martes, 15 de agosto de 2017

661. De workshopper a viajero solitario

Aquí me tienen refugiado en mi casa en pleno ferragosto, leyendo tranquilo con el aire acondicionado a intensidad baja, a la espera del siguiente alivio térmico, como el que disfrutamos la semana pasada. He de decir que ayer acudí a la oficina porque tenía determinadas responsabilidades que me impidieron tomarme el puente. Vuelvo a estar más implicado en el trabajo, tema del que se hablará cuando corresponda. Porque ahora debo seguir el relato de mi reciente aventura americana.

El día 28 de julio nos volvimos a ver esporádicamente todos los compañeros del workshop, a punto de esparcirnos otra vez por el mundo. La mayoría regresaban a sus ciudades, Tad el bostoniano se quedaba unos días más en Portland con Radcliffe, lo mismo que Liana Valicelli. Tantri aprovecharía su escala en San Francisco para dormir allí una noche y ver la ciudad. Y yo tenía un vuelo a Vancouver a las 3 de la tarde, que había reservado por Internet desde Madrid. Tenía también tres noches de hotel en dicha ciudad canadiense, otras tres en Seattle y una última en Portland de regreso. Además había sacado un billete para el tren Seattle-Portland, pero no tenía atado el trayecto Vancouver-Seattle, sin que hubiera para ello ninguna razón especial, simplemente era un cabo suelto a resolver sobre la marcha.

Desayuné con Thabang y con Antonio Carlos Velloso y me quedé un rato zascandileando por el lobby, por donde iban desfilando sucesivamente mis compañeros acarreando maletas, para los últimos abrazos y besos. Luego reservé un taxi, subí a hacer las maletas, bajé de nuevo para hacer el check-out y me salí a dar una última vuelta por Portland. Volví a tomar la orilla del río hasta llegar al llamado Steel bridge, el puente de acero, una vieja estructura del ferrocarril en cuyo lateral han habilitado un amplio andén peatonal y ciclista, que cierra el circuito con el Hawthorne bridge. Hacía un día espléndido y abajo tienen un par de imágenes del Steel bridge y una del downtown de Portland desde el otro lado del río Willamette, por cuya orilla izquierda regresé hacia el sur. 





















Crucé de vuelta por el Hawthorne bridge y, ya en la orilla derecha, me senté en la terraza del River Café y me obsequié con un bol de ensalada de quinoa, con la correspondiente pinta de IPA beer. El río Willamette es un afluente del Columbia, uno de los grandes ríos americanos que vierten sus aguas al Pacífico. Portland está construida en el punto donde ambos ríos se juntan y por eso el Willamette es tan ancho en esta zona. El Columbia define el borde norte de Portland y también el límite del estado de Oregon. La orilla norte del Columbia ya es Washington, y el núcleo urbano gemelo de Portland se llama Vancouver (Washington). Parece que los pioneros eran un poco repetitivos aquí con los nombres, porque la ciudad adonde estaba a punto de volar se llama también Vancouver y es la capital de la Columbia británica, uno de los estados que se unieron para formar el Canadá.

El taxi de la compañía Black and White Cabs me esperaba en la puerta del Hyatt y me llevó al aeropuerto en un periquete, hasta el punto de que le felicité al taxista por su forma de conducir, rápida, precisa y educada. El aeropuerto de Portland es bastante pequeño, así que en unos minutos estaba en la puerta de embarque con la seguridad pasada y mi maleta facturada. Para encontrarme que el avión a Vancouver tenía un retraso de al menos una hora. Me senté por allí, saqué mi ordenador y empecé a escribir un post que luego terminaría en el hotel. Pasada la hora prometida allí seguíamos sin noticias. Una chica a mi lado se estaba poniendo nerviosa, así que fui a preguntar al mostrador. Me dijeron que el avión ya estaba en tierra. Trasladé la información a mi compañera, que insistía: –Yo no veo ningún avión. Mirando por el ventanal, al fin lo vimos venir por la pista. Era un avión muy pequeño, parecía de juguete. Un bimotor con dos hélices, como los viejos Focker que hacían el trayecto Madrid-La Coruña. Tan pequeño era que no se podía utilizar el finger de acceso, pensado para aparatos mayores, como pueden ver en las fotos.



Como ven, tuvimos que bajar a la pista desde el final del finger por una escalerita, para subir al aparato. Este tipo de aviones, que también he utilizado entre las islas Canarias, entre las islas griegas, entre Riga, Tallin y Vilnius y también en Birmania, entre Yangón y Heho, son los más seguros que hay, una vez superada la aprensión de subirse en un artefacto que se parece bastante a una libélula y que mete un ruido endiablado. En este caso se trataba de un bombardier de la Air Canada. En apenas una hora estábamos en Vancouver. Allí una frontera más, entrega del formulario relleno en vuelo, cola frente a la policía de aduanas y otro taxi a la puerta, para llevarme al Executive Vintage Park Hotel de Vancouver. Esta vez me tocó el típico taxista hermético, magro, nariz importante y gorra de visera, que no decía ni buenas y tenía un aire al actor Harry Dean Stanton. Sólo le faltaba un palillo entre los dientes.

El hotel era un tres estrellas con pretensiones, algo necesitado de un repaso de mantenimiento, y con algunos detalles kitch sorprendentes, como una bañera en medio de la habitación. A falta de entretenimientos más reales, uno podía imaginar a Marilyn envuelta en un baño de espuma. Lo había pillado en una oferta de booking.com y la verdad es que no era caro. La habitación estaba en la octava planta y tenía un amplio ventanal a la bahía de Vancouver. Coloqué mis cosas mínimamente, descansé un rato corto y salí a caminar. Tenía un post a medio escribir, pero salir a la ciudad era prioritario. En el aeropuerto había decidido no cambiar dinero, porque el único banco tenía una cola mediana. El downtown de Vancouver tiene la misma estructura de cuadrícula amplia del centro de cualquier ciudad americana. Tomé la calle Howe hacia el norte y empecé a captar el ambiente.

Vancouver es como una ciudad americana más. Pero, si en Portland no se ven muchas banderas con las barras y las estrellas, aquí la bandera de la hoja de arce está por todas partes. Los rascacielos son muy altos en el centro y las aceras amplias, con un punto neoyorkino. A medida que me movía hacia el norte, la calle estaba cada vez más concurrida. Me llamó la atención la cantidad de gentes de rasgos asiáticos, pero plenamente integrados. A la puerta de las discotecas las colas eran mixtas y las chicas asiáticas llevaban las mismas faldas discretas, las mismas rebecas que las blancas. Luego supe que estos asiáticos son ya de segunda generación, canadienses en toda regla. Provienen sobre todo de la zona de Hong Kong y están perfectamente adaptados, hasta el punto de que hay muchas familias cruzadas. A la ciudad se la llama humorísticamente Hongcouver. AQUÍ pueden leer una información al respecto en un digital canadiense en español.

Las calles en dirección norte acaban todas contra la Waterfront Station, la antigua estación del ferrocarril, ahora de uso exclusivo para cercanías. Tras ella el puerto y, al otro lado del golfo, la zona norte de la ciudad a la que se cruza en ferry. A la puerta de la estación doblé a la derecha para dirigirme al Gastown, el antiguo barrio portuario y comercial donde está ahora toda la marcha. Tomé la calle Water y me interné en el barrio. En una esquina, me di de bruces con el reloj de vapor del Gastown. No sabía de su existencia, parece que es uno de los pocos que quedan en el mundo, y la verdad es que es algo muy curioso. Aquí tienen un video para que vean como da las horas.


Anochecía despacio sobre el animado barrio, lleno de actividad urbana al comienzo del Friday night. Empecé a buscar un restaurante, pero todos tenían largas colas en la calle. Empezaba a desesperar cuando, de pronto, en una calle lateral divisé un lugar donde no había cola y del que brotaban alegres sones de rock and roll. Había dos tipos de negro en la puerta. Les pregunté si podía pasar y me dijeron que por supuesto, que adentro puede que hubiera sitio y puede que no, en cuyo caso me tocaría esperar un poco. Pero que tuviera paciencia: había mucho turnover. Me interne en el lugar, que era muy amplio y se llamaba el Blarney Stone, Irish Tavern. En un estrado estaba tocando un grupo en directo, que hacía versiones. Entre ellos y la entrada había una barra de madera, que formaba un cuadrilátero en cuyo interior había dos camareros. El resto estaba lleno de mesas de madera todas ocupadas y también había gente de pie siguiendo la actuación.

Encontré una silla libre en una esquina de la barra, medio de lado respecto a los músicos. Le pedí a uno de los camareros una pinta de IPA beer y la carta para ir eligiendo tranquilamente un plato. Se tomó su tiempo para servir la pinta según los cánones. Después le pedí un plato de salmón con verduritas e inmediatamente me puso un mantelito individual en la misma barra y unos cubiertos envueltos en una servilleta negra de papel. El grupo atacaba ahora el Basket Case de Green Day, y aquí les pongo, para ambientarles, el vídeo oficial de este temazo, en el que los músicos fingían ser pacientes de una especie de frenopático. Por cierto que, años después de esta grabación, el cantante del grupo tuvo que ser internado de verdad en un psiquiátrico, pero creo que ahora está bastante bien.


No les extrañará saber que, con semejante música, además muy bien versioneada, me pusiera muy contento, hiciera coros y lanzara algún que otro hurra al final. A mi derecha, en ángulo, me observaba divertido un tipo de aspecto campesino. Era grandote, fuerte, rubiales y se estaba calzando una cerveza como la mía. Le acompañaba una mujer también de buen volumen, que bebía coca cola. Me preguntaron de dónde era y se lo dije. Ellos eran del interior y les extrañó que hubiera por allí un tipo solo, con un bigote blanco, venido desde tan lejos y disfrutando de la cerveza y de la música. Les conté que había venido a un workshop en Portland, porque trabajaba para la administración en Madrid. El tipo me dijo que él también trabajaba para el Estado. Era guardabosques.

Lo que le resultaba más sorprendente es que me gustara la música de su tierra. Me preguntó qué grupos eran mis preferidos, y le dije en primer lugar Creedence Clearwater Revival. No salía de su asombro. Le hablé también de Dylan, de Springsteen, de Neil Young. No eran otras sus preferencias, aunque me citó unos cuantos músicos de country y ahí no le pude seguir. Me contó que era de Iowa y estaba en viaje de novios. Se acababan de casar y me enseñó el anillo. Estaban viajando en tren y habían llegado ese mismo día desde Seattle. Era la primera vez que salían de los Estados Unidos. Les dije que en unos días yo debía irme a Seattle, pero que aun no sabía por qué medio. Ellos me recomendaban el tren. Los asientos eran muy cómodos y el recorrido muy bonito. Su plan era coronar su luna de miel viajando en avión a Minneapolis, para volver desde allí a su casa. Hum –comenté– la tierra de Prince. –¡Por Dios! Querrá usted decir la tierra de Bob Dylan... Tenía toda la razón. Se llamaba Mike y su mujer Emily, así que no tuvimos más remedio que hacernos un selfie en el lugar, una imagen para la posteridad. Les dejo con él. El rock es una cultura universal, pero aquí en Norteamérica es donde nació. Sean buenos. 



sábado, 12 de agosto de 2017

660. El cambio climático y otras amenazas

Hacemos hoy un inciso en el relato de mis peripecias por la Costa Oeste, para puntualizar algunas cosas sobre este trascendental asunto. La gente de a pie tiende a creerse todo lo que le llega por los media y formarse una opinión sin contrastarla demasiado, para luego hacer ostentación de ella y descalificar a los discrepantes. Les pongo un ejemplo. Mi amiga S. que es bastante bruta, opina lo siguiente: –El cambio climático, osá, es que es un hecho que no admite matices, tío. Lo que pasa es que luego están los que lo niegan, como el señor Trump. ¿Por qué? Porque son tontos, o porque están conectados con la industria del petróleo ¿sabloquetequierocir? En fin, frente a semejante nivel de análisis de la situación, poco se puede argumentar. Además, la susodicha pone una cara de asco al hacer su proclama, que te quita las ganas de explicárselo. Ya saben que a mí me gusta entrar a los temas sin prejuicios, informarme bien y, además, en este caso he contrastado la información con mi hijo Lucas, que es químico, está trabajando en investigación de primera línea en la Universidad de Lille (Francia) y ha pasado estos días por mi casa como parte de sus vacaciones. Así que les desgranaré mis apreciaciones en forma de cuestionario.

1.- ¿Está cambiando el clima? Respuesta: Rotundamente sí. Sin dudarlo. Y, lo que es más importante: NADIE LO NIEGA. Ni el señor Trump, ni el taxista que llevó a mis compañeras de workshop a la última cena del sarao. Es un hecho que cada vez hace más calor, que en los veranos nos cocemos, que los inviernos vienen siendo cada vez más suaves. No hace falta leerlo en la prensa, todos lo estamos notando. En este blog se han comentado varias historietas que apoyan esta evidencia como la de la estación de esquí de La Pinilla, que hubo de reconvertirse en estación de veraneo por falta de nieve, mientras que algunas antes poco usadas por inaccesibles, como Boi-Tahüll, ahora son las más rentables. En Madrid antes nevaba con regularidad cada invierno; ahora es muy infrecuente. El Manzanares era un río que se desbordaba a menudo por el deshielo, cosa que ya no pasa. También se ha contado aquí que, entre mis equipaciones de corredor, la que corresponde al clima más riguroso hace años que no la uso. Y otras muchas cuestiones anecdóticas de las que ahora no me acuerdo. Las series históricas de temperaturas medias apoyan la evidencia: la Tierra se está calentando.

Conviene dejar este primer punto muy claro, porque estamos en un mundo en que, a fuerza de repetir mil veces una falsedad (como lo blanco es negro), la gente acaba por creérsela. Es lo que se ha dado en denominar con el desafortunado vocablo de posverdad, un concepto que haría las delicias de Goebbels. Yo creo que el copyright de la posverdad habría que dárselo a los catalonios, esa tribu que ha surgido en Cataluña al amparo de una posverdad de libro: nosotros no somos españoles. Igual sucede con los transexuales. Se construyen una historia sobre la idea yo no soy un hombre o yo no soy una mujer. Bien, pues en este mundo confuso y atribulado, no hay duda de que la temperatura del planeta está subiendo y que el clima está cambiando.

2.- ¿Por qué está cambiando el clima? Aquí es donde surge la controversia. Podemos afirmar que el 90% de la comunidad científica está convencida de que este calentamiento global tiene que ver con la actividad humana. Y, en primer lugar, con la emisión de CO2 a la atmósfera por la industria, los aviones, los automóviles o las calderas de carbón. Sin embargo, no hay una evidencia científica que relacione el calentamiento global con la emisión de CO2 y esto es lo que proclaman los negacionistas: que sin una evidencia científica contrastada, todo esto puede ser un bluff diseñado para alarmarnos y forzarnos a conductas más sostenibles, dictadas por los intereses del lobby económico del medio ambiente. Yo, particularmente, creo que la mayoría de la comunidad científica está en lo cierto, pero de ninguna manera se me ocurriría decir que los negacionistas son tontos o son unos simples pringados del negocio del petróleo.

¿Y cuáles son las causas alternativas que estos negacionistas esgrimen para pensar que el hombre y sus industrias no tienen nada que ver en el desaguisado? Pues en primer lugar el hecho innegable de que en la atmósfera siempre ha habido CO2, un gas que se recicla, que las plantas y los árboles necesitan para su fotosíntesis y que forma parte de nuestro entorno tanto como el oxígeno que respiramos. De hecho, respirar CO2 no es directamente malo para la salud. Por otro lado, la emisión de CO2 a la atmósfera no proviene sólo de las industrias y los coches. Un porcentaje notable procede de los pedos de las vacas y demás rumiantes (y de los humanos, desde luego). Hasta los científicos de la corriente mayoritaria admiten que en torno a un 25% del CO2 que llega a la atmósfera es de procedencia pedorra.

Pero hay otro elemento fundamental en su tesis: el carácter cíclico de los calentamientos y enfriamientos de la Tierra. A este respecto, he de referirme a dos hechos históricos poco conocidos: el llamado Óptimo Climático Medieval y la posterior Pequeña Edad del Hielo. Creo que el mejor texto al respecto, aunque esté mal que lo diga, es un post de mi blog de hace más de tres años, cuya lectura no tengo más remedio que recomendarles encarecidamente: el Post #270. El carácter cíclico y pendular del clima terrestre es también un hecho innegable.

Así que tal vez haya que atribuir el calentamiento que sufrimos a una combinación de todos estos factores: clima pendular, pedos y actividad industrial desmesurada. ¿En qué porcentaje? Esa es la cuestión central de la controversia. He de añadir que, aunque no considero tontos a la minoría científica que sostiene las tesis negacionistas, sí que tengo que decir que este tipo de teorías prenden en personas de mentalidad conspiranoica, predispuestas a tragarse las interpretaciones más peregrinas. Los que sostienen que esto del cambio climático es un bluff suelen ser los mismos que están convencidos de que el rey Juan Carlos era el impulsor del 23-F, de que las imágenes del hombre en la luna fueron filmadas en un estudio de Hollywood, o de que los americanos se derribaron ellos mismos las Torres Gemelas para provocar la guerra de Afganistán y vender su armamento. Digo esto con todo el respeto a algunas personas muy queridas que llegaron a creerse tales historias y se ponían muy nerviosas cuando tratabas de convencerlas de lo contrario.

3.- ¿Está creciendo la emisión de CO2? Sí, las series históricas de datos elaboradas sobre mediciones reales son muy claras a este respecto. La cuestión es si esto es malo para la Humanidad o no. Para los que creen que este hecho está detrás del aumento constante de la temperatura de la Tierra, no hay duda de que es malo. Pero luego está la minoría y esto nos lleva a la pregunta siguiente.

4.- ¿Este aumento es malo para el hombre? Pues también sí, independientemente de que esté más o menos relacionado con el calentamiento global. Porque el aumento de CO2 tiene un segundo efecto mucho más pernicioso del que apenas se habla: la acidificación de los océanos. Resulta que las plantas y árboles no son los únicos organismos que reciclan el CO2. Resulta que los océanos captan una gran cantidad de CO2 y tienen miríadas de microorganismos que lo procesan y lo digieren. Vamos, que si no fuera por los océanos, nuestro mundo ya se habría ido al garete por atufe de CO2. Y si las emisiones aumentan desmesuradamente, el océano no da abasto, la lluvia de CO2 que recibe no se recicla en su totalidad y eso puede hacer que disminuya su pH de forma muy peligrosa para la mayoría de las especies marinas. Según los investigadores, el pH de los océanos en la era preindustrial era de 8,18, el actual es de 8,10 y, si no frenamos las emisiones de CO2, en 2050 será de 7,95. Vamos que, o hacemos algo, o nos quedamos sin percebes, mejillones ni gambas. Es una cuestión de proporciones y de equilibrio global. Mi hijo me pone el ejemplo de un café: si tú lo sigues cargando por encima de lo normal, hay un momento en que se convierte en incomible y asqueroso.

5.- ¿Qué hacer ante el cambio climático? Dos cosas: una, intentar mitigarlo o retrasarlo y otra, adaptarnos a la nueva temperatura del planeta.  De estas dos líneas se nutre la actividad de la red C40 y por tanto mi workshop de estos días. Para lo primero, hay que disminuir la emisión de CO2, si damos por hecho que es el factor principal. Reconvertir nuestra industria hacia fuentes limpias, no derivadas de la combustión de petróleo y otros combustibles fósiles. También reconvertirnos a una dieta más vegetariana, para reducir las explotaciones ganaderas extensivas y disminuir los pedos de los pobres animales. Hombre, un chuletón es algo muy apetitoso, pero tampoco hace falta comerse uno todos los días. En cuanto a la adaptación, pues debemos conseguir que nuestras ciudades sean resistentes al calor, que nuestras plazas y espacios públicos tengan mucha presencia verde y zonas sombreadas. El urbanismo tiene muchas y variadas soluciones para este tipo de fenómenos.

6.- ¿Qué relación tiene todo esto con el automóvil y el aire que respiramos en las ciudades? No demasiada. Son fenómenos paralelos. Lo cierto es que la Humanidad vive cada vez más en medios urbanos; dentro de poco el 70% de los humanos viviremos en ciudades. Y, con perdón, estamos respirando mierda. En Madrid, por ejemplo, ya no hay industria y apenas quedan calderas de carbón. Pero los índices de contaminación atmosférica en el centro son altísimos, hasta el punto de que ya ha saltado varias veces el protocolo que obliga a reducir el tráfico. La combustión de los motores de los automóviles echa a la atmósfera una serie de elementos contaminantes (CO2, CO, NO2 y partículas en suspensión) que conviene analizar por separado.

El CO2 no es directamente perjudicial para la salud, como se ha dicho, y no pasa nada por respirarlo. Sus efectos más dañinos son la acidificación del océano y, en su caso, la incidencia en el calentamiento global. Además, la participación de los automóviles en las emisiones globales de CO2 no es demasiado relevante (piensen en los aviones o en las grandes industrias). Por su parte, el CO, el famoso monóxido, tampoco es directamente dañino para la salud. El problema es que el organismo no lo diferencia del oxígeno, lo absorbe con la misma alegría y, si hay demasiado en la atmósfera, eso puede tener consecuencias perniciosas para las personas a medio plazo. El que es malo-malísimo-de-la-muerte, y afecta directamente a nuestra salud, es el NO2. Este es un auténtico veneno. Por fortuna, hay que decir que los automóviles que se vienen fabricando en los últimos años incorporan unos poderosos filtros que se comen literalmente el NO2. Así que, con la simple renovación del parque automovilístico, este problema se va reduciendo.

Y nos queda el componente más cabrón: las partículas en suspensión. Este es un factor que hay que atribuir casi en exclusiva a los motores diesel. Los de gasolina no emiten apenas partículas. Pero el diesel es mucho más denso y tiene una combustión incompleta, por lo que lanza a la atmósfera nanotubos de carbono, es decir, tubitos de tamaño nano, que flotan por ahí y que el personal se mete al cuerpo sin enterarse, al respirar ese aire contaminado. Las partículas en suspensión pueden dejarnos los pulmones como los de un fumador de tres paquetes diarios. Aquí hay que decir que en unos veinte años el diesel va a estar prohibido y que además se irán imponiendo los coches eléctricos e híbridos como el que yo tengo.

Así que, por resumir, hay varios problemas no directamente relacionados. Uno es el calentamiento global. Venga de donde venga hay que intentar combatirlo, retrasarlo y también adaptar nuestra vida y nuestras ciudades a las nuevas condiciones climáticas (en este momento, no se debería autorizar la construcción de plazas sin árboles). Dos, las emisiones de CO2 a la atmósfera habría que reducirlas para evitar la acidificación de los océanos. Y tres, hay que disminuir la presencia del automóvil en las ciudades (no en las carreteras) para mejorar la calidad del aire que respiramos los urbanitas, que por distintas circunstancias somos un porcentaje cada vez mayor de la población del planeta. Las grandes ciudades tienen ya planes de mejora de la calidad del aire y planes de respuesta al cambio climático.

En ese sentido, Madrid está a punto de aprobar un plan conjunto para ambos temas: el denominado Plan A de Mejora de la Calidad del Aire y Cambio Climático. Se aprobó inicialmente en abril, ahora se están analizando las opiniones y sugerencias de la ciudadanía y en septiembre o en octubre se publicará y entrará inmediatamente en vigor. Ese Plan A constituye el marco teórico en el que yo inscribí mi intervención en Portland. Un contexto cuyo carácter novedoso (precisamente por su doble perspectiva) fue muy ponderado por mis compañeros de taller: parece que la mayoría de las ciudades está abordando ambas líneas separadamente. Les pido disculpas por la longitud de este post, pero creo que puede ser bastante instructivo y conviene que todos estemos al día en estos temas.
  

jueves, 10 de agosto de 2017

659. Serpientes de verano

Primera parte: miércoles 9 de agosto por la noche. Bien, aquí me tienen perfectamente integrado en la rutina de agosto, un mes en el que es una delicia estar en Madrid y trabajar (es un decir) en el Ayuntamiento. Para empezar, puedo ir todos los días a la oficina en mi coche, porque la M-30 no está atascada y tardo unos quince minutos en llegar a la Isla de Alcatraz de nuestro destierro. Y tengo sitio de sobra para aparcar junto al parque Juan Carlos I. Estos días sólo tienen una pega: como al concejal de turno se le suscite una urgencia, la responsabilidad de cumplirla cae indefectiblemente sobre ti, porque el resto de la plantilla está de vacaciones. Pero, si eso no sucede, pasas de puntillas por un mes en el que te pagan lo mismo que en los otros once, pero sin tanta exigencia ni esfuerzo. A mí me gusta quedarme en Madrid en agosto, aunque sé que hay mucha gente que opina lo contrario.

Por ejemplo, el señor Rajoy, que este año tiene que estar de guardia para atajar las previsibles maniobras desleales de los independentistas catalanes y no va a poder dedicarse a su deporte favorito, que consiste mayormente en caminar muy rápido a ritmo de tarantella bufa, sacando los codos como los pollos cuando les acosa un vehículo. La verdad es que no sé por qué tanta premura, si los catalanes no tienen todavía ni las urnas que van a utilizar en su estrambótica consulta. Los gallegos, en cambio, somos mucho más precavidos y previsores. Para el caso de que un día, si cuadra, tengan que organizar una consulta similar (o no), pues ya tienen preparadas, por si es caso, las papeletas con las respuestas pertinentes a la consulta. Aquí abajo pueden verlas.


Agosto es el mes de las llamadas serpientes de verano, noticias que nos sorprenden en la playa, muy alejados de la realidad urbana, por lo que no podemos saber si son ciertas del todo. Pero agosto es también el momento de los grandes planes de futuro. Es cuando el personal se propone dejar de fumar, ir un día por semana al gimnasio o aprender inglés de una vez, por no hablar del sujeto prototípico que aprovecha este impasse para declararse a su prometida con la frase más manida: hoy he decidido que quiero pasar el resto de mi vida contigo. Muy bien, pues yo he decidido hoy mismo que quiero pasar el resto de mi vida conmigo mismo y para ello he empezado por tomar dos decisiones fundamentales. UNA: cortarme el pelo. Con ese objetivo, he concertado una cita con mi amigo Jurgen, mi peluquero habitual. Jurgen, del que ya les he hablado en este blog, es natural de Friburgo, la zona más cálida de Alemania, donde hay hasta naranjos y limoneros. Esta tarde me he encontrado a un Jurgen rejuvenecido, que ha perfilado su imagen dejando crecer en libertad su barba teutona irredenta y coronando su cráneo privilegiado con un kiki. Lo he visto tan guapo que, cuando ha terminado su trabajo conmigo, le he pedido que nos hiciéramos un selfie. Abajo tienen el resultado. Ya ven que no hace falta irse a Portland para encontrar sujetos originales.


La segunda decisión: DOS, salir a correr al Retiro. Si siguen mi blog saben que este tiempo de mediados de agosto es el momento perfecto para empezar la temporada. El problema es que el año pasado yo empecé a entrenarme el 15 de agosto y lo dejé un mes después. Cuando me fui a San Petersburgo el 10 de septiembre, ya estaba en plena forma y eso me permitió correr en el aeropuerto de París y llegar echando el bofe al segundo avión, provocando que me perdieran la maleta, porque nadie de Air France pudo imaginar que hubiera una sola persona capaz de hacer ese transfer imposible. Así quedó reseñado en el blog.

La verdad es que este año ha sido bastante productivo en cuanto a viajes. Hace un año, por estas fechas estaba yo de baja por mi fractura de húmero. Desde que me dieron el alta he visitado sucesivamente San Petersburgo, Japón, Marsella, Birmania, La Coruña, la Toscana y Portland/Seattle/Vancouver. No está mal. En parte por ese ajetreo y en parte por desidia, lo cierto es que llevaba once meses sin salir a correr, un lapsus bastante peligroso a mi edad. Sin embargo, he de decir que me he encontrado bastante bien, salvo las agujetas que tenga mañana. Y eso que me he venido de Portland con un par de kilos de más, tal vez debidos a la cerveza IPA. Tengo el compromiso de seguirles contando mi viaje y no me olvido de ello. Pero, se me ha hecho de noche, estoy muy cansado y creo que lo vamos a dejar por hoy. Mañana mismito, les completo el texto, hombre, arre carallo.

Segunda parte, jueves 10 de agosto por la mañana. Con un nivel de agujetas soportable y aprovechando el ritmo agostí de mi oficina, me dispongo a continuar el relato de mis aventuras americanas. El día 27 de julio afrontamos la última jornada del workshop. Aquí empezó por hablar la italiana Caterina, que contó una metodología bastante interesante, al menos desde un punto de vista teórico, sobre cómo actuar en la ciudad actual. A continuación vinieron las presentaciones de Buenos Aires y Santiago de Chile. Ambas representantes hablaron en español, posibilidad que estaba habilitada por el soporte de un par de traductores pagados por C40, lo mismo que había también un traductor al mandarín para la señora Chen. Después había un break-coffee, tras el que venía mi turno. Hablé con Clare y le expresé mis dudas sobre si hablar en español o en inglés. Me dijo que era una decisión mía. Hasta entonce yo había intervenido siempre en inglés en los debates y discusiones, pero me entró la duda.

Finalmente hablé en inglés y la cosa quedó bastante bien. A mis colegas les hizo mucha gracia la línea de lo que llamé “urbanismo táctico”, consistente en montar instalaciones provisionales por sorpresa y pulsar cuánto se cabrea el personal y hasta dónde está dispuesto a resistir la presión el político. Si se aguanta el tirón, luego la instalación se consolida mediante elementos permanentes. Ejemplos de esta forma de actuar: el corte de un tramo de Galileo, el cierre parcial de la Gran Vía durante 23 días en las pasadas navidades o el corte al tráfico del Paseo del Prado que se hace todos los domingos. En el congreso de Marsella en el que participé el año pasado hubo un día dedicado exclusivamente a hablar de urbanismo táctico. Radcliffe me preguntó: –¿Pero de verdad lo hacéis sin avisar? Le dije que sí y se quedaron muy admirados. Es mentira; en realidad se avisa a través de las redes sociales, pero el personal casposo que luego pone el grito en el cielo porque no puede cruzar con su coche, sólo lee el ABC y no se entera, por lo que, para el caso, es lo mismo. 

A continuación tuvo lugar la intervención de la señora Chen, con su vídeo turístico con música de ópera, la discusión posterior y pasamos al lunch, que nos trajeron allí mismo. Nos quedaba una larga tarde de cerrar conclusiones generales, ver qué tareas nos llevamos cada uno a nuestras ciudades y empezar a configurar un documento resumen del workshop, que coordinará Clare con las aportaciones de todos. Al final, discursos de cierre, agradecimientos y felicitaciones por lo bien que había salido todo. Sin descanso, nos vinieron a recoger unos coches de Uber para llevarnos a Alberta street. En esta larga calle del cuadrante noreste de Portland, los últimos jueves de cada mes se organiza un mercadillo alternativo, donde se concentran todos los frikis a vender sus mercancías, tocar música, echarse algún canuto y montar con todo ello una divertida fiesta urbana. Radcliffe quería que lo conociéramos. Una vez allí, nos disgregamos por grupillos con un punto de encuentro al final de la calle. No les sorprenderá saber que yo me quedé con Tantri y Érika la mexicana. Encontramos una medianera decorada y aprovechamos para hacernos fotos. Les pongo algunas.  






















Desde allí cogimos nuevos taxis al restaurante de la cena de despedida, que estaba en el cuadrante sureste, por lo que después podíamos regresar caminando al hotel, cruzando por alguno de los puentes, y así bajar un poco la cena. El lugar se llamaba Xico y, para variar, también era mexicano, para disgusto de Érika, que no había venido tan lejos para seguir comiendo burritos y enchiladas. También era una especie de autoservicio, en el que nos íbamos poniendo diferentes comidas y nos llevábamos la bandeja a una mesa. Me serví un vinho verde portugués con los dos brasileños para la primera ronda. Era caro, pero ya estaba un poco harto de cerveza. Después estuve un rato con la francesa Helene, que se apuntó otra vez a nuestra cena y que estaba muy interesada en involucrar a Madrid en el proyecto que ella pilota, que se llama Reinventig Cities.

Por último, ya bien cargaditos de vino, me senté un rato con Clare. Me confesó que ella había insistido mucho en que yo participara en el workshop. Que en el resto del equipo tenían dudas al respecto, pero que yo había sido una apuesta personal suya y que estaba muy contenta con el resultado. Le había gustado mi esfuerzo por hablar en inglés, algo que es clave para que sigamos en contacto en el futuro. Clare vino a Madrid en marzo y yo la conocí al poco. En ese momento no sabía nada de castellano. Ahora lo maneja mejor que yo el inglés. Me contó que su misión en Madrid se termina en septiembre y que tiene que volver a Londres, perspectiva que le entristece, porque se lo ha pasado muy bien en estas tierras. Por primera vez hablamos de temas personales, que obviamente no voy a contar aquí, aunque se los pueden imaginar. Ay, si yo tuviera treinta años menos.  

Después, camino al hotel, besos, abrazos y despedidas varias. Al otro día seguramente nos veríamos para desayunar, pero por si acaso. Terminaré mi texto con un asunto que me sirve de introducción del próximo post. Cuando llegamos al Xico, un grupo de chicas aparecieron un poco desconcertadas y atónitas. Habían venido hablando con su taxista, le habían contado el objeto de nuestro trabajo en Portland, y se habían encontrado con que el tipo decía que todo eso del cambio climático es falso, que es algo que se ha magnificado por determinados intereses comerciales. Un negacionista en toda regla, seguramente votante de Trump. Esto se merece un análisis más profundo y les emplazo para el próximo texto. Sean buenos.