Bueno,
aquí estoy de nuevo después de un lapsus inhabitual por lo largo. El blog hay
que reactivarlo, que, si no se le alimenta debidamente, enseguida vanishes into thin air, que dicen los
ingleses y que podemos traducir aproximadamente por se va a la mierda. Dejo constancia de mis disculpas y espero que
sepan comprender mis razones. Cuando uno se embarca en un viaje de grupo, como
el mío a Madagascar, su identidad individual desaparece, se diluye y uno pasa a
formar parte de una identidad colectiva, en la que es difícil abstraerse un
rato para centrarse en tareas como escribir un post, que es algo que requiere
un mínimo de privacidad y tiempo libre. El grupo toma sus decisiones (de forma
democrática o autoritaria) y desarrolla una actividad incansable que abarca
todo el día. Cuando uno llega por la noche a su cuarto de hotel compartido, está
tan agotado que no tiene la energía necesaria para escribir nada. A esto se
suma el hecho incontestable de que en ninguno de nuestros alojamientos había WiFi en los cuartos, sólo un poco en la recepción,
intermitente y de baja calidad.
Tengo
notas tomadas y escenas guardadas en mi memoria para hacerles un relato
detallado del viaje y es lo que me dispongo a hacer. En el título de la serie
le he quitado las vocales al nombre para expresar mi voluntad de resumir y
abreviar, porque si lo cuento todo acabaremos en Navidad. Aunque lo cierto es
que tampoco pasaría nada si de aquí a fin de año me dedico en exclusiva a hablar de Madagascar, que sobre los otros temas de actualidad ya tienen ustedes información de sobra.
Acerca del prusés son conocidas mis
opiniones, la sentencia me parece bien y nos la van a meter hasta en la sopa. El
traslado de los restos de Franco es un ejemplo claro de McGuffin, ese truco tan querido por Alfred Hitchcock, que consiste
en tener al personal entretenido con un asunto que parece crucial, cuando en
realidad es circunstancial, para distraerlo de los asuntos verdaderamente
importantes. Quédense con la idea: en estos momentos Franco es un McGuffin.
En
cuanto al impeachment a Trump, es un
asunto peligroso. Si no triunfa, el presidente saldrá muy reforzado para su
reelección. Nancy Pelosi lo sabe desde siempre; por eso se ha opuesto siempre a
su iniciación. Si ahora ha aceptado es porque parece que hay pruebas
incontestables de que el presidente es un cabrón y un pedorro. Pero en toda la
historia de los USA ningún impeachment
ha triunfado, solamente el de Nixon parecía tan claro que el tipo prefirió
dimitir antes que sufrir la indignidad de que lo echaran formalmente. Y nos
queda hablar del Deportivo, colista de la Segunda División , situación que
no recuerdo en mis casi 69 años de vida. Así que mejor correremos un tupido
velo sobre este asunto lamentable. Les recuerdo también que pasado mañana
jueves, me voy a Innsbruck, con mi compañera M. para el último arreón del
concurso EUROPAN 2019. A la vista de todo esto parece más prudente y práctico que nos centremos en Mdgscr. Mi intención es compaginar una cierta cronología del viaje
con algún tema concreto de interés, que se destacará en el título del post.
Les
cuento por tanto que mi primer día de viaje fue un interminable desplazamiento
iniciado a las 6 de la mañana en Barajas, en donde nos reunimos todo el grupo a
las 4 de la madrugada. Un trayecto breve a París, una escala corta y luego un
largo vuelo de doce horas París-Antananarivo. Bajando del avión,
observamos que algunos pasajeros corrían apresuradamente para ponerse los
primeros en la cola ante las ventanillas de la aduana. En el trámite de entrada
se pierden unas dos horas y pico, que se suman a la paliza anterior. Allí
parados y hacinados con el equipaje de mano bien sujeto, por en medio pasa un
funcionario con una especie de pistola de rayos paralizantes, que apunta a la
cabeza de algunos viajeros y que da bastante miedo. Luego me explicaron que se
trata de un aparatito que mide la fiebre, para detectar pasajeros que vengan
enfermos de malaria, cólera, tifus o fiebre amarilla. A mí me disparó por sorpresa en todo el entrecejo un tipo
con cara de poca-broma-poquita-broma y les juro que me llevé un
buen susto. Debe de ser que me vieron muy blanco y depauperado.
El
trámite es tedioso, y te hace ir pasando por sucesivos mostradores, en donde
hay bastantes funcionarios: uno mira el pasaporte y compara la cara con la del viajero
(yo me tuve que quitar las gafas), otro comprueba el impreso que hay que
rellenar en el vuelo y le pone con mucho cuidado un sello, que repite en el
pasaporte, el siguiente firma ambos sellos, otro les pasa un secante, el
siguiente se queda con el impreso, que sitúa sobre un montoncito de papeles
similares y le entrega el pasaporte a un último sujeto que se lo queda vaya
usted a saber para qué. Luego tienes que esperar a que te llamen por tu nombre y
te lo devuelvan con todos los sellos de entrada. Tras ello todavía hay que
pasar por un puesto de la policía en donde te revisan que esté todo bien. Un
proceso totalmente analógico, como ven, en un país al que la revolución digital
aun tardará en llegar. Una vez dentro del país, se puede pasar a recoger los equipajes
facturados, que algún mozo caritativo ha reservado a un lado para que no estén
dando vueltas y vueltas en la cinta mientras te arreglan los papeles.
Con
los equipajes completos, te asalta un montón de gente que te ofrece taxis,
hoteles, o simplemente cargarte el equipaje a donde sea. Uno del grupo salió a
la calle a buscar al guía que teníamos contratado. Se llamaba Alain y es un merna auténtico, de rasgos malayos, pelo
liso y barba rala de oriental. Es un chaval educado, que habla un español perfecto, que aprendió en la Universidad de Antananarivo, en donde cursó Filología Hispana.
Nos esperaba fuera con un minibús que nos trasladó al hotel, en medio de la noche. Una
vez dejadas las cosas en los cuartos, se lo creerán ustedes o no, pero mis
compañeros y yo preguntamos si podíamos salir a dar una vuelta por la ciudad
(el cansancio es algo que ni se menciona en este grupo). Nos dijo Alain que no
era aconsejable en absoluto, que nos podían asaltar y robar el móvil y todo el
dinero. Esta situación sólo se daba en Antananarivo, el resto del país era más
seguro. Así que nos fuimos a dormir.
El
segundo día amanecimos con el sol a las 5.30 de la mañana y salimos a desayunar
a una amplia terraza sobre la ciudad. De los barrios más próximos subía el
murmullo inconfundible de las ciudades africanas, trufado de gritos y bocinazos, testimonios sonoros del cáos urbano. Inmediatamente nos pusimos en camino en el minibús, en
dirección a Andasibé, en la costa oriental de la isla. La carretera era
bastante aceptable, a pesar de tener baches como pequeñas piscinas. Es una zona
montañosa y de selva, en la que llueve casi siempre. Llegamos a tiempo de dar
una vuelta por el pueblo y ya observamos a la mayoría de la gente caminando
descalza por los charcos y el barro. Nos dijo Alain que lo de ir descalzo es una cuestión cultural, que la gente no es tan mísera como para no poder adquirir unas chanclas. Pero a las 18.00 cayó la noche y hubo que
retirarse al hotel, porque en el pueblo no había luz ni agua. Como ya les he
dicho, nunca en mi vida había estado en un lugar tan pobre.
El
tercer día lo pasamos íntegramente en el lugar, visitando varios parques
nacionales y jardines en los que observar la flora y la fauna locales, para
volver a dormir al mismo hotel, un lugar más o menos correcto, sin medidas
antimosquitos, porque es una zona con unas temperaturas tan bajas que no hay
mosquitos. Entre los parques que visitamos está el llamado Vakuna, en el que
hay animales más o menos acostumbrados a la presencia humana. Además de Alain,
nos acompañaba un guía del parque y un par de ayudantes que saben cómo hacer
venir a los lémures, un animal que sólo existe en Madagascar. Los lémures son
los primates más antiguos del mundo, tan ancestrales que ni siquiera tienen
cara de mono, sino casi de zorro. Viven por los árboles, por donde se
desplazan con agilidad y se alimentan de frutas y verduras. Hay muchas especies
de lémures, desde los más pequeños, como el lémur rata, que sólo se puede
observar por la noche. Había unas
excursiones nocturnas para ir con un guía con linterna, pero no nos apuntamos a
ninguna. En el otro extremo, el indri indri, que pesa unos diez kilos, se alimenta de la hoja del bambú y es difícil
verlo de cerca. Abajo tienen algunas imágenes de lémures, empezando por el
pardo, el más común.
Los
lémures viven unos 20 o 30 años. Su época de apareamiento es variable, pero
abre un período de embarazo de unos tres/cuatro meses. Cuando nacen los
pequeños lémures, se pasan otros tres meses en una bolsa abdominal de la madre,
como los canguros. Es frecuente verles asomados estudiando el exterior. A
continuación se pasan a la espalda de la madre, en donde siguen otros tres
meses más y luego ya empiezan a andar por el suelo y los árboles, pero no abandonan el núcleo
familiar. Los lémures son monógamos y los grupos familiares son de unos diez o
doce individuos. Los hijos están con la familia dos años, hasta que son adultos
para poderse aparear y formar su propia familia. Se comunican entre sí con un
lenguaje que se compone de tres sonidos básicos: contacto, alerta y amor. Los
expertos del parque saben imitarlos perfectamente y así los atraen. Luego les
ofrecen trozos de zanahoria o de mango y se acercan a cogerlo. Hacen un gesto
característico, con una mano fría te sujetan la mano y con la otra cogen el
trozo de fruta. Aquí unas imágenes del sifaka, el lémur más elegante.
Por último,
el miska cat, el lémur gato, el de la cola más vistosa. Vimos muchos de estos
miska cat por todas las zonas boscosas de la isla, que son escasas porque es un
país deforestado en casi un 80%. El miska cat es el que más confraterniza con
los humanos, como verán en las imágenes de abajo. Pero no les gusta que les
acaricien el lomo. Uno al que se lo hice por desconocimiento, me amagó con un
mordisco a la mano, pero sin llegar a apretar, a modo de advertencia, como
acostumbran a hacer los gatos.
Vistas estas fotos, les deseo que sean felices, como aparezco yo en la última imagen. Escribí este texto ayer por la tarde pero quería repasarlo por la mañana y hasta última hora no he encontrado un rato. Hasta pronto.
Vistas estas fotos, les deseo que sean felices, como aparezco yo en la última imagen. Escribí este texto ayer por la tarde pero quería repasarlo por la mañana y hasta última hora no he encontrado un rato. Hasta pronto.
¡Qué tío tan valiente! Con un animalito salvaje dotado de unas garras respetables y le dejas trepar a tu cabeza... Eres un insconsciente, Emilio. Pareces muy contento y el pequeño lémur muy curioso y atrevido. A la hora de hacer amigos por el mundo, no discriminas: gente, bichos, piedras... y hasta cubos de pirita. Yo no quiero hacer viajes tan aventureros, pero me gusta que los hagas tú y los cuentes. Un beso.
ResponderEliminarSon muy tiernos los lémures y muy empáticos. Les gusta la proximidad de la gente, con reservas. La verdad es que no te veo yo por África, valga la redundancia. Besos a porrillo.
EliminarTío, que preciosidad los lemures.
ResponderEliminarSin duda lo son.
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