domingo, 5 de julio de 2020

955. Sobre New Orleans y la música del Delta del Mississippi

Se interesan algunos de mis seguidores más malévolos por saber si ya me he olvidado de Samantha Fish, como he hecho antes con algunas figuras que se han puesto por las nubes en mi blog para luego no volverlas ni a mentar. Mi respuesta: para nada. No me he olvidado de Samantha, es que, como el niño del chiste, estaba descansando. Cómo olvidar a esta mujer a la que, sin exagerar demasiado, podemos considerar la mejor guitarra del blues-rock del momento. Hemos visto que Samantha Fish ha cambiado en los últimos años desde su blues genuino original a una música más evolucionada, con elementos de country y con una puesta en valor de su capacidad compositiva y vocal, en el centro de su música, dejando su habilidad asombrosa con la guitarra como elemento colateral y no principal.

Pero no por eso ha abandonado sus raíces, el entorno del que procede y la música que la ha llevado a la posición que ahora mismo ostenta, la de una gran diva del rock. Recuerdan que Samantha está considerada como la mejor intérprete mundial de cigar box guitar, esas guitarras de cuatro cuerdas construidas con viejas cajas de puros. Este instrumento tiene su propio festival anual, que se celebra cada mes de enero en la ciudad de Nueva Orleans y Samantha no deja de acudir todos los años. Hasta el año pasado, el festival se llamó The New Orleans Cigar Box Guitar Festival. Y, como no podía ser de otra manera, a Samantha le tocó abrir la edición de 2019. No les voy a comentar mucho sobre este vídeo, que ni siquiera les pido que vean entero. Solamente que se fijen en el arranque arrollador y en cómo quiere la gente a Samantha, que ya no es una niña a la que le suben un Mars al escenario, sino una mujer espléndida que domina completamente la escena, acompañada por el batería de su banda, un bajo eventual y un virguero veterano de la cigar box, al que saluda al principio y deja lucirse luego, arropándolo con su potente sección rítmica.



Arrolladora Samantha. Y ahora vamos a dar un salto de un año. Estamos ya a mediados de enero de este año, algunos chinos se empiezan a morir de una extraña enfermedad en la ciudad de Wuhan, pero nadie se imagina lo que está por venir y en Nueva Orleans organizan como cada año el gran festival de la guitarra de caja de puros. Vemos de entrada algunos cambios. El nombre del evento ha cambiado. Ahora se llama The Samantha Fish Cigar Box Guitar Fest, como pueden comprobar en los títulos al principio y al final del vídeo que les pongo abajo. El peso de la jefa en este evento es de tal magnitud que ahora el festival es suyo. Ella manda y se dedica a invitar a subir al escenario a otros artistas del blues-rock a los que admira o con los que tiene amistad porque son de su misma cuerda para que toquen alguna canción con ella. Y a ver quién es el guapo que le lleva la contraria.

Aquí la vamos a ver con Damon Fowler, un cantante y guitarrista de calidad contrastada, de la zona de Nueva Orleans, que aparece en el escenario feliz de que lo hayan invitado y mostrando un respeto mayúsculo por su anfitriona, que le va a permitir lucirse en un papel estelar. Aquí sí que les voy a pedir que se fijen en algunos detalles. Acompañan a ambas estrellas tres miembros habituales de la banda de Samantha: el bajo Chris Alexander, el batería y el teclista. Damon arranca su canción marcando el típico ritmo de New Orleans, del que luego hablaremos más en profundidad. Samantha y la banda lo arropan enseguida y el tipo desarrolla unos compases de introducción.

El blues es una disciplina que asigna un número idéntico de compases a cada parte de la canción. Damon hace un primer bloque y luego levanta un dedito para indicar al resto de la banda (que no es la suya), que quiere doblar esa introducción. Entonces se va al micrófono a cantar, pero aun lanza una última miradita de comprobación a la jefa, como si no estuviera seguro o no se acabara de creer que le dejen el papel principal. Samantha no sólo está de acuerdo, sino que da unos pasitos rítmicos hacia delante, para exteriorizar lo contenta que está y lo cómoda que se siente con su colega. Damon empieza a cantar y lo hace muy bien, dentro de sus posibilidades vocales. Es un tipo gordo, bastante feo, seguramente buena persona, disfrutón y amante de la cerveza y está encantado de actuar a dúo con semejante estrella. Si se fijan, verán que lleva en la muñeca la pulserita plástica (como las que te ponen cuando te ingresan en un hospital) que le han anudado al entrar en el festival en su condición de invitado directo de la jefa.

Damon conduce perfectamente la melodía, su música es puro rock de New Orleans y huele a gumbo y a jambalaya (los dos platos típicos de la cocina criolla). Canta la estrofa inicial y entonces le deja el primer punteo a Samantha para que se luzca. Y Samantha toca una vez más como los ángeles, para apoyar el tema de su compañero. Pueden observar que Damon levanta otra vez un dedito para indicarle que puede duplicar su punteo. Y vemos aquí a una Samantha madura, que ya no está preocupada de que se le vea una porción excesiva de su anatomía, que ni una sola vez se tira del escote hacia arriba, porque es la reina del festival, le gusta salir a escena guapa y sexy y se le da una higa que se le vea la pechuga más de lo políticamente correcto.

Damon desgrana la segunda estrofa y asume el segundo punteo. Demuestra que también es muy buen guitarrista. En el éxtasis de ese punteo, Samantha jalea al público con un gesto inequívoco que no deja lugar a la indiferencia. Pero es entonces cuando viene lo mejor. Porque Damon reta a la reina de la guitarra y ambos entablan un duelo de guitarras verdaderamente delicioso. Samantha entra al trapo y a partir de un cierto punto empieza a liderar ella la competición, mientras su rival la sigue como puede, casi con la lengua fuera. Toca afrontar la última estrofa, entre los alaridos del público que tiene la sensación de haber presenciado algo ciertamente especial. Damon canta esa última estrofa y con una mirada pide permiso a Samantha para hacer un final a la altura del temazo. Samantha lo aprueba y el tipo se viene arriba entre el entusiasmo del público. Se viene arriba lo justo, sin ponerse pesado. Y sólo entonces, encaran ambos al batería para concluir con el clásico cierre del blues. Hale, véanlo.


Maravillosa como siempre Samantha, colega y fiel a sus orígenes. Y feliz como una perdiz el bueno de Damon Fowler. Yo sería el hombre más feliz sobre la tierra si pudiera hacer un dúo con Samantha Fish. ¡Incluso de guitarra! Pero lo más destacable del anterior vídeo es el ritmo y el espíritu de Nueva Orleans que desprende toda la canción. Nueva Orleans, ciudad que no conozco y que daría un brazo por visitar algún día, es un lugar con una cultura propia. Una cultura hecha de música, de gastronomía, de fiesta continua, de cachondeo, de alcohol, de vitalidad, de alegría, de baile, de humor sureño. Todo ello enraizado en el mestizaje de muchas tendencias culturales primigenias, africana, española y francesa, entre otras. Es la ciudad más colonial de USA y se dice que la primera urbe del Caribe, cuando uno cruza los Estados Unidos hacia el sur.

En pleno delta del Mississippi y a orillas del lago Pontchartrain, fue capital de la colonia española de Luisiana, de hecho su distrito más famoso, el llamado Barrio Francés, tiene todos los rótulos de sus calles en azulejos originales escritos en español. Fue también puerto de llegada de los esclavos africanos, que pronto eran enviados a trabajar los campos de algodón del interior, si bien la ciudad se convirtió al mismo tiempo en el centro de los liberados o libertos, que se establecían en la urbe, se dedicaban a oficios diversos y en muchos casos hacían fortuna. La población actual es negra en dos tercios. Afroamericanos se tiende a llamarlos ahora, pero yo prefiero llamarlos negros, sobre todo después de escuchar a una manifestante con el lema I can’t breath en su camiseta, que renegaba airadamente de esa denominación eufemística: ¿Afroamericana? Oiga yo desciendo ya de tres o cuatro generaciones de nacidos en este país, tengo tanta relación con África como con Noruega. ¡Por favor! Vean una imagen de una de las esquinas más famosas del barrio francés, la del cruce de Royal st. Con Dumaine st.


Son conocidos los entierros con su cortejo musical. Las orquestas locales acompañan el ataud al cementerio tocando melodías fúnebres. Pero, una vez enterrado el finado, regresan a la ciudad tocando dixieland jazz, charlestón o lo que se tercie, mientras todo el mundo baila en honor al difunto. Y, entre las fiestas más relevantes de la ciudad, destaca por encima de todas el Mardi Grass, que se celebra en febrero, en fecha variable según el ciclo lunar, igual que la Semana Santa. Ese día se celebra el gran desfile con todos los músicos bailando y tocando sucesivamente sus melodías. Porque Nueva Orleans es la cuna del blues, esa música que parte de los cantos de los negros en los campos de algodón y que está en el origen del rock y también del jazz. Entre los músicos más destacados de Nueva Orleans (aparte del gran Louis Armstorng en el jazz) están muchos de los mejores bluesman de la segunda mitad del siglo XX, herederos del pionero Jelly Roll Morton, como el Doctor John, Guitar Slim, Alain Toussaint o los Neville Brothers.

El blues de Nueva Orleans tiene ese ritmillo característico que han escuchado en el vídeo anterior, pero he de decirles que el instrumento por antonomasia de este tipo de blues es el piano y en esta disciplina hubo un maestro indudable, que también tenía su mote, como todos: Professor Longhair, el profesor del pelo largo. Le pusieron el mote en el bar donde trabajaba como camarero y pianista eventual. Nunca hizo mucho dinero, pero todo el mundo lo reconoce ahora como el maestro. Escuchen un tema que sintetiza su calidad musical y su sentido del humor: el histórico Rocking pneumonia and the boogie woogie flu, es decir, el rock de la pulmonía y bugi-bugi del constipado. El vídeo muestra fotos del músico y de la ciudad 


En cuanto a la cultura local, hay que hablar de dos herencias, la criolla y la cajun. Los criollos son el resultado del mestizaje, de remezclar todas las herencias europeas y africanas para conseguir un melting pot que es característico de esta urbe única en el mundo. Los cajun, en cambio, descienden de un grupo franco-canadiense que se implantó en la zona cuando los ingleses los echaron del Canadá. Luego, durante la Guerra de Secesión fueron dispersados, pero fueron regresando poco a poco, porque son gente eminentemente rural, dedicados a la agricultura y la ganadería, y les habían encantado las tierras de Louisiana. Los cajun son básicamente blancos, paletos, de pueblo, un poco como los red-necks del resto de los USA, pero con una cultura y una gastronomía propia. En Nueva Orleans hay restaurantes cajun donde se come fenomenal.

Pero la cocina más extraordinaria de la ciudad es la criolla, con dos platos estrella: el gumbo y el jambalaya. Ambos son guisos hechos con carne, o pollo o cangrejos del lago (parecidos a los camarones), o todo junto a la vez. Se le añaden muchas hierbas aromáticas, harina, picante, cebolla, ajo y apio bien picados y se cocina bastante tiempo. La diferencia es que el gumbo es más caldoso, es casi una sopa con tropezones abundantes y variados, que se sirve con arroz blanco cocinado aparte y situado a un lado del plato. En cambio el jambalaya es más pastoso y se sirve solo. En las variantes cajun, se solían añadir tortugas y otros animales que tal vez ya estén protegidos. En Madrid hay un restaurante de cocina criolla de Nueva Orleans que se llama el Gumbo y está en la calle del Pez. No es una exquisitez, pero es simpático y sirve unos estupendos tomates verdes fritos. Un buen sitio para llevar a una amiga e impresionarla con una avalancha de erudición, algo que, a veces, ayuda a ligar.

Pero no se puede hablar de Nueva Orleans sin mencionar al Katrina. En agosto de 2005 el huracán de ese nombre destrozó todos los diques de contención que protegían una ciudad cuyo territorio está en su mayor parte por debajo del nivel del mar. El agua del lago anegó la ciudad y la destrucción fue devastadora. Las grandes infraestructuras de agua, electricidad, teléfono, se redujeron a la nada. La ciudad perdió la mitad de su población, huida porque sus casas estaban por debajo del nivel del agua. Luego fueron regresando y estaban volviendo a ser una ciudad próspera, modelo de resiliencia, cuando los alcanzó el virus. Hay muchas películas emblemáticas de Nueva Orleans, como El extraño caso de Benjamin Button o The Big Easy, traducida estúpidamente en España como Querido Detective.

Pero yo quiero recomendarles hoy una serie de TV muy buena. Se llama Tremé, es de los mismos creadores de The Wire y cuenta la historia de la reconstrucción de la ciudad después del Katrina. Es corta (cuatro temporadas) y con la música en el centro de la trama. Arranca la serie en el momento en que se ha de celebrar el primer Mardi Gras, apenas seis meses después de la catástrofe. No hay una convocatoria oficial, pero la gente va saliendo a la calle con sus instrumentos. Tengo un vídeo de esta primera escena, seguida de los créditos de la serie, sobre imágenes de las paredes de las casas después de la inundación. Véanlo, es muy interesante.


La música está en el centro de la cultura de New Orleans. Y sobre todo la música en directo, hasta altas horas de la noche y con alcohol a grifo libre. En este aspecto hay algunos lugares míticos. Por ejemplo, The Stopped Cat, el gato manchado, en pleno centro. Pero sobre todo, dos lugares extraordinarios en las afueras: el Tipitina y el Maple Leaf Club, el club de la hoja de arce, ya saben cómo adoran los yanquis el sirope de arce y otros productos de este árbol único. Los tres clubs reabrieron pronto después del huracán y estaban a tope hasta febrero. Entre los mejores músicos actuales de la ciudad, hay un inglés, personaje habitual de la noche de Nueva Orleans. Se llama Jon Cleary, es un pianista nacido en el condado de Kent, que hace más de veinte años viajó a New Orleans para estudiar la música de blues local, le gustó el rollo general de la ciudad y decidió quedarse para siempre.

Les voy a poner un vídeo de una actuación suya en directo. Es en el Maple Leaf Club, pero la canción que interpreta con su banda es Tipitina, olvidé decirles que el club rival del Maple toma su nombre de este viejo éxito del Professor Longhair. Jon (que no tiene nada que ver con el País Vasco, a pesar de escribir así su nombre) empieza con una explicación de cuáles son los compases básicos del blues, luego cita brevemente a su maestro el Professor y entonces da entrada a su banda que se llama nada menos que The Absolute Monster Gentlemen, es decir, los caballeros absolutamente monstruosos. Todos negros, por supuesto, con un guitarrista obeso al que probablemente han tenido que ayudar a subir al estrado. El tema empieza suave, con el guitarrista luciéndose moderadamente.

Pero a Jon Cleary le gusta dejar mucho espacio de lucimiento a sus músicos monstruosos. Así que da entrada al batería. Les diré que esto no es un solo de batería (que suele ser un coñazo) puesto que aquí, al músico que toma protagonismo, los demás de la banda lo van acompañando con sordina. Después del batería sale a escena Nigel Hall, un teclista que no es de la banda, pero es amigo de Jon. Es el tipo de la camisa azul claro y gorra de béisbol que hasta ese momento ha estado escondido detrás de la inmensa humanidad del guitarrista. Hace su intervención estelar y se pone tan contento que corre a darle unos abrazos de la hostia al batería, mientras pasa a primer plano el bajo. Jon pica a la concurrencia haciéndose cargo de la percusión y entonces alguien del público se anima y sube a tocar la pandereta con maestría absolutamente monstruosa. Y afrontan todos el climax de la canción, en el que Cleary introduce unos toques de calipso para subrayar el punto caribeño. Un comentarista me habló en el último post de que cierto vídeo era el centro de gravedad del texto y yo lo había situado estratégicamente en el centro. Pues esta vez el tema que ocupa merecidamente el baricentro es este de abajo. Súbanle el volumen, que es maravilloso. 


Extraordinarios Jon Cleary and the Absolute Monster Gentlemen. En fin, ya sé que es un post largo, pero es que Nueva Orleans podría dar pie a diez o doce textos como este. Como ya hemos alcanzado el punto culminante del post, les voy a despedir con algo más tranquilo. Jon Cleary ha tenido que abandonar la noche y recluirse en su casa, para protegerse del virus. Al comienzo de las medidas de desescalada, lo primero que hizo fue ir a visitar a su buen amigo Nigel Hall, que tiene un estudio de grabación en su casa. Y decidieron grabar una quarantine song, para publicarla en redes, como están haciendo muchos otros músicos. Lo primero que hicieron fue prepararse un cóctel, tal vez un gimlet o un dry Martini. Se escucha su elaboración y se ve la coctelera al lado del piano.

Entonces acometen una versión deliciosa del Jealous Guy, de John Lennon, la canción que John le escribió a Yoko pidiéndole disculpas: I didn’t mean to hurt you, I’m sorry than I maked you cry, Oh my, I didn’t want to hurt you, I’m just a jealous guy. Nunca quise herirte, perdona si te he hecho llorar, oh no, no quise herirte, sólo soy un chico celoso. Nigel está delante de su teclado, pero decide no tocarlo y dedicarse sólo a cantar, un poco a la manera de Stevie Wonder, incluso moviendo la cabeza de lado a lado como suele hacerlo el gran Stevie. Una improvisación maravillosa. Hoy hemos hablado de música y de una ciudad emblemática. Una forma más de soñar desde nuestro encierro, o de viajar sin salir de la habitación. Espero que les ayude a sobrellevar el domingo. Que lo pasen bien. 


4 comentarios:

  1. Bueno, yo creo que en este post hay dos cumbres, porque el dúo Samantha-Damon Fowler es una maravilla. Me encanta ver los vídeos explicados por usted. Yo me los pongo en el Ipad para poder seguir las explicaciones al mismo tiempo en el ordenador. Y merece la pena. Sin menosprecio de los caballeros absolutamente monstruosos. Gracias por todas las cosas que nos descubre.

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    1. Gracias por los elogios, el truco de verlo a la vez en el Ipad mientras lee mis explicaciones en el ordenador está muy bien.

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  2. Pues por el aspecto del brebaje que ingieren los dos músicos del final, yo creo que no se trata de un gimlet ni de un dry Martini, sino de un Sazerac, el cóctel más genuino de N. Orleans, que se elabora con bourbon, bitter, azúcar, hielo y una cucharadita de absenta, además de una rodaja de limón de adorno. En Madrid no es fácil de encontrar, pero puede que le preparen uno estupendo en Del Diego, en la calle de la Reina.

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    1. Queda consignado el apunte, mil gracias, no conozco el Sazerac, pero me tomaré uno la próxima vez que vaya a Del Diego, un lugar mítico.

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