La que tienen liada en el Reino
Desunido. El otro día en una entrevista en la radio escuché al ministro
Borrell, con su gracejo leridano (es un decir), mostrar su perplejidad sobre lo
que está pasando en Gran Bretaña, con estas palabras: –Si no quieren irse de
Europa sin acuerdo y no quieren este acuerdo y no quieren ningún otro acuerdo y
tampoco quieren repetir el referéndum, entonces ¿qué es lo que quieren los
ingleses? Pues eso mismo digo yo: ¿qué coño querrán? Ahora mismo, ya ni ellos
mismos lo saben, o esa es al menos la impresión que uno saca desde fuera.
Cuanto más nos acercamos a la fecha del 29 de marzo, prevista en el protocolo
del proceso para que Gran Bretaña deje formalmente de ser miembro de la Unión Europea e inicie el llamado período de transición, más tenemos todos la sensación de que los ingleses se han hecho la
picha un lío, dicho esto último sin ánimo de herir la sensibilidad de las mentes,
sin duda bienpensantes, de mis seguidores habituales.
Este proceso está siendo una
muestra de cómo un país se puede meter en un callejón sin salida por una
tontuna y los catalanes harían bien de tomar nota, porque van camino de quedarse atrapados en una ratonera similar. Recapitulemos. A comienzos de 2015, el primer ministro
James Cameron se está preparando para las Elecciones Generales, que tendrán lugar el 7
de mayo de ese año. En Gran Bretaña, las legislaturas duran cinco años y
Cameron lleva gobernando desde 2010 sin mayoría absoluta. En esos años ya ha tentado a la suerte permitiendo y amparando el referéndum de separación de
Escocia. Un órdago que le ha obligado a hacer una campaña institucional fuerte en contra de la secesión, que le ha permitido finalmente ganar el envite (ciertamente, por los pelos). Así que, durante la campaña para la reelección, no se le
ocurre mejor cosa que decir que, si gana, convocará un referéndum para que los
británicos decidan si quieren seguir en Europa o no, rápidamente bautizado como
el Brexit, aunque últimamente está siendo renombrado por mucha gente con el
nombre chusco que sostiene esta señora en una pancarta.
¿Y por qué hace esto este señor?
Pues por un motivo interno de dinámica partidaria. Está harto de gobernar sin
mayoría y tiene dentro de su partido a un sector, el más a la derecha, que está
cada vez más alejado de sus posturas, porque escucha los cantos de sirena eurófobos del
UKIP del nefando Nigel Farage. Vale –les dice a estos–, no os vayáis con ese fascista, que yo os prometo
hacer un referéndum por el Brexit si seguís conmigo. Algo parecido a lo que intenta ahora Pablo Casado: sobreactuar como facha para que la gente no se vaya a Vox. Esta era la excusa, fácil
de criticar ahora, desde la perspectiva del desastre que ha generado. Pero a
esta excusa hay que añadirle algunos matices. El primero, que este señor, a quien en el blog hemos apodado El Camerón
de la Isla, es bastante tonto. Digamos, para entendernos, que es tan tonto como
Zapatero, o como qué-las-das-François Hollande. Menudo trío de lumbreras. Lo que
pasa es que El Camerón ha terminado por ser el más dañino de los tres. Este
tipo de personajes apuestan una vez y ganan. Entonces se creen los más listos y en posesión de una suerte legendaria. Y siguen arriesgando mucho, hasta que se la pegan. Entonces se caen con todo el equipo.
Después de ganar el órdago escocés, Camerón de la Isla pensó que, si se volcaba en una potente campaña
institucional a favor del remain,
lograría mantener a su país en Europa. En donde, todo hay que decirlo, estaban muy cómodos. Porque,
recordemos, Gran Bretaña no estaba en el euro; mantenía la libra esterlina y era
un socio bastante privilegiado y señorito, que se beneficiaba de todas las
ventajas de la Unión y no sufría sus mayores inconvenientes, relacionados todos
con la unión monetaria. Pero Cameron hace esa promesa y a continuación gana las elecciones por
mayoría absoluta. Es decir, en mayo de 2015 es reelegido por otros cinco años. Tal vez en
este punto, podría haber seguido la máxima hispana prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido. Pero
decidió ser honrado, mantuvo su promesa y se la jugó. Y perdió. Por cierto, los
independentistas catalanes le tienen como un ejemplo de demócrata,
en contraposición a Rajoy, que es gallego y no quiso correr los riesgos de un
referéndum a la escocesa.
El 26 de junio de 2016, se
celebra el referéndum y gana (por muy poco) el leave Europe. Cameron, que tenía garantizada una cómoda
mayoría absoluta hasta mayo de 2020, dimite al poco tiempo y es sustituido
automáticamente por la señora May, su férrea e inflexible Ministra del Interior. Ahora mismo, esta señora me está empezando a dar hasta pena, así que dejaré de llamarla La Bruja May de la Torva Mirada. El
señor Camerón se hundió merecidamente en el sumidero del olvido y la señora May
se dispuso a gestionar el desaguisado. Desde entonces todo ha ido mal. Como no podía
ser de otra manera. Porque, al día siguiente de la votación, Farage y otros
reconocen haber mentido en cuanto a la cantidad de dinero que se iba a ahorrar
el Reino-ya-definitivamente-Desunido, al marcharse de Europa. Y luego hemos
sabido que empresas como Cambridge Analytica contribuyeron decisivamente a aumentar
la abstención de votantes potenciales tibios
a favor del remain.
El 29 de marzo de 2017, la señora
May invoca oficialmente el artículo 50 del Tratado de la Unión, lo que pone en
marcha el cronómetro. Tic-tac, tic-tac. El proceso ha de durar dos años justos, que se van a cumplir
dentro de unos días. Poco después de iniciar el camino, la señora May se da
cuenta del berenjenal en el que está metiéndose y concibe una idea que
acabará resultando también nefasta: convoca elecciones anticipadas. Es otra
tontería inmensa, visto ahora a posteriori. Esta señora disfrutaba de mayoría
absoluta heredada de su antecesor. Pero le llegan los cantos de sirena de unos
sondeos que le garantizan una supermayoría aun más amplia. Y se la pega. Pierde un montón de escaños, no
revalida la mayoría absoluta y necesita volver a gobernar en coalición. ¿Con
quién? Pues nada menos que con los unionistas de Irlanda del Norte. Los únicos
que se muestran dispuestos a apoyarla.
Y aquí está ahora mismo el quid
de la cuestión, por encima del chalaneo económico de la negociación. Supongo
que saben que Gran Bretaña no tiene Constitución formal. El país se rige por
una serie de Acuerdos, que son sagrados. Tampoco ignorarán que el gran problema
británico de las últimas décadas estaba en Irlanda del Norte, el llamado
Ulster, en donde conviven (por decir algo) dos comunidades que se odian a
muerte: los católicos partidarios de integrarse en Irlanda y los protestantes
unionistas que quieren seguir en el Reino Unido. Después de más de 30 años de
batalla, de convivir con unas imágenes cotidianas tremendas, con el ejército inglés patrullando las calles de
Belfast, de violencia, bombas y tiroteos, después de 3.600 muertos, se consiguió una paz
precaria, que cristalizó en el llamado Acuerdo del Viernes Santo (1998). Es un acuerdo
frágil, como el de Bosnia; aquí no hay soldados de la ONU para evitar que se
sigan pegando pero, veinte años después, Belfast sigue sembrado de alambradas que mantienen separados entre sí los
barrios hostiles.
Pero es un Acuerdo y esto en Gran Bretaña es sagrado. Y, miren ustedes por dónde, entre sus cláusulas hay una que prescribe que entre una y otra Irlanda, no
habrá nunca jamás una frontera material. Fue una de las condiciones por las que el IRA consintió en dejar las armas. Si Gran Bretaña sale de la UE, mientras
Irlanda se queda, ya me dirán ustedes cómo se hace eso sin una frontera. En
tiempos de globalización y con las identidades nacionales en franco declive, mi
impresión es que el Ulster es ahora mismo un grano en el culo para los
británicos; que si se organizara un referéndum al respecto, la mayoría de los
votantes sería partidaria de soltarlo y que se uniera a Irlanda. Pero la señora
May no puede ni plantearse esto, por cuanto su precario gobierno está sostenido precisamente por los unionistas. O sea, que ahora mismo la cosa no tiene arreglo.
Como en otros asuntos, yo creo
que los únicos que lo pueden solucionar son los mismos que han creado el problema, volviendo hacia atrás como Pulgarcito en el cuento. Es decir: repetir el referéndum
y que lo pierdan. Y se queden en Europa, como dicta el sentido común. De la
misma forma, el conflicto catalán no se va a arreglar hasta que en unas
elecciones pierdan los independentistas. Esto es todavía más difícil, porque
hay dos millones de señores a los que les gustan Torra y Puigdemont, que ya hay que tener mal gusto. Dos millones que van a seguir con las orejeras puestas, para no ver lo que hay a los lados, justo lo que no quieren ver. Ya saben
que sarna con gusto no pica. Como este post está algo sosete, voy a cerrarlo
con un poco de música. El otro día les puse la versión del Stand by Me, que
hacían tres músicos de formación clásica. El de la hermosa y sentida voz se llama Charles
Yang, es de origen chino y es todo un virtuoso del violín. He encontrado un
vídeo en el que confronta su virtuosismo con un colega, este de origen japonés,
Jake Shimabukuro, que es un virguero del ukelele. Sobre la melodía del While my guitar gently weeps de George
Harrison, organizan un combate musical maravilloso. Disfruten de él y pasen un
buen finde.
Cameron de la Isla es buenisimo. Jajaja.
ResponderEliminarEse señor se estudiará en los futuros tratados históricos como prototipo del tonto.
EliminarTiene usted puntería: publicó esto el viernes al mediodía y desde entonces la cosa se ha precipitado. Un millón de manifestantes en Londres pidiendo un segundo referéndum. Y la señora May apartada de la línea de decisión.
ResponderEliminarY lo acojonante es que ninguna de las opciones que se barajan en el Parlamento tiene en cuenta lo que pidió a gritos ese millón de manifestantes: un segundo referéndum. Es curiosa la idiosincrasia de los pueblos. Si esto sucede en Francia, se arma una revolución, salen los gilets jaunes y arrancan todos los adoquines de las calles para tirárselos a los parlamentarios.
EliminarEn la Gran Bretaña, uno puede imaginarse al parlamentario tipo, fumando en pipa y tomándose un té mientras contempla desde detrás de la cortina la manifestación, comentando "interesante, sencillamente interesante".