Vaya, nos habíamos quedado el otro día en que el Covid iba remitiendo y en la duda de si yo, como mi querido Coronel Groucho, soy titular de esa inmunidad innata al bicho que alguien acaba de descubrir y diagnosticar con toda precisión. Los que me siguen de antiguo, saben que no me he cuidado especialmente de evitar el contagio, casi desde el primer momento, porque mi querencia por los bares y cualquier evento urbano de cierto atractivo, me resultaba demasiado fuerte como para no acudir cual mosca a la luz nocturna. Pero mi inmunidad, yo tiendo a relacionarla más con el hecho de que padezco un catarro crónico desde hace dos años y medio; que he descartado que sea de origen alérgico, porque estuve en Madagascar tres semanas en un entorno que no tiene nada en común con Madrid y no se me pasó, y saben ustedes que el catarro común lo produce otro coronavirus que se amoldó a vivir entre los humanos, como los gatos, lo que podría ser causa de que mis defensas estén bien preparadas contra el Sars-Cov-2, después de una tan larga convivencia con sus primos más benignos.
Ese catarro crónico me hace despertarme cada día, desde que me lo pillé en el verano de 2019 (siempre he creído que fue por un aire acondicionado), con unos mocos bastante espesos que he de lavarme antes de cualquier otra actividad, en unas abluciones bastante asquerosas –tranquilos, no las voy a describir aquí. Pero, dentro de su tono leve, el jodido catarro acostumbra también a tener picos de intensidad bastante molestos: recuerdo una ocasión, cuando aún trabajaba, en que me quedé sin voz y tuve que hacer maravillas para continuar con mis tareas de difusión de la planificación estratégica y la regeneración urbana. Y, miren ustedes por dónde, ayer domingo me desperté hecho polvo, después de casi no haber dormido, debido a la tos que me provocaba el picor en la garganta causado por el agravamiento súbito del catarro. Hablé del tema con una amiga, que me aconsejó hacerme esta mañana un test de antígenos, más que nada por responsabilidad social (ese sentimiento que algunos personajes, como el ínclito No-Vac Yo-Covid, desconocen). Si tenía que ir luego a mi sesión de yoga, debía asegurarme de no estar contagiado.
Así que me levanté esta mañana y me dispuse a hacerme el test. Sólo me había hecho antes uno de estos inventos, con motivo de mi viaje a París en noviembre pasado, así que saqué las instrucciones, una especie de sábana gigantesca de papel, con versiones en inglés, griego, polaco, portugués y español. Me fui con ellas al cuarto de baño, porque siempre he odiado las instrucciones de cualquier aparato o medicamento, y pensé que podría sacarles una utilidad suplementaria como revulsivo contra el estreñimiento presunto. Me llamó la atención que se hable en ellas del hisopo, para designar el fino bastoncillo plástico provisto de una delicada y suave punta textil, que ha de introducirse en ambas narices sucesivamente, con técnica próxima a la que utilizaban algunos faquires en los circos de mi infancia, para que se impregne bien en la mucosidad más profunda.
Yo busco la palabra hisopo en los diccionarios y, tras una primera acepción que habla de un arbusto medicinal conocido con ese nombre, únicamente se indica otro significado: el del aspersorio o sahumerio que los curas utilizaban para bendecir lo que se les pusiera por delante, tanto santos como asistentes, en ciertas ceremonias religiosas. Me viene a la memoria una anécdota de infancia que me contó mi amigo Mariano al respecto. Con motivo de la solemne celebración del Santísimo y con todos los niños del colegio reunidos y vestidos de marineritos, el cura, ataviado en púrpura y oro, se dispuso a abrir la puertecilla que mostraba al Santo, para lanzarle unas aspersiones de agua bendita con el hisopo humeante, que llevaba preparado al efecto.
Pero resulta que el más travieso de los chavales, ya por entonces abiertamente gay y conocido por el mote de La Matilde, se había colado la noche anterior en la iglesia y había colocado delante de la imagen del santo una foto directamente arrancada del Play Boy, que mostraba a una mujer en pelotas con unas tetas enormes. Cuando el cura abrió la portezuela con su sonrisa más beatifica y contempló la imagen citada, la sonrisa mudó en mueca horripilada y una reacción instintiva le llevó a ponerse a dar hisopazos hacia la señora tetona, con tan mala fortuna que el hisopo de vuelta le daba cada vez en la nariz y se la quemaba poco a poco. Dice Mariano que nunca se olvidará de esta escena, con el cura chamuscándose visiblemente el apéndice nasal, hasta que se le ocurrió cerrar de nuevo el portillo y suspender inmediatamente el acto.
Bueno, pues ahora, los avispados farmacéuticos que se están forrando con la comercialización de estos test de antígenos, han decidido llamarle hisopo al bastoncito plástico, pero igual podrían haberlo llamado botijo o palometa. El caso es que, volviendo a nuestra historia, yo seguí puntualmente las instrucciones, introduje la punta textil impregnada de mis malos humores profundos en el frasquito con la solución química y lo giré a todos lados mientras apretaba el recipiente, como me indicaban las instrucciones citadas. Lo dejé reposar un minuto y luego eché unas gotas del principio activo contaminado con mis mocos en el circulito pertinente. Un rato después, el aparatito se manifestó y ¡¡¡EUREKA!!! El resultado era claramente negativo.
Me puse tan contento que no pude menos que encender mi flamante equipo de música reciclado, para escuchar a David Bowie mientras me preparaba el desayuno. Five Years, el tema que abría su álbum Ziggy Stardust and the Spiders of Mars (1972). Hace unos años lo traje al blog sin imágenes, pero ahora he encontrado un vídeo que alguien ha elaborado recientemente, con fotos fijas ad hoc y subtítulos en español. Porque el tema de la canción está de plena actualidad, cincuenta años más tarde. Entonces Bowie fantaseaba con la idea de que a la Tierra le quedaban sólo cinco años de vida. Ahora, con esto del cambio climático, estamos seguros de que nos queda algo más, pero no debemos descuidarnos si no queremos que nuestros hijos o nietos lleguen a ver imágenes como las que se muestran en este vídeo. Pantalla grande y volumen al máximo, porfa.
Espectacular y altamente dramático como siempre The Thin White Duke. La traducción la ha debido de hacer un argentino y yo cambiaría dos cosas. Traduciría What a surprise por Menuda sorpresa, y en la estrofa en la que encuentra a la chica diría: no se sabe qué hacías en una canción como esta, que es lo que quiere expresar el Duque. Pero, volviendo a mi test de antígenos, para mí la imagen no ofrece duda. Sin embargo, una amiga muy tiquismiquis a la que le he mandado la foto por Whatsapp, cree ver una pequeña sombra en la zona de la Te. Y me dice que a ver si voy a padecer la llamada Ómicron sigilosa que, como su propio nombre indica, se pasa estos tests por la entrepierna virtual. En fin, tenga uno amigas para esto. Yo les pongo la foto y juzguen ustedes mismos.
Hay que ser agorero y cenizo para ver una sombra en una imagen tan inmaculada como esta. Es que esta chica es del tipo pesimista y ya saben ustedes que un pesimista se diferencia de un optimista como yo, al contemplar un trozo de queso de Gruyere: el optimista lo ve todo queso, mientras que el pesimista lo ve todo agujero. Yo, en general tengo bastante confianza en todo tipo de artilugios digitales o científicos de uso corriente. Si el test da negativo, no hay más vueltas que darle. Hace unos días, un comentarista anónimo me sugirió que tal vez el contador de visitas de este blog estaba averiado o fallaba. Fallaba mis cojones y perdón por la bastez. Ha sido incorporar al mailing al ejército de amigas de mi querida Inés U. y empezar a subir las cifras de forma espectacular. Ahora el contador luce bien inflado. Da gloria verlo.
Lo mismo sucede con las grandes cifras de la pandemia que actualiza diariamente la Universidad Johns Hopkins y que evidencian un descenso del número de contagios en USA, el Reino Unido, Francia, Italia, España, Australia y Argentina, entre otros países. Sube todavía en Alemania, Rusia, Japón y Brasil, pero es de esperar que pronto se invierta la tendencia también en estos países. A la vista de estos datos y de mi contrastado test negativo, yo seguiré tratándome el constipado con pastillas Juanola y un par de comprimidos al día de Ibuprofeno-400, acompañado por las mañanas por una pastilla de Omeprazol para proteger las vías digestivas del Ibuprofeno, que no las trata demasiado bien.
Viene todo esto a cuento también del esperpento del otro día en el Congreso, a partir del cual el PP se agarra a la posibilidad de un fallo en el sistema informático de votación, algo que, como ha quedado demostrado, es imposible. Las máquinas, como el algodón, no engañan, y parece claro que el conspicuo diputado Casero se equivocó repetidamente al votar, con tenacidad digna de mejores objetivos. Más que tenacidad, habría que hablar de contumacia. Pero yo creo que nada explica mejor el tema que una imagen reciente de este caballero. Véanla y seguimos.
En fin, ya sé que está feo burlarse del aspecto físico de las personas, pero en esta tribuna ya nos hemos metido bastante con el aspecto de personajes como Almeida o Boris Botejhon-son, como para que nos preocupe este reparo o recomendación de estilo. Para mí está claro que la cara es el espejo del alma y la cara de este señor dice muchas cosas. No sé si ustedes conocen la teoría de Ernst Kretschmer, psiquiatra y neurólogo alemán del siglo pasado, que determinó que los humanos podemos englobarnos en tres tipos psico-somáticos: los atléticos, los asténicos y los pícnicos. Los atléticos serían, para entendernos, los cachas. Los asténicos, los delgaditos como yo. Y los pícnicos… En fin, los pícnicos basta mirar la foto de arriba para saber de qué clase de personas estamos hablando.
Si al carácter indudablemente pícnico de este señor, le añadimos que es oriundo de Extremadura, ya sabemos bastante de él. Su aspecto es más bien de lo que en la calle se llama tipo gorrinete, o tonelete. No hay más que verlo para saber que no es un amante del running, el yoga o la comida vegetariana. No creo equivocarme mucho si aventuro que su principal afición es lo que en tierras extremeñas se conoce bajo un sustantivo plural genérico que no ofrece dudas: la chacina. Por más que haya gente que sostiene que uno puede engordar por estar predispuesto por su constitución natural, yo siempre he creído que uno adquiere el aspecto de Casero a fuerza de darle a la chacina con fruición durante años de desenfreno alimentario. No es de extrañar, pues, que el tipo pidiera acogerse al voto telemático por estar afectado por una gastroenteritis aguda, que le mantenía anclado en su domicilio de Madrid.
Porque se trata de uno de estos diputados que se alquilan un piso cerca de las Cortes para no tener que andar yendo y viniendo a su tierra cada día, de forma que vienen los domingos por la tarde y se regresan los viernes a mediodía. Si su señoría es un poco casquivano, ligero de cascos o, digámoslo claro: putero, las posibilidades que ofrece la noche madrileña a los usuarios de ese modo de vida, que encima manejan dinero en cash, son infinitas, y no estoy señalando a nadie en concreto, sólo hablo de una posibilidad en abstracto. Es sin embargo un tanto sospechoso que un tipo que sabía lo que se jugaba su partido en la votación, alegue un ataque de cagalera incontrolable para votar por remoto y luego, al ver que ha metido la pata de forma clamorosa, se vista y eche a correr (porque su piso está en el barrio) para sumarse a la bronca del final del esperpento y aparezca en las fotos del alboroto encerrado en un círculo rojo.
Como saben, yo me dediqué esa tarde a escribir mi post anterior y no me enteré del pifostio hasta después de terminado. Y de aquí, todos los partidos han salido señalados. En primer lugar, Podemos, que no ha sustituido a su diputado Rodríguez, el de las rastas, con la excusa de que no acepta su expulsión, pero yo creo más bien que es por un motivo de pura desidia o vagancia. Con un diputado más, la aritmética no habría resultado tan apurada. Además, este grupo no apoyó a Yolanda Díaz todo lo que debía, porque entiende que la Reforma Laboral se queda corta y además, la apoya Ciudadanos y eso hace que ya por definición sea mala, que tiene narices. Es una actitud dogmática e ideologizada similar a la que llevó a la izquierda portuguesa a no apoyar los presupuestos de Antonio Costa, propiciando que este convocara elecciones y que el electorado castigara a los dogmáticos y le diera a Costa una victoria histórica. Los de Podemos no entienden que eso mismo les puede pasar a ellos.
En segundo lugar, el PSOE, que no puede dejar una Ley tan importante al albur de una mayoría exigua y mal enhebrada, que salió al final de pura chiripa. En tercer lugar los nacionalistas, que no apoyan la Ley porque invade competencias autonómicas, evidenciando que para ellos es más importante su nacionalismo que su izquierdismo o centrismo según los casos. Con Yolanda se han encontrado un hueso, una mujer que no les va a dar concesiones como un porcentaje mayor de películas dobladas al catalán o al vasco en las plataformas tipo Netflix, que en ocasiones anteriores han mercadeado sin pudor alguno. Y qué decir del PP, que ve como aparece un señor Casero que es nada menos que la mano derecha de García Egea, el campeón mundial de lanzamiento de güitos de aceituna por escupitajo, que ejerce de secretario general del partido. Basta unir la existencia de esta mano derecha del gran jefe, con el hecho de que hayan marginado a Cayetana para sumar dos y dos y cuadrar el cuatro del tipo de partido que ha creado este señor y que no le gusta ni a Aznar.
Pero lo peor es lo de los dos tipos de UPN. No por el hecho de que cambien de opinión, que están en su derecho, aunque sepan que los van a echar del partido. No. No por eso, sino por la premeditación que sugiere el hecho de que estuvieron todo el día diciendo que iban a votar que sí, hasta el momento mismo de la votación. Para fastidiar el proyecto sin que se pudiera remediar. Yo lo siento, pero esa actitud huele a tamayazo. Si lo recuerdan, Tamayo y Sáez (por Dios, he tenido que comprobar los nombres en la Wikipedia, porque mi memoria me dictaba Tamayo y Baus) estuvieron todo el día remoloneando sin revelar a nadie sus planes y, en el momento de la votación, salieron a mear. ¿Y qué interés pueden tener dos tipos tan grises como esos dos, en descabalgar una reforma pactada con Patronal y Sindicatos, de la que hasta han hablado bien la FAES y el Banco Santander? Pues ninguno, salvo el económico.
Tampoco ha salido muy bien parada la institución. La escena de la presidenta Meritxell diciendo: queda derogada la Ley, seguida del estruendo de aplausos y puños arriba de la bancada de la derecha y la desolación del otro lado y, unos segundos más tarde, la enmienda: me dicen del VAR que la norma queda aprobada. Sólo le faltó hacer el gesto de recercar una pantalla imaginaria en el aire, como hacen los árbitros del futbol, para certificar la corrección. Y el alboroto que montó la derecha fue de los que hacen época. Creo que García Egea lamentó en ese momento no haberse traído una lata de Aceitunas La Sevillana, para repartirla a toda su bancada y que se dedicaran a escupir güitos hacia los escaños del gobierno. Lo dicho: penoso. Dejo fuera del repaso a Ciudadanos y Más País, que votaron a favor por responsabilidad, aunque no les gustara plenamente la Ley. Porque, a todo esto, ¿de qué va la nueva Ley de la Reforma Laboral?
¡Amigo! Ese es un tema que parece no interesar a nadie. Por centrarlo en grandes trazos, se trata de desandar un poquito el camino, desde el decretazo del señor Rajoy (que patronal y sindicatos conocieron cuando se publicó en el BOE) que recortaba severamente las condiciones del mercado laboral que se habían conseguido en España después de muchos años de luchas sindicales. Esas condiciones, no eran ni la mitad de favorables al trabajador que, por ejemplo, las de Francia, y lo digo con conocimiento, puesto que mis dos hijos trabajan en dicho país. Pero aún así, hubo que recortarlas drásticamente hasta dejarlas irreconocibles. Ya saben que Rajoy reconoció años después que no había hecho lo que prometió en el programa con el que fue elegido, sino que hizo lo que había que hacer (o, como digo yo, lo que le dijeron que había que hacer). Es lo que se suele llamar el austericidio, que ha traído más desigualdad y más pobreza a nuestro país.
Cualquier medida o ley que mitigue ese marco tan despiadado, es un paso en el sentido correcto, aunque sea pequeño. Pero aquí lo importante es que se ha logrado poner debajo la firma de sindicatos y empresarios, lo que es algo que la ciudadanía está reclamando: que negocien, que cedan y, en suma, que hagan política, que para eso se les elige. La gente está harta de tanta crispación, de que se dediquen a insultarse y se escupan güitos de aceituna y otras clases de proyectiles. No elegimos a los políticos para que se comporten como forofos del fútbol o como buhoneros peleándose en un mercado persa. Ya está bien, hombre. Así que yo me congratulo de que la Ley se haya aprobado, aunque sea en medio de ese vodevil, porque es un paso hacia la desaparición de los contratos de cinco días, o la institución como procedimiento permanente de los ERTEs, que tantos empleos han salvado durante la pandemia.
En fin, que, como este post ha empezado de manera un tanto brillante y ha derivado en este tema tan desagradable, creo que vamos a terminar con un vídeo musical. Hace no mucho les hablé de la pianista china Yuja Wang, virtuosa, guapísima y muy simpática. Les traje al blog una interpretación suya realmente asombrosa de la famosa Toccata de Prokofiev. Ahora les traigo el testimonio de un hecho también portentoso. En 2016, Yuja tocó en la histórica sala neoyorkina Carnegie Hall y sucedió lo que van a ver. Acabado el concierto, el público puesto en pie le dedicó una ovación clamorosa. La chica sale a saludar y dar las gracias, hace dos de sus genuflexiones también asombrosas porque parece que se va a partir en dos, y se va otra vez, porque no tiene intención de tocar más. Pero la gente no se va y sigue reclamándole unas propinas. Les cuesta bastante, la chica se hace de rogar.
Pero finalmente sale, hace dos genuflexiones más y se sienta. En un gesto simpático, hace ver que no sabe qué tocar. Pero se arranca con una melodía deliciosa, llena de sensibilidad. No soy muy experto en música clásica, pero sé lo suficiente como para identificar la versión que hizo Franz Liszt de una conocida pieza de Schubert. Termina esta pieza y, sin levantarse, desarrolla otra que no reconozco. Al final de esta, se pone de pie, hace otra de sus genuflexiones extremas y entonces parece que se lo piensa y toma una decisión: ¿no quieren marcha? Pues se la vamos a dar. Se sienta de nuevo y ataca una versión bastante personal de la introducción de Carmen de Bizet. Cuando la termina, la ovación ya es monumental. Yuja se va, pero ha de salir de nuevo y ahora viene lo más asombroso: así sin anestesia, se arranca con una versión jazzística de la Marcha Turca de Mozart, con aromas de ragtime, que deja al público patidifuso.
Pero Yuja, como todos los artistas del rock, sabe que una propina no puede ser demasiado marchosa, porque entonces el público se viene arriba, sigue pidiendo más y más y la cosa puede no acabarse nunca. Recuerden el cuento fantástico de Cortázar, llamado Las Ménades, en el que una situación similar a esta termina con el público asaltando el escenario y, literalmente, comiéndose a los músicos. Yuja tiene que salir a escena una vez más, porque de allí no se va nadie. Aunque se la ve ya cansada, y no es de extrañar, a la vista de los coturnos que calza (recuerden que se llamaba coturnos a los zapatos con grandes alzas que los actores del teatro griego calzaban cuando el personaje que interpretaban era mucho más alto). Y, para calmar a las fieras, nada mejor que Chopin. Esta vez es una interpretación ortodoxa, tranquila, precisa, perfecta para cerrar el evento sin mayores sobresaltos. Disfrútenla. Y que pasen una buena semana.
Por añadir un par de matices a su análisis de la reforma laboral: conseguir un acuerdo patronal-sindicatos, con lo que ello supone de descenso de la conflictividad laboral, era una de las condiciones que más o menos exigía Bruselas para soltar la mosca de los fondos. Los burócratas de Bruselas no quieren dar dinero a un país en el que andan todo el día a bofetadas. Por eso Casado se esfuerza en darle la vuelta a la situación: simular que el país es un desastre, que no nos den los fondos y Sánchez fracase, para que pueda ponerse él en su lugar, a pesar de que, como sugiere Aznar, no ha dicho cuál es su proyecto de país. La otra es que la principal asesora laboral de Garamendi, el jefe de la patronal, es nada menos que Fátima Báñez, la autora, como Ministra de Trabajo de Rajoy, del decretazo que ahora se suaviza. Los capitostes de la era Rajoy están en general bastante horrorizados con la deriva de Casado (yo no me atrevo a llamarle el fraCasado, porque no estoy seguro de que no vaya a ganar un día: tampoco nadie se creía que fuera a ganar Trump y mire).
ResponderEliminarPues muchas gracias por los interesantes matices que nos aporta. Casado ha ido a Bruselas a pedir que traten a Sánchez como a los regímenes de Hungría y Polonia, haciendo un ridículo internacional sonoro, porque a estos regímenes se les están escatimando los fondos europeos, precisamente por ser afines a lo que representaría Vox, con quienes el PP hace acuerdos de legislatura, en vez de dejarlos al otro lado de un cordón sanitario, como hace la derecha en muchos países europeos, como Francia o Alemania. Realmente, este señor no entiende nada y se cree que los demás políticos son tan cortos como él.
Eliminar