Si repasan ustedes el post #254
“Políticas de movilidad/movilidad de las políticas”, que pueden buscar entre los de mayo de 2014, aquí a la derecha, encontrarán la documentada
historia del problema del tráfico en nuestras ciudades, desde la tranquila
convivencia de los peatones con los primeros medios mecanizados de transporte a
principios del siglo XX, pasando por la explosión del automóvil privado,
símbolo de modernidad que transforma el paisaje de nuestras ciudades tras la Segunda Guerra
Mundial, y cómo a mediados de los setenta se invierte la valoración hasta
el extremo de que, en el momento actual, muchos consideran al automóvil como el
origen de todos los males urbanos.
La cuestión no es para nada baladí.
El automóvil ha devenido en elemento hipertrofiado, convirtiéndose en una
especie de agente patógeno que colapsa y congestiona las ciudades impidiendo la
vida urbana según los parámetros con que fueron diseñadas. Me viene a la
memoria una cosa que decía mi padre, con ese humor ácido que todos sus hijos hemos heredado.
Mi padre murió en 1990, tras cuatro años de enfermedad en los que apenas salió
a la calle. O sea que la frase es, como muy tarde, de los primeros ochenta. Lo
que decía mi padre es: “El siguiente hito del llamado progreso de la humanidad será la desaparición del peatón. Yo no lo
veré, pero vosotros sí. Un día se prohibirá caminar por la calle y os acordaréis
de lo que digo”.
Mi padre era un adelantado a su
tiempo. Antes que nadie sentía y sufría la hipertrofia del automóvil y la
denunciaba con esa profecía delirante que, por fortuna, no se cumplió. Hoy en día,
las ciudades del mundo desarrollado, han diseñado estrategias para disminuir la
presión del automóvil privado, con diferente fortuna, porque, de tanto en
tanto, recibimos noticias de que la contaminación se ha vuelto a disparar en
París o en Londres. Y, como ya se ha comentado en este blog, el único agente
que contamina ahora nuestras ciudades es el coche, una vez que la industria
pesada ha desaparecido de los entornos urbanos de occidente, lo mismo que las
antiguas calderas de carbón.
El automóvil moderno emite tres
contaminantes que ponen en riesgo directamente la salud de los urbanitas: el
NO2, el CO (monóxido de carbono) y muy en especial las partículas en suspensión.
También se produce CO2 (dióxido de carbono), un compuesto que no afecta
directamente a la salud humana y se absorbe en gran medida por las plantas,
aunque hay que recordar que es uno de los primeros responsables del
calentamiento global, junto con el metano que producen los pedos de las vacas (y los de ciertos
humanos, como algunos que yo conozco). Entre las peligrosas partículas que emiten
los coches (sobre todo los diesel), destacan los nanotubos de carbono. ¿Y qué
son los nanotubos?, se preguntarán ustedes. Pues la respuesta es fácil: tubos
de tamaño nano, es decir, de dimensión igual a diez elevado a menos nueve
metros. Los motores diesel emiten nanotubos de carbono por un tubo, nunca mejor dicho, que los sufridos peatones
respiramos sin enterarnos, hasta que te hacen una radiografía y tienes los
pulmones negros. Los motores diesel desaparecerán en pocos años.
Para luchar contra esto están las
llamadas políticas de movilidad y la ciudad de Friburgo, adonde viajé hace poco como saben, presume de tener una
de las más avanzadas, hasta tal punto que se ha llegado a generar un turismo eco-chachi, consistente en
visitarles para que te la expliquen. Les cuento algunas de las cosas que pude
observar. Para empezar, como toda ciudad que disponga de una política de
movilidad digna de ser llamada así, Friburgo cuenta con un sistema de información
digitalizada, que permite saber en tiempo real todo lo que sucede en el tema
del tráfico, cuánta gente se desplaza andando, en bicicleta, en coche o en
transporte público, de dónde a dónde van y a qué horas, cuándo se generan atascos o cuáles son las horas punta. A partir de ese
conocimiento detallado y fiel, han establecido un objetivo: disminuir el porcentaje
de personas que viajan en coche particular. Este porcentaje era del 29% en
1982 y ahora anda en torno al 20%.
¿Cómo se consigue eso? Pues
integrando la política de movilidad con el urbanismo y las demás regulaciones
sectoriales, como la del sector comercial. La estrategia ha de ser integral para
que funcione. En Friburgo, por ejemplo, los usos comerciales están divididos en
dos largas listas, exhaustivas, como todo lo que hacen los alemanes. En la lista
de productos que han de ofertarse en comercios de proximidad, o sea, en bajos
comerciales de edificios residenciales de los barrios centrales, está la alimentación al por
menor, el vestido, el calzado, los libros, los juguetes, las medicinas, los pequeños
electrodomésticos. En la lista de productos que han de venderse en centros
comerciales del extrarradio, están cosas como automóviles, muebles, alfombras,
maquinaria de jardín o grandes electrodomésticos. Esta regulación se lleva a
rajatabla, y hace que la gente se abastezca de los productos de la primera lista (la compra de diario) mediante recorridos a pie o en bici.
Por otro lado, el automóvil
privado no se demoniza, sino que se ofrecen a los ciudadanos otras alternativas
que les resulten cómodas, de forma que los hábitos se vayan volviendo más
saludables de forma gradual y sostenida. En estos temas, una estrategia muy
radical puede causar efectos contrarios a los que se buscan: que la gente se
cabree y se rebote contra los políticos que han permitido tales estrategias. En
torno al centro consolidado de Friburgo hay numerosos aparcamientos de automóviles
y bicicletas. La gente del extrarradio que llega allí en coche, lo puede aparcar y
tomar una bici suya que tenga aparcada en el lugar, o una del servicio
municipal, para moverse por la ciudad. A veces estos parkings están en edificios en
altura.
En la ciudad consolidada se han
seleccionado unas vías principales (como si dijéramos, la calle Alcalá o la
Gran Via ). Estas arterias cuentan con aceras
amplias, un carril bici bien diferenciado, y unas calzadas con velocidad máxima
de 50 Kms/hora en donde convive el coche con los autobuses y tranvías. Es
suficiente una anchura de 22
metros para establecer una de estas vías principales. El
resto del callejero de la ciudad está limitado a una velocidad de 30 Kms/hora,
y en él conviven coches, bicicletas y peatones, sin que haya diferenciación de
aceras, ni bolardos. Lo que no se puede hacer en estas calles es aparcar. Si
alguien tiene que entrar con su coche para una gestión rápida, nadie le impide
hacerlo y ha de buscarse la vida a treinta por hora, entre peatones y bicis. La carga y descarga de
mercancías tiene unas horas determinadas. Y, por supuesto, el peatón tiene
preferencia en todas las situaciones.
A velocidad de 30 por hora, los
atropellos se reducen al mínimo y la mortalidad de los pocos casos que se
producen es del 5%. Y lo más importante: un coche a 30 por hora no da miedo; la
sensación para ciclistas y peatones es de seguridad absoluta, aunque tenga que
entrar un coche y moverse entre ellos. Y en las vías rápidas las circulaciones
están debidamente segregadas. Querido lector, ya sé algunas de las objeciones
que me van a poner a este sistema. UNO. En Alemania estas cosas funcionan
porque los alemanes cumplen la ley y con nosotros eso no vale porque somos unos jodidos sinvergüenzas latinos.
Pues no es por presumir pero, cuando yo era pequeño, en la calle Real, en La Coruña , las cosas
funcionaban así. Era una vía peatonal, pero nadie impedía que entrara una
bicicleta o un coche a hacer un recado, por supuesto despacito, y había unas
horas para la carga y descarga. No había aceras a distinto nivel, ni bolardos u
obstáculos de ningún tipo. Las normas, cuando son lógicas y útiles tienden poco
a poco a ser cumplidas por todo el mundo. En Alemania y en Cincinnati.
DOS. Esas cosas pueden funcionar
en ciudades pequeñas, como La Coruña o Friburgo, de tamaño muy similar. Pero no
en Madrid y en las grandes urbes, con el tráfico que generan. A esto les
respondo con un link. Pinchen AQUÍ
y podrán comprobar que en la mismísima París están en estos momentos estudiando
la implantación de un régimen de tráfico calcado del de Friburgo.
El futuro es hoy. Sólo hay que
mirar alrededor. Mañana les cuento más cosas de cómo han organizado la movilidad en esta bonita ciudad
de la región de Baden.
Magníficas sus explicaciones. Son de agradecer especialmente algunos detalles, como el de los nanotubos; es la primera vez que oigo hablar de ellos. Sólo por precisar: a 30 por hora, los coches dan menos miedo, como usted dice, pero es que además contaminan menos. Un matiz muy importante, que tal vez se le haya pasado. Los que más contaminan las ciudades son los macarras que van dando acelerones todo el rato.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus elogios, y también por el matiz que, efectivamente, me había olvidado de destacar.
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