En esto es en lo que consiste el
mundo en este tiempo maldito del coronavirus. Ya hemos comprobado que lo del
confinamiento y el encierro en casa a cal y canto funciona: los contagios
descendieron. Pero en esa situación la economía se iría a la mierda y todo
nuestro mundo se desmoronaría. Así que hay que ir saliendo poco a poco del
agujero y empezar a hacer como si. Y cruzar los dedos. De momento, la cosa va
bastante mal. En cuanto se han empezado a romper las barreras del miedo, los contagios
han vuelto a remontar. Nos movemos por el filo de una navaja y esto será un
proceso sucesivo de prueba y error, hasta que venzamos al virus. Que, no lo
olvidemos, sigue por ahí esparcido y ya está demostrando que no era estacional,
como algunos optimistas esperábamos. Es gordo, pesadote, le afecta la gravedad,
pero parece que el calor no lo altera demasiado.
Nos viene un verano extraño, al
que seguirá un otoño extraño. Hacemos como si pudiéramos salir a la calle sin
problemas, pero vamos con mascarilla y procuramos no echarnos encima de los
demás transeúntes. Hacemos como si pudiéramos ir a un bar a tomarnos un vermú,
pero evitamos los interiores, saludamos a los camareros amigos con el antebrazo
y nos lavamos enseguida con el gel de hidroalcohol que tienen estratégicamente colocado en una
esquina de la barra. Vale, son incomodidades de una nueva época a las que nos
tendremos que acostumbrar, porque esto va para largo. Lamentarse y amargarse no
sirve de nada, ¡por favor! vivimos como curas, unos curas un poco acojonados, para qué
negarlo, pero no nos podemos quejar. En las zonas de África en donde no tienen
ni agua para lavarse están bastante peor y, si sus cifras de contagios son bajas, es porque
ni siquiera tienen medios para contar los muertos.
Ya saben que no hay mal que por
bien no venga, como dijo Franco cuando se enteró de que habían matado a
Carrero. A lo mejor esto del coronavirus ayuda a que los americanos no reelijan
a Trump. Si no fuera por el virus, tendría la reelección asegurada. En esta
situación, todo es posible. Joe Biden no es demasiado atractivo, pero no es tan
antipático como Hillary. Yo creo que Obama debería bajar a la arena y apoyarle,
que la cosa está reñida y ya está bien de ser tan mandiles, que vale, que es un
señor elegante de Chicago sin una sola mota de polvo en el traje gris, pero
Biden era su vicepresidente y no vendría de más que bajara a Arkansas y a Alabama a
fajarse con los red necks de la zona
y arañar votos para su amigo. Tiempo habrá hasta noviembre para que hablemos de Trump
y comentemos la peripecia preelectoral.
Siempre les hablo de que hay dos
Américas (del Norte, por supuesto), la de los paletos del interior y la más
refinada y urbana de las costas. Es una simplificación, obviamente, pero tengo
claro que USA es una sociedad fraccionada de muchas maneras, además de esa:
ricos/pobres, cultos/incultos, hombres/mujeres. En este blog hemos explorado
últimamente las raíces y la actualidad de la música blues, esa cultura que
surgió de los campos de algodón y está en el origen del rock y del jazz. Hoy
voy a seguir con mi investigación y les voy a mostrar un blues totalmente
rural y paleto, el que representó la All
Night Long Blues Band, o sea, la banda de blues de toda la noche. Van a
entender lo que quiero decirles sólo con ver un vídeo, luego les cuento algo más
sobre ellos.
Habrán visto que el tipo de la
derecha desmiente el bulo de que los hombres no podemos hacer dos cosas a la
vez. Él toca la armónica y baila al mismo tiempo, con un swing imprevisible para
un tipo con esa barriga. Y ahora yo les pregunto: ¿les extrañaría que gente de
este jaez votaran a Trump? No demasiado, supongo. La banda la formaban Sean Bad Apple y Martin Big Boy Grant. Y nunca sabremos si Big Boy habría votado a Trump,
porque resulta que se murió en 2015, dos años después de esta grabación. Tenía
43 años, pero es obvio que no se cuidaba mucho. Bad Apple y Big Boy Grant eran
una pareja muy popular en el medio Oeste, herederos directos de Laurel y Hardy,
y de Abbot y Costello, entre otros. Bad Apple sigue ganándose la vida como
músico, con su nueva banda. Les acompañaba una chica a la batería, probablemente una prima o sobrina de alguno de ellos. Y supongo que se han fijado en el cubo para las tips (propinas) un clásico de los músicos yanquis. Les voy a pedir ahora que vean la versión que hacían
del clásico Rollin’ and tumblin’ (que escuchamos en otro post en las voces de Larkin Poe). Big Boy se supera moviendo el culo. A media canción, Bad Apple le pide a su colega que haga el pollo (rooster). Vean el resultado.
Ya ven, esta banda se colocaba en cualquier sitio, en la puerta de una tienda y Big Boy empezaba a dar vueltas y revueltas. Algo que no podrían hacer ahora. Desconozco cómo están las cosas en
Norteamérica en estos momentos, pero parece que mal. Las cifras de
contagios y muertos en el mundo baten cada día un nuevo record y USA se está
llevando la peor parte, seguida de Brasil. Mi amigo Diego Moreno ha escrito una
carta abierta a sus vecinos del norte en la que les ofrece refugio en Tijuana, la
del corazón sin orillas, puerta de un país caótico, cuyo nombre se escribe con
X y que está lleno de seres humanos y de esperanza. En Estados Unidos supongo que en este momento será imposible hacer como si. Volviendo al tema del título, yo en
este momento estoy estupendamente. Cada día que me toca bajar a correr, miro
luego mi cronómetro y ando rondando los 39 minutos con este calor, tengo la prueba de que todavía no me ha pillado el virus. Y habrá que aprovechar mientras se
pueda.
Hay que ser prudentes, desde luego,
pero a lo que yo no estoy dispuesto es a vivir con miedo. Ya he salido varias
veces a comer a bares de amigos que hacen como si, abriendo y dando comidas.
Mis colegas de carreras Marce y Joanna, cuyas fotos ya he traído al blog con
motivo de alguna carrera popular en estos años, han tenido las santas narices
de abrir un bar en pleno barrio de Retiro. Aprovecho aquí para una cuña
publicitaria: Casa Tomás, en la calle Valderribas 48. Entre semana hay menú del
día y los sábados menú de degustación.
Yo ya he ido tres veces, la última con mi hijo Kike que ha estado en mi casa
una semana y es un gourmet acreditado. Si viven en Madrid y les pilla algún día
cerca del lugar, pueden comer con garantías sanitarias y de calidad. Y de paso
le echan una mano a unos amigos.
Mi hijo ha estado por aquí, como
les digo, y he aprovechado para hacer con él una celebración. Era lo que había
prometido hacer yo solo, en pleno estado de alarma, para el día en que mi amigo
Guille saliera de la UCI. Ya saben que nunca llegó a remontar. Así que no pude
cumplir mi promesa. Y la he organizado ahora, con mi hijo, para celebrar que
estamos vivos. Este lunes entré en la página Web de las Pescaderías Coruñesas e
hice un pedido para el martes. Medio kilo de percebes, cosechados el día
anterior. Costaban 95€, espero que no sea motivo de escándalo para ninguno de
mis lectores, llevo cinco meses sin gastarme un duro y ya me voy mereciendo
darme una pasada como esta. Los portes eran gratis a partir de 100€, así que
añadí al carrito una lata de atún en aceite de primera calidad, para redondear.
Por cierto, los percebes estaban
crudos, naturales. No me digan ahora que no saben cómo prepararlos. A mí me
enseñó mi madre. Resulta que mi padre iba por toda la provincia atendiendo
enfermos de los pueblos, a menudo marineros, que muchas veces no tenían con qué pagarle. Más de una
vez apareció por casa con un saco de percebes (entonces no eran tan caros) y
ese era nuestro primer plato en esos días venturosos. Para mí los percebes son
el summum de la exquisitez, ni el caviar, ni la langosta, ni las ostras.
Cocinarlos es fácil con la receta proverbial gallega: agua hervir-percebes
echar/ agua hervir-percebes sacar. Está claro: ponen al fuego la olla más
grande que tengan, con agua abundante con sal y una hoja de laurel. Cuando hierve
echan los percebes a pataplum y
cuando vuelve a romper a hervir los sacan, los escurren bien y los dejan
enfriar para tomarlos tibios.
El martes, después de teletrabajar
un rato, me encaminé al mercado. Mi amigo Luis el Charcutero, el que corta el
bacalao en Antón Martín, me tenía reservada en la cámara una botella de
albariño Bicos, casi helada, perfecta para la ocasión. De vuelta a mi casa, me crucé con una señora que
llevaba un tendedero plegable recién comprado. Corrí de vuelta para abordarla
y preguntarle dónde lo había comprado (el que tenía en casa es una verdadera
ruina, la señora que viene a limpiar tenía que hacer malabarismos para tender
la ropa). Me indicó unos chinos de la misma calle Atocha. Regenta el establecimiento una mujer
de unos cuarenta, grande y animosa y tan adaptada a España que pronuncia la erre
perfectamente.
Me acompañó a donde estaban los
tendederos; había dos modelos, uno como el mío y otro que parecía mejor y era
más caro. Le pedí consejo. Su respuesta: este, una mierda, en cuanto cuelgues
un vaquero ya se te ha jodido; este otro cojonudo, hazme caso. Así que me
compré el caro. Trajeron los percebes, los cocinamos y preparamos como
complemento una ensalada con el atún de la remesa, tomate y pimientos del
piquillo, aliñada sólo con aceite y sal, ni se les ocurra echarle vinagre. Le
hice una foto al banquete, que pueden ver abajo. Encargué a mi hijo un selfie,
pero parece que se le ha borrado. Los percebes, recién pescados, tenían desde
pegotones de chapapote hasta pequeños mejillones y lapas adheridos. Una
bocanada del sabor del mar, del aroma de las peñas del final de la playa de
Riazor, más allá de La Rotonda, por donde yo exploraba con mis amigos de
pequeño, en busca de cangrejos. El auténtico sabor de la infancia. No me lavé
las manos hasta el día siguiente. Aquí la foto.
Supongo que van entendiendo por qué me siento cojonudamente, que diría la china de la tienda de Atocha. Puedo correr, leer,
ver series, salir de vez en cuando a tomar una cerveza con alguna amiga. Y
encargarme unos percebes recién pescados y comprarle un tendedero a una china
que maneja un castellano maravilloso. ¿Por qué tendría que estar triste? En
realidad, lo único que echo de menos es poder montarme algún viaje de los que
hacía antes, con cualquier pretexto. Por ejemplo, ir a ver a Samantha Fish a
Newcastle en marzo. Ese tipo de cosas las veo todavía improbables. En el mundo
del fútbol, por ejemplo, se han esforzado en hacer como si (jugaran la liga) y
han salido bastante mal, en segunda división la cosa ha acabado como el rosario
de la aurora y empiezan a surgir casos de positivos en algunos equipos. Es un
equilibrio muy tenue el que tenemos que mantener. Con continua prueba y error.
El fraCasado y sus corifeos de El
inMundo acusan ahora a Sánchez de inmovilidad, de no afrontar el problema.
¡Habría que cerrar ahora mismo todos los bares! me gritó un amigo facha por
teléfono hace unos días. ¿Y qué van a hacer los que tengan un bar? –le pregunté.
Pues que se pongan a leer (sic). Manda carallo. Este mismo señor, hace un par de meses
andaba por ahí con la cacerola pidiendo que abrieran los bares y las terrazas y
diciendo que Sánchez estaba aprovechando el tenernos encerrados para establecer un
régimen bolivariano basado en la dictadura del proletariado. Este señor que me
chilla por teléfono demuestra, además de otras cosas, que tiene mucho miedo. Y con miedo no se puede vivir.
Yo estoy encantado, como les
digo, dispuesto a afrontar el mes de agosto en Madrid (algo que me gusta mucho)
y sin miedo. Si hay que encerrarse aun más, nos encerraremos. Yo estoy con los
valientes que abren ahora un bar. O con los que montan un negocio etéreo de
estos que proliferaban por mi barrio antes de la pandemia. En la esquina de
enfrente (donde hubo en su día una sauna de gays histórica), acaban de abrir un
local que se llama The Art of Work. Estaban en obras y esta mañana lo he visto
ya abierto, cuando he salido a dar una vuelta antes de que arreciara el calor.
Le he hecho una foto al letrero que tienen grabado en láser en la puerta de
cristal. Ahí explican lo que hacen. Se lo pongo para que lo lean.
Si han entendido algo,
enhorabuena. Yo no sé cómo esto puede ser un negocio en los tiempos que corren.
Les voy a dejar ya con otra imagen más estimulante. Nosotros estamos confinados
en nuestras ciudades, como las hormigas en los hormigueros. Pero fuera, la vida
sigue. La Tierra no está en peligro. Es el ser humano el que puede desaparecer,
pero la Tierra seguirá y continuará siendo un lugar maravilloso. A muchos
kilómetros de cualquier gran ciudad, entre las provincias de Zaragoza y Teruel,
está la laguna de Gallocanta, la mayor laguna salobre de España. Y les puedo
asegurar que, en cuanto el calor afloje, durante el mes de octubre, las grullas
del norte de Europa llegarán como cada año a hacer estación en la laguna,
camino de sus cuarteles de invernada en el sur peninsular. ¿No es esto
suficiente para ser felices?