Acá me tienen disfrutando de mi 20:20 vision, esto es una auténtica maravilla, no sólo veo los colores más vivos, sino que capto los rasgos y las miradas de todas las personas con las que me cruzo por la calle, yo creía que nadie me miraba y resulta que sí que me miran, especialmente cuando voy con mi pañuelo de pirata. Pero ¡ojo! Es que incluso veo la luna, con todos sus cráteres y manchas, no como un círculo blanco semidesvaído como la veía hasta ahora. Ahora veo perfectamente esa luna lunera cascabelera, aquella a la que se cantaba: la luna vino a la fragua con su polisón de nardos… Pero con estas cosas hay que andarse con ojo, que siempre hay alguien que ejerce de cenizo y yo tengo una amiga que se ajusta al estereotipo, a la que le faltó tiempo para anunciarme que ese estado de euforia ante la sinfonía de colores y formas que me rodea, no dura mucho; que después de un tiempo uno regresa a la visión neutra de antes. Hay que joderse, está uno tan contento y tiene que venir un agorero a fastidiarle la felicidad.
El caso es que el martes yo me levanté de la cama después de haber dormido bien, me asomé a la terraza y me quedé ojiplático (palabra aceptada por la RAE). Todo volvía a ser como antes, como una película en blanco y negro virada a sepia y yo pensé: qué mala suerte, tenía razón mi amiga cenizo, qué poco me ha durado la epifanía visual. Me lavé un poco y conecté el ordenador para ponerme al día de las noticias mientras me preparaba el desayuno. Entonces me enteré de que esa noche había caído sobre Madrid una capa de polvo amarillento procedente del Sahara. Salí a la terraza, pasé un dedo por el suelo y lo comprobé. Y me volvió a dar el subidón: era la calima, no mi ojo operado lo que me hacía ver todo bajo una pátina anaranjada. Volví al ordenador y me puse al día sobre el Hijo de Putin y la guerra de Ucrania, pero hoy me aplicaré la máxima ojos que no ven y no les hablaré de ello.
En cambio, les contaré algunas de las cosas que he hecho esta semana, a pesar de estar recién operado del ojo izquierdo y no poder cumplir con mis obligaciones de (blade) runner y yogui principiante. El lunes por la tarde tuve mi segunda sesión del curso sobre Stefan Zweig (pronúnciese svaig) y Gunther Grass con el profesor Carlos Fortea, un tipo que tiene mucho ojo clínico y sabe mucho de la historia y la cultura de Alemania y Austria, dos países que no tiene nada que ver salvo el idioma. Las dos primeras sesiones versaron sobre Zweig y sobre Austria. Dice Fortea que a Austria la jodieron al final de la Gran Guerra, la dejaron reducida a lo que es hoy y nunca se han acostumbrado del todo a no ser ya el Imperio Austrohúngaro. Austria vive hoy sumida en la nostalgia de lo que fue y no volverá a ser. Zweig tuvo el buen ojo de retratar con precisión ese ambiente de preguerra convirtiéndose en el cronista de un mundo que se derrumba tras perder la guerra y que él relato con tristeza en su libro El mundo de ayer.
El martes, el día de la calima, tuve por la mañana mi clase de inglés y al atardecer la sesión de cierre de trimestre de Billar de Letras, que giró en torno al libro La vida verdadera de Adeline Dieudonné, primera novela de esta rubia guapísima cuya foto tienen arriba y que les recomiendo sin reservas (la novela, quiero decir). Adeline es belga y retrata con ojo certero la vida de la familia de un maltratador que tiene a su mujer acojonada. El tema se cuenta desde el punto de vista de la hija, una niña de unos diez años, muy lista y con un humor que le hace sobrellevar la vida aburrida de la familia, que ocupa una especie de adosado, en una urbanización en la que la gente no se saluda. Es un libro que se lee con facilidad, es corto y realmente te agarra de las solapas desde la página uno y ya no te suelta. Hay pasajes que es mejor no leer por la noche en la cama, so riesgo de desvelarse definitivamente y ya no pegar ojo.
El miércoles había quedado a comer con mi compañera M. en el entorno del edificio APOT, pero al final le salió un tema que le impedía quedar conmigo y yo decidí no acercarme a mi antiguo lugar de trabajo, para lo que habría tenido que coger el Metro, porque ya les conté que tengo el coche en el taller de chapa. Por el contrario decidí comer en el Matilda de mis amigos Fernando y Alejandro, con quienes festejé la buena nueva de mi ojo mejorado. Por cierto, el edificio APOT, al que yo llamaba en el blog La Isla de Alcatraz, es el lugar al que nos trasladaron a comienzos del Trienio Negro de Mrs. Bottle, para poder derribar el edificio histórico de la Gerencia Municipal de Urbanismo, vender el solar para viviendas y recuperar así parte de la deuda generada por el manirroto Gallardón en sus delirios anteriores. El Área de Urbanismo se quedó en el APOT como inquilino durante diez años, de 2012 a 2022, pagando un alquiler bastante alto. La señora Carmena estudió la posibilidad de trasladarnos para ahorrar al Ayuntamiento ese alquiler oneroso, pero era un contrato blindado, como el de los entrenadores de fútbol, así que desistió de la idea. Y hoy me he enterado de que el equipo de PP-Cs ha ampliado el contrato de alquiler por otros cinco años, hasta 2027.
El jueves tuve de nuevo inglés y, por la tarde me acerqué al Ateneo de Madrid en donde tenía que intervenir en una conferencia sobre el concurso Reinventing Cities y la problemática del edificio CLESA. Es este caso concreto un tema que se ha encabronado un poco y anda saliendo en la prensa porque han metido baza los partidos políticos municipales. Eso hace que, aparentemente hayamos cerrado Reinventing con un borrón, pero yo aprovecho cualquier ocasión para defender la limpieza del procedimiento y la corrección de la actuación de nuestra Dirección General. Estuve dudando si participar, por si me metía en el ojo del huracán. Pero luego todo salió a pedir de boca.
Lo cierto es que dos amigas mías que participaron en el concurso sobre este edificio, me invitaron a acompañarlas en la mesa y lo hice también por ellas. Es este un tema del que obviamente no puedo contar nada en el blog, que hay que andarse con ojo con estas cosas. Sólo diré que hablé unos veinte minutos, para un auditorio íntegramente compuesto por ateneístas, que son todos unos ancianos medio pasmados, porque yo creo que la nómina de socios no se renueva hace mucho. Pero luego me fui con mis dos amigas a la Plaza de Santa Ana a tomarnos un pulpo y una tortilla española con unas buenas cervezas (en realidad, era eso a lo que yo iba). Estaba la noche muy agradable después de los días de calima.
Ayer viernes tuve un día bastante lleno de actividades. Para empezar, estaba citado a las 10.30 con el oftalmólogo. Tomé el Metro y llegué a la hora convenida. El doctor me encontró fenomenal, aunque no necesito que nadie me diga cómo estoy, porque ya lo noto yo mismo. El caso es que fijamos la fecha para la segunda operación, la del ojo derecho, que será este próximo jueves día 24. Desde allí cogí el Metro otra vez, para ir a la sede de Adeslas a que me autorizaran la operación, para lo que tuve que esperar un buen rato. En ese lapsus me llamaron para decirme que el coche estaba listo, así que me fui directamente a por él. Lo traje de vuelta a casa conduciendo sin gafas sin ningún problema. Lo dejé en el garaje y me subí andando al bar Ricla, donde mis amigos Emilio y José Antonio me obsequiaron con un potaje que estaba buenísimo. Los dos hermanos cuidan con mimo del negocio familiar, que ya saben que el ojo del amo engorda al caballo.
A continuación, me acerqué al FNAC de Callao a comprarme los libros para el trimestre de primavera de Billar de Letras. Encontré allí una agitación inusual, había un montón de guardias de seguridad privada que apenas dejaban un estrecho pasillo para subir a la tienda y mucha gente arremolinada alrededor. Por algunos carteles supe lo que sucedía y pensé que había tenido mucha puntería llegando a esa hora, como pedrada en ojo de boticario: unas horas después la famosa Rosalía firmaría cien ejemplares de su nuevo disco Motomami. Revisé las condiciones y eran la hostia: tú tenías que comprarte previamente el disco y te daban con él una papeleta con la que entrabas en un sorteo. Sólo los afortunados accedían al éxtasis de que la chica les firmara el disco. Realmente el mundo está loco y tiene intención de seguir esa misma senda de tontuna, a pesar de guerras y pandemias.
Vamos, es que no creo que yo hiciera eso ni por mi adorada Samantha Fish. Pero por allí pululaba una masa, todos ojo avizor a ver si podían ver aunque fuera fugazmente a la diva llegando. A ojo de buen cubero yo le calculo unas cien personas y eso que faltaban horas para el evento. No sé, ahora que se anuncian los Stones en el Wanda Metropolitano, he mirado los precios de las entradas y salen por un ojo de la cara, así que tampoco me van a pillar ahí. En el caso de Rosalía, no es una mujer que me guste, ni física ni musicalmente, qué le vamos a hacer. Así que enseguida me las arreglé para traspasar la masa y subir a la librería. Encontré sólo dos de los tres libros que quería, el otro estaba agotado. Me fui a La Central que está cerca y tampoco lo tenían, pero lo dejé encargado.
Saliendo de La Central, me fijé que en la entrada del Convento de las Descalzas Reales había una cola muy corta y probé a ver si me podía meter. Este es un lugar que hace años quiero visitar, la única forma de hacerlo es con visitas guiadas y encima durante los meses duros de la pandemia sólo se podía acceder con cita previa por Internet. Al final pude entrar, me dieron la última de las entradas para ese turno. Las entradas valen seis euros y el lugar es ciertamente sorprendente. El convento es del siglo XV y fue fundado por Juana de Austria, la hija pequeña de Carlos V, hermana de Felipe II. En pleno centro de Madrid, en la zona que a diario atestan los turistas extranjeros, vive ahora mismo una comunidad de diecinueve monjas franciscanas clarisas de clausura, que calzan sandalias en invierno y en verano (de ahí, lo de descalzas). Ellas ocupan el convento entero pero, durante unas horas de la tarde, se retiran a orar en una parte reservada, para que los ciudadanos que lo deseen puedan echar un ojo a la parte más monumental del conjunto.
Las monjas cultivan su huerto y venden los tomates y demás productos de la casa. Nada más entrar hay un claustro con unos naranjos llenos de frutas. La señora que lo enseña es una especie de monja también, algo más joven que yo, con gafas de pasta, delgada, recta, canosa, estricta, vestida con pantalones grises y una trenca severa con la capucha bien aplastada en la espalda. Habla con voz calmada y te explica un entramado de parentescos reales que a mí no me interesan especialmente, con papel preponderante de Isabel Clara Eugenia, María Emperatriz y otros personajes de la época. Adorna su discurso con unas acotaciones un tanto ingenuas. Por ejemplo dice que las monjas originales vinieron de Gandía, que es un pueblo del levante español. Y que un cierto cuadro es obra de Luis Puch, que se escribe Puig. Yo creo que ella misma debería ser declarada también Patrimonio Histórico Artístico, como el magnífico edificio que enseña.
Por lo demás, el convento es enorme, se visita una serie de aposentos grandísimos y yo no fui capaz de hacerme una idea de cómo era la planta del edificio. Al salir, le dije a la señora que era arquitecto y que no conseguía imaginar la planta. Me dijo que eso era porque el convento es resultado de una serie de compras sucesivas de inmuebles que se iban incorporando y se interconectaban de una forma un tanto anárquica. Después de la visita salí a la calle con una cierta sensación de irrealidad, como si volviera de un viaje en el tiempo. Cogí el camino a casa atravesando la Puerta del Sol e internándome por las callejas del Barrio de las Letras en dirección a la zona de Atocha. Y así terminé mi viernes de cuaresma lleno de actividades hasta media tarde.
Me propuse luego escribir este post pero me dio pereza finalizarlo. Ya ven que, como les decía, las piezas van encajando y tengo la sensación de estar en la parte alta de la ola de surf de mi vida, hasta el siguiente batacazo. Pero, como siempre, hay diferentes temas que impiden que todo sea perfecto. La guerra de Ucrania es un mal asunto que puede extenderse y afectarnos de diversas maneras. El odio sembrado es, en cualquier caso irreversible. ¿Cómo convencer a un ucraniano a quien han matado a sus familiares o destrozado su casa de que no aplique en cuanto pueda la doctrina del ojo por ojo? En otra escala, hace tiempo que no les hablo del Dépor, porque las cosas van mal con mi equipo del alma. En navidades, ambos equipos (masculino y femenino) eran líderes de sus categorías, con ventajas de 6 y 4 puntos. En el cambio de año parece que alguien les haya echado un mal de ojo y no han vuelto a ganar un partido, por lo que ya no van líderes.
Pero hay que seguir adelante. Esta mañana, mi plan era ponerme a escribir este post temprano, pero me ha escrito Ed, el profesor de inglés ofreciéndome sumarme a una clase de dos horas para compensar las que me voy a perder: la del próximo jueves por mi operación y otras tres o cuatro en Semana Santa, porque él tiene planeado viajar a New York a visitar a su madre y a su hermana. No me apetecía demasiado, porque estas clases del grupo de los sábados son del nivel B2 alto y dos horas de ese nivel me dejan agotado. Pero me he apuntado, me he tomado un segundo café y ha sido una clase muy productiva. Así que, en fin, les pido disculpas por la sobredosis de ojos, pero es que entre mis dos operaciones de cataratas no puedo pensar en otra cosa. Y para cerrar les dejaré de regalo un chiste también de ojos, para amenizarles el fin de semana. Sean buenos. Y procuren ser ecuánimes, no vean sólo la paja en el ojo ajeno.
¿Has pensado en presentarte a un concurso de monólogos? En cuanto te echaran el ojo, te fichaban.
ResponderEliminarGracias, pero tampoco hay que exagerar.
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