Sí, resulta que desde anteayer viernes ya soy septuagenario, jubilado y miembro del colectivo de las llamadas clases pasivas, pero yo, como digo en el título, no noto nada diferente. Por el contrario, me veo exactamente igual que antes de esa fecha. En realidad yo ya llevo desde que empezó la mierda esta de la pandemia en una situación que no es de activo, ni de jubilado, sino de una especie de medio pensionista. Quiero decir que casi nunca uso el despertador, salvo cita tempranera, y que voy distribuyendo el día entre las diversas tareas que tengo que desempeñar, incluyendo trabajos para el Área de Urbanismo (a partir de ahora la voy a volver a llamar así, como se llamó toda la vida), preparación de charlas y clases diversas, lectura de los libros de Billar de Letras y otros, escritura de mis posts, preparación de la comida diaria, degustación y siesta si se puede, entrenamientos cada tres días y mucha vida social telefónica, por no hablar del disfrute de vídeos de Samantha Fish y similares. Además de salir a la calle de vez en cuando, con las debidas precauciones, a mantener viva esa actividad social no virtual que tenemos ahora en stand by.
Y lo cierto es que esta etapa, que ha culminado en mi 70 cumpleaños, ha tenido un final acelerado, vertiginoso, como todo lo que nos va sucediendo últimamente en este tiempo que transcurre deprisa y despacio a la vez: un final de etapa al sprint. Y menudo sprint. Ha sido una semana muy intensa y llena de emociones. El martes 16 publiqué mi anterior post a primera hora. Fue algo que se me ocurrió porque ya no tenía tiempo de hacer una cosa más elaborada. Así que, una serie de fotos bien seleccionadas, unos comentarios a vuelapluma, como suele decirse, y faena de aliño al canto. Ya sé que mis seguidores aprecian bastante este tipo de textos frescos y sin mayores pretensiones temáticas, pero he de confesar que el primer condicionante de mi último post fueron las prisas, que ya empezaban a aparecer en mi horizonte de funcionario a punto de llegar al abismo del retiro definitivo.
Tras publicar el post, hube de sumarme a una reunión de trabajo a las 13.00, con uno de los equipos de la primera edición de Reinventing Cities, con los que está habiendo problemas jurídicos para cederles la parcela. Después de comerme algo rápido y dar una breve cabezadita, me apresté a terminarme el libro que debíamos discutir en el Billar de Letras de esa misma tarde. El libro se llama Dendritas (Kallia Papadaki, 2019), es una novela excelente que recibió ese año el Premio de Novela Europea, pero a mí se me había hecho bola en su primera parte, tal vez porque la propia situación de vértigo vital en la que estaba inmerso me había hurtado la concentración necesaria para disfrutar de un texto con frases muy largas y continuas digresiones.
Pero ya le iba cogiendo el punto y se cruzaba además una circunstancia: es un libro de Automática Editorial y para mí esta empresa está ligada siempre al nombre de su fundador Darío Ochoa, un tipo estupendo al que aprecio mucho, hace años que lo trato, nos hemos encontrado en innumerables presentaciones de libros y siempre lo visitaba en la Feria del Libro, donde me ha regalado novelas impagables, como Exodo, de D.J. Stalingrad, además de ser los que publican en España a Yan Lianke (El sueño de la aldea Ding o Días, meses, años), Yuri Buida (El tren cero o Helada sangre azul) y otros autores que me gustan. Nos había dicho Ronaldo que Darío estaría en el club y yo no quería hacerle el feo de decirle que su libro se me había hecho bola. A las 19.30 me conecté, con el libro ya terminado.
Resultó que finalmente no venía Darío, sino una socia suya, además de la traductora del libro desde el griego original. El encuentro fue muy interesante, la traductora era una mujer súper maja y, como de costumbre, salvo Ronaldo y yo, el elenco del club era enteramente femenino, como pueden ver en la foto de arriba. He de confesar que, en algunos momentos, consultaba disimuladamente el móvil porque algunas de las intervenciones de las tertulianas me aburrían un poco. Y, en una de esas, me encuentro un Whatsapp recién enviado por mi amiga Belén Díaz, directora del Máster de Economía Creativa de la Universidad de Alcalá de Henares, en el que he colaborado otras veces. Texto del Whatsapp: te recuerdo que este jueves tienes clase en el máster, según el programa que te adjunto. Momento de terror: el jueves tenía yo mi clase en la ETSAM sobre la erradicación del chabolismo en los años 70 en Madrid. Consulté el programa: la clase de Belén era por la tarde (3 horas); la clase con Darío Rivera en la ETSAM era por la mañana (2 horas).
Suspiro de alivio. Le dije a Belén que era la primera noticia que tenía de que tuviera que dar esa clase, pero que no se preocupara, porque yo siempre cumplo, como Samantha Fish: los que somos de una determinada pasta no contemplamos el cansancio entre los factores a tener en cuenta. Quedamos en hablar el día siguiente. Tras el encuentro de esa mañana con los de Reinventing, mi jefa y mi compañera M. se habían quedado un momento conmigo para comunicarme cómo habían pensado celebrar los fastos de mi despedida, que les relataré después. Dichos fastos excluían mi presencia en el edificio APOT el viernes, último de mis días lectivos. Y el jueves ya imaginan el programa que tenía, con mis dos clases telemáticas. El único día que me quedaba para ir a la oficina era el miércoles y tenía unos asuntos que resolver allí.
Así que el miércoles me levanté y cumplí con mi programa de entrenamiento, 50 minutos de carrera indoor, que ya hago sin rodillera ni nada. Luego, desayuné, me di una buena ducha, me vestí y cogí mi coche para el APOT. Resulta que mi hijo Lucas, su novia y una serie de amigos más, me habían mandado fotocopias de sus pasaportes y DNIs para que se los compulsara, y quería hacerlo mientras pudiera (desde anteayer ya no puedo). En la secretaría de la Dirección General me habían dejado el sello de compulsa, yo tenía que firmar abajo, poner el DNI y la fecha. Eso certifica que la fotocopia es conforme con el original y los chicos parece que lo necesitan para moverse por los países europeos que se vayan abriendo. Preparé todos los documentos, los escaneamos y me los envié a mi correo, ese que me van a quitar en pocos días. Luego, me di una vuelta por todas las plantas, para despedirme de Kordineitor y los compañeros de otras unidades que me fui encontrando.
A las 13.30 bajé a comer al bar de mis amigos y también me despedí de ellos. El ambiente general empezaba a ponerse emotivo. Cogí el coche de vuelta, me di mi siesta de rigor y dediqué la tarde a prepararme la charla del día siguiente, que era de mucho compromiso para mí. Vino la señora que limpia en casa y, mientras anduvo por allí con el aspirador a todo meter, me dediqué a hacerme unas notas para ayudarme con lo que quería contar. Cuando se fue, hice un ensayo y me pareció que lo tenía todo en orden y ajustado a la duración que me pedían. Con Belén hablé en algún momento del día. Me contó que en el máster hay doce alumnos, la mayoría sudamericanos. Que la clase era en español, tres horas con un descanso de 15 minutos en el centro. Y que me pagaría 40€ la hora, 120 en total. No es que vaya a salir de pobre con eso, pero por ahora es el único bolo de pago que me ha salido, los demás son gratis et amore.
Me acosté lo más pronto que pude, estuve escuchando a Samantha un rato para relajarme hasta que me llegó el sueño. El jueves madrugué y, como siempre que tengo una densidad importante de actividades de compromiso que implican hablar ante audiencias, empecé por tomarme una tacita de té de ginseng rojo coreano, mi pócima para estas ocasiones, tan efectiva como la que elaboraba Panoramix. Un médico me advirtió hace mucho que tuviera cuidado con eso, que es como una bomba para el corazón. Por eso me lo tomo siempre en ayunas, a pequeños sorbos espaciados, mientras me preparo el resto del desayuno. Y ya sé que ese día no puedo tomar más que un café, además del té de ginseng. Con esa combinación, me pongo como una moto y afronto lo que sea.
A las 10.30 empezamos el sarao, que estaba previsto para 2 horas (la sala virtual hay que dejarla libre para la clase siguiente). La cosa salió muy bien, había unos 80 alumnos, es un curso completo de la Escuela y los tuve entretenidos hasta el final. Hice unos estiramientos y decidí comer pronto, casi a la una, tenía unas lentejas de dos días antes, con chorizo, costillas adobadas, zanahoria, curry y chiltepines, capaces de reanimar a un muerto. Me eché una siesta y sólo entonces me puse a preparar la charla de las 18.00. Esta era de menos compromiso, me limité a aprovechar la presentación que hice para la Universidad de Lille, lo que me llenaría hasta el descanso, y luego añadí otra sobre Madrid Río, como caso de éxito, para la segunda parte. Sólo tuve que cambiar la primera imagen de ambas presentaciones, para poner la fecha y el nombre de la Universidad. De los doce alumnos asistieron sólo ocho, todo mujeres para variar. Tengo tablas para torear este tipo de eventos y la cosa salió bien también (de esto no tengo imagen, pero les juro que eran ocho mujeres).
Belén estuvo al principio y luego se tuvo que ir, por un asunto privado. Por la noche me llamó a decirme que varias de las alumnas le habían mandado correos entusiasmadas con lo que les había contado. De hecho, durante el descanso, dos de ellas me pidieron relaciones (quiero decir, por Linkedin). El caso es que a las nueve, en cuanto terminé, me invadió una sensación de hambre canina. Miré en la nevera y no había nada a la altura de mis urgencias, ya saben que suelo cenar ensaladas y cosas suaves. En mi mente se representó una hamburguesa con doble de kétchup, mostaza, mayonesa y lo que fuera. Hay un Steak Burger cojonudo en Atocha a cinco minutos de mi casa. Intenté pedir la comida por Internet, pero la aplicación se me resistía, así que me puse unos zapatos y bajé.
Era el primer día en que el toque de queda se retrasaba a las 11 y no se pueden imaginar el mogollón de gente que había. El restaurante estaba lleno y en la puerta tuve que luchar por hacer oír mi pedido, en medio de la cola de repartidores de Deliveroo y otras compañías, con sus bicicletas y motos. Me dieron una boletus burger y me la subí a casa, para tomármela con una cerveza 1906. Me sentó como Dios. Y ya quedé listo para los saraos conmemorativos del viernes. En realidad, el día de mi cumpleaños lo empecé madrugando, porque tenía una nueva conexión con la clase de Darío Rivera a las 9.00. Ese día estaba dedicado al programa Reinventing Cities Students. Ya saben que yo no estoy en ese programa, salvo como asesor, pero me pidieron que estuviera presente. Me conecté acabando de desayunar y la cosa se prolongó hasta las 10.30.
Y empezaron los festejos. A las 12.30, mi jefa había citado a toda la Dirección General, para una reunión de despedida por Windows Teams. También le pasó el link a varios amigos y amigas mías y a las chicas de C40, Julia López Ventura desde Madrid, Hélène desde París y Costanza desde Londres. Hablaron tanto mi jefa como mi compañera M., que me echaron unas flores exageradas. Habían preparado también que me llegara en ese momento un paquete con un regalo que me hacían todos los compañeros. Lo abrí en directo y resultó ser una maleta preciosa, de Samsonite, para mis viajes futuros. Luego me pusieron un vídeo que me habían grabado y me dejaron el turno a mí para hablar. Fue una cosa muy emotiva, los tres que intervinimos contamos muchas anécdotas de estos cinco años inolvidables que hemos pasado. Vean aquí una escena de un momento en que yo estaba contando algo y todas se reían (digo todas, porque también aquí eran todo mujeres).
Me sorprendió que, tanto mi jefa como mi compañera M., incidieran en un rasgo mío: las dos contaron anécdotas en las que mi presencia les había dado un plus de tranquilidad en momentos de crisis o dificultad. Mi jefa dijo que, recién nombrada como Directora, la llamaron para decirle que tenía que recibir a 30 belgas y contarles los proyectos de Madrid en inglés, que me llamó aterrorizada y que yo le dije que tranquila, que yo me encargaba de ese tipo de cosas y que se olvidara. También que, cuando fuimos los tres a Paris a presentar nuestro Reinventing, ella estaba nerviosa, porque tenía que hablar al día siguiente, pero cuando por la mañana me vio llegar con mi traje, mi corbata roja y mi bigote blanco, inmediatamente supo que todo iba a salir bien y se le quitaron todos los nervios.
Mi compañera M. contó que, cuando fuimos ella y yo al MIPIM de Cannes, nos hospedamos en Niza y cogimos un tren para la Feria por la mañana. Y que nos pasamos de estación. Pero ella me vio tan tranquilo, que no se puso nerviosa. Efectivamente, paramos en la siguiente, cruzamos por una pasarela sobre las vías y volvimos en un tren en sentido contrario. También que en Innsbruck yo la cogí por el hombro para subir a un mirador panorámico volado sobre la montaña con suelo de cristal al que ella nunca se hubiera subido sola. Anécdotas que yo no recordaba, pero coinciden con lo que dice mi peluquero Jurgen: que soy el ejemplo proverbial del tipo cool, calm and collected y que, si un día se tuviera que ver en medio de un terremoto, yo soy la persona que querría tener a su lado porque me imagina diciendo: tranquilos, no pasa nada, está todo bajo control. Si todos dicen eso, será verdad que transmito serenidad, pero no era consciente de ello. Vean el vídeo que me hicieron.
En fin, emociones a flor de piel. Pero la cosa no había acabado. A las dos me vestí, bajé a la calle y caminé hasta Colón. Allí, en el restaurante Papúa, habíamos quedado a comer en petit comité los tres mosqueteros del Reinventing. Mi jefa, mi compañera M. y yo comimos estupendamente e hicimos una larga sobremesa hasta por lo menos las cinco y media. Nos lo pasamos muy bien, ellas me regalaron un libro por su cuenta, con una dedicatoria preciosa de más de una página, que no les voy a mostrar, eso es algo íntimo. Caminé de vuelta a casa, aún muy conmovido, y dediqué el resto de la tarde a contestar todas las felicitaciones que me habían llegado, algunas de ellas impensables. Nunca me había felicitado tanta gente. Desde mi amiga indonesia Tantri, que no sé cómo sabe mi fecha de cumpleaños y dice que mantiene viva la esperanza de que nos encontremos algún día, hasta Elena González del Pino, la estupenda narradora oral que les traje al blog hace poco, que tampoco me había felicitado jamás. Por la noche estaba agotado anímicamente y no tuve ganas ni margen de tiempo para escribir el post que me tocaba.
Ayer sábado fue mi primer día de jubilado oficial, septuagenario y miembro de las clases pasivas. No sentí nada diferente de otros sábados anteriores. Corrí a primera hora, desayuné, me duché y me fui con mi amiga del alma más cinéfila a ver en sesión matinal Las niñas, que es una película española muy sensible y muy bien rodada. Después nos obsequiamos con unas chuletillas de cordero en una terraza y me vine a casa. Estuve contestando más felicitaciones, vagueando y enredando de diversas maneras. Y, cuando me puse a escribir, ya era muy tarde para llegar a publicar en el día, así que lo dejé prácticamente terminado para publicarlo hoy, como hacía mi madre, que se iba a la misa del sábado y volvía encantada porque ya le valía para el domingo.
Y ahí fue donde me vino a la cabeza la frase que titula este post: ¡Pues yo no noto nada! Es verdad, yo me siento igual que me sentía antes de tanto festejo. El lunes repetiré mi clase sobre las chabolas para el grupo de Sonia de Gregorio, un sarao que me han adelantado; el martes tengo que conectarme con Bogotá a las 14.30, para preparar un encuentro virtual que vamos a tener con otras ciudades el 10 de marzo. Y tengo otros trabajos pendientes que hacer para la semana próxima, como enviar a todos mis contactos la dirección de mi correo personal antes de que me quiten el corporativo, o vaciar el ordenador que me dieron para el teletrabajo, antes de que tenga que devolverlo. Además de los trámites para que me empiecen a pagar la pensión. Todo esto se irá contando a medida que vaya sucediendo.
Parecería que mi mundo y mi circunstancia han cambiado completamente. Pero yo no noto nada. Para los que todavía no hayan caído en la coña que me traigo, esa frase en concreto (¡Pues yo no noto nada!) es la que dicen invariablemente todos los que fuman marihuana por primera vez. No falla. La dicen unos segundos antes de que les dé la risa floja. Así que yo la he repetido unas cuantas veces para transponerla a esta especie de limbo onírico y narcótico en el que estoy entrando. Es decir, que está a punto de darme la risa floja infinita, una buena forma de entrar en este agosto eterno y sin calor, como lo llamé en un antiguo post, o Expo-Ocio continuada, como lo caracteriza mi amigo Mariano. No hay un solo motivo para la tristeza o la nostalgia, la vida sigue y es tiempo para la alegría, el disfrute y la risa floja forever. Y, encima, con este cumpleaños, salto al grupo anterior de vacunación, algo que puede resultar vital.
Yo seguiré intentando vivir la vida a tope, entrenar, leer, ir al cine y al teatro, quedar con mis amigas (y también con los amigos, para que no tengan celos), disfrutar de la ciudad, sentarme en las terrazas a beber cerveza, estar al tanto de lo que pasa en el mundo y ayudar donde me dejen (con permiso del Covid). Y este blog va a ser un poco el hilo conductor entre mi vida de activo y mi vida de jubilado. Así que quiero dar las gracias encarecidamente a todos mis seguidores, que hacen posible que me lo pase tan bien en este empeño, que me inducen a mantener un nivel a la altura de sus expectativas, que me aguantan a pesar de las turradas que les doy con Samantha Fish y mis restantes obsesiones.
Con el blog como hilo conductor, ese background de actividades vitales y a la espera de que se pueda viajar y me ponga a recorrer del mundo hasta el confín, sepan que tampoco descarto embarcarme en alguna iniciativa que me resulte atractiva (ya tengo algunas ofertas sobre la mesa, que me estoy pensando), porque ya saben que tengo por norma entrar a todos los trapos. Ya se irá contando todo cuando corresponda. De momento, sean felices y disfruten de este domingo que se anuncia lluvioso, después de los días soleados que hemos tenido. Y no lo olviden: la vida es un regalo.
¡Ay, me ha encantado este relato! Y el vídeo no me ha podido gustar más, es lindísimo, divertido y justo: Te hace un retrato absolutamente verídico. Normal que no hayas notado nada; si sigues así, puede que nunca lo notes, mientras el cuerpo aguante. ¡Cuídate! Y ve llenando esa preciosa maleta para cuando nos dejen volar con algo más que la imaginación. Besos y bienvenido a una vida con el despertador apagado y Samantha Cid encendida.
ResponderEliminarGracias amiga por tu entusiasmo. Fueron unos fastos muy emotivos, mis chicas me hicieron sentir muy querido, me dijeron cosas preciosas, en la reunión por Teams delante de todos los compañeros, en el vídeo, en la dedicatoria del libro que me regalaron y también en directo en nuestra comida en petit comité. No era consciente de que me querían tanto. Las llevaré siempre en mi corazón.
EliminarEl despertador lo tengo apagado desde hace casi un año, cuando nos encerraron.
Fish, qué lío, estaría pensando en Mónica.
ResponderEliminarEs normal que te confundas, son dos chicas de mucho valor.
EliminarYo dije: A mí no me ha dao, a mí no me ha dao, a mí no me ha dao...así dos horas. Muy emotivo el vídeo.
ResponderEliminarLo tuyo fue una variación semántica. El vídeo es cojonudo.
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