lo que sucedió. Empezaron por abrir la mano a que vinieran hombres jóvenes solos, para trabajar en las obras públicas en tareas que los propios franchutes no querían asumir para no mancharse de barro. Y entonces empezaron a producirse violaciones de jóvenes francesas con gran escándalo. Y Giscard d’Estaign abrió la mano a que entraran sus familias, para que sus necesidades sexuales se gestionaran en casa. Así nació el concepto conciliación familiar y por ahí se empezaron a colar cuñaos, amiguetes y aprovechados de todo tipo.
El fenómeno no se atajó a tiempo y eso provocó la creación de grandes barriadas alrededor de las grandes urbes que eran auténticos guetos, caldo de cultivo perfecto para la delincuencia, el tráfico de drogas y el terrorismo. Como ya les he contado, cada fin de semana en estos barrios, se queman unos cuantos automóviles por puro deporte y los chavales se ponen de acuerdo para acceder en masa a las estaciones de Metro y RER para saltarse los tornos en manada, fenómeno ante el que los vigilantes de la compañía no pueden hacer nada y que les sirve a estos chavales para ir a divertirse al centro, dar algún tirón que otro a bolsos de señoras y turistas y volver luego a casa con más dinero que a la salida. Además, los grandes atentados de los últimos años han sido perpetrados por franceses nacidos en esos guetos.
Todo esto favorece el racismo y el cabreo de los franceses de toda la vida, que votan ahora a la señora Le Pene, porque les promete mano dura con la inmigración. En España, el fenómeno es menos grave numéricamente y tampoco es tan agresivo, la famosa teoría de Vox acerca de los MENAs es una manipulación clara. Además, hemos de añadir un factor más que afecta a todo esto: en Francia mucha de la gente joven no vota, porque pasan de todo. Se la pela, dicho en plata. Yo creo que en España los chavales están más concienciados, al menos por lo que yo veo con los amigos de mis hijos, los hijos de los amigos (que no es lo mismo), o los propios alumnos que asisten a mis charlas. Son más o menos alternativos, pero cumplen con sus deberes cívicos elementales. Recuerden que el 11-M surgió en España.
En estos países más adelantados, los hijos de las clases más acomodadas, a fuerza de mear colonia con perdón, son más proclives a actitudes pasotas y nihilistas. Recuerden que, en la votación para el Brexit, los rockeros pasaron de votar y se fueron todos a ver el festival de Glastonbury, que era el mismo día. Y luego se quejaban de que los mayores habían decidido su futuro por ellos, cuando esa decisión les afectaba precisamente a ellos. Pues haber votado, joder. En Francia, mucha gente joven no vota y eso está también en el origen de esos porcentajes que les he detallado más arriba. Porque, si todos los cabreados la votaran, la señora Le Pene ganaba fijo (toquemos madera). En España vienen tiempos duros. Es curioso que la llegada de Feijoo a la cabeza de la oposición haya provocado euforia hasta en la propia izquierda.
¿No se lo creen? Pues les voy a dejar de propina el enlace a un artículo al respecto de eldiario.es, voz bastante prototípica de la izquierda española actual. Sus análisis me parecen muy acertados, especialmente su explicación de la defenestración del fraCasado y la prisa por quitarlo de enmedio. Coinciden con lo que yo venía adelantando en el blog. A mí me gustaría ahora que aparecieran en nuestro país algunos líderes con altura de estadistas, tanto en la izquierda como en la derecha. Tipos como Merkel o Macron. Feijoo, puede ser uno de ellos. Sólo le falta contratar un buen asesor de imagen y quitarse un poco el pelo de la dehesa o, por referenciarlo al medio galego, el olor a grelos. Y, desde luego, Yolanda Díaz. Entre ambos puede estar la siguiente pelea electoral.
De momento, vamos a ver si gana Macron. Luego, cómo sigue el asunto de la guerra ucraniana. Y a ver si se controla la inflación. A la vuelta del verano hay otras citas cruciales: elecciones en Brasil y midterm elections en USA en noviembre. Con el lobo Trump merodeando las puertas de la Casa Blanca, de donde no se ha terminado de ir. Mientras tanto, en este blog seguiremos como la Orquesta del Titanic, practicando el blues, el yoga y el samanthing y soñando con la cita soñada del Cazorleans, que es todo un planazo, como les iré contando. Sean felices y que pasen un buen finde. ¡Ah! que se me olvidaba. El link al artículo del que les hablaba. Se lo recomiendo encarecidamente. Para leerlo han de pinchar AQUÍ.
Además de todo eso que dice, hay un factor más en mi opinión. La gente ya no lee como antes, sólo sigue los mensajes telegráficos que basta una ojeada para saber lo que dicen. Sigue habiendo excepciones, yo conozco algunos jóvenes que son buenos lectores pero, en general, la gente es incapaz de leer un texto de la tercera parte de extensión de los suyos. Eso facilita que se dejen manipular.
ResponderEliminarPues con la nueva ley de educación la manipulación va a ser total.
EliminarPues queda anotado el matiz aportado por el seguidor anónimo.
EliminarEn cuanto a su apreciación, querido Coronel, pues no se inquiete, que cuando llegue Feijoo al poder la cambiará de nuevo y para cuando sus nietos vayan a la escuela ya habrá sufrido otros diez o doce cambios. Es lo que tiene este país.