Muy
bien, aquí me tienen en este domingo resacoso, recuperando viejas sensaciones
de antes de la pandemia, los miedos y los encierros. Ayer estuve de boda y hoy
estoy recuperándome de los excesos culinarios, alcohólicos y bailones
felizmente rescatados del baúl de los recuerdos. Si este post no me sale tan brillante como otros, les pido disculpas, estoy bastante espeso por la falta de costumbre. El bodorrio era en un lugar
preparado para este tipo de saraos, cerca del pueblo de Mejorada del Campo,
lugar que hace tiempo quiero visitar para ver la Catedral que se va haciendo
ladrillo a ladrillo el señor Justo Gallego, que hace unos 60 años dejó
cualquier otra ocupación para dedicarse a la construcción de este monumento
fuera de cualquier traza de estilo y de cordura, empeño en el que sigue todavía
con 96 años. Ahora que estoy jubilado, prometo acercarme un día y dejar
constancia en el blog. Si quieren saber algo más de este asunto y ver algunas
imágenes han de pinchar AQUÍ.
Pero,
volviendo al tema de la boda, los organizadores ofrecían la posibilidad de ir
en un autobús que saldría de la Plaza del Encuentro, en Moratalaz, en donde hay un parking público subterráneo, para evitar tener que conducir a la vuelta con el
pedo, por no añadir que a la ida seguramente me hubiera perdido varias veces antes de encontrar
el lugar. La cita era a las 17.30. Así que lo que hice fue desayunar muy poco y
comer algo sencillo como a la una y media, para descansar un rato y luego coger
el coche en dirección a Moratalaz. Me hice una patita de pulpo de esas que se
compran ya cocidas, sobre una cama fina de patatas al vapor cortadas como
para tortilla, y acompañado por un vasito de vino Verdejo de Rueda, que ya
saben que últimamente suelo preferir a los Albariños y similares y siempre
tengo por casa.
Por
cierto, un viejo truco culinario, preservado de los tiempos de nuestras madres
y abuelas. Si usted, querido lector, no consume muchas patatas, como es mi caso,
le puede suceder que, cuando vaya a coger unas cuantas para cocinarlas,
encuentre el plato donde las guarda convertido en un auténtico cultivo, con
todas las patatas grilladas, con brotes de buen tamaño y ya blandurrias al
tacto. ¿Saben cómo solucionar esto? ¡Qué van a saber!… No tienen ni idea. Deben
quitarles a mano todos los brotes, luego pelarlas cuidadosamente, algo que no
es demasiado fácil al estar tan blandas. A continuación, se ponen en un túper sin tapar, se sumergen en agua del
grifo, se les añaden unos cubitos de hielo y se meten a la nevera.
A partir
de 24 horas, las patatas se han puesto duras como si estuvieran recien cogidas en el área de Coristanco,
están listas para usar (bien secadas) y no han perdido un ápice de sabor, además
de que pueden durar en agua unos cuantos días más. Ahora no me digan que no tienen en
su memoria la imagen del cacharro de la abuela con las patatas en agua. Eso había
hecho yo un par de días antes, así que para el pulpo me salieron unas patacas
cojonudas, que incluso me sobraron. En cuanto a la boda, pues fue en la línea
habitual de estos saraos en los últimos tiempos. Ya es el tercer festejo colectivo en el
que participo desde que estoy doblemente vacunado; antes estuve en un
cumpleaños en una casa y reunido con un grupo de amigos en la Plaza de Santa
Ana, eventos ambos reseñados en el blog.
Y en
los tres casos con la sensación de estar jugando con fuego, intuición
especialmente acentuada en este último, en el que había mucha gente joven, no
vacunada y sin adoptar especiales precauciones. Vamos, que viendo estas cosas
se explica el rebrote que estamos viviendo y que ha vuelto a poner a España a
la cola de los países europeos. Toco madera para que no hayamos generado el Megabrote
de Mejorada, a la manera del de Mallorca. Por lo demás, me lo pasé muy bien,
aunque no me enteré hasta bien entrada la noche de que sólo había un autobús de
vuelta a las tres de la madrugada. En otras bodas en las que he estado y he
usado este tipo de transporte, generalmente suele haber dos turnos, uno como
muy tarde a la una, para los mayores o los que estén muy cansados, y otro
después. Esta vez, algunos abuelos o familias con niños que habían venido en el
bus, tuvieron que recurrir a un Uber para retirarse antes.
No era mi caso, ni por cansado ni por mayor, discúlpenme la presunción, pero esa es la realidad. En el festejo de cumpleaños del que les hablaba antes, cuando me llegó la hora de irme, vi un grupo como de cinco chicas sentadas en un amplio sofá cotilleando de sus cosas. Les dije adiós colectivamente, con un envío de besos con las dos manos. Una de ellas, comentó: ꟷJoder, Emilio, hacía como dos años que no te veíamos y estás igual. Las corregí enseguida: ꟷNo, no. Estoy igual físicamente; de la cabeza estoy mucho mejor ahoraꟷ, afirmación que fue recibida por todas levantando las manos y gritando a coro: ꟷ¡Hala, qué presumido!
La cosa
es que volví en el bus, tuve que despertar al vigilante del parking a
timbrazos, pagué, recuperé mi coche y conduje de vuelta a casa sin mayores problemas, a pesar
de la anterior ingesta de al menos tres cervezas de medio litro, una copa de
champán y un gin-tonic. Atravesé una ciudad fantasmal, con coches de policía pasando
despacio, algunos taxistas a la caza de clientes y grupos de jóvenes de
botellón en ciertas esquinas. La cantidad y calidad de las meadas y vomitonas
que tuve que atravesar entre el parking del Reina Sofía y mi casa, daban fe de
la profusión de grupos de jóvenes celebrando el Saturday night, como si no hubiera un mañana. No sé cómo estará la
cosa en Estados Unidos, pero hoy es el Independence Day y allí están empezando
ya a vacunar a la gente joven.
Esta
mañana me he despertado como a las once, he hecho pis, he bebido un trago de
agua y me he vuelto a la cama a terminarme de leer el libro Un amor (Sara Mesa,
2020), una novela extraordinaria de la que ya les hablo otro día. A la una y
media, cuando ya la cabeza se me empezaba a despejar de vapores alcohólicos, me he
puesto una camiseta y un pantalón corto y me he preparado un café con leche
bien cargado, que me he tomado con unas galletitas, un desayuno mucho menos
copioso que el habitual. Y entonces me he sentado a ver el concierto de
Samantha Fish de anteayer en Portland, Oregon, como parte del Waterfront Blues
Festival 2021, en el que se presentaba por primera vez con su nueva banda y
debutaba la nueva batería. La baterista se llama Sarah Tomek y el teclista que
ya apareció en algunos conciertos anteriores se llama Matt Wade. Uno de los
organizadores del festival quiso hacerse una foto con los nuevos miembros de la
banda, que pueden ver aquí.
Esta
mañana me ha llegado por Facebook el vídeo de la actuación completa de Sam y lo
he visto dos veces, la primera en el ordenador y la segunda en el televisor,
mediante la conexión HDMI. Como suele suceder con estas cosas, ya no lo puedo
ver más y no les puedo poner el link, porque lo han quitado de la aplicación
gratuita de Vimeo, tal vez se pueda ver en la de pago. La nueva banda de Sam
suena poderosa y contundente, la baterista es muy enérgica, los teclados le dan
mucho cuerpo a la música y se les ve conjuntados, lo que sugiere largas horas
de ensayos en estas últimas semanas, hasta engrasar bien todos los
automatismos. Siento no poderles hacer llegar este concierto.
Y sigo a la espera de la publicación del nuevo trabajo de Sam, que debe de ser inminente. De hecho ya han hecho una fiesta para una audición privada del disco, en la que Sam acudió con el productor Martin Kierszenbaum, con el que se hizo la foto que ven abajo.
Ya les he dicho que la elección de este productor, que ha
trabajado con Madonna y Lady Gaga entre otros artistas, sugiere que Sam sueña
con intentar la nominación para el Grammy. La verdad es que esto de los Grammy
es un tema que lleva anquilosado bastantes años y en donde siempre triunfan
Beyoncé y sus diferentes imitadoras, a base de salir a mover el culo al frente
de coreografías de bailarinas macizas que se mueven todas igual, como
las profesionales del strip-tease, y sobre la base de una música horrorosa para mi
gusto, algo que no tiene nada que ver con el mundo del rock y el blues. Sam no
va a hacer eso nunca, ni siquiera está ya lo suficientemente delgada. A Sam le
gusta mucho comer y come de todo, salvo marisco, al que es intolerante, algo
que no descubrió hasta que se fue a vivir a Nueva Orleans, donde le echan
cangrejos del bayou a todos los guisos, desde el gumbo al jambalaya.
Así que me temo que ya no la vamos a ver delgadita como antes, porque ella no
se va a comer el tarro con dietas, como la que parece haber hecho Kim Jong-un.
¿No lo han visto? Aquí lo tienen.
La foto
de la izquierda es de febrero y la de la derecha de estos días. Ha saltado el rumor de que a ver si va a estar enfermo, pero yo creo que no, que lo que pasa es que es
un coqueto y seguramente ha hecho la dieta de la sopa de col, o alguna
barbaridad similar. A mí también me gusta comer, pero yo me regulo solo. Por
ejemplo, ayer por la noche me di una cena pantagruélica. Hoy he desayunado un
café con unas cuantas galletas, como he dicho, y a eso de las cuatro y media,
después de ver el concierto de Samantha, me he apañado una ensalada campera con
las patatas cocidas que me sobraron ayer del pulpo, unos tomatitos cherry
partidos por la mitad, un poco de atún y unas guindillas, que los encurtidos
son muy buen remedio para la resaca. Y por supuesto, con una cerveza Estrella Galicia
bien fría.
Después
de una cabezadita, me he puesto a alternar algunas ocupaciones pendientes con
la escritura de este post, tarea bastante buena para la resaca también. Ya he
hablado de Samantha y sólo me falta decir algo del fraCasado para tener un post
clásico. Al fraCasado le estoy preparando un texto en exclusiva, porque no se
puede ser tan tonto como para caer en las cotas de deslealtad que ha alcanzado este
niño pitongo con barba que parece falsa, como el bigote de Groucho (Marx, no el Coronel). Por ahora un simple apunte: ¿Cuánto creen ustedes
que va a tardar este señor en echarle la culpa a Sánchez del aumento de los
contagios? Todo lo malo que sucede en nuestro país, hasta la tormenta Filomena y los accidentes de
tren, son culpa de Sánchez, ya lo sabe todo el mundo. El otro día, cuando marcó
gol Suiza empatando el partido con España, Errejón subió inmediatamente un
tweet que decía literalmente “Gol de Suiza, y en Génova saltando”.
Aunque
para los eventuales fracasos de la Selección ya hay un culpable interpuesto, el
señor Luis Enrique, al que en el viejo Bernabeu le gritaban tu padre es Amunike. A mí me gusta la
selección de este señor, aunque me temo que Italia nos las va a dar todas en el
mismo papo, ojalá me equivoque. De lo que he visto en la tele, el juego de
Italia y el de Inglaterra están claramente por delante de los demás, pero esto
es sólo una opinión. Pero la noticia de la semana ha sido que han metido en el
trullo a José Luis Moreno, un tipo al que ahora resulta que odiaba todo el
mundo. Yo ya sabía que era un estafador porque al Ayuntamiento lo lió para que
le cediera una parcela para la construcción del Coliseo de las Tres Culturas y, años
después, no había hecho nada con la parcela y me tocó a mí iniciar los trámites
para anular la cesión. Mejor se la habíamos dado a Justo Gallego.
Lo
curioso es que el tipo sabía perfectamente cuál era su propia naturaleza y
usaba al cuervo Rockefeller para desenmascararse a sí mismo. Este viejo vídeo
no tiene trampa ni cartón, está sacado de una de sus actuaciones como ventrílocuo.
Ha circulado bastante por Whatsapp estos días, pero se lo dejo de propina por
si no lo han visto. Que tengan buena semana veraniega.
Voy a probar el truco de las patacas, no lo conocía. Yo, cuando las patatas se me grillaban, las tiraba directamente a la basura, ya ve qué ignorante soy.
ResponderEliminarLo que sí comparto con usted es la solución alimentaria para el Día-Después: ensalada, una cerveza (sólo una) y bien de encurtidos, aceitunas, gildas, pepinillos, etc.
Pues me alegro que le sean de utilidad mis trucos culinarios. Lo de cortar la resaca con cerveza (una) y muchos pepinillos, gildas y similares, tiene un fundamento médico que me explicaron una vez, pero no lo recuerdo. Lo que le puedo decir es que a mí me funciona.
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