El título alude al viejo juego infantil que continuaba con ¿qué ves?, una cosita, etc, pero también es una pista que les doy a ustedes sobre el resultado de mi primera operación de cataratas, a cuyo desarrollo dedicaré la mayor parte de este post. Si, a partir de un tema tan insustancial como el de la multa, soy capaz de enhebrar un post tan divertido como el anterior, no duden que sobre el asunto de las cataratas podría escribir una novela. Pero antes quiero insistir en un tema, a modo de contexto, que creo que no expliqué el otro día con la precisión debida. Lo que les quiero decir es que yo tenía estructurado este primer trimestre del año, el del invierno, en torno a mi viaje a París para ver el concierto de Samantha Fish en el Bataclan. Y que, ante su suspensión, me entró una especie de horror vacui, similar al que me amenazaba con motivo de mi jubilación hace un año.
En efecto, hace un año me encontré en la tesitura de dejar de trabajar después de casi 40 años y me entró una especie de frenesí de apuntarme a actividades y ocupaciones diversas, que se pudo percibir en el blog. Ahí nacieron mis clases de inglés, el yoga y el blues, además de mi firme propósito de seguir con el blog y con el club literario Billar de Letras. Además, refresqué todos mis contactos con la universidad ofreciendo mis servicios de conferenciante, lo que produjo un primer instante de sobredosis de actividades diversas, que luego se fueron ordenando paulatinamente. Pues algo así me ha sucedido ahora, pero a través de un vericueto mental que les explico.
Yo tenía una gran ilusión depositada en el concierto de Sam, que iba a ser uno de los puntos culminantes en la historia de este blog. Pero falló y fue a causa del Covid. Entonces comprendí que el tema del Covid estaba todavía por ahí en medio y eso me iba a fastidiar cualquier plan que yo maquinara para la primavera y principio del verano. Y decidí que, mientras el panorama se aclara, iba a dedicar estos primeros meses a completar algunas de las tareas pendientes que todo el mundo tiene, esas para las que nunca se tiene tiempo. Algunas de tipo administrativo, por ejemplo, hacer testamento ante notario, algo en lo que nunca había pensado, pero cuya necesidad se me reveló a partir de mi incidente con la arteria carótida derecha. Puse también al día mis cuentas, asunto del que no les voy a dar más detalles.
Y me dispuse a hacer algunas reparaciones en la casa, al tiempo que afrontaba mis tres frentes médicos, para intentar llegar al verano con todo al día. Todos estos temas requieren una programación para irse ocupando de ellos y compatibilizarlos con mis actividades de jubilado hiperactivo. En cuanto a la casa, había un tema previo. Necesitaba un electricista de confianza y me vino por casualidad cuando fui a quejarme a la compañía Naturgy, antes Unión Fenosa, de que llevaban sin cobrarme la luz desde el 1 de junio. Para calmar mi cabreo, me hicieron saber algunas de las ventajas con que contaba, entre ellas un servicio técnico del que podía tirar, porque estaba pagando unos tres o cuatro euros al mes por ello. Les llamé y vino un electricista que inmediatamente me pareció muy competente.
Le planteé dos temas. Uno, que cuando pongo el aire acondicionado, no puedo poner a la vez la lavadora o el lavavajillas, porque salta el automático. El otro, que pensaba que mi casa no tenía toma de tierra, porque determinados aparatos me daban unos calambres importantes. Respecto al primero, me dijo que efectivamente se podía redistribuir la llegada de energía entre los distintos automáticos, de modo que no saltara, pero me dio su opinión: era una operación larga y costosa que él no me aconsejaba y que podía evitarse simplemente no poniendo la lavadora con el aire acondicionado encendido. Me convenció a la primera. Respecto a lo segundo, tomó algunas mediciones con un par de polos y se sorprendió. Aquí hay por lo menos 50 amperios, esto es muy peligroso y hay que arreglarlo ꟷme dijo.
Investigando en la caja de los automáticos, encontró una entrada de toma de tierra de la casa no conectada a ningún sitio. Y sobre la marcha me hizo un presupuesto: 135€. Así que tiramos adelante y hace unos días que vino a hacer el trabajo. ¿Cómo se explica que yo tuviera la toma de tierra sin conectar a ningún punto eléctrico de la casa? Pues porque, cuando yo entré en esta casa en el año 89, el inmueble no tenía toma de tierra. En esa situación hicimos la obra que acometimos para acondicionarla y ponerla a nuestro gusto.
Luego, toda la familia nos trasladamos a Torrelodones y durante unos años tuvimos aquí unos inquilinos. Entiendo que durante ese período la comunidad se dotó de toma de tierra colectiva y los inquilinos no se enteraron o pasaron del tema porque no era su casa. Cuando yo volví solo, me encontré que me daba unos latigazos importantes si tocaba dos aparatos a la vez o entraba en la cocina descalzo. Yo procuraba ser cuidadoso pero, cuando mis hijos venían a casa y los veía entrar descalzos a la cocina, me ponía histérico. A partir de ahora ya pueden entrar en bolas o como prefieran.
Solucionado este tema, tengo pendiente pintar y acuchillar. La casa no se pinta desde que me instalé aquí hace 15 años. El suelo no se ha lijado desde la obra primera, es decir hace más de 30 años. Y ya tengo apalabrados a dos currantes que se ocuparán del tema en la segunda quincena de mayo, momento en que me tendré que ir de casa, asunto que ya tengo también resuelto. Pero esto ya se lo detallaré en posts sucesivos, que si no me voy a quedar sin espacio para el asunto de las cataratas. Les he hablado de tres frentes médicos. Uno es el ocular, obviamente. El segundo es el del seguimiento de mi afección en la arteria carótida, para cuya primera consulta ya me han dado hora también a finales de mayo. Y el tercero es el del control preventivo del cáncer de colon.
En realidad, todo empezó por esto: yo tengo predisposición familiar para este tipo de cáncer, ya me he hecho seis colonoscopias y se conoce que he cogido vicio. Así que empecé mi chequeo médico a finales del año pasado planteando que llevaba dos años y medio sin mirármelo. La doctora que me vio, examinó mis antecedentes, constató que en la última colonoscopia no me habían extraído ningún urdangarín para ser analizado, lo que era una buena señal y me dijo que ella daba más importancia en ese momento a las otras pruebas que me prescribió. Demostró una puntería y un instinto médico admirables. Así que también he pedido una nueva consulta con esta señora para ver si ahora ya me programa una colonoscopia, que para entonces ya serán tres años desde la anterior.
Es decir que, a partir del vacío generado por la suspensión del concierto de Sam y la constatación de que el virus sigue por ahí dando por culo, he decidido aprovechar este tiempo para plantarme en el verano sin tareas pendientes relacionadas con la casa y la salud. Y todo eso sin dejar mis otras actividades, si bien el running y el yoga los he suspendido de momento, hasta que me los autorice el oculista. En cuanto a lo del Covid, he de revelarles que el concierto surrealista de mi amigo Henry Guitar y su banda, resultó bastante desastroso en este sentido: el Rapsoda cayó enfermo unos días después y no se ha podido ir a Alemania y el propio Henry Guitar ha dado positivo y hemos tenido que suspender la clase del próximo miércoles. Yo, aunque estuve todo el rato sin mascarilla y en la primera fila, no me lo pillé porque, después de tres vacunas y haber pasado la propia enfermedad, debo de ser como Robocop.
Y vamos ya con lo de las cataratas, que es un tema con múltiples derivaciones. Empezando por el propio nombre de esta curiosa afección ocular. El que le llamó a eso cataratas, realmente se vino arriba, porque igual las podía haber llamado avalanchas o chaparrones (recuerden que, a cuenta del test de antígenos, ya llamé su atención sobre que se le llama al palito hisopo, lo mismo que se le podría haber llamado botijo o palometa). Leo por ahí que la denominación cataratas viene de la antigüedad. En el antiguo griego, el prefijo cata indicaba algo que iba hacia abajo (catástrofe o catacumba) y se pensaba que esa opacidad del cristalino era una especie de cortina espesa que caía hacia abajo, como una suerte de maldición que afligía a los ancianos impidiéndoles ver (entonces ni se soñaba en curarlas). Espero las explicaciones de mi querida África al respecto.
Fue precisamente África quien me acompañó a la clínica y he de decir que estaba más nerviosa que yo. Quizá lo primero que se puede comentar del tema es el ambiente sórdido y tenebroso de los antequirófanos. Yo comprendo que no pueden ser un lugar luminoso y alegre, pero es que, para el enfermo que ha de ser operado, ese escenario es totalmente acongojante. Además, te hacen venir en ayunas sin haber tomado nada en doce horas, ni agua. Luego te dan una bata y has de quitarte toda la ropa y dejarla en una taquilla. También dejas el reloj, el móvil y cualquier otra prenda que forme parte de tu atuendo. El resultado es que te desposeen instantáneamente de tu identidad. Ya no eres nadie, como en la cárcel. Encima, has de dejarte puestos los zapatos y los calcetines, para acentuar el ridículo de la situación.
Lo cierto es que yo ya conocía este antequirófano en concreto, después de seis colonoscopias y alguna otra intervención. Y recuerdo que la primera vez que me ingresaron, yo salí del vestuario con la bata anudada por delante, lo que provocó la carcajada unánime de todos los presentes. Nadie me había prevenido de que hubiera que atársela por detrás, dejando el culo al aire. En esta ocasión, al tratarse de una operación de ojo (y no del ojo moreno) se me permitió conservar el calzoncillo. En esa situación tan humillante, has de sentarte en una silla al lado de otros pobres afligidos que aguardan su turno con cara de circunstancias.
Es un escenario que remite en parte al interior de los submarinos, recuerden aquella excelente película que se llamaba Veinte mil leguas de viaje submarino. Las paredes oscuras, la iluminación tenue, la ausencia de ventanas, las batas verdes de los enfermeros usadas mil veces. Y el continuo trasiego de sujetos afligidos que entran en la sala de operaciones como si lo hicieran en una de tortura y salen luego desvencijados en una camilla hasta que se van despertando. Y el sonido reiterativo de toda una sinfonía de pitidos de marcadores de diversas constantes (como en el submarino), más un teléfono que suena todo el rato y nadie lo coge. Entrar en ese lugar es como ingresar en alguno de los infiernos sucesivos del Dante, en los que uno ha de perder toda esperanza de redención.
En ese ambiente siniestro se mueven como peces en el agua unas cuantas féminas de tipo no precisamente estilizado, sino más bien obeso, flotante, neumático, una especie de Venus de Willendorf con bata verde, que gobiernan el cotarro sin apuros, hablando todo el rato entre ellas para comentar temas del día a día y de sus vidas privadas a voz en grito. Los pacientes no somos nadie, somos auténticos epsilones, pero, si la cosa sale bien, luego uno se olvida de todo esto por el agradecimiento de encontrarse otra vez sano y fuera del infierno. Yo estuve un buen rato sentado allí, hasta que me tocó el turno. En ese tiempo me cogieron una vía en la mano y me pusieron un pulsómetro en el dedo y otros artilugios. Y entré por fin al quirófano. Allí te calzan enseguida un sedante y se hace de noche.
Yo me desperté pronto y me informaron que ya estaba. Me agarraron de los dos brazos por si me mareaba y me condujeron a la sala de antes. Allí seguía la cháchara de las diversas Venus de Willendorf, pero yo no podía seguir lo que decían porque estaba bastante atontado. Cuando ya me despejé un poco más, fui al vestuario y recuperé mi identidad. África me esperaba fuera y cruzamos la calle para tomar un desayuno en el centro comercial de enfrente. Allí nos encontramos con su hijo que venía a llevarnos en su coche a mi casa. África quiso subir conmigo y le puse alguna canción de David Bowie antes de que se fuera. ¿Y qué tal mi ojo? Pues yo no notaba nada especial, no tenía dolor ni ninguna molestia pero no veía mucho mejor que antes. Lo primero que hice fue mandar Whatsapps a diestro y siniestro, diciendo que estaba bien.
Entonces me dispuse a darme mi primera tanda de gotas en el ojo operado. Son tres las gotas, un antiinflamatorio, un antibiótico para evitar infecciones locales que son muy peligrosas y un corticoide como los que le deben de estar dando al Hijo de Putin. Con los dos primeros había empezado 24 horas antes y, en la semana anterior había estado ensayando con un colirio de suero fisiológico para coger habilidad. Las primeras veces las gotas terminaban en la nariz o en el bigote, pero en cuanto le pillé el punto me salía muy bien. Ese día, el corticoide me lo eché en tercer lugar y fue como si me hubiera caído un veneno o algo similar. Dejé de ver por ese ojo instantáneamente, como si tuviera delante de la cornea un helado de limón muy espeso. Me asusté un poco y hasta se me quitó el hambre. Tenía un potaje clásico que me había sobrado del día anterior y estaba buenísimo, pero decidí hacerme una tortilla francesa, porque no veía nada por el ojo operado y no sabía si eso era normal.
Después de una siesta corta, seguía igual. Si me tapaba el ojo derecho, por el otro veía como si estuviera mirando a través de una cortina blanca muy opaca. En estas situaciones, la mente va por libre y uno no puede evitar hacerse algunas preguntas. ¿Y si me quedo así? ¿Será esto lo que empieza a notar ese 5% de casos en que la operación falla? Llegué a valorar la posibilidad de irme a urgencias. Pero lo que hice fue a llamar a mi amigo C. que es médico de un centro de salud y sabe de todo. Además de que no veía nada, me molestaba mucho la luz, mi casa es muy luminosa y tenía que estar todo el rato con gafas de sol.
Mi amigo me tranquilizó. Lo que
tienes son dos síntomas diferentes ꟷme dijo. Por un lado tienes una barrera que
no te deja ver, causada por un edema que tienes dentro del ojo. Ese
edema lo produce el propio cuerpo ante cualquier agresión sufrida y es un
líquido muy espeso, que luego se va reabsorbiendo. Lo otro es la fotofobia, que
se te produce porque para la operación te dilatan la pupila y seguramente la
sigues teniendo muy dilatada (me miré al espejo y la tenía como un gato). Así
que, ni se te ocurra ir a urgencias. Tú tranquilo, irás mejorando y mañana vas
a tu revisión de las 24 horas.
Por la noche, al irse el sol, mejoró
la fotofobia y parecía que la cortina espesa que tenía delante de mí se había
aligerado un poco. Me acosté y dormí más o menos bien, boca arriba o del lado
derecho, como me habían dicho. El viernes me levanté con la sensación de que la
cortina se había espesado otra vez. Madrugué para ir a mi consulta, a la que
acudí, como el día anterior, en un taxi. Le conté todo esto al oftalmólogo. Me dijo
que lo que me había indicado mi amigo era totalmente preciso, con un matiz: el
edema no lo había provocado mi cuerpo, sino el propio cirujano. Para insertarme
la lente han de hacer una pequeña incisión y no hay puntos de tamaño tan
pequeño para cerrarla, por lo que me habían inyectado un líquido cicatrizante muy espeso que tarda en absorberse. Suele pasar que al levantarse por
la mañana la mejora haya retrocedido. Estimó que hoy domingo, ya no
tendría nada que impidiera mi visión normal. Y me citó para el viernes que
viene. Me dijo también que procurara hacer vida normal, sin coger peso ni
agacharme pero haciendo todo lo demás.
Siguiendo ese consejo me encaminé al
Metro más cercano, a unos quince minutos al norte. Usé el transporte público,
bajé escaleras, hice un cambio de línea. Veía bastante mal, pero ya estaba
acostumbrado de los últimos meses. Ese día comí ya bien y estuve en casa
tranquilo por la tarde. Como el día anterior, la niebla parecía haberse
aligerado un poco cuando me acosté. El sábado me levanté sin la sensación de
retroceso. Empezaba a ver mejor a través de una neblina cada vez más tenue. La
combinación de un ojo operado con neblina y otro sin operar me permitía leer,
trabajar en el ordenador, consultar el móvil, ver la tele. Por la tarde,
constaté que se me estaban agotando las existencias de cerveza Estrella Galicia
y decidí bajar al Alcampo con el carrito de la compra. Me vestí y me dispuse a
recoger los pertrechos que siempre uso para salir a la calle y que tengo
agrupados en una esquina de la mesa: la cartera, el abono de transportes, el
dinero suelto, las llaves, el reloj de pulsera, el móvil, la mascarilla.
Y lo último: las gafas (dentro de casa no las uso). En cuanto me las puse, noté una sensación nítida: veía mejor sin ellas. Hice varias pruebas, me las quité, me las volví a poner. No había duda. Así que, como el explorador que se interna en un territorio desconocido, decidí salir a la calle sin gafas. Y veía de puta madre. No sé si ustedes valoran lo que les estoy contando. Es que yo no había salido a la calle sin gafas desde hace diez años. Sin gafas era un auténtico cegato, un minusválido. Con cautela avancé por la calle. Y llegué al Alcampo. Y qué maravilla cómo se veían las estanterías y todos los productos y la gente que estaba comprando. Fue un momento apoteósico, una especie de epifanía, un clímax inenarrable. Y una sinfonía de colores preciosos. En la puerta estuve un rato mirando el cielo, tapando alternativamente uno y otro ojo. Y menuda diferencia. Con el ojo derecho veo un cielo de un azul sucio, como desvaído. Con el otro, un azul marino maravilloso. Sky blue and sea green, in our yellow submarine. ¿Lo recuerdan?
Resumiendo: había empezado a ver bien
por el ojo operado apenas 48 horas después de la operación, un día antes de lo
esperado por mi médico. Y creo que los últimos jirones de niebla se dispersaron
con el subidón. Hoy he visto perfectamente durante todo el día, ya no me molesta
el sol y mañana empezaré a disminuir el número de turnos de las gotas, como se
me ha indicado. El viernes volveré a la consulta y el plan es que ese mismo día
fijemos la operación del otro ojo. Porque ambos han de estar alineados para
poder enfocar bien. Ahora mismo, para leer creo usar más bien el ojo derecho,
con su miopía inducida por la catarata.
Realmente, esta técnica es un milagro
y en esto somos pioneros los españoles, con el doctor Castroviejo al frente. Es
asombroso lo que ha avanzado la cirugía ocular. Es como lo de las vacunas. En
dónde estaríamos ahora sin las vacunas. Y todo esto se lo debemos a los
científicos y a la investigación médica. Es la ciencia la que ha conseguido
estos avances. La ciencia y la cultura. La gente que tira de la sociedad. Los
paletos, en cambio, no ayudan nada y encima se tragan toda la mierda
conspiranoica de los antivacunas, terraplanistas, fascistas y similares. Son
relatos tan cerrados, como el del Hijo de Putin, que dice estar liberando a los
ucranianos de la tiranía de unos nazis. Ya saben la teoría madre de todo esto: los
chinos y los rusos van de la manita y se han propuesto acabar con nuestras
democracias. Para ello liberaron adrede el virus del Covid, para ir preparando
el terreno para el ataque ruso. ¿Por qué? ¡Hombre! Porque son comunistas y muy
malos. Hay que ser muy corto para creerse esto.
Pero no hablemos de cosas desagradables. Durante el tiempo en que no veía una mierda, estuve preocupado, pero siempre confié en que todo saliera bien, porque estoy en la parte buena de la ola de surf y vuelvo a tocar madera. Mi hijo Lucas, que se quedaba sin trabajo el día 1 de marzo ya tiene uno nuevo en el que empieza este miércoles, así que ha estado en el paro exactamente diez días. Además, me han perdonado la multa de 900€ y también parece que el tema de mi deuda pendiente por los recibos de la luz se soluciona: les debo 570€ de siete meses sin pagar, y he acordado con ellos pagarlo en seis cómodos plazos. Toda esa mierda de que cada día se pulveriza el récord del precio de la luz (últimamente incluso se fulmina) era pura carnaza para la prensa, al final no era para tanto.
Esta sensación de que todo va saliendo bien y las diferentes piezas van encajando, no me impide tener en mente el tema de Ucrania. Dice el gran John Carlin en La Vanguardia, que es la primera vez en su vida que tiene totalmente claro quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta historia. A mí me pasa lo mismo y lo malo es que las perspectivas no son buenas. Yo creo que, con lo que le está costando al Hijo de Putin conquistar el territorio, luego va a ser inviable que consiga controlar ese enorme país con 44 millones de habitantes. Necesitaría muchos recursos para ello. Se ha metido en una ratonera, pero todavía puede hacer mucho daño y generar mucho más sufrimiento, sin hablar de la posibilidad de que se monte la tercera guerra mundial (no sé por qué hay que escribir los nombres de las guerras con mayúscula).
Pero déjenme que disfrute de mi nueva situación de hombre sin gafas. He pensado incluso en tirarlas al suelo y pisotearlas con saña, como Woody Allen en Toma el dinero y corre, su primera película. Estoy encantado de prescindir de ese adminículo que se me empañaba todo el rato con la mascarilla. Y eso que sólo me he operado de un ojo. Cuando tenga los dos voy a gozar de una auténtica 20:20 Visión. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben lo que es? Eso tiene una fácil solución. Dejen que se lo explique Rory Gallagher. Y que tengan una buena semana.
La visión que das de los quirófanos es genial, aunque un poco exagerada. ¿Has pensado en la posibilidad de que lo vieras así de tétrico por tus ojos estropeados que te hacían ver todos los colores matizados?
ResponderEliminarPues has dado en el clavo, amigo anónimo. En la segunda operación el antequirófano me pareció mucho más luminoso, las chicas menos gordas y muy simpáticas y así todo. Increíble lo que hace la mente.
Eliminar¿O sea que la primera mujer a la que se llamó Catalina era bajita?
ResponderEliminarPues ni idea de cuál es el origen del nombre de Catalina.
EliminarCatalina es un nombre griego; significa "pura y limpia" (la palabra "catarsis", limpieza, está en su etimología). Ahora está desfasado, pero en la Edad Media y en la Moderna muchas reinas europeas llevaron el nombre de Catalina, incluida la imponente zarina de todas las Rusias, la terrible Catalina la Grande. En el mundo anglosajón sigue de actualidad, empezando por Kate Middleton. Tampoco los franceses han renunciado a sus Catherines.
EliminarGracias por la ayuda, querida.
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